Ahí estaba, en
la puerta del edificio donde vivía el francés, calada hasta los huesos y con el
cabello chorreando como si acabara de sumergirse en el mar. Parada. Quieta como
una estatua. Inmóvil como una idiota, preguntándose si llamar al telefonillo o
esperar. Aguardar una llamada al móvil con la que el chico le explicara que
había llegado tarde pero que la esperaba en la cafetería. Deseosa por verlo
aparecer en la ventana, cubierto de pintura de pies a cabeza porque le había
atrapado la inspiración y no había podido parar. Y es que, por más ganas que
tuviera de encontrarse con él, había algo que la frenaba y le impedía moverse.
Algo a lo que no quería dar nombre pero que sentía con todo su cuerpo: miedo.
De un saltito
infantil subió el escalón para poder leer los letreros de los timbres, aunque
había memorizado en los últimos días el rápido recorrido que debía realizar su
dedo hasta que sonara el pitido que anticipaba la voz de Lucas. Sin embargo,
esta vez no presionó el botón, dubitativa. Por algún extraño motivo, temía
hacerlo.
En su mente,
mientras la calle comenzaba a inundarse por la lluvia, pasaron aceleradas imágenes
inconexas.
La sonrisa del
pintor contemplándola con la brocha entre los dedos en una de tantas veladas de
dibujo. Las carreras sobre el Pont Neuf para verlo. Sus ojos claros reflejados
cada mañana en el espejo de su pequeño apartamento mientras se maquillaba para
verlo. Los pompones que quedaron arrumbados en un rincón de su habitación en
Nueva York cuando decidió dejarlo todo atrás y poner tierra de por medio. Sus
confidencias con Abby y Sienna aquella noche en que se reencontraron en el
barco. La mirada de Dean, imposible de descifrar, impertinente como siempre
aunque con un toque de dulzura cuando se encontró con ella que no quiso
reconocer. Las discusiones tras cada engaño, tras cada una de tantas rupturas
que encadenaron a lo largo de los años. La esperanza, la chispa de ilusión que
se apagaba cada vez. El primer beso que se dieron, escondidos tras una de las
columnas del colegio, tanto tiempo atrás, ocultos del resto del mundo, jugando
al amor.
Amar a los
catorce, a los quince, a los dieciséis. Amar por primera vez, con todo el
corazón, entregándolo todo sin esperar nada a cambio. Amar como si el mundo
fuera a acabarse al día siguiente, como si no existiera nadie más. Como si
hubiesen escrito para ellos todas las novelas románticas y todas las canciones
de amor.
Todavía
paralizada en el portal, viendo la lluvia caer, recordó un dicho que muy a
menudo había oído repetir: tardas en olvidar a una persona la mitad del tiempo
que estuviste enamorada de ella. ¿Cuánto era eso? ¿Un año? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuánto
había estado enamorada de Dean? Desde que tenía conciencia y hasta donde su
memoria alcanzaba, siempre había soñado con él, con que se fijara en ella, con
que compartieran su primer beso y pasaran el resto de sus vidas juntos. No
obstante, habían pasado tan malos tragos, tantas peleas y desilusiones, que no
lograba apuntar con seguridad en qué momento dejó de amarlo. ¿Sería el día en
que lo vio besar a Abby, o tal vez cuando lo descubrió en su encuentro sorpresa
con Sienna en la heladería? ¿Cuándo se dio cuenta de que no podía querer a una
persona así? ¿Cuando se presentó en el desfile de Victoria’s Secret del brazo
de otra rubia más guapa que ella? ¿Cuándo se limitó a sonreírle sin decirle
nada en la fiesta de fin de curso? ¿Cuándo fue?
No lo sabía, y
eso era lo que más le molestaba: ignorar en qué momento había desalojado su
corazón para dejar hueco a Lucas, tan desgarbado y artista, despreocupado y
bohemio. Porque… ¿y si aún no lo había olvidado? ¿Y si los dos chicos se
disputaban los restos de su corazón maltratado?
Tenía miedo,
sí, debía hacer frente a la realidad. Temía embarcarse en una nueva relación,
la monotonía, las posibilidades de otra decepción. Una infidelidad, celos,
separación, gritos a media voz. ¿Estaba preparada para todo ello? ¿Podría
soportar pasarlo mal una vez más?
“¡Dios, Cindy!
Deja de pensar en esas cosas”, se dijo, molesta consigo misma. ¿Por qué tenía
que ponerse en lo peor? ¿Acaso el pintor no había conseguido derribar todos sus
muros, no la había despojado de escudos y corazas para hacerla recuperar la
ilusión de sentir el amor? ¿Por qué no se centraba en eso, en sus apasionados
encuentros en el apartamento, sus besos con sabor a café y su forma de mirarla?
Para borrar los
nefastos pensamientos de su mente, agitó la cabeza a ambos lados y, sin pararse
a pensarlo ni un segundo más, pulsó el timbre junto al nombre del chico.
Silencio. Un
segundo, dos, tres. Cincuenta segundos de total silencio.
Nada.
Volvió a
apretar con todas sus fuerzas el botón, confiando en que Lucas se hallara tan
sumido en su proceso creativo que no se hubiese percatado si quiera de que alguien
llamaba a la puerta. Podía ser, ¿no? Ella misma lo había visto pintar, centrado
en el lienzo, desconectado del mundo, perdido en la mezcla de colores y las
imágenes que manaban de su mente.
Ante aquella
ausencia de respuesta, se derrumbó. A pesar de que el suelo estaba sucio y
pisoteado, mojado, se dejó caer sobre el escalón. Sintió la humedad acariciarle
las piernas, pero no le importó. En ese momento, solo podía pensar en Lucas.
¿Dónde diablos estaba?
Sacó el móvil
del interior del bolso y volvió a marcar el número del francés, sin esperanzas
de que este le respondiera, ya que no había cogido ninguna de las llamadas que
le había hecho mientras lo esperaba en la Rendez-vous des Amis.
Para su
sorpresa, al cuarto intento, oyó como los zumbidos al otro lado de la línea
cesaban y daban paso al sonido que más deseaba escuchar en ese momento, la
melodía perfecta para una tarde de lluvia. No pudo evitar sonreír.
-¿Cindy?
–preguntó Lucas-. ¿Va todo bien? Acabo de darme cuenta de que tengo muchísimas
llamadas tuyas.
La rubia
suspiró. A Lucas le importaba, se preocupaba por ella.
-Te he estado
esperando en la cafetería y al ver que no venías he salido a buscarte
-¿A buscarme?
¿Dónde estás? –notó un tono de preocupación en sus palabras.
Cindy sonrió,
aliviada. ¡Qué tonta había sido al pensar esas cosas tan horribles! Era más que
evidente que Lucas no era Dean. Nunca la haría daño, estaba convencida.
-En la puerta
de tu piso, esperándote.
El muchacho no
respondió de inmediato.
-¡Pero tú estás
loca, preciosa, con la que está cayendo! Estaba comenzado un nuevo cuadro,
siguiendo una idea que me surgió anoche mientras dormía, y no me he dado cuenta
de la hora que era. Deben de haber pasado unos diez minutos desde que salí de
casa. Ahora mismo estoy casi enfrente de la Rendez-vous de Amis.
Por detrás de
su voz, escuchó pasos y unas palabras en francés pronunciadas a gran velocidad,
imposibles de comprender.
-¿Quién hay
ahí? –preguntó la americana, al reconocer aquella segunda voz como la de una
mujer.
-¿Dónde? Estoy
en medio de la calle, así que hay mucha gente.
Una risita
contenida.
-¿Seguro?
–insistió, no muy convencida.
-Claro,
preciosa. ¿Quieres que te ponga la videollamada para convencerte?
Cindy se
avergonzó de su desconfianza de inmediato. Detestaba ser tan celosa, imaginar
siempre lo peor de los demás, pero es que a base de palos había aprendido que
pocas personas merecían su confianza. Tan pocas que ninguna de las personas a
las que más quería podía decir que nunca le hubiera fallado. Ni Abby, ni
Sienna… como tampoco ninguna de sus otras amigas, que se habían distanciado de
ella al descubrirse el secreto de su enfermedad. De un modo u otro, todas la
habían engañado, y por más que se esforzara, no había podido superarlo.
-¿Quieres que
vaya para allá? –sugirió.
La lluvia
parecía haber amainado e incluso podía verse, ahí en una esquinita de la calle,
el sol brillar de esa forma en que solo lo hace cuando las nubes acaban de
llorar.
-¿Dónde? –dijo
el chico, con la respiración acelerada; debía de estar corriendo.
-Pues dónde va
a ser –se esforzó Cindy por bromear-, a la cafetería.
-No, déjalo.
Dices que estás en la puerta de mi casa, ¿verdad?
La joven
asintió con un seco “ajá”.
-Quédate ahí,
llegaré en un momento. Te lo prometo –añadió Lucas.
-Vale –aceptó
la americana, sintiendo como su corazón empezaba a latir emocionado al saber
que iba a volverlo a ver-. No tardes, por favor.
Se despidieron
con un par de palabras de bonitas, de esas que tanto le gustaba a ella escuchar
y que tan poco le costaba encontrar a él.
Aún sentada en
el bordillo del portal, esperó al pintor, que tardó al menos cuarenta minutos
más en llegar. Cuando al fin lo vio asomar por la esquina de la calle, la
muchacha se levantó del suelo de un brinco y salió corriendo hacia él, con la
preocupación pintada en los ojos.
-¡Creía que
nunca llegarías! –exclamó al mismo tiempo que se lanzaba a sus brazos y le
besaba en los labios ansiosa, como si quisiera comérselo.
El francés la
recibió con una sonrisa y una disculpa.
-Perdona. A
mitad de camino recibí una llamada de una persona interesada en adquirir uno de
mis cuadros y tuve que sentarme en un banco a cerrar con él todos los puntos
del contrato.
Cindy abrió la
boca de par en par.
-¿Has vendido
un cuadro? ¡Eso es increíble, no sabes cuánto me alegro! ¿Cuál ha sido?
-Uno que pinté
hace tiempo, Marea.
Si aquello que
el chico le acababa de contar era verdad, había merecido la pena aquella
angustiosa espera. Esa pintura sería la primera gran venta del joven y la
americana no dudaba que sería la que le abriera las puertas al mundo del arte,
a las galerías, las exhibiciones y las subastas. Se acabarían las mañanas de
venta ambulante junto al Sena, por mucho que la entristeciera y que él se
opusiera. Había llegado el momento de que Lucas tuviera su gran oportunidad,
estaba convencida. El chico se lo merecía, y además de todo eso, como artista
valía mucho. El brillo en los ojos de su retrato terminado se lo había
confirmado.
-Habrá que
celebrarlo, ¿no? –comentó, con una sonrisa en los labios y una insinuación que
oculta en sus palabras.
Lucas la
entendió de inmediato y también sonrió.
-Claro que sí.
¿Cuándo empezamos?
Se acercó un
poco más a ella y la besó una vez más, sintiendo los labios de la joven temblar
bajo los suyos.
Así, sus pasos,
vacilantes, los dirigieron envueltos en un interminable abrazo hasta el portal
del edificio. El pintor abrió la puerta con los labios de la chica pegados a su
cuello y cuando la puerta se cerró tras ellos, los dos subieron los escalones
compitiendo en una veloz carrera, riendo a pleno pulmón, felices.
A lo lejos,
atronando en un coche que avanzaba apresurado por la ciudad, la voz de Adele
los meció.
Sometimes it lasts in
love, but sometimes it hurts instead…
Como Lucas sea un Dean,muero e.e Él con lo bien que me cae *_* Es más majo jajaja Bueno,por si acaso que Cindy esté atenta xD
ResponderEliminarMe ha encantado, adoro los capituloa de Paris mon amour, pero Cindy cariño deja de pensa en el cabronazo de Dean, que no es para ti ya. Y Lucas es romantico y como no siga asi Lucia preparate que te mato. Como lo conviertas en el Dean frances te mato. Que final mas bonito. Sigue asi
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