domingo, 12 de diciembre de 2010

Capítulo 28

Y se hizo la luz.
Tras una larga y reparadora noche, la luz del sol se coló por la ventana del apartamento y llenó la estancia de vida.
Sienna abrió los ojos de forma repentina, como si acabara de oír un ruido inesperado. Sin dejar que ningún pensamiento le cruzara la mente, se puso en pie y, envuelta en el batín que encontró a los pies de la cama, se dirigió al cuarto de baño.
El espejo le devolvió un rostro conocido pero extraño a la vez, diferente a como solía ser. En el ojo izquierdo, una legaña enorme humedecía sus pestañas. Bajo los dos ojos, una ligera sombra morada que le daban aún más aspecto de cansancio. Tal como esperaba, su melena se había tornado una selva salvaje de cabellos despeinados y sucios. Dio gracias por las horas que había pasado en la playa antes de viajar al nuevo continente, ya que al menos su moreno en la piel la diferenciaba de cualquier zombi de película. Tenía la certeza que, con la piel más clara, la imagen que encontró en el espejo la hubiera traumatizado.
Apoyó las dos manos en la repisa del lavabo y agachó la mirada. Pese a que debía ducharse y acicalarse para liberarse de esa sensación de angustia, no lograba animarse a hacerlo.
Cuando el dolor de cabeza la dejaba pensar, diversas imágenes de la noche anterior le sobrevenían, como flashes descontrolados. Una mirada en la barra. Una sonrisa. Un baile desenfrenado en lo alto de una tarima. Un brindis. Un beso misterioso. Pasión.
Abrió el grifo y se echó agua en la cara. Los flashes seguían ahí y cada vez se centraban más en instantes que Sienna desearía no recordar. El cuarto de las puertas blancas. El reloj marcando el pasar del tiempo. Su falta de conciencia, la forma en que se había dejado llevar sin reflexionar en las consecuencias. Había llegado el momento de enfrentarse a la realidad.
Recordar sus siete minutos en el cielo le suponía una tortura. Sin embargo, llegó a la conclusión de que era muy masoquista ya que no podía alejar sus pensamientos de esa habitación, de esos momentos.
¿Qué hacía en España cuando se agobiada de tal manera que no conseguía pensar? El canto del loco siempre era una buena medicina, pero en este caso, necesitaba algo más potente. ¿Llorar abrazada a su almohada? ¿Ahogar las penas saliendo de compras? No, nada de eso cambiaría lo que había ocurrido. La almohada no aguantaría tantas lágrimas ni le daría una solución y, por muy grande que fuera la ciudad, en algún momento las tiendas se acabarían, o ella se cansaría, o tal vez la tarjeta se quedara sin crédito. Antes o después debería volver a casa, volver a la realidad, y sus remedios sólo habrían servido para retrasar el enfrentamiento.
¿Cómo fue tan inútil, tan descerebrada? ¿Cómo pudo tirar sus principios a la basura y jugar a ser una persona que no era, alguien a quien no podía más que recriminar malos comportamientos?
Abby y Cindy, Cindy y Abby. Discutiendo por ella. No, la almohada no evitaría que el lunes las dos chicas se encontraran de nuevo en clase y que las malas vibraciones, las miradas de odio y rencor, si no las palabras enfadadas, se adueñaran de la paz de la escuela.
Por otro lado estaba Dean. ¿Fue a él a quien besó en el cuarto oscuro? Algo dentro de ella le hacía creer que así era, aunque tal vez sólo se tratara de ilusión y temor, mano a mano. Cerró los ojos y se concentró en las imágenes que la visitaban una y otra vez. Recordaba el pecho duro y fuerte, como el de Dean, y los labios grandes que la besaron con ímpetu. Recordaba una camisa clara, puede que blanca, como la de Dean. Cindy le dijo que Dean se había besado con otra chica durante la fiesta. Sin embargo, ella lo había estado vigilando prácticamente todo el tiempo y, salvo los minutos que pasó en el interior de la habitación con Cindy, lo había tenido localizado a todo momento. ¿Y si había sido él, y si sus ilusiones, sus sueños, se habían hecho realidad? ¿Y si los labios en los que se había vuelto loca, los labios en los que se había perdido, eran los del atractivo chico que no lograba sacarse de la cabeza desde el mismo segundo en que sus miradas se cruzaron por primera vez?
No, estaba claro que no podía ser él. Su Romeo misterioso, su amante de las tinieblas, no llevaba corbata y recordaba con claridad que Dean sí lucía una bonita corbata al cuello. Además, ella no era nadie para gustarle a un chico así. Podía ser un mujeriego, pero ella no era comparable a Cindy ni a muchas de las chicas de la jet set neoyorquina. Era imposible que un joven como él se fijara siquiera en una chica como ella.
Debía quitárselo de la cabeza. Todas esas miradas, todas esas sonrisas picaronas, todas esas palabras turbadoras no eran más que un juego para Dean. Dean no era agua clara, se lo había dicho Abby y se lo confirmó Cindy la noche anterior. No le convenía pensar en él ni permitir que siguiera apareciendo en sus pensamientos. No le convenía, no podía dejar que eso pasara, pero sobre los sentimientos no hay control, no hay permisos que valgan.  Aunque se alejara mil kilómetros de él, no podría evitar enamorarse cada día más de él.
Sin decidir todavía cómo actuar, oyó su móvil sonar a los lejos, en alguna parte de la casa. Caminó despacio fuera del baño, sin prisas. Quien la llamara podía esperar. Era sábado y los sábados son días de calma, y más si son sábados de resaca.
La melodía la llevó al salón, donde la esperaba su bolso en el mismo lugar que Matthew lo había dejado la noche anterior. Introdujo la mano dentro del bolso y sacó el teléfono que sonaba cada vez más fuerte. Papá.
Asombrada, volvió a mirar de nuevo la pantalla. El nombre permanecía ahí, iluminando el teléfono que pedía a gritos ser descolgado. Su primer impulso fue cancelar la llamada. Todavía no estaba preparada para hablar con él. Era consciente de que en algún momento debería hacerlo, sabía que llegaría el día en que pudiera recriminarle que la hubiera enviado tan lejos sola para estar con su nueva novia. Quería que ese día llegara para poder culparle de la desaparición de su madre, de su soledad, del poco tacto que había tenido al comenzar una relación con otra mujer sin pararse a considerar el duro golpe que sería para ella, que había perdido a su modelo, a su mejor amiga, a su madre. Deseaba que llegara ese día puesto que había muchas cosas que ansiaba decirle, cosas que la envenenaban por dentro y anulaban cualquier posibilidad de mirar a su padre como antes y querer con la devoción con que solía. Y aún así, aunque se moría de ganas, sabía que aún no era el momento, que no estaba preparada para ello, y por eso escapaba de su padre, evitaba sus e-mails, ignoraba sus llamadas.
La llamada se cortó. Sienna suspiró aliviada aunque un poco triste en el fondo. De nuevo, el teléfono comenzó a vibrar y sonar. Esta vez no tenía opción, debía responder la llamada. Se arrepentiría sin no lo hacía y ya había demasiadas cosas ese fin de semana de las que se arrepentía.
-Hola, papá.
-Hola, cariño. ¿Cómo estás? –la voz de su padre sonó nerviosa al otro lado del hilo telefónico.
-Bueno, bien. Acabo de despertarme. –el temblor en la voz de su padre la hizo sentirse aún más nerviosa, más insegura.
-Ya llevas una semana por allí y no hemos podido hablar tranquilamente de todo. ¿Qué tal el colegio? ¿Y los compañeros?
Sienna se dejó caer en el sofá y miró a través de los enormes ventanales frente a ella. Sentía como si el tiempo se hubiera parado desde que recuperó la conciencia en el coche de Matthew y, sin embargo, la ciudad seguía moviéndose a su vertiginoso ritmo, sin mostrar ningún cambio, ninguna calma.
Comenzó a hablarle de forma escueta de las clases y los profesores pero de pronto una estampida de palabras se escapó de su boca y le contó que había ido a una fiesta, le habló de sus amigas, del guapo Dean, de la ternura de Matthew, de cómo le había cantado al oído. Evitó detallar la vestimenta de la fiesta y el estado en que se encontraba la noche anterior, pero describirle su nueva vida resultó ser un alivio y una liberación para ella.
Al otro lado de la línea, su padre escuchaba sin interrumpirla. Sólo murmuraba alguna palabra para hacerle saber que seguía ahí y que le interesaba todo lo que le contaba.
Una vez que Sienna se hubo calmado un poco, su padre tomó la palabra.
-¿Seguro que estás bien, cariño? Te conozco y, por mucho que te guste compartir conmigo tus pequeñas aventurillas, nunca antes me habías contado tantas cosas. ¿Te sientes cómoda con tus amigas de allí?
-Sí, papá, son unas chicas estupendas y me tratan genial.
-De todas formas, creo que deberías mantener el contacto con tus amigas de siempre. Sé que te echan de menos y ellas pueden escucharte y aconsejarte como nadie. No olvides que todo tu mundo sigue estando aquí.
Poco después, padre e hija se despidieron con un beso y un tono de voz más serio que antes.
Con el teléfono todavía en la mano, Sienna reflexionó sobre las palabras de su padre. Sí, lo que necesitaba era contarle lo ocurrido la noche anterior a sus chicas, las de siempre. Necesitaba contárselo y que ellas se rieran, le quitaran hierro al asunto y le hicieran ver que lo que pasó en el cuarto oscuro, que su borrachera y el incidente de la fuente carecían de importancia.
No se paró a pensar en el gran paso que la relación con su padre acababa de dar. En ese momento lo único que podía pensar era en correr hacia su ordenador y localizar a Merche y las demás. Tocaba sesión de grupo.

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