domingo, 22 de julio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 28


Sin saber cómo había ocurrido, Sienna se encontró sacando fotos bajo la tela negra de aquella antigua cámara, con su cabeza separada por unos escasos centímetros de la del chico de gafas de pasta. Cansada de esperar la llegada de Abby, había aceptado la oferta del muchacho de echarle una mano en su trabajo nocturno, por lo que cuando su amiga volvió a entrar en el recinto, caminando junto a Nathan, decidió continuar charlando y haciendo compañía a Zach, el fotógrafo. Ignoraba qué habría pasado entre los dos durante su paseo por los puestos del mercado medieval, pero tenía clara una cosa: pensaba darle vía libre toda la noche y esperar a que fuera Abby quien corriera a buscarla para contárselo todo.
No obstante, tras un buen rato compartiendo risas y comentarios jocosos con su nuevo amigo, Sienna miró el reloj. Había transcurrido más de una hora y media desde su llegada a la fiesta y ninguna de sus compañeras había dado señales de vida. Respecto a su mejor amiga, confiaba que aquella fuera una buena señal. En cuanto a Yuri, Brooke y las demás jóvenes de la hermandad sospechaba que ni tan siquiera la habían echado en falta.
El muchacho debió de percatarse del vistazo rápido que le había lanzado al reloj, porque apoyó las manos con calma sobre la parte posterior de la cámara, la miró con semblante serio y le hizo una pregunta que la descolocó por completo.
-Te aburres conmigo, ¿verdad?
-¡Qué va, para nada! ¿Por qué dices eso? –le dedicó una mirada enfadada, como la que una madre le echa a su hijo cuando este acaba de decir que nadie lo quiere-. ¡Si no he dejado de reírme contigo ni un minuto?
El fotógrafo soltó su máquina y se dejó caer sobre la silla que tenía al lado.
-No sé, como mirabas el reloj, me ha dado la sensación de que querías marcharte.
Sienna le reprendió.
-¡Pues te equivocas! Me lo estoy pasando genial. Es solo que hace un montón de rato que no sé nada de ninguna de mis amigas y no sé…
-¿Estás preocupada por ellas? –quiso saber el chico.
-En parte sí, aunque al mismo tiempo pienso que si no ha venido ninguna a buscarme debe ser por algo. Estarán muy ocupadas conociendo al amor de su vida o bailando hasta caer rendidas.
La tristeza que la había embargado tras leer el mensaje de Matthew parecía haber desaparecido unos minutos antes. Sin embargo, en ese momento atacaba de nuevo, incluso con más fuerza.
-Si quieres echamos un vistazo por la zona VIP para ver qué están haciendo –sugirió el fotógrafo, con una sonrisa pícara en los labios.
-Es que no quiero molestarlas –repuso ella-. Seguro que…
-¡Venga, no seas quejica! –le respondió el chico-. Ven conmigo y vamos a ver qué hacen.
Sin esperar a que Sienna contestara, echó un vistazo alrededor para comprobar que no había nadie y que su cámara no estaría en peligro durante el tiempo que pasaran lejos de ella, cogió a la joven de un brazo y la arrastró al interior de la zona VIP.
-Pero…
-¡Nada de peros! Sígueme.
Pasaron por detrás de un grupo de altísimos chicos de hombros anchos, probablemente deportistas, que jugaban al beer pong con sus vasos de cerveza, y junto a unas chicas de una hermandad que Sienna no conocía y que la miraron de arriba abajo, como si la reconocieran. La española agachó la cabeza para esquivar aquellas miradas y se apresuró a seguir al chico, que la guiaba hacia el centro de la pista de baile.
-Mira, ahí está Mulán –le escuchó decir.
Dirigió la vista hacia el punto que señalaba y reconoció en ese mismo lugar a Yuri bailando sin parar, con las mejillas rojas por la fatiga, y el pelo despeinado de tanto salto, giro y abrazo.
-Lo dicho, ni se acuerdan de mí –gritó Sienna para que Zach la escuchara a pesar de caminar a unos pasos por delante de ella.
-¡Pesada! –le contestó él-. Vamos a buscar a la otra chica, venga.
-¡Abby! –chilló ella de nuevo.
-¿Qué? –el fotógrafo paró en seco y giró la cabeza para escuchar bien que le decía.
-¡Que se llama Abby! –explicó ella.
Zach sonrió.
-Busquemos a Abby entonces.
Siguieron caminando entre la multitud, que había aumentado una barbaridad desde que Sienna había abandonado la pista de baile para refugiarse en los lavabos y en la compañía de aquel peculiar muchacho al que parecía conocer de toda la vida. Era tal el gentío que la chica apenas alcanzaba a verse los pies, además de sentir un gran agobio al verse rodeada de tantas personas, mucho más altas que ella en su mayoría, por lo que decidió clavar la vista en el suelo y no volver a alzarla hasta no salir de aquel desagradable tumulto.
De pronto, notó cómo chocaba contra algo. Pese a que no le hacía falta mirar adelante para saber que había golpeado a Zach, levantó la cabeza para ver el motivo por el que el muchacho había parado en seco de caminar.
Frente a ella, el número de personas que festejaban aquella primera fiesta del curso escolar había decrecido, por lo que no tardó en detectar qué miraba el chico con la boca abierta.
-¡Abby! –gritó, aunque su chillido quedó ahogado por la canción que sonaba, estridente, por los altavoces que rodeaban aquel recinto.
Su amiga, a unos dos metros de ella, no se giró a ver quién la llamaba. No la había oído.
Ahogó el siguiente grito que amenazaba con escapar de su garganta al ver cómo el fotógrafo la miraba con mala cara.
-No le cortes el rollo –señaló, mientras señalaba a la otra chica, vestida tan dulcemente con el hermoso vestido blanco, que besaba empujada por una pasión irreprimible a un chico alto y de pelo rubio.
La española no supo qué hacer ni qué decir. ¿Quién era aquel chico al que Abby besaba como si no hubiera mañana? Desde donde estaba, no alcanzaba a verlo bien. ¿Era Nathan?
Su amiga se separó de su pareja un poco, quien giró hacia el lado contrario al que se encontraban ellos dos, impidiéndoles reconocerlo. El muchacho cogió a la neoyorquina de la mano y, sin decirle nada, la arrastró hacia el interior de una puerta que tenían a su lado: el cuarto de baño de chicos.
-Vaya, cuando la vi hace un rato no tenía pinta de ser tan lanzada –se burló Zach, suponiendo qué se disponían a hacer esos dos dentro de los aseos.
-¡Es que no lo es! –rechistó Sienna-. Abby es una niña muy buena y nunca la he visto hacer algo así. No me puedo creer que de verdad quiera hacer lo que estoy pensando…
Su gesto de agobio y malestar no pasó desapercibido al chico, que dejó de bromear de inmediato.
-Entonces, tal vez no quiera…
-¿Cómo que tal vez no quiera? –preguntó ella, algo perdida con toda aquella asombrosa situación.
-Pues eso, que igual no quiere hacerlo. A lo mejor no es consciente de que acaba de meterse en los baños de una fiesta con el frat boy de turno y que este espera más de dos besitos de ella. Puede que se le haya ido la mano con los chupitos y esté un poco borracha.
-¡Pero si Abby nunca bebe!
-Bueno, tampoco se mete en aseos con desconocidos y acaba de hacerlo. No deberíamos descartar nada ahora mismo, ¿no crees?
Sienna se quedó blanca como una sábana. Pese a ser un bromista nato, el chico le había dicho muy enserio aquellas últimas palabras y en cierto modo tenían sentido. ¿Y si su amiga estaba bajo los efectos del alcohol o de alguna droga y dejaba que hicieran con ella algo que no deseaba?
-¿Qué hacemos? –preguntó, con un nudo de angustia en la garganta.
-Lo que tú quieras –contestó el chico al mismo tiempo que se encogía de hombros-. Aunque si Abby es tal y como la describes, si ella fuera mi amiga, no la dejaría acabar lo que está comenzando ahí dentro.
* * * * *
-Bésame, preciosa –le pidió el muchacho mientras le lamía el cuello y jugueteaba con el escote de su vestido.
Estaba mareada, muy mareada. Apenas podía mantener los ojos abiertos. De vez en cuando conseguía centrarse y abrirlos durante unos segundos, pero todo se movía tanto a su alrededor que nunca lograba ver la cara del chico al que estaba besando.
Al sentir los labios de este bajando hacia su pecho, sus manos se dejaron guiar por un impulso irracional: el de apretarle la cabeza contra su cuerpo para que no se separa de ella jamás y disfrutar del momento.
-¡Eh, tú, fuera de ahí! –escuchó decir poco después de oír abrirse la puerta de aquella habitación de golpe.
A pesar de no ver quién había formulado esas palabras, la reconoció de inmediato por la voz.
-¿Sienna? –balbuceó.
Al subir la cabeza deprisa, sintió cómo se mareaba aún más.
 -No la toques –dijo una voz masculina.
-¿Quién eres tú para impedírmelo? –respondió otra vez de hombre.
Un empujón la tambaleó y la hizo caer en los brazos salvadores de Sienna.
-¡Zach, vámonos, por favor! –la oyó gritar, con un claro tono de temor en sus palabras.
Más golpes y ruidos que no supo cómo interpretar a su alrededor. Al otro lado de sus ojos abiertos, solo oscuridad.
-¡Vamos! –chilló la española, empujándola fuera del aseo y agarrando a alguien del brazo.
Después de eso, música en la lejanía. Una voz que podría ser la Rihanna, Beyoncé o Shakira, distante, meciéndola en una nana interminable. Y tras ello, silencio.
* * * * *
-No me puedo creer que ese sinvergüenza intentara propasarse con ella teniendo en cuenta el estado en que se encontraba –dijo Sienna, con el cuerpo apoyado contra la puerta del dormitorio de su amiga, donde esta descansaba, gimiendo de vez en cuando que se mareaba y llorando en sueños.
-Al menos no pasó nada. Los interrumpimos antes de que fuera demasiado tarde –señaló Zach, con una tímida sonrisa.
-¿Tú crees? –preguntó ella, evocando el momento en que abrieron la puerta del cuarto de baño y vieron al chico, con la cremallera bajada, remangando el vestido de su amiga.
-Sí, estoy seguro. Hemos llegado justo a tiempo.
La muchacha suspiró, esforzándose por creer en las palabras del fotógrafo.
-¿Estás segura de que no necesitas nada más? –se ofreció él, servicial.
-No, gracias. Ya has hecho bastante por hoy. Ahora sólo me queda esperar a que despierte para echarle una bronca por acabar como ha terminado. Pero eso vendrá mañana, y mañana será otro día –sonrió también con timidez.
-Buenas noches entonces –dijo el chico al mismo tiempo que daba un paso al frente y besaba la mejilla de la española.
-Buenas noches y gracias de nuevo –repitió ella, mientras una lágrima escapaba de sus ojos.
Para que no la viera llorar, giró sobre sí misma, entró en la habitación y cerró de un portazo. Al otro lado de la puerta, escuchó los pasos del chico de las gafas alejarse a paso lento por el largo camino de la zona femenina de Camino & Founders. En la escalera, probablemente, se encontraría con la vigilante de la planta, que lo acompañaría hasta la calle para cerciorarse que se cumpliera el tope de tiempo de cinco minutos que le había permitido pasar dentro de aquel ala de la residencia de estudiantes.
-¿Qué he hecho, Sienna? –oyó sollozar a su amiga, tumbada en la cama y con los ojos anegados en lágrimas.
-Tranquila, Abby, no has hecho nada –se forzó a mentir, puesto que desconocía qué se había perdido de toda aquella historia.
-Salí a pasear con Nathan y apareció Sophia y -rompió a llorar desconsoladamente-… Son pareja. No pude soportarlo y me derrumbé en la barra. Ese chico me invitó a algo. Parecía muy simpático al principio, tanto que me animé a jugar a “beso, atrevido, verdad” con él. De pronto, aquella copa se convirtió en otro, y otra más, y tras eso no recuerdo nada más, sólo que me besaba, me tocaba y…
Se sobrecogió.
-¡Dios, cómo he podido dejar que me tocara así! Menos mal que estabas ahí tú para rescatarme.
-No te preocupes, cariño, no ha sido nada –la consoló Sienna, acostándose sobre su amiga y fundiéndose con ella en un tierno abrazo-. Además, te lo debía después de cómo me protegiste tras mi primera fiesta en Nueva York y el desmadre posterior a mis siete minutos en el paraíso.
Al decir las últimas palabras, sonrió.
-Me piropeó. Me dijo que mi vestido era precioso, pero que no tanto como yo –siguió explicando la americana-. Después del disgusto al descubrir lo de Sophia y Nathan, necesitaba escuchar algo bueno y le creí. Confié en que no lo decía con dobles intenciones, en que lo pensaba de verdad y lo decía sin maldad.
-Olvídalo, Abby, de verdad. Ese tío no merece que sigas pensando en él.
-Solo quería darle envidia a Nathan y demostrarle a Sophia que yo también podía conquistar a un chico guapo. Solo quería… -murmuró, aún entre los brazos de la española.
-Ya pasó, Abby. Si tú estás bien, todo está bien. Olvida a ese tío. Es más, cierra los ojos y duérmete. Mañana cuando te despiertes lo verás todo de otra manera. Te lo prometo.

viernes, 20 de julio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 27


La pluma que había comprado en una pequeña librería del Barrio Latino rasgaba el folio en blanco a gran velocidad, imprimiendo en él palabras en un extraño idioma mezcla de inglés y francés. En el centro del gran anfiteatro, de cúpulas doradas y decoración clásica por medio de estatuas de mármol de antiguos rectores y artistas que pasaron por la universidad, el profesor de economía charlaba despreocupado, sin importarle que la mayoría de los alumnos miraran los altos techos medio adormilados mientras que el resto sudaba a mares para intentar tomar nota de todas sus palabras.  Como gran parte del claustro de la prestigiosa universidad francesa de la Sorbona, aquel hombre se dedicaba a soltar interminables peroratas para llenar la hora de clase y a pedir cuantos más deberes mejor para el día siguiente, como si de esa manera, los alumnos pudiesen compensar haber pasado toda la sesión en el aula escuchándole hablar de fórmulas matemáticas que jamás llegaban a utilizar.
Tras más de media hora anotando sin descanso, la mano de Cindy comenzó a resentirse. Sus dedos, enrojecidos, pedían a gritos un parón, una pausa de unos minutos para no entumecerse o terminar sangrando. Pese a no querer dejar de copiar, consciente de que la información que no escribiera se perdería para siempre en la gran sala, debió obedecer a su cerebro y parar. Dejó la pluma en la mesa, sobre la madera para no manchar los apuntes que con tanto esfuerzo estaba tomando, y dirigió la mirada al ventanal que tenía enfrente, a la altura de un segundo piso tras la mesa del profesor.
 Microeconomía, macroeconomía, déficit, gasto público, producción. ¡Qué tostón! ¿En qué momento se le había pasado por la cabeza inscribirse en esa asignatura? ¿Para qué perder el tiempo con problemas, ecuaciones y reflexiones sobre temas tan irrelevantes para ellas cuando contaba con tantos problemas propios?
A ojos de sus nuevos compañeros de clase, Cindy podía parecer feliz y sosegada. Como le había recomendado el psicólogo, se esforzaba por sonreír cada día y por relacionarse con la gente con la que coincidía en las aulas y en los pasillos, pero ni siquiera con toda su fuerza de voluntad conseguía estar totalmente bien.
Tenía días buenos, en los que paseaba con calma por el bosque de Bolonia o por los campos Elíseos y el sol que le quemaba los brazos la cargaba de energía. Tenía noches buenas, sobre todo si Lucas hacía acto de presencia y hacía temblar su mundo. No obstante, los momentos menos buenos comenzaban a amontonarse. Con el comienzo de las clases, los paseos por el Sena y los desayunos entre risa con el francés habían llegado a su fin. Además, por las tardes no podía verlo tanto como desearía, puesto que desde el primer día les había cargado de deberes y tareas para casa que se había propuesto llevar al día, así que con frecuencia se encontraba llamando al chico y disculpándose por no poder ir a la cafetería a verle. En otras ocasiones, como el día posterior a la misteriosa ausencia del pintor en la Rendez-vous des Amis, era este quien la dejaba plantada, y en varios casos sin tan siquiera avisarla.
La segunda vez que Lucas faltó a su encuentro en el tranquilo café donde siempre quedaban, Cindy volvió a caer en el error de bombardearlo a llamadas al móvil, desesperada y angustiada por saber de él. Sin embargo, ni con esas logró que él diera señales de vida. De nuevo salió del local, dándole vueltas a la cabeza y sintiendo como el corazón le latía presuroso y asustado. Caminó hasta el piso del chico y lo encontró vacío. A diferencia del primer día, en esa ocasión Lucas no respondió a sus llamadas desde el portal, pero ella no desistió en el intento y siguió marcando el mismo número sentada en el escalón del portal. Lo hizo hasta que cayó la noche y los vecinos del pintor comenzaron a mirarla con mala cara. Cuando el joven apareció, ya había pasado la medianoche y ella continuaba allí, con la vista fija en la punta de sus bailarinas plateadas y los ojos empapados de lágrimas. “¿Dónde estabas?”, preguntó sin gestos cariñosos, abrazos o sonrisas. El francés reconoció en su rostro el enfado y se acercó a besarla, pero ella rechazó el beso. “He quedado con el cliente que me llamó ayer para enseñarle el cuadro?”, fue su excusa. “¿Y dónde lo llevas?”, le interrogó Cindy, señalando a sus manos vacías. “Ya me lo ha comprado. Ahora mismo debe de estar en la casa de aquel ricachón, colgado de una hermosa pared repleta de obras de arte”. La sonrisa murió en sus labios al ver que la chica no le correspondía. “Me iba a dar un cheque. Ya lo tenía firmado y todo, pero cuando ha echado mano a la cartera se ha dado cuenta de que lo había olvidado en casa y he tenido que acompañarlo a recogerlo, por eso se me ha hecho tan tarde”, explicó. La rubia seguía molesta, aunque intentó confiar en las palabras del chico. No obstante, su sospecha volvió a aparecer cuando el artista la abrazó y le dijo que agradecía que hubiera estado esperándolo, pero que estaba destrozado tras un día tan largo y quería descansar. Ni siquiera la invitó a subir al piso, por lo que se tragó las ganas de estar con él y se marchó, defraudada. ¿Qué les estaba pasando? ¿A qué se debía el distanciamiento que había comenzado aquella tarde y que no hacía sino agravarse con el paso de los días?
Al otro lado de la ventana del aula, una paloma blanca sobrevoló el edificio, libre y despreocupada, devolviéndola a la realidad. Cindy suspiró, dolida. Por más que le doliera, la ilusión y la magia del principio empezaban a desaparecer. Demasiado pronto, cuando más falta le hacía para terminar de recuperarse de su enfermedad y de la tristeza y soledad que sentía al hallarse tan lejos de su madre y de sus amigas.
Se había precipitado. No había más. Debería haber esperado un poco antes de embarcarse en una nueva historia de amor. Tendría que haberse asegurado de que lo que sentía por Lucas era amor y de que ese sentimiento era recíproco.
Mordisqueó la parte trasera de la pluma y volvió a mirar sus apuntes a medio tomar en aquel trozo de papel. No le apetecía seguir copiando, y más ahora que había perdido el hilo de la explicación anterior del profesor. Suspiró otra vez, desanimada.
-¿Sabes por dónde vamos? –susurró la chica que había sentada a su lado.
Cindy giró la cara para fijarse por primera vez en ella y se encontró con dos límpidos y agradables ojos marrones enormes.
-No –confesó.
-Si quieres te dejo mis notas –se ofreció su compañera.
La americana sonrió.
-Gracias –murmuró, al mismo tiempo que tomaba entre sus manos los folios que aquella desconocida de ojos chocolate y corto cabello moreno.
Conforme hubo guardado las hojas de su compañera en una cuidada carpeta rosa para fotocopiarlos nada más acabar la clase, volvió a coger la pluma e intentó anotar lo que el huraño y aburrido profesor decía en ese momento. Sin embargo, sus pensamientos seguían actuando con libertad, llevándola a pensar en Lucas, en la distancia que había últimamente entre los dos y buscando una forma de romper ese hielo entre ellos para hacerles tener tantas ganas de estar juntos como unas semanas atrás.
¿Y si, sin avisar, se presentaba en la casa del pintor y le sorprendía con un atuendo picante? Con Dean esas cosas funcionaban. Aunque Dean y Lucas eran tan diferentes…
Bueno, al menos lo intentaría. Pensaba poner toda la carne en el asador para hacer salir adelante esa relación. Le habían roto el corazón una vez y no pensaba volver a repetir esa experiencia.
Sí, iba a hacer una locura, una idea que llevó a cabo un par de años atrás para otro chico distinto y con la que obtuvo buenísimos resultados. Un plan que requería pocos materiales: un conjunto de ropa interior bonito, como todos los que tenía, una gabardina larga, unos tacones de vértigo y la llave de repuesto que había visto esconder al chico en la parte superior de la puerta. Con eso, tenía el éxito asegurado.

sábado, 7 de julio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 26


Los labios de Sophia se separaron de los de su chico y formaron una hermosa sonrisa.
-¿Dónde te habías metido? He estado buscándote por todas partes, príncipe azul.
Nathan le acarició con ternura la mejilla antes de responderle.
-Me he encontrado con una amiga y hemos decidido salir a dar una vuelta por los puestos de la feria renacentista.
-¿Una amiga? –preguntó la joven al mismo tiempo que giraba el rostro y permitía que sus ojos se encontraran con los de su hermana pequeña en la hermandad-. ¡Pero Abby, si eres tú! No me había dado cuenta, y eso que estaba presente cuando te comprabas este vestido.
La rubia la agarró de la mano y la hizo girar un par de veces sobre sí misma para poder contemplarla más detalladamente.
-Madre mía, estás preciosa con el pelo así. Después de tanto rato de tiendas, parece que no nos hemos equivocado en nuestra selección.
Abby intentó con todas sus fuerzas agradecerle el cumplido, pero el beso del que acababa de ser testigo la había derrumbado por completo, por lo que apenas logró devolverle la sonrisa.
-Así que os ya conocíais -reflexionó la presidenta de la hermandad, mirando con suma atención a los dos muchachos-… no tenía ni idea.
-Sí –respondió al fin la neoyorquina-. Sienna y yo coincidimos con él el primer día que pasamos en la universidad, en la cola de registro.
Omitió que las ayudó a evitar la interminable espera colándolas por delante de tantos estudiantes del mismo modo que prefirió no decir que las había acompañado hasta el mismo pasillo de sus habitaciones. Pero, sobre todo, se cuidó de no descubrirle los sentimientos que albergaba hacia él. Nathan era el chico del que Yuri les había hablado aquel día en el columpio, el único que la había hecho acostarse a dormir pensando en algo distinto a los estudios, el que la había animado en primer lugar a plantearse la idea de unirse a una hermandad.
-¿Y vosotras de que os conocéis? –quiso saber él, curioso; en ningún momento se le había pasado por la cabeza que aquellas dos chicas tuvieran algo que ver.
-Abby es mi hermana pequeña en Alfa Delta Pi –respondió Sophia unos segundos antes de acercarse a ella, pasarle el brazo por los hombros, y darle un cariñoso achuchón.
-Vaya, qué sorpresa –señaló Nathan.
-Y que lo digas –murmuró muy bajito Abby, que seguía sin comprender nada de lo que estaba pasando-. Entonces, ¿estáis juntos?
Al notar que sus últimas palabras sonaron entrecortadas, intentó explicarse.
-Es decir, ¿sois pareja? –miró a la otra chica con el semblante sorprendido y cierto miedo en los ojos-. Nunca me habías hablado de él.
-¿Recuerdas la noche del rito de iniciación, cuando nos sentamos en el jardín con Brooke y las otras chicas? –le recordó su hermana mayor; ella asintió-. Estaba apunto de hablarte de él cuando escuchamos el grito en la cocina.
Abby recordaba perfectamente ese momento, porque también ella había estado apunto de reconocer ante sus nuevas amigas que había conocido a un guapísimo universitario de Alpha Omega que había provocado un vuelco en su corazón. ¡Menos mal que no había dicho nada!
-Sophia y yo llevamos juntos casi nueve meses –intervino el muchacho, cogiendo de la mano a su novia.
Un nudo se formó en la garganta de la más joven de los tres. Hacía unos minutos, esa mano masculina y fuerte había tocado la suya y le había dado alas. El tacto de su piel la había subido a las nubes. Y… ¿para qué? La historia se repetía. Maldita era su suerte. Después de tantos años sin fijarse en ningún chico, evitándolos a todos para no volver a pasarlo mal, sus sentimientos habían acabado por despertar con otro joven emparejado.
-Nos conocimos en un evento conjunto de nuestras hermandades. El primer curso, novatos los dos, comenzamos una amistad y cada vez nos llevábamos mejor, pero en ningún momento pensé que pudiera tener con ella ninguna posibilidad. ¡Sophia siempre estaba rodeada de chicos! Por eso, cuando durante una fiesta en el siguiente curso ella me dijo que le gustaba, no pude creerme mi suerte. Desde ese día, no nos hemos separado.
La pareja se dedicó una carantoña y se dirigieron una mirada indudablemente enamorada. Paralizada todavía por el descubrimiento y con el corazón hecho añicos, Abby se descubrió odiándolos. ¿Por qué demonios le había contado Nathan su historia? ¿Es que creía acaso que le importaba? Se mordió el labio con disimulo para calmar sus nervios. Por supuesto que le importaba, a quién quería engañar. Desde que vio a Sophia corriendo hacia el chico, había querido saber qué les unía, qué había entre ellos. Y ahora al fin lo sabía, aunque la respuesta no le gustara nada.
-¿Verdad, Abby? –por lo visto, mientras ella le daba vueltas a la cabeza, la rubia había dicho algo.
-¿Perdona? –se disculpó-. Con esta música tan fuerte, no he oído nada.
-Le estaba diciendo a Nathan que tal vez la historia se repita pronto entre nuestras hermandades, porque te gusta un chico de Alpha Omega y no vamos a rendirnos hasta que consigamos llamar su atención.
¿Qué? La boca de Abby se abrió de par en par como muestra de su sorpresa.
-Bueno, yo… -buscó las palabras más adecuadas para responderle, pero no se le ocurría nada; solo podía pensar en que, pese a su buena voluntad, Sophia acababa de meter la pata hasta el fondo.
Como a Nathan se le ocurriera preguntarle quién era aquel chico misterioso, acabarían por descubrirla. No conocía a ningún otro miembro de esa fraternidad, por lo que no podía arriesgarse a decir un nombre al tuntún. Hiciera lo que hiciese, estaba en un aprieto.
Por fortuna, el joven no se interesó por su vida amorosa, sino que al verla tan cortada y con las mejillas pintadas de rubor, decidió echarle un cable.
-Seguro que tiene mucha suerte con él. Aún así, de todas formas, no todas las personas somos lo que parecemos a simple vista. Te recomiendo que esperes un poco y lo conozcas mejor antes de lanzarte. No debería decirte esto, ya que mi deber es defender a mis hermanos, pero algunos de ellos son unos cafres de cuidado.
Sophia soltó una carcajada, mientras que Abby no pudo menos que esbozar una tímida sonrisa.
-Te tomaré la palabra. No me acercaré a él ni a ningún otro chico hasta estar segura de que es el adecuado.
Tanto Nathan como su novia volvieron a dedicarle una sonrisa.
-Ahora, si no os importa, voy a darme una vuelta por la fiesta a buscar a Sienna. La he visto antes con el fotógrafo en la puerta y no tenía muy buena cara, así que voy a ver cómo se encuentra.
-Claro, señorita Middleton –respondió el muchacho-. Ten mucho cuidado y disfruta de la fiesta.
-Vosotros también –dijo ella mientras miraba a la otra chica y se sentía terriblemente mal por los horribles pensamientos que tenía en ese momento en la cabeza.
-Nos vemos luego, princesa –se despidió Sophia, acercándose a ella y dándole un beso en la mejilla-. Pásalo bien y arrasa como tú sabes.
¿Arrasar? Sí, claro que arrasaría. Con los canapés que ofrecían en la barra al otro lado de la pista de baile, tan lejos de la parejita como le fuera posible. Y con los chupitos de tequila y de whisky de melocotón, porque esa noche necesitaba ahogar sus penas.
Había llegado a aquella fiesta como una princesa, ataviada con un precioso vestido y el corazón ilusionado, pero como todas las princesas, al llegar la medianoche se había acabado la magia y había vuelto a ser la misma Cenicienta de siempre. Triste, sola y con el corazón destrozado.
*****
Sienna había permanecido encerrada en el diminuto baño portátil tanto tiempo como había podido, pero cuando alguien fuera se puso a aporrear las paredes de plástico de forma reiterada, debió tomar la decisión de salir.
Nada más hacerlo, se encontró frente a frente con la chica de la pareja que había esperado tras ellas en la cola del photocall, que la miró con gesto disgustado al mismo tiempo que decía:
-Tenías que ser tú…
La española pasó de largo sin prestar atención a esas palabras. No tenía ganas de discutir con nadie, y menos esa noche, que tenía las defensas por los suelos tras leer el mensaje de Matthew en Twitter. De enzarzarse verbalmente con alguien, era consciente de que acabaría llorando.
Buscó a Abby y Yuri con la mirada, pero no consiguió ver a ninguna de las dos. ¿Dónde se habían metido? Si hace un momento estaban ahí, charlando y bailando con algunas de las otras chicas de Alpha Delta Pi… Bueno, tal vez no había sido hacía un momento, pero seguía pareciéndole tan raro que las dos se hubieran marchado sin decirle nada ni esperarla…
Mientras levantaba el cuello y escrutaba a un lado y a otro de la pista de baile en busca de sus dos amigas, notó como su teléfono vibraba de nuevo. Una llamada. ¿Una llamada? ¡Sí, una llamada! Y, después de leer las preciosas palabras de Matthew, estaba segura de que era él.
Se apresuró a buscar el móvil y a apretar el botón que aceptaba la llamada. Lo hizo tan rápido que ni siquiera leyó el nombre que rezaba la pantalla, por lo que la voz que escuchó al otro lado del terminal la sorprendió.
-¿Cariño?
Una voz femenina y dulce. La de su madre.
-¿Mamá?
-¡Hola, preciosa! ¿Cómo estás?
Sienna abrió la boca para responderle, pero la mujer se adelantó.
-Madre mía, cuánto ruido hay por detrás. ¿Estás en una fiesta?
-Sí, mamá. Hoy era la primera fiesta oficial de las hermandades, un evento medieval.
-¡Anda, qué bien! Me alegro mucho de saber que has comenzado la vida universitaria con tan buen pie.
-Bueno, sí… -su voz sonó triste, y la modelo se percató de inmediato.
-¿Qué pasa, cariño? ¿Algo no va bien?
-No, mamá, no es eso. Es… bueno, ya sabes… lo de siempre. Es por Matthew.
-¿Por Matthew? –preguntó la mujer extrañada-. ¡Si acabo de leer lo que ha colgado en Twitter y me ha encantado! ¿Qué pasa, que ha hecho algo malo y ha escrito eso para que lo vea todo el mundo y tengas que perdonarlo?
Sienna se asombró ante la disparatada idea de su madre. ¿Hacer algo malo y colgar una declaración de amor en una red social para que lo disculpara? Matthew no era ese tipo de chico.
-Qué va, nada de eso. Toda va muy bien entre los dos… Es solo que yo también he leído ese mensaje y… no sé, se me ha venido el mundo encima. Lo echo mucho de menos, y aunque sé que en Navidades volveremos a vernos y a pasar juntos más tiempo, me resulta insoportable esta espera –calló unos instantes antes de continuar-. La distancia es horrible.
Al otro lado de la línea, su madre sonrió.
-No sabes cuánto te entiendo, pequeña. Es muy difícil mantener una relación a distancia, sí, pero siempre merece la pena intentarlo en vez de cortar por lo sano antes de haber hecho lo imposible para mantenerla a flote, ¿no crees?
La joven suspiró. Sí, decirlo era muy fácil, pero hacerlo no tanto. ¿O es que acaso se le había olvidado ya que había dejado a su marido y había engañado a su hija para marcharse a cumplir un sueño sin intentar siquiera salvar su familia?
-No tienes que desanimarte, Sienna. Aunque ahora parezca que diciembre queda muy lejos y no va a llegar nunca, no puedes tirar la toalla ni hundirte por tenerlo tan lejos. Debes mantener la ilusión del primer día, tachar con una cruz un día más en el calendario y sonreír porque la espera se va acortando. Si no lo haces, te vendrás abajo y entonces, por muchos mensajes y llamadas que recibas, nada conseguirá animarte.
-Ya, si tienes razón, pero no sé… No quiero tener que esperar tanto tiempo. Quiero verlo ya.
-Pero no puedes y lo sabes. Sin embargo, sí puedes llamarlo y decirle que lo quieres y que lo echas de menos. Seguro que escuchar su voz te hará mucho bien.
La joven asintió. Se le hacía extrañísimo compartir a corazón abierto esas confidencias con su madre, a la que había llorado durante años y odiado, sin poder comprender su marcha, durante meses, aunque había que aceptar que la mujer acababa de darle un buen consejo.
-Tienes razón, mamá. En cuanto cuelgue la llamada lo llamaré para darle las gracias por el mensaje y saber qué tal está él.
-Claro que sí, pequeña, esa es la actitud. Optimista hasta cuando no tengas ganas de serlo.
A pesar de no poder verla, por la forma en que la modelo pronunció estas últimas palabras, Sienna supo que estaba sonriendo.
-Por cierto, ¿querías algo? –preguntó, curiosa ante la inesperada llamada de la mujer.
Si bien era cierto que intentaban mantenerse en contacto con e-mails casi diarios y llamándose a menudo, que la llamase a esas horas de la noche sin previo aviso se salía de lo normal.
-No, ¿por qué lo preguntas?
-Como me has llamado, creías que querrías decirme algo.
-¡Ah, sí! –exclamó Keira-. Realmente es una tontería, pero me hacía ilusión contártelo.
La mujer sonaba emocionada, tan feliz como una niña.
-Voy a volver a España en breve.
La noticia la cogió por sorpresa.
-¿A España? ¿Para qué?
-Las chicas y yo vamos a hacer una campaña en colaboración con una empresa de calzado alicantino y las fotos van a tomarse en las costas del Mediterráneo, así que probablemente alguno de esos días me deje caer por Javea.
-¿De verdad crees que es una buena idea? –preguntó la muchacha, que no pudo evitar imaginarse lo tenso y desagradable que sería el reencuentro de sus padres; eso sin contar con qué papel jugaría Marga, la pareja de su padre, si coincidieran en algún momento.
-¡Claro que sí! Me muero de ganas por pisar España. Además, no puedo desaprovechar esta oportunidad con la empresa.
-¿Seguro que solo es por eso? –inquirió Sienna-. ¿Papá no tiene nada que ver en todo esto?
Silencio.
-Mamá…
-No te preocupes, pequeña. No pienso hacer ninguna tontería.
Pese a no confiar demasiado en la promesa de su madre, la española decidió no inmiscuirse más en la vida de sus padres. Los dos eran lo bastante mayorcitos para saber qué hacían. Eso sin contar con que ya tenía bastantes problemas con echar de menos en la distancia a Matthew como para preocuparse por ellos.
Tras descubrir el motivo de la llamada, madre e hija continuar charlando un rato por teléfono hasta que la mayor de las dos se despidió de la otra animándola a disfrutar de la fiesta y pidiéndole disculpas por haberla interrumpido.
Nada más colgar el teléfono, Sienna marcó un número de memoria y esperó a que la otra persona descolgara su móvil y aceptara la llamada. Tenía ganas de hablar con él, darle las gracias por lo que había escrito de ella, y confesarle cuánto lo echaba de menos.
Por desgracia, el primer tono de llamada dio paso al segundo, y el segundo al tercero. El zumbido al otro lado del auricular se repitió unas cuantas veces hasta que al final una voz robótica le indicó que el teléfono que intentaba localizar no se encontraba disponible en ese momento.
¿Por qué no cogía Matthew la llamada? ¿Qué estaría haciendo? Se esforzó por hacer memoria y recordar si aquel día tenía concierto, pero había prevista tal gira de actuaciones y entrevistas en los siguientes meses que le resultó imposible saberlo con certeza.
Guardó el aparato en el lugar del que lo había sacado y entonces se fijó por primera vez en donde estaba. Sus pasos la habían hecho deambular por distintas partes de la fiesta sin rumbo fijo, sin apenas mirar por donde pisaba. Había esquivado a gente que bebía, gente que bailaba y gente que reía y charlaba animada hasta llegar al punto más remoto de la zona de baile: la puerta de acceso. En ese momento, concretamente, estaba frente al photocall, justo al lado del chico que les había tomado las fotos y les había dado la clave para poder verlas por Internet, quien permanecía sentado en una silla plegable de madera junto a la imponente cámara de fotos.
-¿Te has perdido? –preguntó el muchacho al observar a través de sus gafas de pasta el rostro confuso y triste de Sienna.
-No –respondió rápidamente ella-. Estoy buscando a una amiga.
-¿A cuál de las dos? ¿A Mulán o a la del vestido blanco?
La joven se sorprendió de que el chico las recordara con tal lujo de detalles.
-A la de blanco –se descubrió contestando, sin saber bien por qué.
-La vi salir hace ya un rato con un chico rubio –comentó el fotógrafo.
-Vaya, qué buen ojo tienes –señaló la española.
-Por algo soy fotógrafo –bromeó él.
-¿Eres fotógrafo de verdad? –se interesó por saber Sienna-. Pareces muy joven para dedicarte a ello profesionalmente…
-En realidad no. La fotografía solo es una afición más, un modo de llenar mis ratos libres. Algunos se apuntan a fraternidades y otros nos pasamos las horas muertas revelando fotos.
-No parece mal plan, aunque tiene que ser solitario, ¿no?
El muchacho sonrió.
-Mejor solo que mal acompañado.
También Sienna sonrió.
-Bueno, entonces me voy. No quiero ser mala compañía.
El chico se apresuró a responderle.
-¿Mala compañía tú? ¿Para nada? ¡Si eres la primera persona de esta fiesta que parece darse cuenta de que tras este armatoste –señaló la vieja cámara- hay una persona!
-¿De verdad que no molesto? Es que si te parece bien, me gustaría quedarme aquí un rato hasta que vuelva mi amiga. No tengo ganas de entrar sola a la fiesta.
-Claro que no, mujer. La verdad es que me viene muy bien algo de compañía.
-Trato hecho, entonces. Nos hacemos compañía mutua hasta que venga Abby.  Eso sí, me gustaría pedirte un favor.
-Claro, mujer. Lo que quieras.
-Es uno muy pequeñito pero muy importante –señaló ella muy seria-. Me llamo Sienna, así que no vuelvas a llamarme mujer.

viernes, 6 de julio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 25


Por lo poco que conocía a Taylor, Dean había dado por supuesto que a los tres minutos de comenzar película la chica estaría sentada sobre él y besándolo desesperadamente, pero se equivocaba. Todavía no se había dado cuenta del verdadero ser de la rubia, competitivo y manipulador.
Lo que ocurrió en realidad fue todo lo contrario: la muchacha se tomó muy a pecho la competición de ver cuánto conseguía soportar lejos de Dean y, puesto que no estaba dispuesta a desaprovechar la oportunidad de acabar enredada en las sábanas del deportista, llevó al chico a su terreno.
Al principio fue todo muy sutil, tan solo lo suficientemente evidente como para que él se diera cuenta. Suspiros dulces, sus dedos recorriendo el vientre desnudo del chico, un tirante de su sostén resbalando por sus hombros… Su estrategia continuó con más alcohol. Con tan solo cuarenta minutos de película, ya había convencido al deportista para que sirviera unas cuantas copas más y brindaran con ellas.
Conforme el tiempo iba avanzando, pudo comprobar como Dean se hallaba más y más tenso. La miraba de reojo, se mordía el labio con disimulo mientras ella lo acariciaba y resoplaba sin motivo aparente.
Sin embargo, el movimiento más arriesgado no llegó hasta pasada la mitad del largometraje.
-Tengo calor –murmuró con voz seductora la muchacha, al mismo tiempo que se recogía la larga melena con las manos y dejaba al aire libre su cuello.
-¿Quieres que baje la temperatura del aire acondicionado? –propuso él, a lo que la chica negó con la cabeza.
-No, gracias. Si lo haces, mañana me despertaré con la garganta tomada. Aunque… si no te importa… -le hizo ojitos y antes de terminar la frase, se quitó la camiseta, quedando a la vista del chico el sujetador de encaje negro casi transparente que llevaba puesto.
Dean observó el torso de la joven y deslizó su mirada sobre su pecho, pero no dijo nada.
Diez minutos más tarde, la escena volvió a repetirse.
-Buf, sigo teniendo mucho calor –con cara inocente señaló la falda-. ¿Te importa?
-No, para nada –respondió Dean antes de tragar saliva.
-¡Tengo miedo! –chilló la chica poco después, justo antes de abrazar a su compañero de sofá.
El deportista estaba rígido, y no precisamente porque uno de los malos de la película acabara de aparecer en escena de forma inesperada. Sentirla tan cerca, por más que no quisiera, cuando tan solo le tapaba una toalla ya mal enrollada y casi suelta era una perdición.
Cuando las letras que indicaban el fin de la película aparecieron en la pantalla de la enorme televisión, ninguno de los dos se dio cuenta. El chico había sucumbido a las armas de mujer de Taylor.
Tras una apasionada lucha de cuerpos en el sofá, medio borrachos y aturdidos por la mezcla de alcohol y esfuerzo físico, pidieron unas pizzas. A la llegada del repartidor, la rubia abrió la puerta de la casa del deportista y recibió las dos cajas de cartón calentitas y desprendiendo un deliciosa aroma sin más ropa encima que la sábana que había arrancado poco antes de la habitación de Dean.
La cena transcurrió entre risas y, aunque el chico pretendía parar de beber en ese momento y pasar al agua de forma que al día siguiente estuviera espabilado y rindiera a tope en el entrenamiento, terminaron por acompañar las pizzas con unos vasos de vino tinto que había llevado su padre a casa al volver de un viñedo en Francia.
-La pizza estaba deliciosa –señaló la rubia, chupándose los dedos de forma pícara.
-No tanto como el postre –respondió el joven al tiempo que se ponía en pie y regresaba a la cocina sin dar más explicaciones.
Poco después, volvió a aparecer en el salón y lo que llevaba en las manos provocó una sonrisa en los labios de Taylor.
-¡Chocolate!
Dean se acercó a ella, dejó el bote de Nutella sobre la mesita y pidió a su acompañante que se tumbara en el sofá. Esta no se hizo de rogar.
-Voy a darte un masaje con el que vas a alucinar.
-¿Con Nutella? –preguntó la muchacha mientras giraba la cabeza asustada.
-Claro, para endulzar un poco el asunto, ¿no? –le guiñó el ojo el chico.
Taylor se incorporó en el sofá con gran rapidez.
-¿Y por qué no jugamos a un juego?
El deportista, que creía que aquella se trataba de una insinuación para volver a enredarse entre la piel de la joven, le lanzó una mirada de superioridad.
-Bueno, eso puede esperar un poco. Primero el masaje, luego lo que surja –al percatarse de que ella no parecía muy conforme, añadió algo más-. No ofrezco mis magníficos servicios de masajista todos los días, así que deberías aprovecharlos.
La rubia resopló.
-Es que no me apetece mucho que me cubras de arriba abajo en chocolate, que si no me limpias bien me voy a quedar pringosa. En cambio, con el juego que te propongo endulzamos el ambiente pero sin pasarnos.
Como el chico no respondía, se pegó contra su pecho con mirada inocente y tras ponerle morritos suplicó.
-Por favor…
-Venga… vale –terminó por aceptar él.
Se sentía decepcionado por no haber conseguido convencerla para descansar un poco, que era lo que necesitaba para calmar los ánimos y asegurarse dormir las horas de sueño necesarias esa noche, pero debía reconocer que desde el momento en que la atrevida estudiante de la universidad de Columbia había entrado en su vida no había logrado persuadirla para hacer de nada que ella no quisiera de antemano.
-Verás, el juego es muy sencillo –comenzó a explicar la joven al mismo tiempo que empujaba con delicadeza a Dean y lo tumbaba en el sofá boca arriba-. Voy a escribir letras en algunas partes de tu cuerpo y tienes que adivinarlas. Si aciertas, te doy un beso, pero si te equivocas… sufrirás las consecuencias.
El deportista soltó una carcajada al contemplar el intento de gesto aterrador de la chica que se había sentado a horcajadas sobre él.
-De acuerdo, acepto –respondió, ofreciéndole la mano derecha y estrechándola con la de la joven.
Con una enorme sonrisa de satisfacción en los labios, Taylor se echó hacia delante y comenzó a trazar una letra en el cuello del muchacho.
-Esa era muy fácil; la T –resolvió Dean segundos antes de ser premiado con un corto beso en los labios.
El dedo índice de la rubia se hundió en el bote de chocolate para untar y después se dirigió hacia el final del cuello, casi a la altura de los hombros.
-La D –otro beso cariñoso demostró que había acertado.
El siguiente dibujo fue un poco más abajo, en el pectoral izquierdo.
-Eso no era una letra, ¿verdad?
-¡Ah! –contestó ella, que no pensaba dar ni una sola pista con la que el chico pudiera robarle un beso.
-Juraría que era un corazón.
-Y así era –reconoció, depositando el chocolate que había quedado en su dedo sobre sus labios y dándole un beso muy dulce al neoyorquino- Ahora vamos a hacerlo un poco más difícil, ¡que si no me ganas siempre!
El chico aceptó la propuesta, dispuesto a adivinar siempre lo que Taylor escribiera.
-Esta vez en vez de una letra, voy a poner una palabra. En caso de acertarla una vez he terminado de escribirla, recibirás un beso, pero si la adivinas antes, tu premio será aún mayor.
Dean alzó el cuello y la miró con los ojos muy abiertos.
-¿Cómo de mayor?
-Todo lo que tú quieras.
La tensión entre los dos se palpaba en el aire.
-Muy bien, pues empieza cuando estés preparada.
La muchacha dejó que su dedo recorriera el abdomen del chico en varios trazos hasta terminar una palabra.
-¿”Luna”? –probó él a suertes, poco convencido.
-No, nada de “luna”. Era “luz”.
Puesto que no había descubierto el mensaje, Taylor lamió el chocolate de aquella zona y volvió a escribir encima.
-¿”Sol”? –creyó identificar Dean.
-¿Cómo que “sol”? ¡Si pone “siempre”! Vaya, vaya… parece que no das una.
Picado, el joven se prometió no fallar ni una vez más, aunque para conseguirlo debiera hacer trampas.
-¡Esta no puedo equivocarme! –exclamó Dean emocionado después de haber subido un poco el cuello para poder leer qué escribía la chica-. ¡Pone “estrellas”!
Taylor, que se había dado cuenta de que su compañero estaba incumpliendo las normas del juego, le regañó empujándole de nuevo contra el sofá.
-¡Eh! ¡No puedes leerlo! Si vuelves a intentarlo, perderás definitivamente y tendrás que cumplir todos mis deseos y caprichos, y ya te aviso de que tengo muchos, así que cuidado con lo que haces.
-Venga, no te enfades –intentó excusarse él, atrayéndola hacia su cuerpo con sus musculosos brazos-. Te prometo que no volveré a hacer trampas. Pero ahora dame mi beso, que sea como sea he acertado.
Esta vez fue ella quien se rió a carcajada limpio.
-¿Dices que has acertado? ¡Para nada! No ponía “estrellas”, sino “estrella”. Lo siento, pequeño.
Enfurruñado porque ya hacia mucho rato que no daba una, Dean dejó caer su cabeza de nuevo sobre el sofá y cerró los ojos para concentrarse al máximo en lo siguiente que escribiera sobre él. Esta vez pensaba adivinarlo, y no cuando hubiera terminado de formar la palabra, sino antes. De ese modo se aseguraba tenerla bajo su control y poder pedirle que durmieran un rato para que la cogorza de tanto cóctel y vino se le pasara del todo.
C… I…
-“Cindy” –murmuró ensimismado, mecido por el suave roce de los dedos de Taylor sobre su piel.
-¿Qué? –preguntó esta, con la voz rota; el nombre que había escuchado la había dejado paralizada.
-“Cinco” –corrigió él en cuanto abrió los ojos y vio el rostro impávido de la muchacha.
-No, no has dicho eso. Repite lo que has dicho.
-He dicho “cinco”.
-Eso no, lo que has dicho antes.
-No he dicho nada, solo “cinco”.
-No intentes tomarme el pelo, Dean. Sé perfectamente lo que he escuchado.
El deportista se llevó una mano a la cara y se cubrió con ella los ojos, deseando que cuando la apartara aquel desagradable momento hubiera terminado. Sin embargo, cuando lo hizo Taylor continuaba sentada sobre él, mirándolo con cara de odio y esperando una respuesta. Y, lo peor de todo, es que el nombre y el rostro de su ex novia seguían sin haberse borrado de su mente. ¿Por qué demonios le pasaba eso?
-Si lo sabes, ¿para qué preguntas? –atinó a decir al fin, con poco acierto.
Impresionada por el poco tacto del chico, la joven se levantó de un salto y le golpeó con uno de los cojines en la cara.
-¿Cómo puedes tener tanto morro? Has dicho “Cindy”, el nombre de tu ex novia, y no te atrevas a negarlo –las palabras escapaban de su boca envenenadas de odio.
-No lo niego. Lo he hecho, o más bien mi subconsciente lo ha hecho. Ya está. No es para tanto.
-¡Sí es para tanto! Me dijiste que la habías olvidado y no es cierto. Sigues colado hasta las trancas de esa niñata.
De haberse encontrado en pleno uso de sus facultades mentales, Dean habría visto el cielo abierto con aquella discusión: aquel nombre pronunciado en el momento más inesperado, con una guapísima pero infatigable rubia desnuda sobre él, era la excusa perfecta para quitarse de encima, y nunca mejor dicho, a la hija del entrenador. Sin Taylor, recuperaría sus horas de sueño. Se acabarían las noches locas de fiesta y alcohol sin ningún control. Podría cambiar las interminables horas de sexo por encuentros esporádicos con distintas chicas con las que no tuviera ningún tipo de relación. No obstante, verla tan enfadada y molesta le hizo recordar a Cindy y le pareció revivir una de tantas discusiones de pareja en las que ella le echaba en cara que no la quería, él le juraba que sí y acababan arreglándolo. Por ello, aunque en ese momento fuera lo que menos deseara, se vio irremediablemente enredado en aquella pelea.
-¡No es ninguna niñata! Cindy fue mi pareja durante mucho tiempo y la única persona que me ha querido de verdad. Se merece un respeto.
-¿Respeto? ¡Pero de que hablas! ¿Llevas varias noches acostándote conmigo sin importarte nada ni nadie y ahora te acuerdas de ella?
-No te enfades, anda, que no ha sido para tanto. Solo ha sido un desliz, nada más. Ni me acuerdo de ella, ni los recuerdos del tiempo que pasamos juntos me quitan el sueño. Desde que lo dejamos, no he pensado en ella ni una sola vez, así que no entiendo qué me ha pasado –mintió, consciente de sus actos.
-Pues que sigues queriéndola, eso es lo que te pasa –espetó la muchacha.
-¿Cómo voy a seguir queriéndola? Si hace muchísimo tiempo que ya no la tengo aquí –se señaló el corazón en un dramático gesto que, junto a lo ridículo de la escena, los dos desnudos, borrachos y manchados de chocolate, logró arrancar una sonrisa a Taylor.
-¿Entonces ya no la quieres? –preguntó, poniendo vocecita de cordero degollado.
-Claro que no, tonta. Ahora solo me importas tú.
En cuanto hubo dicho esas palabras, Dean se arrepintió. ¿Pero qué estaba haciendo? Había mantenido tantas veces conversaciones como aquella en las que tenía que convencer a Cindy de que ella era la única mujer de su vida que no se había parado a pensar que aquella chica no era Cindy y que no le debía nada.
Taylor sonrió al fin.
-Gracias, pequeño. Necesitaba oírte decir que te importo.
Lo abrazó con cariño y él la apretó fuerte contra su pecho, de forma que la joven pudo notar el rápido latir de su corazón.
-¿Entonces me perdonas? –atinó a decirle él al oído.
-Por supuesto. Además, ¡si lo mejor de las discusiones son las reconciliaciones! –bromeó ella mordiéndole el lóbulo de la oreja muy despacio.
Llevado por aquel alud de emociones que le habían venido encima sin aviso alguno, el deportista no pudo soportarlo más y se dejó caer en el sofá con la chica atrapada entre sus brazos.
-Sí, vamos a reconciliarnos –susurró.
Sin necesidad de más palabras, los dos sabían qué buscaban y qué iban a encontrar. Más besos hambrientos, más sábanas empapadas y uñas marcadas en la espalda.
Otra noche más de sexo sin sentimiento que no podía ser sino el preludio de otro terrible entrenamiento en el que Dean no rendiría como debía.