domingo, 27 de mayo de 2012

Más allá del mar - capítulo 17


Las nueve y diez. Comprobó la hora en su carísimo reloj por enésima vez y soltó una maldición que quedó acallada por el bullicio de turistas y transeúntes que plagaban Times Square esa tarde de finales de verano. Llevaba más de diez minutos esperando y la chica seguía sin aparecer.
Se había planteado en varias ocasiones mientras aguardaba a que Taylor llegara marcharse sin más. A fin de cuentas, había sido ella quien había insistido en cenar con él. Dean no tenía ningún interés por compartir con esa chica nada más, por lo que le resultaría muy fácil desaparecer entre el gentío y no volverla a ver más. Sin embargo, el recuerdo de la mirada amenazante y sospechosa que le había lanzado el entrenador lo retenía. No podía poner en juego su futuro como deportista de elite.
La aguja larga del reloj de la céntrica plaza acababa de alcanzar el tres dibujado en su esfera cuando la vio aparecer a lo lejos. Despampanante como ella sola, la impresionante rubia esquivaba a los curiosos que merodeaban por la famosa intersección de calles subida a unos altísimos tacones de aguja negros como la noche. Para esa ocasión, había escogido un look más discreto que para la fiesta de bienvenida a la universidad, pero ni siquiera así pasaba desapercibida y levantaba muchas más miradas que ninguna otra chica. Sus vaqueros blancos le estilizaban las piernas y el corpiño gris con lazos plata a la espalda realzaban unas curvas en ella que Dean no recordaba de su noche de pasión.
-Hola, Dean –dijo ella con una sonrisa en los labios y alargando la última sílaba como si se deleitara pronunciando el nombre del chico.
Conforme llegó a su lado, sin esperar a que él reaccionara, se acercó al muchacho y le plantó un beso en los labios. El deportista, asombrado, se quedó quieto como una estaca.
-¿Junior’s? –sugirió la joven.
El chico asintió de forma tácita. Aquella sería probablemente la primera vez que comiera en aquella hamburguesería a espaldas de Times Square, aunque había oído hablar mucho y muy bien de ella, pero siempre había preferido lugares más selectos y caros. En ese caso, no obstante, no le importaba dónde ir. Lo único que le interesaba era que la noche llegara a su fin y pudiera despedirse de Taylor, con suerte para siempre.
* * * * *
 Las enormes hamburguesas con bacon y queso que les sirvieron acompañadas de aritos de cebolla tardaron un buen rato en desaparecer de los platos, lo que permitió a la rubia disponer de una gran cantidad de tiempo con el que tentar a Dean. Mientras conversaban, una vez rompió el hielo sacando a colación el tema del deporte, las cervezas corrieron una tras otra hasta acabar con más de media docena cada uno a sus espaldas.
Para terminar, compartieron un brownie de chocolate con una nuez pecana encima y un montón de nata montada con una guinda decorando el postre. Cuando el chico rebañó las últimas migajas de pastel con su cuchara y se las ofreció a Taylor, esta sonrió complacida, ignorando que en realidad la alegría que se pintaba en los ojos de su acompañante no se debía a la grata compañía sino a encontrarse en la parte final de la cita.
-Lo he pasado genial contigo –reconoció la muchacha al mismo tiempo que se levantaba de la mesa que les habían dado en el exterior del establecimiento.
Frente a ellos, la gente formaba una interminable cola a la puerta de un teatro para ver la obra protagonizada por el crecido actor de Harry Potter. Había oscurecido y las luces de los numerosos edificios brillaban en la oscuridad convirtiendo a la Gran Manzana en el mágico mundo que cualquiera imaginaba al pensar en el sueño americano.
-Yo también –respondió el chico.
No mentía. Había disfrutado de su encuentro con la guapísima rubia. Habían hablado de fútbol, de la universidad, de su época de instituto. Incluso mencionaron a antiguos amores. La joven contó cómo antes del final de curso había roto con su novio, un tal Hayden. Sin darse cuenta, Dean se encontró describiendo los años pasados junto a Cindy y su repentino distanciamiento. El nombre de Sienna no apareció en la conversación, puesto que él no pensó en ella ni un instante, y aunque Taylor insistió en conocer los motivos por los que terminó su historia con la ex animadora del St. Patrick’s, él no dijo nada.
-¿Qué tal si repetimos más a menudo? –propuso ella-. Podríamos quedar un par de veces a la semana, cenar juntos y dejarnos llevar por la noche.
Le guiñó un ojo, picarona.
El deportista continuó caminando, con la chica cogida de su brazo izquierdo, mientras buscaba las palabras más adecuadas con responder.
No le importaría nada repetir esa cena ni la noche que pasaron juntos en su casa, pero tenía que ser consciente de que Taylor no era una chica como las demás. Era la hija de su entrenador, la persona más decisiva en ese momento de su vida. Si las cosas salían mal entre los dos (y tenía la total convicción de que antes o después todo se destrozaría), aquella situación le afectaría a nivel profesional.
Y es que, aunque en ese momento le diera la impresión de que la rubia solo quería pasar un par de noches de pasión y nada más… ¿cómo podía estar seguro de que dentro de unas semanas o un par de meses no le pediría fidelidad y una relación estable? Por mucho que le atrajera la cara de muñeca y el impresionante cuerpo de la joven, sabía que no podía prometerle eso. En varias ocasiones mientras estuvo con Cindy intentó ser el novio perfecto, no engañarle con otras ni hacerla sufrir, pero antes o después acababa pecando y traicionándola. Si con Cindy, a la que a su pesar había considerado en algún momento la mujer de su vida, no había funcionado… ¿sería capaz de guardar celibato por una mujer a la que acababa de conocer?
No, definitivamente sus encuentros debían terminar allí.
-No sé –se excusó, andando sin dirección ninguna-… no creo que sea una buena idea.
La joven paró en medio de la calle y le obligó a hacerlo también él.
-¿Por qué no? –preguntó, fingiendo indignación, aunque muy divertida en el fondo; adoraba aquellos juegos, cortejar y ser cortejada, poner a los chicos en aprietos y jugar con ellos sin piedad-. Tú y yo nos complementamos genial en todos los sentidos y conectamos como pocas personas en la cama. ¿Qué tiene de malo que sigamos pasándolo bien juntos?
Dean echó mano a una vieja excusa que había utilizado en anteriores momentos pero que sabía que con Taylor no iba a funcionar.
-Tú acabas de salir de una relación hace relativamente poco y, por mucho que pienses lo contrario, probablemente no hayas superado lo que pasó con Hayden. Y yo… bueno, hace más tiempo que lo dejé con mi novia, pero hemos pasado muchos años juntos… A veces pienso en ella y… no sé, no puedo prometerte que la haya olvidado. 
La chica lo miró con ojos tristes.
-Pero no es por ti, ¡eh! No eres tú, soy yo, que soy un idiota y no puedo superar el primer amor ni siquiera con un bombón como tú.
Ante esa alabanza, Taylor sonrió de nuevo y se aproximó más a él.
Le rodeó el cuello con los brazos y pegó sus labios a los del chico, con una separación entre ambos de escasos milímetros.
-No te preocupes, Dean, yo te haré olvidar –su voz sonó seductora y confiada-. Además, me encanta esa faceta tuya romántica que tanto te empeñas en ocultar con tus aires de machito orgulloso. ¿Ahora que me la has enseñado me la piensas arrebatar sin que la pueda disfrutar?
Le besó un par de veces en el cuello y fue subiendo su boca hasta mordisquearle el lóbulo de la oreja. Estaban en el medio de la calle y algunas personas les miraban, pero no le preocupaba. Quería divertirse y el resto del mundo sobraba.
-Para –pidió él, con los ojos cerrados y la voz rota.
Ella no hizo caso a la petición y le acarició la nuca despacito con la punta de los dedos.
-Para –repitió Dean, a lo que ella se negó dándole un suave beso en los labios.
Tras eso, el deportista no se controló. En cuanto sus labios rozaron los de Taylor, la apretó contra su cuerpo y comenzó a besarla con furia, como si quisiera devorarla y hacerla suya para siempre.
Se besaron durante un buen rato hasta que un grupo de niños de unos doce o trece años pasó por su lado y les silbaron mientras aplaudían y le daban ánimos.
Taylor se separó del chico y sonrió.
-Vamos a llevar esto a un lugar más íntimo, ¿no? –ofreció, mientras sacaba las llaves de su apartamento del bolso.
Dean asintió y la cogió de la mano.
Así, cuando el día siguiente amaneció, el sol lo encontró en una casa distinta, en una cama distinta, pero con la misma chica.
Esa noche, el joven no durmió. Durante su segundo encuentro con Taylor, intentó olvidarse de todo y disfrutar, pero cada vez que la besaba y la acariciaba, veía en su mente la cara del entrenador mirándolo iracundo.
Por más que se esforzara por conseguirlo, estaba seguro de que jamás dejaría de ver a Taylor como un obstáculo en su carrera.

lunes, 21 de mayo de 2012

Más allá del mar - Capítulo 16


-¿Estás segura? –preguntó Brooke por enésima.
Sophia asintió. Llevaba dándole vueltas a la cabeza desde el día de las presentaciones y a lo largo de todo el proceso de selección no había dejado de hacerse esa misma pregunta. ¿Y si se estaba equivocando?
-Segurísima –respondió; sus palabras sonaron más firmes de lo que en realidad eran.
Su compañera sonrió. Confiaba en ella y en sus decisiones, por lo que no le cabía duda de que haber descartado en el último momento a la hija de un famoso magnate hotelero para ceder ese puesto a Abby sería lo correcto.
Esa misma tarde, cuando el sol comenzaba a ponerse tras el horizonte, las dos chicas, acompañadas de otros miembros de su hermandad, se colaron en el edificio de las alumnas de primer curso y empapelaron con pancartas de colores las puertas y ventanas de sus próximas hermanas.
A su regreso de la sesión semanal de spinning en el gimnasio de la universidad, mientras caminaban por el pasillo de la residencia de estudiantes riendo sin parar, Yuri se percató de que algo raro ocurría. A diferencia de los últimos días en que la paz se había instaurado en su planta ya que las chicas habían llevado sus charlas y cotilleos al interior de las habitaciones, esa tarde el corredor se hallaba plagado de jóvenes que corrían de un lado a otro aceleradas, llamando a distintas puertas, abrazando a sus amigas e incluso rompiendo a llorar.
-¿Qué está pasando? –dijo Sienna, extrañada.
Abby se encogió de hombros y apretó el paso para reunirse con Yuri, que las esperaba en la puerta de su cuarto, al final del pasillo, con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Nos han cogido! –chilló, emocionada-. ¡Abby, nos han cogido!
En cuanto su nueva amiga la alcanzó, se echó a sus brazos y se fundió con ella en un cálido abrazo. Atrapada por la coreana, Abby seguía sin saber qué pasaba.
Levantó la cabeza un poco y echó una ojeada sobre los brazos de Yuri para poder leer el letrero de la cartulina que habían colgado en su habitación. Conforme vio las tres letras griegas dibujadas con rotuladores fosforitos en las esquinas, comprendió la alegría de la otra chica y también ella la abrazó con una sonrisa en los labios.
-¡Somos Alfas! –exclamó Yuri, a la vez que daba saltos de alegría.
Sienna, que había parado a mitad de camino para leer la pancarta que habían colgado en su puerta, se aproximó a ellas también con apariencia alegre.
-¿Tú también? –inquirió Abby, frunciendo el ceño y emparejándose las gafas que se le habían resbalado hasta la punta de la nariz por el ajetreado abrazo de su compañera de cuarto.
La española asintió con la cabeza mostrando una enorme sonrisa. En ningún momento se había planteado en serio unirse a una hermandad, especialmente después de lo que había ocurrido el curso anterior cuando se dejó liar por Cindy y decidió formar parte del escuadrón de animadoras, pero en ese momento, al ver la ilusión brillar en la mirada de su amiga y al sentir la energía de su más reciente compañera inundando el pasillo, se prometió a sí misma que de esa historia sacaría algo bueno, como de todo. Con suerte, muchas fiestas y nuevas amistades. Sin ella, al menos habría vivido una nueva experiencia.
-¿Habéis leído la letra pequeña? –consultó-. Nos han convocado dentro de una hora en la casa de la hermandad.
-¿Qué? –gritaron a la par las otras dos muchachas; ninguna de ellas había leído más allá del mensaje de bienvenida a Alfa Delta Pi.
-Lo que oís. Que tenemos que estar allí en una hora –miró su reloj de pulsera y se corrigió-. Mejor dicho, en cincuenta minutos. No mencionan para qué ni durante cuánto rato tendremos que estar allí, así que supongo que será algo breve.
-¿Y la ropa? –quiso saber Yuri mientras se giraba hacia el póster de su puerta y aguzaba la vista para el mensaje que alguien había dejado en el borde de la cartulina con letra diminuta.
-Tampoco dice nada, así que tendremos que arriesgarnos –contestó Sienna.
-¡Y nosotras con estas pintas! –se quejó la coreana de nuevo-. Voy a dejar las cosas corriendo en la habitación para no perder ni un solo segundo. Tengo que ducharme, maquillarme, plancharme el pelo… ¡Madre mía, no sé cómo voy a conseguir hacer todo eso y llegar a Alfa Delta Pi a tiempo!
-Sí, será mejor que nos apresuremos –reconoció Abby; acababa de contemplar su reflejo en la ventana del dormitorio y la imagen que vio en ella no le resultó nada agradable-. ¿Alguna de vosotras sabe cómo llegar a la casa?
Yuri respondió que sí con un ligero movimiento de cabeza.
-No tardaremos más de cinco minutos en llegar si nos damos prisa.
-¿Quedamos a menos diez para salir hacia allá? –propuso la española, menos preocupada por los preparativos que sus compañeras-. No creo que causemos muy buena impresión si ya el primer día llegamos tarde o con el tiempo pegado.
Yuri y Abby estuvieron de acuerdo con ella. Sin más dilación, las tres muchachas se encaminaron a sus dormitorios, dispuestas a darse una ducha y adecentarse un  poco antes de asistir a su primer evento como Alfas.  
Pese a que cada una de ellas tenía unos motivos diferentes para sentirse orgullosa de haber sido aceptada por aquella hermandad, todas coincidían en algo: se sentían especialmente afortunadas de poder compartir esa aventura juntas. Desde ese instante ya no solo eran amigas; eran hermanas.
* * * * *
“Bienvenidas, nuevas Alfas”, rezaba la enorme pancarta que decoraba la fachada del antiguo caserón que servía de hogar a la hermandad.
-Es impresionante… -murmuró Sienna, boquiabierta.
Aunque su familia nunca había tenido problemas económicos y siempre había dispuesto de todos caprichos que pudiera desear, no fue hasta su llegada a Estados Unidos que se acostumbró a las grandes casas y mansiones, muestras de lujo irrefrenable y altanería. No obstante, por más que ya no la sorprendieran esas cosas, no pudo evitar que se le escapara un silbido de admiración al ver frente a frente la casa de Alfa Delta Pi.  
-Y que lo digas –reconoció Abby, temblando de emoción.
Probablemente, de las tres muchachas, ella fuese la que más nerviosa estaba. Imaginaba que a Brooke y Sophia no les habría costado demasiado escoger a Sienna y Yuri como nuevas componentes de la hermandad, pero estaba convencida de que su decisión había sido la más difícil. Como siempre, le seguía faltando una gran dosis de autoestima y respeto, puesto que creía que se merecía menos que sus dos amigas haber sido aceptada por esa asociación.
Al llegar frente al fornido portón de madera de roble, tocó el timbre. Al otro lado del edificio se oía una suave melodía, probablemente música clásica.
-¡Chicas! –exclamó Brooke nada más abrir la puerta.
Las recibió con una sonrisa y un tierno abrazo. A fin de cuentas, ya no eran desconocidas y debía hacer que se sintieran desde el primer momento como en casa, puesto que Alfa Delta Pi era su nueva casa.
-¿Preparadas para el rito de iniciación? –comentó, sin dejar de sonreír.
Las tres chicas la miraron extrañadas.
-¿Ya? ¿Tan pronto? –preguntó Sienna-. ¡Si apenas acabamos de enterarnos de que nos habéis aceptado!
Brooke soltó una carcajada.
-¡Precisamente por eso tiene que ser ahora! ¿Cuándo queréis que os iniciemos, cuando ya llevéis tres meses con nosotras?
Todas se rieron.
-Venga, pasad al salón que el resto os están esperando.
-¿Hemos llegado las últimas? –dijo Abby.
-Sí –contestó la morena de largas y bronceadas piernas-, pero no os preocupéis, que aún no es la hora. Es que este año solo podíamos elegir a cinco candidatas y las otras dos acaban de llegar. Ahora seguidme.
Brooke echó a andar hacia una enorme sala con varios sofás color café rodeando una chimenea apagada. Sentadas en ellos o arrodilladas pulcramente sobre una hermosa alfombra de pelaje gris, las esperaban unas treinta chicas, todas luciendo camisetas rosas palo como las que llevaban la presidenta de la hermandad el primer día de entrevistas.
-¡Por fin estamos todas! –oyeron decir a Sophia antes de localizarla en un sillón de piel de aspecto lujoso en el centro de la sala-. Por favor, tomad asiento y así comenzaremos ya con la iniciación, ¿de acuerdo?
Sienna, Abby y Yuri asintieron. Se sentaron en los huecos vacíos que había junto a las otras dos nuevas hermanas, a las que reconocieron de inmediato por la peculiar sonrisa emocionada que se veía en sus rosotas, y escucharon atentamente el discurso de la atractiva rubia.
 Tras un breve saludo a antiguas y nuevas hermanas de Alfa Delta Pi, Sophia se levantó del sillón y se acercó a la mesita de madera que había entre los sofás, de donde cogió unas camisetas como las que ella y las demás chicas lucían.
-Ha llegado el momento de que seáis verdaderamente aceptadas como miembros de nuestra hermandad y, para ello, una de nuestras veteranas de segundo, tercer o cuarto curso debe presentarse voluntaria para ser vuestra hermana mayor y guiaros, ayudaros y apoyaros a lo largo de todo el tiempo que paséis en esta casa. Si ninguna de nuestras chicas quisiera ofrecerse como vuestra hermana mayor, seríais expulsadas de la hermandad –el rostro de las nuevas palideció-, aunque no os preocupéis; eso no ha pasado más que una vez y más de setenta años.
Las veteranas rieron por lo bajini, pero ninguna de las recién llegadas se unió a ellas.
-Ahora, por favor, ruego que las cinco nuevas incorporaciones se pongan de pie en el centro de la sala.
Las chicas obedecieron sin rechistar.
Sophia miró atentamente a las antiguas miembros de la hermandad.
-Recordad que aquellas que quieran actuar como hermanas mayores de estas chicas se complementen a cuidarlas y ayudarlas, así que no toméis el gesto como un juego. Si ya os habéis decidido, levantaos también del sofá, coged una camiseta de la mesa y entregádsela a vuestra hermana pequeña.
En cuanto terminó de hablar, cuatro muchachas se levantaron. Tres desconocidas y Brooke.
Solo cuatro jóvenes para cinco candidatas.

domingo, 13 de mayo de 2012

Más allá del mar - Capítulo 15


-Vaya… -musitó Cindy conforme sus labios se separaron de los de Lucas y la magia de ese beso quedó flotando en el aire.
A escasa distancia de ella, el francés sonrió.
-Lo que sospechaba… -murmuró él.
Curiosa, la joven se levantó lentamente de la mesa en la que estaba sentada y se acercó de nuevo a él.
-¿Qué sospechabas? –preguntó.
-No, nada –contestó el muchacho mientras regresaba frente al caballete y mojaba por primera vez la brocha en pintura.
-Dímelo –insistió la americana-. No puedes tirar la piedra y esconder la mano.
Lucas había comenzado a pintar sobre el lienzo y parecía estar prestando atención únicamente al cuadro, pero ella supo que solo estaba fingiéndolo, puesto que vio como los labios de este se estiraban para formar otra sonrisa.
-Venga, dime qué sospechabas –pidió de nuevo al tiempo que caminaba hacia él y se paraba a su lado.
Como no conseguía ninguna respuesta por parte del artista, llevo a cabo un arriesgado movimiento: alargó la mano a la paleta de colores, tocó la pintura con los dedos de forma discreta y tocó la cara del chico.
Sobresaltado al notar la humedad de la pintura en su mejilla, el francés dio un paso atrás y dejó caer el pincel al suelo para poder atrapar los brazos de Cindy. Ella, sin embargo, parecía decidida a embadurnarle todo el rostro de pintura con tal de sonsacarle qué había querido decir con esas tres palabras.
-¡Dímelo! –chilló mientras forcejeaban y se manchaban de pintura el uno al otro.
-¡No!
Juguetearon un rato hasta que la rubia quedó sin aliento y debió aceptar que el chico había ganado. Con un manchurrón rosa en un moflete y la barbilla y la frente de color azul turquesa, dejó que los brazos de su rival en aquella lucha la atraparan por completo.
-Sabía que debías besar bien –señaló Lucas al fin, sin soltar a la chica de ese extraño y colorido abrazo.
-¿Ah, sí? –bromeó ella-. ¿Qué ha sido esto, un experimento? ¿Querías comprobar tu teoría?
El pintor asintió con la cabeza aunque el brillo juguetón de sus ojos delató la mentira.
-Vale, vale –continuó diciendo Cindy, indignada, mientras rompía el abrazo-… Pues me parece que te has quedado sin modelo.
Aún con las manos manchadas de pintura, se acercó a la silla donde el chico había dejado su pañuelo para el cuello y se agachó a cogerlo. Antes de que tuviera tiempo de tocarlo si quiera, el muchacho la agarró por detrás y la retuvo.
Sonriendo, consciente de que Lucas no la veía y convencida de que el francés se había tragado su actuación, se giró hacia él con semblante serio. El joven le siguió el juego.
-Desde el primer día en que te vi, no he podido dejar de pensar en esos labios. Cada noche, cuando me acostaba a dormir, me preguntaba cómo debía ser besarlos, y nunca dudé que debías ser una gran besadora, una auténtica maestra. Hoy me lo has demostrado y me has enamorado.
Cindy se sonrojó. Bajó la cabeza para que el artista no supiera lo avergonzada que se encontraba y se llevó la mano al pecho de forma instintiva. El corazón le latía tan fuerte y tan acelerado que sintió la necesidad de comprobar que no se le había salido del pecho.
-No seas adulador –dijo, sin levantar la mirada.
Lucas le acarició la mejilla pintada de rosa y después acercó su boca a la oreja de la chica.
-No lo estoy siendo; solo soy sincero. Te quiero.
Le mordió el lóbulo de la oreja despacio, jugueteando con él mientras sentía cómo la chica se derretía en sus brazos. Esperaba un “yo también te quiero” o algo similar, pero Cindy no respondió. Siempre le había costado expresar sus sentimientos cara a cara con palabras, y es que con Dean había aprendido a dejarse llevar por las emociones y actuar. Nada de discursos ni diálogos: acción directa.
Por ello, cuando no pudo soportar ni un segundo más los mordiscos de Lucas en su oreja y cuello, no se controló y lo volvió a besar en los labios.
A diferencia del anterior, ese beso no fue comedido y calmado, sino pasional y frenético. Un beso que había deseado como agua de mayo desde que llegó a París y que por fin se había convertido en una realidad.
Lucas no se amilanó ante la fuerza de Cindy. Todo lo contrario; cuando esta se lanzó sobre él y lo besó siguiendo sus instintos más primarios, bajo sus labios cubiertos por los de ella apareció una sonrisa.
Tras unos instantes de confusión, manos enganchadas en la ropa y pequeños gemidos apagados, también él hizo lo que el cuerpo le pedía. Cogió a la americana en brazos, la levantó del suelo y con las piernas de ella rodeándole la cintura, sin dejar de devorarse, la arrastró hasta el destartalado sofá del diminuto salón.
No hizo ninguna pregunta. Cindy tampoco se sorprendió, aunque en el fondo había esperado un “¿estás segura?” o alguna promesa de amor.
Tumbados en el pequeño canapé en que apenas les cabían las piernas, se abrieron paso bajo la ropa del otro y recorrieron sus cuerpos como viajeros que exploran un nuevo mundo. Él, firme y decidido, experto aventurero. Ella, temblorosa y emocionada.  
Aquel era el primer chico al que besaba después de Dean, el primer cuerpo de hombre que acariciaba después de Dean y, en cuestión de minutos, Lucas sería el primer chico que la amara sin limitaciones después de Dean. El primero y el último, porque desde el deportista, la vida de Cindy se había venido abajo y ningún otro chico había logrado abrirse camino en su corazón. Ninguno hasta ese momento.
Ahora tenía a Lucas el bohemio, el artista, el amante apasionado y divertido. El pelo largo en el que colar sus dedos y con el que juguetear durante horas tumbados en la cama roja de la pequeña habitación con vistas al río. El mismo que iba a retratarla y a convertirla en su musa, en su gran inspiración.
De forma inesperada, aunque no por ello menos deseada, Lucas había pasado de ser su entretenimiento cada mañana a convertirse en su sueño y su ilusión.
Mientras se desnudaban y se despojaban de las últimas prendas que los cubrían, Cindy tuvo la certeza de que su camino de sufrimiento y de recuerdos dolorosos había llegado a su fin.
El destino había acabado por compensarle tanta tristeza y tantos años aguantando infidelidades y traiciones de la persona a la que amaba con aquel francesito pizpireto y atractivo.
Lo besó aún con más fuerza. Necesitaba acelerarlo todo y dejar de pensar si no quería romper a llorar.
-Lucas… -susurró, mirándolo a los ojos y notando como un escalofrío le recorría el cuerpo al verlo completamente desnudo por primera vez.
Sí, el destino tenía un extraño sentido del humor, pero había terminado por entregarle una recompensa.
Lucas, su polo opuesto, su antagonista. Su tabla de salvación.

viernes, 4 de mayo de 2012

Más allá del mar - Capítulo 14


Mientras la presidenta del equipo panhelénico bajaba del estrado e iniciaba su ronda de saludos, el resto de representantes de las hermandades se mezcló entre la multitud de jovencitas que, nerviosas, se mordían las uñas preguntándose si conseguirían destacar entre las demás.
A los pocos segundos, Abby, Yuri y Sienna estaban rodeadas. Parecía haberse corrido la noticia de que la novia de Matthew Levine iba a participar en el proceso de selección, puesto que numerosas chicas de diferentes hermandades con camisetas de manga corta de todos los colores del arco iris querían hablar con ella. La española, un poco aturdida por el repentino interés que había despertado su presencia, intentó escabullirse del círculo de gente que se había formado a su alrededor.
-¡Hola! –la saludó una pelirroja bajita y regordeta con un suéter azul celeste.
-¡Hola! –otra joven, de pelo castaño y corto a juego con su camisa marrón, subió la voz por encima de la anterior muchacha en un intento de captar la atención de Sienna.
Abby y Yuri sonrieron, divertidas por la situación, aunque también un poco avergonzadas.
-Creía que las universitarias ya habían superado esa etapa de querer aparentar y ser vistas con la más popular –murmuró la coreana a su compañera de habitación  por lo bajini.
Las dos soltaron una carcajada.
Sienna, por su parte, mostraba un mayor agobio a cada instante que transcurría. Por fortuna, su teléfono sonó de pronto y le dio una excusa para separarse del grupo de chicas y buscar algo de intimidad.
Caminó a un extremo menos transitado del claro al mismo tiempo que extraía el móvil de su bolsillo para comprobar de quién era el mensaje que acababa de recibir. Para su sorpresa, era de él. Al leer su nombre en la pantalla del teléfono, no fue capaz de reprimir una sonrisa.
Hola, pequeña. Acabo de llegar a Miami para grabar un programa de televisión infantil. Te echo de menos y me muero de ganas de volverte a ver. ¿No puedes escaparte a Florida conmigo? Te quiero.
No le hizo falta pensar demasiado para saber qué quería responderle. Sus dedos se deslizaron a toda velocidad sobre el teclado, agotando los escasos caracteres para conseguir decir todo lo que sentía y llevaba un tiempo guardando dentro.
Yo estoy apunto de ser atacada por miles de chicas que me quieren en su hermandad por salir con el bombón con el que tengo una relación a distancia. Te echo en falta cada hora, cada instante, cada segundo. Necesito verte ya.
En cuanto terminó de redactar el texto, lo envió y permaneció en el lugar donde se encontraba esperando una respuesta que no llegó. Probablemente su chico le escribía desde el camerino mientras terminaban de arreglarlo para la grabación y ya lo habían llamado al plató. La vida del artista era así, incontrolable, voluble, veloz. En tres ciudades el mismo día, conociendo a gente a la que jamás había visto y a quienes debía tratar como a grandes amigos. Sienna se había dado cuenta de lo complejo que era el mundo de la canción durante su estancia en España, cuando lo acompañó al concierto que dio en Benidorm. Había disfrutado mucho, por lo que cada vez que recordaba esos días sentía una indescriptible emoción en el pecho, pero al mismo tiempo se había visto arrollada por actos, eventos y presentaciones consecutivas que la habían agobiado al principio hasta dejarla sin respiración.
Volvió la vista hacia el grupito de chicas que se habían acercado a saludarla y que en ese momento parloteaban alegremente con sus dos amigas. Suspiró, consciente de que había llegado el momento de volver junto a ellas. Al menos la multitud se había dispersado y muchas jóvenes se encontraban ocupadas intentando convencer a las novatas para unirse a sus hermandades. Con un poco de suerte, las cosas irían mejor.
Conforme retomaba sus pasos, escuchó a Yuri reír a pleno pulmón, sin reprimirse. Charlaba de forma distendida con una muchacha de piel clara y sonrisa abrumadora de tan natural y grande como resultaba. A su lado, Abby contemplaba a las dos chicas, un poco cohibida aunque sin dejar de sonreír. Y es que, por más que quisiera quemar una etapa y comenzar una nueva vida en la costa oeste, seguía siendo la misma Abby de siempre, tímida, dulce y comedida.
-Mira, aquí viene nuestra amiga –señaló la coreana con el dedo.
La desconocida giró sobre sí misma y su melena dorada de mechas californianas ondeó en el viento como un abanico de rayos de sol.
-Hola –dijo Sienna, fijándose detenidamente en ella: ojos almendrados color miel, labios sonrosados y un maquillaje muy discreto para pulir algunas imperfecciones sin importancia.
La joven, sin embargo, no perdió el tiempo en analizarla por varios motivos muy claros. En primer lugar, no quería asustar a la chica actuando como un animal carroñero igual que el resto de representantes de las hermandades. Además, sabía que debía atrapar la atención de Sienna desde el primer instante y quemar todos sus cartuchos antes de que cualquiera otra le saltara encima y consiguiera llevársela de su lado. Todo eso sin contar, por supuesto, que no tenía nada que observar: había estado vigilándola desde lejos y sabía perfectamente cómo era y qué podía conseguir teniéndola a su lado.
Por ello, en cuanto la tuvo cerca, dio un paso al frente y aprovechó el momento.
-Hola, soy Sophia, la presidenta de Alfa Delta Pi.
La calma y firmeza de aquella voz contagió a la española, que no dudó en responder sin preocuparse por nada más.
-Yo Sienna. Soy amiga de Yuri y Abby.
-Encantada de conocerte –formuló Sophia al mismo tiempo que se aproximaba a Sienna y en un gesto inesperado le daba dos besos en la mejilla.
La cercanía que le transmitieron esos dos besos fue otro punto a favor. La presidenta supo que no se había equivocado al romper con el protocolo y dirigirse a su futura candidata a la española en cuanto la vio sonreír.
-Sophia nos estaba hablando de Alfa Delta Pi –explicó Yuri, muy sonriente también-. Ya sabes que mi madre formó parte de esa hermandad…
Sienna asintió con un movimiento de cabeza.
-Les estaba contando algunas de las grandes historias de nuestra asociación, muchas de las cuales vienen de tiempo atrás y que probablemente su madre no le contara. Hay cosas que solo pueden descubrirse cuando se es Alfa, aunque siendo legado… podríamos decir que Yuri está prácticamente dentro –conforme terminó de hablar, la rubia les guiñó un ojo.
Abby fue a abrir la boca para intervenir y darse más a conocer, pero algo la interrumpió. De pronto, tras la elegante presidenta de la hermandad, apareció otra muchacha de cabellos morenos y ondulados con las planchas, tiempo libre y mucho esmero.
-¡Sophia, estás aquí! –exclamó, abrazando a la otra chica por la cintura-. ¡Te he estado buscando por todas partes!
Nada más verla, las tres candidatas supieron que era una compañera de hermandad, puesto que ambas lucían sendas camisetas rosas.
-¿Qué pasa? –preguntó la rubia-. ¿Hay algún problema?
-No, para nada. Solo quería presentarte a un par de chicas que acabo de conocer y que creo que encajarían a la perfección en Alfa Delta Pi. Son buenas estudiantes, divertidas y elegantes sin perder ese toque fresco y desenfadado que tanto nos caracteriza. Ya verás, serán geniales –mientras hablaba apenas prestó atención a las otras tres chicas, pero en cuanto terminó la última frase, volvió la mirada hacia ellas y sonrió-. ¡Vaya! No me había dado cuenta de que estabas hablando con alguien. Perdonad que os haya interrumpido.
-Bueno, aquí tenéis a la parte más importante de nuestra hermandad, mi alocadísima e infatigable educadora de novatas. Mi mejor amiga, Brooke Jaeger.
Abby, Sienna y Yuri sonrieron a la nueva participante en la conversación.
-¡Un placer conoceros, chicas! –gritó, con los ojos brillantes de emoción-. ¿Estáis valorando uniros a nosotras?
Su compañera la interrumpió.
-La madre de Yuri fue una Alfa –apuntó Sophia antes de que ninguna de las tres chicas tuviera tiempo de hablar.
-Siempre he sabido que quería formar parte de vuestra hermandad –dijo la coreana, en tono muy convincente-. Por eso me ha hecho tanta ilusión que la primera en hablarme fuera ni más ni menos que su presidenta. Estoy segura de que ha sido el destino.
Todas se rieron. En aquel ambiente distendido, Abby encontró la oportunidad de hacerse escuchar.
-Yo no soy legado, aunque me encantaría serlo para poder tener más oportunidades de resultar elegida para formar parte de Alfa Delta Pi. He leído los folletos de información de todas las hermandades y desde que leí el apartado en que se hablaba de la vuestra, supe que mi lugar estaba aquí. Ser una Alfa es mi mayor ilusión en este momento.
Sophia y Brooke sonrieron, emocionadas por la emoción que desprendían aquellas palabras. Sin embargo, al mismo tiempo a ambas les cruzó la mente el mismo pensamiento: tenían un número limitado de candidatas a escoger y había muchas chicas que les interesaban más que aquella muchacha de ojos castaños y semblante tranquilo. Coger a Yuri era una obligación, a Sienna un reto. En cambio a ella… deberían pensárselo mucho.
-¿Y tú, Sienna? –preguntó la presidenta, con un especial interés en la respuesta a esa propuesta indirecta-. ¿A ti no te gustaría unirte a nuestra hermandad?
La española permaneció unos instantes en silencio, reflexionando la contestación más adecuada a aquella pregunta. A su izquierda, su mejor amiga la observaba con ojos expectantes, casi suplicándole que no metiera la pata y la privara de la posibilidad de cumplir su sueño.
-Sí, me gustaría. Quiero vivir la experiencia.
Al escuchar las palabras de Sienna, las dos representantes de la hermandad sonrieron de oreja a oreja, eufóricas. La tenían en el bote. Las miradas que se intercambiaron no le pasaron desapercibidas, por lo que se apresuró a mirar a Abby y añadir:
-Me haría ilusión ser una Alfa por muchos motivos, pero el primero y más importante, para vivir esta experiencia contigo.
Abby sonrió agradecida y, con los ojos empapados en lágrimas por el cariñoso gesto de su amiga, la abrazó con ternura bajo la atenta mirada de las otras tres chicas.

Más allá del mar - Capítulo 13


-¡Menudo bombón había ahí fuera! –silbó uno de los muchachos conforme se desnudaba, se enrollaba en una diminuta toalla y se metía bajo la ducha-. No es la novia de ninguno, ¿verdad?
-¿Novia? Yo no gasto de eso –respondió Dean, entre carcajadas.
Un par de chicos más soltaron bravuconadas similares mientras dejaban que el agua de la ducha les recorriera la piel. Alguno de ellos, como Dean, porque no creía en el amor. Otros, por hacerse los gallitos y conectar con sus nuevos compañeros.
-Bueno, estar en pareja tampoco es lo mío, pero por esa preciosidad cambiaría de idea –apuntó el primero en hablar-. Por cierto, mi nombre es Alec y vengo de Philadelphia.
Dean cerró el grifo antes de volverse a su compañero de ducha y darle la mano.
-Dean Thompson –a su entender, no necesitaba más presentación.
Pese a haber estado fatal en esa sesión de entrenamiento, era un campeón, un ídolo, y estaba convencido de que todos los chicos del equipo habían oído hablar de él. Además, tener un padre rico e influyente suponía tener las puertas abiertas a todo en esta vida, por lo que sin duda debían de haberlo visto más de una vez en televisión.
-Encantado, tío –contestó Alec, mientras se estrechaban las manos-. Por cierto, pasa de lo que te diga el mister; no has estado tan mal en el entrenamiento.
Dean había comenzado a salir de la ducha cuando el desconocido formuló sus últimas palabras, por lo que nadie fue testigo de la cara de asombro que se le quedó. ¿Estaba de coña o qué? Había hecho la peor práctica de su vida y lo sabía. Si el tal Alec pensaba lo contrario, o bien sabía muy poco de fútbol (cosa que dudaba porque lo había visto moverse por el terreno de juego como una reina por un tablero de ajedrez vación) o bien estaba siendo condescendiente con él.
Se mordió la lengua antes de responder nada, puesto que su mañana ya había comenzado bastante mal como para terminar de bordarla con una pelea en el vestuario, pero se la guardó para otro momento. En el siguiente entrenamiento, iba a demostrarle que era el mejor jugador de fútbol de todo el equipo. No debería costarle mucho trabajo; siempre lo había sido sin el menor esfuerzo.
Aún en las duchas, Alec continuaba hablando de la chica que había visto en las gradas.
-Mientras entraba a los vestuarios, me ha parecido verla saludar al señor Alpert. ¿Quién creéis que será? ¿Su mujer? ¿Su hija? ¿Su hermana?
-Estaba buenísima –intervino otro de los deportistas-, y el mister no es muy agraciado físicamente que digamos, así que dudo mucho que exista ningún parentesco entre ellos.
Prácticamente todo el equipo se rió al mismo tiempo.
-Igual es su amante –comentó el mismo-. ¿Creéis que un entrenador de fútbol universitario gana lo suficiente como para que una chica como esa salga con él?
-Ni idea, tío –escuchó a Alec hablar de nuevo-. Sea como sea… ¡no veáis cómo lo envidio!
Dean había terminado de vestirse mientras que el resto de jóvenes seguía charlando en la ducha sin mostrar ninguna intención de salir a arreglarse. Unos meses antes, él mismo había sido así, encerrado en los vestuarios con su equipo durante casi una hora, hablando sin parar. Ahora, en cambio, no se sentía cómodo. Esos muchachos no eran más que desconocidos, rivales a batir. Se emparejó el pelo con los dedos sin mirarse siquiera en el espejo, agarró su bolsa de deporte y salió del vestuario.
Se encontraba casi en la calle cuando escuchó una voz severa tras él.
-Lo sabía. El último en llegar y el primero en irse.
El joven se volvió hacia el lugar del que procedían aquellas palabras, mandíbula apretada y ojos brillantes de rabia. Sabía que era el entrenador y que le debía respeto, pero le había caído mal desde el primer momento y no podía evitar morirse de ganas de darle un puñetazo.
Para su sorpresa, el hombre no se encontraba solo. Apoyada contra un pilar mostrando sus larguísimas y cuidadas piernas que asomaban bajo una diminuta minifalda vaquera, sus ojos se toparon con los de Taylor.
* * * * *
 -¿Ta…Taylor? –por primera vez en mucho tiempo, tartamudeó.
De pequeño, cuando su madre aún vivía y todavía llevaba una infancia normal, había estado asistiendo a sus citas semanales con el logopeda durante más de un año para aprender a pronunciar bien todas las letras y dejar de tartamudear. Le costó bastante, pero en ningún momento dejó de esforzarse por librarse de esos temblores de voz que le impedían hablar con normalidad, y es que, de entre todas las cosas del mundo, la que más odiaba era tartamudear.
Por eso, cuando notó que las fuerzas le fallaron y no se logró controlar, detestó la situación mucho más.
La rubia, sonriente como una niña a la que acababan de regalarle la muñeca que tanto deseaba, le lanzó un saludo silencioso que no pasó desapercibido a su padre.
-¿Os conocéis? –su tono de voz sonó tan serio como durante el entrenamiento, quizá incluso un poco más.
Dean supo de inmediato por qué. El señor Alpert no permitiría que nadie se acercara a su niña. No le hacía falta confirmación ninguna por parte del hombre. Por la forma en que la miraba, era más que evidente que Taylor era su hija.
-Se podría decir que sí –respondió él, sin saber muy bien cómo salir del paso.
-No seas mentiroso, Dean –comentó la muchacha, con su sonrisa pícara de nuevo en los labios-. Nos conocemos mucho más que eso. Es más, yo diría que nos conocemos en profundidad, ¿no crees?
Le guiñó un ojo nada más terminar de hablar.
Un par de chicos del equipo salieron del vestuario en ese momento y contemplaron atentos la escena.
El padre, atento, intentó leer más allá de las palabras de la chica, aunque no supo con seguridad que había querido insinuar. Eso sí, por la forma en que su princesita miraba a aquel deportista prepotente y trasnochador, no se trataba de nada bueno, eso seguro.
De pronto, una bombilla se encendió en su mente. En ningún momento se le había ocurrido pensar eso, pero… ¿era acaso tan descabellado considerar algo así?
-¿Dónde pasaste la noche, cariño? –preguntó, lanzándole una mirada sombría.
La rubia no perdió la calma ni un segundo, por lo que Dean creyó que iba a desvelarle la verdad. Por detrás del entrenador, que le había dado la espalda unos instantes, hizo señas a la chica para que mantuviera el secreto. Ella parpadeó un par de veces a la par que se mordía el labio inferior de forma provocadora y por fin habló.
-Ya te lo he dicho, papá. Pasé la noche en casa de Sandy. Fuimos a la fiesta de bienvenida de la universidad, bailamos un rato y nos fuimos a la cama.
El deportista pensó que había sido bastante sincera. Si cambiaba el nombre de la tal Sandy por el suyo, daría en el clavo con todo.
-¿Estás segura de que solo hiciste eso? –inquirió el padre.
-Claro que sí, papá –se quejó ella, un poco harta de su insistencia.
No mentía en los hechos, solo en el nombre de su compañía, pero el hombre no había preguntado por quién sino por qué, ¿no?
-Deberías confiar más en mí. Ya no soy una niña –continuó replicando.
“Ni que lo digas”, pensó Dean para sus adentros mientras recordaba algunos momentos aislados de la noche anterior.
Decidió que ese momento de discusión familiar era su mejor opción de huida, por lo que se despidió con un par de palabras de padre e hija y se dispuso a marcharse de allí de regreso a casa. Necesitaba una buena siesta antes de hacer nada más. De lo contrario, esa resaca lo iba a matar.
-¡Dean! –gritó la joven.
El chico frenó en seco y se giró a ver qué quería.
-¿Sigue en pie la propuesta de comer juntos?
El muchacho quiso decir la verdad, que no, que no quería volver a verla durante algún tiempo. Por mucho que le hubiera guardado el secreto y hubiera mentido por él a su padre, no eran pareja. No eran novios ni nunca lo serían. Tenía que darse cuenta de ellos cuanto antes mejor; no pretendía hacerle daño.
Sin embargo, la mirada atenta del entrenador, controlándole hasta en el más mínimo gesto, lo amenazó. Si decía que no… ¿contaría la chica que habían pasado la noche juntos? ¿Y cuál sería la reacción del hombre? Su mirada señalaba que no tendría ningún problema con echarlo del equipo y, por más que se hubiera preocupado bien poco por presentarse en la primera ronda de práctica en condiciones óptimas, no podía permitir que eso ocurriera. El deporte era lo único que de verdad le importaba.
-Claro que sí, aunque preferiría cambiarlo a una cena. Tengo algunas cosas pendientes y no quiero hacerte esperar. ¿Qué tal a las nueve? –la joven asintió-. ¿Nos vemos al pie de las escaleras de Times Square?
-Genial –sonrió ella, consciente de que había logrado salirse con la suya.
Mientras el chico retomaba el camino y desaparecía de su campo de visión perdiéndose en la lejanía, el señor Alpert no le quitó el ojo de encima. Cuando por fin dejó de verlo, se volvió a la chica y, con un dedo amenazador en alto, la previno.
-Ten cuidado con ese Dean; me ha bastado un solo día para ver que es un buen pieza.
-¡Deja de ser tan protector conmigo, papá! Créeme, sé cuidar muy bien de mí misma.
Tenía razón. Tras el jueguecito con su padre y el deportista, tenía en bandeja de oro volver a ver a Dean tantas veces como quisiera. También a ella le habían bastado unas horas para calar al chico y sabía que si había aceptado quedar esa noche con ella era para no molestar al entrenador.
A partir de ese momento, Dean no podría dejarla tirada e irse con cualquier otra chica puesto que, si el padre de Taylor se enterara, las consecuencias de esa traición serían terribles. La rubia era más que consciente de ello, lo que la complacía. No estaba enamorada de él, ni mucho menos, pero la forma de ser del joven le había atraído casi tanto como su físico. Quería seguir conociéndolo y esa era la única manera de poder hacerlo.
Como a ella le gustaba, tenía las riendas del juego.