Al día
siguiente, el entrenamiento fue tan duro, o incluso más, como el de la jornada
anterior. Además, como si sospechara quién había ocupado las sábanas de la cama
doble del apartamento de su hija, el entrenador lo trató aún con más seriedad y
dureza; lo mató a correr y a hacer flexiones para castigarlo por no conseguir
el mejor tiempo, lo reventó a abdominales por quejarse y le gritó una vez más
delante de todos por despistarse unos segundos mirando el reloj.
Ni tan siquiera
la larga ducha que tomó al superar las tres horas que duró la práctica le ayudó
a relajar los músculos y recuperar fuerzas, por lo que no se unió a la
conversación que mantenían sus compañeros de equipo y rechazó con excusas la
invitación que le hicieron de ir a tomar unas cervezas y poderse conocer mejor
antes del primer partido de la temporada. Necesitaba descansar.
Por desgracia,
sus planes se vieron truncados en el mismo instante en que accedió al interior
de su casa, cerró de un portazo y dejó caer la bolsa de deporte en el
recibidor. Lo supo incluso antes de sacar el teléfono del bolsillo, y es que
ese pitido que acababa de escuchar solo podía significar dos cosas: su padre,
reclamándolo para que se acercara a la empresa, o alguien proponiéndole quedar.
Alguien que resultó ser Taylor.
Hola guapo, ¿cine y cena esta tarde? Un beso.
Sonrió un poco
antes de resoplar. ¿Cómo podía apetecerle tanto quedar con la chica y compartir
con ella otra noche perfecta más y que al mismo tiempo le agobiara tenerla
siempre detrás?
Lo siento, pero no puedo. He quedado con los chicos del
equipo para unas cervezas y terminaremos tarde. Otro beso para ti.
La chica debía
esperar su respuesta, puesto que no tardó demasiado en contestarle.
De eso nada, señorito Thomson. Yo sí estoy con los chicos
del equipo y me han dicho que no ibas a venir. Para que veas, yo que solo me he
acercado a la cervecería para verte a ti… ¿Es que no quieres estar conmigo? ¿No
te gustó lo de anoche? :(
Conforme se
soltó los lazos que anudaban sus zapatillas de deporte, Dean se apoyó en el
borde de su cama y leyó el mensaje. Poco después contestó.
¿Pero estás loca? Claro que me gustó, y no solo eso, me
encantó, como todo lo que hago contigo. Es solo que estoy muy cansado y
necesito relajarme, nada más. Lo entiendes, ¿verdad?
Tres segundos
después abrió otro nuevo sobre que apareció en la pantalla.
Por eso proponía cine y cena, porque ya me habían contado
que has acabado hecho polvo.
El joven
frunció el ceño al leer esas palabras. Imaginó al tal Alec y al resto de
compañeros de equipo riéndose en la cervecería a su costa y dejándolo como un
blando ante la chica. La idea no le agradó en absoluto.
De eso nada, bombón. Estoy fuerte como una roca. ¿Quieres
comprobarlo? Mi casa en dos horas. Así te lo demuestro. No tardes en llegar.
No recibió
ningún mensaje más, ni tampoco una llamada por parte de la chica, por lo que
imaginó que su oferta había sido aceptada. Genial. Sin comerlo ni beberlo,
Taylor había conseguido convencerlo una vez más para quedar con ella. Se daba cuenta
de que sus palabras, sonrisas y miradas no eran más que parte de una treta para
entretenerlo y conseguir tenerlo rendido a sus pies, pero aun así no lograba
dejar de caer en las trampas de la rubia una y otra vez.
Dejó el
teléfono sobre la mesita de cristal del salón principal y, tras comprobar que
estaba solo en casa, como siempre, se dirigió al enorme cuarto de baño.
Contempló su
imagen en el espejo durante unos segundos, aún con la ropa de deporte puesta, y
forzó una sonrisa arrogante. Para su sorpresa, sus labios tan solo dibujaron
una extraña mueca carente de significado, un garabato cansado. Impresionado,
abrió el grifo y se echó un poco de agua por la cara con intención de
refrescarse y encontrarse mejor, siendo el mismo Dean de siempre, aunque cuando
volvió a reflejarse en el cristal la imagen que halló fue la misma, a
diferencia de unas cuantas gotas que recorrían su frente, sus prominentes
pómulos y se escurrían barbilla abajo.
Mientras se
sacaba la camiseta y la lanzaba a un rincón del cuarto, probó a convencerse de
que no le ocurría nada, se esforzó por hacerse creer a sí mismo que no sonreía
como antes ni sus ojos brillaban como solían hacerlo a causa del cansancio de
aquel entrenamiento y de las últimas noches locas que había pasado con Taylor.
Una vez
despojado de toda ropa, con la ducha abierta soltando vapor y empañando el
espejo, se metió bajo el chorro de agua y notó como el ardiente líquido le
quemaba la piel. Conforme sus brazos se iban enrojeciendo, contuvo un grito de
dolor, aunque no encendió el agua fría. Quería sentir, y al menos así lo
conseguía.
Pasó un buen
rato en la ducha, desconectando del mundo y sintiendo como sus músculos,
doloridos por el entrenamiento, se destensaban y relajaban. Se enjabonó cuerpo
y cabello, se afeitó unos pelillos rebeldes que le habían comenzado a salir en
las piernas con la maquinilla de afeitar que tenía en la ducha y nada más darse
un último enjuague, cerró el grifo. En ese momento escuchó el timbre.
-¿Quién…?
–comenzó a murmurar.
Cortó sus palabras
a media frase puesto que sospechaba cuál era la respuesta. Sin molestarte en
secarse y vestirte, se enrolló de cintura para abajo en la toalla blanca que le
había esperado todo el tiempo mientras se duchaba y se apresuró a mirar en la
imagen de la cámara de la entrada quién había llamado a su puerta. Al hacerlo,
comprobó su hipótesis.
-¡Ya voy!
–gritó al mismo tiempo que caminaba hacia la puerta de la calle.
Pese a
continuar medio desnudo, no parecía preocupado. No tenía nada que esconder,
¿verdad? Él era Dean, el increíble y guapísimo Dean Thomson. Sin embargo, por
algún extraño motivo, ese alegato que tantas veces había conseguido calmarlo no
lo hizo sentirse mucho mejor y conforme empuñaba el pomo de la puerta y lo
giraba, se arrepintió de no haberse puesta encima cualquier cosa antes de
recibirla.
-Taylor
–esperándolo sentada en uno de los escalones de la entrada, la chica se
mordisqueaba una uña a la vez que jugueteaba con su pelo, nerviosa-. No te
esperaba tan pronto.
La rubia sonrió
mostrando sus blancos dientes y se alzó del suelo a toda velocidad para
lanzarse a abrazarle.
-Perdona que
haya venido tan pronto, pero es que te echaba de menos –explicó ella mientras
pegaba su abdomen, tapado por una bonita camisa azul marino de encaje, al pecho
aún húmedo del deportista.
Dean frunció el
ceño al escuchar esas palabras, aunque no dijo nada. Simplemente se limitó a
empujarla con delicadeza al interior de la casa y cerrar la puerta con un pie
para que los vecinos no lo vieran enrollado en una toalla.
-¿Tú no tenías
ganas de verme? –preguntó ella, separándose un poco de él y acariciándole el
pecho muy despacito con el dedo índice; el chico se estremeció.
-Claro que sí,
aunque no me hubieran venido mal diez minutos más para recibirte en condiciones
–indicó, señalando a la toalla.
Taylor se rió.
-¿En
condiciones? Tal cual vas estás en buenísimas condiciones. ¿Para qué necesitas
nada más?
El muchacho la
atrajo hacia él y se fundió en un nuevo abrazo con ella mientras su visitante
comenzaba a prodigarle unos cuantos besitos en el cuello. Al notar como se le
erizaba el vello de la nuca, Dean volvió a separarse de ella.
Sí, era cierto
que la explosiva Taylor le volvía loco y le hacía disfrutar de una forma
extraordinaria, pero no le gustaba nada que parecía haberse empeñado en llevar
ella las riendas de su vida. Le hacía quedar con ella a diario, se presentaba
en su casa sin previo aviso, lo controlaba por medio de sus compañeros de
equipo… Nunca ninguna chica le había estado tan encima, ni tan siquiera Cindy,
y no pensaba permitirlo. Él era un joven indomable y libre, conquistador nato,
pirata de una mujer en cada puerto y no cambiaría nunca. Fuera como fuese,
necesitaba hacérselo comprender a su nueva amiga y amante antes de que
resultara demasiado tarde.
-Bueno, ¿qué
tal si preparo unas palomitas mientras tú eliges la película que quieres ver?
Puedes seleccionar cualquiera en el pay
per view.
Le dio la
espalda y echó a caminar hacia la cocina, pero la joven se apresuró a
colocársele delante e impedirle el paso.
-¿Palomitas?
¿Qué palomitas? ¿No podrías prepararnos unos cócteles? Un margarita, un mojito,
un sex on the beach… -enfatizó la
última bebida al tiempo que le guiñaba un ojo.
-No creo que
sea una buena idea –dijo él-. Mañana tenemos el último entrenamiento antes del
primer partido de la temporada y tengo que estar a tope para demostrarle al
mister que merezco ser el capitán.
-¿Y? –se limitó
a preguntar ella.
-¿Cómo que y?
–Dean no la entendió.
-Pues que no
veo que tiene que ver que quieras impresionar a mi padre con que no puedas
tomarte un par de cubatas conmigo –contestó Taylor, sentada con las piernas
estiradas cómodamente en el sofá del salón.
El muchacho se
desconcentró mirando esas interminables piernas morenas que se asomaban bajo la
minifalda vaquera.
-No es
impresionarle, sino hacerle ver de una vez por todas que soy el mejor del
equipo. Para eso, además de estar descansado, tengo que estar en un perfecto
estado físico y el alcohol no me va a ayudar a conseguirlo.
Taylor puso
morritos mientras movía las piernas sobre el sofá.
-Venga, Dean…
solo una copa, por favor. Hoy he tenido un día horrible y me vendría muy bien
ahogar las penas. Por favor –repitió.
El deportista
consideró que también a él le vendría bien, por lo que al final acabó cediendo.
-De acuerdo.
Prepararé algo para el principio de la película, pero en cuanto vayamos por la
mitad te toca levantarte a ti a preparar las palomitas para rebajar la bebida,
¿vale?
-Trato hecho
–juró Taylor, ofreciéndole el dedo meñique y entrelazándolo con el del chico en
señal de promesa inquebrantable-. Eso sí, con una condición.
-¿Qué
condición? –quiso saber él.
-Que no te
cambies de ropa hasta que termine la película –sonrió picaronamente-. Vas muy
sexy así, con la toalla solo.
Dean sonrió por
primera vez en todo el tiempo que llevaban juntos esa tarde.
-Claro que sí,
acepto la condición. Ahora dame un momento para preparar las bebidas.
El chico
desapareció del salón, donde permaneció su nueva compañera de universidad.
Preparó unos cócteles en la cocina, echó en un pequeño plato unas gominolas de
las que tanto le gustaba tomar a Cindy y regresó al sofá para encontrarse con
Taylor, que ya tenía la película preparada.
-¿Cuál has
elegido al final? ¿Una de amor? –a su ex novia le encantaban ese tipo de filmes
con sus prototípicas historias: chica conoce a chico, chico se enamora, mil
tonterías les separan pero por fortuna al final el destino les acaba uniendo.
-Qué va. No me
gusta mucho ese género. Me va más la acción, la intriga, el suspense… Así que
de entre todas las opciones que había, he seleccionado Freddy contra Jason.
-¿Freddy contra Jason? Pues ahí no creo
que haya ni suspense ni demasiada acción porque miedo, lo que se dice miedo,
esas películas no dan. Es como Paranormal
Activity, que fue nombrada la película más terrorífica del año cuando se
estrenó la primera parte y más bien debería haber sido catalogada como comedia
romántica.
Taylor soltó
una carcajada.
-Bah, ya sé que
no debe ser muy buena, pero eso es lo de menos. Lo que importa es la compañía,
y con este pedazo de cuerpo al lado, lo que me intriga es saber cuánto rato
aguantaré sin tirarme encima de ti –respondió.
-Bueno, pues
habrá que probarlo, ¿no? –bromeó él-. Enciende el cronómetro y la película, a
ver hasta donde aguantamos.
-¿Esto es una
competición? –preguntó curiosa la joven.
-No pensaba
llamarla así, pero sí; es una competición.
-Entonces no
hay más que hablar –la rubia se sentó bien en el sofá, separándose un poco de
donde se encontraba Dean y agarró su copa-. Que gane el mejor.
Yo es que sigo detestando a Dean...
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