domingo, 5 de diciembre de 2010

Capítulo 26

Deseaba que el viento le diera en la cara y la espabilara un poco, pero no tuvo suerte y al cruzar las puertas de la discoteca, un calor asfixiante las envolvió. La cola que viera al llegar a la fiesta había crecido y se había duplicado, triplicado, puede que incluso se hubiera multiplicado por mil, porque el tumulto de gente que la rodeaba era increíble. Los comentarios, las miradas cargadas de envidia, los gritos de aquellos que esperaban su turno para entrar en una fiesta que jamás pisarían, todo ese ambiente cargado la hizo sentirse aún peor.
Desde el interior de la discoteca les llegaba música, en concreto la canción que habían cantado Cindy y sus amigas en la limusina de camina a la fiesta. Igual que pasó entonces, todas las chicas de la cola se pusieron a cantar a coro. 
Sienna vio como Abby sacaba su iPhone y se lo llevaba a la oreja. La observó, mientras permanecía pegada a una pared para evitar caer al suelo, y vio como la chica hablaba con alguien y se enfadaba. Marcó a otro número y la situación volvió a repetirse, aunque la cara de enfado esta vez fue mayor.
-¡Pues no que dicen que no pueden enviar ningún taxi aquí ahora mismo! ¡Que vayamos a una parada! ¡Increíble! ¡Qué vergüenza de servicio!
Sienna sabía que Abby estaba disgustada por más cosas que los taxis. Por su culpa, se había enfrentado a la persona que más parecía temer en el mundo: su prima Cindy.
-¿Y Gary? ¿Por qué no viene él? –logró preguntar.
-No puede venir. Su hijo ha pasado una noche muy mala con dolor de oído y le ha tocado llevarlo al hospital. Me ha dicho que si era urgente venía a por nosotras enseguida, pero no sé…
-¡No, por favor! Deja a Gary con su hijo. La culpa es mía por beber más de la cuenta.
Abby no le respondió. Sienna tuvo el presentimiento de que su amiga opinaba lo mismo. Las dos comenzaron a andar en dirección contraria a la cola. Según dijo Abby, por allí no tardarían en ver algún taxi libre.
Caminaron un buen rato sin éxito. Cuando por fin vieron un vehículo amarillo pasar a su lado, Abby saltó al medio de la carretera y movió los brazos para pararlo. El conductor frenó en seco para no atropellarla.
Abby se acercó a la ventanilla a hablar con el hombre. Sienna, agarrada de la mano de la chica, estaba al lado de ella con la vista clavada en el suelo y el estómago dándole vueltas. Volvió a sentir otra arcada.
Oyó al taxista decir en reiteradas ocasiones que no y arrancar el coche con la misma velocidad con que había frenado. Se había negado a llevarla al ver que estaba bebida y podía ensuciarle la tapicería del taxi. No le culpó, aunque se sintió perdida. ¿Cómo iba a llegar a casa desde allí?
Mientras Abby increpaba al taxista desde el medio de la carretera, al tiempo que el vehículo se alejaba, Sienna se soltó de la mano de su amiga y echó a andar hacia una fuente cercana.
Se sentó en el borde de la fuente y echó las manos al interior del bolso. Abby se había encargado de recoger sus pertenencias en el guardarropa antes de salir, y menos mal que lo hizo, por hasta ese mismo momento no había recordaba que tenía que hacerse cargo de más cosas que de ella misma.
En el fondo del pequeño bolso encontró el móvil. Lo miró y vio que tenía un mensaje. Intentó leerlo pero las letras se movían de un lado a otro de la pantalla. Sólo consiguió ver una W, una T, una M, todas mezcladas en la pantalla.
Guardó el teléfono dentro del bolso y lo cerró. El mareo cada vez era mayor, peor. No podía mantenerse recta, por lo que echó la espalda atrás para apoyarse en la pared.
De golpe, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Estaba mojada. La ropa, el pelo, el bolso. Sin darse cuenta, se había recostado en una pared imaginaria y cayó dentro de la fuente.
La impresión y la humedad, junto a las copas de más, la hicieron romper a reír.
Abby corrió hacia ella, asustada. Cuando llegó a su lado, se dio cuenta de que estaba hablando sola. Sienna emitía gruñidos inidentificables que debían ser palabras, pero definitivamente no hablaba con ella, ya que no dejaba de repetir un nombre: Dean, Dean, Dean.
Impactada, se quedó quieta observando a la chica. Ésta chapoteó en el agua y se acercó con aire sensual a uno de los ángeles que decoraban la fuente. Apretó los labios en un beso que regaló a la pequeña figura de piedra. Abby nunca había visto nada igual.
Un grupo de chicas pasó por allí y se echó a reír ante semejante escena. Abby reaccionó. Por suerte, no eran chicas del colegio y nadie tenía porque enterarse de lo que estaba pasando. Alargó la mano al interior de la fuente para intentar sacar a Sienna del agua. No lo conseguía porque la chica no dejaba de moverse de un lado a otro, lanzando agua divertida.
Un coche de policía pasó por la esquina de la calle. Abby tuvo miedo. Si encontraban a Sienna ahí, bañándose en la fuente, podía tener problemas. Además, era evidente que había estado bebiendo y aún les faltaban cinco años para ser mayores de edad. Sin padres en el país… ¿qué le pasaría a Sienna?
Una pareja se acercó a ayudarla. La chica se quedó atrás para no mojarse, pero el chico se sentó junto a Abby en el borde de la fuente y la ayudó a estirar de Sienna. Pese a que tardaron un poco, lograron sacarla del agua. Abby dio las gracias al chico, que echó a andar secándose las manos en los vaqueros antes de abrazar a su novia.
Abby no quiso ni pensar en qué estarían hablando ahora mismo de ellas, con sus uniformes escolares y sus tacones de vértigo. Estaba convencida de que al día siguiente les contarían a todo el mundo que habían pescado a una colegiala muy atrevida en una fuente de la ciudad.
La preocupación inicial se convirtió en histeria. ¿Qué podía hacer con Sienna? No se atrevía a caminar con ella hasta casa ya que estaban bastante lejos y, tal como estaba, se la imaginaba haciendo un striptease en cualquier calle transitada. No, tenía que esperar a que la chica estuviera un poco mejor. Esperaba que el agua la hubiera espabilado un poco, porque no le hacía mucha gracia recibir esos abrazos mojados y emocionados por parte de Sienna a tan altas horas de la madrugada. Acabarían resfriándose las dos.
Sienna no entendía que estaba pasando. Sabía que estaba hablando pero no oía que decía. Veía la cara de mosqueo de Abby y era consciente de que todo era culpa suya, por lo que intentaba disculparse a base de abrazos. Los coches les pitaban y piropeaban y, todo lo contrario a sentirse guapa y atractiva, se sentía avergonzada.
Una limusina oscura paró frente a ellas. Sienna se abrazó más fuerte a Abby, intentando esconderse. ¡Dios mío, seguro que Brad Pitt estaba dentro y la estaba viendo en la mayor borrachera de su vida!
El vehículo seguía estacionado frente a ellas cuando su móvil comenzó a sonar. Con dificultad, echó mano al bolso y lo buscó dentro. Sus manos mojadas resbalaban con los diferentes objetos del interior. Cuando por fin lo alcanzó, el teléfono había dejado de sonar.
Abby le arrebató el móvil de las manos y lo desbloqueó para ver de quién era la llamada, con la esperanza de que fuera alguien que pudiera ayudarla a llevar a Sienna a casa. Leyó el nombre que aparecía en la pantalla del teléfono y sonrió:
            -Es Matthew.
Sienna escuchó el nombre asombrada. ¿Qué querría el chico a esas horas de la madrugada? Debía ser muy tarde para él, ya que no había ido a la fiesta. Imaginaba que ya debía de llevar dormido mucho rato.
No tardaría en descubrir el motivo de la llamada. La puerta de la limusina se abrió y Matthew salió de su interior. Corrió hacia Sienna con cara de preocupación. Al llegar a su lado, la abrazó.
-Ma… Matthew.
La voz de Sienna volvió a temblar pero el nombre se oyó con claridad.
-¿Qué le ha pasado? –preguntó a Abby.
Sienna escuchó a Abby contarle algo a Matthew, pero no logró elucidar qué. Sólo notar el cuerpo de Matthew abrazando el suyo, sólo podía oír el corazón acelerado del chico latiendo sin freno. Le acarició el pecho con el pelo mojado y sonrió. Cerró los ojos y en ese instante el mundo se paró a su alrededor. Sabía que llegaría a casa sana y salva, que Abby la perdonaría.
Matthew había llegado para salvarla.

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