domingo, 16 de diciembre de 2012

Más allá del mar - Capítulo 30



Cuando Sienna entró en la habitación de su mejor amiga, la encontró llorando a lágrima viva, desconsolada.
-¡Abby! ¿Qué te pasa? –cerró la puerta de golpe y salió corriendo hacia la cama de la chica.
Su respuesta fue un sollozo incomprensible.
-No recuerda nada de anoche –explicó Yuri, que llevaba consolando a la neoyorquina más de una hora.
-¿Por qué no me habéis llamado? –las regañó la española-. De haber sabido que había una crisis habría venido antes.
No mencionó que ella traía a cuestas su propio drama. Sabía que Abby la necesitaba y quería apoyarla sin que se preocupara por algo que tal vez fuera una tontería, pero no podía dejar de pensar lo que había leído en esa revista tirada en el escritorio de su compañera de cuarto.
-¿Por qué hice esa tontería, Sienna? Yo, que siempre he defendido que ningún chico merece las lágrimas de una mujer.
-¡Ey, pequeña! –le prodigó un abrazo tierno-. Todos nos equivocamos. ¿Recuerdas la fiesta de bienvenida, el año pasado, cuando me metí en la habitación de los siete minutos en el paraíso, me lié con Dean sin saber que era él y luego me emborraché hasta tal punto que me tuvisteis que sacar de una fuente?
A su lado, la coreana escuchaba la conversación de las dos chicas con la boca abierta, atónita ante aquellas historias.
-Me equivoqué. Cometí un error terrible, y después volví a meter la pata hasta el fondo cuando besé a Dean en los Hamptons. Tú mejor que nadie sabes lo mal que actué y lo que me costó perdonarme el daño gratuito que le hice a Cindy. Me sentía fatal conmigo misma, pero tú no me diste la espalda. Estuviste ahí para ayudarme a salir de el hoyo y para hacerme ver que somos jóvenes y podemos equivocarnos, que tenemos que cometer errores para aprender y ser mejores personas, ¿recuerdas?
Abby asintió con un movimiento de cabeza.
-Pues ahora es el momento de que te apliques tus palabras. Abby, me diste los consejos más inteligentes que jamás he recibido. Solo tenemos una vida y hay que vivirla a tope. Sí, fuiste una tonta enrollándote con ese tío, vale, ¡pero no mataste a nadie! No le des más vueltas a todo esto porque acabarás por volverte loca y no merece la pena.
-Dar consejos es fácil –reconoció su amiga a la par que se secaba las mejillas empapadas de lágrimas-, pero aplicárnoslos no tanto. Además, me sacaste del cuarto de baño, donde solo estábamos ese chico y yo. ¡Sabe Dios qué habré hecho!
Yuri, que jugueteaba con los rizos de la joven para intentar tranquilizarla, intervino en la conversación.
-Ya te he dicho que no tuviste tiempo de hacer nada. Sienna te sacó del aseo enseguida.
-Es verdad –admitió esta-. Zach me convenció para entrar a buscarte pocos minutos después de que entraseis, así que es imposible que pasara nada.
-Pero… recuerdo cómo me acariciaba y cómo me tocaba por algunas partes…
-No-pasó-nada –silabeó Sienna mientras agarraba la cara de Abby entre sus manos y la miraba fijamente a los ojos-. De todas formas, si te quedas más tranquila, podríamos ir al centro de planificación familiar más cercano o al centro de salud de la universidad para que te asesoren y te den la pastilla del día después.
La mención del famoso método anticonceptivo de emergencia provocó que la neoyorquina estallara una vez más en sollozos.
-¿Ves? Soy tonta, una idiota redomada. ¿Cómo he podido llegar a esto?
-¡Abby! –por más que procurara mantener la calma, los nervios por la noticia que había leído sumados a la histeria de su amiga hizo que Sienna no pudiera controlarse más-. ¡No hiciste nada! Ese tío tenía la cremallera bajada, pero llevaba los pantalones y la ropa interior puesta, así que deja de rallarte. ¡No pasó nada!
Su amiga, impresionada por esa inesperada reacción, dejó de llorar de inmediato.
-Lo siento -se excusó-… No quería ser una carga para ti.
Al escuchar esas palabras, Sienna notó cómo su corazón se rompía en dos. ¿Por qué había reaccionado de esa manera? De acuerdo, estaba preocupada y no podía evitar tener la cabeza en otra parte, ¡pero se trataba de Abby! La única que no le había fallado y que siempre había estado a su lado.
-Abby, lo siento –comenzó a decir-. Perdona que te haya hablado así, pero estoy un poco agobiada. Está claro que no soy tan buena consejera como tú y verte de esta manera me queda muy grande. Perdóname, por favor.
-No te preocupes –contestó la otra chica, con la voz apagada-. Tienes razón, estoy buscándole tres pies al gato. Si dices que no pasó nada, confío en ti.
Esta vez fue Sienna quien estuvo apunto de echarse a llorar. ¡Egoísta, egoísta, egoísta! ¿Cuándo iba a dejar de pensar tanto en ella para preocuparse un poco más por los demás? Su amiga confiaba en ella y no se le había ocurrido otra cosa que gritarle.
-Oye, ¿te encuentras bien? –le preguntó Yuri, que se había dado cuenta de lo pálida que se había puesto de repente y de que tenía los ojos humedecidos.
-Sí. No. No sé… Necesito salir a dar una vuelta –las otras dos muchachas la miraron con cara de preocupación-. No es nada, solo necesito que me da un poco el aire. Vuelvo en un rato, ¿vale?
Sin dejarles tiempo para contestar, giró sobre sí misma, abrió la puerta de la habitación y la atravesó a gran velocidad, consciente de que había dejado a su mejor amiga tirada.
En el pasillo, un grupo de chicas se dirigían al cuarto de baño de aquella planta para darse una ducha y asearse. De entre ellas, notó cómo dos o tres la observaban con atención y cuchicheaban. No logró oír qué decían, aunque sí alcanzó a escuchar dos palabras que se lo aclararon todo: “la innombrable”.
Apretó más el paso en dirección a las escaleras del edificio Founders y bajó los escalones de dos en dos. Poco después estaba en la calle, bañada por los rayos de sol de aquella luminosa mañana californiana. Las ganas de llorar aumentaban, por lo que echó a correr adelante sin destino alguno.
Diez minutos después, cuando pasaba frente a una cafetería, decidió dejar de correr y tomarse algo. Estaba más relajada, o al menos las lágrimas habían abandonado sus ojos, por lo que le vendría bien tomarse un chocolate caliente o un vaso de té.
Empujó la puerta del Java Café, donde algunos estudiantes desayunaban enormes vasos de zumo o café en el que mojaban muffins de chocolate, fresa y vainilla mientras navegaban por Internet desde sus portátiles Apple personalizados o charlaban con algunos amigos. Se encaminó directa al centro del local, donde una chica de pelo castaño y ojos claros servía las bebidas con una cordial sonrisa.
-Buenos días, ¿tenéis chocolate caliente?
-Por supuesto. ¿Lo quieres con nata y sirope de chocolate? –sugirió la dependienta.
-Vale –contestó, antes de recapacitar un poco-. Ponme tres vasos grandes para llevar, por favor.
Quería compensarles a sus dos amigas la huida de la habitación de alguna manera, y conociendo a Abby esperaba que el chocolate ayudara.
 Cuando la chica de ojos claros le dijo el precio, se llevó la mano al bolsillo del pantalón y sacó la cartera. Solo llevaba un billete de cinco dólares, por lo que le faltaban unos centavos. Colorada, explicó a la camarera que no tenía suficiente y esta contestó que no pasaba nada, que le perdonaba el pico. Mientras alargaba el brazo para darle el papel con la cara de Lincoln dibujada en uno de sus costados, notó cómo alguien la agarraba por la espalda.
-¡Sienna! ¿Qué haces aquí tan temprano?
Sophia, tan guapa como siempre con un vestido azul celeste de encaje en el pecho, se lanzó a abrazarla como si llevara una vida sin verla. A su lado estaba Brooke, con los ojos aún negros un poco negros por el maquillaje de la noche anterior y cara de no haberse despertado del todo.
-¡Hola, chicas! He decidido salir a correr un rato y se me ha ocurrido comprar algo para desayunar –pintó la realidad para no tener que contar nada de lo que había pasado esa mañana.
La rubia miró los tres humeantes vasos de chocolate sobre el mostrador.
-¿Es chocolate? –la dependienta asintió-. ¡Madre mía, cuánto tiempo hace que no me tomó uno, con lo ricos que están aquí!
La española titubeó.
-Si queréis os invito…
-¿De veras? –el brillo en los ojos de la hermana mayor de su amiga fue tal que no quiso retractarse-. ¡Eres genial, Sienna! ¿Habías pagado ya?
-No, estaba en ello –señaló el billete.
-Espera, yo pongo lo que falta –se ofreció Sophia.
La presidenta de la hermandad pagó la cantidad restante y dio una pequeña propina a la chica de la cafetería, que se lo agradeció con otra sonrisa.
-Bueno, ¿qué tal la fiesta anoche? –preguntó Brooke unos segundos antes de llevarse a la boca uno de los vasos de chocolate que acababan de dejar sobre la mesa de la esquina, justo al lado de la ventana.
-Muy bien –respondió la más joven de las tres-. La verdad es que no tuvo nada que envidiarle a las fiestas de Nueva York.
Su hermana mayor soltó una carcajada.
-¡Venga ya! No fue para tanto. Las próximas sí que serán increíbles, ya verás.
-¿Y Abby, dónde acabó la noche? –quiso saber la rubia.
Aquella pregunta cogió a Sienna por sorpresa.
-¿Dónde? En su habitación, ¿dónde va a ser?
Las otras dos muchachas rieron.
-Esta dice que la vio besándose con Connor –apuntó Sophia-, por eso lo decíamos.
-¿Connor?
-Sí. Es uno de los chicos de la hermandad de Nathan, mi novio. Todo un rompecorazones.
-No teníamos ni idea de que el chico que le gustaba a Abby era Connor –explicó la morena-. ¡Por eso me impactó tanto verlos juntos!
La chica debió percatarse de la cara de extrañeza de su hermana pequeña, puesto que se apresuró a comprobar que no se había equivocado.
-Porque el misterioso chico que le gustaba era Connor, ¿verdad?
-No sé, supongo –Sienna buscó eludir la pregunta-. Ese chico era tan misterioso y Abby había guardado tan bien el secreto que no tengo ni idea de quién era.
-Es raro que durmiera en su habitación, teniendo en cuenta que hablamos de Connor. Rara vez se contiene hasta después de la primera cita –pese a no mencionar la palabra clave, todas supieron a qué se refería Brooke-. Deben de gustarse mucho.
Sienna sonrió.
-Puede ser.
Sophia, que calaba enseguida a las personas, se dio cuenta de que ese día la española estaba más parca en palabras de lo habitual. Además, no la había visto pegar un solo trago a su chocolate, que comenzaba a enfriarse dentro del vaso de cartón.
-Oye, Sienna, ¿estás bien?
La pregunta la hizo romperse un poco más, aunque se esforzó por ocultarlo.
-Claro, ¿por qué preguntas?
-Te noto rara…
Sus dos nuevas amigas se quedaron mirándola a la cara unos instantes sin decir nada. Nerviosa, notó cómo el labio inferior comenzaba a temblarle, al principio un poco, después mucho más.
-Cuéntanos lo que te pasa, hermanita –insistió Brooke, al tiempo que la cogía de la mano-. ¿Es por algo de la fiesta? Ayer no te vimos por ningún lado. ¡Estabas desaparecida!
No lo aguantó más.
-Es Matthew -al darse cuenta de que nunca les había hablado de él, se explicó mejor-… mi novio.
Ninguna de las dos chicas la interrumpió.
-¿Sabéis quién es Matthew Levine, el cantante de Meant to be? –ambas movieron la cabeza de arriba abajo-. Nos conocimos hace un año, en el colegio.
Acostumbrada a los gritos y saltos de emoción de la gente al oír hablar del chico, la reacción calmada de sus amigas la sorprendió.
-Lo sabíamos –reconoció Sophia.
-¿Qué?
-Ya sabíamos que eras esa Sienna, Sienna Davis, la novia de Matthew Levine.
Un silencio tirante colgó entre las tres.
-Pero… ¿cómo? ¿Desde cuándo?
-Desde el principio –reconoció la morena-. Verás…
Mientras las dos jóvenes le contaban cómo al principio únicamente se habían interesado por ella por el hecho de salir con el cantante de moda, sin llegar a desvelarle la encerrona que le prepararon el día de su primer encuentro, la española palideció.
-¿Entonces estaba planeado? ¿Solo me queríais en vuestra hermandad por Matthew? –un sombrío pensamiento le pasó por la mente; miró a Sophia a los ojos muy seria, acusándola- ¿Y Abby? ¿La cogisteis porque era mi amiga o de verdad pensabas lo que dijiste la otra noche?
-¡Eso fue al principio! En cuanto os conocimos, nos dimos cuenta de que erais buenas personas, el tipo de chicas que queremos como hermanas para Alfa Delta Pi.
-Te hemos conocido más estas semanas y, aunque reconocemos que hicimos mal al guiarnos por factores estúpidos como con quién sales o dejas de salir, no nos arrepentido de habernos fijado en ti. ¿Puedes perdonarnos? –la rubia la cogió de las manos de nuevo.
Sienna meditó un poco.
-Supongo que sí. Estoy un poco decepcionada, pero se me pasará…
-¡Gracias! ¡Eres la mejor! –Brooke la abrazó al mismo tiempo que Sophia sonreía.
-Somos tus hermanas y lo seremos siempre. Aunque hayamos comenzado con mal pie te lo compensaremos, ya verás –señaló esta última.
-Da igual, no pasa nada. Dadme un poco de tiempo; nada mejor que eso cura las heridas y los desengaños.
-Hablando de desengaños –apuntó su hermana mayor-. Hace un momento has dicho que pasaba algo con Matthew. ¿Quieres contárnoslo?
La más joven de las tres dudó. Nunca se podría haber imaginado que le tenderían una trampa así y eso la había hecho sentirse un poco utilizada, pero al mencionar al cantante, el alud de sentimientos que llevaba reprimiendo toda la mañana se le vino encima y supo que tenía que compartirlo con alguien para no explotar. Abby era la persona más adecuada para escuchar y ayudarla, pero en ese momento la pobre tenía bastante con sus propios problemas y arrepentimientos y no quería preocuparla, así que se lo contó. Si no confiaba en sus hermanas, ¿en quién iba a hacerlo?
-Habíais oído hablar de Matthew antes de que empezáramos a salir, ¿verdad? –preguntó.
Ambas asintieron.
-¡Por supuesto! Hace ya bastante tiempo que es famoso y desde siempre hemos sido seguidoras suyas. Sus baladas son preciosas.
-¿Y habéis oído hablar alguna vez de Haley Sinclair?
Ninguna habló, aunque por la seriedad de sus caras, la narradora comprendió que sabían a dónde quería llegar.
-La innombrable –acabó por decir Sophia.
-Sí, la “innombrable”, como la llaman muchas fans. Matthew me habló de ella hace algún tiempo, aunque yo había leído algunas cosas de ella por Internet con anterioridad. Como ya sabía, me contó que Haley había ganado un concurso musical y que la misma discográfica con la que trabaja él decidió contratarla. Grabaron algunas canciones juntos y...
Brooke apareció en la ayuda de su hermana menor.
-Y tuvieron una historia.
Sienna agachó la mirada.
-Algo así. Salieron un par de veces juntos, tuvieron una historia –repitió las palabras de la otra chica con un nudo en la garganta- pero no tenían nada en común y lo dejaron.
-Sí, algo habíamos oído –dijo Sophia, sin mencionar el gran bombazo que había supuesto esa relación musical y personal un par de años antes y inesperada reacción, tanto negativa como positiva, que causó en los fans de ambos.
-Cuando Matthew me habló de ella, me contó que hacía mucho tiempo que no sentía nada y que antes de que apareciera yo en su vida, la tenía más que olvidada. Sin embargo, lo que he visto esta mañana en una revista apunta todo lo contrario.
Explicó como Cassie, su huraña compañera de habitación, había dejado casualmente una revista del corazón sobre su escritorio con una enorme foto de Matthew y Haley dándose un tierno abrazo en la portada.
-Solo era un abrazo. No es para tanto –dijo Brooke, queriendo restar importancia al asunto-. Yo abrazo a todos los chicos con los que he estado y he terminado bien. Seguramente sigan siendo amigos.
-No sé… Por la forma en que me hablaba de ella, no me dio esa sensación. Me contó que era una pesada caprichosa y que le había traicionado muchas veces, por lo que no creía que pudieran mantener ni siquiera una relación de amistad. De todos modos, si fuera solo eso…
-¿Qué más había?
-En la misma portada, junto a su foto, se veía otra más pequeña en la que estaban cogidos de la mano en el backstage de un escenario. ¡Ni siquiera sabía que ella aparecería por su gira de conciertos, porque no tienen ninguna canción en conjunto! El título de la noticia era “vuelta a las andadas”. Y encima justo de esa imagen, había una foto de nosotros dos partida por la mitad con el texto “Matthew y Sienna, ¿crónica de una ruptura anunciada?”.
Las últimas palabras sonaron ahogadas por la tristeza.
-¡Cómo le gusta a la prensa buscar carnaza! –comentó intentando no aparentar interés, aunque sus ojos la traicionaron.
-Pues sí –dijo Brooke-. No es más que eso, carnaza. Si tú quieres a Matthew y sabes que él te quiere a ti, ¿por qué te preocupas por lo que cuatro periodistas sabelotodos puedan pensar?
-No es tan fácil. Sé que no debería darle importancia, pero llega un momento en que gotita a gota el vaso está tan lleno de agua que se desborda y verlo con Haley ha sido esa gota. Parece que todo el mundo esté deseando que nos separemos. ¿Qué más les da lo que sea de nuestras vidas?
-Hombre, ten en cuenta que Matthew es muy famoso –la rubia remarcó el “muy”-. Sus fans quieren saberlo todo, sobre todo respecto a su vida sentimental. Tienes que entender que esa es la cara B de la fama. Aguantar lo que te venga.
-¡Y lo hago! Lo hago… Aguanté las persecuciones de las fans, que nos impidieran tener una historia de amor normal, un tiroteo en el que casi lo pierdo, que no podamos tener ninguna intimidad… Lo que no puedo soportar es la distancia, no poder vernos y tener que leer estas cosas.
-Pero seguís en contacto aunque estéis separados, ¿no?
-Sí. Intentamos hablar por teléfono tanto como no es posible, pero echo mucho de menos verle y tenerle a mi lado.
-Si dudas de él –comentó Brooke-, mal vamos.
-No dudo. Solo tengo miedo.
-No lo tengas. Si te preocupan esas revistas, llámalo y cuéntaselo. Habla con él –la aconsejó Sophia.
-Lo he llamado esta mañana, nada más leer la noticia, y no me ha cogido el teléfono. Ayer tampoco. Entre eso y los cuchicheos de la gente de la residencia de estudiantes, me estoy volviendo loca.
Su hermana mayor volvió a abrazarla.
-Y eso no es todo. ¿Sabes la cantidad de vídeos que aparecen en Youtube si pones mi nombre y el de Matthew? Millones, y la mayoría de ellos criticándome. 
-¿Y eso qué más da? Entre esos millones, hay miles de personas que os respetan y os quieren, y eso es lo que importa. Además, por muy famoso que él sea y por muchas chicas que se le acerquen, el amor es cosa de dos y su corazón ya está ocupado. Por ti, Sienna, su inspiración, su princesa.
El tono bromista de la última frase y el hecho de que también Brooke hubiera leído el tweet del cantante logró relajarla y arrancarle una sonrisa.
-Tienes razón, soy una tonta al preocuparme de esta manera, pero no consigo dejar de pensar que en cualquier momento encontrará a otra mejor que le hará olvidarse de mí.
Justo en ese momento, escuchó el beep de un mensaje en su móvil. Como si hubiese escuchado sus palabras, Matthew le escribía un par de líneas. Sienna sonrió.
-¿Es él? ¿Qué dice?
-No puedo dejar de pensar en ti. Te extraño.

Más allá del mar - Capítulo 29



-Entrenador Alpert, le prometo que me he esforzado muchísimo en el entrenamiento de hoy, pero tengo un terrible dolor de cabeza y no he podido concentrarme en el balón más de dos minutos seguidos.
El imponente hombre lo contempló fijamente sin mediar palabra, aunque la frialdad de sus ojos hizo innecesario cualquier intercambio verbal.
No obstante, pasados unos minutos, habló al fin.
-Claro, ¿cómo no va a dolerte la cabeza si te pasas todas las noches de fiesta?
La acusación y el hecho de que en cierto modo fuera real le hirieron en lo más hondo.
-Pero señor, se equivoca, no he estado de fiesta. Yo…
-¿No has estado de fiesta? ¿Entonces dónde narices ha estado mi hija desde que salió de casa ayer por la tarde hasta que ha vuelto a casa a las seis de la mañana?
Un gélido silencio invadió el pasillo hacia los vestuarios. A lo lejos, sus compañeros de equipo, que habían reducido la velocidad con la que se encaminaban a las duchas, susurraron y estiraron el cuello para ver mejor la cara del antiguo alumno del St. Patrick’s.
-No es lo que cree, señor… –intentó excusarse Dean antes de ser interrumpido por el enérgico movimiento del entrenador.
-Me da igual lo que sea –alargó la mano derecha en el aire y la apoyó en el pecho del muchacho-. Prefiero no saber qué tejemanejes llevas con Taylor. En lo referente a mi hija, la ignorancia es la base de la felicidad, así que ahórrate las explicaciones. Sin embargo, no puedo pasar por alto tu bajo rendimiento deportivo en los entrenamientos, por lo que he tomado la decisión de que no juegues como titular en el próximo partido.
El chico recibió la noticia como una bomba que acababa de explotar.
-¡Señor! –exclamó, indignado.
Nunca antes había tenido que observar el partido desde el banquillo y mucho menos desde la grada, como tenía la impresión que le tocaría hacer en el primer partido de la temporada universitaria.
-A la ducha, señor Thompson –espetó, muy serio, el entrenador Alpert.
Cuando Dean abrió la boca para rechistar, el hombre giró sobre sí mismo y se marchó de allí, sin dar la posibilidad a su pupilo de quejarse.
El deportista se quedó plantado en el corredor, con la sorpresa aún visible en su rostro y los pies pegados al suelo, desconectados del resto de su cuerpo. Quiso gritar, chillar e insultar al padre de su amiga, a sus compañeros y al equipo entero. Sintió unos deseos irreprimibles de golpear la pared con la fuerza de un huracán y de tirar de un manotazo las bandejas de pelotas que se amontonaban a ambos lados. No estaba molesto, sino mucho más que eso. Enfadado, furioso, desesperado. No obstante, no hizo nada, más consciente que nunca de que su vida perfecta había llegado al fin y de que había entrado por primera vez en la vida real.
Se mordió el labio para contener la rabia hasta que notó el sabor de la sangre. Entonces, con los dientes teñidos de rojo, apretó el puño con fuerza y echó a andar hacia el vestuario.
A diferencia de lo que por regla general ocurría en las duchas del instituto cuando el capitán del equipo entraba en ellas, sus compañeros no corearon a viva voz su nombre, ni salieron a estrecharle la mano conforme él apareció bajo el umbral del portal. Sus ojos se encontraban perdidos en las manchas de tierra que habían quedado en el suelo tras la entrada de los demás muchachos, por lo que no percibió los intercambios de miradas de estos cuando lo vieron llegar. Lo que sí llegó a sus oídos, mientras se quitaba la camiseta y la tiraba impetuosamente contra el banquillo, fue un desafortunado comentario.
-Ese tío es un pena. Si no se tirara a la hija del entrenador, no estaría en el equipo.
Esas palabras fueron la gota que colmó el pequeño vaso de paciencia de Dean.
Con el torso desnudo y empapado de sudor y un fino hilillo de sangre escapándose entre sus labios, se volvió hacia el lugar del que había surgido aquella voz, donde se encontró con cuatro fornidos chicos que cogían las toallas de sus bolsas de deporte sin prestarle en apariencia atención alguna.
-¿Qué habéis dicho? –preguntó una voz dura y furiosa que le costó reconocer como la suya.
Los cuatro muchachos levantaron la cabeza al mismo tiempo.
Ninguno respondió.
-¿No me habéis oído? ¡Acabo de preguntar qué narices habéis dicho!
Uno de ellos, el más bajito y espigado, se atrevió a contestarle.
-Nada, tío.
A pesar de mantenerse calmado e intentar mostrar seriedad, una sonrisa traviesa flotó en sus labios durante una breve fracción de segundo.
-¿Me dejas por tonto? –el tono de la conversación iba subiendo cada vez más y el fuego que ardía en los ojos de Dean demostraba que lo peor estaba aún por llegar.
-No, en serio. No hemos dicho nada –intervino el mismo otra vez.
Puesto que ninguno de sus tres compañeros decía nada, Dean la tomó contra este. Haciendo uso de la fuerza de toro bravo que le había faltado en el entrenamiento, embistió contra el joven con fuerza y lo empotró contra la pared que había tras él.
Los murmullos que habían sonado por el vestuario unos minutos antes se acallaron por completo. Aquellos jugadores que estaban más cerca del agredido se echaron a un lado para esquivar un posible golpe perdido, mientras que los que quedaban junto Dean contemplaban anonadados el tremendo enfado de su compañero.
-¡Ten valor de decirme a la cara lo que estabas murmurando, imbécil! –lo amenazó rozándole la mejilla con el puño cerrado mientras las venas del brazo se hinchaban bajo la piel.
El otro chico, impresionado por la situación, temió que Dean le soltara un puñetazo.
-¡Joder, tío, era coña! –respondió-. Solo he dicho que estar con la hija del entrenador te beneficia, nada más, pero no lo decía en serio. ¡Solo era una broma!
Su enfurecido rival volvió a empujarlo contra la pared. El muchacho no logró retener un quejido al notar cómo su cabeza chocaba contra el muro.
-¿Una broma? ¿Qué mierda de broma es esa?
La mano izquierda apretaba el cuello de su compañero de equipo con tanta fuerza que pronto este comenzó a enrojecer y a respirar con dificultad.
-Para, por favor –suplicó.
-Discúlpate -exigió Dean.
El otro chico tomó aire como pudo y comenzó a excusarse.
-Lo siento –la última sílaba apenas pudo escucharse debido a la falta de aire-. Lo…
Al sentirse al mando, el antiguo alumno del St. Patrick’s notó cómo comenzaba a relajarse. Aflojó un poco la presión de su mano y separó el puño de la cara del chico, mirándole todavía de manera desafiante. Antes de dejarlo marchar, sin embargo, lo empujó una última vez contra la pared. El sonido del choque resonó en el silencio del vestuario.
-Cuida tu boca o me obligarás a partírtela –amenazó, convencido de haber ganado aquella partida.
Estaba furioso. Furioso con Taylor por distraerlo. Con el entrenador por machacarlo y negarle la oportunidad de jugar el primer partido. Con sus compañeros por burlarse de él. Furioso con todo y con todos. Lo único que logró tranquilizarlo en ese momento fue comprobar que podía seguir imponiéndose a la fuerza a los demás si se lo proponía. Por poco que fuera, algo no había cambiado.
-¡Eh, tíos, pero qué pasa! –alguien le puso la mano en el hombro con intención de sosegarlo y separarlo del otro futbolista que, indefenso, continuaba mirándole a los ojos con el rostro un poco girado como si esperara recibir un puñetazo.
Aquella voz agradable y calmada crispó los nervios ya destrozados de Dean. Resopló malhumorado pensando que su mala suerte no había terminado. Y es que, de todas las personas que podían haber intervenido en aquella pelea, había tenido que ser el sabiondo de Alec, el mismo que se le presentó el primer día y tuvo el descaro de decirle que no había jugado “tan” mal.
-Métete en tus asuntos –espetó conforme se giraba hacia el recién aparecido y apartaba su mano de un empujón.
Alec, cubierto con la toalla y los pies descalzos marcando sus dedos en el suelo, no se amedrentó.
-Relájate, colega, que no es para tanto. Si hubieras venido ayer a tomarte esas cervezas con nosotras sabrías que Eric es un cachondo y que le gusta bromear. No ha dicho nada con intención de molestarte y aún así se ha disculpado. Vamos a dejarlo aquí, ¿no? Además, somos un equipo. Tenemos que estar unidos y no enfrentarnos los unos a los otros por tonterías.
-¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro? –lo cortó de inmediato.
-Nadie –se apresuró a contestar su compañero-, pero como capitán del equipo me siento en la obligación moral de…
Dean no escuchó el resto de la frase. En cuanto escuchó la palabra “capitán”, su cerebro se desconectó de la conversación. ¿Capitán? ¿Ese idiota era el capitán, el líder del equipo?
Esa fue la gota que colmó el vaso.
-¡Déjame en paz! –estalló, empujándolo con tanta fuerza como poco antes había hecho con el otro chico.
No obstante, en esta ocasión no obtuvo buenos resultados. Frente a él, Alec permanecía inamovible y sin rastro alguno de temor en la mirada.
-Dean… -intentó frenarlo una vez más.
-¡Que me dejes! –gritó, echándole la mano al hombro con la intención de apartarlo.
Al no conseguirlo, Alec le agarró la mano, dispuesto a aguantar lo que hiciera falta. Los dos jóvenes forcejearon hasta que Dean comprendió que su rival le igualaba en fuerza. No conseguiría nada en un enfrentamiento directo, por lo que la única forma de zafarse de él, poder coger su mochila y marcharse de una vez por todas de aquel maldito vestuario era cogiéndolo desprevenido.
Sin pensar demasiado, empleó el único factor sorpresa que se le ocurrió.
Allí, en medio de la sala y rodeado de testigos, le pegó un puñetazo en plena cara.