lunes, 4 de octubre de 2010

Capítulo 5

¡Ring! ¡Ring! ¡Riiiiiiiing!
¿Qué era eso? ¿El teléfono? No, lo había apagado. ¿El timbre? Sí, debía ser el timbre.
Sienna abrió los ojos poco a poco, aún medio adormilada. Se encontró en su nueva habitación, con la luz del sol pegándole en los ojos. Se levantó de la cama y buscó a su alrededor algo con lo que taparse. Entonces se dio cuenta de que estaba vestida, ya que la noche anterior se había dormido antes de cambiarse. Salió al pasillo y siguió el sonido del timbre, que la llevó a la puerta. Miró por la mirilla. Al otro lado de la puerta estaba el portero.
Abrió la puerta rápido para que aquel hombre dejara de tocar el timbre. Se arrepentía de haberse burlado del jet lag el día anterior porque estaba destrozada y apenas sabía en qué día vivía.
- Buenos días, señorita Davis. Venía a avisarla de que su coche la espera abajo para ir a formalizar los papeles del colegio.
Sienna se había olvidado por completo de que tenía que ir a llevar en mano unos cuantos documentos y a firmar la aceptación de las normas del colegio. Su padre había sido muy claro con eso: “tendrás para ti unos días antes de comenzar las clases para que puedas conocer Nueva York y acostumbrarte a la vida allí, pero eso no significa que debas descuidar tu formación, así que el sábado a las diez debes estar en la puerta del St. Patrick’s para que te informen de todo”.
Miró el reloj. Aún no había cambiado la hora, por lo que tuvo que restar antes de descubrir qué hora era. Todavía tenía una hora. Estaba sucia, despeinada y sin arreglar, además de no haber desayunado. Pidió al portero que avisara a su chófer de que tendría que esperar un poco ya que no estaba preparada. Conforme el portero cerró la puerta, Sienna echó a correr a la ducha rezando para que el St. Patrick’s School no estuviera muy lejos de allí.
Abrió el grifo del agua caliente y, tras quitarse la ropa y dejarla tirada en un rincón del enorme cuarto de baño, se metió a la bañera. Cuando pisó el suelo, el agua no estaba demasiado caliente, pero esa bañera tan moderna no podía tardar mucho en dar agua tibia, así que, valiente, se colocó la alcachofa encima de la cabeza. Un chorro de agua congelada le cayó encima y le bajó por la espalda. Sobresaltada, Sienna pegó un grito y saltó sobre sí misma en la bañera, con tan mala suerte que al caer resbaló y se derrumbó sobre esa piscina que tenía como bañera.
En un intento de agarrarse a algo y evitar el golpe de la caída, echó sus brazos a los lados buscando un borde o un asa. No encontró nada. El golpe fue inevitable, pero afortunadamente no se hizo nada, a parte de sentir un dolor punzante en la espalda y los brazos. Además, a buena hora el agua había empezado a salir caliente y notó como se le abrasaba todo el cuerpo mientras yacía en la bañera.
Se puso en pie rápido, pero esta vez con más cuidado, y salió de la bañera. Echó mano a una toalla blanca que había colgada junto a la bañera y se cubrió el cuerpo con ella. Mientras, giró las ruletas de los grifos sin parar hasta que consiguió que el agua saliera a la temperatura perfecta.
Con miedo, volvió a entrar en la bañera. Se mojó primero los pies, luego las piernas, y así poco a poco fue subiendo hasta mojarse el cabello. No se entretuvo mucho puesto que sabía que tenía poco tiempo. Con el resbalón había perdido unos preciosos minutos que ahora le faltaban para relajarse en la ducha.
Al salir de la ducha se dio cuenta de que no tenía más ropa a mano que la que llevaba el día anterior. Envuelta en la toalla y con el pelo suelto mojándole la espalda, se dirigió a la habitación. Abrió la cremallera de la bolsa de mano y sacó unos shorts vaqueros claritos y una camiseta blanca de media manga a rayas negras un poco caída por los hombros. Se calzó sus sandalias crema, se recogió el pelo en una coleta alta y añadía a su look una pulsera ancha de bronce, una diadema negra con unos brillos plateados en el lado y el collar hippie de su madre.
Mientras colocaba el collar por encima de la camiseta, pensó en sus padres. Si su padre la viera ahora, le reñiría por vestir de forma tan informal en su primer día en Nueva York. Según él, nunca sabes a quién puedes encontrar y debes ir más arreglada y seria. Dos años antes, sus comentarios hubieran sido muy distintos, estaba segura. La habría observado sin pronunciar palabra y le habría guiñado un ojo, cómplice. Por aquel entonces lo único que le importaba era que su hija fuera feliz. Su madre, en cambio, la habría alabado y la habría llevado de la mano a su cuarto, donde la habría sentado en su tocador a darle unos retoques con sus numerosas brochas y sus millones de barras de labios.
Salió corriendo hacia la puerta. Al llegar frente a ella recordó que no había cogido los papeles del colegio, ni el bolso, ni sus documentos de identidad. Volvió al dormitorio y rebuscó en la bolsa de mano. Había sido muy previsora al organizar el equipaje, ya que había metido un pequeño bolso con su teléfono, cartera y demás objetos de diario para llevarlo todo junto y preparado en casa de emergencia. Sacó el bolsito crema de la maleta y buscó dentro de la maleta pequeña la carpeta con todos los documentos que le había entregado su padre. Vísteme despacio que tengo prisa. Caminó hasta la puerta, nerviosa, se miró un par de veces en el espejo, tomó aire y cruzó el umbral.
Tomó el ascensor por el que había subido el día anterior con el portero y pulsó el botón B. El ascensor bajó directo a la recepción del edificio. Cuando las puertas se abrieron, Sienna vio al portero y a su chófer conversando tranquilamente. Con un movimiento de cabeza y una sonrisa saludó a ambos. El chófer se dirigió al coche y le abrió la puerta mientras que el portero volvió a su monótono trabajo.
Al entrar en el vehículo, Sienna percibió que el chófer estaba de buen humor y quería conversación. La chica pensó que, si a partir de entonces iba a estar la mayor parte de los días con él, lo mejor sería intentar trabar amistad con el hombre. Comenzó por disculparse por hacerlo esperar y por preguntarle qué sabía acerca del colegio St. Patrick. 
- El St. Patrick’s School es uno de los colegios más prestigiosos de la ciudad. Allí estudian los hijos de las personas más adineradas del país desde que tienen tres años hasta que están preparados para acceder a la universidad –detalló el conductor-. Como usted ya se incorpora en el último curso, le costara un poco más adaptarse que al resto de los alumnos, ya que estos se conocen desde pequeños. Además, algunos de los jóvenes que asisten a ese colegio llevan relacionándose con la jet set de la ciudad desde críos, por lo que lo primero que intentarán será descubrir sus raíces para determinar con qué grupos puede relacionarse y con qué grupos no. No voy a mentirle y a decirle que son gente maravillosa, porque hay de todo, así que debe estar preparada para cualquier cosa.
Vaya. No era eso precisamente lo que Sienna deseaba oír. En España iba a un colegio público al que cualquier hijo de vecino podía asistir. Niños con más o menos dinero jugaban juntos sin distinciones y el mayor prejuicio que podía haber era vivir más cerca o menos de los demás compañeros a la hora de decidir con qué niños pasar más rato.
- Creía que esas cosas sólo pasaban en las películas y en la televisión –comentó la joven.
- Pronto verá que en este país la realidad supera muchas veces a la ficción, señorita Davis.
La conversación no duró demasiado puesto que el colegio estaba a pocas manzanas de su bloque de apartamentos. El chófer paró frente a la puerta y le preguntó si quería que la acompañara dentro. Sienna agradeció el ofrecimiento pero declinó la oferta. Desde que había llegado a Nueva York no había hecho nada bien por su propia cuenta y comenzaba a sentirse inútil. Además, en un par de días tendría que cruzar las puertas de esa institución para iniciar las clases y en esa ocasión no tendría más opción que hacerlo sola.
Antes de apearse del coche, observó a través de los cristales tintados del vehículo. Las puertas del edificio eran impresionantes. Se trataba de unos altos muros de piedra blanca que imitaban las antiguas construcciones europeas del Renacimiento. A ambos lados de la puerta, franqueando la entrada, podía ver unas columnas corintias. Apoyadas en una de ella, charlaba un grupo de chicas luciendo elegantes vestidos de telas brillantes. Unos chicos salían por la puerta en ese momento. No se parecían en nada a los chicos con los que Sienna acostumbraba a relacionarse. En vez de piratas vaqueros y camisetas de manga corta, esos chicos vestían pantalones de pinza y chaleco.
Cuanto más observaba por la ventana, más nerviosa se ponía. Decidió dar el paso cuanto antes mejor y, tras llevarse la mano al collar que caía sobre su pecho, bajó del vehículo. Al cerrar la puerta y comenzar a caminar hacia la entrada, las chicas se giraron y dejaron de hablar, observándola con cara de pocos amigos. Los chicos en cambio se echaron a un lado para cederle el paso. Uno de ellos, sonriendo, le abrió la puerta del colegio.
Dentro del edificio, Sienna no tuvo problemas para saber a dónde dirigirse. Vio a varias personas caminando todas en la misma dirección y allá se encaminó. Llegó a la secretaría, donde le recogieron algunos documentos, le compulsaron otros y le entregaron un gran sobre marrón con el emblema del colegio. “Aquí llevas el decálogo de nuestro centro y más información para que no te resulte difícil moverte por St. Patrick”, puntualizó la estirada secretaria.
En cuanto tuvo el sobre entre las manos, Sienna apresuró el paso y se dirigió hacia la puerta exterior. Sentía, o tal vez sólo imaginaba, que todo el mundo la miraba. No sabía si todo eran imaginaciones suyas debido a lo que le había comentado Gary, el conductor, mientras se dirigían a allí o si realmente todos se giraban a su paso, pero Sienna notaba como el corazón le latía a mil por hora y deseaba salir de allí cuanto antes.
Cruzó la entrada sin mirar a los lados y, por fin, atravesó la puerta. El grupo de chicas se había marchado de las columnas. Ahora sólo había una joven de gafas y pelo rizado con un humeante vaso de Starbucks entre las manos.
Sin saber cómo, de repente el sobre y la carpeta de Sienna estaban en el suelo. Al salir con tantas prisas, Sienna no se dio cuenta de que había un pequeño escalón en el suelo y tropezó con él. Esta vez tuvo más reflejos que con al bañera y no llegó a caer al suelo, pero sí soltó todo lo que llevaba en la mano.
Avergonzada, agachó la cabeza e intentó recoger los papeles tan rápido como fuera posible. Una vez que lo hubo recogido todo, se puso de nuevo en pie y se encaminó hacia el coche.
Ya había cerrado la puerta del vehículo cuando notó unos golpes en el cristal. Levantó la cabeza y se encontró con la chica de gafas:
- Disculpa. Creo que esto es tuyo.
Sienna bajó la ventanilla para ver mejor qué había dejado atrás con las prisas. La desconocida estiró el brazo y le tendió el DNI. Sienna lo cogió y dio las gracias a la chica. Ésta le sonrió y se dio la vuelta para echar a caminar de nuevo hacia la entrada y terminar de saborear su café. Mientras tanto, el coche de Sienna arrancó.

2 comentarios:

  1. llevo cuatro capitulos y no puedo parar de leer estoy super enganchada a tunovela, enhorabuena!!
    Amina

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  2. Lo he empezado a leer esta noche, y aunque ya es bastante tarde no quiero dejar de leer.

    Me gusta!!
    Muchas gracias por compartirlo con nosotras :)
    Espero ponerme pronto al día.

    María Isabel.

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