miércoles, 6 de octubre de 2010

Capítulo 8

- ¿No te importa? –preguntó, con ojos de corderito, Sienna. La verdad es que le apetecía mucho salir esa noche.
- Claro que no. Es más, me encantaría que vinieras. Pero date prisa o se nos hará tarde –urgió Abby.
- Voy a darme una ducha. Si te parece bien, Gary puede llevarte a casa para que te arregles y luego quedamos en algún sitio –sugirió.
La chica aceptó y bajó en el ascensor al recibidor. El conductor ya la estaba esperando en la recepción. A su vez, Sienna se dirigió al cuarto de baño y contempló la bañera con mirada desafiante. Había olvidado comprar una alfombrilla para la bañera pero… ¡dónde demonios iba a encontrar una alfombrilla redonda de baño de tales dimensiones!
Esta vez la ducha fue más tranquila, sin incidentes. Se envolvió en la toalla y fue al vestidor, donde examinó detenidamente toda su ropa en busca del conjunto adecuado para darse a conocer. Se decidió por un vestido blanco de tirantes con una parte algo transparente a la altura del pecho y unas franjas bordadas en el bajo. El vestido dejaba al descubierto gran parte de los muslos y sus largas piernas. Desconocía la hora en la que volvería a casa y tampoco sabía el clima que habría por la noche, así que cogió una chaqueta negra de cuero estilo motero. Se echó el flequillo a un lado y se recogió un mechón de pelo con un gancho que imitaba a una flor blanca.
Giró la muñeca y miró la hora. Todavía tenía tiempo antes de la fiesta. Sintió nervios en el estómago y pensó que ese día no había tenido un segundo para pensar en nada. No había podido pensar en su padre, ni en sus amigas. Aprovechó los minutos que le quedaban libres para encender el ordenador y enviar un correo electrónico a sus amigas.
Como era de esperar, ninguna estaba conectada. Recordó que Merche le había comentado que tenían pensado pasar la noche del sábado en casa de Ana, otra de sus amigas, viendo unas películas, comiendo pizza y hablando de chicos.
Abrió su cuenta de correo electrónico y comenzó a escribir. Tardó diez minutos en decidir qué contar a sus amigas y cómo hacerlo. Una vez lo hubo decidido redactó el e-mail sin parar hasta culminar con la despedida.
Vio que la pestaña de la bandeja de entrada indicaba un mensaje sin leer. Hizo clic en el botón y vio que se trataba de un correo de su padre que rezaba lo siguiente:
           
Querida hija:
            Me hizo feliz recibir tu mensaje y saber que estás bien, aunque esperaba que te pusieras en contacto con nosotros por teléfono.
            Siento mucho que tuvieras que marcharte enfadada. No quisiste escucharme cuando te lo conté, pero todo esto estaba decidido mucho antes de que Marga llegara. Tu madre y yo siempre deseamos que estudiaras en Estados Unidos y que vivieras momentos tan mágicos como los que constituyeron nuestra juventud.
Sé que te tomará tiempo aceptarlo y entender mi postura. No es ningún problema; te conozco bien y sé que me perdonarás.
            Por ahora sólo te pido una cosa: no pierdas el contacto. Si es necesario, cogeré un avión y cuando me necesites para lo que sea estaré ahí. No dudaré en hacer lo mismo si no sé nada de ti. Sabes tan bien como yo lo que es estar esperando una llamada que nunca llegue y estoy seguro de que no me harás volver a pasarlo mal ahora que por fin he encontrado la felicidad.
            Pásalo bien, disfruta de la ciudad, aprende mucho en el colegio y vuelve a casa estas Navidades a contárnoslo todo.
            Un beso,
                                                           Tu padre

            Terminó de leer el contenido del correo e inmediatamente lo borró. Marga, Marga, Marga. Siempre tenía que estar presente en sus conversaciones, sin importar de que hablaran.
            Marga era la mujer que, a su parecer, había reemplazado a su madre en el corazón de su padre. Su padre la conoció en una reunión de negocios un año después de la muerte de su madre. Sienna la caló desde el primer momento. Era una mujer obsesiva, hipócrita y manipuladora cuya último objeto de fijación era su padre. A ojos de cualquier mujer, su padre era toda una joyita: joven, atractivo, viudo y rico. Esa mujer había tejido durante semanas una tela de araña de cumplidos, encuentros fortuitos y amistad forzada hasta que cazó al señor Davis.
Desde entonces, la vida de Sienna se había convertido en una pesadilla. Al principio Marga intentó llevarse bien con ella, pero al ver que Sienna la consideraba su enemiga y comprender que jamás se ganaría a la hija de su pareja, ésta decidió volverse la madrastra perversa de la historia. Tergiversaba todas las palabras de la joven y las utilizaba con su pareja para convencerlo de que necesitaban deshacerse de ella. El padre no le hacía caso, pero tras pasar meses escuchándola, sus palabras parecieron hacer mella en él y acabó haciendo todo aquello que esa bruja le decía, desde controlar cualquier movimiento que Sienna daba hasta enviarla a estudiar bien lejos para que la niña no pudiera impedirles disfrutar de su amor.
            Sienna apagó el ordenador, sin sacarse de la cabeza el tema. No había sido buena idea comprobar el correo electrónico. Se enfadó con ella misma por permitir que los problemas pudieran perseguirla y afectarla a miles de kilómetros de distancia.
            Cogió el bolso, se calzó unos tacones de vértigo y apagó la luz de la habitación.
            El coche ya la esperaba en la calle. Abby estaba dentro, con un vestido azul eléctrico y el pelo recogido en un moño alto. Se había quitado las gafas y parecía otra persona.
            - ¡Qué guapa vas, Sienna! –exclamó la joven.
            - Tú tampoco te quedas corta, que digamos –se rió Sienna-. Fiesta, ¡allá vamos!
            El coche aceleró y las llevó a la puerta de uno de los hoteles más selectos de la ciudad.

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