domingo, 16 de diciembre de 2012

Más allá del mar - Capítulo 30



Cuando Sienna entró en la habitación de su mejor amiga, la encontró llorando a lágrima viva, desconsolada.
-¡Abby! ¿Qué te pasa? –cerró la puerta de golpe y salió corriendo hacia la cama de la chica.
Su respuesta fue un sollozo incomprensible.
-No recuerda nada de anoche –explicó Yuri, que llevaba consolando a la neoyorquina más de una hora.
-¿Por qué no me habéis llamado? –las regañó la española-. De haber sabido que había una crisis habría venido antes.
No mencionó que ella traía a cuestas su propio drama. Sabía que Abby la necesitaba y quería apoyarla sin que se preocupara por algo que tal vez fuera una tontería, pero no podía dejar de pensar lo que había leído en esa revista tirada en el escritorio de su compañera de cuarto.
-¿Por qué hice esa tontería, Sienna? Yo, que siempre he defendido que ningún chico merece las lágrimas de una mujer.
-¡Ey, pequeña! –le prodigó un abrazo tierno-. Todos nos equivocamos. ¿Recuerdas la fiesta de bienvenida, el año pasado, cuando me metí en la habitación de los siete minutos en el paraíso, me lié con Dean sin saber que era él y luego me emborraché hasta tal punto que me tuvisteis que sacar de una fuente?
A su lado, la coreana escuchaba la conversación de las dos chicas con la boca abierta, atónita ante aquellas historias.
-Me equivoqué. Cometí un error terrible, y después volví a meter la pata hasta el fondo cuando besé a Dean en los Hamptons. Tú mejor que nadie sabes lo mal que actué y lo que me costó perdonarme el daño gratuito que le hice a Cindy. Me sentía fatal conmigo misma, pero tú no me diste la espalda. Estuviste ahí para ayudarme a salir de el hoyo y para hacerme ver que somos jóvenes y podemos equivocarnos, que tenemos que cometer errores para aprender y ser mejores personas, ¿recuerdas?
Abby asintió con un movimiento de cabeza.
-Pues ahora es el momento de que te apliques tus palabras. Abby, me diste los consejos más inteligentes que jamás he recibido. Solo tenemos una vida y hay que vivirla a tope. Sí, fuiste una tonta enrollándote con ese tío, vale, ¡pero no mataste a nadie! No le des más vueltas a todo esto porque acabarás por volverte loca y no merece la pena.
-Dar consejos es fácil –reconoció su amiga a la par que se secaba las mejillas empapadas de lágrimas-, pero aplicárnoslos no tanto. Además, me sacaste del cuarto de baño, donde solo estábamos ese chico y yo. ¡Sabe Dios qué habré hecho!
Yuri, que jugueteaba con los rizos de la joven para intentar tranquilizarla, intervino en la conversación.
-Ya te he dicho que no tuviste tiempo de hacer nada. Sienna te sacó del aseo enseguida.
-Es verdad –admitió esta-. Zach me convenció para entrar a buscarte pocos minutos después de que entraseis, así que es imposible que pasara nada.
-Pero… recuerdo cómo me acariciaba y cómo me tocaba por algunas partes…
-No-pasó-nada –silabeó Sienna mientras agarraba la cara de Abby entre sus manos y la miraba fijamente a los ojos-. De todas formas, si te quedas más tranquila, podríamos ir al centro de planificación familiar más cercano o al centro de salud de la universidad para que te asesoren y te den la pastilla del día después.
La mención del famoso método anticonceptivo de emergencia provocó que la neoyorquina estallara una vez más en sollozos.
-¿Ves? Soy tonta, una idiota redomada. ¿Cómo he podido llegar a esto?
-¡Abby! –por más que procurara mantener la calma, los nervios por la noticia que había leído sumados a la histeria de su amiga hizo que Sienna no pudiera controlarse más-. ¡No hiciste nada! Ese tío tenía la cremallera bajada, pero llevaba los pantalones y la ropa interior puesta, así que deja de rallarte. ¡No pasó nada!
Su amiga, impresionada por esa inesperada reacción, dejó de llorar de inmediato.
-Lo siento -se excusó-… No quería ser una carga para ti.
Al escuchar esas palabras, Sienna notó cómo su corazón se rompía en dos. ¿Por qué había reaccionado de esa manera? De acuerdo, estaba preocupada y no podía evitar tener la cabeza en otra parte, ¡pero se trataba de Abby! La única que no le había fallado y que siempre había estado a su lado.
-Abby, lo siento –comenzó a decir-. Perdona que te haya hablado así, pero estoy un poco agobiada. Está claro que no soy tan buena consejera como tú y verte de esta manera me queda muy grande. Perdóname, por favor.
-No te preocupes –contestó la otra chica, con la voz apagada-. Tienes razón, estoy buscándole tres pies al gato. Si dices que no pasó nada, confío en ti.
Esta vez fue Sienna quien estuvo apunto de echarse a llorar. ¡Egoísta, egoísta, egoísta! ¿Cuándo iba a dejar de pensar tanto en ella para preocuparse un poco más por los demás? Su amiga confiaba en ella y no se le había ocurrido otra cosa que gritarle.
-Oye, ¿te encuentras bien? –le preguntó Yuri, que se había dado cuenta de lo pálida que se había puesto de repente y de que tenía los ojos humedecidos.
-Sí. No. No sé… Necesito salir a dar una vuelta –las otras dos muchachas la miraron con cara de preocupación-. No es nada, solo necesito que me da un poco el aire. Vuelvo en un rato, ¿vale?
Sin dejarles tiempo para contestar, giró sobre sí misma, abrió la puerta de la habitación y la atravesó a gran velocidad, consciente de que había dejado a su mejor amiga tirada.
En el pasillo, un grupo de chicas se dirigían al cuarto de baño de aquella planta para darse una ducha y asearse. De entre ellas, notó cómo dos o tres la observaban con atención y cuchicheaban. No logró oír qué decían, aunque sí alcanzó a escuchar dos palabras que se lo aclararon todo: “la innombrable”.
Apretó más el paso en dirección a las escaleras del edificio Founders y bajó los escalones de dos en dos. Poco después estaba en la calle, bañada por los rayos de sol de aquella luminosa mañana californiana. Las ganas de llorar aumentaban, por lo que echó a correr adelante sin destino alguno.
Diez minutos después, cuando pasaba frente a una cafetería, decidió dejar de correr y tomarse algo. Estaba más relajada, o al menos las lágrimas habían abandonado sus ojos, por lo que le vendría bien tomarse un chocolate caliente o un vaso de té.
Empujó la puerta del Java Café, donde algunos estudiantes desayunaban enormes vasos de zumo o café en el que mojaban muffins de chocolate, fresa y vainilla mientras navegaban por Internet desde sus portátiles Apple personalizados o charlaban con algunos amigos. Se encaminó directa al centro del local, donde una chica de pelo castaño y ojos claros servía las bebidas con una cordial sonrisa.
-Buenos días, ¿tenéis chocolate caliente?
-Por supuesto. ¿Lo quieres con nata y sirope de chocolate? –sugirió la dependienta.
-Vale –contestó, antes de recapacitar un poco-. Ponme tres vasos grandes para llevar, por favor.
Quería compensarles a sus dos amigas la huida de la habitación de alguna manera, y conociendo a Abby esperaba que el chocolate ayudara.
 Cuando la chica de ojos claros le dijo el precio, se llevó la mano al bolsillo del pantalón y sacó la cartera. Solo llevaba un billete de cinco dólares, por lo que le faltaban unos centavos. Colorada, explicó a la camarera que no tenía suficiente y esta contestó que no pasaba nada, que le perdonaba el pico. Mientras alargaba el brazo para darle el papel con la cara de Lincoln dibujada en uno de sus costados, notó cómo alguien la agarraba por la espalda.
-¡Sienna! ¿Qué haces aquí tan temprano?
Sophia, tan guapa como siempre con un vestido azul celeste de encaje en el pecho, se lanzó a abrazarla como si llevara una vida sin verla. A su lado estaba Brooke, con los ojos aún negros un poco negros por el maquillaje de la noche anterior y cara de no haberse despertado del todo.
-¡Hola, chicas! He decidido salir a correr un rato y se me ha ocurrido comprar algo para desayunar –pintó la realidad para no tener que contar nada de lo que había pasado esa mañana.
La rubia miró los tres humeantes vasos de chocolate sobre el mostrador.
-¿Es chocolate? –la dependienta asintió-. ¡Madre mía, cuánto tiempo hace que no me tomó uno, con lo ricos que están aquí!
La española titubeó.
-Si queréis os invito…
-¿De veras? –el brillo en los ojos de la hermana mayor de su amiga fue tal que no quiso retractarse-. ¡Eres genial, Sienna! ¿Habías pagado ya?
-No, estaba en ello –señaló el billete.
-Espera, yo pongo lo que falta –se ofreció Sophia.
La presidenta de la hermandad pagó la cantidad restante y dio una pequeña propina a la chica de la cafetería, que se lo agradeció con otra sonrisa.
-Bueno, ¿qué tal la fiesta anoche? –preguntó Brooke unos segundos antes de llevarse a la boca uno de los vasos de chocolate que acababan de dejar sobre la mesa de la esquina, justo al lado de la ventana.
-Muy bien –respondió la más joven de las tres-. La verdad es que no tuvo nada que envidiarle a las fiestas de Nueva York.
Su hermana mayor soltó una carcajada.
-¡Venga ya! No fue para tanto. Las próximas sí que serán increíbles, ya verás.
-¿Y Abby, dónde acabó la noche? –quiso saber la rubia.
Aquella pregunta cogió a Sienna por sorpresa.
-¿Dónde? En su habitación, ¿dónde va a ser?
Las otras dos muchachas rieron.
-Esta dice que la vio besándose con Connor –apuntó Sophia-, por eso lo decíamos.
-¿Connor?
-Sí. Es uno de los chicos de la hermandad de Nathan, mi novio. Todo un rompecorazones.
-No teníamos ni idea de que el chico que le gustaba a Abby era Connor –explicó la morena-. ¡Por eso me impactó tanto verlos juntos!
La chica debió percatarse de la cara de extrañeza de su hermana pequeña, puesto que se apresuró a comprobar que no se había equivocado.
-Porque el misterioso chico que le gustaba era Connor, ¿verdad?
-No sé, supongo –Sienna buscó eludir la pregunta-. Ese chico era tan misterioso y Abby había guardado tan bien el secreto que no tengo ni idea de quién era.
-Es raro que durmiera en su habitación, teniendo en cuenta que hablamos de Connor. Rara vez se contiene hasta después de la primera cita –pese a no mencionar la palabra clave, todas supieron a qué se refería Brooke-. Deben de gustarse mucho.
Sienna sonrió.
-Puede ser.
Sophia, que calaba enseguida a las personas, se dio cuenta de que ese día la española estaba más parca en palabras de lo habitual. Además, no la había visto pegar un solo trago a su chocolate, que comenzaba a enfriarse dentro del vaso de cartón.
-Oye, Sienna, ¿estás bien?
La pregunta la hizo romperse un poco más, aunque se esforzó por ocultarlo.
-Claro, ¿por qué preguntas?
-Te noto rara…
Sus dos nuevas amigas se quedaron mirándola a la cara unos instantes sin decir nada. Nerviosa, notó cómo el labio inferior comenzaba a temblarle, al principio un poco, después mucho más.
-Cuéntanos lo que te pasa, hermanita –insistió Brooke, al tiempo que la cogía de la mano-. ¿Es por algo de la fiesta? Ayer no te vimos por ningún lado. ¡Estabas desaparecida!
No lo aguantó más.
-Es Matthew -al darse cuenta de que nunca les había hablado de él, se explicó mejor-… mi novio.
Ninguna de las dos chicas la interrumpió.
-¿Sabéis quién es Matthew Levine, el cantante de Meant to be? –ambas movieron la cabeza de arriba abajo-. Nos conocimos hace un año, en el colegio.
Acostumbrada a los gritos y saltos de emoción de la gente al oír hablar del chico, la reacción calmada de sus amigas la sorprendió.
-Lo sabíamos –reconoció Sophia.
-¿Qué?
-Ya sabíamos que eras esa Sienna, Sienna Davis, la novia de Matthew Levine.
Un silencio tirante colgó entre las tres.
-Pero… ¿cómo? ¿Desde cuándo?
-Desde el principio –reconoció la morena-. Verás…
Mientras las dos jóvenes le contaban cómo al principio únicamente se habían interesado por ella por el hecho de salir con el cantante de moda, sin llegar a desvelarle la encerrona que le prepararon el día de su primer encuentro, la española palideció.
-¿Entonces estaba planeado? ¿Solo me queríais en vuestra hermandad por Matthew? –un sombrío pensamiento le pasó por la mente; miró a Sophia a los ojos muy seria, acusándola- ¿Y Abby? ¿La cogisteis porque era mi amiga o de verdad pensabas lo que dijiste la otra noche?
-¡Eso fue al principio! En cuanto os conocimos, nos dimos cuenta de que erais buenas personas, el tipo de chicas que queremos como hermanas para Alfa Delta Pi.
-Te hemos conocido más estas semanas y, aunque reconocemos que hicimos mal al guiarnos por factores estúpidos como con quién sales o dejas de salir, no nos arrepentido de habernos fijado en ti. ¿Puedes perdonarnos? –la rubia la cogió de las manos de nuevo.
Sienna meditó un poco.
-Supongo que sí. Estoy un poco decepcionada, pero se me pasará…
-¡Gracias! ¡Eres la mejor! –Brooke la abrazó al mismo tiempo que Sophia sonreía.
-Somos tus hermanas y lo seremos siempre. Aunque hayamos comenzado con mal pie te lo compensaremos, ya verás –señaló esta última.
-Da igual, no pasa nada. Dadme un poco de tiempo; nada mejor que eso cura las heridas y los desengaños.
-Hablando de desengaños –apuntó su hermana mayor-. Hace un momento has dicho que pasaba algo con Matthew. ¿Quieres contárnoslo?
La más joven de las tres dudó. Nunca se podría haber imaginado que le tenderían una trampa así y eso la había hecho sentirse un poco utilizada, pero al mencionar al cantante, el alud de sentimientos que llevaba reprimiendo toda la mañana se le vino encima y supo que tenía que compartirlo con alguien para no explotar. Abby era la persona más adecuada para escuchar y ayudarla, pero en ese momento la pobre tenía bastante con sus propios problemas y arrepentimientos y no quería preocuparla, así que se lo contó. Si no confiaba en sus hermanas, ¿en quién iba a hacerlo?
-Habíais oído hablar de Matthew antes de que empezáramos a salir, ¿verdad? –preguntó.
Ambas asintieron.
-¡Por supuesto! Hace ya bastante tiempo que es famoso y desde siempre hemos sido seguidoras suyas. Sus baladas son preciosas.
-¿Y habéis oído hablar alguna vez de Haley Sinclair?
Ninguna habló, aunque por la seriedad de sus caras, la narradora comprendió que sabían a dónde quería llegar.
-La innombrable –acabó por decir Sophia.
-Sí, la “innombrable”, como la llaman muchas fans. Matthew me habló de ella hace algún tiempo, aunque yo había leído algunas cosas de ella por Internet con anterioridad. Como ya sabía, me contó que Haley había ganado un concurso musical y que la misma discográfica con la que trabaja él decidió contratarla. Grabaron algunas canciones juntos y...
Brooke apareció en la ayuda de su hermana menor.
-Y tuvieron una historia.
Sienna agachó la mirada.
-Algo así. Salieron un par de veces juntos, tuvieron una historia –repitió las palabras de la otra chica con un nudo en la garganta- pero no tenían nada en común y lo dejaron.
-Sí, algo habíamos oído –dijo Sophia, sin mencionar el gran bombazo que había supuesto esa relación musical y personal un par de años antes y inesperada reacción, tanto negativa como positiva, que causó en los fans de ambos.
-Cuando Matthew me habló de ella, me contó que hacía mucho tiempo que no sentía nada y que antes de que apareciera yo en su vida, la tenía más que olvidada. Sin embargo, lo que he visto esta mañana en una revista apunta todo lo contrario.
Explicó como Cassie, su huraña compañera de habitación, había dejado casualmente una revista del corazón sobre su escritorio con una enorme foto de Matthew y Haley dándose un tierno abrazo en la portada.
-Solo era un abrazo. No es para tanto –dijo Brooke, queriendo restar importancia al asunto-. Yo abrazo a todos los chicos con los que he estado y he terminado bien. Seguramente sigan siendo amigos.
-No sé… Por la forma en que me hablaba de ella, no me dio esa sensación. Me contó que era una pesada caprichosa y que le había traicionado muchas veces, por lo que no creía que pudieran mantener ni siquiera una relación de amistad. De todos modos, si fuera solo eso…
-¿Qué más había?
-En la misma portada, junto a su foto, se veía otra más pequeña en la que estaban cogidos de la mano en el backstage de un escenario. ¡Ni siquiera sabía que ella aparecería por su gira de conciertos, porque no tienen ninguna canción en conjunto! El título de la noticia era “vuelta a las andadas”. Y encima justo de esa imagen, había una foto de nosotros dos partida por la mitad con el texto “Matthew y Sienna, ¿crónica de una ruptura anunciada?”.
Las últimas palabras sonaron ahogadas por la tristeza.
-¡Cómo le gusta a la prensa buscar carnaza! –comentó intentando no aparentar interés, aunque sus ojos la traicionaron.
-Pues sí –dijo Brooke-. No es más que eso, carnaza. Si tú quieres a Matthew y sabes que él te quiere a ti, ¿por qué te preocupas por lo que cuatro periodistas sabelotodos puedan pensar?
-No es tan fácil. Sé que no debería darle importancia, pero llega un momento en que gotita a gota el vaso está tan lleno de agua que se desborda y verlo con Haley ha sido esa gota. Parece que todo el mundo esté deseando que nos separemos. ¿Qué más les da lo que sea de nuestras vidas?
-Hombre, ten en cuenta que Matthew es muy famoso –la rubia remarcó el “muy”-. Sus fans quieren saberlo todo, sobre todo respecto a su vida sentimental. Tienes que entender que esa es la cara B de la fama. Aguantar lo que te venga.
-¡Y lo hago! Lo hago… Aguanté las persecuciones de las fans, que nos impidieran tener una historia de amor normal, un tiroteo en el que casi lo pierdo, que no podamos tener ninguna intimidad… Lo que no puedo soportar es la distancia, no poder vernos y tener que leer estas cosas.
-Pero seguís en contacto aunque estéis separados, ¿no?
-Sí. Intentamos hablar por teléfono tanto como no es posible, pero echo mucho de menos verle y tenerle a mi lado.
-Si dudas de él –comentó Brooke-, mal vamos.
-No dudo. Solo tengo miedo.
-No lo tengas. Si te preocupan esas revistas, llámalo y cuéntaselo. Habla con él –la aconsejó Sophia.
-Lo he llamado esta mañana, nada más leer la noticia, y no me ha cogido el teléfono. Ayer tampoco. Entre eso y los cuchicheos de la gente de la residencia de estudiantes, me estoy volviendo loca.
Su hermana mayor volvió a abrazarla.
-Y eso no es todo. ¿Sabes la cantidad de vídeos que aparecen en Youtube si pones mi nombre y el de Matthew? Millones, y la mayoría de ellos criticándome. 
-¿Y eso qué más da? Entre esos millones, hay miles de personas que os respetan y os quieren, y eso es lo que importa. Además, por muy famoso que él sea y por muchas chicas que se le acerquen, el amor es cosa de dos y su corazón ya está ocupado. Por ti, Sienna, su inspiración, su princesa.
El tono bromista de la última frase y el hecho de que también Brooke hubiera leído el tweet del cantante logró relajarla y arrancarle una sonrisa.
-Tienes razón, soy una tonta al preocuparme de esta manera, pero no consigo dejar de pensar que en cualquier momento encontrará a otra mejor que le hará olvidarse de mí.
Justo en ese momento, escuchó el beep de un mensaje en su móvil. Como si hubiese escuchado sus palabras, Matthew le escribía un par de líneas. Sienna sonrió.
-¿Es él? ¿Qué dice?
-No puedo dejar de pensar en ti. Te extraño.

Más allá del mar - Capítulo 29



-Entrenador Alpert, le prometo que me he esforzado muchísimo en el entrenamiento de hoy, pero tengo un terrible dolor de cabeza y no he podido concentrarme en el balón más de dos minutos seguidos.
El imponente hombre lo contempló fijamente sin mediar palabra, aunque la frialdad de sus ojos hizo innecesario cualquier intercambio verbal.
No obstante, pasados unos minutos, habló al fin.
-Claro, ¿cómo no va a dolerte la cabeza si te pasas todas las noches de fiesta?
La acusación y el hecho de que en cierto modo fuera real le hirieron en lo más hondo.
-Pero señor, se equivoca, no he estado de fiesta. Yo…
-¿No has estado de fiesta? ¿Entonces dónde narices ha estado mi hija desde que salió de casa ayer por la tarde hasta que ha vuelto a casa a las seis de la mañana?
Un gélido silencio invadió el pasillo hacia los vestuarios. A lo lejos, sus compañeros de equipo, que habían reducido la velocidad con la que se encaminaban a las duchas, susurraron y estiraron el cuello para ver mejor la cara del antiguo alumno del St. Patrick’s.
-No es lo que cree, señor… –intentó excusarse Dean antes de ser interrumpido por el enérgico movimiento del entrenador.
-Me da igual lo que sea –alargó la mano derecha en el aire y la apoyó en el pecho del muchacho-. Prefiero no saber qué tejemanejes llevas con Taylor. En lo referente a mi hija, la ignorancia es la base de la felicidad, así que ahórrate las explicaciones. Sin embargo, no puedo pasar por alto tu bajo rendimiento deportivo en los entrenamientos, por lo que he tomado la decisión de que no juegues como titular en el próximo partido.
El chico recibió la noticia como una bomba que acababa de explotar.
-¡Señor! –exclamó, indignado.
Nunca antes había tenido que observar el partido desde el banquillo y mucho menos desde la grada, como tenía la impresión que le tocaría hacer en el primer partido de la temporada universitaria.
-A la ducha, señor Thompson –espetó, muy serio, el entrenador Alpert.
Cuando Dean abrió la boca para rechistar, el hombre giró sobre sí mismo y se marchó de allí, sin dar la posibilidad a su pupilo de quejarse.
El deportista se quedó plantado en el corredor, con la sorpresa aún visible en su rostro y los pies pegados al suelo, desconectados del resto de su cuerpo. Quiso gritar, chillar e insultar al padre de su amiga, a sus compañeros y al equipo entero. Sintió unos deseos irreprimibles de golpear la pared con la fuerza de un huracán y de tirar de un manotazo las bandejas de pelotas que se amontonaban a ambos lados. No estaba molesto, sino mucho más que eso. Enfadado, furioso, desesperado. No obstante, no hizo nada, más consciente que nunca de que su vida perfecta había llegado al fin y de que había entrado por primera vez en la vida real.
Se mordió el labio para contener la rabia hasta que notó el sabor de la sangre. Entonces, con los dientes teñidos de rojo, apretó el puño con fuerza y echó a andar hacia el vestuario.
A diferencia de lo que por regla general ocurría en las duchas del instituto cuando el capitán del equipo entraba en ellas, sus compañeros no corearon a viva voz su nombre, ni salieron a estrecharle la mano conforme él apareció bajo el umbral del portal. Sus ojos se encontraban perdidos en las manchas de tierra que habían quedado en el suelo tras la entrada de los demás muchachos, por lo que no percibió los intercambios de miradas de estos cuando lo vieron llegar. Lo que sí llegó a sus oídos, mientras se quitaba la camiseta y la tiraba impetuosamente contra el banquillo, fue un desafortunado comentario.
-Ese tío es un pena. Si no se tirara a la hija del entrenador, no estaría en el equipo.
Esas palabras fueron la gota que colmó el pequeño vaso de paciencia de Dean.
Con el torso desnudo y empapado de sudor y un fino hilillo de sangre escapándose entre sus labios, se volvió hacia el lugar del que había surgido aquella voz, donde se encontró con cuatro fornidos chicos que cogían las toallas de sus bolsas de deporte sin prestarle en apariencia atención alguna.
-¿Qué habéis dicho? –preguntó una voz dura y furiosa que le costó reconocer como la suya.
Los cuatro muchachos levantaron la cabeza al mismo tiempo.
Ninguno respondió.
-¿No me habéis oído? ¡Acabo de preguntar qué narices habéis dicho!
Uno de ellos, el más bajito y espigado, se atrevió a contestarle.
-Nada, tío.
A pesar de mantenerse calmado e intentar mostrar seriedad, una sonrisa traviesa flotó en sus labios durante una breve fracción de segundo.
-¿Me dejas por tonto? –el tono de la conversación iba subiendo cada vez más y el fuego que ardía en los ojos de Dean demostraba que lo peor estaba aún por llegar.
-No, en serio. No hemos dicho nada –intervino el mismo otra vez.
Puesto que ninguno de sus tres compañeros decía nada, Dean la tomó contra este. Haciendo uso de la fuerza de toro bravo que le había faltado en el entrenamiento, embistió contra el joven con fuerza y lo empotró contra la pared que había tras él.
Los murmullos que habían sonado por el vestuario unos minutos antes se acallaron por completo. Aquellos jugadores que estaban más cerca del agredido se echaron a un lado para esquivar un posible golpe perdido, mientras que los que quedaban junto Dean contemplaban anonadados el tremendo enfado de su compañero.
-¡Ten valor de decirme a la cara lo que estabas murmurando, imbécil! –lo amenazó rozándole la mejilla con el puño cerrado mientras las venas del brazo se hinchaban bajo la piel.
El otro chico, impresionado por la situación, temió que Dean le soltara un puñetazo.
-¡Joder, tío, era coña! –respondió-. Solo he dicho que estar con la hija del entrenador te beneficia, nada más, pero no lo decía en serio. ¡Solo era una broma!
Su enfurecido rival volvió a empujarlo contra la pared. El muchacho no logró retener un quejido al notar cómo su cabeza chocaba contra el muro.
-¿Una broma? ¿Qué mierda de broma es esa?
La mano izquierda apretaba el cuello de su compañero de equipo con tanta fuerza que pronto este comenzó a enrojecer y a respirar con dificultad.
-Para, por favor –suplicó.
-Discúlpate -exigió Dean.
El otro chico tomó aire como pudo y comenzó a excusarse.
-Lo siento –la última sílaba apenas pudo escucharse debido a la falta de aire-. Lo…
Al sentirse al mando, el antiguo alumno del St. Patrick’s notó cómo comenzaba a relajarse. Aflojó un poco la presión de su mano y separó el puño de la cara del chico, mirándole todavía de manera desafiante. Antes de dejarlo marchar, sin embargo, lo empujó una última vez contra la pared. El sonido del choque resonó en el silencio del vestuario.
-Cuida tu boca o me obligarás a partírtela –amenazó, convencido de haber ganado aquella partida.
Estaba furioso. Furioso con Taylor por distraerlo. Con el entrenador por machacarlo y negarle la oportunidad de jugar el primer partido. Con sus compañeros por burlarse de él. Furioso con todo y con todos. Lo único que logró tranquilizarlo en ese momento fue comprobar que podía seguir imponiéndose a la fuerza a los demás si se lo proponía. Por poco que fuera, algo no había cambiado.
-¡Eh, tíos, pero qué pasa! –alguien le puso la mano en el hombro con intención de sosegarlo y separarlo del otro futbolista que, indefenso, continuaba mirándole a los ojos con el rostro un poco girado como si esperara recibir un puñetazo.
Aquella voz agradable y calmada crispó los nervios ya destrozados de Dean. Resopló malhumorado pensando que su mala suerte no había terminado. Y es que, de todas las personas que podían haber intervenido en aquella pelea, había tenido que ser el sabiondo de Alec, el mismo que se le presentó el primer día y tuvo el descaro de decirle que no había jugado “tan” mal.
-Métete en tus asuntos –espetó conforme se giraba hacia el recién aparecido y apartaba su mano de un empujón.
Alec, cubierto con la toalla y los pies descalzos marcando sus dedos en el suelo, no se amedrentó.
-Relájate, colega, que no es para tanto. Si hubieras venido ayer a tomarte esas cervezas con nosotras sabrías que Eric es un cachondo y que le gusta bromear. No ha dicho nada con intención de molestarte y aún así se ha disculpado. Vamos a dejarlo aquí, ¿no? Además, somos un equipo. Tenemos que estar unidos y no enfrentarnos los unos a los otros por tonterías.
-¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro? –lo cortó de inmediato.
-Nadie –se apresuró a contestar su compañero-, pero como capitán del equipo me siento en la obligación moral de…
Dean no escuchó el resto de la frase. En cuanto escuchó la palabra “capitán”, su cerebro se desconectó de la conversación. ¿Capitán? ¿Ese idiota era el capitán, el líder del equipo?
Esa fue la gota que colmó el vaso.
-¡Déjame en paz! –estalló, empujándolo con tanta fuerza como poco antes había hecho con el otro chico.
No obstante, en esta ocasión no obtuvo buenos resultados. Frente a él, Alec permanecía inamovible y sin rastro alguno de temor en la mirada.
-Dean… -intentó frenarlo una vez más.
-¡Que me dejes! –gritó, echándole la mano al hombro con la intención de apartarlo.
Al no conseguirlo, Alec le agarró la mano, dispuesto a aguantar lo que hiciera falta. Los dos jóvenes forcejearon hasta que Dean comprendió que su rival le igualaba en fuerza. No conseguiría nada en un enfrentamiento directo, por lo que la única forma de zafarse de él, poder coger su mochila y marcharse de una vez por todas de aquel maldito vestuario era cogiéndolo desprevenido.
Sin pensar demasiado, empleó el único factor sorpresa que se le ocurrió.
Allí, en medio de la sala y rodeado de testigos, le pegó un puñetazo en plena cara.

domingo, 22 de julio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 28


Sin saber cómo había ocurrido, Sienna se encontró sacando fotos bajo la tela negra de aquella antigua cámara, con su cabeza separada por unos escasos centímetros de la del chico de gafas de pasta. Cansada de esperar la llegada de Abby, había aceptado la oferta del muchacho de echarle una mano en su trabajo nocturno, por lo que cuando su amiga volvió a entrar en el recinto, caminando junto a Nathan, decidió continuar charlando y haciendo compañía a Zach, el fotógrafo. Ignoraba qué habría pasado entre los dos durante su paseo por los puestos del mercado medieval, pero tenía clara una cosa: pensaba darle vía libre toda la noche y esperar a que fuera Abby quien corriera a buscarla para contárselo todo.
No obstante, tras un buen rato compartiendo risas y comentarios jocosos con su nuevo amigo, Sienna miró el reloj. Había transcurrido más de una hora y media desde su llegada a la fiesta y ninguna de sus compañeras había dado señales de vida. Respecto a su mejor amiga, confiaba que aquella fuera una buena señal. En cuanto a Yuri, Brooke y las demás jóvenes de la hermandad sospechaba que ni tan siquiera la habían echado en falta.
El muchacho debió de percatarse del vistazo rápido que le había lanzado al reloj, porque apoyó las manos con calma sobre la parte posterior de la cámara, la miró con semblante serio y le hizo una pregunta que la descolocó por completo.
-Te aburres conmigo, ¿verdad?
-¡Qué va, para nada! ¿Por qué dices eso? –le dedicó una mirada enfadada, como la que una madre le echa a su hijo cuando este acaba de decir que nadie lo quiere-. ¡Si no he dejado de reírme contigo ni un minuto?
El fotógrafo soltó su máquina y se dejó caer sobre la silla que tenía al lado.
-No sé, como mirabas el reloj, me ha dado la sensación de que querías marcharte.
Sienna le reprendió.
-¡Pues te equivocas! Me lo estoy pasando genial. Es solo que hace un montón de rato que no sé nada de ninguna de mis amigas y no sé…
-¿Estás preocupada por ellas? –quiso saber el chico.
-En parte sí, aunque al mismo tiempo pienso que si no ha venido ninguna a buscarme debe ser por algo. Estarán muy ocupadas conociendo al amor de su vida o bailando hasta caer rendidas.
La tristeza que la había embargado tras leer el mensaje de Matthew parecía haber desaparecido unos minutos antes. Sin embargo, en ese momento atacaba de nuevo, incluso con más fuerza.
-Si quieres echamos un vistazo por la zona VIP para ver qué están haciendo –sugirió el fotógrafo, con una sonrisa pícara en los labios.
-Es que no quiero molestarlas –repuso ella-. Seguro que…
-¡Venga, no seas quejica! –le respondió el chico-. Ven conmigo y vamos a ver qué hacen.
Sin esperar a que Sienna contestara, echó un vistazo alrededor para comprobar que no había nadie y que su cámara no estaría en peligro durante el tiempo que pasaran lejos de ella, cogió a la joven de un brazo y la arrastró al interior de la zona VIP.
-Pero…
-¡Nada de peros! Sígueme.
Pasaron por detrás de un grupo de altísimos chicos de hombros anchos, probablemente deportistas, que jugaban al beer pong con sus vasos de cerveza, y junto a unas chicas de una hermandad que Sienna no conocía y que la miraron de arriba abajo, como si la reconocieran. La española agachó la cabeza para esquivar aquellas miradas y se apresuró a seguir al chico, que la guiaba hacia el centro de la pista de baile.
-Mira, ahí está Mulán –le escuchó decir.
Dirigió la vista hacia el punto que señalaba y reconoció en ese mismo lugar a Yuri bailando sin parar, con las mejillas rojas por la fatiga, y el pelo despeinado de tanto salto, giro y abrazo.
-Lo dicho, ni se acuerdan de mí –gritó Sienna para que Zach la escuchara a pesar de caminar a unos pasos por delante de ella.
-¡Pesada! –le contestó él-. Vamos a buscar a la otra chica, venga.
-¡Abby! –chilló ella de nuevo.
-¿Qué? –el fotógrafo paró en seco y giró la cabeza para escuchar bien que le decía.
-¡Que se llama Abby! –explicó ella.
Zach sonrió.
-Busquemos a Abby entonces.
Siguieron caminando entre la multitud, que había aumentado una barbaridad desde que Sienna había abandonado la pista de baile para refugiarse en los lavabos y en la compañía de aquel peculiar muchacho al que parecía conocer de toda la vida. Era tal el gentío que la chica apenas alcanzaba a verse los pies, además de sentir un gran agobio al verse rodeada de tantas personas, mucho más altas que ella en su mayoría, por lo que decidió clavar la vista en el suelo y no volver a alzarla hasta no salir de aquel desagradable tumulto.
De pronto, notó cómo chocaba contra algo. Pese a que no le hacía falta mirar adelante para saber que había golpeado a Zach, levantó la cabeza para ver el motivo por el que el muchacho había parado en seco de caminar.
Frente a ella, el número de personas que festejaban aquella primera fiesta del curso escolar había decrecido, por lo que no tardó en detectar qué miraba el chico con la boca abierta.
-¡Abby! –gritó, aunque su chillido quedó ahogado por la canción que sonaba, estridente, por los altavoces que rodeaban aquel recinto.
Su amiga, a unos dos metros de ella, no se giró a ver quién la llamaba. No la había oído.
Ahogó el siguiente grito que amenazaba con escapar de su garganta al ver cómo el fotógrafo la miraba con mala cara.
-No le cortes el rollo –señaló, mientras señalaba a la otra chica, vestida tan dulcemente con el hermoso vestido blanco, que besaba empujada por una pasión irreprimible a un chico alto y de pelo rubio.
La española no supo qué hacer ni qué decir. ¿Quién era aquel chico al que Abby besaba como si no hubiera mañana? Desde donde estaba, no alcanzaba a verlo bien. ¿Era Nathan?
Su amiga se separó de su pareja un poco, quien giró hacia el lado contrario al que se encontraban ellos dos, impidiéndoles reconocerlo. El muchacho cogió a la neoyorquina de la mano y, sin decirle nada, la arrastró hacia el interior de una puerta que tenían a su lado: el cuarto de baño de chicos.
-Vaya, cuando la vi hace un rato no tenía pinta de ser tan lanzada –se burló Zach, suponiendo qué se disponían a hacer esos dos dentro de los aseos.
-¡Es que no lo es! –rechistó Sienna-. Abby es una niña muy buena y nunca la he visto hacer algo así. No me puedo creer que de verdad quiera hacer lo que estoy pensando…
Su gesto de agobio y malestar no pasó desapercibido al chico, que dejó de bromear de inmediato.
-Entonces, tal vez no quiera…
-¿Cómo que tal vez no quiera? –preguntó ella, algo perdida con toda aquella asombrosa situación.
-Pues eso, que igual no quiere hacerlo. A lo mejor no es consciente de que acaba de meterse en los baños de una fiesta con el frat boy de turno y que este espera más de dos besitos de ella. Puede que se le haya ido la mano con los chupitos y esté un poco borracha.
-¡Pero si Abby nunca bebe!
-Bueno, tampoco se mete en aseos con desconocidos y acaba de hacerlo. No deberíamos descartar nada ahora mismo, ¿no crees?
Sienna se quedó blanca como una sábana. Pese a ser un bromista nato, el chico le había dicho muy enserio aquellas últimas palabras y en cierto modo tenían sentido. ¿Y si su amiga estaba bajo los efectos del alcohol o de alguna droga y dejaba que hicieran con ella algo que no deseaba?
-¿Qué hacemos? –preguntó, con un nudo de angustia en la garganta.
-Lo que tú quieras –contestó el chico al mismo tiempo que se encogía de hombros-. Aunque si Abby es tal y como la describes, si ella fuera mi amiga, no la dejaría acabar lo que está comenzando ahí dentro.
* * * * *
-Bésame, preciosa –le pidió el muchacho mientras le lamía el cuello y jugueteaba con el escote de su vestido.
Estaba mareada, muy mareada. Apenas podía mantener los ojos abiertos. De vez en cuando conseguía centrarse y abrirlos durante unos segundos, pero todo se movía tanto a su alrededor que nunca lograba ver la cara del chico al que estaba besando.
Al sentir los labios de este bajando hacia su pecho, sus manos se dejaron guiar por un impulso irracional: el de apretarle la cabeza contra su cuerpo para que no se separa de ella jamás y disfrutar del momento.
-¡Eh, tú, fuera de ahí! –escuchó decir poco después de oír abrirse la puerta de aquella habitación de golpe.
A pesar de no ver quién había formulado esas palabras, la reconoció de inmediato por la voz.
-¿Sienna? –balbuceó.
Al subir la cabeza deprisa, sintió cómo se mareaba aún más.
 -No la toques –dijo una voz masculina.
-¿Quién eres tú para impedírmelo? –respondió otra vez de hombre.
Un empujón la tambaleó y la hizo caer en los brazos salvadores de Sienna.
-¡Zach, vámonos, por favor! –la oyó gritar, con un claro tono de temor en sus palabras.
Más golpes y ruidos que no supo cómo interpretar a su alrededor. Al otro lado de sus ojos abiertos, solo oscuridad.
-¡Vamos! –chilló la española, empujándola fuera del aseo y agarrando a alguien del brazo.
Después de eso, música en la lejanía. Una voz que podría ser la Rihanna, Beyoncé o Shakira, distante, meciéndola en una nana interminable. Y tras ello, silencio.
* * * * *
-No me puedo creer que ese sinvergüenza intentara propasarse con ella teniendo en cuenta el estado en que se encontraba –dijo Sienna, con el cuerpo apoyado contra la puerta del dormitorio de su amiga, donde esta descansaba, gimiendo de vez en cuando que se mareaba y llorando en sueños.
-Al menos no pasó nada. Los interrumpimos antes de que fuera demasiado tarde –señaló Zach, con una tímida sonrisa.
-¿Tú crees? –preguntó ella, evocando el momento en que abrieron la puerta del cuarto de baño y vieron al chico, con la cremallera bajada, remangando el vestido de su amiga.
-Sí, estoy seguro. Hemos llegado justo a tiempo.
La muchacha suspiró, esforzándose por creer en las palabras del fotógrafo.
-¿Estás segura de que no necesitas nada más? –se ofreció él, servicial.
-No, gracias. Ya has hecho bastante por hoy. Ahora sólo me queda esperar a que despierte para echarle una bronca por acabar como ha terminado. Pero eso vendrá mañana, y mañana será otro día –sonrió también con timidez.
-Buenas noches entonces –dijo el chico al mismo tiempo que daba un paso al frente y besaba la mejilla de la española.
-Buenas noches y gracias de nuevo –repitió ella, mientras una lágrima escapaba de sus ojos.
Para que no la viera llorar, giró sobre sí misma, entró en la habitación y cerró de un portazo. Al otro lado de la puerta, escuchó los pasos del chico de las gafas alejarse a paso lento por el largo camino de la zona femenina de Camino & Founders. En la escalera, probablemente, se encontraría con la vigilante de la planta, que lo acompañaría hasta la calle para cerciorarse que se cumpliera el tope de tiempo de cinco minutos que le había permitido pasar dentro de aquel ala de la residencia de estudiantes.
-¿Qué he hecho, Sienna? –oyó sollozar a su amiga, tumbada en la cama y con los ojos anegados en lágrimas.
-Tranquila, Abby, no has hecho nada –se forzó a mentir, puesto que desconocía qué se había perdido de toda aquella historia.
-Salí a pasear con Nathan y apareció Sophia y -rompió a llorar desconsoladamente-… Son pareja. No pude soportarlo y me derrumbé en la barra. Ese chico me invitó a algo. Parecía muy simpático al principio, tanto que me animé a jugar a “beso, atrevido, verdad” con él. De pronto, aquella copa se convirtió en otro, y otra más, y tras eso no recuerdo nada más, sólo que me besaba, me tocaba y…
Se sobrecogió.
-¡Dios, cómo he podido dejar que me tocara así! Menos mal que estabas ahí tú para rescatarme.
-No te preocupes, cariño, no ha sido nada –la consoló Sienna, acostándose sobre su amiga y fundiéndose con ella en un tierno abrazo-. Además, te lo debía después de cómo me protegiste tras mi primera fiesta en Nueva York y el desmadre posterior a mis siete minutos en el paraíso.
Al decir las últimas palabras, sonrió.
-Me piropeó. Me dijo que mi vestido era precioso, pero que no tanto como yo –siguió explicando la americana-. Después del disgusto al descubrir lo de Sophia y Nathan, necesitaba escuchar algo bueno y le creí. Confié en que no lo decía con dobles intenciones, en que lo pensaba de verdad y lo decía sin maldad.
-Olvídalo, Abby, de verdad. Ese tío no merece que sigas pensando en él.
-Solo quería darle envidia a Nathan y demostrarle a Sophia que yo también podía conquistar a un chico guapo. Solo quería… -murmuró, aún entre los brazos de la española.
-Ya pasó, Abby. Si tú estás bien, todo está bien. Olvida a ese tío. Es más, cierra los ojos y duérmete. Mañana cuando te despiertes lo verás todo de otra manera. Te lo prometo.

viernes, 20 de julio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 27


La pluma que había comprado en una pequeña librería del Barrio Latino rasgaba el folio en blanco a gran velocidad, imprimiendo en él palabras en un extraño idioma mezcla de inglés y francés. En el centro del gran anfiteatro, de cúpulas doradas y decoración clásica por medio de estatuas de mármol de antiguos rectores y artistas que pasaron por la universidad, el profesor de economía charlaba despreocupado, sin importarle que la mayoría de los alumnos miraran los altos techos medio adormilados mientras que el resto sudaba a mares para intentar tomar nota de todas sus palabras.  Como gran parte del claustro de la prestigiosa universidad francesa de la Sorbona, aquel hombre se dedicaba a soltar interminables peroratas para llenar la hora de clase y a pedir cuantos más deberes mejor para el día siguiente, como si de esa manera, los alumnos pudiesen compensar haber pasado toda la sesión en el aula escuchándole hablar de fórmulas matemáticas que jamás llegaban a utilizar.
Tras más de media hora anotando sin descanso, la mano de Cindy comenzó a resentirse. Sus dedos, enrojecidos, pedían a gritos un parón, una pausa de unos minutos para no entumecerse o terminar sangrando. Pese a no querer dejar de copiar, consciente de que la información que no escribiera se perdería para siempre en la gran sala, debió obedecer a su cerebro y parar. Dejó la pluma en la mesa, sobre la madera para no manchar los apuntes que con tanto esfuerzo estaba tomando, y dirigió la mirada al ventanal que tenía enfrente, a la altura de un segundo piso tras la mesa del profesor.
 Microeconomía, macroeconomía, déficit, gasto público, producción. ¡Qué tostón! ¿En qué momento se le había pasado por la cabeza inscribirse en esa asignatura? ¿Para qué perder el tiempo con problemas, ecuaciones y reflexiones sobre temas tan irrelevantes para ellas cuando contaba con tantos problemas propios?
A ojos de sus nuevos compañeros de clase, Cindy podía parecer feliz y sosegada. Como le había recomendado el psicólogo, se esforzaba por sonreír cada día y por relacionarse con la gente con la que coincidía en las aulas y en los pasillos, pero ni siquiera con toda su fuerza de voluntad conseguía estar totalmente bien.
Tenía días buenos, en los que paseaba con calma por el bosque de Bolonia o por los campos Elíseos y el sol que le quemaba los brazos la cargaba de energía. Tenía noches buenas, sobre todo si Lucas hacía acto de presencia y hacía temblar su mundo. No obstante, los momentos menos buenos comenzaban a amontonarse. Con el comienzo de las clases, los paseos por el Sena y los desayunos entre risa con el francés habían llegado a su fin. Además, por las tardes no podía verlo tanto como desearía, puesto que desde el primer día les había cargado de deberes y tareas para casa que se había propuesto llevar al día, así que con frecuencia se encontraba llamando al chico y disculpándose por no poder ir a la cafetería a verle. En otras ocasiones, como el día posterior a la misteriosa ausencia del pintor en la Rendez-vous des Amis, era este quien la dejaba plantada, y en varios casos sin tan siquiera avisarla.
La segunda vez que Lucas faltó a su encuentro en el tranquilo café donde siempre quedaban, Cindy volvió a caer en el error de bombardearlo a llamadas al móvil, desesperada y angustiada por saber de él. Sin embargo, ni con esas logró que él diera señales de vida. De nuevo salió del local, dándole vueltas a la cabeza y sintiendo como el corazón le latía presuroso y asustado. Caminó hasta el piso del chico y lo encontró vacío. A diferencia del primer día, en esa ocasión Lucas no respondió a sus llamadas desde el portal, pero ella no desistió en el intento y siguió marcando el mismo número sentada en el escalón del portal. Lo hizo hasta que cayó la noche y los vecinos del pintor comenzaron a mirarla con mala cara. Cuando el joven apareció, ya había pasado la medianoche y ella continuaba allí, con la vista fija en la punta de sus bailarinas plateadas y los ojos empapados de lágrimas. “¿Dónde estabas?”, preguntó sin gestos cariñosos, abrazos o sonrisas. El francés reconoció en su rostro el enfado y se acercó a besarla, pero ella rechazó el beso. “He quedado con el cliente que me llamó ayer para enseñarle el cuadro?”, fue su excusa. “¿Y dónde lo llevas?”, le interrogó Cindy, señalando a sus manos vacías. “Ya me lo ha comprado. Ahora mismo debe de estar en la casa de aquel ricachón, colgado de una hermosa pared repleta de obras de arte”. La sonrisa murió en sus labios al ver que la chica no le correspondía. “Me iba a dar un cheque. Ya lo tenía firmado y todo, pero cuando ha echado mano a la cartera se ha dado cuenta de que lo había olvidado en casa y he tenido que acompañarlo a recogerlo, por eso se me ha hecho tan tarde”, explicó. La rubia seguía molesta, aunque intentó confiar en las palabras del chico. No obstante, su sospecha volvió a aparecer cuando el artista la abrazó y le dijo que agradecía que hubiera estado esperándolo, pero que estaba destrozado tras un día tan largo y quería descansar. Ni siquiera la invitó a subir al piso, por lo que se tragó las ganas de estar con él y se marchó, defraudada. ¿Qué les estaba pasando? ¿A qué se debía el distanciamiento que había comenzado aquella tarde y que no hacía sino agravarse con el paso de los días?
Al otro lado de la ventana del aula, una paloma blanca sobrevoló el edificio, libre y despreocupada, devolviéndola a la realidad. Cindy suspiró, dolida. Por más que le doliera, la ilusión y la magia del principio empezaban a desaparecer. Demasiado pronto, cuando más falta le hacía para terminar de recuperarse de su enfermedad y de la tristeza y soledad que sentía al hallarse tan lejos de su madre y de sus amigas.
Se había precipitado. No había más. Debería haber esperado un poco antes de embarcarse en una nueva historia de amor. Tendría que haberse asegurado de que lo que sentía por Lucas era amor y de que ese sentimiento era recíproco.
Mordisqueó la parte trasera de la pluma y volvió a mirar sus apuntes a medio tomar en aquel trozo de papel. No le apetecía seguir copiando, y más ahora que había perdido el hilo de la explicación anterior del profesor. Suspiró otra vez, desanimada.
-¿Sabes por dónde vamos? –susurró la chica que había sentada a su lado.
Cindy giró la cara para fijarse por primera vez en ella y se encontró con dos límpidos y agradables ojos marrones enormes.
-No –confesó.
-Si quieres te dejo mis notas –se ofreció su compañera.
La americana sonrió.
-Gracias –murmuró, al mismo tiempo que tomaba entre sus manos los folios que aquella desconocida de ojos chocolate y corto cabello moreno.
Conforme hubo guardado las hojas de su compañera en una cuidada carpeta rosa para fotocopiarlos nada más acabar la clase, volvió a coger la pluma e intentó anotar lo que el huraño y aburrido profesor decía en ese momento. Sin embargo, sus pensamientos seguían actuando con libertad, llevándola a pensar en Lucas, en la distancia que había últimamente entre los dos y buscando una forma de romper ese hielo entre ellos para hacerles tener tantas ganas de estar juntos como unas semanas atrás.
¿Y si, sin avisar, se presentaba en la casa del pintor y le sorprendía con un atuendo picante? Con Dean esas cosas funcionaban. Aunque Dean y Lucas eran tan diferentes…
Bueno, al menos lo intentaría. Pensaba poner toda la carne en el asador para hacer salir adelante esa relación. Le habían roto el corazón una vez y no pensaba volver a repetir esa experiencia.
Sí, iba a hacer una locura, una idea que llevó a cabo un par de años atrás para otro chico distinto y con la que obtuvo buenísimos resultados. Un plan que requería pocos materiales: un conjunto de ropa interior bonito, como todos los que tenía, una gabardina larga, unos tacones de vértigo y la llave de repuesto que había visto esconder al chico en la parte superior de la puerta. Con eso, tenía el éxito asegurado.

sábado, 7 de julio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 26


Los labios de Sophia se separaron de los de su chico y formaron una hermosa sonrisa.
-¿Dónde te habías metido? He estado buscándote por todas partes, príncipe azul.
Nathan le acarició con ternura la mejilla antes de responderle.
-Me he encontrado con una amiga y hemos decidido salir a dar una vuelta por los puestos de la feria renacentista.
-¿Una amiga? –preguntó la joven al mismo tiempo que giraba el rostro y permitía que sus ojos se encontraran con los de su hermana pequeña en la hermandad-. ¡Pero Abby, si eres tú! No me había dado cuenta, y eso que estaba presente cuando te comprabas este vestido.
La rubia la agarró de la mano y la hizo girar un par de veces sobre sí misma para poder contemplarla más detalladamente.
-Madre mía, estás preciosa con el pelo así. Después de tanto rato de tiendas, parece que no nos hemos equivocado en nuestra selección.
Abby intentó con todas sus fuerzas agradecerle el cumplido, pero el beso del que acababa de ser testigo la había derrumbado por completo, por lo que apenas logró devolverle la sonrisa.
-Así que os ya conocíais -reflexionó la presidenta de la hermandad, mirando con suma atención a los dos muchachos-… no tenía ni idea.
-Sí –respondió al fin la neoyorquina-. Sienna y yo coincidimos con él el primer día que pasamos en la universidad, en la cola de registro.
Omitió que las ayudó a evitar la interminable espera colándolas por delante de tantos estudiantes del mismo modo que prefirió no decir que las había acompañado hasta el mismo pasillo de sus habitaciones. Pero, sobre todo, se cuidó de no descubrirle los sentimientos que albergaba hacia él. Nathan era el chico del que Yuri les había hablado aquel día en el columpio, el único que la había hecho acostarse a dormir pensando en algo distinto a los estudios, el que la había animado en primer lugar a plantearse la idea de unirse a una hermandad.
-¿Y vosotras de que os conocéis? –quiso saber él, curioso; en ningún momento se le había pasado por la cabeza que aquellas dos chicas tuvieran algo que ver.
-Abby es mi hermana pequeña en Alfa Delta Pi –respondió Sophia unos segundos antes de acercarse a ella, pasarle el brazo por los hombros, y darle un cariñoso achuchón.
-Vaya, qué sorpresa –señaló Nathan.
-Y que lo digas –murmuró muy bajito Abby, que seguía sin comprender nada de lo que estaba pasando-. Entonces, ¿estáis juntos?
Al notar que sus últimas palabras sonaron entrecortadas, intentó explicarse.
-Es decir, ¿sois pareja? –miró a la otra chica con el semblante sorprendido y cierto miedo en los ojos-. Nunca me habías hablado de él.
-¿Recuerdas la noche del rito de iniciación, cuando nos sentamos en el jardín con Brooke y las otras chicas? –le recordó su hermana mayor; ella asintió-. Estaba apunto de hablarte de él cuando escuchamos el grito en la cocina.
Abby recordaba perfectamente ese momento, porque también ella había estado apunto de reconocer ante sus nuevas amigas que había conocido a un guapísimo universitario de Alpha Omega que había provocado un vuelco en su corazón. ¡Menos mal que no había dicho nada!
-Sophia y yo llevamos juntos casi nueve meses –intervino el muchacho, cogiendo de la mano a su novia.
Un nudo se formó en la garganta de la más joven de los tres. Hacía unos minutos, esa mano masculina y fuerte había tocado la suya y le había dado alas. El tacto de su piel la había subido a las nubes. Y… ¿para qué? La historia se repetía. Maldita era su suerte. Después de tantos años sin fijarse en ningún chico, evitándolos a todos para no volver a pasarlo mal, sus sentimientos habían acabado por despertar con otro joven emparejado.
-Nos conocimos en un evento conjunto de nuestras hermandades. El primer curso, novatos los dos, comenzamos una amistad y cada vez nos llevábamos mejor, pero en ningún momento pensé que pudiera tener con ella ninguna posibilidad. ¡Sophia siempre estaba rodeada de chicos! Por eso, cuando durante una fiesta en el siguiente curso ella me dijo que le gustaba, no pude creerme mi suerte. Desde ese día, no nos hemos separado.
La pareja se dedicó una carantoña y se dirigieron una mirada indudablemente enamorada. Paralizada todavía por el descubrimiento y con el corazón hecho añicos, Abby se descubrió odiándolos. ¿Por qué demonios le había contado Nathan su historia? ¿Es que creía acaso que le importaba? Se mordió el labio con disimulo para calmar sus nervios. Por supuesto que le importaba, a quién quería engañar. Desde que vio a Sophia corriendo hacia el chico, había querido saber qué les unía, qué había entre ellos. Y ahora al fin lo sabía, aunque la respuesta no le gustara nada.
-¿Verdad, Abby? –por lo visto, mientras ella le daba vueltas a la cabeza, la rubia había dicho algo.
-¿Perdona? –se disculpó-. Con esta música tan fuerte, no he oído nada.
-Le estaba diciendo a Nathan que tal vez la historia se repita pronto entre nuestras hermandades, porque te gusta un chico de Alpha Omega y no vamos a rendirnos hasta que consigamos llamar su atención.
¿Qué? La boca de Abby se abrió de par en par como muestra de su sorpresa.
-Bueno, yo… -buscó las palabras más adecuadas para responderle, pero no se le ocurría nada; solo podía pensar en que, pese a su buena voluntad, Sophia acababa de meter la pata hasta el fondo.
Como a Nathan se le ocurriera preguntarle quién era aquel chico misterioso, acabarían por descubrirla. No conocía a ningún otro miembro de esa fraternidad, por lo que no podía arriesgarse a decir un nombre al tuntún. Hiciera lo que hiciese, estaba en un aprieto.
Por fortuna, el joven no se interesó por su vida amorosa, sino que al verla tan cortada y con las mejillas pintadas de rubor, decidió echarle un cable.
-Seguro que tiene mucha suerte con él. Aún así, de todas formas, no todas las personas somos lo que parecemos a simple vista. Te recomiendo que esperes un poco y lo conozcas mejor antes de lanzarte. No debería decirte esto, ya que mi deber es defender a mis hermanos, pero algunos de ellos son unos cafres de cuidado.
Sophia soltó una carcajada, mientras que Abby no pudo menos que esbozar una tímida sonrisa.
-Te tomaré la palabra. No me acercaré a él ni a ningún otro chico hasta estar segura de que es el adecuado.
Tanto Nathan como su novia volvieron a dedicarle una sonrisa.
-Ahora, si no os importa, voy a darme una vuelta por la fiesta a buscar a Sienna. La he visto antes con el fotógrafo en la puerta y no tenía muy buena cara, así que voy a ver cómo se encuentra.
-Claro, señorita Middleton –respondió el muchacho-. Ten mucho cuidado y disfruta de la fiesta.
-Vosotros también –dijo ella mientras miraba a la otra chica y se sentía terriblemente mal por los horribles pensamientos que tenía en ese momento en la cabeza.
-Nos vemos luego, princesa –se despidió Sophia, acercándose a ella y dándole un beso en la mejilla-. Pásalo bien y arrasa como tú sabes.
¿Arrasar? Sí, claro que arrasaría. Con los canapés que ofrecían en la barra al otro lado de la pista de baile, tan lejos de la parejita como le fuera posible. Y con los chupitos de tequila y de whisky de melocotón, porque esa noche necesitaba ahogar sus penas.
Había llegado a aquella fiesta como una princesa, ataviada con un precioso vestido y el corazón ilusionado, pero como todas las princesas, al llegar la medianoche se había acabado la magia y había vuelto a ser la misma Cenicienta de siempre. Triste, sola y con el corazón destrozado.
*****
Sienna había permanecido encerrada en el diminuto baño portátil tanto tiempo como había podido, pero cuando alguien fuera se puso a aporrear las paredes de plástico de forma reiterada, debió tomar la decisión de salir.
Nada más hacerlo, se encontró frente a frente con la chica de la pareja que había esperado tras ellas en la cola del photocall, que la miró con gesto disgustado al mismo tiempo que decía:
-Tenías que ser tú…
La española pasó de largo sin prestar atención a esas palabras. No tenía ganas de discutir con nadie, y menos esa noche, que tenía las defensas por los suelos tras leer el mensaje de Matthew en Twitter. De enzarzarse verbalmente con alguien, era consciente de que acabaría llorando.
Buscó a Abby y Yuri con la mirada, pero no consiguió ver a ninguna de las dos. ¿Dónde se habían metido? Si hace un momento estaban ahí, charlando y bailando con algunas de las otras chicas de Alpha Delta Pi… Bueno, tal vez no había sido hacía un momento, pero seguía pareciéndole tan raro que las dos se hubieran marchado sin decirle nada ni esperarla…
Mientras levantaba el cuello y escrutaba a un lado y a otro de la pista de baile en busca de sus dos amigas, notó como su teléfono vibraba de nuevo. Una llamada. ¿Una llamada? ¡Sí, una llamada! Y, después de leer las preciosas palabras de Matthew, estaba segura de que era él.
Se apresuró a buscar el móvil y a apretar el botón que aceptaba la llamada. Lo hizo tan rápido que ni siquiera leyó el nombre que rezaba la pantalla, por lo que la voz que escuchó al otro lado del terminal la sorprendió.
-¿Cariño?
Una voz femenina y dulce. La de su madre.
-¿Mamá?
-¡Hola, preciosa! ¿Cómo estás?
Sienna abrió la boca para responderle, pero la mujer se adelantó.
-Madre mía, cuánto ruido hay por detrás. ¿Estás en una fiesta?
-Sí, mamá. Hoy era la primera fiesta oficial de las hermandades, un evento medieval.
-¡Anda, qué bien! Me alegro mucho de saber que has comenzado la vida universitaria con tan buen pie.
-Bueno, sí… -su voz sonó triste, y la modelo se percató de inmediato.
-¿Qué pasa, cariño? ¿Algo no va bien?
-No, mamá, no es eso. Es… bueno, ya sabes… lo de siempre. Es por Matthew.
-¿Por Matthew? –preguntó la mujer extrañada-. ¡Si acabo de leer lo que ha colgado en Twitter y me ha encantado! ¿Qué pasa, que ha hecho algo malo y ha escrito eso para que lo vea todo el mundo y tengas que perdonarlo?
Sienna se asombró ante la disparatada idea de su madre. ¿Hacer algo malo y colgar una declaración de amor en una red social para que lo disculpara? Matthew no era ese tipo de chico.
-Qué va, nada de eso. Toda va muy bien entre los dos… Es solo que yo también he leído ese mensaje y… no sé, se me ha venido el mundo encima. Lo echo mucho de menos, y aunque sé que en Navidades volveremos a vernos y a pasar juntos más tiempo, me resulta insoportable esta espera –calló unos instantes antes de continuar-. La distancia es horrible.
Al otro lado de la línea, su madre sonrió.
-No sabes cuánto te entiendo, pequeña. Es muy difícil mantener una relación a distancia, sí, pero siempre merece la pena intentarlo en vez de cortar por lo sano antes de haber hecho lo imposible para mantenerla a flote, ¿no crees?
La joven suspiró. Sí, decirlo era muy fácil, pero hacerlo no tanto. ¿O es que acaso se le había olvidado ya que había dejado a su marido y había engañado a su hija para marcharse a cumplir un sueño sin intentar siquiera salvar su familia?
-No tienes que desanimarte, Sienna. Aunque ahora parezca que diciembre queda muy lejos y no va a llegar nunca, no puedes tirar la toalla ni hundirte por tenerlo tan lejos. Debes mantener la ilusión del primer día, tachar con una cruz un día más en el calendario y sonreír porque la espera se va acortando. Si no lo haces, te vendrás abajo y entonces, por muchos mensajes y llamadas que recibas, nada conseguirá animarte.
-Ya, si tienes razón, pero no sé… No quiero tener que esperar tanto tiempo. Quiero verlo ya.
-Pero no puedes y lo sabes. Sin embargo, sí puedes llamarlo y decirle que lo quieres y que lo echas de menos. Seguro que escuchar su voz te hará mucho bien.
La joven asintió. Se le hacía extrañísimo compartir a corazón abierto esas confidencias con su madre, a la que había llorado durante años y odiado, sin poder comprender su marcha, durante meses, aunque había que aceptar que la mujer acababa de darle un buen consejo.
-Tienes razón, mamá. En cuanto cuelgue la llamada lo llamaré para darle las gracias por el mensaje y saber qué tal está él.
-Claro que sí, pequeña, esa es la actitud. Optimista hasta cuando no tengas ganas de serlo.
A pesar de no poder verla, por la forma en que la modelo pronunció estas últimas palabras, Sienna supo que estaba sonriendo.
-Por cierto, ¿querías algo? –preguntó, curiosa ante la inesperada llamada de la mujer.
Si bien era cierto que intentaban mantenerse en contacto con e-mails casi diarios y llamándose a menudo, que la llamase a esas horas de la noche sin previo aviso se salía de lo normal.
-No, ¿por qué lo preguntas?
-Como me has llamado, creías que querrías decirme algo.
-¡Ah, sí! –exclamó Keira-. Realmente es una tontería, pero me hacía ilusión contártelo.
La mujer sonaba emocionada, tan feliz como una niña.
-Voy a volver a España en breve.
La noticia la cogió por sorpresa.
-¿A España? ¿Para qué?
-Las chicas y yo vamos a hacer una campaña en colaboración con una empresa de calzado alicantino y las fotos van a tomarse en las costas del Mediterráneo, así que probablemente alguno de esos días me deje caer por Javea.
-¿De verdad crees que es una buena idea? –preguntó la muchacha, que no pudo evitar imaginarse lo tenso y desagradable que sería el reencuentro de sus padres; eso sin contar con qué papel jugaría Marga, la pareja de su padre, si coincidieran en algún momento.
-¡Claro que sí! Me muero de ganas por pisar España. Además, no puedo desaprovechar esta oportunidad con la empresa.
-¿Seguro que solo es por eso? –inquirió Sienna-. ¿Papá no tiene nada que ver en todo esto?
Silencio.
-Mamá…
-No te preocupes, pequeña. No pienso hacer ninguna tontería.
Pese a no confiar demasiado en la promesa de su madre, la española decidió no inmiscuirse más en la vida de sus padres. Los dos eran lo bastante mayorcitos para saber qué hacían. Eso sin contar con que ya tenía bastantes problemas con echar de menos en la distancia a Matthew como para preocuparse por ellos.
Tras descubrir el motivo de la llamada, madre e hija continuar charlando un rato por teléfono hasta que la mayor de las dos se despidió de la otra animándola a disfrutar de la fiesta y pidiéndole disculpas por haberla interrumpido.
Nada más colgar el teléfono, Sienna marcó un número de memoria y esperó a que la otra persona descolgara su móvil y aceptara la llamada. Tenía ganas de hablar con él, darle las gracias por lo que había escrito de ella, y confesarle cuánto lo echaba de menos.
Por desgracia, el primer tono de llamada dio paso al segundo, y el segundo al tercero. El zumbido al otro lado del auricular se repitió unas cuantas veces hasta que al final una voz robótica le indicó que el teléfono que intentaba localizar no se encontraba disponible en ese momento.
¿Por qué no cogía Matthew la llamada? ¿Qué estaría haciendo? Se esforzó por hacer memoria y recordar si aquel día tenía concierto, pero había prevista tal gira de actuaciones y entrevistas en los siguientes meses que le resultó imposible saberlo con certeza.
Guardó el aparato en el lugar del que lo había sacado y entonces se fijó por primera vez en donde estaba. Sus pasos la habían hecho deambular por distintas partes de la fiesta sin rumbo fijo, sin apenas mirar por donde pisaba. Había esquivado a gente que bebía, gente que bailaba y gente que reía y charlaba animada hasta llegar al punto más remoto de la zona de baile: la puerta de acceso. En ese momento, concretamente, estaba frente al photocall, justo al lado del chico que les había tomado las fotos y les había dado la clave para poder verlas por Internet, quien permanecía sentado en una silla plegable de madera junto a la imponente cámara de fotos.
-¿Te has perdido? –preguntó el muchacho al observar a través de sus gafas de pasta el rostro confuso y triste de Sienna.
-No –respondió rápidamente ella-. Estoy buscando a una amiga.
-¿A cuál de las dos? ¿A Mulán o a la del vestido blanco?
La joven se sorprendió de que el chico las recordara con tal lujo de detalles.
-A la de blanco –se descubrió contestando, sin saber bien por qué.
-La vi salir hace ya un rato con un chico rubio –comentó el fotógrafo.
-Vaya, qué buen ojo tienes –señaló la española.
-Por algo soy fotógrafo –bromeó él.
-¿Eres fotógrafo de verdad? –se interesó por saber Sienna-. Pareces muy joven para dedicarte a ello profesionalmente…
-En realidad no. La fotografía solo es una afición más, un modo de llenar mis ratos libres. Algunos se apuntan a fraternidades y otros nos pasamos las horas muertas revelando fotos.
-No parece mal plan, aunque tiene que ser solitario, ¿no?
El muchacho sonrió.
-Mejor solo que mal acompañado.
También Sienna sonrió.
-Bueno, entonces me voy. No quiero ser mala compañía.
El chico se apresuró a responderle.
-¿Mala compañía tú? ¿Para nada? ¡Si eres la primera persona de esta fiesta que parece darse cuenta de que tras este armatoste –señaló la vieja cámara- hay una persona!
-¿De verdad que no molesto? Es que si te parece bien, me gustaría quedarme aquí un rato hasta que vuelva mi amiga. No tengo ganas de entrar sola a la fiesta.
-Claro que no, mujer. La verdad es que me viene muy bien algo de compañía.
-Trato hecho, entonces. Nos hacemos compañía mutua hasta que venga Abby.  Eso sí, me gustaría pedirte un favor.
-Claro, mujer. Lo que quieras.
-Es uno muy pequeñito pero muy importante –señaló ella muy seria-. Me llamo Sienna, así que no vuelvas a llamarme mujer.