domingo, 31 de octubre de 2010

Capítulo 17

            Segundo día de clases. Sienna estaba nerviosa, más que el día anterior, pero la jornada transcurrió sin problemas ni situaciones extrañas.
Cuando salió al descanso, no volvió a clase para evitar quedarse encerrada como el día anterior, pese a que muy dentro de sí deseaba que el momento íntimo con Dean volviera a repetirse. Dean la miraba todo el tiempo en clase, sin intentar disimular, algo que la molestaba un poco ya que tenía miedo de que Cindy se diera cuenta. Sin embargo, su nueva amiga apenas mantenía contacto visual con Dean y, cuando lo hacía, parecía creer que el chico sólo tenía ojos para ella. En ningún otro momento volvieron a estar solos ni a dirigirse la palabra.
Cindy seguía llevando a Sienna de un lado a otro, presentándole a gente importante de cuyo nombre Sienna se olvidaba al instante. Demasiadas personas desconocidas para memorizar sus nombres en tan poco tiempo. Su opinión respecto a las amigas de la rubia no había cambiado y, aunque en muchas ocasiones deseaba que Abby se uniera al grupo para poder dejar de fingir que las otras chicas le caían bien, no le resultó posible puesto que Abby se alejaba de Cindy y su séquito como de la peste.
Cindy comentó con las chicas que había decidido celebrar otra fiesta ese viernes para darle la bienvenida a Sienna a la escuela, ya que ésta “se había perdido la fiesta de principio de curso”. Sienna se alegró mucho y se guardó para sí misma que sí había asistido a la fiesta del sábado anterior, puesto que no quería que la joven creyera que se había colado en una fiesta privada. Todas empezaron a dar ideas y a pensar en qué podrían ponerse, pero Cindy les cortó las alas al decirles que había pensado en algo muy divertido que ya les comentaría a lo largo de la semana. Durante el resto de clases, Sienna intentó sonsacarle información acerca de la fiesta, pero Cindy no dio ningún detalle y mantuvo la intriga en todas las chicas.
Al acabar las clases, Abby la estaba esperando en la puerta del edificio. Como el día anterior echaron a andar juntas un pequeño trayecto. La conversación giró en torno a las clases y al proyecto de la lectura de Oscar Wilde.
-¿Has empezado a leerte el libro? –preguntó Abby.
-Todavía no –confesó Sienna-. He quedado con Matthew el jueves para empezar a planificar el trabajo y me comprometí a tener algo leído para entonces, pero ayer fue un día muy movido y me resultó imposible empezarlo. ¿Y tú?
-Yo tampoco. Ni siquiera he hablado con mi pareja, pero creo que tendré que empezarlo. Lo malo es que ahora mismo estoy enganchada a otro libro y no consigo despegarme de él.
-¿Qué te parece si quedamos esta tarde para leer? Como estaríamos juntas nos obligaríamos a coger el libro y además sería más ameno porque podríamos comentarlo juntas –propuso Sienna.
-¡Genial! –respondió Abby-. Pero esta vez no podemos quedarnos en tu casa. Mis padres quieren que esté esta tarde en casa con mi hermana pequeña porque tienen que hacer unos recados, así que si te parece bien, podemos ir a mi casa. Así de paso conocerás otro barrio de Nueva York.
Estaban tan ilusionadas con la idea, que decidieron pasar por casa de Sienna directamente a recoger el libro y de allí marcharse al SOHO, al pequeño piso de la familia de Abby.
Aunque sabía que Gary estaría muy contento de llevarlas a ese barrio, como todavía era pronto, Sienna propuso tomar el metro. Cuando se adentraron en la estación subterránea, sintió la libertad recorriendo sus venas. ¡Quién le hubiera dicho que tener un chófer privado pudiera resultar aburrido y que echaría en falta cosas tan nimias como el transporte público!
El trayecto no fue muy largo pero duró lo suficiente para proporcionarles un motivo de risas.
Frente a ellas, un chico de unos veinte años hablaba por teléfono con su representante. Las dos habían dejado de hablar al escucharle puesto que el joven mencionó a Brad Pitt y Sienna adoraba a ese hombre. Según estaba diciendo, si no le pagaban más no participaría en esa película con él. En caso de hacerlo, exigía que su nombre apareciera en los anuncios de la película antes que el del rubio de oro del cine.
De repente, Bad Romance comenzó a sonar muy alto en el vagón. El chico se despegó corriendo el teléfono de la oreja y lo descolgó. El silencio de las jóvenes se convirtió en una risa escandalosa. El muchacho, rojo como un tomate, se puso en pie mientras las dos le oían decir, entre susurros:
-Mamá, ya estoy llegando.
Estuvieron comentando lo ocurrido hasta que llegaron a la parada adecuada. Al salir a la calle, numerosos edificios de ladrillo y escaleras de hierro las rodearon. Sienna había visto esas calles en muchas películas, por lo que no pudo evitar sonreír. ¿Llegaría algún día a no sentirse como en una película?
La casa de Abby no era demasiado grande aunque tampoco era pequeña. Al cruzar la puerta, se encontraron con la madre de la chica que, con el bolso colgado al hombro, le dijo que la estaban esperando.
Abby presentó a Sienna a sus padres y, tras los saludos de rigor, éstos se marcharon. Según comentó la joven, sus padres eran artistas. Su padre tenía una exposición de arte en una galería unas cuantas calles más al norte de su casa y llegaban tarde. Su madre era escritora de novelas juveniles. Ahora mismo acababa de finalizar la segunda parte de una saga que estaba escribiendo y tenía bastante éxito, pero para inspirarse había ido a acompañar a su marido a la exposición. “El arte nace del arte”, dijo como despedida antes de marcharse.
Como la hermanita de Abby estaba en su cuarto, muy ocupada emparejando a sus Barbies, las dos muchachas ocuparon el salón. Leyeron durante horas, sin parar durante páginas salvo para comentar alguna palabra o algún momento que les había llamado la atención. Abby siempre iba unos pasos por delante de Sienna, que tenía más problemas en comprender el lenguaje y que además nunca había sido una rata de biblioteca.
Llevarían cerca de tres horas enfrascadas en la lectura cuando el teléfono de Sienna sonó: un mensaje. Señoritas, saquen sus falditas escocesas y átense las trenzas, que este viernes comienza la vuelta al cole. Era de Cindy y, aunque podía imaginarse por dónde venían los tiros, se quedó un poco en ascuas. ¿Qué se le había pasado por la cabeza a la rubia?
El parón por el mensaje las devolvió a la realidad. Sienna le comentó a Abby el contenido del mensaje.
-Quizás deberías marcharte. Si Cindy te ha enviado ese mensaje, probablemente esté esperando que todas os conectéis a Facebook a recibir más detalles acerca de la fiesta. Ya me contarás de qué trata todo esto.
Sienna se sintió mal y le pidió disculpas. No quería que su amiga se pensara que se marchara porque Cindy la llamara, pero la verdad es que estaba deseando saber más acerca de la fiesta y después de ese mensaje, le costaría mucho concentrarse en la lectura. Además, llevaban un buen rato leyendo y tenía que hacer más tareas para el colegio esa tarde.
Llamó a Gary para que fuera a recogerla y, mientras esperaban a que el conductor llegara, siguieron hablando de Cindy y la fiesta. Sienna no pudo controlarse y al final hizo la pregunta que llevaba deseando formular desde hacía unos días:
-¿Por qué te llevas tan mal con Cindy? Entiendo que seáis muy diferentes y que seáis de grupos distintos, pero no creo que sea tan mala como me dijiste el sábado. Me ha acogido muy bien en su grupo y me parece una chica muy simpática.
Abby frunció el ceño. Su mirada era sombría y durante unos segundos, Sienna creyó que no respondería a su pregunta.
La chica se puso en pie y desvió la mirada hacia unos portafotos en una de las repisas del salón. Sienna la siguió con la vista. Abby tomó una de las fotos entre sus manos y se la acercó a Sienna. En la imagen, dos niños de unos cinco o seis años jugaban en un parque. Hacía frío y las dos llevaban unos gorritos iguales y se sonreían con la cara congelada.
-La conozco muy bien y ha cambiado mucho. Antes era una buena chica, pero desde que creció, se ha convertido en una desconocida, en una extraña. No sólo hemos ido juntas a clase desde que éramos pequeñas, Sienna. Cindy y yo somos primas.

domingo, 24 de octubre de 2010

Capítulo 16

Esa noche Sienna no pudo dejar de pensar en el cambio radical que había sufrido su vida y en todas las emociones que le quedaban por vivir en la Gran Manzana, esa ciudad a la que empezaba a adorar.
            Matthew se había marchado y de nuevo se había quedado sola, con mil dudas en la cabeza. Necesitaba hablar, sonreír y gritar a los cuatro vientos que era feliz, pero volvía a estar sola. Añoró no poder descolgar el teléfono a cualquier hora y llamar a Merche para contarle todo lo que le había pasado. Pese a que era tarde y era poco probable que su amiga estuviera en el ordenador, volvió a encender el portátil y la buscó en su lista de contactos. La cara se le iluminó cuando la vio conectada. Debían ser más de las tres de la madrugada pero Merche estaba ahí, para ella, como siempre que la había necesitado.
            -¡Ey, loca! ¡Qué haces en el ordenador a estas horas! ¡Mañana te vas a dormir en clase! –escribió como saludo Sienna.
-¡Pero qué dices, si aquí estamos de vacaciones! –Merche tardó un poco más que de costumbre en contestar.
            Sienna recordó que, aunque ella tuviera ya clases, en España el instituto no comenzaba hasta septiembre. En otras circunstancias se hubiera sentido desdichada por no poder disfrutar de unas vacaciones tan largas, pero incorporarse a las clases le estaba permitiendo conocer a mucha gente.
            Invitó a su amiga a una videoconferencia y las dos conectaron la webcam. Mientras el ordenador realizaba la conexión, Sienna vio su propio rostro en una pequeña ventanita a la derecha de la pantalla. Los ojos le brillaban y su sonrisa era imposible de ocultar. No tardó mucho en ver la cara de su amiga.
            -¡Sienna! ¡Qué guapa estás! ¿Has encontrado un novio rico o qué? Porque no me creo que esa sonrisa pueda deberse a algo que no sea un chico.
            Sienna se rió. Merche la conocía bien. Mientras hablaba, miró la cara de la chica. Estaba en su habitación, con poca luz.
            -No se trata de un chico. ¡Es todo! Ha sido mi primer día de clase y ha sido genial. Tengo algunos profesores muy aburridos, pero otros son estupendos y tienen unas ideas buenísimas de cosas que podemos hacer en clase. Además, he conocido a la chica más popular de la escuela y parece que le he caído bien.
            -Ten cuidado con esas chicas, Sienna, ya sabes que las comedias americanas nunca mienten, y las populares son las malas –Merche tardó en contestarle.
Había estado escribiendo a alguien durante un buen rato antes de que teclear la respuesta. Sienna quiso preguntarle por qué no le hablaba, pero pronto recordó las horas que eran en España y que los padres y el hermano de Merche tenían que estar durmiendo.
            -¿Y tú qué haces conectada? Todavía no me has contestado. ¿Estás hablando con algún chico?
            Merche no miró a la pantalla ni hizo atisbo de contestar.
            -Quien calla otorga. ¿Lo conozco? –continuó insistiendo Sienna.
            -No hay ningún chico. Sólo que en unas semanas tengo que recuperar inglés y estaba estudiando con unos enlaces que me ha pasado mi profesor particular.
            -¿Profesor particular? ¡No me digas que le estás pagando a alguien cuando podría haberte ayudado yo antes de venirme a Nueva York! –se indignó –Espero que tengas una buena explicación –añadió, en broma pero con un trasfondo de realidad.
            -Bueno… estoy quedando con un estudiante de Filología Inglesa de la Universidad de Alicante y creo que con su ayuda podré quitarme de encima ese coñazo de asignatura.
            -¿Coñazo? Si sabes que inglés era una clase muy divertida. Siempre hacíamos juegos y hablábamos más que escribíamos.
            Merche se levantó de la silla a la vez que decía:
            -Sí, genial, si no fuera porque las pocas palabras que sé en inglés sólo me sirven para ligar con guiris y pedir cerveza en todos los bares.
            La chica se había dirigido al armario, en el fondo de la habitación, a sacar la ropa que se pondría el día siguiente por la mañana. Sienna pensó que su amiga era una coqueta empedernida. Ni aunque fuera media noche podía dejar de buscar complementos que conjuntar con los pantalones, los zapatos y si era necesario, con la ropa interior.
            Al pensar en ropa interior,  sus ojos se fijaron en las braguitas negras que sobresalían por encima del pantalón corto de su amiga. Las habían ido a comprar juntas al principio del verano y Merche no había parado de repetir que esas serían sus bragas de la suerte con los chicos. Llevaban un lacito plateado precioso que se entreveía por la parte delantera y… en ese momento, Sienna lo estaba viendo con toda claridad. Algo no cuadraba: Merche estaba de espaldas.
            -Merche, ¡a mí no me engañas! –gritó cuando la chica volvió a sentarse frente al ordenador y se colocó los auriculares- ¡has estado con un chico, porque llevas las bragas de la suerte!
            Merche se sonrojó e inventó una excusa.
            -Pero no ha sido para ver a ningún chico. Tenía ganas de ponérmelas, ya que últimamente no he tenido mucha oportunidad de usarlas.
            -¿Ah, no? Pues cualquiera lo diría, porque las llevas del revés.
            Su amiga palideció y dejó de escribir a la otra persona con la que quisiera que estuviera hablando. Se había quedado sin palabras para ocultar lo evidente. Las carcajadas de Sienna retumbaban en su cabeza y no le permitían pensar.
            -¿A quién estás viendo, Merche? ¿Te estás acostando con tu profesor de inglés? ¿Lo conozco?
            -Sienna, yo…
            -¡No estés tan seria! ¡Ni que me hubieras quitado el novio! –esas palabras fueron el detonante para que la otra chica estallara a llorar al otro lado de la pantalla y a decir palabras sin sentido.
            Tras un rato intentando consolarla y comprender lo que pasaba, Sienna se quedó callada y por fin dilucidó lo que había ocurrido. Sólo le hizo falta oír un nombre: Álex.
            -¿Te has acostado con Álex, Merche? –entre ellas siempre había existido un respeto total en cuanto a chicos, y aunque Sienna no tenía ya nada con el chico, el código de amigas prohibía que una chica saliera con el ex de su mejor amiga.
Ese era el motivo de que su amiga hubiera estado un poco rara y ausente en sus últimas conversaciones, y también la causa de que horas antes no la hubiera encontrado conectada a Internet.
Quiso decirle que no pasaba nada, que no sentía nada por Álex más allá de un recuerdo maravilloso de un verano dulce, pero no tuvo tiempo para hacerlo, ya que su amiga apagó la webcam y el ordenador sin despedirse de ella.
Permaneció unos minutos frente al ordenador mirando la pantalla sin parpadear ni moverse siquiera. ¿Le molestaba que su mejor amiga estuviera con el chico al que había estado besando todo el verano? Su mente no dejaba de repetirle que no sentía nada por él, por lo que en cuanto reaccionó le escribió un mensaje al móvil a Merche para intentar tranquilizarla y hacerle saber que no estaba enfadada ni molesta, que tenía vía libre.
Sin embargo, sabía que en ese instante de la confesión, algo se había roto entre ellas. La confianza inquebrantable, las promesas de lealtad, los secretos… nunca volverían a ser los mismos. Merche sabía que no estaba enamorada de Álex, pero Sienna había estado todo el verano hablando de él, alardeando de universitario alocado y divertido. ¿Cómo podía haberle fallado, a ella, que siempre la había apoyado y defendido?
            Intentó quitarse el asunto de la cabeza. Se había conectado a Internet muy ilusionada con todos los avances que estaba haciendo en la gran ciudad y no quería que nada le destrozara la emoción. Entró a Facebook para ver si había novedades y así de paso agregar a sus nuevos amigos. Tenía tres peticiones de solicitudes de amistad: Cindy, Abby y Dean.
Dean. Entre Matthew, Abby y todo lo de Merche, se había olvidado de su beso frustrado. Al aceptar la solicitud, volvió a pensar en ello y, aunque Cindy le caía muy bien y acababa de experimentar un desengaño con Merche por un asunto parecido, no pudo evitar que llegara la hora de dormir y la oscuridad la encontrara deleitándose con las muchísimas fotos del adinerado joven en mil lugares y decenas de países distintos, siempre elegante y atractivo. Cuando se acostó en la cama, otro día más, en lo último que pensó antes de caer dormida, fue en Dean.

domingo, 17 de octubre de 2010

Capítulo 15

El resto de las clases pasaron rápido, sin ningún detalle especial. Los compañeros de clase habían perdido los ánimos y las ganas de reír conforme las horas avanzaban, dejando paso al aburrimiento y la desazón de la vuelta a la escuela.
            Cuando a las cuatro de la tarde el último profesor abandonó el aula de forma solemne, tal como había entrado, los alumnos salieron corriendo de la clase. Bolsos, mochilas, libretas y estuches desaparecieron de las mesas en un visto y no visto. La actitud más normal pese a tratarse de niños ricos.
Cindy se despidió de Sienna y de sus amigas con un amago de abrazo y un beso que quedó flotando en el aire. Sienna vio como a su alrededor todos echaban a andar sin mirarla, por lo que, tranquilamente, recogió sus materiales y salió al pasillo. En la puerta de entrada al edificio la esperaba Abby.
-Hola Sienna. ¿Qué tal estás? No hemos hablado en todo el día.
Un sentimiento de culpabilidad se apoderó de Sienna. La chica había sido muy amable con ella el día que se conocieron. En cambio, en cuanto Sienna había tenido la oportunidad de relacionarse con más personas, no había dudado en alejarse de ella.
-¡Hola Abby! Sí, he tenido un día un poco raro y movido. ¿Tú cómo estás?
Su amiga le habló sin rencor, aunque más seria de cómo Sienna la recordaba. Puesto que la sensación de traición no la abandonaba, soltó las palabras que la ahogaban:
-Siento mucho no haber estado hoy contigo, Abby. Tú te has portado muy bien conmigo y yo no he sido capaz de enfrentarme a tanta novedad hoy.
-No me pidas disculpas, es normal –de nuevo, Abby le demostraba la bondad que ocultaban sus gafas rojas.
            Caminaron juntas un trecho, comentando a los profesores y compañeros. Temas neutros, que no pudieran provocar tiranteces ni problemas de ningún tipo. Ambas tuvieron la cautela de no mencionar dos nombres: Cindy y Dean. Sin darse cuenta, dejaron a un lado también a Matthew. Cuando se despidieron en una esquina de la misma calle del colegio, Sienna se arrepintió de no haberle preguntado por su compañero en el trabajo de literatura. Además, en el fondo podía entrever un recelo por parte de la americana. Había sido agradable con ella, pero todo le resultó muy forzado. Supo que había perdido la confianza de la chica y que tendría que volverse a ganar esa amistad que Abby le había regalado sin condiciones unos días antes.
            Una vez en casa, la joven ordenó las cosas que había ido dejando tiradas por el apartamento desde que llegó allí. Al cruzar las puertas del piso, se sintió como en casa. Los nervios de la mañana, conocer a sus compañeros y profesores, los esfuerzos por comprender el lenguaje coloquial de los jóvenes en un idioma que no era el suyo… todo ello le había provocado una sensación de irrealidad. Le parecía estar viviendo una serie de televisión, encontrarse encerrada en la vida de una persona que no era ella.
Para volver a ubicarse, encendió el ordenador y encendió el Messenger. Sus amigas le hablaron enseguida, aunque Sienna se dio cuenta de que tardaron más que las veces anteriores en comenzar la conversación y estaban menos atentas a sus palabras. La novedad ya había pasado. Merche no estaba conectada, así que enseguida se cansó de estar en el ordenador. Había deseado comentar el beso fallido con Dean y la aparición estelar de Matthew, pero tuvo que mantener las ganas. Redactó un breve mensaje para su amiga anunciándole muchos cotilleos jugosos y otro correo más largo para su padre. Tenía que hacerle saber que todo el dinero que había empeñado en llevarla a ese colegio tan elegante estaba resultando en algo útil, como conocer a la hija de una famosísima intérprete.
            Cuando dirigió sus ojos al reloj vio que sólo faltaban cinco minutos para que Matthew llegara a su apartamento. Apagó el ordenador, se recogió el pelo en una coleta y se dirigió a la cocina. Comprobó que tenía algo para picar en los armarios y refrescos a mano. Sacó una bolsa de patatas fritas y la colocó en la mesa del salón.
            El timbre sonó en su misma planta. Se acercó a la puerta y, al abrirla, se encontró a Matthew acompañado por el portero.
            -Señorita Davis, este joven dice que tiene una cita con usted.
            -Sí, es cierto. Muchas gracias por acompañarlo –Matthew se coló dentro de la casa y cerró la puerta tras de sí.
            Se cubría los ojos con unas enormes gafas de sol pese a encontrarse dentro de un edificio, como si pretendiera pasar desapercibido. Sus rizos dorados, asomando salvajes por debajo de una gorra de los New Yorker, le daban un aspecto angelical y dulce.
            Aunque tan sólo hacía unas horas que no se veían, el chico tomó a Sienna por los hombros y le plantó dos besos en las mejillas. El segundo de ellos cayó en un punto medio entre la mejilla derecha y los labios. Sienna se sintió enrojecer. Parecía que la estancia en España de Matthew le había enseñado algo más que el idioma.
            -Bueno, ¿por dónde empezamos? –la pregunta la dejó un poco descolocada.
            -¿Cómo? –preguntó ella como respuesta.
            -No vamos a preparar el trabajo en el recibidor, ¿no? –rió él.
Como siempre, la sonrisa no abandonada su rostro. En ese momento, Sienna se sintió muy tonta por no haber sido más simpática con él en el avión. Le pareció un chico creído, prepotente, demasiado seguro de sí mismo. Ahora, allí en su casa recién estrenada, lo sentía cercano y divertido.
Pasaron al salón y se sentaron en torno a la mesa, en sofás diferentes. Matthew dejó el libro que había traído sobre la mesa y la miró en silencio. Sienna estaba nerviosa y no sabía cómo actuar. Nunca antes había sido la anfitriona de un chico en su casa, ya que siempre había estado cerca su padre indicándoles dónde ponerse a estudiar, sacando cosas para picar y controlando que las horas de estudio no se descontrolaran.
-¿Te apetece algo para beber? –ofreció, intentando parecer calmada.
-Si me pones un vaso de agua no te voy a decir que no. He tenido que correr un poco de camino a aquí.
Sienna se levantó del sofá y sacó la botella de agua de la nevera.
-¿Correr? ¿Y eso? Si has llegado muy puntual –preguntó para romper el hielo.
-Digamos que he tenido que esquivar a algunas personas –respondió él, sin dar detalles.
            Vertió el agua en dos vasos y se llevó el suyo a la boca. Después de beber, decidió dejar atrás el parloteo inicial y comenzar a enfocar el trabajo. El profesor no les había dado muchas pautas, así que decidió empezar por el principio:
            -No me he leído el libro. ¿Y tú?
            -Yo tampoco, pero tengo la película. Si quieres podemos verla para ver si nos inspira un poco.
            A Sienna le pareció una buena idea. Buscó en el armario un paquete de palomitas y lo hizo en el microondas. Matthew se había cambiado de sofá para estar frente a la televisión, por lo que estaba más cerca de Sienna. Encendieron la película y la vieron en silencio.
            Los minutos pasaron volando, ya que estaban muy interesados en comprender el argumento y en disfrutar cada segundo de la película. Sienna estuvo muy tirante durante la primera media hora de película al saber a Matthew tan cerca, pero pronto se relajó y se acomodó en el sofá. Matthew hizo lo mismo. Al terminar la película, los chicos estaba acurrucados uno junto al otro, tan cerca que podían rozarse las manos.
            Sienna tomó el mando de la televisión y la apagó desde el sofá. Con una sonrisa, se volvió hacia su compañero.
            -Me ha gustado mucho, ¿y a ti?
            -Sí, estaba muy chula. Me pregunto si el libro será así o cambiarán muchas cosas –comentó él.
            -Los libros suelen darle mil vueltas a las películas. Estoy segura de que el libro será genial –añadió ella-. ¿Y ahora que hacemos? ¿Nos leemos el libro?
            -Claro, eso habrá que hacer, pero no ahora, ¿no?
            Sienna pensó que, con ese comentario, el chico quería marcharse, por lo que su sorpresa fue mayor cuando Matthew se puso a hablar con ella de forma distendida.
            -¿Qué tal te ha parecido el primer día de clase en Estados Unidos? ¿Era lo que esperabas?
            Estuvieron hablando durante un rato sobre Sienna y sus opiniones sobre los compañeros, profesores y la escuela en general. Tras un rato de diálogo, el chico dijo:
            -Ya te darás cuenta que estudiar en el St. Patrick es como vivir una película americana de adolescentes. Animadoras, deportistas, chicas malas, cotilleos que traspasan los límites de la imaginación.
            -Algo me dice que no voy a tardar mucho en ver esas cosas –se rió Sienna-. Esta mañana, sin ir más lejos, ya he visto a un grupo de chicas cotilleando en un pasillo, observando a alguien. No he podido ver de quién se trataba, pero estar en un colegio lleno de famosos es toda una novedad. 
            La sonrisa desapareció del rostro del chico con las palabras de Sienna.
            -Tengo una ligera idea de a quién podían estar siguiendo esas chicas.
            -Ah, ¿sí? ¿Hay alguna gran estrella en el colegio? ¡Cuenta, cuenta! –Sienna había olvidado que unos días antes ese chico la había sacado de sus casillas; no sabía cómo pero la relación con él había cambiado esa tarde hasta ser la de unos buenos amigos.
            -No, nada, un cantante que está muy de moda ahora mismo, carne de olvido. En unos meses las chicas se habrán cansado de seguirlo y el mundo dejara de nombrarlo.
            -Vaya, parece que ese cantante no te cae muy bien. ¿Algún problema con él? –quería tener tanta información como fuera posible sobre el colegio y sus estudiantes.
            -Estoy un poco cansado de él y de su séquito de fans persiguiéndolo por todas partes, sólo eso.
            Como percibió que el muchacho quería dejar de hablar de ese tema, Sienna atacó por otro flanco.
            -¿También estás cansado de ti? Porque me gustaría saber algunas cosas sobre ti.
            La sonrisa volvió a aparecer en los labios del chico.
            -Venga, pregúntame.
            -¿Por qué has llegado tarde a clase? No te he visto pedir disculpas al profesor.
            -El último año ha sido muy movido para mí, por lo que no pude estudiar para todas las asignaturas, así que este curso tengo que aprobar un par de ellas –explicó Matthew.
            -Entonces, ¿eres un año mayor que yo? –siguió preguntando Sienna.
            -Que tú y que el resto de la clase –añadió él antes de bromear-. Para mí sois todos unos niñatos. Bueno, ahora vamos a hablar de ti. ¿Qué hacías encerrada en la clase con Dean?
            Sienna se mantuvo en silencio. Aunque Dean le encantaba y llevaba varios días sin dejar de pensar de él, desde que Matthew había entrado en su casa, el adinerado novio de Cindy había pasado a un segundo plano.
            -Nos quedamos encerrados y no podíamos salir. Estuvimos intentando abrir la puerta pero no lo conseguimos –dijo, como única explicación.
            No pensaba decirle a Matthew que, cuando abrió la puerta, estaban a punto de besarse, aunque algo le decía que él ya lo sabía.
            -¿Y no sacó Dean su tarjeta de crédito? Todos los alumnos del St. Patrick sabemos que si la metes en la ranura de la puerta y aprietas un poco, ésta cede y puedes abrirla. Debe ser el único estudiante que desconoce ese truco.
            Ese comentario despertó el recelo en Sienna. ¿Sabía Dean cómo abrir la puerta? En caso de ser así, ¿por qué no lo había hecho? ¿Había sido todo una encerrona para lanzarse sobre ella? Tal vez tuviera razón Abby y Dean sólo pretendía convertirla en una más en su lista…
            Hablaron un rato más acerca de ellos y de sus vidas. Matthew le explicó la relación con sus tíos de España y cuánto le gustaba ese país. Sienna le contó los motivos que la habían llevado a Estados Unidos y los problemas en la relación con su padre desde que su madre murió. Al igual que le ocurrió con Abby, se sentía cómoda tratando ese tema con Matthew. Aunque apenas lo conocía, sabía que el muchacho no la traicionaría contándolo todo a los demás ni volviendo a mencionar el tema en otro momento. Estaba realmente a gusto a su lado.
También hablaron de su trabajo sobre el libro; decidieron grabar un vídeo que acompañara al trabajo en papel. Aún no sabían qué harían exactamente, por lo que decidieron quedar esa misma semana, el jueves, para que ya con el libro avanzado pudieran tomar una decisión clara.
            La noche acechaba ya en la calle. Tuvieron que despedirse, aunque los dos estaban muy a gusto disfrutando de su mutua compañía. Matthew la besó de nuevo en la mejilla cuando llegaron a la puerta, pero esta vez el beso fue distinto, más casto e inocente, sin dobles intenciones.
            Los labios de Matthew le quemaban en el rostro. Sienna cerró la puerta y sonrió. Había sido un día maravilloso.

martes, 12 de octubre de 2010

Capítulo 14

El tiempo de recreo pasó volando para la mayoría de estudiantes, para quienes treinta minutos eran insuficientes a la hora de dar todos los detalles de los últimos meses. En cambio, para Sienna, que había perdido gran parte de ese tiempo en clase y en los pasillos, el tiempo en el exterior del edificio resultó ser demasiado largo, desesperante.
La relación con las amigas de Cindy era tirante, incómoda. No le había hecho falta mucho tiempo para percatarse de que, cuando Cindy estaba delante, las chicas cambiaban su actitud. La trataban mejor, se interesaban por ella y no la ignoraban. Todas estaban pendientes de las palabras de Cindy, de su ropa, de sus chistes para reírle las gracias. No comprendía por qué pero le parecieron todas una pandilla de falsas e insulsas. Respecto a la rubia, su opinión era muy diferente. La joven era presumida y adoraba ser el centro de atención, pero ante todo podía describirla como divertida y muy amigable.
Sienna se alegraba de no haber cargado con las ideas prefijadas que Abby intentó cultivar en su mente, ya que algo le decía que Cindy y ella podían acabar siendo muy buenas amigas. Ella no sería tan hipócrita ni le reiría todas las bromas, sería una amiga fiel y sincera que no dudaría en apoyarla, estar ahí cuando hiciera falta, ya fuera para consolarla por haber sacado una mala nota o porque su novio la hubiera dejado. Que su novio la dejara. Esa idea resultaba bastante interesante.
Siguió dando vueltas a sus pensamientos. Cindy, Dean, Matthew. Matthew, Dean, Cindy. Dean, Matthew. Matthew, Dean. La aparición por sorpresa del chico del avión había despertado un sentimiento extraño en su interior. El joven no era tan guapo como Dean, ni tan elegante, pero tenía algo especial, un toque desenfadado y simpático que hacía que Sienna pensara en España y su gente. Pese a que su primera encuentro no fuera el más afortunado y pese a que ella había sido muy borde con él, el muchacho no había dejado de sonreírle y de tratarla con cariño. Sienna consideró que sería una buena idea darle una oportunidad. Algo le decía que, igual que podía acabar siendo una buena amiga para Cindy, trabar una amistad con Matthew no resultaría difícil, a la par que le brindaría muchas oportunidades de divertirse. Sí, cuando volviera a clase hablaría con él y se disculparía por haber sido tan antipática con él hasta el momento. Aunque el joven era muy atractivo, eso era innegable, Matthew no era Dean. No se sentía intimidada ni cohibida con él a su lado. No le tenía miedo, ni sentía reparos por “qué pensará de mí”.
De forma involuntaria, el nombre de Dean no paraba de aparecer en sus pensamientos. Esa sonrisa. Esa mirada. Ese amago de beso.
Una de las chicas le preguntó a qué se dedicaban sus padres. Por primera vez desde la muerte de su madre, agradeció que le hicieran esa pregunta, ya que la obligaban a volver a la realidad y dejar de pensar en Dean.
-Mi madre murió hace dos años. Era maquilladora profesional y tenía muchos clientes –las chicas parecían interesadas, aunque una de ellas dejó ver en su rostro, sin pronunciar palabra, que no consideraba que Sienna estuviera a su altura teniendo en cuenta la profesión de su madre-. Mi padre es un hombre de negocios. Dirige una empresa con varias sedes internacionales.
            -¿De qué es esa empresa? –había despertado la curiosidad de las chicas con su última frase.
            -De medicina. Estudió en Harvard en su juventud y allí conoció a un chico. Juntos crearon unos fármacos que permitían la curación de algunas enfermedades en animales de gran tamaño. Durante años intentaron encontrar la medida exacta y la composición adecuada para acabar con esas mismas enfermedades en el ser humano. Los principios fueron duros, pero poco después comenzaron a manejar bastante dinero puesto que pusieron a la venta de agricultores, veterinarios, zoos y circos sus productos para animales. Su amigo no supo llevar el éxito y cayó en las drogas. Ahora mismo está en un centro de desintoxicación. Mi padre decidió tomárselo con calma y marcharse a España una vez que conoció a mi madre, para poder trabajar más tranquilo.
            Las chicas escuchaban con atención la historia.
            Monkey see monkey do. I don’t know why I’d rather be dead than cool. Every line ends in rhyme. Less is more, love is blind”. Nirvana las devolvió a la realidad. Era la hora de volver a clase.
            De nuevo en el aula, el profesor de literatura entró en el aula. Mr Richmond era un hombre mayor, cargando a sus espaldas años y conocimiento. Su barba blanca, corta, le daba un toque de sabio intelectual, loco renacentista. Tras la presentación de rigor, comenzó su clase hablando de su obra favorita, El retrato de Dorian Gray.
            -El retrato de Dorian Gray, además de mostrar la actitud de los hombres de la época y servir a su autor, Oscar Wilde, como medio de crítica, nos muestra algo que podemos ver día a día en el colegio St. Patrick: la belleza sirviendo como escondrijo, como armazón, para la maldad humana. Sé que a fecha actual sólo perciben la belleza, el dinero, la elegancia, pero les aseguro que dentro de unos años muchos de ustedes desearán tener un retrato oculto que les proteja y cargue sobre él los rastros de su maldad.
            Sienna notó una mirada clavada en ella. Giró la cabeza a un lado. Su mirada se cruzó con la de Abby. La chica permanecía seria. Sus ojos parecían estar advirtiéndole algo. Sienna le sonrió y volvió a escuchar al profesor.
            -Este mes van ustedes a leer este libro en casa y lo trabajaremos en clase. No habrá examen, pero sí un trabajo sobre la obra que deberán realizar en parejas.
            Los alumnos ya comenzaban a decir “yo contigo”, “ey, ¿vas conmigo? El profesor les interrumpió.
            -Yo me encargaré de formar las parejas a mi libre albedrío, así que les rogaría que continuaran en silencio.
            Mientras iba nombrando a sus compañeros, a muchos de los cuales aún no conocía, Sienna miraba a su alrededor, nerviosa.
            -Y por último, usted, señorita –el dedo largo y huesudo del profesor apuntaba hacia Sienna-, trabajará con el señor Andrews.
            Con la otra mano, el profesor señaló a Matthew. Sienna sonrió. Parecía que el destino le ofrecía la posibilidad de disculparse con el joven en un entorno tranquilo y sin distracciones. Rasgó un pedazo de papel y escribió en él “esta tarde a las seis en mi casa.” Garabateó abajo su dirección para después doblar la nota en varios pliegues. La pasó al chico que estaba a su izquierda, quien la pasó hacia atrás para que llegara a Matthew. Matthew cogió el papel y leyó su contenido. Segundos después levantó la cabeza y miró a Sienna fijamente a los ojos. La sonrisa en sus labios era más sincera que nunca. Sienna le devolvió la sonrisa. Esa tarde no estaría sola en casa. Tenía una cita.

Capítulo 14

El tiempo de recreo pasó volando para la mayoría de estudiantes, para quienes treinta minutos eran insuficientes a la hora de dar todos los detalles de los últimos meses. En cambio, para Sienna, que había perdido gran parte de ese tiempo en clase y en los pasillos, el tiempo en el exterior del edificio resultó ser demasiado largo, desesperante.
La relación con las amigas de Cindy era tirante, incómoda. No le había hecho falta mucho tiempo para percatarse de que, cuando Cindy estaba delante, las chicas cambiaban su actitud. La trataban mejor, se interesaban por ella y no la ignoraban. Todas estaban pendientes de las palabras de Cindy, de su ropa, de sus chistes para reírle las gracias. No comprendía por qué pero le parecieron todas una pandilla de falsas e insulsas. Respecto a la rubia, su opinión era muy diferente. La joven era presumida y adoraba ser el centro de atención, pero ante todo podía describirla como divertida y muy amigable.
Sienna se alegraba de no haber cargado con las ideas prefijadas que Abby intentó cultivar en su mente, ya que algo le decía que Cindy y ella podían acabar siendo muy buenas amigas. Ella no sería tan hipócrita ni le reiría todas las bromas, sería una amiga fiel y sincera que no dudaría en apoyarla, estar ahí cuando hiciera falta, ya fuera para consolarla por haber sacado una mala nota o porque su novia la hubiera dejado. Que su novio la dejara. Esa idea resultaba bastante interesante.
Siguió dando vueltas a sus pensamientos. Cindy, Dean, Matthew. Matthew, Dean, Cindy. Dean, Matthew. Matthew, Dean. La aparición por sorpresa del chico del avión había despertado un sentimiento extraño en su interior. El joven no era tan guapo como Dean, ni tan elegante, pero tenía algo especial, un toque desenfadado y simpático que hacía que Sienna pensara en España y su gente. Pese a que su primera encuentro no fuera el más afortunado y pese a que ella había sido muy borde con él, el muchacho no había dejado de sonreírle y de tratarla con cariño. Sienna consideró que sería una buena idea darle una oportunidad. Algo le decía que, igual que podía acabar siendo una buena amiga para Cindy, trabar una amistad con Matthew no resultaría difícil, a la par que le brindaría muchas oportunidades de divertirse. Sí, cuando volviera a clase hablaría con él y se disculparía por haber sido tan antipática con él hasta el momento. Aunque el joven era muy atractivo, eso era innegable, Matthew no era Dean. No se sentía intimidada ni cohibida con él a su lado. No le tenía miedo, ni sentía reparos por “qué pensará de mí”.
De forma involuntaria, el nombre de Dean no paraba de aparecer en sus pensamientos. Esa sonrisa. Esa mirada. Ese amago de beso.
Una de las chicas le preguntó a qué se dedicaban sus padres. Por primera vez desde la muerte de su madre, agradeció que le hicieran esa pregunta, ya que la obligaban a volver a la realidad y dejar de pensar en Dean.
-Mi madre murió hace dos años. Era maquilladora profesional y tenía muchos clientes –las chicas parecían interesadas, aunque una de ellas dejó ver en su rostro, sin pronunciar palabra, que no consideraba que Sienna estuviera a su altura teniendo en cuenta la profesión de su madre-. Mi padre es un hombre de negocios. Dirige una empresa con varias sedes internacionales.
            -¿De qué es esa empresa? –había despertado la curiosidad de las chicas con su última frase.
            -De medicina. Estudió en Harvard en su juventud y allí conoció a un chico. Juntos crearon unos fármacos que permitían la curación de algunas enfermedades en animales de gran tamaño. Durante años intentaron encontrar la medida exacta y la composición adecuada para acabar con esas mismas enfermedades en el ser humano. Los principios fueron duros, pero poco después comenzaron a manejar bastante dinero puesto que pusieron a la venta de agricultores, veterinarios, zoos y circos sus productos para animales. Su amigo no supo llevar el éxito y cayó en las drogas. Ahora mismo está en un centro de desintoxicación. Mi padre decidió tomárselo con calma y marcharse a España una vez que conoció a mi madre, para poder trabajar más tranquilo.
            Las chicas escuchaban con atención la historia.
            Monkey see monkey do. I don’t know why I’d rather be dead than cool. Every line ends in rhyme. Less is more, love is blind”. Nirvana las devolvió a la realidad. Era la hora de volver a clase.
            De nuevo en el aula, el profesor de literatura entró en el aula. Mr Richmond era un hombre mayor, cargando a sus espaldas años y conocimiento. Su barba blanca, corta, le daba un toque de sabio intelectual, loco renacentista. Tras la presentación de rigor, comenzó su clase hablando de su obra favorita, El retrato de Dorian Gray.
            -El retrato de Dorian Gray, además de mostrar la actitud de los hombres de la época y servir a su autor, Oscar Wilde, como medio de crítica, nos muestra algo que podemos ver día a día en el colegio St. Patrick: la belleza sirviendo como escondrijo, como armazón, para la maldad humana. Sé que a fecha actual sólo perciben la belleza, el dinero, la elegancia, pero les aseguro que dentro de unos años muchos de ustedes desearán tener un retrato oculto que les proteja y cargue sobre él los rastros de su maldad.
            Sienna notó una mirada clavada en ella. Giró la cabeza a un lado. Su mirada se cruzó con la de Abby. La chica permanecía seria. Sus ojos parecían estar advirtiéndole algo. Sienna le sonrió y volvió a escuchar al profesor.
            -Este mes van ustedes a leer este libro en casa y lo trabajaremos en clase. No habrá examen, pero sí un trabajo sobre la obra que deberán realizar en parejas.
            Los alumnos ya comenzaban a decir “yo contigo”, “ey, ¿vas conmigo? El profesor les interrumpió.
            -Yo me encargaré de formar las parejas a mi libre albedrío, así que les rogaría que continuaran en silencio.
            Mientras iba nombrando a sus compañeros, a muchos de los cuales aún no conocía, Sienna miraba a su alrededor, nerviosa.
            -Y por último, usted, señorita –el dedo largo y huesudo del profesor apuntaba hacia Sienna-, trabajará con el señor Andrews.
            Con la otra mano, el profesor señaló a Matthew. Sienna sonrió. Parecía que el destino le ofrecía la posibilidad de disculparse con el joven en un entorno tranquilo y sin distracciones. Rasgó un pedazo de papel y escribió en él “esta tarde a las seis en mi casa.” Garabateó abajo su dirección para después doblar la nota en varios pliegues. La pasó al chico que estaba a su izquierda, quien la pasó hacia atrás para que llegara a Matthew. Matthew cogió el papel y leyó su contenido. Segundos después levantó la cabeza y miró a Sienna fijamente a los ojos. La sonrisa en sus labios era más sincera que nunca. Sienna le devolvió la sonrisa. Esa tarde no estaría sola en casa. Tenía una cita.

lunes, 11 de octubre de 2010

Capítulo 13

-Menos mal que tienes la comida aquí, porque creo que estamos encerrados –comentó el muchacho, sin mostrar demasiada preocupación-. Por desgracia yo no tengo comida y, con la mañana tan ajetreada que llevo, no sé si voy a aguantar esta media hora sin echar la puerta abajo.
Sienna se rió de las palabras de Dean. El chico intentaba quitarle hierro al asunto de una forma muy coqueta. Sin darse cuenta, ella misma respondió a su coqueteo:
-Yo no tengo mucha hambre y el zumo es muy grande, así que si quieres podemos compartir la comida.
Dean clavó su mirada en los ojos color miel de Sienna. “La mirada”. La chica pensó en Abby; su amiga tenía razón, la mirada de ese chico era hipnotizante.
-Gracias, pero la comida sólo era una excusa. No sé si voy a poder soportar estar media hora encerrado con una chica tan atractiva.
Conforme las palabras acariciaban sus labios, la mano del chico se iba acercando al rostro de Sienna. Cuando sus dedos la tocaron, la chica sintió un escalofrío recorriéndole todo el cuerpo y un cosquilleo en el estómago. Ya no tenía hambre, ni ganas de ir al baño. En ese momento únicamente deseaba que esa media hora no acabara nunca y que la mano de Dean no se separara de su rostro.
Durante unos segundos no dijeron nada. El chico bajó sus dedos hasta el cuello y el roce, sutil pero seductor, la hizo estremecer. Después sus manos se enredaron en las ondas de su sedoso pelo, acariciándola con delicadeza. Ella, apoyada contra la puerta, lo miraba embelesada. Él, con la cabeza un poco agachada, no dejaba de provocarla.
Los labios del chico fueron acercándose poco a poco a los de Sienna. Su cabeza le gritaba que se echara a un lado, que se apartara. Pese a todo lo que le había dicho Abby sobre Cindy, la chica le había caído muy bien. Tal vez acabaran siendo muy buenas amigas, quién podía saberlo. Sin embargo, su corazón latía tan rápido, tan fuera de compás, que con sus latidos acallaban estos gritos. Su corazón deseaba que se acercara más, mucho más.
Les separaban apenas unos centímetros, tan pocos que notaba la respiración tranquila de Dean en su mejilla. Esos escasos centímetros y su conciencia, que le pedía que fuera fiel a sus principios y no cayera en las redes de aquel chico, provocaron que un caballo desbocado cabalgara en su pecho. Sienna tenía la plena convicción de que Dean podía ver su pecho bajar y subir apresurado.
Sus narices se estaban rozando. Sienna se dejó llevar y cerró los ojos, frunciendo los labios. Ya casi podía sentir el beso.
¡PUM! De forma inesperada, alguien abrió la puerta y el cuerpo de la joven, del que había perdido el control segundos antes, cayó hacia atrás con violencia. Al tener los ojos cerrados, el susto fue aún mayor. Afortunadamente, no llegó a golpearse la cabeza con el pomo de la puerta puesto que unos brazos rápidos y fuertes la cogieron antes de que la chica se hiciera daño.
El corazón de la joven, instantes antes loco por amor, ahora latía acelerado por el susto. Sienna se giró, aterrorizada, dispuesta a tirarse en los brazos de su salvador para agradecerle que a los arañazos de los codos no se uniera también una venda en la cabeza. Frente a ella se encontró una cara conocida.
-¡Matthew! –bajó los brazos enseguida.
¿En qué estaba pensando? ¡No podía abrazar al chico que la tenía agarrada entre sus brazos porque ese mismo chico era el que había roto la magia del beso y quien la había hecho caer en primer lugar. No tuvo tiempo de pensar nada más, puesto que la aparición del muchacho del avión la impactó de veras. ¿Qué hacía ese chico ahí?
Matthew la soltó tan pronto como vio la cara de sorpresa de la chica y entró a la clase, cerrando la puerta tras de sí.
-¡Sienna! ¡Qué sorpresa verte! Tenía el presentimiento de que no tardaríamos mucho en volvernos a encontrar, aunque nos visualizaba en otros sitios diferentes a la escuela. ¿Estudias aquí?
Sienna afirmó con la cabeza.
-Entonces nos veremos de vez en cuando, ya que tenemos algunas clases juntos. Quería entrar al aula para esperar tranquilo hasta la clase de literatura. ¿Te importa si me siento a tu lado?
-Lo siento, pero ya tengo pareja y no creo que a Cindy le haga mucha gracia que la deje tirada. Además, todavía queda mucho rato de descanso, no deberíamos estar aquí dentro.
Al oír el nombre de su novia, el rostro de Dean se ensombreció. A Sienna le pareció oír incluso un resoplido.
-Hablando de descanso, voy a salir a comprar algo que comer. Nos vemos en clase, chicos –la voz de Dean ya no era atractiva y dulce, sino seria.
-Yo también tengo que irme. Necesito que me de un poco el aire –la joven no mentía, ya que estaba acalorada y nerviosa.
Echó a andar tras de Dean, pero este ya se había perdido por alguno de los laberínticos pasillos del colegio.
Siguiendo las señas del mapa, se dirigió al cuarto de baño. Al llegar a al altura de la puerta, esta se abrió y Cindy salió del interior del aseo. La chica la dejó pasar y le dijo que la esperaría fuera. Sienna se sintió aún más culpable por haber estado apunto de besar a su novio y se prometió a sí misma que no dejaría que ese momento volviera a repetirse, por mucho que le pesara.

domingo, 10 de octubre de 2010

Capítulo 12

Tal y como deseaba, la oscuridad de la noche la había envuelto y la había cubierto con su manto de estrellas mientras dormía. Se despertó varias veces movida por una pesadilla que no podía recordar, con el corazón acelerado y el miedo calando sus huesos. Las horas pasaron rápidas y de nuevo se encontró en pie en su nueva habitación, tan impersonal y distinta a su anterior cuarto en Javea, lleno de peluches por estantes y por toda la cama, además de cientos de fotos con sus amigas que cubrían las paredes de recuerdos y risas inolvidables.
Esa mañana tardó poco en arreglarse, ya que los nervios la controlaban y se movía de un lado a otro con prisa. Era consciente, por todo lo que le había contado el sábado por la tarde Abby, de que se convertiría en el centro de atención de la gente de su clase, ya que en ese centro rara vez entraba algún alumno nuevo. Así pues, no se preocupó por intentar pasar desapercibida.
Descartó los tejanos y las camisas de cuadros de media manga que solía lucir para ir a clase en España y se enfundó un vestido veraniego de cintura alta cuya parte inferior era rojo sangre y la superior blanca como la nieve. Se dejó el pelo suelto y con las planchas se lo onduló un poco. Un toque de perfume en algunos puntos estratégicos, maquillaje natural y sandalias para conseguir máxima comodidad culminaron los preparativos.
Echó unas cucharadas de azúcar en su vaso de leche y meneó la cucharilla con ímpetu. El primer tragó le quemó la lengua, así que esperó. Mientras su desayuno se enfriaba, decidió comprobar si alguien le había enviado algún correo electrónico. El buzón de entrada indicaba dos mensajes nuevos: Merche y Álex. Encontrar un mensaje de Merche era predecible, ya que su mejor amiga no era capaz de decidir qué zapatos ponerse sin consultarlo con ella. A falta de llamadas y mensajes al móvil muy baratas, había optado por correos electrónicos. El e-mail de Álex sí la sorprendió. Álex había sido su amor de verano: se conocieron a finales de junio en la playa y, tras un tonteo inicial que incluía castillos de arena y saltos de las olas del mar, tuvieron una aventura que duró cerca de dos meses. Cuando Sienna le informó de su viaje a Nueva York, el joven se negó a mantener una relación a distancia. Sienna no se molestó demasiado, es más, se sintió liberada, ya que los lazos que la unían a ese chico eran bonitos pero no duraderos. Se despidieron dos días antes de que su avión partiera, en el mismo sitio donde se conocieron, en la playa, con la promesa de mantenerse en contacto.
El mensaje era escueto y carente de sentimiento. Álex le comentaba que seguía de vacaciones, que estaba muy feliz con sus amigos y que le deseaba lo mejor en Nueva York.
Sienna no respondió al correo puesto que la leche se había enfriado y tenía que marcharse en seguida. Estaba convencida de que Gary la esperaba abajo. Bebió en dos tragos el contenido del vaso y, con su bolso de clase colgado al hombro, salió del edificio.
Mientras Gary conducía, Sienna observaba atentamente los nombres de las calles y los cambios de dirección del coche en un intento de memorizar el trayecto y poder hacerlo en días posteriores a pie.
Al llegar a la puerta de la escuela, el ambiente estaba mucho más animado que en su anterior visita. Algunas chicas se abrazaban en la entrada y saltaban emocionadas a la vez que contaban sus historias del verano. Un grupo de chicos se pasaba una pelota de fútbol americano en la puerta, ajeno al cruce de alumnos. Niños pequeños cruzaban corriendo el pórtico de la entrada tras despedirse de sus padres. Los más mayores bajaban de coche caros y, sin mirar dentro del vehículo, se despedían con un ligero movimiento de cabeza.
Sienna salió del coche asustada. Le vino a la mente la emoción desbordante que sintió en la fiesta con Abby y se preguntó por qué no podía sentirse feliz de nuevo. Conocía la respuesta, pero aún así no lograba concebir como apenas dos días antes, sin conocer a nadie, podía haberse encontrado tan a gusto rodeada de personas mientras que ahora el gentío la intimidaba tanto. Echó una ojeada a su alrededor buscando a Abby; con ella se sentiría a salvo. Por desgracia, la joven no había llegado todavía, por lo que Sienna tomó la decisión de entrar en el edificio.
Una vez dentro, abrió su bolso y buscó el mapa del centro que le habían entregado varios días antes. Miró el papel, observó a su alrededor y, en cuanto se hubo orientado, echó a andar hacia su aula.
Para poder llegar a la clase, tenía que pasar por unas chicas que formaban un corro unos metros más delante de donde Sienna se encontraba. No se sentía cohibida ya que todos sus nuevos compañeros parecían estar bastante ocupados contándose las vacaciones, pero ese grupo le llamó la atención. Las risitas subían de volumen y acallaban los cuchicheos y susurros. Al caminar a su altura, echó una ojeada al centro del círculo. Entre todas pudo divisar un cabello masculino rubio. El chico debía estar guardando algunas cosas en la taquilla.
Sienna creía que, al tratarse aquel de un colegio de niños famosos o familiares de gente del mundo del espectáculo, no se encontraría ante situaciones como esa. Con una sonrisa entre los labios, siguió caminando hacia su clase.
Aula 101. Ahí estaba. La puerta estaba llena de jóvenes que charlaban y reían sin parar. Asomó la cabeza, avergonzada, dentro de la clase. No había nadie dentro. Cruzó el umbral con urgencia. Dentro de la clase se sentía protegida. La gran incógnita llegaba ahora. ¿Dónde debía sentarse? ¿En la primera fila, para que creyeran que era una sabelotodo y una pelota? ¿En la última, para camuflarse de las miradas inquisidoras del resto de la clase pero arriesgándose a parecer una pasota? Ante la duda, optó por el punto medio: tomó asiento en la segunda fila, lo bastante cerca para no perder nada de lo que los profesores dijeran, pero no tanto como para llamar demasiado la atención.
En el pasillo se oyó música. Sienna aguzó el oído intentando reconocer la melodía, aunque no fue capaz. Miró el reloj y observó que eran las ocho en punto. Los alumnos comenzaron a entrar a clase poco a poco y a sentarse en las distintas mesas, no sin antes mirarla con detenimiento. Ninguno de ellos tomó asiento a su lado. Se debatía entre el impulso de dirigir la vista hacia la puerta y analizar a cada uno de sus compañeros y la necesidad de mantener los ojos clavados en el pupitre para no cruzar miradas con nadie, así que se limitó a observar de reojo como la clase iba llenándose con jóvenes con indumentarias distintas pero señoriales.
Cuando la profesora entró en la clase, Abby todavía no había llegado a clase y el asiento junto a Sienna seguía vacío.
- Buenos días, estudiantes de la promoción 2010-2011 del colegio St. Patrick. Mi nombre es Hellen Smithson y seré vuestra profesora durante todo este curso, el último que, esperemos, pasarán en esta institución.
Sienna notaba los ojos de sus compañeros catalogándola e imaginando cómo sería la chica nueva y a qué grupo de gente se uniría. Los comentarios por lo bajini podían percibirse fácilmente.
La puerta del aula se abrió repentinamente, como movida por el viento. Dos chicas se asomaron a pedir permiso para entrar en la clase. Sienna las miró directa, esta vez sin miedo si no más bien agradecida, ya que esa interrupción había desviado la atención de los alumnos hacia esas dos jóvenes. Abby era una de ellas. Parecía cansada y no demasiado contenta. La otra chica, a ojos de Sienna, era una aparición divina. Alta, delgada, con unas curvas perfectas en los lugares más atractivos del cuerpo. Una melena larga y lisa, dorada como el sol. Unos ojos azules preciosos, dos mares en los que perderse y naufragar sin dejar de mirarlos. Una sonrisa encantadora y dulce destacada con un brillo de labios discreto pero seductor. Las puertas del cielo se habían abierto y uno de sus ángeles había escapado. Si a Sienna le hubieran atraído las chicas, se habría enamorado en ese mismo momento de la joven. Como no era el caso, en ese momento sólo sintió admiración y, en el fondo, un poco de envidia.
Mientras Abby se disculpaba en voz baja con la profesora, la otra chica supervisó la clase con la mirada. Sienna no pudo evitar percatarse de que todo el mundo le sonreía. Unas chicas al fondo del aula le hicieron un gesto, llamándola para que se sentara a su lado. La joven ignoró el gesto y, veloz, se dirigió a la mesa libre junto a Sienna. Dejó su bolso sobre la mesa y miró a Sienna con una sonrisa en los labios. Aquella muchacha no dejaba de sonreír. Sienna le devolvió la sonrisa, sonrojada.
-Con la intención de que la mosca que ha entrado en la clase deje de molestarnos –bromeó la profesora, haciendo referencia al murmullo de los estudiantes-, vamos a comenzar por romper las rutinas del colegio. Nada de leer las normas ni de explicar los exámenes.
Los alumnos parecían sorprendidos. Aquella profesora joven y en apariencia agradable iba a darles una clase magistral de algo que muchas veces faltaba en el St. Patrick, comunicación.
-Quiero que miren al compañero o compañera que tienen a su lado y que se conozcan. Deberán conocer hasta el más mínimo detalle, ya que después les haré una prueba sobre la otra persona. Nada de “se llama Linda, tiene diecisiete años y vive en Nueva York”. Espero información más interesante, detalles suculentos, una brisa de aire fresco. Si conocen ya a la persona que tienen al lado, por favor, cámbiense con otro estudiante.
Algunos alumnos se levantaron de sus mesas e intercambiaron parejas. Sienna vio como Abby se levantaba y se dirigía hacia ella, con la intención de ser su pareja. Sin embargo, la chica rubia que estaba a su lado se lo impidió:
-Yo tampoco la conozco, así que se queda conmigo.
Después de eso, giró la cabeza hacia Sienna y le sonrió de nuevo. Mientras le tendía la mano, sus labios decían:
-Hola, encantada de conocerte, soy Cindy.
*  *  *  *  *
            Al acabar la clase, Sienna se sintió aliviada. Cindy era una chica muy simpática y divertida que se había interesado por saber hasta los detalles más insignificantes de su vida. A pesar de ello, desde el mismo momento en que oyó su nombre, no había podido dejar de darle vueltas a la cabeza. Cindy, Cindy, Cindy. La chica perfecta, la novia de Dean. Dean no había asistido a clase, algo desconcertante ya que se trataba del primer día. Cindy se había encargado de describirle cómo se habían conocido, lo maravillosa que era su relación y que su chico no estaba en clase porque había tenido que encargarse de unos asuntos de negocios que le ocuparían las primeras horas de la mañana.
            Sienna creía que cuando la señorita Smithson abandonara el aula, Cindy se marcharía de esa mesa para sentarse con alguna de sus amigas. Se equivocó. Las amigas de Cindy se acercaron a conocerla en los minutos libres entre clase y clase. Cindy la presentó como si fueran amigas de toda la vida. Todas las chicas eran guapas y estilosas, aunque con un aspecto un tanto superficial. Sienna comprendió que estaba empezando a relacionarse con las chicas populares de la escuela. Abby no se acercó en ningún momento a ella; se limitó a observarla desde lejos.
            El resto de las clases hasta la hora de la comida fueron normales y monótonas. Presentación del programa de la asignatura, presentación del profesor y un poco de su vida antes de impartir la asignatura y comienzo del temario.
Sobre el mediodía, los alumnos pudieron salir al patio a descansar, estirar las piernas y comer algo. Llevaban cuatro horas sin comer nada y Sienna comenzaba a tener hambre. Sacó de su bolso un sándwich de jamón york y queso y un zumo de frutas tropicales y, junto a las amigas de Cindy, cruzó la puerta de la clase.
-¡Vaya! ¡He olvidado coger la comida! –Cindy estaba aún en su mesa, buscando dentro del bolso-. Si no os importa, id saliendo para el patio y mientras iré a comprarme algo.
Las chicas obedecieron y echaron a andar. Sin Cindy con ellas, el resto de compañeras no le dirigía demasiado la palabra. Se dedicaban a comentar los estilismos de los profesores en parejitas, ignorando a Sienna. Agobiada, se disculpó alegando que tenía que ir al baño y se separó de ellas. Todas le sonrieron. Sienna estaba segura de que aprovecharían ese rato para criticarla a ella también.
Una vez que las jóvenes se hubieron alejado, Sienna se dio cuenta de que no sabía dónde se encontraban los baños más cercanos. Se acercó a unos chicos de clase a preguntarles dónde estaban, pero no tuvo valor suficiente y siguió caminando por su cuenta buscándolos. Sus pasos la llevaron de vuelta a la clase. Puesto que aún no los había encontrado, decidió en el aula para localizarlos en su pequeño mapa.
Justo cuando entraba, chocó con alguien. Dean.
-Vaya, parece que un choque nos vuelve a unir –Dean la miraba, sonriente.
-Perdona otra vez –se disculpó Sienna-. Venía a coger una cosa que se me había olvidado.
Sienna se acercó a su mesa y cogió el bolso. Intentó que Dean no viera como sacaba el mapa de dentro, pero el chico se había colocado justo detrás de ella y no pudo esconderlo.
-¿Te has perdido? –preguntó con sorna.
-Estaba buscando el cuarto de baño pero no lo encuentro –confesó la chica.
-Puedo acompañarte si quieres -la proposición la hizo sonrojar de nuevo.
-No, gracias, tengo que empezar a aprender a llegar sola a los sitios –mientras hablaba, oyó un ruido en el pasillo, que estaba de repente en total silencio.
Levantó la cabeza instintivamente y entonces vio que la puerta estaba cerrada. Se dirigió hacia ella con el mapa en una mano. Con la otra tomó el pomo y lo giró. Este no se movió. Lo intentó de nuevo y no consiguió abrirla. Dean se acercó por detrás e intentó ayudarla, pero la puerta estaba cerrada con llave. No podían salir.

jueves, 7 de octubre de 2010

Capítulo 11

Hacer daño era trampa, multiplicar un lío…
Domingo. La mañana había llegado sin avisar, inesperada. Los rayos del sol se colaron por la ventana e iluminaron todo el dormitorio, donde Sienna miraba el techo con mil pensamientos dando vueltas en su cabeza. No había logrado encontrar el sueño en toda la noche. Al llegar a casa tras la fiesta, se había lanzado sobre la cama como un náufrago se abrazaría a un tablón que flota en el agua: angustiada, temblorosa, desesperada. Deseaba que el sueño la atrapara y la llevara a un mundo donde no hubiera problemas ni quebraderos de cabeza, donde amar se tradujera en sumar uno y uno, donde resultara fácil ser feliz. Sin embargo, la suerte no estaba de su parte, ya que no conseguía mantener los ojos cerrados ni descansar en una única posición. Giró más de mil veces por la enorme cama. Más de una vez estuvo apunto de caer al suelo pese a tener una cama de matrimonio para ella sola. Había perdido la cabeza y el norte. Estaba perdida en un rincón de su cabeza desbordado de sentimientos encontrados: amor, odio, rabia, ilusión, frustración, esperanza, rencor, celos. ¿Cómo podía sentir tantas cosas al mismo tiempo? Parecía imposible creer que en un cuerpo tan pequeño pudieran caber tantas cosas.
            Cuando nació el nuevo día, Sienna tuvo aceptar que no conseguiría dormir. Se sentó en el borde de la cama y observó desde su amplio ventanal la gran ciudad, la ciudad que nunca duerme, despertando a la vida. Los árboles de Central Park, el pulmón de Nueva York, agitaban sus brazos al viento en un saludo: “¡buenos días, Sienna, buenos días!”. Las nubes viajaban rápidas por el cielo, impulsadas por un soplo de aire frío, al tiempo que creaban sombras llenas de dudas o dibujaban seres mágicos que le sonreían. Nunca se acostumbraría a despertar en las alturas, a ver a los peatones convertidos en diminutas hormigas que corrían de un lado a otro, infatigables, insaciables. Nunca se acostumbraría a despertar en Nueva York.
Se levantó del borde de la cama y cogió un batín floreado de seda que había comprado la noche anterior. Conectó su iPod con el hilo musical de la habitación y volvió a la ventana, donde continuó pensando.
Al despegar su avión de Madrid, mientras sobrevolaba el océano y dejaba atrás a sus amigos, a su padre, toda su vida, mientras se alejaba del pasado, se sentí mal, sola, traicionada. Tenía miedo. Pese a todo, en un rinconcito de su corazón, aunque su mente no quisiera reconocerlo, sabía que era lo mejor. Cuando era pequeña, su madre le contaba mil maravillas de Estados Unidos. Le narraba sus viajes de carretera con sus amigas, perdidas en la ruta 66. Recordaba también sus viajes en las vacaciones de primavera, total descontrol y locura: México, Florida, Las Vegas cuando alcanzaron la mayoría de edad. Cuando Sienna le hablaba del despotismo de los estadounidenses y de ese sentimiento de superioridad que les hacía tan particulares, su madre siempre le hablaba de las grandes personas que había conocido, las experiencias que había vivido y le repetía, todos los días, que dejara a un lado los prejuicios. Estados Unidos no eran sólo animadoras y hamburguesas, era un país en eterno crecimiento, un crecimiento a toda feliz, un país donde el paisaje mismo demostraba lo distinta que era su gente y los secretos que allí se escondían.
Sienna le pedía una y otra vez que le contara más cosas, ansiosa por imaginar, ansiosa por vivir ella misma esas aventuras con las que llenaba sus sueños. En esos sueños, se imaginaba rodeada de amigas que la querían celebrando una fiesta en la casa de una de ellas, o tal vez en el baile de fin de curso, cogida del brazo de un chico ataviado con un esmoquin y una flor en la solapa a juego con la flor de su muñeca. Sienna pedía más detalles, más datos, para engrosar sus ilusiones.
Mientras crecía en España, siempre supo que se iría, que llegaría el día en que volaría a Nueva York, a la casa que su madre tenía en la ciudad desde que se graduó y a la que nunca había ido. Veía a su madre haciendo tortitas, como tantas otras veces, en una cocina con barra americana, y a su padre viendo los partidos de fútbol americano y especulando sobre los resultados de la liga juvenil. Le prometieron que viajarían juntos y estarían allí un año o dos, los que hicieran falta, hasta que ella decidiera donde quería establecer su vida.
En sus ilusiones, Sienna siempre se veía junto a un chico, un joven sin rostro ni nombre al que conocería esperando un taxi en un día de lluvia o en una cafetería mientras leía su libro favorito. Sabía que podía ser muy feliz sin un hombre a su lado, ya que siempre había sido toda una feminista, “las mujeres somos capaces de desempeñar cualquier trabajo como los hombres”, “no necesito ayuda para reparar el grifo del lavabo”, “juego al fútbol y no por ello dejo de ser femenina”. Sin embargo, envidiaba a sus padres, esa complicidad en la que, con solo una mirada, se podían decir mil palabras. Envidiaba el amor que se profesaban, los momentos que atesoraban en el baúl de sus memorias, envidiaba tener a una persona con la que poder pasar toda su vida y sentir que el tiempo pasaba volando.
En cuanto vio a Dean y se hundió en sus ojos, en su sonrisa y en sus labios, en ese mismo instante, el chico con el que tantas veces había soñado, el chico que en sus sueños la había llevado innumerables veces al altar y que la había besado en tantos lugares diferentes, el chico de sus fantasías había tomado su cara. No podía pensar en nadie más que en él, en nada más que no fueran esos minutos en que se miraron, se tocaron, se hablaron y el mundo pareció dejar de girar.
Y ahora, la suma de los dos factores, sus dos cuerpos y sus dos almas, daba un resultado de tres. Sienna siempre había sido una chica fiel con sus novios, amiga de sus amigos, una persona en quien confiar. Su mayor consejo en asuntos del corazón era “no te metas en medio, lo que está destinado a ser, encontrará el modo para serlo al final”. Jamás se interpuso en ninguna relación, ya que para ella los chicos en una relación eran intocables. Pero, ¿cómo seguir actuando igual cuando su corazón le decía, le gritaba, que acababa de conocer al hombre de su vida? ¿Y si él sentía lo mismo?
Dean llevaba desde los catorce años con Cindy, una chica a la que ni siquiera había visto. Sienna estaba seguro de que una relación a esa edad era una locura. La adolescencia es una época de experimentar, probar, enamorarse de uno y otro, besar muchas ranas hasta encontrar a su príncipe. Por lo que le había contado Abby, Dean no era el príncipe de Cindy. Si sus almas estaban destinadas a estar juntas, ¿cómo podía él mirar a otras chicas, pensar en ellas, y mucho menos besarlas? ¿Cómo podía ella no darse cuenta del hombre que tenía a su lado y descuidarlo tanto?
Sin desayunar ni vestirse, Sienna se sentó en el ordenador del despacho y se conectó a Internet. Escribió un mensaje a su padre deseándole que estuviera bien y pidiéndole que no se preocupara por ella. La situación con su padre era el menor de sus problemas en ese momento y tantas vueltas a la cabeza le hicieron comprender que no podría estar castigándolo eternamente. Le daría un poco de tregua para poder centrarse en sus otras preocupaciones. También habló con sus amigas, que ya habían comido debido al cambio horario entre Javea y Nueva York. Merche la animó a interponerse entre los dos jóvenes y conquistar a Dean. Ana, más comedida, le aconsejó que esperara a conocerla a ella y que dejara que las cosas siguieran su propio camino. Pasó muchas horas en el ordenador, leyendo las palabras de sus amigas y vagando por foros adolescentes donde hablaban de amor. Vio las fotos de los chicos con los que había salido y pensó que con ninguno de ellos había sentido una locura tan grande desde el primer momento. Eso tenía que significar algo.
Llegó la hora de comer y pensó que no podía seguir encerrada en su casa sin hacer nada. Se dirigió a la bañera y, por primera vez desde que había llegado a la ciudad, la llenó para tomar un baño. Echó jabón para llenarla de espuma y controló que la temperatura del agua fuera la ideal para ella. Se quitó el batín y el pijama y se metió dentro. La música seguía sonando: “mirar tu cara es mirar un sueño que está a mi alcance y no puedo tener. Que no me quieras me duele y siento que no te quiero y te quiero tener”.
Al salir de la bañera, se acicaló, peinó con cuidado y calma su precioso pelo y se vistió con unos pantalones blancos y una camiseta desmangada color camel que hacía destacar su moreno. Se pintó las uñas y los ojos, se perfumó.
Cuando por fin se sintió guapa, bien con ella misma, cogió el bolso, con su cámara de fotos dentro y salió a la calle. Buscaría un lugar donde comer tranquila, protegida por el trajín de los turistas, para después perderse por las calles de la ciudad y fotografiar rincones anónimos, rostros sin nombre, instantes especiales. Caminaría hasta que le hirvieran los pies, hasta que las piernas le fallaran y después volvería a casa, a dormir todas aquellas hora que no había dormido esa noche, a soñar sin pensar en el duro primer día de clases que le esperaba.