martes, 21 de diciembre de 2010

Capítulo 32

Corrió por toda la casa con la intención de adecentarla; las toallas sucias a la lavadora, la ropa usada en el canasto de la colada, los utensilios de cocina guardados cuidadosamente en el lavavajillas. Pese a que era de día, encendió las velas con aroma que decoraban el balcón. Después de hacerlo, sirvió en otro plato una ración de pasta para Dean.
            Preocupada y poco convencida con el aspecto que presentaba su hogar, miró a su alrededor. Apenas tuvo tiempo de hacerlo, ya que el timbre la interrumpió.
Con pasos sigilosos se aproximó a la puerta y observó por la mirilla. Al otro lado la esperaba Dean, con la cabeza gacha y aspecto nervioso. En la mano llevaba una botella de lambrusco.
Sienna se preguntó cómo podía conseguir estar cada día más guapo que el anterior. Cada vez que lo miraba, le parecía más atractivo, más seductor, más irreal.
Dio unos pasos en el suelo, fingiendo llegar a la puerta y preguntó:
-¿Quién?
-Soy yo, Dean –el chico levantó la cabeza y, sin saber que ella le vigilaba por la mirilla, sonrió.
Sienna se colocó un poco la camisa y tomó el pomo para permitirle la entrada. Cuando el chico la vio, sus ojos parecieron iluminarse, aunque tal vez sólo se tratara del cambio de luz, se dijo Sienna a sí misma para tranquilizarse.
La joven hizo una seña de indicación para que el chico entrase en el piso. No hubo de repetirlo dos veces. En su mente, Dean se lanzaba sobre ella a besarla. Los dos se unían en un beso interminable y acababan derrumbándose en el sofá para culminar su amor. Nada más lejano de la realidad.
Él permaneció de pie a su lado junto a la puerta sin dejar de sonreír. No hubo beso, ni abrazo, ni tan siquiera un cortísimo beso en la mejilla.
-He sido rápido, ¿verdad? Estaba ya casi en la puerta cuando te he llamado.
-Sí. Menuda sorpresa. No esperaba que aceptaras venir a comer –al instante de formularlas, se arrepintió de sus palabras, que mendigaban un poco de atención y cariño-. Pasa, pasa, que se enfría la comida.
-He traído este vino para que bañemos la pasta –¿de dónde habría sacado la botella si no sabía que ella iba a invitarlo a comer? Probablemente la cogiera de su limusina, consideró Sienna.
Cogió la botella y agradeció el detalle.
-¿Te importa que deje la chaqueta por aquí? Llevo deseando quitármela toda la mañana y no he podido hasta ahora –solicitó él, al mismo tiempo que se quitaba la americana azul marina que llevaba puesta.
-No, claro, déjala… -Sienna echó un vistazo a su alrededor buscando un perchero- aquí, que no se arrugue.
Le tomó la americana de las manos y la colgó ella misma en el perchero que se levantaba sobre el suelo junto a la puerta. Conforme la levantaba en el aire, pude oler la colonia de Dean, tan dulce y fuerte que podría hacerla perder la conciencia en un simple abrazo.
Tras liberarse de la chaqueta, el chico tenía un aspecto más tranquilo, más familiar. Dejaba atrás los negocios y las presiones para alcanzar la calma y las risas. Con su camisa gris y los pantalones de pinza, a Sienna le resultaba difícil creer que tenía frente a ella a un chico de diecisiete años. Si a ello se le sumaba la picardía de su sonrisa o la profundidad de sus ojos claros, sentirse cautivada por ese muchacho era lógico y normal.
Dean no esperó a que ella le señalara dónde podían comer. Vio los platos en la encimera de la cocina y salió corriendo hacia allá.
-Madre mía, esto huele genial, ¿seguro que los has hecho tú? –bromeó.
-¡Claro! –respondió airada Sienna-. ¿Quién sino? ¡A ver si te crees que tengo una cocinera que me lo hace todo!
-Oye, ¿por qué no? Una chica tan guapa debe mantener sus manos cuidadas y la cocina no es precisamente el lugar más adecuado para tener unas manos perfectas como las tuyas.
Sienna se sonrojó. Puesto que no encontraba ninguna respuesta a sus palabras, continuó con la broma:
-La verdad es que sí tengo cocinera, sólo que la tengo escondida en la despensa con una mordaza en la boca para que no pueda pedir ayuda. No se lo digas a nadie, ¿vale?
El chico se echó a reír. Sienna suspiró aliviada, confiando en haberse escabullido del comprometedor momento.
-¿Qué te parece si comemos en el balcón? Tengo ganas de estrenarlo pero todavía no se había presentado la ocasión –añadió.
-Claro, donde tú quieras –el muchacho cogió los platos y se dirigió a la mesita rodeada de velas supervisando la ciudad.
Ella buscó queso rallado en la nevera, unas copas y un par de servilletas. Después siguió los pasos del joven. Dejó todo en la mesa y se sentó en una silla frente a la que Dean había ocupado.
Llenó su copa de vino y le ofreció también a él, que aceptó con un leve movimiento de cabeza.
El tráfico de la ciudad rugía a sus pies, pero nada le importaba. Se encontraban a doscientos metros sobre el suelo, envueltos de paz, con la luz del sol calentándoles los brazos. Con todo el fin de semana aún por delante, la copa de vino llena y un delicioso de pasta frente a ellos, nada ni nadie podía destrozar ese momento.
  Hablaron durante toda la comida, sobre ellos, sobre la pasta, sobre la ciudad. Dean le sugirió algunos lugares donde tomar espaguetis, “aunque no tan buenos como estos, claro”, además de proponerle una visita guiada por la ciudad esa misma tarde. Sienna aceptó. Pese a lo nerviosa que estaba, reaccionó todo el tiempo con naturalidad y desenfado.
Brindaron por el inicio del curso escolar y por todo lo que estaba por llegar. Sin llegar a decirlo, Sienna brindó por ellos, porque ese instante fuera eterno, porque el plato de pasta no se acabara nunca y pudieran seguir charlando y riendo.
Recordó su promesa la noche anterior de no volver a beber y se sintió un poco culpable de haber incumplido su palabra tan rápido. Aunque tenía mucha vida vivida a sus todavía dieciséis años, nunca le había gustado adelantarse en el tiempo. Siempre había sido consciente de que hay un momento para todo en esta vida y ella quería disfrutar de cada uno de ellos.
Cuando Merche y las demás comenzaron a fumar con catorce años, ella fue la única en decir que no. Había probado el alcohol forzada por el qué dirán, pero no solía catarlo más de un par de veces cada varios meses. Sus amigas lo sabían y no dejaban de insistirle asegurando que no sabía lo que se perdía, pero ella estaba segura de que eran ellas las que se perdían muchas cosas con sus noches oscuras, sin recordar qué habían hecho. Tal vez se perdiera esos momentos de abrazos y amor desenfrenados en los que la amistad se ensalzaba a causa de la bebida, pero prefería abrazos sinceros a besos provocados por el alcohol. Sí, se perdería eso, pero también se perdía los vómitos en el cuarto de baño y sus amigas agarrándole el pelo. También se perdía la preocupación al día siguiente, los dolores de cabeza, los no saber cómo acabaría llegando a casa… se perdía todas esas cosas que había encontrado la noche anterior.
Se prometió que, en cuanto acabara esa copa, dejaría el vino de lado y se echaría un vaso de agua. Y esta vez no había excusa posible, iba a cumplirlo.
Dean se llevó el tenedor a la boca en silencio. La miró y sonrió, dejando entrever unos dientes blancos y de perfectas proporciones. El chico intentaba leer en su mente, descubrir por qué de repente había dejado de hablar.
Por mucho que Sienna hubiera deseado que la comida no terminara, todas las cosas tienen su fin y de pronto ambos se encontraron con el estómago lleno y el plato vacío.
-¿Qué te parece si vamos a tomarnos un helado por ahí? Conozco una heladería en la que están de muerte –propuso Dean.
-Vale. ¿No tienes nada que hacer esta tarde? –acababa de mirar el reloj y se dio cuenta de que eran ya más de las cuatro y media de la tarde.
-No, ¿por qué? He quedado con Cindy a las nueve para cenar con mi padre, pero hasta entonces tengo tiempo libre –al oír el nombre de su amiga, Sienna volvió a la terrible realidad.
Esa comida no era más que un encuentro de amigos. Ni las velas ni el vino podían cambiar ese hecho. Saldrían, se divertirían, reirían, pero al final de la tarde, Dean volvería con Cindy, la chica a la que llevaba besando un sinfín de años, y ella no sería más que una anécdota de su día. Lo veía comentándole cómo la había visitado y cuánto se habían reído, imaginaba como le contaba todo mientras abrazaba a Cindy y le besaba la frente.
-Oye, ¿dónde está el cuarto de baño?
Sienna le indicó cómo llegar. Cuando el chico se levantó para encaminarse al lavabo, ella también se puso en pie y comenzó a recoger la mesa. En el otro lado del apartamento se oyó el golpe de una puerta al cerrarse.
Guardó los platos y las copas en el lavavajillas para después encenderlo. Instantes más tarde limpió la mesita con un trapo húmedo. Como Dean aún no había vuelto del baño, se dirigió a su habitación a coger el bolso y prepararse las cosas.
Al pasar por delante del despacho, no se percató de que la puerta estaba entornada. Una vez en su cuarto, echó el móvil, la cartera y un par de cosas más en el bolso crema y salió de la habitación.
Se acercó al cuarto de baño en busca de Dean. La puerta estaba abierta de par en par, pero el chico no se encontraba en el interior.
Descolocada, echó a andar por el piso en su busca. Esta vez si se fijó en la puerta del despacho. La empujó con cuidado y miró dentro.
Dean estaba detrás de su sillón, agachado sobre el ordenador. Conforme ella entró en la habitación, él la observó sin decir nada. Su semblante era serio, como no lo había sido en todo el tiempo que había pasado juntos ese día.
Sienna se acercó junto a él, sin atreverse a recriminarle que estuviera allí sin permiso. Pese a no conocerle demasiado, sabía que el chico no era un ladrón y además, ella no tenía nada que ocultarle. Sin embargo, no le hizo mucha gracia que él estuviera ahí, irrumpiendo en su intimidad, mirando el ordenador donde no mucho antes había hablado sobre él con sus amigas.
¡Sus amigas! ¿Había cerrado el Messenger cuando acabó de hablar con ellas o seguía en la pantalla la conversación donde vertía sus miedos e inseguridades, junto con sus sentimientos por Dean?
Dio un paso ligero hacia el ordenador y clavó los ojos en lo que el chico estaba mirando.
Frente a ella vio el rostro de Matthew sonriente ante el mar que moría en la orilla. Se avergonzó de que Dean la hubiera cazado, de que él, el chico que más le gustaba del mundo, creyera que ella era una fan más, una chica cualquiera enamorada del cantante de moda. ¿Cómo podía tener tan mala pata de que justo el día en que descubría la identidad de Matthew, cuando nunca antes había mostrado interés alguno por su vida, Dean la pillara con un vídeo del chico?
-¿Tú también eres de ésas? –notó cierto desprecio en sus palabras, por mucho que el joven intentó camuflarlo todo con una sonrisa-. No me imaginaba que también eras fan de Matthew. Lo escondes muy bien en clase.
-¡No! No soy fan suya. Sólo he llegado a este vídeo de casualidad, te lo juro.
-Claro, claro, eso dicen todas –le guiñó un ojo-. No te preocupes, me parece normal que te guste, tiene la típica voz que encandila a las niñas y sus letras no están mal.
  -No me preocupo, ¡es que no es así! –no comprendía por qué tenía la sensación de deberle alguna explicación.
-Vale, tranquila. Si no voy a decir nada. Será nuestro pequeño secreto –otro guiño.
Sienna comprendió que jamás conseguiría convencer a Dean de que no era una seguidora histérica de Matthew y que sólo había llegado a ese vídeo de un modo casual. Para que la creyera debería explicarle cómo entró a Facebook para invitarle a quedar, y aún así quedaría en evidencia porque el chico pensaría que estaba enamorada de Matthew. Tendría que hablarle del desfase de la noche anterior, de la caída en la fuente y de cómo él la ayudó. Necesitaría contarle muchas cosas de las que se avergonzaba y que no quería compartir con él porque, pese a que él tenía novia y esa chica era su amiga, en el fondo seguía manteniendo la esperanza de poder tener algo con él algún día.
Al mismo tiempo, no quería que Dean hiciera ninguna broma en clase acerca de cómo ella veía vídeos de Matthew. No lo veía muy propio de él pero, siendo realistas, tampoco se hubiera imaginado que el chico iba a entrar al despacho y a cotillear su ordenador sin preguntar primero.
Si Matthew no le había confesado a qué se dedicaba y por qué había repetido curso, quería darle la oportunidad de hacerlo él mismo cuando le pareciera conveniente. Matthew le caía muy bien. Quería seguir siendo su amiga y para ello no podía recriminarle que le hubiera ocultado ese secreto que todos conocían. Consideró que lo mejor era dejar pasar el tiempo hasta que él quisiera desvelarle la verdad, pero para eso debía evitar a toda costa cualquier posible comentario de Dean. Tenía que ser su secreto de verdad.
-Prométeme que no le vas a decir nada a Matthew; ni a Mattew ni a Cindy ni a nadie del colegio, por favor –suplicó, a sabiendas de que se arriesgaba a perder las pocas oportunidades que pudiera tener con Dean.
-Te lo prometo.

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