domingo, 19 de diciembre de 2010

Capítulo 30

Una foto suya con gorra. Otra con una guitarra en las manos. Una imagen diferente con un micrófono en la boca y una sonrisa en los labios. Aquí despeinado. Aquí cogido de la mano de una chica. En la siguiente él. Cada uno de esos perfiles iba acompañado de una imagen distinta de la misma persona: Matthew, su compañero de clase, el chico del avión.
Sin dar crédito a lo que veía, hizo clic en el primero de los perfiles. Más de cinco millones de seguidores, o más bien seguidoras, puesto que la mayoría de fotos que veía en la lista de amigas eran de chicas de su edad o un poco más jóvenes. Abrió otra pestaña en su navegador y volvió a escribir el nombre en Google, esta vez seguido del apellido que aparecía en Facebook.  
            Matthew Levine. Intro.
            Esta vez, los resultados no la sorprendieron. Aún así, cuando el buscador le regaló entradas en Wikipedia, videoclips en los que aparecía su amigo y miles de noticias del corazón hablando de los posibles noviazgos del chico, sintió como caía en la oscuridad del pozo de la incomprensión.
            Navegó por la red de una noticia a otra, escrutando todas las fotos que encontraba a su paso como si pretendiera encontrar a otro chico detrás de esos rasgos, de ese rostro que comenzaba a conocer también. Vio alguno de los vídeos y lo vio cantar con esa voz tierna y aterciopelada que la noche anterior la había arropado y la había ayudado a dormir.
            En la barra inferior, la luz naranja del Messenger la devolvió a la tierra. 
            -¿Le has escrito ya? Tía, dime algo, que llevas un rato sin escribir nada y si sigues así me voy por ahí.
            -Perdona, Merche… No, no le escrito. No puedo hacerlo.
            -¿Cómo que no puedes? ¡No me digas que no tiene Facebook! ¡Es imposible! –exclamó.
            -Sí, sí tiene Facebook, pero no uno solo… -respondió Sienna, al tiempo que copiaba el enlace en la ventana de la conversación que mantenían.
            Al otro lado del mar, Merche entró en la página que Sienna le acababa de enviar y se encontró con montones de fotos de un chico muy atractivo.
            -¿Qué es esto? –preguntó, sin comprender.
            -Eso me gustaría saber a mí –fue la respuesta de Sienna.
            Lo cierto es que podía hacerse a la idea, pero el simple pensamiento le parecía descabellado, un disparate. ¿Era Matthew cantante?
            La otra chica le invitó a comenzar una conversación con webcam. Aceptó.
            -¿Ése es Matthew? –Merche quería más detalles, más información.
            -Sí.
            -¡Pues está tremendo! –el grito le llegó a través de los altavoces de su portátil- ¡Además, no me habías dicho que era famoso!
            -Es que no tenía ni idea…
            -¿Cómo has podido no darte cuenta de algo así? Si seguro que las chicas van detrás de él todo el rato. Con razón iba en limusina a esas horas de la madrugada, me juego el cuello a que volvía de una actuación o de una entrevista en la tele.
            Conforme iba pasando el tiempo tras la impresión inicial, Sienna iba atando cabos acerca de Matthew. Las niñas alborotadas, gritando a la puerta del aeropuerto tras su llegada a Nueva York. Su manía de ocultarse con gorras y enormes gafas de sol. La carrera por Central Park, la magia del círculo de los Beatles. Las niñas que cuchicheaban por los pasillos. Ese famosillo que tanto molestaba a Matthew… ¡no era otro más que él mismo!
             Sobrepasada por el descubrimiento, luchó para liberarse de Merche y apagó el Messenger. Google, sin embargo, seguía ahí, en su pantalla, cargado con fotos y vídeos.
Accedió a uno de los vídeos, Meant to be. El sonido del mar abría la melodía. Sólo se veía el cielo oscuro, la luna a lo lejos. Las olas rompiendo en una playa cuidada. Y entonces apareció él, su rostro en un primer plano, con la mirada perdida en el horizonte. Su corazón se sobresaltó y la llenó de nervios. En su ordenador, el chico caminaba en silencio por la orilla y de pronto paraba, sin dejar de mirar. La cámara volvía a centrarse en su cara, en sus preciosos rizos dorados, en sus ojos claros.
Sienna no podía despegar la mirada de la pantalla, estaba atrapada por él, por el chico que la secuestró del colegio y la hizo perderse entre los árboles del pulmón verde de la ciudad.
            Le escuchó cantar y se maldijo por no poder seguir todas las palabras. Se arrepintió por no haber hablado más con sus padres en inglés, por no haber prestado toda la atención que debía en las clases de inglés, por no haberse apuntado a ninguna academia como sus profesores le aconsejaban. Se maldijo por tener sangre americana y no conseguir entender totalmente una canción. Nunca antes le había pasado nada igual, y eso que adoraba la música.
            El chico seguía cantando y el vídeo avanzaba. Aparecían imágenes con una chica, tomados de la mano jugando en la arena, abrazados en el parque, lanzándose palomitas en el cine. El vídeo era precioso, emotivo y romántico. Sienna creía que nada podía mejorarlo hasta que lo escuchó:
             You are what I was looking for, a piece of peace into my broken world. The calm and love into all my wars, you are and you’ll be what I’ve been looking for. We are meant to be together and, when two people are meant to be together, they’ll eventually find a way.
            En ese instante, como si supiera que ella lo estaba observando, el chico miró fijamente a la cámara y sonrió. Y Sienna no lo pudo evitar. Rompió a llorar, sin saber por qué. No sentía odio ni tampoco enfado. No comprendía por qué lloraba, pero lloraba y se preguntó que le estaba pasando. No era consciente de que el corazón no engaña y cuando late con la fuerza de un vendaval, una tormenta está apunto de estallar.

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