domingo, 29 de abril de 2012

Más allá del mar - Capítulo 12


-¿Es ella? –susurró Brooke Jaeger, una altísima morena de piernas interminables, a su compañera, una chica igual de alta y atractiva de cabellos rubios.
-Sí, es ella –respondió Sophia Atkinson, agazapada entre los arbustos.
-Es mucho más guapa de lo que parece en las fotos –dijo una; la otra asintió.
Las dos muchachas, vestidas con camisetas del mismo modelo en tono rosa palo, intercambiaron una mirada de aprobación antes de volver a asomar la cabeza.
-¿Crees que está interesada en Alfa Delta Pi? –pregunta Brooke.
-No lo sé. Tal vez aún no, pero lo estará –afirmó con seguridad Sophia.
Si Sienna Davis era inteligente, sabría que elegir Alfa Delta Pi es su mejor opción. Las dos lo sabían, aunque estaban tan nerviosas ante la idea de captar para su hermandad a la novia del artista de éxito del momento. Además, eran conscientes de que el resto de hermandades estarían también al acecho, por lo que les preocupaba meter la pata y perder esa oportunidad única.
Frente a ellas, por el camino de piedra que llevaba desde Camino y Founders hasta Manchester Canyon Fields, el lugar donde se llevaría a cabo la primera ronda de selección de novatas por parte de las diferentes hermandades del campus, paseaban Sienna, Abby y Yuri. De las tres, la española era la que menos interés tenía por participar en aquel proceso, puesto que tan solo había aceptado unirse a una hermandad para lograr que sus dos amigas se callaran.
Desde la conversación que mantuvieron al respecto la primera tarde que pasaron en San Diego, han transcurrido tres jornadas más en las que las chicas se han dedicado a diversas tareas. Tomaron el autobús para hacer la compra en Walmart y volvieron a casa tan cargadas de bolsas que apenas consiguieron llegar de la parada al edificio donde se encontraba su residencia. Comenzaron a decorar sus dormitorios y adquirir los libros de las asignaturas que tenían que cursar ese semestre. Sienna lamentó que Cassie, su compañera de cuarto, no quisiera unirse a ellas, ya que no pudieron elegir juntas cómo colocar las camas para optimizar mejor el reducido espacio de sus dormitorios ni compraron a juego los edredones para sus lechos, como sí hicieron Yuri y Abby. Además, fue en esos días cuando la española descubrió el mercado de los libros de segunda mano en la universidad. Aunque pretendía comprar todo el material para ese curso nuevo, acabó cediendo a la compra de libros usados cuando descubrió que el manual que usarían en la clase de Literatura Británica, la guía Norton, costaba más de ciento cincuenta dólares.
A pesar de que entre una cosa y otra, apenas tuvieron tiempo de preocuparse por nada más, el único tema que no dejaba de aparecer en las conversaciones de Abby y Yuri era el de unirse a una hermandad, así que al final la española debió dar su brazo a torcer y aceptó participar con ellas en el proceso de selección.
-Tengo muchísimas ganas de conocer a las chicas de Alfa Delta Pi –comentó Abby, muy emocionada-. Por lo que tengo entendido, son la mejor hermandad de la universidad en todos los aspectos. Ganan todos los años los concursos de la semana griega, son las que organizan las obras benéficas más exitosas y además tienen una buenísima relación con los chicos de Alfa Omega.
Las otras dos jóvenes rieron a la par.
-¡Qué casualidad, con Alfa Omega! ¿Acaso conoces a alguien de esa fraternidad? –bromeó Sienna; su amiga se sonrojó al escuchar aquella mención a Nathan, pero no dijo nada.
-Lo que sí es una casualidad es que quieras ser parte de Alfa Delta Pi –intervino la coreana- porque ese es también mi objetivo. Mi madre fue Alfa durante sus estudios universitarios y guarda buenísimos recuerdos de esa época. A parte de que me gustaría formar parte de esa aventura a mí también, sé que si no me aceptan, mi madre jamás volverá a verme con los mismos ojos.
La confesión caló hondo en Sienna, que hasta ese momento se había mantenido al margen de la conversación.
-Mi madre no estuvo en ninguna hermandad cuando estudiaba, así que por lo menos no tengo ese problema. Eso sí, solo aceptaré unirme a una fraternidad si vosotras estáis en ella.
Abby se acercó a la joven y le dio un fuerte abrazo.
-Yo tampoco podría estar en un grupo distinto al tuyo, Sienna. ¡Somos inseparables!
-Recemos entonces para que no nos dividan, porque si nos eligen hermandades diferentes, no hay marcha atrás salvo renunciar a formar parte del sistema griego. Y, de estar en asociaciones diferentes no solo no podríamos ser inseparables, sino que seríamos rivales –apuntó Yuri.
Abby y Sienna asintieron con la cabeza.
La joven de pelo rizado tomó la palabra a la vez que se echaba hacia atrás un rizo que se le había soltado de la coleta y lo recogía con una horquilla negra.
-Bueno, no nos pongamos en lo peor antes de tiempo. Seguro que todo nos sale bien, ya veréis. Nada ni nadie podrá separarnos.
* * * * *
Ajenas a los dos pares de ojos que las habían estado observando un rato antes, las tres chicas llegaron al claro de césped donde se iba a inaugurar la semana de inscripción.
Los nervios de última hora empezaban a hacer mella en las jóvenes, que se cuestionaban si la ropa que había escogido para la ocasión era la más adecuada.
 -Mira a esas chicas de allí – Abby señaló de forma poco discreta a un grupo de muchachas vestidas con unos elegantes y bonitos vestidos que poco tenían que envidiar a los típicos atuendos del sector femenino del St. Patrick’s-. ¿Van demasiado arregladas o somos nosotras las que desentonamos con esta ropa informal?
Su compañera de habitación se apresuró a tranquilizarla.
-No te preocupes, Abby. Nosotras vamos bien; son ellas las que se creen que van a participar en un concurso de belleza.
-Sí, relájate –la imitó Sienna.
En vista de que su amiga no parecía más calmada, la coreana volvió a hablar.
-Piensa que en el proceso de selección hay cuatro fases: las presentaciones, la filantropía, los sketches y la etapa de preferencia. En cada una de ellas, según me explicó mi madre, se recomienda un tipo de indumentaria distinta. Para las presentaciones, lo más adecuado es vestir de forma cómoda e informal, ya que esta actividad dura prácticamente todo el día. Venir de tiros largos a la ronda de presentaciones es querer aparentar lo que no eres y, créeme, al final del día apenas van a conseguir mantenerse en pie sobre esos tacones, si es que no se quedan hundidas en el suelo antes –se jactó-. Además, en las dos últimas fases hay que escoger ropa más de vestir como vestidos de día, faldas o vestidos de fiesta. ¿Qué van a ponerse entonces si han usado sus mejores prendas en el primer momento?
Al comprender que su nueva amiga tenía razón, Abby respiró aliviada. Por un momento, al comparar su falda caqui y su camiseta verde oscuro con los vestidos de las otras chicas, había pensado lo peor.
Antes de que tuviera tiempo para responder a las palabras de ánimo de sus compañeras, una chica de unos veinte años con un vestido blanco al más puro estilo ibicenco dio un par de golpecitos al micrófono que había en lo alto del escenario en el centro del campo.
De súbito, el barullo de muchachas nerviosas quedó en silencio.
-Buenos días –la joven ponente dedicó a su público una enorme sonrisa que dejaba ver sus perfectos dientes blancos-. Mi nombre es Quinn Gilbert y soy la representante del consejo panhelénico. En nombre de las presidentas de todas y cada una de las hermandades presentes en la Universidad de San Diego, quiero agradeceros vuestra participación en esta primera jornada de selección de nuevos miembros.
Unas cuantas muchachas aplaudieron tímidamente.
-Imagino que muchas de vosotras acabáis de llegar al campus y venís cargadas de ilusión por encontrar a alguien que os guíe durante vuestros primeros meses aquí. Buscáis a una persona que os aconseje qué clases coger y cuáles no, una amiga que os de su apoyo y su comprensión cuando comencéis a añorar a vuestras familias y a amigos en vuestras ciudades de origen. ¿Me equivoco? –nadie le llevó la contraria, por lo que volvió a sonreír, complacida.
Permaneció unos segundos en silencio, un tiempo que había calculado y ensayado anteriormente para dar más emoción a su discurso.
-Pues bien, ahora os pido una cosa. Mirad a vuestro alrededor –todas las chicas hicieron lo que se les pedía; Sienna, sin embargo, no pudo evitar sonreír divertida por aquel estúpido dramatismo-. Ahora veis muchas caras, rostros desconocidos que no os dicen nada, tanto allí –Quinn señaló al lado en que se encontraban las candidatas y después apuntó al extremo en que se hallaban las representantes de las distintas hermandades, atentas a su charla-, como aquí. Si decidís continuar con este proceso y uniros a una hermandad, en unos meses, o incluso menos, reconoceréis esas caras y en cada una de ellas encontraréis a esa amiga que tanto habéis buscado. Por eso, si alguien duda acerca de su decisión, debéis saber que no os habéis equivocado. Acabéis en la hermandad que acabéis, seréis bien acogidas, queridas y respetadas, y ese amor incondicional no podréis encontrarlo en ningún otro sitio que no sea aquí.
De nuevo una pausa antes de continuar hablando.
-Sin más dilación, quiero volver a mostraros nuestro agradecimiento por haber optado a formar parte del equipo panhelénico. En nombre de todos los integrantes de las hermandades… bienvenidas y suerte.

domingo, 22 de abril de 2012

Más allá del mar - Capítulo 11


Lo aguardaba bajo una farola que acababa de dar la bienvenida a las primeras penumbras con un brillo anaranjado. Se había recogido el pelo en un discreto moño adornado con un bonito lazo de seda rojo. Mientras mataba el tiempo mascando un chicle de fresa que había comprado de camino a su encuentro con el francés, daba golpecitos con el pie en el suelo sin apenas darse cuenta, nerviosa.
Cuando lo vio llegar a lo lejos, sonrió. No la había hecho esperar demasiado, tan solo unos tres minutos, pero Cindy llevaba todo el día pensando en él, pendiente del lento movimiento de las agujas del reloj, indecisa acerca de qué ropa ponerse y cómo actuar.
Caminando a paso raudo hacia ella, el muchacho levantó su mano derecha en el aire y la saludó desplegando también una sonrisa. La joven lo escudriñó con detenimiento, intentando leer en cualquier detalle de él qué pretendía con aquel encuentro.
“Lleva unos vaqueros desgastados, como los que usa a diario para pintar pero sin manchas de colores, y tampoco parece que se haya pasado demasiado tiempo escogiendo esa camiseta verde militar un tanto descolorida. Igual es cierto que únicamente se ha interesado en mí como modelo para un cuadro y no tiene ninguna curiosidad por conocerme”. Sus inseguridades provocaron que la sonrisa de sus labios se debilitara hasta volverse casi imperceptible. “Menuda tonta… toda la tarde mirándome en el espejo para llamar su atención y seguro que ni se da cuenta de que me he cambiado el peinado”.
-Hola, preciosa –la saludó el muchacho nada más llegar a su lado.
Daba la sensación de que había realizado parte del trayecto corriendo, puesto que respiraba agitado. Sin embargo, fue el corazón de Cindy el que amenazó con pararse de un momento a otro cuando el pintor se acercó a ella, le pasó un brazo por la espalda y la atrajo hacia él para darle dos besos en las mejillas. Excepto Sienna, nunca antes ninguna persona a la que conociera tan poco la había saludado con tal cariño y efusividad, y si a eso le sumaba que el chico era guapísimo…
-Hola.
-Qué guapa estás con esa blusa roja; te da un toque muy sexy –comentó el joven.
Cindy se sonrojó. ¡Se había dado cuenta! ¡Aunque había creído que no lo haría, se había fijado en ella!
-Adulador –bromeó, recuperando la alegría que poco rato antes se había entremezclado en ella con sus nervios creando una desagradable sensación de miedo.
-De adulador nada –le respondió él, mirándola de arriba abajo-. El rojo de la camisa te favorece y encima esos vaqueros tan ceñidos te hacen unas piernas interminables. Imagino que no llevarás mucho tiempo esperando, porque sino tendrías alrededor un círculo de chicos intentando cortejarte.
Los dos se rieron a la vez.
Segundos después, Lucas ofreció su mano a la joven sin dejar de mirarla a los ojos.
-¿Vamos? –fue más una sugerencia que una pregunta; en los ojos de la muchacha podía ver con claridad la respuesta.
Cindy asintió moviendo un poco la cabeza. Atrapó la mano, varonil a la par que cuidada, y entrelazó sus dedos en los del chico.
Echaron a andar en silencio, escuchando tan solo la sirena de un barco que recorría el Sena con parsimonia mientras un par de parejas bailaban entre risas en la borda, abrazadas fuertemente.
En ese momento, por primera vez desde que había puesto en la capital francesa, la americana sintió que París era de verdad la ciudad del amor.
* * * * *
El estudio del pintor no era demasiado grande, aunque sus dimensiones resultaban más que suficientes para un solo habitante. Un diminuto cuarto de baño de grifos oxidados, un dormitorio con una cama de matrimonio granate y unas preciosas vistas al Puente Nuevo y un salón que se comunicaba con la cocina por medio de una barra americana.
 -Con que esta es el refugio del artista –comentó en tono jocoso Cindy mientras se quitaba lentamente el pañuelo que llevaba anudado al cuello.
-Así es –respondió Lucas al tiempo que abrió los brazos de par en par-. Mi pequeño gran hogar. Un microondas, una nevera, un lecho donde pasar la noche y, ante todo, mis materiales de pintura. ¿Quién puede pedir nada más?
El chico cogió el pañuelo de su invitada y lo dobló con cuidado antes de dejarlo en una silla. Mientras tanto, ella lo miraba preguntándose qué debía hacer. Nadie le había pedido pintarla antes, y mucho menos en la intimidad de su casa, por lo que no sabía cuáles eran las reglas del juego.
-¿Dónde me pongo? –inquirió al ver que Lucas no le decía nada y se limitaba a quitarse la camisa mostrándole su pecho desnudo.
-¿Perdona? –el pintor no entendió la pregunta.
-Para que me pintes, que dónde quieres que me ponga –se mordió el labio inferior sin percatarse, nerviosa; él se dio cuenta antes que ella.
Dio un par de pasos hacia ella y le acarició la mejilla con la punta de los dedos.
-Relájate, pequeña, que voy a pintarte, no a robarte el alma.
-Muy gracioso –se quejó Cindy.
Lucas le guiñó un ojo antes de señalar hacia la larga mesa de roble que había entre las dos ventanas del salón, justo frente a un antiguo espejo de bordes dorados.
-Ponte allí en medio y déjame que te vea –pidió al mismo tiempo que se descalzaba y pisaba el frío suelo con sus pies desnudos.
La americana hizo lo que le pedían sin rechistar. Caminó hacia las ventanas y al llegar al final de la mesa, miró al pintor.
-Quédate ahí quieta un segundo –solicitó el joven mientras colocaba su caballete en el centro de la sala y esperaba que la inspiración llamara a su puerta.
No tardó en hacerlo. Poco después, ya sabía exactamente qué imagen quería retratar.
-Siéntate sobre la mesa.
-¿Cómo? –quiso saber ella -. ¿De frente, de espaldas, sentada como un indio?
-No, así no. Espera –se apresuró a llegar al lado de la joven y, una vez allí, apartó una silla, colocó a Cindy en su lugar y la empujó con delicadeza sobre la mesa-. Ahora sí.
Regresó al caballete y dibujó en un par de rasgos la habitación. Al disponerse a hacer el primer esbozo de la figura de la chica, tuvo una nueva idea.
-Quítate los zapatos y pon los pies sobre la silla. Apoya solo la parte delantera: quiero los talones en el aire –la rubia se descalzó de sus bonitos salones rojos, los apartó a un lado e hizo lo que el joven pintor le pedía-. Mírame de lado, por encima del hombro. Muy bien, ahora no te muevas… perfecta.
-Como siempre –bromeó Cindy, lanzándole una mirada pícara con el rostro medio girado.
-¡Mírala ella, que creída! –dijo Lucas, tras soltar una sonora carcajada.
-De creída nada, realista –respondió; pese a haber comenzado a valorarse un poco más de lo que lo hacía antes, no se creía sus propias palabras, pero le divertía juguetear con el pintor.
-La verdad es que tienes razón. Eres la chica más guapa que ha pasado por esa mesa.
Cindy se levantó de allí de un salto, fingiendo indignación.
-¡Oye! ¿De qué vas, pintor de brocha gorda? ¡No sabes con quién estás hablando! –nada más decir las últimas palabras, se mordió la lengua; no debería haber dicho nada.
Lucas, aún con el pincel en la mano, se aproximó a ella. El semblante, serio, no mostraba ni un ápice lo divertida que le parecía aquella situación. Le encantaba tener a Cindy allí, en su casa, descalza sobre su mesa, sonriéndole de aquella manera tan graciosa y atrevida a la vez.
-Pues no –dijo-. ¿Con quién estoy hablando?
-Conmigo, Cindy –respondió ella, rezando para que el artista no quisiera indagar más.
Uno de los motivos principales que la habían hecho poner tierra de por medio con Nueva York era que quería poder ser ella misma, no la hija de la famosísima Bianca. Su mayor deseo era pasar desapercibida tanto tiempo como resultara posible.
-¿Y quién es usted, señorita Cindy? –Lucas acercó su cara lentamente a la de la chica, que notó cómo un escalofrío le recorría la piel.
-La chica más guapa que ha pasado por esa mesa y, sin duda, la primera chica que se niegue a ser una más en tu lista.
El pintor no esperaba esa respuesta, por lo que se separó de ella de golpe  y se echó a reír de nuevo.
-¡Eres increíble, de verdad! –respondió.
-No sé si tomarme eso como un cumplido o como un insulto.
-Tómatelo como un halago. Ahora no solo eres la más guapa, sino también la más divertida y original a la que nunca he pintado.
Cindy se sonrojó.
-Gracias… supongo.
Lucas volvió ante el lienzo todavía blanco y continuó trazando la imagen inicial. Sin embargo, no logró dibujar demasiado, puesto que los ojos claros de la joven le distraían con facilidad.
-Sube la cabeza y deja de mirarme de esa manera, que uno no es de piedra.
Por primera vez en todo el tiempo que llevaban en el estudio, la americana no hizo caso a las peticiones de su anfitrión. Tras insistir un par de veces, Lucas tuvo que alejarse una vez más de su pintura y ponerse al lado de la joven.
-Así –le subió la barbilla un poco con un débil roce de su mano.
En cuanto Lucas dio un par de pasos de regreso a su caballete, la rubia bajó la cabeza.
Cuando se dio cuenta, el chico rehizo sus pasos y volvió a llevar a cabo la misma acción. Ella tomó la misma actitud. Lucas le colocó bien la cabeza y ella la bajó. Una vez más. Y otra, cada vez más cerca el uno del otro.
El juego se repitió unas cinco veces sin que ninguno de los dos dejara de sonreír.
A la sexta, Lucas no se pudo reprimir. Le alzó la cara una vez más, aunque esta vez hasta más arriba, de forma que los labios encarnados de la americana se encontraron con los del francés, que había dejado de sonreír.
Ambos permanecieron así unos instantes, respirando el aire del otro, rozándose el alma.
Lucas esperaba que ella se echara atrás, pero la joven no lo hizo. Él tampoco. Todo lo contrario, antes de que el tiempo rompiera la magia de aquel momento, echó la cara un milímetro al frente, lento a la par que desenfadado, y la besó.

domingo, 15 de abril de 2012

Más allá del mar - Capítulo 10


-Venga, cuéntame cómo os conocisteis –insistió Yuri por enésima vez.
Para aprovechar las últimas horas de luz de aquel día tan largo, Sienna, Abby y su nueva amiga habían decidido dar una vuelta por el terreno de la universidad y así conocer un poco más el lugar donde pasarían los siguientes meses.
En ese momento, se encontraban en el medio de una de las numerosas laderas de verde césped que separaban las diferentes facultades. A su alrededor, entre enormes y frondosos árboles de grandes hojas, paseaban muchos otros jóvenes. La mayoría de ellos caminaban despacio, con los ojos abiertos de par en par, atentos a cada pequeño detalle de su nuevo hogar. Otros, sin embargo, se cruzaban con ellas sin dirigirles una sola mirada, muy concentrados en llegar a algún lugar específico que las tres chicas jugaban a adivinar.
Aunque la coreana había intentado morderse la lengua para no preguntar por Matthew desde que se había puesto como una loca en la puerta de la habitación, no pudo aguantar más y acabó por hacer la pregunta a la que venía dándole vueltas en la cabeza todo el rato.
Sienna sonrió, tímida, antes de comenzar a hablar.
-Nos conocimos en el avión cuando viajaba de España a Nueva York –explicó mientras se apartaba un mechón de pelo de la cara-. Nunca antes lo había visto en la prensa ni en la televisión, ya que por aquel entonces aún no era famoso en España, así que cuando se sentó a mi lado y empezó a darme conversación me molestó un poco.
-¿Cómo pudo molestarte eso? –preguntó Yuri, asombrada-. ¡Si es guapísimo! Si un chico como él se sentara junto a mí y me prestara un poco de atención, me volvería loca.
-No estaba pasando un buen momento y lo pagué con él, supongo… -se excusó Sienna, bajando la voz.
No tenía ganas de hablar de Matthew. Pese a que le encantaba contar la historia de cómo se conocieron y rememorar sus aventuras juntos hasta aquel precioso primer beso en el recibidor del hotel Plaza, en ese momento, a miles de kilómetros de distancia del muchacho, pensar en él le hacía mucho daño. Llevaban algún tiempo sin verse y lo echaba mucho de menos. Por suerte existían las videollamadas, el MSN y mil formas más de estar en contacto, pero de todas formas no podía dejar de añorarlo.
Yuri había contemplado a la española atentamente mientras esta hablaba, intentando analizar cada uno de sus gestos en busca de aquello tan especial que había enamorado al cantante más deseado del momento. Su piel de porcelana, sin una sola peca, grano o imperfección, la hacía hermosa, aunque lo que más le llamaba la atención era el color de su pelo. Castaño clarito, como si se hubiera dado un baño de color para imitar el tono de los rayos de sol. Cuando hablaba de Matthew, sus ojos grandes brillaban de una forma especial y no podía parar de mover las manos. Era muy guapa, eso era cierto, pero no logró ver en ella nada que no pudiera encontrar en mil chicas más.
Había estado tan pendiente de la joven que no le pasó inadvertido el rubor que apareció en sus mejillas segundos antes de callarse. Vio cómo se mordía el labio y cómo agachaba la cabeza y supo sin necesidad de ninguna palabra que la chica estaba pasándolo mal, por lo que decidió darle un poco de tregua y cambiar el rumbo de la conversación.
-¿Y tú, Abby? ¿Has dejado algún corazón roto en Nueva York? –preguntó, a lo que la aludida se echó a reír.
-¿Quién, yo? –soltó una carcajada desenfadada-. Qué va. Como no sea el mío…
-¿Y eso? ¿Alguien te ha hecho daño? –quiso saber Yuri, curiosa.
-Hace mucho tiempo que no me enamoro. La única vez que creí sentir algo por alguien me vi metida en un triángulo amoroso que no acabó nada bien y no tengo ganas de repetir –comentó Abby, pensando en Dean.
-Menuda tontería –apuntó la coreana-. Nadie es dueño y señor de sus sentimientos, así que por muy mal que te fuera en el pasado, no me creo que hayas cerrado tu corazón para siempre y que te vayas a negar una oportunidad en el futuro.
Agradecida por el giro que había dado la conversación, Sienna también se animó a hablar.
-Claro que no es verdad. ¡Si no llevamos ni un día aquí y ya le ha echado el ojo a alguien! –al escuchar esas palabras, Yuri se volvió hacia Abby sorprendida.
-¡No puede ser! ¿De verdad?
-¡No! –chilló Abby a la vez que lanzaba una mirada severa a Sienna-. Es un chico muy guapo pero no estoy enamorada. Además, él está muy por encima de mis posibilidades. Nathan jamás se fijaría en mí….
-Vaya, si hasta tiene nombre –bromeó la coreana-… y un nombre bastante sexy, la verdad. Estoy segura de que ese Nathan tiene que ser un bombón.
-Lo es, créeme –dijo Abby, con voz soñadora.
Las tres chicas rieron al unísono.
-¿Por qué dices que no estás a su altura? –se interesó por saber Yuri-. A mí me pareces una chica muy guapa.
Abby se sonrojó. No estaba acostumbrada a recibir cumplidos por parte de desconocidos y mucho menos a creérselos. Nunca había confiado demasiado en ella misma en aspectos más allá de los académicos y le costaba creer que alguien la considerara guapa. Aún así, aunque su compañera de cuarto lo dijera en serio, dudaba mucho que Nathan compartiera su opinión.
-Cuando lo veas, lo sabrás al instante –explicó-. Más allá de lo físico, por todo. Es mayor que yo, así que para él no soy más que una niñata.
-Somos –la interrumpió Sienna.
-¿Cómo que niñatas? –dijo Yuri, indignada-. ¡Somos universitarias! A estas alturas, un año más que menos no supone ninguna diferencia.
A unos metros de ellas, dos chicas con una camiseta rosa decorada con letras griegas se fundieron en un cariñoso abrazo. Al verlas, Abby continuó hablando.
-Aparte de la diferencia de edad, está en una hermandad. Seguro que trata a diario con chicas mil veces más interesantes que yo. Solo por el hecho de estar en una hermandad queda claro que oportunidades no le deben faltar para tener novia. Con las pedazo de fiestas que se montan… Únicamente nos ha dirigido la palabra porque éramos su acto de caridad del día.
-Bueno, tampoco será para tanto –intentó animarla Sienna-. Se ha acercado a hablar con nosotras entre un montón de chicos y chicas más, así que algo especial debe haber visto en nosotras, ¿no?
-Dirás en ti, porque lo que soy yo, no creo que tenga nada que quite el hipo desde lejos.
La española abrazó a su amiga con cariño a la vez que la regañaba al oído por ser tan pesimista.
-No seas tan quejica –dijo Yuri; aunque hacía escasas horas que se habían conocido, ninguna se sorprendió al escucharla hablar así, puesto que desde el primer momento había mostrado su carácter abierto y dinámico-. Yo sí que no tengo nada de especial a simple vista. Para la mayoría de los americanitos, soy una asiática más, igual a otros mil chinos, japoneses y coreanos. Aunque he nacido en Estados Unidos, por tener padres coreanos muchas veces me he encontrado con gente que me ha despreciado. Y, aún así, llevo a mis espaldas alguna que otra historia –guiñó un ojo mientras lo decía-. Si yo he conseguido enamorarme y ser correspondida, tú también lo lograrás cuando te quites de encima esa coraza que tú sola te has puesto.
Las tres caminaron en silencio observando los pabellones que iban encontrando a su paso. Muchos de ellos tenían un aspecto similar a aquel al edificio donde se encontraba su residencia de estudiantes: blancos, de aspecto español y con enormes fuentes delante. Sin embargo, también había otros de aspecto rococó que parecían haber servido de iglesia antes que de universidad.
En ese preciso momento, pasaban junto a una fuente de piedra. En el borde de la misma, con los pies descalzos sumergidos en el agua, una pareja charlaba animadamente sin soltarse de la mano.
-En cuanto a lo de la hermandad –siguió hablando la coreana-, no deberías preocuparte por eso ya que dentro de poco también tú formarás parte de una de ellas.
La contundencia con la que formuló aquellas palabras provocó que sus dos acompañantes se pararan en seco.
-¿Qué? –preguntaron a la vez.
-¿Qué? –las imitó Yuri antes de sacar la lengua de forma burlona-. Lo que habéis oído. Que tú, señorita Abby, vas a formar parte de una hermandad conmigo. Y tú, señorita Sienna, estás invitada a unirte a nosotras en la búsqueda de la hermandad perfecta.
De nuevo, risas.
-¡Estás loca! –exclamó Sienna.
-¿Cómo que loca? ¿Es que no os dais cuenta de lo genial que va a ser? Nuevas amigas, fiestas, chicos –miró a Abby y le guiñó un ojo-… ¡No podemos estudiar en la universidad y dejar de unirnos a una hermandad! Esa ha sido desde siempre la ilusión de mi vida.
-Pues qué ilusión más rara –repuso su compañera de cuarto, contagiada por la ilusión de Yuri-. Aunque estás en lo cierto, sería muy divertido, sobre todo si estuviéramos las tres juntas. También nos vendría bien para adaptarnos del todo a la vida universitaria
Miró a Sienna para ver qué tal había recibido la idea.
-No sé –respondió esta.
-Piénsatelo, ¿vale? –pidió la asiática, con su característica sonrisa en los labios-. Pero no mucho que dentro de un par de días hay que formalizar la inscripción para empezar el proceso de selección.
-Bueno, aparte de unirte a una hermandad, hay alguna otra cosa que también te haga especial ilusión –esta vez fue Abby quien hizo la pregunta.
Yuri no tardó en contestar.
-Hace un año, al inicio del último curso de instituto, empecé a pensar en qué universidad quería estudiar y desde el primer momento supe que escogería la de San Diego. Esa misma noche hice una lista con mis metas para mis años universitarios, así que tengo muy claros mis objetivos.
-¿Y cuáles son? –preguntó la española.
Para su sorpresa, la coreana sacó un pequeño papelito del bolsillo de su pantalón, lo desplegó y comenzó a leer:
-Punto número uno: quiero hacer nuevos amigos, pero especialmente, quiero encontrar a esas personas con las que quedarme despierta toda la noche para hablar, a las que poder contarle cualquier cosa y compartir con ellas todo y a las que visitar en sus ciudades de origen cuando acabe mis estudios.
En sus palabras, sus dos nuevas amigas intuyeron cierta emoción oculta. Cualquiera de ellas deseaba lo mismo de esa nueva etapa en sus vidas y habían acabado juntas paseando por los diversos rincones de la universidad. ¿Habrían encontrado tan pronto a esas compañeras inseparables?
-Punta número dos: unirme a una hermandad.
-¡Qué raro! –bromeó Sienna.
Yuri la ignoró y continuó enumerando intenciones.
-Punto número tres: sacar sobresaliente en todas las asignaturas… y, por último, quiero aprender a moverme por todo San Diego sin tener que usar el TomTom.
La idea provocó las risas de las otras dos chicas.
-¿Y vosotras? –les preguntó.
Sienna se encogió de hombros. Había estado tan ocupada adaptándose a convivir con su madre de nueva y apurando al máximo los últimos momentos con Matthew, que no se había parado a plantearse qué pretendía obtener de ese nuevo período en su vida. Su mejor amiga, sin embargo, sí lo tenía claro.
-Más o menos lo mismo que tú, aunque añadiría una cosa más. Quiero ser parte del club Alcalá.
-¿El club Alcalá? –Sienna no sabía a qué se refería; en ninguna de las conversaciones que habían tenido antes de viajar a San Diego, su compañera había mencionado ese nombre.
-Es una organización secreta que reúne a los alumnos más prometedores de la universidad. No sé sabe con certeza si existe, pero quienes lo creen, aseguran que todos los miembros de ese club salen de la universidad con un puesto de trabajo asegurado –comentó, con un tono de voz misterioso.
-Pues sí que nos has salido exigente… ¡y yo que pensaba que pedía mucho al desear tener todo dieces! –señaló Yuri, entre risas-. Bueno, ¿qué os parece si volvemos a la residencia y buscamos por allí al lado algún sitio donde cenar? Comienza a oscurecer y mis tripas me están recordando que hace un buen rato que no he comido nada.
-Claro –aceptó Sienna; las tres giraron en redondo y echaron a caminar en dirección contraria a la que habían llevado todo el tiempo-. Solo que hay un problema… ¿alguna de las dos está segura de cuál es el camino más corto para regresar a casa?
Una vez más, las tres amigas compartieron risas. Se habían perdido, pero no pasaba nada puesto que estaban juntas y de ese modo se sentían protegidas.
Tras deambular un buen rato entre edificios de fachadas impolutas y cuestas fatigantes, llegaron a su destino y cenaron juntas en el comedor de la residencia. Las hamburguesas y patatas no eran ni por asomo las más ricas que habían probado, pero no les importó. En su paseo por la universidad habían visto un par de locales con muy buena pinta donde planeaban comer y cenar en los posteriores días.
Se despidieron en la puerta del dormitorio de Sienna.
Abby y Yuri pasaron gran parte de la noche charlando sobre hermandades e imaginando cómo debía ser formar parte de una de ellas. Sienna, en cambio, pasó toda la noche despierta y pensativa, en silencio. Intentó un par de veces hablar con su compañera, que estaba ya acostada en su cama cuando volvió a su cuarto. Cassie no dijo nada. Por algún extraño motivo, a la española le dio la sensación de que su compañera de cuarto no la tenía en gran estima, especialmente después de que Yuri gritará a diestro y siniestro que era la novia de Matthew Levine. ¿Sería Cassie una de esas detractoras acérrimas del cantante y por eso le tenía manía o simplemente creía que Sienna quería ser protagonista y que la trataran como una estrella?
Fuera como fuese, faltaban menos de un par de horas para que amaneciera cuando al fin dejó de pensar y se durmió. Ya había trascurrido un día. Un día más separada de Matthew, un día menos para su reencuentro en Navidad.

domingo, 8 de abril de 2012

Más allá del mar - Capítulo 9

Abrió los ojos de golpe al escuchar por tercera vez el despertador. En las dos ocasiones anteriores, se había limitado a darle un golpe al aparato y continuar durmiendo a pierna suelta. La cabeza le daba vueltas. Estaba mareado, hecho polvo y con una desagradable sensación de angustia en el estómago. De haber sido mujer, habría pensado que estaba embarazada. En su caso, supo que el alcohol y descontrol de la noche anterior llamaban a su puerta para pasar factura.
-Mierda –exclamó cuando vio la hora que era destellando en la brillante superficie del reloj que descansaba en su mesita; aquella mañana tenía el primer entrenamiento con el equipo y llegaba tarde.
Se puso de pie de un salto con la intención de echar su equipación dentro de la bolsa de deporte, meterse a la ducha para espabilarse un poco y arreglarse lo mejor posible para salir corriendo hacia el entrenamiento, pero algo se enredó en sus brazos y frenó su carrera. Un brazo pálido y delgado que lo había tenido agarrado por la cintura gran parte de la noche.
Quieto, miró el cuerpo desnudo que dormía en su amplio lecho de matrimonio en un intento de recordar qué había hecho la noche anterior y quién era su compañera de cama. No pudo ver la cara de la joven, puesto que esta se encontraba de espaldas a él. Lo único visible de un simple vistazo era la larga melena dorada que llegaba hasta la cintura de la desconocida. El cabello, revuelto a causa de los juegos apasionados que habían compartido la noche anterior, trajo un único nombre a la mente de Dean.
-¿Cindy? –preguntó, atónito.
¿Qué demonios hacía la chica allí? ¿No se suponía que había dejado la ciudad y que estaba estudiando en París? A pesar de haber cortado el contacto tras su desencuentro en la fiesta de fin de curso que celebraron en el Queen of Pop II, las noticias habían acabado por llegar hasta él por medio de sus amigos en común.
En la cama, el cuerpo se movió. La muchacha giró sobre sí misma y estiró a su lado el brazo que poco antes había acariciado a Dean, buscándolo. La melena se apartó de su rostro y dio al joven la respuesta que estaba buscando.
No, aquella mujer desnuda en su cama no era Cindy. Su primera reacción fue suspirar aliviado. Después, cuando los recuerdos comenzaron a regresar a él, no pudo evitar proferir otra maldición.
-Mierda –repitió.
Aquel primer cóctel compartido en una de las barras móviles de la fiesta de presentación había dado paso a otro más, a otro, a diez más. Antes de darse cuenta, se encontraban en el centro de la pista bailando a escasos milímetros el uno del otro la última canción de LMFAO. Los atrevidos contoneos de la rubia y sus insinuantes movimientos había provocado lo inevitable: acabaron besándose con furia en el cuarto de baño.
-Llévame a casa –le había pedido ella, con la respiración entrecortada tras varios minutos de besos interrumpidos.
Él no lo había dudado.
Riendo sin parar, salir del recinto y montaron en la limusina que los esperaba fuera para llevarlos a la otra punta de la ciudad. No había visto a sus compañeros de equipo ni había conocido a ningún otro alumno de su clase, pero no lo importó. Esa noche era de ellos dos.
Y después… pasión desatada, juegos, risas, cosquillas en el vientre desnudo, más bebidas y alcohol. Una noche muy larga que había causado estragos en el estado físico del deportista.
Antes de que Taylor se despertara, Dean corrió hacia el cuarto de baño y se desnudó por completo para meterse en la ducha. Abrió el grifo mientras se desvestía para que el agua se calentara y, pese a estar en verano todavía, se dejó bañar por el agua cuando de esta salía un vapor ardiente.
-Buenos días, sexy –dijo alguien a su espalda.
Con el telefonillo de la ducha en la mano, se giró de golpe, sobresaltado. Como era de esperar, se trataba de Taylor que, sin más ropa que la sábana en la que se había envuelto, lo contemplaba con una sonrisa pícara en los labios.
-¿Quieres compartir ducha conmigo? –sugirió, juguetona.
-Tengo mucha prisa –regruñó él, sin dejar de pensar en la dura mañana que le esperaba-. Tal vez más tarde.
-Claro –sonrió ella; instantes después, salió del baño y cerró la puerta tras de sí.
Durante el resto de tiempo que el joven tardó en ducharse, arreglarse y peinarse a la perfección, la muchacha no volvió a asomarse al lavabo. Curioso, asomó la cabeza hacia su cuarto y encontró la habitación vacía. Taylor se había marchado.
Cuando fue a coger la bolsa de deportes, vio una nota sobre ella:
¿Comemos juntos? Te llevaré a probar las pizzas más ricas de la ciudad mientras tú seas mi postre.
Y, debajo, un número de teléfono, su nombre en hermosas letras redondas y un corazón.
Dean soltó una carcajada, aunque no estaba muy contento. Sí, lo había pasado bien con aquella chica tan atractiva, pero en ningún momento había pretendido que llegaran a nada más, y creía habérselo dejado muy claro entre cubata y cubata en la fiesta. ¿Por qué pensaba que iba a querer comer con ella?
Bueno, al menos ya se había marchado. Si no la llamaba, tal vez lograra librarse de ella un tiempo.
Corrió hacia el lugar de entrenamiento con su bolsa colgada al hombro. No tardó demasiado en recorrer la distancia que separaba su casa del campo de fútbol donde el equipo de fútbol americano de la universidad de Columbia iniciaba esa mañana las primeras sesiones de entrenamiento antes del comienzo de la liga.
Había ido a practicar por su cuenta unos días antes, por lo que no perdió ni un segundo paseando por el estadio, buscando el camino o admirando el impresionante edificio. Sin entretenerse, se dirigió a los vestuarios, dejó la bolsa de deporte y, una vez que hubo comprobado que llevaba todo lo necesario para el entrenamiento, salió al terreno de juego.
Sus compañeros se hallaban calentando alrededor del campo.
-Buenos días, bella durmiente –gritó el entrenador, de rostro adusto y serio.
Se habían conocido unos meses atrás, cuando lo había seleccionado entre miles de deportistas del país y había decidido abrirle las puertas a una de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos. Su primera impresión había sido la de hallarse ante un hombre seguro de sí mismo, orgulloso y duro; el tipo de entrenador que necesitaba un equipo de calidad para destacar sobre los demás. En ese momento, pudo comprobar que no se había equivocado, puesto que en las simpáticas palabras que le había dedicado notó un tono amargo. Sin decir nada, le estaba regañando por llegar tarde.
-Disculpe mi tardanza, señor Alpert, pero me ha surgido un imprevisto y…
El hombre lo cortó a media explicación.
-Nada de excusas, jovencito. Quiero verte corriendo junto al resto de tus compañeros antes de que cuente hasta tres. Ya hablaremos al fin del entrenamiento.
Dean no se atrevió a rechistar.
Apenas había entrado en calor tras unas diez vueltas al campo cuando el señor Alpert explicó la siguiente actividad del calentamiento. Tras ella, comenzaron a practicar tiros, estrategias y placajes.
Aunque estaba acostumbrado a machacarse al máximo, aquella sesión de entrenamiento fue la más dura que Dean podía recordar en toda su vida. Además, la alocada noche que había pasado con Taylor lo había dejado con las pilas descargadas y estaba muy cansado. Quiso creer que todos los demás se hallaban en las mismas circunstancias, pero cuando miró a sus compañeros, ninguno mostraba signos de estar apunto de morir de agotamiento.
Como si no hubiera tenido bastante con darse cuenta del bajo estado físico y mental en que se encontraba, el entrenador aprovechó lo últimos cinco minutos del entrenamiento para criticarlo ante los demás y dejarlo por los suelos. Dean, acostumbrado a ser la estrella de ese equipo, no había caído en la cuenta hasta ese momento de que a partir de entonces estaría rodeado de los mejores jugadores de la nación, a su nivel o incluso mucho mejores que él.
-Espabila o empezarás la temporada chupando banquillo –le amenazó el hombre antes de despedirse de sus pupilos sin esbozar la más ligera sonrisa y permitirles marcharse a los vestuarios para darse una bien merecida ducha.
Dean resopló enfadado, aunque no le respondió. Sabía que no ganaría nada teniendo una actitud chulesca.
A mitad de camino entre el centro de campo y los vestuarios, mientras oía charlar animadamente a sus nuevos compañeros, se relajó un poco. Todo el mundo tenía un mal día, ¿no?
Ignoraba que lo peor estaba aún por llegar.
Y es que, en el campo de fútbol, una hermosa chica rubia había hecho acto de presencia y se había acercado a saludar al entrenador Alpert con una sonrisa y un beso. Taylor.

domingo, 1 de abril de 2012

Más allá del mar - Capítulo 8

-¿Hola? –susurró una vocecilla apagada que Sienna apenas escuchó; hasta el segundo saludo, no se volvió hacia la puerta a ver de quién se trataba.
En el umbral de la entrada, con la mano apretada con fuerza en el tirador de una maleta oscura, una chica de aspecto serio y tranquilo la contemplaba fijamente sin atreverse a entrar.
-¡Vaya! ¡Hola! No te había oído llegar –exclamó Sienna, aún más nerviosa que antes.
La joven esbozó una discreta sonrisa y dio un paso al frente antes de quedarse quieta de nuevo.
-¿Puedes con todo? –preguntó la española, bastante cortada por el silencio de la desconocida.
-Sí –el monosílabo fue su única respuesta.
-Pasa entonces, ¿no? –se esforzó por continuar hablando pese a no saber muy bien qué decir.
La chica la miró con desconfianza. Unos segundos después, cuando pareció haberla evaluado y la hubo observado de arriba abajo hasta comprobar que Sienna no suponía ningún peligro, introdujo en su totalidad la maleta dentro del cuarto y cerró la puerta tras ella.
-Bueno, parece que vamos a ser compañeras de cuarto este curso –comentó Sienna, remarcando lo evidente para romper el hielo.
Se sintió estúpida al decir esa frase, pero no se le ocurría mucho más para iniciar una conversación con la chica que dormiría a su lado durante los siguientes nueve meses.
-Soy Sienna –añadió al mismo tiempo que tendía el brazo en el aire a la espera de que la otra muchacha le diera la mano.
-Yo Cassie –la chica, de melena pelirroja y rizada, la miró con sus enormes ojos castaños y volvió a sonreír, más relajada esta vez-. Soy de aquí al lado, de California. ¿Y tú? ¿De dónde vienes?
-Vivo en Nueva York, pero soy española de ascendencia americana.
-Vamos, que eres de todas partes y de ninguna, ¿no?
Sienna soltó una carcajada. Respiró aliviada. Por un momento había temido que su compañera de cuarto fuera una engreída, una rancia o quién sabe qué otra cosa terrible más. Sin embargo, oírla bromear la hizo comprobar que solo estaba tan nerviosa como ella.
Charlaron un rato mientras Cassie vaciaba su equipaje y colocaba distintas prendas de ropa en las perchas que colgaban desnudas en el armario.
Apenas habían terminado de organizarlo todo cuando oyeron a alguien tocar a la puerta.
Nada más abrir, la española vio a su mejor amiga apoyada en la puerta de la habitación de enfrente parloteando con otra chica.
Abby llevaba el pelo mojado y suelto sobre los hombros. Se había cambiado de ropa y en ese momento lucía un gracioso vestido vaquero, una finita diadema oscura y unas sandalias negras.
-¡Hola! –gritó esta, entusiasmada; se moría de ganas de presentar a las dos muchachas.
No le dio tiempo a decir nada más, puesto que la coreana dio un salto al frente en cuanto vio a Sienna al otro lado de la puerta. Con la boca abierta de par en par y los ojos como platos, le colocó las manos sobre los hombros y la tocó como si quisiera comprobar que era real.
-¡Oh, dios mío! –pronunció las tres palabras despacio, marcando con fuerza cada sílaba-. ¡Eres Sienna Davis! ¡Madre mía, no me lo puedo creer! ¡Sienna Davis!
A escasa distancia de ellas, Cassie había dejado de emparejar su lado del dormitorio y se había quedado observando con curiosidad la escena.
-Eh… sí, soy Sienna. ¿Y tú eres? –la efusividad de la desconocida la sorprendió.
Abby intervino rápidamente, con una enorme sonrisa en los labios.
-Sienna, esta es Yuri, mi compañera de habitación –se giró hacia la asiática y continuó con la presentación-. Yuri, mi mejor amiga, Sienna.
La española volvió a repetir el gesto de estrechar la mano. La otra joven, sin embargo, no reaccionó. Se limitó simplemente a seguir balbuceando. Entre palabras entrecortadas y emocionadas, las demás pudieron saber al fin a qué se debía aquel alboroto.
-¡Dios, dios, dios! ¡Sienna Davis! Madre mía, cuando se lo diga a mis amigas del instituto van a alucinar. En el mismo pasillo de mi residencia, Sienna Davis, la novia de Matthew Levine. ¡Esto es increíble!
En el interior de la habitación, todas escucharon a Cassie resoplar, pero ninguna se giró a ver qué le pasaba. Abby estaba demasiado ocupada en pedir disculpas en silencio a su amiga y Sienna intentaba tranquilizar a Yuri y hacerla callar antes de que el resto de chicas de la planta descubrieran quién era.
Se había acostumbrado a las preguntas insistentes de las adolescentes desconocidas que la paraban por la calle para obtener información de Matthew, igual que había aprendido a vivir con mil fotógrafos pegados a sus pies pendientes de cazarla en una situación comprometida tanto con el cantante como sin él, pero lo cierto es que estaba bastante cansada y harta.
Uno de los motivos por lo que había escogido la universidad de San Diego para comenzar sus estudios superiores fue por la distancia de Nueva York, sus millones de turistas y sus paparazzi. En la otra punta del país, lejos de las agencias de fotografía de siempre y de los estudios de televisión, lejos de Matthew, había creído que la dejarían en paz. Desafortunadamente, como la coreana acababa de demostrarle, por más kilómetros que pusiera de por medio, en cualquier parte de los Estados Unidos seguirían reconociéndola y seguirían yendo tras ella. No tenía escapatoria.
-¿Cómo es que estás aquí y no con Matthew de gira? Si yo fuera tú no lo dejaría solo ni a sol ni a sombra. ¿Tú sabes la de tías locas que darían cualquier cosa por salir con él? Créeme, hay mucha loca que haría lo imposible por robártelo. ¿O es que acaso no estáis juntos?
Desde que se habían estrechado las manos, Yuri no había parado de hablar. Si un rato antes había querido saberlo todo sobre Abby sin apenas conocerla, en ese momento, cuando tenía delante a una de las chicas más envidiadas del país, ansiaba saber mucho más. Consciente de que sería difícil frenarla, Abby la empujó en el interior de la habitación de su amiga y cerró la puerta.
-Déjala un poco, Yuri, que la vas a asustar –bromeó.
Su nueva compañera le hizo caso y se calló antes de volver a tomar la palabra.
-Perdonadme las dos, de verdad. No me esperaba esto para nada y me ha hecho mucha ilusión encontrarme contigo de repente –explicó mirando fijamente a Sienna-. Me encantan las canciones de tu novio y he leído tanto sobre vosotros dos que cuando te he visto he sentido como si nos conociéramos de toda la vida.
Tras decir esas palabras, permaneció en silencio. Por fin, Sienna volvió a sonreír.
-No te preocupes, yo también siento como si nos conociéramos de siempre –señaló.
¿Cómo no tener esa sensación después de haberla escuchado pronunciar más de mil palabras en menos de un minuto? Y, a pesar de todo, pese a su locura repentina, a su cháchara descontrolada y su evidente fanatismo, aquella chica no le caía nada mal.
-¡No sabes cuánto me alegro de escuchar eso! –exclamó Abby, más aliviada tras ver que su mejor amiga no la odiaba por haber provocado aquel extraño encuentro en el medio de la residencia de estudiantes-. Por cierto, ¿no nos presentas a tu compañera de cuarto?
Apuntó con la barbilla hacia Cassie, que de espaldas a ellas disponía un portátil plateado sobre el escritorio.
-Sí, claro –dijo Sienna-. Esta es Cassie, de California.
Yuri se abalanzó sobre ella a abrazarla.
-¡Encantada de conocerte, Cassie!
La otra chica, tensa, se limitó a darle un par de palmaditas en la espalda.
Abby, contenta, se acercó también a saludar a la californiana.
-Yo soy Abby.
-Un placer –respondió la pelirroja.
Sin percatarse de la tirantez visible en el rostro de su nueva compañera, Sienna sonrió.
-¿Sabéis una cosa? –habló Yuri.
Las tres la miraron con curiosidad.
-Algo me dice que este año juntas va a ser inolvidable.