lunes, 4 de octubre de 2010

Capítulo 3

- ¡Buenos días, papá! –gritó desde la puerta-. ¿Ha vuelto ya mamá?
Cruzó el pasillo con la mochila colgada de un solo hombro y entró en la cocina. Su padre estaba sentado a la mesa, con una taza de café entre las manos, y la mirada perdida. No le hicieron falta palabras para saber la respuesta.
Desde que su madre se había marchado, su padre no levantaba cabeza. Había pedido a sus asesores que se hicieran cargo de la empresa, mientras él pasaba todo el día encerrado entre las cuatro paredes de su casa, esperando el regreso de su mujer.
Sienna la echaba de menos. Hacía más de diez días que se había marchado por motivos laborales y su ausencia en casa era evidente. Su madre solía ausentarse con frecuencia para trabajar en el extranjero. A fin de cuentas su trabajo consistía en maquillar a modelos, y los desfiles más prestigiosos del mundo no estaban en Javea ni en sus alrededores. Sin embargo, ya habían pasado muchos días desde que llamó por última vez para hablar con su familia, y eso era raro.
El señor Davis llevaba mucho peor la distancia que su hija. Seis días sin saber de su esposa eran demasiado. Estaba preocupado, ya que la llamaba a diario a su móvil y nunca recibía contestación. Muy a su pesar, ese día era diferente a los demás. Hacía un par de horas había recibido una inesperada llamada. Lo que oyó al otro lado le partió el corazón. Y ahora su deber era contárselo a su hija. Había pasado toda la tarde llorando encerrado en su cuarto, escondido por si Sienna volvía de estudiar en casa de su amiga antes de tiempo. Lloraba de dolor, de desesperación, de rabia, de indecisión. ¿Cómo iba a darle esa noticia a su hija?
Cuando Sienna entró en la cocina, con su eterna sonrisa y su mochila llena de nombres y garabatos pintados por sus amigos, supo que no sería capaz de hacerlo. La miró, con los ojos llenos de lágrimas y miedo, y lo único que pudo ver fue el reflejo de su esposa, de su princesa. Pese a tener tan sólo quince años, Sienna era toda una belleza, como su madre. Los ojos de la niña tenían un color sin nombre, entre el verde mar y un marrón dorado. Sus piernas eran largas, interminables, bien definidas. “Algún día será modelo”, decía siempre su mujer entre risas, “y entonces me tocará pintarla”. Lo único diferenciaba a madre e hija era el color del cabello. La madre de Sienna tenía una larguísima cabellera rubia, siempre en su sitio, mientras que la niña tenía el pelo castaño oscuro y lucía habitualmente un look más juvenil e inocente, con una coleta en lo alto recogiendo su pelo.
Ese día vestía unos vaqueros, una camiseta gris desmangada con capucha y unas Converse grises a juego. Al contrario que otras veces, llevaba el pelo suelto, lo que aún causaba más dolor a su padre.
Sienna se había dejado el pelo suelto porque en realidad no había estado estudiando. Había quedado con un chico de clase y habían ido a tomar un helado en el paseo marítimo. Al ver a su padre tan serio, se arrepintió de haberle mentido y haberle ocultado sus verdaderas intenciones. Estaba segura de que no le habría prohibido quedar con ese chico, pero con los exámenes finales a la vuelta de la esquina y su madre fuera de casa, se sentía culpable por no estar encerrada en casa con él y sintió la necesidad de engañarle.
La chica se acercó a besar a su padre. Quería decirle que no se preocupara, que su madre no tardaría en volver y que se enfadaría mucho de saber que había estado tan triste. Pero no tuvo tiempo de hacerlo, pues mientras lo besaba, su padre le tomó de una mano y le dijo unas palabras que nunca olvidaría:
- Sienna, mamá no va a volver.

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