lunes, 4 de octubre de 2010

Capítulo 4

Y es que este mundo gira tan deprisa…
El señor Smith bajó el cartel con su nombre y la llevó hasta un enorme coche oscuro. A Sienna nunca se le había dado bien reconocer los modelos de coche; para ella eran grandes o pequeños, deportivos o antiguos, rojos, azules o plateados. Nada de Maseratis, Volvos o Mercedes. Aún así, era capaz de ver que estaba montada en un coche increíble, impoluto y, sobre todo, muy caro.
Como el conductor no le dirigió la palabra, Sienna siguió escuchando música con su dispositivo MP3. Mientras oía la voz de Dani Martín cantarle al oído mil letras preciosas, el coche iba adentrándose en la ciudad que nunca duerme. A lo lejos podía ver el puente de Brooklyn y el sol cayendo tras él. Los altos rascacielos comenzaban a rodearla y los taxis amarillos los adelantaban desesperados, veloces como estrellas fugaces. Estaba en Nueva York.
Por primera vez en todo el trayecto, abrió la boca y se dirigió al conductor:
- Señor Smith, ¿podríamos hacer una pequeña visita con el coche a los puntos más importantes de Manhattan antes de ir a casa?
- Claro, señorita Davis. La llevaré al lugar más bello de Nueva York –respondió el chofer mientras la miraba a través del espejo retrovisor.
El coche se perdió por calles concurridas de gente. Gente con maletines y rostro serio, probablemente de vuelta a casa tras un día de duro trabajo. Gente con cámaras de fotos al cuello, con los ojos brillantes de felicidad, gente que disfrutaba de sus vacaciones.
- Ahí a la izquierda tiene Bryant Park. Ahí la Gran Estación Central. Si mira a la derecha, a lo lejos, está Central Park. Esa es la Quinta Avenida –iba apuntando el señor Smith.
Un poco más adelante, el coche giró a la derecha y entró en una calle totalmente iluminada. En ese momento, Sienna sintió que estaba en la cima del mundo.
- ¡Pare aquí, por favor! –logró decir, con un hilillo de voz.
El coche se echó a un lado en la carretera. Sienna abrió la puerta y bajó del vehículo. Algunos curiosos se pararon cerca del coche a observar a esa joven que bajaba de semejante vehículo; incluso hubo quien le sacó una foto “por si acaso es famosa”.
Echó a andar al centro de las dos amplias calles y miró a su alrededor. Subió a un bordillo y vio como los taxis pasaban a su alrededor sin apenas mirar. Turistas de todas las nacionalidades y orígenes se golpeaban intentando coger el mejor sitio para sacar una fotografía.
Una racha de aire le golpeó en la cara y, sin apenas pensarlo, estiró los brazos a ambos lados de su cuerpo y cerró los ojos. Tuvo ganas de gritar, pero el conductor la miraba a lo lejos desde el coche y no quiso que éste creyera que estaba loca.
Tras unos segundos así, volvió a abrir los ojos y caminó hacia el coche.
- Ahora lléveme a casa. Necesito descansar –dijo Sienna, mientras se despedía con la mirada de Times Square.
*  *  *  *  *
El vehículo hizo su siguiente parada no muy lejos de allí, en la puerta de un bloque de modernos apartamentos frente al Museo de Arte Metropolitano. El señor Smith le presentó al portero y se despidió de ella, añadiendo que pasaría a buscarla al día siguiente para llevarla a ver el colegio y a hacer algunas compras para estar lista para la vuelta a clase.
El portero la acompañó a una de las plantas superiores, le abrió la puerta de su nueva casa, la ayudó a meter las maletas en el salón. Tras entregarle las llaves, se marchó.
Sienna echó un vistazo al salón. Era tan grande como su anterior hogar. Aunque eran una familia acomodada, no les gustaba derrochar ni vanagloriarse de posesiones o dinero. Vivían en una casa de dos pisos en lo alto de una montaña, desde donde disponían de unas vistas al mar que quitaban el aliento. Fuera, la piscina y un parque infantil donde solía jugar con sus padres de pequeña. Ahora, la joven seguía viviendo en las alturas, en lo alto de un rascacielos. El paisaje era diferente, pero seguía siendo increíble. En la oscuridad de la noche, desde un precioso sofá color crema podía ver luces envolviéndola, meciéndola en sus sueños, como si cada punto de luz fuera una estrella.
Recorrió el apartamento en silencio, asombrada de lo enorme que era. La cocina, con una isleta en el centro donde podría cocinar como si de Arguiñano se tratara, estaba repleta de frutas y todo tipo de alimentos, algunos desconocidos para ella, con la intención de que no le faltara de nada. Un despacho con una enorme mesa de nogal y un portátil blanco y nuevo con la manzanita dibujada en la tapa. El cuarto de baño y su bañera donde perfectamente se podía nadar. Un dormitorio. Otro dormitorio. Otra salita aún sin muebles. Y allí, un balcón con una mesita y sillas rodeadas de velas y plantas exóticas. No sabía que iba hacer con todo ese espacio ella sola.
En ese momento sólo tenía clara una cosa: tenía que avisar de que estaba bien. Se dirigió al despacho y encendió el ordenador. Accedió sin problemas a su cuenta de Messenger y en seguida, toda la pantalla se llenó de luces naranjas.
- ¡Tía! ¿Ya has llegado? ¿Cómo te va? ¿Has visto a algún famoso? ¿Cómo es tu piso? ¡Cuéntame! –su mejor amiga, Merche, la acosaba a preguntas, como era habitual en ella.
- ¡Hola guapa! Pues aquí estoy, en “la capital del mundo”. Acabo de llegar a casa así que todavía no he visto mucho. ¿Tú qué tal estás?
- Bien, pero muy triste. ¡Mi mejor amiga se ha ido al otro lado del mundo y no tengo con quien salir esta noche! Fíjate, un viernes noche y aquí estoy yo pegada al ordenador. Pero vamos a hablar de ti, ¡que hoy eres tú la protagonista!
Las palabras de Merche le hicieron reír. Su amiga estaba loca. Tal vez ese fuera uno de los motivos por los que la quería tanto.
Estuvieron hablando durante horas. Sienna le contó que apenas notaba el jet lag aunque el viaje había sido muy largo y aburrido. Le dijo que había conocido a un chico en el avión y que luego había intentando fugarse de las azafatas, pero que no lo consiguió. Habló sin parar, de Times Square, de su casa, de su padre, de cuánto echaba ya de menos a todas sus amigas. Merche le pidió más información sobre el chico, pero Sienna no entró en detalles. Total, no iba a volver a ver a ese chico jamás.
- Bueno loca, me acaba de llamar Marta para que baje al Tropicana corriendo. Hay fiesta de la espuma y dice que hay muchos guiris guapos. Brindaremos por ti y por tu viaje, ¿vale? ¡Cuídate mucho y saca muchas fotos!
Poco después, la chica cerró sesión. Era increíble. A las tres de la mañana hora española, Merche había empezado a arreglarse para ir de fiesta. “¿Habría algo abierto a esa hora en Nueva York?”, pensó Sienna.
La joven volvió junto a sus maletas, que había dejado tiradas y sin abrir en el salón. Buscó en el bolsillo de una de ellas su teléfono. Marcó de memoria un teléfono, aunque la llamada no llegó a dar tono, ya que canceló la llamada al instante. Estaba enfadada con su padre. Llevaba todo el viaje pensando en él, en cómo había sido capaz de enviarla a estudiar tan lejos de su lado. Pese a que deseaba oír su voz, no podía perdonarle lo que le había hecho. Volvió a coger el móvil y marcó varias teclas.
“Ya he llegado. Todo está bien. Un beso”. Enviar.
Acto seguido, desconectó el teléfono. Tenía la esperanza de que su padre la llamara tras leer el mensaje, pero no quería pasar la noche esperando una llamada que podía no ocurrir, así que mejor sería dejarlo apagado.
Arrastró las maletas a uno de los dormitorios, el más grande. Dejó las maletas junto a la puerta y se tumbó en la cama, mirando al techo. No llegó a buscar el pijama de Pucca, puesto que a los pocos minutos de acostarse, se durmió profundamente.

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