Lo aguardaba
bajo una farola que acababa de dar la bienvenida a las primeras penumbras con
un brillo anaranjado. Se había recogido el pelo en un discreto moño adornado
con un bonito lazo de seda rojo. Mientras mataba el tiempo mascando un chicle
de fresa que había comprado de camino a su encuentro con el francés, daba
golpecitos con el pie en el suelo sin apenas darse cuenta, nerviosa.
Cuando lo vio
llegar a lo lejos, sonrió. No la había hecho esperar demasiado, tan solo unos
tres minutos, pero Cindy llevaba todo el día pensando en él, pendiente del
lento movimiento de las agujas del reloj, indecisa acerca de qué ropa ponerse y
cómo actuar.
Caminando a
paso raudo hacia ella, el muchacho levantó su mano derecha en el aire y la
saludó desplegando también una sonrisa. La joven lo escudriñó con detenimiento,
intentando leer en cualquier detalle de él qué pretendía con aquel encuentro.
“Lleva unos
vaqueros desgastados, como los que usa a diario para pintar pero sin manchas de
colores, y tampoco parece que se haya pasado demasiado tiempo escogiendo esa
camiseta verde militar un tanto descolorida. Igual es cierto que únicamente se
ha interesado en mí como modelo para un cuadro y no tiene ninguna curiosidad
por conocerme”. Sus inseguridades provocaron que la sonrisa de sus labios se
debilitara hasta volverse casi imperceptible. “Menuda tonta… toda la tarde
mirándome en el espejo para llamar su atención y seguro que ni se da cuenta de
que me he cambiado el peinado”.
-Hola, preciosa
–la saludó el muchacho nada más llegar a su lado.
Daba la
sensación de que había realizado parte del trayecto corriendo, puesto que
respiraba agitado. Sin embargo, fue el corazón de Cindy el que amenazó con
pararse de un momento a otro cuando el pintor se acercó a ella, le pasó un
brazo por la espalda y la atrajo hacia él para darle dos besos en las mejillas.
Excepto Sienna, nunca antes ninguna persona a la que conociera tan poco la
había saludado con tal cariño y efusividad, y si a eso le sumaba que el chico
era guapísimo…
-Hola.
-Qué guapa
estás con esa blusa roja; te da un toque muy sexy –comentó el joven.
Cindy se
sonrojó. ¡Se había dado cuenta! ¡Aunque había creído que no lo haría, se había
fijado en ella!
-Adulador
–bromeó, recuperando la alegría que poco rato antes se había entremezclado en
ella con sus nervios creando una desagradable sensación de miedo.
-De adulador
nada –le respondió él, mirándola de arriba abajo-. El rojo de la camisa te
favorece y encima esos vaqueros tan ceñidos te hacen unas piernas interminables.
Imagino que no llevarás mucho tiempo esperando, porque sino tendrías alrededor
un círculo de chicos intentando cortejarte.
Los dos se
rieron a la vez.
Segundos
después, Lucas ofreció su mano a la joven sin dejar de mirarla a los ojos.
-¿Vamos? –fue
más una sugerencia que una pregunta; en los ojos de la muchacha podía ver con
claridad la respuesta.
Cindy asintió
moviendo un poco la cabeza. Atrapó la mano, varonil a la par que cuidada, y
entrelazó sus dedos en los del chico.
Echaron a andar
en silencio, escuchando tan solo la sirena de un barco que recorría el Sena con
parsimonia mientras un par de parejas bailaban entre risas en la borda,
abrazadas fuertemente.
En ese momento,
por primera vez desde que había puesto en la capital francesa, la americana
sintió que París era de verdad la ciudad del amor.
* * * * *
El estudio del
pintor no era demasiado grande, aunque sus dimensiones resultaban más que
suficientes para un solo habitante. Un diminuto cuarto de baño de grifos
oxidados, un dormitorio con una cama de matrimonio granate y unas preciosas
vistas al Puente Nuevo y un salón que se comunicaba con la cocina por medio de una
barra americana.
-Con que esta es el refugio del artista
–comentó en tono jocoso Cindy mientras se quitaba lentamente el pañuelo que
llevaba anudado al cuello.
-Así es
–respondió Lucas al tiempo que abrió los brazos de par en par-. Mi pequeño gran
hogar. Un microondas, una nevera, un lecho donde pasar la noche y, ante todo,
mis materiales de pintura. ¿Quién puede pedir nada más?
El chico cogió
el pañuelo de su invitada y lo dobló con cuidado antes de dejarlo en una silla.
Mientras tanto, ella lo miraba preguntándose qué debía hacer. Nadie le había
pedido pintarla antes, y mucho menos en la intimidad de su casa, por lo que no
sabía cuáles eran las reglas del juego.
-¿Dónde me
pongo? –inquirió al ver que Lucas no le decía nada y se limitaba a quitarse la
camisa mostrándole su pecho desnudo.
-¿Perdona? –el
pintor no entendió la pregunta.
-Para que me
pintes, que dónde quieres que me ponga –se mordió el labio inferior sin
percatarse, nerviosa; él se dio cuenta antes que ella.
Dio un par de
pasos hacia ella y le acarició la mejilla con la punta de los dedos.
-Relájate,
pequeña, que voy a pintarte, no a robarte el alma.
-Muy gracioso
–se quejó Cindy.
Lucas le guiñó
un ojo antes de señalar hacia la larga mesa de roble que había entre las dos
ventanas del salón, justo frente a un antiguo espejo de bordes dorados.
-Ponte allí en
medio y déjame que te vea –pidió al mismo tiempo que se descalzaba y pisaba el
frío suelo con sus pies desnudos.
La americana
hizo lo que le pedían sin rechistar. Caminó hacia las ventanas y al llegar al
final de la mesa, miró al pintor.
-Quédate ahí
quieta un segundo –solicitó el joven mientras colocaba su caballete en el
centro de la sala y esperaba que la inspiración llamara a su puerta.
No tardó en
hacerlo. Poco después, ya sabía exactamente qué imagen quería retratar.
-Siéntate sobre
la mesa.
-¿Cómo? –quiso
saber ella -. ¿De frente, de espaldas, sentada como un indio?
-No, así no.
Espera –se apresuró a llegar al lado de la joven y, una vez allí, apartó una
silla, colocó a Cindy en su lugar y la empujó con delicadeza sobre la mesa-.
Ahora sí.
Regresó al
caballete y dibujó en un par de rasgos la habitación. Al disponerse a hacer el
primer esbozo de la figura de la chica, tuvo una nueva idea.
-Quítate los
zapatos y pon los pies sobre la silla. Apoya solo la parte delantera: quiero
los talones en el aire –la rubia se descalzó de sus bonitos salones rojos, los
apartó a un lado e hizo lo que el joven pintor le pedía-. Mírame de lado, por
encima del hombro. Muy bien, ahora no te muevas… perfecta.
-Como siempre
–bromeó Cindy, lanzándole una mirada pícara con el rostro medio girado.
-¡Mírala ella,
que creída! –dijo Lucas, tras soltar una sonora carcajada.
-De creída
nada, realista –respondió; pese a haber comenzado a valorarse un poco más de lo
que lo hacía antes, no se creía sus propias palabras, pero le divertía
juguetear con el pintor.
-La verdad es
que tienes razón. Eres la chica más guapa que ha pasado por esa mesa.
Cindy se
levantó de allí de un salto, fingiendo indignación.
-¡Oye! ¿De qué
vas, pintor de brocha gorda? ¡No sabes con quién estás hablando! –nada más
decir las últimas palabras, se mordió la lengua; no debería haber dicho nada.
Lucas, aún con
el pincel en la mano, se aproximó a ella. El semblante, serio, no mostraba ni
un ápice lo divertida que le parecía aquella situación. Le encantaba tener a
Cindy allí, en su casa, descalza sobre su mesa, sonriéndole de aquella manera
tan graciosa y atrevida a la vez.
-Pues no
–dijo-. ¿Con quién estoy hablando?
-Conmigo, Cindy
–respondió ella, rezando para que el artista no quisiera indagar más.
Uno de los
motivos principales que la habían hecho poner tierra de por medio con Nueva
York era que quería poder ser ella misma, no la hija de la famosísima Bianca.
Su mayor deseo era pasar desapercibida tanto tiempo como resultara posible.
-¿Y quién es
usted, señorita Cindy? –Lucas acercó su cara lentamente a la de la chica, que
notó cómo un escalofrío le recorría la piel.
-La chica más
guapa que ha pasado por esa mesa y, sin duda, la primera chica que se niegue a
ser una más en tu lista.
El pintor no
esperaba esa respuesta, por lo que se separó de ella de golpe y se echó a reír de nuevo.
-¡Eres
increíble, de verdad! –respondió.
-No sé si
tomarme eso como un cumplido o como un insulto.
-Tómatelo como
un halago. Ahora no solo eres la más guapa, sino también la más divertida y
original a la que nunca he pintado.
Cindy se
sonrojó.
-Gracias…
supongo.
Lucas volvió
ante el lienzo todavía blanco y continuó trazando la imagen inicial. Sin
embargo, no logró dibujar demasiado, puesto que los ojos claros de la joven le
distraían con facilidad.
-Sube la cabeza
y deja de mirarme de esa manera, que uno no es de piedra.
Por primera vez
en todo el tiempo que llevaban en el estudio, la americana no hizo caso a las
peticiones de su anfitrión. Tras insistir un par de veces, Lucas tuvo que
alejarse una vez más de su pintura y ponerse al lado de la joven.
-Así –le subió
la barbilla un poco con un débil roce de su mano.
En cuanto Lucas
dio un par de pasos de regreso a su caballete, la rubia bajó la cabeza.
Cuando se dio
cuenta, el chico rehizo sus pasos y volvió a llevar a cabo la misma acción.
Ella tomó la misma actitud. Lucas le colocó bien la cabeza y ella la bajó. Una
vez más. Y otra, cada vez más cerca el uno del otro.
El juego se
repitió unas cinco veces sin que ninguno de los dos dejara de sonreír.
A la sexta,
Lucas no se pudo reprimir. Le alzó la cara una vez más, aunque esta vez hasta
más arriba, de forma que los labios encarnados de la americana se encontraron
con los del francés, que había dejado de sonreír.
Ambos
permanecieron así unos instantes, respirando el aire del otro, rozándose el
alma.
Lucas esperaba
que ella se echara atrás, pero la joven no lo hizo. Él tampoco. Todo lo
contrario, antes de que el tiempo rompiera la magia de aquel momento, echó la
cara un milímetro al frente, lento a la par que desenfadado, y la besó.
Sabes q adoro tu historia y sobre todo los capitulos de Paris. Q lindos son luca y Cinty. Ya espero mas de ellos, son mi pareja favorita de esta 2 parte. Quiero todos los capituloa de Paris yaaaa ;)
ResponderEliminar¡Qué bonito! Me encanta Lucas *-* Y Cindy qué maja, no tiene nada que ver esta actitud con la que tuvo la mayor parte del tiempo en Al Otro lado del mar, me cae considerablemente mejor. Quiero más *_*
ResponderEliminar¡Un beso!