domingo, 16 de diciembre de 2012

Más allá del mar - Capítulo 29



-Entrenador Alpert, le prometo que me he esforzado muchísimo en el entrenamiento de hoy, pero tengo un terrible dolor de cabeza y no he podido concentrarme en el balón más de dos minutos seguidos.
El imponente hombre lo contempló fijamente sin mediar palabra, aunque la frialdad de sus ojos hizo innecesario cualquier intercambio verbal.
No obstante, pasados unos minutos, habló al fin.
-Claro, ¿cómo no va a dolerte la cabeza si te pasas todas las noches de fiesta?
La acusación y el hecho de que en cierto modo fuera real le hirieron en lo más hondo.
-Pero señor, se equivoca, no he estado de fiesta. Yo…
-¿No has estado de fiesta? ¿Entonces dónde narices ha estado mi hija desde que salió de casa ayer por la tarde hasta que ha vuelto a casa a las seis de la mañana?
Un gélido silencio invadió el pasillo hacia los vestuarios. A lo lejos, sus compañeros de equipo, que habían reducido la velocidad con la que se encaminaban a las duchas, susurraron y estiraron el cuello para ver mejor la cara del antiguo alumno del St. Patrick’s.
-No es lo que cree, señor… –intentó excusarse Dean antes de ser interrumpido por el enérgico movimiento del entrenador.
-Me da igual lo que sea –alargó la mano derecha en el aire y la apoyó en el pecho del muchacho-. Prefiero no saber qué tejemanejes llevas con Taylor. En lo referente a mi hija, la ignorancia es la base de la felicidad, así que ahórrate las explicaciones. Sin embargo, no puedo pasar por alto tu bajo rendimiento deportivo en los entrenamientos, por lo que he tomado la decisión de que no juegues como titular en el próximo partido.
El chico recibió la noticia como una bomba que acababa de explotar.
-¡Señor! –exclamó, indignado.
Nunca antes había tenido que observar el partido desde el banquillo y mucho menos desde la grada, como tenía la impresión que le tocaría hacer en el primer partido de la temporada universitaria.
-A la ducha, señor Thompson –espetó, muy serio, el entrenador Alpert.
Cuando Dean abrió la boca para rechistar, el hombre giró sobre sí mismo y se marchó de allí, sin dar la posibilidad a su pupilo de quejarse.
El deportista se quedó plantado en el corredor, con la sorpresa aún visible en su rostro y los pies pegados al suelo, desconectados del resto de su cuerpo. Quiso gritar, chillar e insultar al padre de su amiga, a sus compañeros y al equipo entero. Sintió unos deseos irreprimibles de golpear la pared con la fuerza de un huracán y de tirar de un manotazo las bandejas de pelotas que se amontonaban a ambos lados. No estaba molesto, sino mucho más que eso. Enfadado, furioso, desesperado. No obstante, no hizo nada, más consciente que nunca de que su vida perfecta había llegado al fin y de que había entrado por primera vez en la vida real.
Se mordió el labio para contener la rabia hasta que notó el sabor de la sangre. Entonces, con los dientes teñidos de rojo, apretó el puño con fuerza y echó a andar hacia el vestuario.
A diferencia de lo que por regla general ocurría en las duchas del instituto cuando el capitán del equipo entraba en ellas, sus compañeros no corearon a viva voz su nombre, ni salieron a estrecharle la mano conforme él apareció bajo el umbral del portal. Sus ojos se encontraban perdidos en las manchas de tierra que habían quedado en el suelo tras la entrada de los demás muchachos, por lo que no percibió los intercambios de miradas de estos cuando lo vieron llegar. Lo que sí llegó a sus oídos, mientras se quitaba la camiseta y la tiraba impetuosamente contra el banquillo, fue un desafortunado comentario.
-Ese tío es un pena. Si no se tirara a la hija del entrenador, no estaría en el equipo.
Esas palabras fueron la gota que colmó el pequeño vaso de paciencia de Dean.
Con el torso desnudo y empapado de sudor y un fino hilillo de sangre escapándose entre sus labios, se volvió hacia el lugar del que había surgido aquella voz, donde se encontró con cuatro fornidos chicos que cogían las toallas de sus bolsas de deporte sin prestarle en apariencia atención alguna.
-¿Qué habéis dicho? –preguntó una voz dura y furiosa que le costó reconocer como la suya.
Los cuatro muchachos levantaron la cabeza al mismo tiempo.
Ninguno respondió.
-¿No me habéis oído? ¡Acabo de preguntar qué narices habéis dicho!
Uno de ellos, el más bajito y espigado, se atrevió a contestarle.
-Nada, tío.
A pesar de mantenerse calmado e intentar mostrar seriedad, una sonrisa traviesa flotó en sus labios durante una breve fracción de segundo.
-¿Me dejas por tonto? –el tono de la conversación iba subiendo cada vez más y el fuego que ardía en los ojos de Dean demostraba que lo peor estaba aún por llegar.
-No, en serio. No hemos dicho nada –intervino el mismo otra vez.
Puesto que ninguno de sus tres compañeros decía nada, Dean la tomó contra este. Haciendo uso de la fuerza de toro bravo que le había faltado en el entrenamiento, embistió contra el joven con fuerza y lo empotró contra la pared que había tras él.
Los murmullos que habían sonado por el vestuario unos minutos antes se acallaron por completo. Aquellos jugadores que estaban más cerca del agredido se echaron a un lado para esquivar un posible golpe perdido, mientras que los que quedaban junto Dean contemplaban anonadados el tremendo enfado de su compañero.
-¡Ten valor de decirme a la cara lo que estabas murmurando, imbécil! –lo amenazó rozándole la mejilla con el puño cerrado mientras las venas del brazo se hinchaban bajo la piel.
El otro chico, impresionado por la situación, temió que Dean le soltara un puñetazo.
-¡Joder, tío, era coña! –respondió-. Solo he dicho que estar con la hija del entrenador te beneficia, nada más, pero no lo decía en serio. ¡Solo era una broma!
Su enfurecido rival volvió a empujarlo contra la pared. El muchacho no logró retener un quejido al notar cómo su cabeza chocaba contra el muro.
-¿Una broma? ¿Qué mierda de broma es esa?
La mano izquierda apretaba el cuello de su compañero de equipo con tanta fuerza que pronto este comenzó a enrojecer y a respirar con dificultad.
-Para, por favor –suplicó.
-Discúlpate -exigió Dean.
El otro chico tomó aire como pudo y comenzó a excusarse.
-Lo siento –la última sílaba apenas pudo escucharse debido a la falta de aire-. Lo…
Al sentirse al mando, el antiguo alumno del St. Patrick’s notó cómo comenzaba a relajarse. Aflojó un poco la presión de su mano y separó el puño de la cara del chico, mirándole todavía de manera desafiante. Antes de dejarlo marchar, sin embargo, lo empujó una última vez contra la pared. El sonido del choque resonó en el silencio del vestuario.
-Cuida tu boca o me obligarás a partírtela –amenazó, convencido de haber ganado aquella partida.
Estaba furioso. Furioso con Taylor por distraerlo. Con el entrenador por machacarlo y negarle la oportunidad de jugar el primer partido. Con sus compañeros por burlarse de él. Furioso con todo y con todos. Lo único que logró tranquilizarlo en ese momento fue comprobar que podía seguir imponiéndose a la fuerza a los demás si se lo proponía. Por poco que fuera, algo no había cambiado.
-¡Eh, tíos, pero qué pasa! –alguien le puso la mano en el hombro con intención de sosegarlo y separarlo del otro futbolista que, indefenso, continuaba mirándole a los ojos con el rostro un poco girado como si esperara recibir un puñetazo.
Aquella voz agradable y calmada crispó los nervios ya destrozados de Dean. Resopló malhumorado pensando que su mala suerte no había terminado. Y es que, de todas las personas que podían haber intervenido en aquella pelea, había tenido que ser el sabiondo de Alec, el mismo que se le presentó el primer día y tuvo el descaro de decirle que no había jugado “tan” mal.
-Métete en tus asuntos –espetó conforme se giraba hacia el recién aparecido y apartaba su mano de un empujón.
Alec, cubierto con la toalla y los pies descalzos marcando sus dedos en el suelo, no se amedrentó.
-Relájate, colega, que no es para tanto. Si hubieras venido ayer a tomarte esas cervezas con nosotras sabrías que Eric es un cachondo y que le gusta bromear. No ha dicho nada con intención de molestarte y aún así se ha disculpado. Vamos a dejarlo aquí, ¿no? Además, somos un equipo. Tenemos que estar unidos y no enfrentarnos los unos a los otros por tonterías.
-¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro? –lo cortó de inmediato.
-Nadie –se apresuró a contestar su compañero-, pero como capitán del equipo me siento en la obligación moral de…
Dean no escuchó el resto de la frase. En cuanto escuchó la palabra “capitán”, su cerebro se desconectó de la conversación. ¿Capitán? ¿Ese idiota era el capitán, el líder del equipo?
Esa fue la gota que colmó el vaso.
-¡Déjame en paz! –estalló, empujándolo con tanta fuerza como poco antes había hecho con el otro chico.
No obstante, en esta ocasión no obtuvo buenos resultados. Frente a él, Alec permanecía inamovible y sin rastro alguno de temor en la mirada.
-Dean… -intentó frenarlo una vez más.
-¡Que me dejes! –gritó, echándole la mano al hombro con la intención de apartarlo.
Al no conseguirlo, Alec le agarró la mano, dispuesto a aguantar lo que hiciera falta. Los dos jóvenes forcejearon hasta que Dean comprendió que su rival le igualaba en fuerza. No conseguiría nada en un enfrentamiento directo, por lo que la única forma de zafarse de él, poder coger su mochila y marcharse de una vez por todas de aquel maldito vestuario era cogiéndolo desprevenido.
Sin pensar demasiado, empleó el único factor sorpresa que se le ocurrió.
Allí, en medio de la sala y rodeado de testigos, le pegó un puñetazo en plena cara.

1 comentario:

  1. No sabia que habías subidoooooooooo! ^^
    Me alegra muchísimo de verdad:) Y este capítulo de Dean me encanta, porque, en general, la forma de ser de Dean me vuelve loca y me parece que es un chico parecido a... ¿Chuck el de Gossip Girl? Y esos chicos son increibles.
    Voy a leerme el capitulo 40 ahora :)

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