Las palabras de
Matthew la emocionaron sobremanera.
Sí, vale,
aquella no era la primera vez que el chico la llamaba princesa y le decía que
ella era su inspiración. Sin ir más lejos, en el primer concierto suyo al que
asistió, el muchacho cantó de forma inédita una canción que había compuesto
para ella, aunque por aquel entonces Sienna lo ignoraba.
En realidad, de
todas las cosas, lo que más la emocionaba era que lo hubiere gritado a los
cuatro vientos, que lo hubiera proclamado al mundo entero por medio de
Internet, y es que ella sabía perfectamente lo reservado que era Matthew para
hablar de su vida privada y cuánto le molestaba que los periodistas se metieran
en su vida y la desgranaran como una naranja, destrozando con sus noticias todo
lo que nombraban.
Y ahora, en ese
momento, él, el mismo rubio que la hizo correr desde el colegio hasta un rincón
de Central Park para que nadie los siguiera, le había hecho una declaración de
amor pública porque la conocía y sabía que lo estaría echando mucho de menos,
porque a pesar de haber sido ella la que insistió en continuar sus vidas de
forma independiente durante el resto del curso, ella con sus clases y él con su
música, era consciente de que la española no dejaba de pensar en él ni un
segundo.
-Disculpa
–susurró a Abby, que continuaba con el cuello alzado en busca de Nathan.
Su amiga le
sonrió y continuó escudriñando el área mientras ella se echaba a un lado.
Notaba cómo sus ojos se habían humedecido y cómo amenazaban con derramar
lágrimas de alegría y tristeza al mismo tiempo. Alegría por la fortuna que
tenía al contar con Matthew en su vida, tristeza por deber vivir su amor
separados al menos hasta que llegara diciembre.
Por ello, para
que no la viera llorar, echó a caminar por el césped hacia uno de los aseos
portátiles que habían instalado. Esperaba que no estuvieran muy sucios, porque
tenía la intención de meterse en uno, encerrarse dentro, y no salir hasta que
no estuviera totalmente tranquila. En ese momento, no se preguntó qué iba a
hacer con la falda del pomposo vestido rojo y blanco; solo sabía que el corset
de cintas rojas que llevaba por encima la oprimía y que necesitaba alejarse de
los invitados a aquella fiesta.
Mientras tanto,
Abby continuaba acechando. Yuri, que no parecía dispuesta a perderse ni un
segundo de aquel evento, ya estaba en el centro de la pista de baile, danzando
con alegría y una enorme sonrisa junto a una de sus compañeras de hermandad.
Sophia y Brooke aún no había llegado, pero la hermana de Yuri sí, al igual que
algunas otras de las jóvenes de Alfa Delta Pi, por lo que no veía motivo alguno
para permanecer apoyada en la barra esperando.
Puesto que no
veía a Nathan por ningún lugar, Abby resopló y agachó la cabeza. ¿Cómo había
sido tan tonta al poner todas sus ilusiones en aquel encuentro? Cuando
apareciera, si lo hacía, el chico no le prestaría ninguna atención.
Probablemente ni tan solo se acordaría de ella. Y, además, cabía la posibilidad
de que ni siquiera se presentara en la fiesta.
Se disponía a
dirigirse a la pista de baile para unirse a Yuri y las demás chicas cuando una
mano de dedos largos y fuertes le acarició el hombro y la retuvo donde se
encontraba. Antes de volverse o de escuchar la voz de aquella persona, ya
sospechaba de quién se trataba, o más bien sabía quién deseaba que la hubiera
tocado. Pero… ¿lo era? ¿Era Nathan quien la agarraba por detrás?
-Hola, señorita
Middleton –dijo una voz masculina que le resultaba muy familiar.
La muchacha se
dio la vuelta y se encontró con el miembro de Alfa Omega enfundado en unos
pantalones de raso negro, una amplia camisa blanca abierta en el pecho y botas
marrones de cuero.
-Hola, Nathan
–logró pronunciar ella, con un nudo en la garganta.
-Así que estás
en una hermandad –comentó el muchacho, aunque el volumen de la música no
permitió que la joven escuchara las últimas palabras.
-¿Qué?
–preguntó Abby.
-¡Que te has
unido a una hermandad! –subió el tono de voz.
Sin embargo, la
muchacha seguía sin escucharlo. Al darse cuenta de eso, Nathan le ofreció la
mano en una invitación de seguirle. Abby miró la palma de aquella mano colgando
en el aire sin saber bien qué decir, y a continuación desvió sus ojos a los de
Nathan, que parecían tan tranquilos como siempre. Al fin, tras vacilar un par
de veces, se tiró a la piscina y le cogió de la mano.
El roce de sus
dedos sobre la piel del joven la electrizaron y por un instante creyó que el
corazón se le pararía bajo el vestido blanco.
Cogidos de la
mano, se apartaron de la multitud que bebía y bailaba al ritmo de Rain over me. Sin dirigirse la palabra,
con la mirada fija en el horizonte y distintos pensamientos rondándoles en la
cabeza, salieron del recinto VIP y se acercaron paseando a los puestos de la
feria medieval.
-¿Qué decías
antes? –preguntó Abby cuando consiguió armarse del valor para mirar a su
acompañante.
-Nada, me ha
sorprendido verte ahí dentro y enterarme de que estabas en una hermandad.
Cuando hablamos la otra vez no mencionaste nada de que estuvieras interesada en
unirte a una.
-Bueno, tampoco
hablamos demasiado –reconoció la chica-. Además, aunque no lo parezca, soy una
caja de sorpresa.
Nathan sonrió
con una hermosa y sincera sonrisa que encandiló aún más a la neoyorquina.
-¿Y qué tal?
¿Te está gustando la experiencia? –se interesó por saber.
Abby asintió.
-Por ahora
estoy encantada. Aunque hace poco que terminó la selección, ya tengo hermana
mayor y es majísima. Además, estoy en la misma hermandad que mi mejor amiga
Sienna, ¿te acuerdas de ella?
El muchacho
frunció el ceño mientras pensaba.
-Sí, claro, la
chica que iba contigo el otro día. No me acuerdo de cómo era físicamente pero
recuerdo que era muy simpática.
Al escuchar ese
comentario, Abby sintió un escalofrío por la espalda. Por más increíble que
pareciera, el muchacho se acordaba de ella, la había reconocido en medio de
todas las personas que estaban en la fiesta y había decidido salir a pasear con
ella cuando ni siquiera recordaba a Sienna. ¿Cómo era posible? ¿Acaso sus
temores y su falta de confianza fueran infundados y podía tener alguna
oportunidad con él?
-¡Mira, un
puesto de espadas de época! –cambió de tema él-. Vamos a acercarnos a verlas.
Para abrirse
hueco entre las personas que se apiñaban alrededor del tenderete lleno de
sables, el muchacho soltó la mano de Abby y apartó con ella a un par de
chiquillos que indudablemente aún iban al instituto. La sonrisa de la chica, al
perder el vínculo que la unía a Nathan, perdió un poco de fuerza.
-¡Vaya! ¡Si
tienen todas las armas de El señor de los
anillos! Anduriel, los cuchillos de Legolas…
Al mismo tiempo
que el rubio contemplaba totalmente ilusionado los objetos expuestos, Abby lo
miraba atenta, disfrutando del brillo en sus ojos y de la delicadeza con la que
levantaba las distintas piezas como si se trataran de las armas reales.
-Nunca me
hubiera imaginado que te guste El señor
de los Anillos –comentó.
-Me encanta
–respondió él-. Ya antes de que saliera la película aluciné con el libro y… no
sé, ver el realismo con que representaron todo en el largometraje fue muy
emocionante. He llorado pocas veces viendo una película y el final de esta historia
fue una de ellas.
La confesión
del chico la sorprendió.
-Así que te
gusta leer –dijo, aunque más bien lo estaba preguntando porque no había
ocurrido nunca antes que un chico tan atractivo, simpático e interesante amase
la lectura del mismo modo que ella.
-Desde siempre.
¿Y a ti?
-También desde
siempre. Mis amigas se ríen de mí porque me paso los días entre las páginas de
un libro y -se sonrojó-… bueno, ya sabes, a veces vivo las historias demasiado.
Nathan se rió.
-Sé a lo que te
refieres. Cuando empecé a leerme el primer tomo de Los juegos del hambre me metí tanto en la historia que con cada
decisión de su protagonista en la arena, temblaba de emoción. ¡Me leí el libro
en dos sentadas porque no podía dejar ni un minuto de leer para saber qué
pasaba!
Abby sonrió.
¿Ese chico era real? No podía ser. Debía tener algún defecto, ya que no existe
nadie tan perfecto. Vivir rodeada de la elite de Manhattan se lo había
demostrado.
Tras el
descubrimiento de su afición común, la conversación fluyó por sí sola. Pasaron
un rato deambulando entre los distintos puestos del mercadillo y analizando los
últimos libros que habían leído, discutiendo sobre cuál era la mejor novela de
la década y seleccionando el momento más emocionante de las distintas sagas a
las que ambos estaban enganchados.
Sin parar de
hablar, regresaron a la zona acotada y al pasar por la entrada el fotógrafo,
que curiosamente se encontraba en compañía de Sienna, este les hizo una foto en
la que Abby sonrió con gran timidez.
Cuando entraron
en el laberinto que decoraba el valle, la joven acababa de desvelar a su
acompañante su gran secreto: no había sido capaz de terminar de leer la célebre
obra de Tolkien.
-¡No me lo
puedo creer! ¡Si es la mejor trilogía de la historia! –se quejó el chico-.
Estás de broma, ¿verdad?
-Te juro que es
verdad. He intentado terminarlo varias veces pero nunca he logrado pasar de la
mitad del tercer libro.
-Eres increíble
–murmuró Nathan justo antes de levantar la cabeza y clavar la mirada en el
cielo.
Abby imitó el
movimiento y cuando sus ojos se posaron sobre la enorme luna llena, brillante y
dorada como la cara de una moneda nueva, pensó que había llegado el momento de
aunar todo su valor y lanzarse.
-Nathan…
-susurró, bajando la vista hasta el rostro del chico, que también dejó de
contemplar el cielo para mirarla.
Bajo la luz de
la luna y en total silencio, sus miradas se fundieron en una sola y durante
unos segundos para Abby no existió nada más. Solo él, la luna y aquella extraña
sensación en su pecho a la que ella no se atrevía todavía a llamar amor.
En la fiesta,
Coldplay había comenzado a cantar una bonita canción de amor.
-Yo… -volvió a
balbucear, al tiempo que daba un paso muy lento al frente y se acercaba a él.
-¡Nathan!
–escuchó gritar a una voz por detrás de los dos-. ¡Estás aquí! ¡Llevo toda la
noche buscándote!
Abby se quedó
recta como un palo, fría y con el rostro desencajada.
No… no podía
ser… esa voz… esa persona que les había interrumpido no podía ser ella…
Pero lo era.
Sophia. Vestida
con un precioso vestido largo azul marino con capa celeste.
Sophia, su
hermana mayor en la hermandad. La misma que la había acompañado a comprar la
ropa para la fiesta con la que pretendía sorprender a Nathan.
Sophia, la
misma que en ese momento llegó corriendo a su lado, con una sonrisa en los
labios, y se lanzó a los brazos del muchacho para besarle en la boca.
Me encanta me encanta y me encanta!He leído todos y cada uno de los capítulos que has subido solo que, con tanto examen me ha sido imposible comentar pero ahora que ya he terminado con ellos, decirte que me encanta todas y cada una de las palabras quue escribes, que salen de tu mente y las juntas de tal manera para crear esta historia tan increíble. Me encanta, ¡quiero más!
ResponderEliminarMe ha encantado el capitulo. Nathan adora como yo Los Juegoa del Hambre. Podre Abby, pero yo ya pense hace tiempo que el era el novio de su hermana mayor, porque los chicos como el solo existen en la imaginacion o si existen estan pillados. Sienna llorando por amor, que coja un vuelo y se plante donde su chico para darle una sorpresa.
ResponderEliminarQuiero mas, tu historia es genial, te felicito por hacer una historia que engancha a tanta gente. Sigue asi y llegaras lejos
Genial *_______________________* Nathan tenía que decir:Que la suerte esté siempre siempre de vuestra parte *.* O algo así xDDD Matthew es perfecto,me repito,pero siempre ha sido mi favorito :`3
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