domingo, 10 de octubre de 2010

Capítulo 12

Tal y como deseaba, la oscuridad de la noche la había envuelto y la había cubierto con su manto de estrellas mientras dormía. Se despertó varias veces movida por una pesadilla que no podía recordar, con el corazón acelerado y el miedo calando sus huesos. Las horas pasaron rápidas y de nuevo se encontró en pie en su nueva habitación, tan impersonal y distinta a su anterior cuarto en Javea, lleno de peluches por estantes y por toda la cama, además de cientos de fotos con sus amigas que cubrían las paredes de recuerdos y risas inolvidables.
Esa mañana tardó poco en arreglarse, ya que los nervios la controlaban y se movía de un lado a otro con prisa. Era consciente, por todo lo que le había contado el sábado por la tarde Abby, de que se convertiría en el centro de atención de la gente de su clase, ya que en ese centro rara vez entraba algún alumno nuevo. Así pues, no se preocupó por intentar pasar desapercibida.
Descartó los tejanos y las camisas de cuadros de media manga que solía lucir para ir a clase en España y se enfundó un vestido veraniego de cintura alta cuya parte inferior era rojo sangre y la superior blanca como la nieve. Se dejó el pelo suelto y con las planchas se lo onduló un poco. Un toque de perfume en algunos puntos estratégicos, maquillaje natural y sandalias para conseguir máxima comodidad culminaron los preparativos.
Echó unas cucharadas de azúcar en su vaso de leche y meneó la cucharilla con ímpetu. El primer tragó le quemó la lengua, así que esperó. Mientras su desayuno se enfriaba, decidió comprobar si alguien le había enviado algún correo electrónico. El buzón de entrada indicaba dos mensajes nuevos: Merche y Álex. Encontrar un mensaje de Merche era predecible, ya que su mejor amiga no era capaz de decidir qué zapatos ponerse sin consultarlo con ella. A falta de llamadas y mensajes al móvil muy baratas, había optado por correos electrónicos. El e-mail de Álex sí la sorprendió. Álex había sido su amor de verano: se conocieron a finales de junio en la playa y, tras un tonteo inicial que incluía castillos de arena y saltos de las olas del mar, tuvieron una aventura que duró cerca de dos meses. Cuando Sienna le informó de su viaje a Nueva York, el joven se negó a mantener una relación a distancia. Sienna no se molestó demasiado, es más, se sintió liberada, ya que los lazos que la unían a ese chico eran bonitos pero no duraderos. Se despidieron dos días antes de que su avión partiera, en el mismo sitio donde se conocieron, en la playa, con la promesa de mantenerse en contacto.
El mensaje era escueto y carente de sentimiento. Álex le comentaba que seguía de vacaciones, que estaba muy feliz con sus amigos y que le deseaba lo mejor en Nueva York.
Sienna no respondió al correo puesto que la leche se había enfriado y tenía que marcharse en seguida. Estaba convencida de que Gary la esperaba abajo. Bebió en dos tragos el contenido del vaso y, con su bolso de clase colgado al hombro, salió del edificio.
Mientras Gary conducía, Sienna observaba atentamente los nombres de las calles y los cambios de dirección del coche en un intento de memorizar el trayecto y poder hacerlo en días posteriores a pie.
Al llegar a la puerta de la escuela, el ambiente estaba mucho más animado que en su anterior visita. Algunas chicas se abrazaban en la entrada y saltaban emocionadas a la vez que contaban sus historias del verano. Un grupo de chicos se pasaba una pelota de fútbol americano en la puerta, ajeno al cruce de alumnos. Niños pequeños cruzaban corriendo el pórtico de la entrada tras despedirse de sus padres. Los más mayores bajaban de coche caros y, sin mirar dentro del vehículo, se despedían con un ligero movimiento de cabeza.
Sienna salió del coche asustada. Le vino a la mente la emoción desbordante que sintió en la fiesta con Abby y se preguntó por qué no podía sentirse feliz de nuevo. Conocía la respuesta, pero aún así no lograba concebir como apenas dos días antes, sin conocer a nadie, podía haberse encontrado tan a gusto rodeada de personas mientras que ahora el gentío la intimidaba tanto. Echó una ojeada a su alrededor buscando a Abby; con ella se sentiría a salvo. Por desgracia, la joven no había llegado todavía, por lo que Sienna tomó la decisión de entrar en el edificio.
Una vez dentro, abrió su bolso y buscó el mapa del centro que le habían entregado varios días antes. Miró el papel, observó a su alrededor y, en cuanto se hubo orientado, echó a andar hacia su aula.
Para poder llegar a la clase, tenía que pasar por unas chicas que formaban un corro unos metros más delante de donde Sienna se encontraba. No se sentía cohibida ya que todos sus nuevos compañeros parecían estar bastante ocupados contándose las vacaciones, pero ese grupo le llamó la atención. Las risitas subían de volumen y acallaban los cuchicheos y susurros. Al caminar a su altura, echó una ojeada al centro del círculo. Entre todas pudo divisar un cabello masculino rubio. El chico debía estar guardando algunas cosas en la taquilla.
Sienna creía que, al tratarse aquel de un colegio de niños famosos o familiares de gente del mundo del espectáculo, no se encontraría ante situaciones como esa. Con una sonrisa entre los labios, siguió caminando hacia su clase.
Aula 101. Ahí estaba. La puerta estaba llena de jóvenes que charlaban y reían sin parar. Asomó la cabeza, avergonzada, dentro de la clase. No había nadie dentro. Cruzó el umbral con urgencia. Dentro de la clase se sentía protegida. La gran incógnita llegaba ahora. ¿Dónde debía sentarse? ¿En la primera fila, para que creyeran que era una sabelotodo y una pelota? ¿En la última, para camuflarse de las miradas inquisidoras del resto de la clase pero arriesgándose a parecer una pasota? Ante la duda, optó por el punto medio: tomó asiento en la segunda fila, lo bastante cerca para no perder nada de lo que los profesores dijeran, pero no tanto como para llamar demasiado la atención.
En el pasillo se oyó música. Sienna aguzó el oído intentando reconocer la melodía, aunque no fue capaz. Miró el reloj y observó que eran las ocho en punto. Los alumnos comenzaron a entrar a clase poco a poco y a sentarse en las distintas mesas, no sin antes mirarla con detenimiento. Ninguno de ellos tomó asiento a su lado. Se debatía entre el impulso de dirigir la vista hacia la puerta y analizar a cada uno de sus compañeros y la necesidad de mantener los ojos clavados en el pupitre para no cruzar miradas con nadie, así que se limitó a observar de reojo como la clase iba llenándose con jóvenes con indumentarias distintas pero señoriales.
Cuando la profesora entró en la clase, Abby todavía no había llegado a clase y el asiento junto a Sienna seguía vacío.
- Buenos días, estudiantes de la promoción 2010-2011 del colegio St. Patrick. Mi nombre es Hellen Smithson y seré vuestra profesora durante todo este curso, el último que, esperemos, pasarán en esta institución.
Sienna notaba los ojos de sus compañeros catalogándola e imaginando cómo sería la chica nueva y a qué grupo de gente se uniría. Los comentarios por lo bajini podían percibirse fácilmente.
La puerta del aula se abrió repentinamente, como movida por el viento. Dos chicas se asomaron a pedir permiso para entrar en la clase. Sienna las miró directa, esta vez sin miedo si no más bien agradecida, ya que esa interrupción había desviado la atención de los alumnos hacia esas dos jóvenes. Abby era una de ellas. Parecía cansada y no demasiado contenta. La otra chica, a ojos de Sienna, era una aparición divina. Alta, delgada, con unas curvas perfectas en los lugares más atractivos del cuerpo. Una melena larga y lisa, dorada como el sol. Unos ojos azules preciosos, dos mares en los que perderse y naufragar sin dejar de mirarlos. Una sonrisa encantadora y dulce destacada con un brillo de labios discreto pero seductor. Las puertas del cielo se habían abierto y uno de sus ángeles había escapado. Si a Sienna le hubieran atraído las chicas, se habría enamorado en ese mismo momento de la joven. Como no era el caso, en ese momento sólo sintió admiración y, en el fondo, un poco de envidia.
Mientras Abby se disculpaba en voz baja con la profesora, la otra chica supervisó la clase con la mirada. Sienna no pudo evitar percatarse de que todo el mundo le sonreía. Unas chicas al fondo del aula le hicieron un gesto, llamándola para que se sentara a su lado. La joven ignoró el gesto y, veloz, se dirigió a la mesa libre junto a Sienna. Dejó su bolso sobre la mesa y miró a Sienna con una sonrisa en los labios. Aquella muchacha no dejaba de sonreír. Sienna le devolvió la sonrisa, sonrojada.
-Con la intención de que la mosca que ha entrado en la clase deje de molestarnos –bromeó la profesora, haciendo referencia al murmullo de los estudiantes-, vamos a comenzar por romper las rutinas del colegio. Nada de leer las normas ni de explicar los exámenes.
Los alumnos parecían sorprendidos. Aquella profesora joven y en apariencia agradable iba a darles una clase magistral de algo que muchas veces faltaba en el St. Patrick, comunicación.
-Quiero que miren al compañero o compañera que tienen a su lado y que se conozcan. Deberán conocer hasta el más mínimo detalle, ya que después les haré una prueba sobre la otra persona. Nada de “se llama Linda, tiene diecisiete años y vive en Nueva York”. Espero información más interesante, detalles suculentos, una brisa de aire fresco. Si conocen ya a la persona que tienen al lado, por favor, cámbiense con otro estudiante.
Algunos alumnos se levantaron de sus mesas e intercambiaron parejas. Sienna vio como Abby se levantaba y se dirigía hacia ella, con la intención de ser su pareja. Sin embargo, la chica rubia que estaba a su lado se lo impidió:
-Yo tampoco la conozco, así que se queda conmigo.
Después de eso, giró la cabeza hacia Sienna y le sonrió de nuevo. Mientras le tendía la mano, sus labios decían:
-Hola, encantada de conocerte, soy Cindy.
*  *  *  *  *
            Al acabar la clase, Sienna se sintió aliviada. Cindy era una chica muy simpática y divertida que se había interesado por saber hasta los detalles más insignificantes de su vida. A pesar de ello, desde el mismo momento en que oyó su nombre, no había podido dejar de darle vueltas a la cabeza. Cindy, Cindy, Cindy. La chica perfecta, la novia de Dean. Dean no había asistido a clase, algo desconcertante ya que se trataba del primer día. Cindy se había encargado de describirle cómo se habían conocido, lo maravillosa que era su relación y que su chico no estaba en clase porque había tenido que encargarse de unos asuntos de negocios que le ocuparían las primeras horas de la mañana.
            Sienna creía que cuando la señorita Smithson abandonara el aula, Cindy se marcharía de esa mesa para sentarse con alguna de sus amigas. Se equivocó. Las amigas de Cindy se acercaron a conocerla en los minutos libres entre clase y clase. Cindy la presentó como si fueran amigas de toda la vida. Todas las chicas eran guapas y estilosas, aunque con un aspecto un tanto superficial. Sienna comprendió que estaba empezando a relacionarse con las chicas populares de la escuela. Abby no se acercó en ningún momento a ella; se limitó a observarla desde lejos.
            El resto de las clases hasta la hora de la comida fueron normales y monótonas. Presentación del programa de la asignatura, presentación del profesor y un poco de su vida antes de impartir la asignatura y comienzo del temario.
Sobre el mediodía, los alumnos pudieron salir al patio a descansar, estirar las piernas y comer algo. Llevaban cuatro horas sin comer nada y Sienna comenzaba a tener hambre. Sacó de su bolso un sándwich de jamón york y queso y un zumo de frutas tropicales y, junto a las amigas de Cindy, cruzó la puerta de la clase.
-¡Vaya! ¡He olvidado coger la comida! –Cindy estaba aún en su mesa, buscando dentro del bolso-. Si no os importa, id saliendo para el patio y mientras iré a comprarme algo.
Las chicas obedecieron y echaron a andar. Sin Cindy con ellas, el resto de compañeras no le dirigía demasiado la palabra. Se dedicaban a comentar los estilismos de los profesores en parejitas, ignorando a Sienna. Agobiada, se disculpó alegando que tenía que ir al baño y se separó de ellas. Todas le sonrieron. Sienna estaba segura de que aprovecharían ese rato para criticarla a ella también.
Una vez que las jóvenes se hubieron alejado, Sienna se dio cuenta de que no sabía dónde se encontraban los baños más cercanos. Se acercó a unos chicos de clase a preguntarles dónde estaban, pero no tuvo valor suficiente y siguió caminando por su cuenta buscándolos. Sus pasos la llevaron de vuelta a la clase. Puesto que aún no los había encontrado, decidió en el aula para localizarlos en su pequeño mapa.
Justo cuando entraba, chocó con alguien. Dean.
-Vaya, parece que un choque nos vuelve a unir –Dean la miraba, sonriente.
-Perdona otra vez –se disculpó Sienna-. Venía a coger una cosa que se me había olvidado.
Sienna se acercó a su mesa y cogió el bolso. Intentó que Dean no viera como sacaba el mapa de dentro, pero el chico se había colocado justo detrás de ella y no pudo esconderlo.
-¿Te has perdido? –preguntó con sorna.
-Estaba buscando el cuarto de baño pero no lo encuentro –confesó la chica.
-Puedo acompañarte si quieres -la proposición la hizo sonrojar de nuevo.
-No, gracias, tengo que empezar a aprender a llegar sola a los sitios –mientras hablaba, oyó un ruido en el pasillo, que estaba de repente en total silencio.
Levantó la cabeza instintivamente y entonces vio que la puerta estaba cerrada. Se dirigió hacia ella con el mapa en una mano. Con la otra tomó el pomo y lo giró. Este no se movió. Lo intentó de nuevo y no consiguió abrirla. Dean se acercó por detrás e intentó ayudarla, pero la puerta estaba cerrada con llave. No podían salir.

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