domingo, 26 de diciembre de 2010

Capítulo 33

Sienna salió del despacho con el deseo de que Dean siguiera sus pasos. El chico no se hizo de rogar y la siguió. Sin apenas dirigirse la palabra, abandonaron el apartamento.
Ya era tarde y el sol del mediodía había quedado atrás. Sin embargo, el calor de la calle les golpeó en la cara cuando cruzaron las puertas de entrada del gran edificio. El calor, la tensión y el silencio inquebrantable entre los dos le provocó una asfixiante sensación de agobio.
-Bueno, ¿dónde vamos a tomar café? –preguntó él.
-No sé, donde tú me lleves. Si me sacas del Starbucks… ya no sé a dónde ir en esta ciudad –los dos se echaron a reír.
-Si tengo que elegir yo, va a ser sorpresa. No vas a probar el café más delicioso de la gran manzana, pero créeme, lo disfrutarás en el lugar más original del mundo.
Esa observación y la buena compañía eran motivos más que suficientes para seguir a Dean allá donde la llevara.
Aunque esperaba que un coche parara frente a ellos en cualquier momento o que Dean llamara por teléfono a su coger, éste continuó caminando hacia la izquierda, al interior del gran tumulto que se paseaba a lo largo de la Quinta Avenida. 
Como si la escena del despacho nunca hubiera ocurrido, comentaron en detenimiento la fiesta de la noche anterior. Hablaron de la ropa de sus compañeros de clase, de las posibles parejas que podían haber surgido a lo largo de la noche, de la música y de la habitación oscura. Ninguno de los dos hizo referencia al enfado de Cindy, Sienna porque no quería tocar el tema y Dean porque probablemente no fuera consciente de todo lo que la chica sabía. Ella le preguntó si había visto entrar a algún chico a la habitación antes que ella y se perdió en sus ojos a la espera de una señal que le dijera que había sido él. ¿Qué mejor momento para una declaración de amor que un paseo por el corazón de Nueva York en una cálida tarde de verano? La respuesta no fue satisfactoria. Dean no parecía haberse dado cuenta de quién había entrado al cuarto antes que ella, pese a haber estado observándola toda la noche. Nada en su cara le decía lo contrario.
La caminata fue más larga de lo que Sienna esperaba, pero no rechistó ni hizo ningún comentario al respecto. Estaba disfrutando de esa inesperada cita con Dean, saboreando cada segundo que pasaban juntos.
Esa fachada de tipo duro, de galán rompecorazones, había dejado paso durante la comida a un chico normal, guapo y seductor, pero también simpático, soñador e inseguro en algunos aspectos. Un típico adolescente. Conocer esa parte de Dean le servía para conocerlo más. Había pensado tanto en él los últimos días que le resultaba complicado aceptar que tan sólo una semana antes aún no le conocía. ¿Eran suficientes siete días para conocer a una persona de verdad?
Las luces de Times Square estaban encendidas a pesar de no haber anochecido todavía. El barullo de voces gritando en todos los idiomas les envolvió, haciéndoles permanecer en silencio.
De pronto, Dean paró de andar. Junto a él, una figura tamaño real de Whoopi Goldberg les saludaba con una sonrisa. Sienna levantó la vista al cartel morada que descansaba sobre sus cabezas: Museo de cera Madame Tussauds.
-Vamos para adentro –el chico la agarró de la mano y cruzó el umbral del edificio.
-¿Estás de broma? –se rió Sienna-. ¿Me traes a tomar café al museo de cera?
El contacto de sus manos volvió a acelerarle el corazón. Sus manos, grandes y fuertes, la agarraban con firmeza, con seguridad pero sin apretar demasiado. Suaves, varoniles.
Dean le dirigió una sonrisa y siguió caminando.
La cola para comprar las entradas era larga, interminable si a ella se le suman los interminables minutos de espera para acceder al interior del museo. Sin embargo, conforme ellos entraron a la sala principal, un robusto hombre vestido con un inmaculado traje se les acercó, formal pero servicial.
-Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle hoy? –en ningún momento se dirigió a Sienna; hablaba con Dean como si lo conociera desde siempre.
-Queremos tomar un café en el Celebrity Café y también me gustaría enseñarle las piezas a mi amiga –el tono de voz de Dean, pese a ser cordial, señalaba que no conocía a aquel hombre y que mucho menos eran amigos.
-Síganme, por favor.
Tras sus pasos, pasaron por delante de la cola mientras que los más descarados se quejaban a voz en grito y los demás, más educados y simplemente más cansados, hacían un gesto de desaprobación. Intimidada, Sienna caminaba con la cabeza agachada, apretando con fuerza la mano de Dean.
Pronto aparecieron en una sala mayor donde diferentes estatuas de cera les rodeaban. La gente parecía inmersa en un universo alternativo. Las fotos, los flashes, las risas apagadas y las carreras de un lado a otro eran inevitables. Nadie prestaba atención a nadie, al menos a ninguna otra persona de sangre caliente y con movilidad reconocida. Allí, alejada de las miradas de desprecio, Sienna se sentía protegida.
El hombre trajeado se despidió de ellos y volvió por donde había venido.
-Ahora que estamos dentro ya puedes soltarme la mano –señaló Dean.
Liberó la mano del chico con rapidez y vio que éste tenía los dedos morados. No se había dado cuenta de que había apretado tan fuerte.
-Perdona –fue lo único que pudo decir, aunque Dean no estaba enfadado ni molesto, ya que le regaló otra de sus sonrisas.
En el colegio apenas lo había visto sonreír y creyó que era un chico serio, con un porte misterioso que le confería cierto atractivo. Sin embargo, su sonrisa era aún más encantadora. Cada vez que lo veía sonreír se sentía un pequeño mosquito volando hacia una bombilla ardiente. Por mucho que lo evitara, acabaría por estamparse contra la luz.
-¿Tienes aquí la cámara de fotos? –preguntó Dean.
Sienna echó mano al bolso y localizó en su interior su pequeña cámara rosa eléctrico.
-Entonces, vamos a hacer un poco de turismo –añadió él.
Le arrebató la cámara de las manos y la hizo posar en todas y cada una de las figuras. Al principio, cortada, Sienna tan sólo sonreía junto a los diferentes actores y cantantes que iba encontrando. También ella le sacó alguna foto a Dean, aunque estaba segura de que él habría estado allí millones de veces. Aún así, esas fotos se quedarían en su cámara, en su tarjeta, para pasarlas más tarde a su ordenador y poder contemplarlas una y mil veces.
Se fotografiaron junto a Rihanna, junto a Brad Pitt y Michael Jackson. Posaron juntos de forma atrevida a ambos lados de Britney Spears, quien intentaba desafiar a la gravedad bailando de forma sensual agarrada a una barra cual bailarina de striptease.
Cruzaron la sala del terror y fingieron asustarse cuando unos actores aparecieron tras una esquina de repente. Corrieron como niños y se rieron aún mucho más.
Cuando acabaron de visitar el museo, casi dos horas después, y por fin se sentaron en la cafetería a tomarse ese café pendiente, los dos estaban agotados. Con sus tazas de descafeinado y capuchino delante, humeantes y desprendiendo un aroma dulce y rico, se mostraron las fotos y comentaron sobre cada una de las personas que aparecían por detrás de ellos.
Podrían haber seguido así durante horas, hasta que los guardas del museo los echaran a la calle. Sienna se preguntó si, con Dean al lado, alguien se atrevería a mandarlos fuera. Sabía que su padre era un hombre de negocios muy influyente, pero debía serlo mucho más allá de su imaginación para que, allá donde fueran, todo el mundo conociera a su hijo y lo trataran con tanto respeto y hospitalidad.
-Oye, ¿conocías al hombre de la entrada? –se atrevió por fin a preguntar; no quería quedarse con la duda que le daba vueltas en la cabeza.
-¿Qué hombre?
-El de la puerta, ese con el traje oscuro que nos ha colado.
-¡Ah, ése! –exclamó él, como si acabara de mencionarle a un gran amigo al que hacía mucho tiempo que no veía-. No.
Los dos volvieron a reír a carcajadas.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué? –el chico no comprendía el súbito interés de Sienna por el portero del museo.
-Pues eso, que cómo es que nos ha dejado pasar sin más.
El rostro de Dean se ensombreció de repente. Sienna tuvo la sensación de haber tocado algún tema que no debía ser tratado.
-Todo el mundo en el museo conoce a mi familia, como mucha gente en la ciudad. Mi padre sale mucho en los medios de comunicación y suele insistirme para que yo aparezca a su lado. Así damos un aspecto más familiar y muchas más personas solicitan sus servicios. Digamos que soy su cebo –forzó una sonrisa y tomó aire antes de continuar-. Además, antes solía venir aquí muy a menudo, casi todos los fines de semana. A mi madre le encantan las figuras de cera y, en cuanto tenía un rato libre, nos cogíamos un taxi y veníamos a perdernos en el museo.
-¿Ya no venís? –esa confesión había despertado su curiosidad.
-No, ya no… Cosas que quedan atrás cuando uno crece, ¿no? –de nuevo esa sonrisa forzada en sus labios.
Ella pensó que había algo más, algo que él no le contaba, pero no insistió. A su debido momento lo sabría, si era realmente importante.
El teléfono les salvó de un incómodo silencio. Dean buscó en el bolsillo de su pantalón y sacó un móvil táctil, delicado y deslumbrante.
-Hola, mi amor. No, no estoy en casa. He quedado con un amigo -¿un amigo?-. No me he dado cuenta de la hora que es ya. Me voy corriendo a darme una ducha y enseguida estamos juntos. Sí, sí. Vale, un beso. Te quiero.
-¿Cindy? –la sola mención del nombre de la chica destrozó el mágico momento de confesiones.
-Sí. Hemos quedado a las nueve para cenar, pero quiere que hagamos antes unas cosillas y como no la he llamado en todo el día estaba preocupada.
Sienna movió la cabeza en gesto afirmativo. Se guardó la rabia por haber quedado rebajada a una mentira, a convertirse en “un amigo”, como si estar juntos fuera algo malo. Se guardó su rabia y también su ilusión. Ya compartían dos secretos. Ésa era una buena manera de empezar, ¿no?
Se levantaron de la mesa tras dejar una generosa propina. Salieron a la calle callados pero con las mejillas sonrojadas de tanto reír.
Sienna llamó a Gary para que la recogiera en la puerta del museo. Dean hizo lo mismo. Pocos minutos después se despedían y cada uno entraba en su vehículo.
La joven le preguntó al conductor por su hijo, si todo estaba bien. Sin embargo, no escuchó ni una sola de las palabras de éste, ya que se había perdido, otra vez más, en sus ensoñaciones, en ese mundo donde Dean y ella estaban juntos y sus citas no acababan nunca. Y mucho menos por Cindy.

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