domingo, 19 de diciembre de 2010

Capítulo 30

Una foto suya con gorra. Otra con una guitarra en las manos. Una imagen diferente con un micrófono en la boca y una sonrisa en los labios. Aquí despeinado. Aquí cogido de la mano de una chica. En la siguiente él. Cada uno de esos perfiles iba acompañado de una imagen distinta de la misma persona: Matthew, su compañero de clase, el chico del avión.
Sin dar crédito a lo que veía, hizo clic en el primero de los perfiles. Más de cinco millones de seguidores, o más bien seguidoras, puesto que la mayoría de fotos que veía en la lista de amigas eran de chicas de su edad o un poco más jóvenes. Abrió otra pestaña en su navegador y volvió a escribir el nombre en Google, esta vez seguido del apellido que aparecía en Facebook.  
            Matthew Levine. Intro.
            Esta vez, los resultados no la sorprendieron. Aún así, cuando el buscador le regaló entradas en Wikipedia, videoclips en los que aparecía su amigo y miles de noticias del corazón hablando de los posibles noviazgos del chico, sintió como caía en la oscuridad del pozo de la incomprensión.
            Navegó por la red de una noticia a otra, escrutando todas las fotos que encontraba a su paso como si pretendiera encontrar a otro chico detrás de esos rasgos, de ese rostro que comenzaba a conocer también. Vio alguno de los vídeos y lo vio cantar con esa voz tierna y aterciopelada que la noche anterior la había arropado y la había ayudado a dormir.
            En la barra inferior, la luz naranja del Messenger la devolvió a la tierra. 
            -¿Le has escrito ya? Tía, dime algo, que llevas un rato sin escribir nada y si sigues así me voy por ahí.
            -Perdona, Merche… No, no le escrito. No puedo hacerlo.
            -¿Cómo que no puedes? ¡No me digas que no tiene Facebook! ¡Es imposible! –exclamó.
            -Sí, sí tiene Facebook, pero no uno solo… -respondió Sienna, al tiempo que copiaba el enlace en la ventana de la conversación que mantenían.
            Al otro lado del mar, Merche entró en la página que Sienna le acababa de enviar y se encontró con montones de fotos de un chico muy atractivo.
            -¿Qué es esto? –preguntó, sin comprender.
            -Eso me gustaría saber a mí –fue la respuesta de Sienna.
            Lo cierto es que podía hacerse a la idea, pero el simple pensamiento le parecía descabellado, un disparate. ¿Era Matthew cantante?
            La otra chica le invitó a comenzar una conversación con webcam. Aceptó.
            -¿Ése es Matthew? –Merche quería más detalles, más información.
            -Sí.
            -¡Pues está tremendo! –el grito le llegó a través de los altavoces de su portátil- ¡Además, no me habías dicho que era famoso!
            -Es que no tenía ni idea…
            -¿Cómo has podido no darte cuenta de algo así? Si seguro que las chicas van detrás de él todo el rato. Con razón iba en limusina a esas horas de la madrugada, me juego el cuello a que volvía de una actuación o de una entrevista en la tele.
            Conforme iba pasando el tiempo tras la impresión inicial, Sienna iba atando cabos acerca de Matthew. Las niñas alborotadas, gritando a la puerta del aeropuerto tras su llegada a Nueva York. Su manía de ocultarse con gorras y enormes gafas de sol. La carrera por Central Park, la magia del círculo de los Beatles. Las niñas que cuchicheaban por los pasillos. Ese famosillo que tanto molestaba a Matthew… ¡no era otro más que él mismo!
             Sobrepasada por el descubrimiento, luchó para liberarse de Merche y apagó el Messenger. Google, sin embargo, seguía ahí, en su pantalla, cargado con fotos y vídeos.
Accedió a uno de los vídeos, Meant to be. El sonido del mar abría la melodía. Sólo se veía el cielo oscuro, la luna a lo lejos. Las olas rompiendo en una playa cuidada. Y entonces apareció él, su rostro en un primer plano, con la mirada perdida en el horizonte. Su corazón se sobresaltó y la llenó de nervios. En su ordenador, el chico caminaba en silencio por la orilla y de pronto paraba, sin dejar de mirar. La cámara volvía a centrarse en su cara, en sus preciosos rizos dorados, en sus ojos claros.
Sienna no podía despegar la mirada de la pantalla, estaba atrapada por él, por el chico que la secuestró del colegio y la hizo perderse entre los árboles del pulmón verde de la ciudad.
            Le escuchó cantar y se maldijo por no poder seguir todas las palabras. Se arrepintió por no haber hablado más con sus padres en inglés, por no haber prestado toda la atención que debía en las clases de inglés, por no haberse apuntado a ninguna academia como sus profesores le aconsejaban. Se maldijo por tener sangre americana y no conseguir entender totalmente una canción. Nunca antes le había pasado nada igual, y eso que adoraba la música.
            El chico seguía cantando y el vídeo avanzaba. Aparecían imágenes con una chica, tomados de la mano jugando en la arena, abrazados en el parque, lanzándose palomitas en el cine. El vídeo era precioso, emotivo y romántico. Sienna creía que nada podía mejorarlo hasta que lo escuchó:
             You are what I was looking for, a piece of peace into my broken world. The calm and love into all my wars, you are and you’ll be what I’ve been looking for. We are meant to be together and, when two people are meant to be together, they’ll eventually find a way.
            En ese instante, como si supiera que ella lo estaba observando, el chico miró fijamente a la cámara y sonrió. Y Sienna no lo pudo evitar. Rompió a llorar, sin saber por qué. No sentía odio ni tampoco enfado. No comprendía por qué lloraba, pero lloraba y se preguntó que le estaba pasando. No era consciente de que el corazón no engaña y cuando late con la fuerza de un vendaval, una tormenta está apunto de estallar.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Capítulo 29

Tuvo suerte ya que todas las chicas estaban conectadas en el Messenger cuando encendió el ordenador. Una a una las fue invitando a una conversación múltiple y todas ellas aceptaron la propuesta. Pocos minutos después, siete nombres de diferentes colores y diversos dibujitos aparecían en su pantalla.
Sus amigas estaban ansiosas por saber a qué se debía esa reunión tan urgente y no dejaban de especular al respecto.
            “¡Dios, has visto a Robert Pattinson por la calle y tienes que enseñarnos la foto que os habéis hecho!”. “¡No, estoy segura de que es más que eso, se han besado apasionadamente en Central Park y los han pillado los paparazzi y necesita que le encontremos un vuelo para escapar con él a una isla desierta sin que se entere la prensa”.
            Conforme iba leyendo las palabras de sus amigas, Sienna sentía como la sonrisa iba apareciendo en su rostro en señal de confirmación de que su padre le había dado la clave para liberar la tensión que la invadía.
            Permitió que se devanaran los sesos especulando e imaginando situaciones a cual más inverosímil. Cuando las chicas ya no aguantaban más, comenzó a escribir qué la preocupaba. Ya todas conocían a rasgos generales a su nuevo grupo de amigos y conocidos, por lo que no tuvo que perder el tiempo haciendo tontas presentaciones. A diferencia de lo ocurrido con su padre, a las chicas no les ocultó ni un solo detalle. Es más, en alguna ocasión debía explicar más de lo que hubiera deseado ya que todas querían saber con pelos y señales lo que la preocupaba de tal forma.       
            Compartió con ella sus temores e ilusiones respecto a Dean, su malestar por lo sucedido con sus dos amigas. Las chicas la leyeron y la animaron diciéndole todo lo que necesitaba oír. Le restaron importancia a los siete minutos en el paraíso asegurando que, sin fotos ni pruebas materiales, nadie más que ella sabría jamás hasta que punto se le fue todo de las manos.
            -Si era Dean o no el chico del cuarto oscuro, algún día lo sabrás. Ahora quítate todos esos malos rollos de la cabeza y descansa tu resaca, que por la forma en que escribes es más que evidente que no se te ha pasado todavía –escribió Merche, que parecía haber recuperado su jovialidad y energía habitual.
            Las demás chicas se echaron a reír.
            -Oye, ¿y cómo llegaste al piso al final? No has llegado a contárnoslo –preguntó, curiosa, Ana.
            -Digamos que Matthew apareció en el momento adecuado en el lugar más inesperado –empezó a contar Sienna, indecisa a la hora de escoger las palabras precisas.
            Todas se asombraron al leer la aparición espectacular de la limusina del chico y como éste la llevó al hotel sin intentar aprovecharse de la situación.
            -Vaya, Sienna, con menuda gente te estás codeando. Ahora nos escribes para contarnos tus penas, pero me juego el cuello a que dentro de dos meses ya ni te acuerdas de nosotras de lo ocupada que vas a estar con tus nuevos amigos ricos –comentó una de las chicas.
            Poco a poco, las jóvenes fueron abandonando la conversación para dedicarse a estudiar, arreglarse o salir a tomar algo con más gente. Al final sólo quedaron Sienna y Merche.
            Una vez solas, Sienna le explicó cómo Matthew le había cantado al oído en el ascensor y lo maravilloso que era tenerle como amigo.
            -¿Cómo amigo? Tía, a mi mis amigos no me suelen cantar, salvo que estén intentando reírse de mí con alguna canción famosa. Yo creo que ese chico quiere algo más, lo pienso desde el primer momento.
            -Qué va. Estoy segura de que no. Es un chico muy majo y nos llevamos genial, eso es todo.
            -Bueno, tú verás.
            -¡Ay! No le busques tres pies al gato que entre él y yo no hay nada. Me encanta estar con él, me parece muy interesante y es muy guapo, pero es demasiado príncipe azul y yo no soy ninguna princesa –al decir eso, recordó cómo se dirigió él a ella en el mensaje que leyó en la discoteca y se sonrojó.
Agradeció que la cámara web estuviera apagada porque sino su amiga no se creería ni una sola de sus palabras.
-Eso sí, no voy a negar que si no fuera por él y por Abby, no sé que habría sido de mí anoche. Voy a enviarle un mensaje para darles las gracias –añadió.
-¿Un mensaje? Tía, te cuidaron como a un bebé y el chaval hasta te acostó. Por mucha vergüenza que te de, deberías darle las gracias en persona. ¿Por qué no le dices de quedar esta tarde y os tomáis algo? –sugirió Merche.
-Sí, no estaría mal. Podría quedar los tres y charlar. Cuanto antes hablemos de lo que pasó ayer, antes podremos cambiar de tema y olvidarnos de todo –consideró Sienna-. Antes de nada, voy a ver en Facebook si Abby tiene algún plan para estar tarde que, con todo el ajetreo de ayer, no dejé que la pobre me hablase de ella en ningún momento.
Abrió el navegador y tecleó el nombre de la red social. Inició sesión automáticamente y buscó el perfil de su amiga. Abby “preparando el trabajo de literatura con Mike”. Vaya, la chica estaba ocupada. Tendría que dejar el encuentro para otro día.
En el buscador de amigos escribió el nombre de Matthew. Conforme presionó el botón de intro, se percató de que no lo tenía agregado. Bueno, lo buscaría y lo agregaría. No debía haber demasiados Matthews en Facebook listados en el último curso del Saint Patrick’s, ¿no?
Sienna creía que la búsqueda sería rápida y clara. Un único resultado. ¡Qué equivocada estaba! Frente a sus ojos, apareció un larguísimo listado de personas. Sienna no daba crédito a lo que veía. No era una lista interminable de cientos de páginas de diferentes personas, sino miles de perfiles de una misma: Matthew. Su Matthew.

Capítulo 28

Y se hizo la luz.
Tras una larga y reparadora noche, la luz del sol se coló por la ventana del apartamento y llenó la estancia de vida.
Sienna abrió los ojos de forma repentina, como si acabara de oír un ruido inesperado. Sin dejar que ningún pensamiento le cruzara la mente, se puso en pie y, envuelta en el batín que encontró a los pies de la cama, se dirigió al cuarto de baño.
El espejo le devolvió un rostro conocido pero extraño a la vez, diferente a como solía ser. En el ojo izquierdo, una legaña enorme humedecía sus pestañas. Bajo los dos ojos, una ligera sombra morada que le daban aún más aspecto de cansancio. Tal como esperaba, su melena se había tornado una selva salvaje de cabellos despeinados y sucios. Dio gracias por las horas que había pasado en la playa antes de viajar al nuevo continente, ya que al menos su moreno en la piel la diferenciaba de cualquier zombi de película. Tenía la certeza que, con la piel más clara, la imagen que encontró en el espejo la hubiera traumatizado.
Apoyó las dos manos en la repisa del lavabo y agachó la mirada. Pese a que debía ducharse y acicalarse para liberarse de esa sensación de angustia, no lograba animarse a hacerlo.
Cuando el dolor de cabeza la dejaba pensar, diversas imágenes de la noche anterior le sobrevenían, como flashes descontrolados. Una mirada en la barra. Una sonrisa. Un baile desenfrenado en lo alto de una tarima. Un brindis. Un beso misterioso. Pasión.
Abrió el grifo y se echó agua en la cara. Los flashes seguían ahí y cada vez se centraban más en instantes que Sienna desearía no recordar. El cuarto de las puertas blancas. El reloj marcando el pasar del tiempo. Su falta de conciencia, la forma en que se había dejado llevar sin reflexionar en las consecuencias. Había llegado el momento de enfrentarse a la realidad.
Recordar sus siete minutos en el cielo le suponía una tortura. Sin embargo, llegó a la conclusión de que era muy masoquista ya que no podía alejar sus pensamientos de esa habitación, de esos momentos.
¿Qué hacía en España cuando se agobiada de tal manera que no conseguía pensar? El canto del loco siempre era una buena medicina, pero en este caso, necesitaba algo más potente. ¿Llorar abrazada a su almohada? ¿Ahogar las penas saliendo de compras? No, nada de eso cambiaría lo que había ocurrido. La almohada no aguantaría tantas lágrimas ni le daría una solución y, por muy grande que fuera la ciudad, en algún momento las tiendas se acabarían, o ella se cansaría, o tal vez la tarjeta se quedara sin crédito. Antes o después debería volver a casa, volver a la realidad, y sus remedios sólo habrían servido para retrasar el enfrentamiento.
¿Cómo fue tan inútil, tan descerebrada? ¿Cómo pudo tirar sus principios a la basura y jugar a ser una persona que no era, alguien a quien no podía más que recriminar malos comportamientos?
Abby y Cindy, Cindy y Abby. Discutiendo por ella. No, la almohada no evitaría que el lunes las dos chicas se encontraran de nuevo en clase y que las malas vibraciones, las miradas de odio y rencor, si no las palabras enfadadas, se adueñaran de la paz de la escuela.
Por otro lado estaba Dean. ¿Fue a él a quien besó en el cuarto oscuro? Algo dentro de ella le hacía creer que así era, aunque tal vez sólo se tratara de ilusión y temor, mano a mano. Cerró los ojos y se concentró en las imágenes que la visitaban una y otra vez. Recordaba el pecho duro y fuerte, como el de Dean, y los labios grandes que la besaron con ímpetu. Recordaba una camisa clara, puede que blanca, como la de Dean. Cindy le dijo que Dean se había besado con otra chica durante la fiesta. Sin embargo, ella lo había estado vigilando prácticamente todo el tiempo y, salvo los minutos que pasó en el interior de la habitación con Cindy, lo había tenido localizado a todo momento. ¿Y si había sido él, y si sus ilusiones, sus sueños, se habían hecho realidad? ¿Y si los labios en los que se había vuelto loca, los labios en los que se había perdido, eran los del atractivo chico que no lograba sacarse de la cabeza desde el mismo segundo en que sus miradas se cruzaron por primera vez?
No, estaba claro que no podía ser él. Su Romeo misterioso, su amante de las tinieblas, no llevaba corbata y recordaba con claridad que Dean sí lucía una bonita corbata al cuello. Además, ella no era nadie para gustarle a un chico así. Podía ser un mujeriego, pero ella no era comparable a Cindy ni a muchas de las chicas de la jet set neoyorquina. Era imposible que un joven como él se fijara siquiera en una chica como ella.
Debía quitárselo de la cabeza. Todas esas miradas, todas esas sonrisas picaronas, todas esas palabras turbadoras no eran más que un juego para Dean. Dean no era agua clara, se lo había dicho Abby y se lo confirmó Cindy la noche anterior. No le convenía pensar en él ni permitir que siguiera apareciendo en sus pensamientos. No le convenía, no podía dejar que eso pasara, pero sobre los sentimientos no hay control, no hay permisos que valgan.  Aunque se alejara mil kilómetros de él, no podría evitar enamorarse cada día más de él.
Sin decidir todavía cómo actuar, oyó su móvil sonar a los lejos, en alguna parte de la casa. Caminó despacio fuera del baño, sin prisas. Quien la llamara podía esperar. Era sábado y los sábados son días de calma, y más si son sábados de resaca.
La melodía la llevó al salón, donde la esperaba su bolso en el mismo lugar que Matthew lo había dejado la noche anterior. Introdujo la mano dentro del bolso y sacó el teléfono que sonaba cada vez más fuerte. Papá.
Asombrada, volvió a mirar de nuevo la pantalla. El nombre permanecía ahí, iluminando el teléfono que pedía a gritos ser descolgado. Su primer impulso fue cancelar la llamada. Todavía no estaba preparada para hablar con él. Era consciente de que en algún momento debería hacerlo, sabía que llegaría el día en que pudiera recriminarle que la hubiera enviado tan lejos sola para estar con su nueva novia. Quería que ese día llegara para poder culparle de la desaparición de su madre, de su soledad, del poco tacto que había tenido al comenzar una relación con otra mujer sin pararse a considerar el duro golpe que sería para ella, que había perdido a su modelo, a su mejor amiga, a su madre. Deseaba que llegara ese día puesto que había muchas cosas que ansiaba decirle, cosas que la envenenaban por dentro y anulaban cualquier posibilidad de mirar a su padre como antes y querer con la devoción con que solía. Y aún así, aunque se moría de ganas, sabía que aún no era el momento, que no estaba preparada para ello, y por eso escapaba de su padre, evitaba sus e-mails, ignoraba sus llamadas.
La llamada se cortó. Sienna suspiró aliviada aunque un poco triste en el fondo. De nuevo, el teléfono comenzó a vibrar y sonar. Esta vez no tenía opción, debía responder la llamada. Se arrepentiría sin no lo hacía y ya había demasiadas cosas ese fin de semana de las que se arrepentía.
-Hola, papá.
-Hola, cariño. ¿Cómo estás? –la voz de su padre sonó nerviosa al otro lado del hilo telefónico.
-Bueno, bien. Acabo de despertarme. –el temblor en la voz de su padre la hizo sentirse aún más nerviosa, más insegura.
-Ya llevas una semana por allí y no hemos podido hablar tranquilamente de todo. ¿Qué tal el colegio? ¿Y los compañeros?
Sienna se dejó caer en el sofá y miró a través de los enormes ventanales frente a ella. Sentía como si el tiempo se hubiera parado desde que recuperó la conciencia en el coche de Matthew y, sin embargo, la ciudad seguía moviéndose a su vertiginoso ritmo, sin mostrar ningún cambio, ninguna calma.
Comenzó a hablarle de forma escueta de las clases y los profesores pero de pronto una estampida de palabras se escapó de su boca y le contó que había ido a una fiesta, le habló de sus amigas, del guapo Dean, de la ternura de Matthew, de cómo le había cantado al oído. Evitó detallar la vestimenta de la fiesta y el estado en que se encontraba la noche anterior, pero describirle su nueva vida resultó ser un alivio y una liberación para ella.
Al otro lado de la línea, su padre escuchaba sin interrumpirla. Sólo murmuraba alguna palabra para hacerle saber que seguía ahí y que le interesaba todo lo que le contaba.
Una vez que Sienna se hubo calmado un poco, su padre tomó la palabra.
-¿Seguro que estás bien, cariño? Te conozco y, por mucho que te guste compartir conmigo tus pequeñas aventurillas, nunca antes me habías contado tantas cosas. ¿Te sientes cómoda con tus amigas de allí?
-Sí, papá, son unas chicas estupendas y me tratan genial.
-De todas formas, creo que deberías mantener el contacto con tus amigas de siempre. Sé que te echan de menos y ellas pueden escucharte y aconsejarte como nadie. No olvides que todo tu mundo sigue estando aquí.
Poco después, padre e hija se despidieron con un beso y un tono de voz más serio que antes.
Con el teléfono todavía en la mano, Sienna reflexionó sobre las palabras de su padre. Sí, lo que necesitaba era contarle lo ocurrido la noche anterior a sus chicas, las de siempre. Necesitaba contárselo y que ellas se rieran, le quitaran hierro al asunto y le hicieran ver que lo que pasó en el cuarto oscuro, que su borrachera y el incidente de la fuente carecían de importancia.
No se paró a pensar en el gran paso que la relación con su padre acababa de dar. En ese momento lo único que podía pensar era en correr hacia su ordenador y localizar a Merche y las demás. Tocaba sesión de grupo.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Capítulo 27

La limusina de Matthew hizo su primera parada frente a la casa de Abby. La muchacha dio dos besos a Matthew y le dio las gracias por todo. Sienna se quedó dentro del vehículo mientras los dos hablaban fuera de cómo llevarla a casa.
            Abby estaba obcecada en llevarla ella misma al apartamento, puesto que no le hacía mucha gracia dejar sola a su amiga en el coche con un chico. Sin embargo, al final debió ceder. Se sentía mal por hacerlo, por lo que se justificaba pensando que el chico era de fiar y que si le hacía algo a su amiga, quien más saldría perdiendo era él.
            Matthew volvió a entrar en el coche y se sentó en un lado del vehículo para no molestar a Sienna. Colocó la cabeza de la chica, que estaba acostada en el asiento, sobre su regazo. Mientras el vehículo cruzaba la ciudad, los dedos del joven acariciaban el pelo mojado y despeinado de Sienna.
            Sienna simulaba estar dormida, aunque en realidad era más consciente de lo que ocurría a su alrededor que durante toda la noche. El chapuzón de la fuente le había sentado de maravilla para despejar la mente.
            Con discreción, olió el pecho del chico. Olía a limpio, a fresco. Se preguntó cómo olería ella después de haberse bebido un bar entero y de pegarse un baño en una fuente de agua sucia y verde.
            Notó que sus piernas estaban muy descubiertas, desprotegidas por esa falda tan corta. Tuvo la tentación de colocarse mejor la falda aunque se reprimió para que Matthew no supiera que estaba despierta. No tenía miedo de que el chico intentara propasarse con ella, todo lo contrario, sabía que podía fiarse de él. Esa tentación no se debía al miedo, sino a la vergüenza. ¿Cómo podía sentir vergüenza de mostrar su cuerpo cuando todo el colegio acababa de verla? Tal vez fuera porque no le importaba nada lo que pensara el resto del colegio o porque el alcohol la hubiera hecho desinhibirse en demasía, pero se sentía mal porque Matthew, un chico tan dulce y tierno, tan misterioso, la viera convertida en una cualquiera, en una chica más.
            Mientras reflexionaba con los ojos cerrados y disfrutaba del olor y las caricias del chico, el vehículo llegó a su destino. Sintió a Matthew moverse bajo ella para abrir la puerta. Una vez hecho, con cuidado, el chico la zarandeó. Sienna abrió los ojos con lentitud.
            -Buenas noches, sirenita –sonrió.
            Sienna lo miró en silencio y le respondió con una sonrisa tímida.
            -Ya hemos llegado a casa.
            El chico salió del coche y la ayudó a ella también. Le quitó el bolso del brazo y buscó dentro las llaves del edificio. Sin decir más, caminó hacia la puerta principal. El portero le saludó con una sonrisa, medio dormido, y le dejó pasar. Se acordaba de él.
            Sienna lo miró andar. Todo parecía tratarse de un sueño. El cabello dorado de Matthew, mojado y peinado con cuidado, no se ocultaba esta vez bajo ninguna gorra. Sienna pensó en lo guapo que era cuando dejaba que el mundo lo viera. Llevaba una camisa azul de cuadros y unos vaqueros oscuros que le favorecían mucho. No era la ropa que una princesa esperaría para su príncipe, pero a Sienna no le cabía duda de que Matthew acababa de convertirse en su príncipe azul.
            El chico la esperaba dentro del edificio, con una sonrisa. Sienna caminó despacio hacia el interior, tambaleándose sobre sus tacones. Cuando llegó a la altura del chico, éste le tendió un brazo y ella se agarró a él. Entraron en el ascensor en silencio.
            En un impulso irreprimible, Sienna lo abrazó y volvió a apoyarse en su pecho. Agradeció que el chico fuera más alto que ella porque le encantaba ese torso fuerte que le daba paz y serenidad. Con él se sentía protegida, se sentía segura. Al principio, sintió el cuerpo del joven paralizado, sin saber que hacer, pero éste no tardó en reaccionar. Sus dedos volvieron a perderse en su pelo y a acariciarle la cabeza con ternura. Sienna cerró los ojos y respiró profundamente.
            El ascensor subía los pisos, uno tras otro, sin prisa pero sin pausa.
            Matthew agachó la cabeza y buscó el oído de Sienna. Lo acarició con la punta de la nariz, tranquilo. Sienna sintió un nuevo escalofrío, aunque esta vez no se debía al agua ni al susto. Esta vez fueron sus labios los que le rozaron la cabeza. Matthew le acababa de besar con cariño la cabeza aunque tenía el pelo hecho un lío y un asco, aunque estaba segura de oler a fuente.
            Su corazón comenzó a latir a mil por hora, sin control.
            Y entonces la oyó. La voz de Matthew, suave, dejó de hablarle en castellano, como llevaba haciendo desde que la encontrara en la calle empapada. La voz se tornó un susurro, una caricia en palabras, una melodía. Matthew le cantaba al oído y le decía cosas preciosas en esa canción.    
            You are what I was looking for, a piece of peace into my broken world. The calm and love into all my wars, you are and you’ll be what I’ve been looking for.
            No se movió para no destrozar el momento, para no romper la magia. Estaba perdida en las palabras, descifrando cada sílaba de la canción, soñando.
El ascensor se encargó de devolverla a la realidad. La puerta se abrió y se encontró de vuelta a casa frente a la puerta de su piso.
Matthew le sonrió de nuevo y, con la llave en la mano, abrió la puerta del piso. Sienna caminó tras él, como si fuera de visita a esa enorme casa, como si toda perteneciera a él y a nadie más.
El chico entró al cuarto de baño y volvió con unas toallas. Le secó el pelo en silencio y le dijo que se quitara la ropa. Se giró y le prometió que no miraría. Sin rechistar, Sienna le hizo caso y, una vez desnuda, se envolvió en la toalla seca.
Matthew la tomó de la mano y la llevó a su habitación. Abrió la cama y le dijo que se tapara con el edredón. Así lo hizo.
-¿Estás bien? –le preguntó.
Sienna respondió meneando la cabeza afirmativamente.
-Entonces puedo marcharme ya –agachó la cabeza sobre la de Sienna y le besó la frente-. Buenas noches, Sienna.
De nuevo, silencio. Solo dos sonrisas cansadas y felices.
Dejó la llave en la mesita de noche y salió de la habitación. Sienna oyó una puerta cerrarse. Se había ido. No tuvo tiempo a pensar en nada porque instantes después cayó rendida y se durmió.

Capítulo 26

Deseaba que el viento le diera en la cara y la espabilara un poco, pero no tuvo suerte y al cruzar las puertas de la discoteca, un calor asfixiante las envolvió. La cola que viera al llegar a la fiesta había crecido y se había duplicado, triplicado, puede que incluso se hubiera multiplicado por mil, porque el tumulto de gente que la rodeaba era increíble. Los comentarios, las miradas cargadas de envidia, los gritos de aquellos que esperaban su turno para entrar en una fiesta que jamás pisarían, todo ese ambiente cargado la hizo sentirse aún peor.
Desde el interior de la discoteca les llegaba música, en concreto la canción que habían cantado Cindy y sus amigas en la limusina de camina a la fiesta. Igual que pasó entonces, todas las chicas de la cola se pusieron a cantar a coro. 
Sienna vio como Abby sacaba su iPhone y se lo llevaba a la oreja. La observó, mientras permanecía pegada a una pared para evitar caer al suelo, y vio como la chica hablaba con alguien y se enfadaba. Marcó a otro número y la situación volvió a repetirse, aunque la cara de enfado esta vez fue mayor.
-¡Pues no que dicen que no pueden enviar ningún taxi aquí ahora mismo! ¡Que vayamos a una parada! ¡Increíble! ¡Qué vergüenza de servicio!
Sienna sabía que Abby estaba disgustada por más cosas que los taxis. Por su culpa, se había enfrentado a la persona que más parecía temer en el mundo: su prima Cindy.
-¿Y Gary? ¿Por qué no viene él? –logró preguntar.
-No puede venir. Su hijo ha pasado una noche muy mala con dolor de oído y le ha tocado llevarlo al hospital. Me ha dicho que si era urgente venía a por nosotras enseguida, pero no sé…
-¡No, por favor! Deja a Gary con su hijo. La culpa es mía por beber más de la cuenta.
Abby no le respondió. Sienna tuvo el presentimiento de que su amiga opinaba lo mismo. Las dos comenzaron a andar en dirección contraria a la cola. Según dijo Abby, por allí no tardarían en ver algún taxi libre.
Caminaron un buen rato sin éxito. Cuando por fin vieron un vehículo amarillo pasar a su lado, Abby saltó al medio de la carretera y movió los brazos para pararlo. El conductor frenó en seco para no atropellarla.
Abby se acercó a la ventanilla a hablar con el hombre. Sienna, agarrada de la mano de la chica, estaba al lado de ella con la vista clavada en el suelo y el estómago dándole vueltas. Volvió a sentir otra arcada.
Oyó al taxista decir en reiteradas ocasiones que no y arrancar el coche con la misma velocidad con que había frenado. Se había negado a llevarla al ver que estaba bebida y podía ensuciarle la tapicería del taxi. No le culpó, aunque se sintió perdida. ¿Cómo iba a llegar a casa desde allí?
Mientras Abby increpaba al taxista desde el medio de la carretera, al tiempo que el vehículo se alejaba, Sienna se soltó de la mano de su amiga y echó a andar hacia una fuente cercana.
Se sentó en el borde de la fuente y echó las manos al interior del bolso. Abby se había encargado de recoger sus pertenencias en el guardarropa antes de salir, y menos mal que lo hizo, por hasta ese mismo momento no había recordaba que tenía que hacerse cargo de más cosas que de ella misma.
En el fondo del pequeño bolso encontró el móvil. Lo miró y vio que tenía un mensaje. Intentó leerlo pero las letras se movían de un lado a otro de la pantalla. Sólo consiguió ver una W, una T, una M, todas mezcladas en la pantalla.
Guardó el teléfono dentro del bolso y lo cerró. El mareo cada vez era mayor, peor. No podía mantenerse recta, por lo que echó la espalda atrás para apoyarse en la pared.
De golpe, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Estaba mojada. La ropa, el pelo, el bolso. Sin darse cuenta, se había recostado en una pared imaginaria y cayó dentro de la fuente.
La impresión y la humedad, junto a las copas de más, la hicieron romper a reír.
Abby corrió hacia ella, asustada. Cuando llegó a su lado, se dio cuenta de que estaba hablando sola. Sienna emitía gruñidos inidentificables que debían ser palabras, pero definitivamente no hablaba con ella, ya que no dejaba de repetir un nombre: Dean, Dean, Dean.
Impactada, se quedó quieta observando a la chica. Ésta chapoteó en el agua y se acercó con aire sensual a uno de los ángeles que decoraban la fuente. Apretó los labios en un beso que regaló a la pequeña figura de piedra. Abby nunca había visto nada igual.
Un grupo de chicas pasó por allí y se echó a reír ante semejante escena. Abby reaccionó. Por suerte, no eran chicas del colegio y nadie tenía porque enterarse de lo que estaba pasando. Alargó la mano al interior de la fuente para intentar sacar a Sienna del agua. No lo conseguía porque la chica no dejaba de moverse de un lado a otro, lanzando agua divertida.
Un coche de policía pasó por la esquina de la calle. Abby tuvo miedo. Si encontraban a Sienna ahí, bañándose en la fuente, podía tener problemas. Además, era evidente que había estado bebiendo y aún les faltaban cinco años para ser mayores de edad. Sin padres en el país… ¿qué le pasaría a Sienna?
Una pareja se acercó a ayudarla. La chica se quedó atrás para no mojarse, pero el chico se sentó junto a Abby en el borde de la fuente y la ayudó a estirar de Sienna. Pese a que tardaron un poco, lograron sacarla del agua. Abby dio las gracias al chico, que echó a andar secándose las manos en los vaqueros antes de abrazar a su novia.
Abby no quiso ni pensar en qué estarían hablando ahora mismo de ellas, con sus uniformes escolares y sus tacones de vértigo. Estaba convencida de que al día siguiente les contarían a todo el mundo que habían pescado a una colegiala muy atrevida en una fuente de la ciudad.
La preocupación inicial se convirtió en histeria. ¿Qué podía hacer con Sienna? No se atrevía a caminar con ella hasta casa ya que estaban bastante lejos y, tal como estaba, se la imaginaba haciendo un striptease en cualquier calle transitada. No, tenía que esperar a que la chica estuviera un poco mejor. Esperaba que el agua la hubiera espabilado un poco, porque no le hacía mucha gracia recibir esos abrazos mojados y emocionados por parte de Sienna a tan altas horas de la madrugada. Acabarían resfriándose las dos.
Sienna no entendía que estaba pasando. Sabía que estaba hablando pero no oía que decía. Veía la cara de mosqueo de Abby y era consciente de que todo era culpa suya, por lo que intentaba disculparse a base de abrazos. Los coches les pitaban y piropeaban y, todo lo contrario a sentirse guapa y atractiva, se sentía avergonzada.
Una limusina oscura paró frente a ellas. Sienna se abrazó más fuerte a Abby, intentando esconderse. ¡Dios mío, seguro que Brad Pitt estaba dentro y la estaba viendo en la mayor borrachera de su vida!
El vehículo seguía estacionado frente a ellas cuando su móvil comenzó a sonar. Con dificultad, echó mano al bolso y lo buscó dentro. Sus manos mojadas resbalaban con los diferentes objetos del interior. Cuando por fin lo alcanzó, el teléfono había dejado de sonar.
Abby le arrebató el móvil de las manos y lo desbloqueó para ver de quién era la llamada, con la esperanza de que fuera alguien que pudiera ayudarla a llevar a Sienna a casa. Leyó el nombre que aparecía en la pantalla del teléfono y sonrió:
            -Es Matthew.
Sienna escuchó el nombre asombrada. ¿Qué querría el chico a esas horas de la madrugada? Debía ser muy tarde para él, ya que no había ido a la fiesta. Imaginaba que ya debía de llevar dormido mucho rato.
No tardaría en descubrir el motivo de la llamada. La puerta de la limusina se abrió y Matthew salió de su interior. Corrió hacia Sienna con cara de preocupación. Al llegar a su lado, la abrazó.
-Ma… Matthew.
La voz de Sienna volvió a temblar pero el nombre se oyó con claridad.
-¿Qué le ha pasado? –preguntó a Abby.
Sienna escuchó a Abby contarle algo a Matthew, pero no logró elucidar qué. Sólo notar el cuerpo de Matthew abrazando el suyo, sólo podía oír el corazón acelerado del chico latiendo sin freno. Le acarició el pecho con el pelo mojado y sonrió. Cerró los ojos y en ese instante el mundo se paró a su alrededor. Sabía que llegaría a casa sana y salva, que Abby la perdonaría.
Matthew había llegado para salvarla.

Capítulo 25

De nuevo en la pista de baile, Cindy se esforzó en borrar la tristeza de su rostro y regresó junto al resto del grupo. Las chicas la atacaron con preguntas, aunque menos que a Sienna, ya que Dean y Cindy no eran novedad. Sin embargo, algunas preguntas la hicieron poner mala cara, gesto que no se escapó al ojo atento de Sienna. Con la intención de cortar el interrogatorio, recordando que a su salida del paraíso la rubia la había ayudado a librarse de preguntas indiscretas, Sienna cogió a su amiga de la mano y se puso a bailar con ella, ignorando a las demás. Lauren se mostró indignada, pero no dijo nada y se unió al baile.
            Bailaron largo rato sin cesar de moverse ni un segundo, por lo que Sienna no se sorprendió al notar un cosquilleo en las piernas. El cansancio comenzaba a afectarle y dudaba que pudiera soportar mucho más tiempo sobre los altísimos tacones que acompañaban el uniforme.
            Puesto que Cindy parecía estar entretenida con las demás, Sienna decidió darse un descanso y sentarse con Abby. Con disimulo y sin decir nada se separó del grupo.
            No tardo en llegar junto a Abby, que permanecía en el lugar exacto donde rato antes la viera. La chica jugueteaba con la caña rosa fosforita de su Coca Cola. Su indumentaria, más propia de niña de colegio de monjas que de colegiala sexy, desentonaba un poco con la del resto de las jóvenes del local. Pese a ello, en ese momento Sienna la envidió: la chica estaba muy guapa y  no necesitaba mostrar su cuerpo a los demás para demostrarlo.
            -¡Hola, Abby, la mejor amiga del mundo mundial! –sin darse cuenta de la brusquedad del movimiento, se lanzó sobre ella en un abrazo efusivo.
            La besó con fuerza en las mejillas y después se desplomó en la silla vacía al lado de Abby.
            -¿Qué tal la noche? ¿Te han llamado a la sala de la puerta blanca? –se hizo oír a base de gritos.
            -Qué va. Aunque era de esperar. Cindy no se arriesgaría a dejarme entrar. De todas formas no me pierdo nada.
            -¿Cómo que no? ¡Hay muchísimos chicos guapos en esta discoteca!
            -Sí, bueno… Muchísimos chicos guapos que no me han dirigido la palabra en todo el rato y a los que no les ha importado que llevé horas sentada en esta silla, muerta de aburrimiento.
            El comentario provocó un sentimiento de culpabilidad a Sienna. Pese a que había pensado varias veces esa noche en acercarse a Abby, llevaba horas en la fiesta y no lo había hecho hasta que le había comenzado a doler los pies. Estaba siendo muy mala amiga con ella y era consciente de ello.
            -¡Bah! ¡Pasando de chicos! –volvió a gritar para animarla-. ¿Qué te parece si bailamos un rato y así dejamos que se den cuenta de lo que se han perdido.
            Abby sonrió pero no dijo nada. Como única respuesta, movió la cabeza de un lado a otro en gesto negativo.
            Sienna intentaba encontrar un tema favorable de conversación para demostrar a su amiga que no la había abandonado, aunque le resultaba imposible. Estaba bloqueada. Además, notaba como las palabras salían con dificultad de su boca, apelotonadas unas con otras en ocasiones o demasiado lentas en otra.
            La cabeza le daba vuelta. Cada vez que giraba la cara hacia algún lado, la discoteca se movía de arriba hacia abajo como si estuviera en el epicentro de un terremoto. Apoyó el rostro entre sus dos manos y bajó la vista al suelo.
            -Sienna, ¿estás bien? –preguntó Abby, quien la observaba con atención.
            -Sí, sí, no te preocupes. Sólo ha sido un pequeño mareo –respondió tras levantar la cabeza y forzar una sonrisa.
            Sus intentos por tranquilizar a Abby fueron en vano. Abby procedía de una familia famosa que frecuentaba cócteles y cenas de gala con mucho alcohol de por medio, por lo que no le costó reconocer los síntomas en Sienna: exaltación de la amistad, dificultad para formular frases, tardanza para reaccionar a estímulos, mareos… No cabía duda: Sienna se había pasado con las copas y estaba un poco desfasada. Y, aunque simulara estar bien, su rostro pálido y el olor a alcohol que le llegó cuando se acercó a besarla la delataban.
            Genial. Tenía que volver a hacer de salvadora y guardiana. Llevaba algún tiempo sin saber de ella y sin embargo, sabía que le tocaría acompañarla a casa y tal vez incluso debiera acostarla después de vomitar en el cuarto de baño de su enorme piso.
            Abby se preguntaba cómo se las apañaba para que siempre le pasara lo mismo. Siempre estaba sola, siempre acababa en un rincón sin compañía de una amiga de verdad, pero al final de la noche, tenía que ser ella quien se encargara de que Sienna mantuviera su salud y su reputación, algo incluso más importante que el propio bienestar físico y mental en el St. Patrick.
            Necesitaba sacar a la chica de la fiesta cuanto antes, ya que si se metía una gota más de alcohol en el cuerpo o giraba sobre sí misma mientras bailaba una sola vez más, el recuerdo que los compañeros de clase tendrían de ella a partir de ese momento cambiaría mucho.
            Por su parte, Sienna suplicaba en silencio al mundo que dejara de dar vueltas. Quería ralentizar el tiempo, los movimientos, las luces. Los destellos le golpeaban en la cara y le hacían verlo todo a cámara lenta o demasiado rápida. Sintió angustia durante unos segundos que le parecieron interminables. Con los ojos cerrados, rezaba para no ponerse a vomitar en medio de la fiesta. Nunca había sido de ese tipo de chicas y no deseaba que aquel día fuera el primero.
            De repente oyó una voz tras ella gritando su nombre. Pensó en girar el rostro y ver a la persona que la llamaba, pero el pensamiento de mover la cabeza, de abrir los ojos y volver a la realidad, el pensamiento de que el mareo fuera a más la asustó y se quedó tal como estaba.
            La voz volvió a sonar, más fuerte que antes, y esta vez, sin necesidad de levantar la cabeza, supo que se trataba de Cindy.
               -¡Sienna! ¿Qué haces aquí? ¡Te he estado buscando por todas partes! Vamos a tomar unos chupitos para brindar por nosotras y por esta primera fiesta tuya en el colegio y no puedes faltar. ¡Vamos para la barra!
            Cindy estiró del hombro a Sienna para alejarla de Abby. Las primas ni se miraron. Pese al estado de desconexión total de Sienna en ese momento, pudo notar las malas vibraciones en el ambiente.
            Sienna no se movió, ya que su cerebro parecía haber olvidado como comunicarse con el resto del cuerpo, en especial con las piernas. Hizo un esfuerzo por levantarse. No lo consiguió.
            -¡Venga, vamos! –la rubia la tomó de las manos para ayudarla a levantarse.
            Antes de que lo lograra, Abby habló.
            -Déjala en paz, Cindy. No puede beber más por hoy. Debería irse a casa –la mirada de Cindy perdió su dulzor habitual y se convirtió en una llamarada de fuego, de odio.
            -¡Qué sabrás tú de beber! Sienna quiere seguir de fiesta, y está claro que contigo no la va a tener, así que déjala que venga con nosotras –volvió a dar un tirón a Sienna para levantarla.
            Esta vez consiguió que la joven se pusiera en pie.
            Sienna miró a Abby, disculpándose con la mirada y sin poder pronunciar palabra alguna aún. Sabía que había bebido mucho, que estaba muy mareada y que más alcohol no podía traerle nada bueno, pero no se atrevía a interponerse en esa pelea de gatas. Se dejó arrastrar por Cindy.
            Abby se puso de pie y se apresuró a caminar tras de ellas.
            -¡Suéltala, Cindy!
            Cindy no la escuchaba. Oía los gritos y sentía las miradas de los compañeros de clase fijándose en ellas, pero no dejó de andar. No tardó mucho en llegar a la barra donde el resto de chicas la esperaban. Los pequeños vasos de tequila ya estaban dispuestos en la barra.
            Cogió un chupito y lo colocó en la mano de Sienna. Después tomó otro para ella y anunció el brindis:
            -Por esta fiesta de apertura de curso, que augura un año lleno de emociones y diversión. Y sobre todo, por Sienna, que va a hacer que este curso sea el más especial de todos.
            Abby seguía gritando e intentando quitarle el vaso a Sienna de las manos. No lo logró y el ardiente líquido corrió garganta abajo.
Esta vez, el cuerpo de la joven no aguantó más y se dobló sobre sí mismo. Sienna se llevó las manos a la boca para reprimir la arcada. Cuando levantó la cabeza, orgullosa de haberse controlado, vio más vasos sobre la barra y a Cindy ofreciéndole otro.
-¡Sienna! ¡Vámonos! ¡Vas a acabar fatal esta noche si no te vas ya! –Abby la agarró con furia y la sacó fuera del círculo de chicas.
Cindy soltó el vaso y estiró a su prima de la camisa.
-¡Pero quieres dejarla en paz! ¿No ves que se lo está pasando bien y estás aguándole la fiesta?
Las dos chicas se enzarzaron en una discusión cargada de gritos y malas palabras. Sienna estaba mareada, muy mareada, y repentinamente sintió ganar de echarse a llorar. Se metió entre sus dos amigas y las separó.
Hizo un esfuerzo por hablar.
-Me encuentro muy mal. Quiero… quiero irme.
Las primas se quedaron calladas. Abby miró a Cindy con una sonrisa de triunfo y tomó a Sienna de la mano.
-Ven conmigo, te acompañaré a casa. Tengo el número de tu chófer y seguro que está aquí en un minuto.
-No, Sienna, ven conmigo. La limusina ya está en la puerta y estarás antes en casa –añadió Cindy.
-¿Y perderte el resto de tu maravillosa fiesta, Cindy? Porque ahora mismo, Sienna no necesita a alguien que la meta en un coche, cierre la puerta y vuelva a bailar. Necesita que la suban a casa, le abran la puerta y la acompañen hasta la cama. ¿Estás dispuesta a dejar a Dean solo rodeado de todas estas lagartas? –acabó la frase señalando a Claire, Lauren y las demás chicas del grupo, que se mostraron ofendidas pero se mantuvieron en silencio.
            Cindy tampoco contesto. Echó la vista a un lado y vio a Dean, en la barra, coqueteando con una de las camareras. No podía dejarlo solo esa noche, y mucho menos después de lo que había pasado en sus siete minutos en el paraíso. Tenía que descubrir a la chica con la que se había enrollado y ponerla en su sitio.
            Abby aprovechó esos instantes de duda de Cindy para alejarse de las chicas con Sienna.
            Antes de que Cindy abriera la boca para responderle, las dos jóvenes estaban fuera de la fiesta.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 24

La voz del DJ llamó a la siguiente chica que entraría en la sala de los siete minutos en el paraíso. Sienna esperaba que ese nombre fuera el de alguna de sus amigas para así dejar de ser el centro de atención del grupo, pero no fue así.
Todas le preguntaban quién era el chico con el que había estado y, aunque ella les decía que no lo sabía, no la creían. ¡Qué más quisiera saber de quién eran esos labios que la habían hecho enloquecer!
-¿No te dijo nada? ¿Oíste su voz? –preguntó Cindy, intentando enmascarar su interés.
-Le hablé un par de veces pero ninguna de ellas me contestó. Se encargó muy bien de que no pudiera reconocerlo.
-¿Y tampoco lo viste, ni siquiera un poquito, en la oscuridad? –insistió.
Sienna negó con la cabeza.
-¿Cómo ha sido? ¿Te ha gustado? ¿Besaba bien? ¿Hasta dónde habéis llegado?
Las chicas lanzaban las preguntas como balas en un tiroteo, sin dejarle tiempo para responder. Y en el fondo, Sienna lo agradeció, ya que no sabía qué les hubiera contestado.
Cindy rompió una lanza a su favor, al verla tan apurada, y cambió el tema de conversación.
-¿Por qué no seguimos bailando? Estoy segura de dentro de poco nos llamarán a las demás y entonces poco a poco nos iremos perdiendo en la fiesta. ¡Vamos a pasarlo bien juntas ahora que podemos!
Volvieron a la pista de baile, pero esta vez no se plantaron en el centro. Cindy las llevó al pie de una tarima, donde un chico bailaba con unos pantalones cortos y estrechos y la camisa abierta con el logo del colegio Saint Patrick bordado en un lado.
Dirigió la mirada a lo alto y sonrió. Las chicas comenzaron a subir la delicada escalerilla con mucho cuidado. Cindy le pidió que subiera ella también y, sin pensarlo, siguió a las demás. Mientras subía, se le cruzó por la cabeza el inquietante pensamiento de que seguramente desde abajo todos estarían viéndole la ropa interior, pero no le importó. Con esa falda tan corta, estaba segura de que ya había visto más de la cuenta y, además, Cindy iba tras ella. Confiaba en que nadie la miraría cuando tras de ella iba una belleza rubia mucho más sexy.
*  *  *  *  *
En cuanto llegaron arriba, Cindy se acercó al bailarín, con aire guerrero, y se puso a bailar pegada a él. El chico, de unos veintipocos años, entendió enseguida lo que buscaba esa chica y le siguió el juego. Mientras sus amigas bailaban, provocativas, en lo alto de la tarima, la despampanante rubia mostraba sus movimientos más inverosímiles y felinos. Sin embargo, sus ojos no se centraban en el guapo bailarín, sino en los rostros que se mezclaban unos con otros en la discoteca.
Allá al fondo, en la barra donde un rato antes habían estado bebiendo, vio a su novio, vestido con pulcritud. La camisa lisa, impoluta, perfecta. La corbata un poco suelta, con aire desgarbado. Un Martini a medio beber. Respiró, tranquila. No lo había visto desde el principio de la fiesta y aún no habían podido hablar ni estar el uno con el otro. El chico miró hacia arriba y sus miradas se cruzaron. Le sonrió. Su mundo volvió a la calma, a la normalidad. Por un momento había pensado… había creído que…
 *  *  *  *  *
Pese a que sabía que sucedería, oír el nombre de Cindy por los altavoces de la discoteca y ver a Dean escabullirse en el interior de la habitación oscura no le hizo ni la más ligera gracia. Forzó una sonrisa de ánimo para su amiga y la observó con disimulo bajar las escaleras y caminar con paso ligero y feliz hasta la puerta blanca.
Un par de bailarines más habían subido un rato antes a la tarima a hacerles compañía y bailar con las chicas, pero Sienna había perdido las ganas de hacerlo sabiendo que Dean ya no podía verla. Por un instante se sintió ridícula, infantil. Y no únicamente por la indumentaria de escolar.
Bajó las escaleras de la tarima y fue a la barra a pedir algo para beber. Era consciente de que tomar algo más con alcohol sería una terrible elección. No estaba acostumbrada a beber y esa noche ya había tomado demasiado alcohol, pero cuando el camarero le puso una copa de color rojo sangre sin preguntarle qué quería, no se resistió y tomó la bebida entre sus manos.
            Unas chicas de clase con las que no había hablado nunca se le acercaron a saludarla. Sienna las reconoció como las amigas de Abby, las que estaban con ella el día de la anterior fiesta.
            -¿Dónde está Abby? No la he visto en todo el rato.
            -Está allí, sentada en una de esas mesas del lateral. No le gustan mucho las fiestas pero su madre la obliga a venir, así que siempre que puede busca un sitio cómodo donde dejar que pase el tiempo.
            Con seguridad, Sienna sonrió a las chicas y con un ligero gesto se despidió de ellas. Llevaban ya un rato hablando y todavía no sabía cómo se llamaban, lo que la incomodaba en gran manera. Decidió ir al cuarto de baño y después acercarse a la mesa donde estaba Abby. Más tarde volvería con las chicas, pondría buena cara a Cindy y seguiría bailando con ellas hasta que la fiesta decayera y la gente comenzara a marcharse a casa.
            Al llegar a la puerta del servicio, vio una larga cola de chicas hablando unas con otras. Algunas le sonaban de clase, a otras no las había visto jamás. Una morena con el pelo corto se colocó detrás de ella y comenzó a darle conversación. Mientras la escuchaba hablar, recordó aquello que solía decirle Merche cada noche al volver de fiesta: “se hacen más amigos en la cola del baño que en cualquier otro sitio”.
            Una vez dentro del lavabo, mientras esperaba su turno para entrar en uno de los cuartos de baño, observó a las demás chicas retocarse el maquillaje y emparejarse el pelo. Se miró en el espejo y una chica pálida y con cara de cansancio le devolvió la mirada. Su primera reacción fue dar un pequeño salto hacia atrás. No se reconocía en aquella imagen. ¿Qué había hecho esa noche para parecer un zombi? ¡Si hasta los zombis tenían mejor pinta que ella! ¿Cómo esperaba que Dean o algún otro chico se fijara en ella con esa apariencia? Tenía todo el pintalabios despintado, manchándole un poco las mejillas. La sesión de besos había causado estragos.
            Se salió un momento de la cola para limpiarse la cara y refrescarse un poco.  
De pronto, una chica entró corriendo en el cuarto de baño y la golpeó en el hombro. Sienna se giró a decirle que tuviera más cuidado y se encontró con Cindy. Ésta no parecía haberla visto.
Cindy había abierto una puerta de los servicios, que en ese momento estaba ocupado por una chica que se cubrió con las manos rápidamente, y gritó a la muchacha para que saliera de dentro y la dejara pasar. Estaba nerviosa y al borde del llanto.
El resto de jóvenes de la cola se miraron entre sí y contuvieron la risa.
Sienna se apresuró tras de ella, pero Cindy había cerrado la puerta enseguida y le impedía el paso. Golpeó la puerta una vez, dos veces, otra vez más, con fuerza e insistencia.
-¡Cindy! ¡Cindy! ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? –tras la puerta oyó unas arcadas. Su amiga estaba vomitando.
Volvió a aporrear la puerta.
-¡Cindy! ¡Déjame entrar, por favor! Soy Sienna.
Las chicas de la cola reían disimuladamente, pero a Sienna no le pasó desapercibido, así que se giró con furia hacia ellas y les espetó que se marcharan. Alguna se quejó, diciendo que necesitaba usar el servicio, a lo que respondió que fueran al cuarto de baño de los chicos. Cuando las muchachas abandonaron el lavabo, Sienna cerró la puerta de la sala tras de ellas y volvió junto al cuarto de baño donde se encontraba Cindy.
-¡No voy a irme de aquí hasta que abras, Cindy!
Ante su insistencia, la joven rubia acabó por abrir. Estaba sentada en el suelo, con los ojos negros por las lágrimas, que habían provocado que el rímel se corriera por las mejillas. Temblaba y no dejaba de llorar.
-¿Qué te pasa? –la chica seguía sin contestar-. ¡Me estás preocupando, Cindy, dime que te ha pasado?
Un pensamiento le cruzó veloz por la cabeza.
-¿No estabas en tus siete minutos con Dean?
Cuando Cindy oyó el nombre del chico, rompió en llanto una vez más. Sienna se arrodilló a su lado en el suelo y, sin mediar palabra, la abrazó. Cindy se apretó fuerte contra su cuerpo y dejó caer la cabeza en el hombro de Sienna. Estaba desconsolada y Sienna no sabía qué hacer para tranquilizarla.
-Me lo ha vuelto a hacer, me lo ha vuelto a hacer –susurró entre sollozos.
Sienna se apartó de Cindy y la miró a la cara, con la mano tomando la de la chica.
-¿Qué te ha vuelto a hacer? ¿Y quién ha sido?
-Dean –respondió-. Me ha vuelto a engañar.
No esperaba en absoluto esa respuesta, por lo que no supo cómo reaccionar.
-¿Con quién? ¿Cómo lo sabes? –su voz tembló al decir esas palabras y, al pronunciarlas, se dio cuenta de que se había equivocado. Una buena amiga jamás preguntaría por los detalles en ese momento. Insultaría al chico para hacer que la otra se sintiera arropada y más tarde hablarían sobre el tema. Se había delatado. Intentó disimular:
-¡Qué asco de hombres! ¡Todos son iguales!
-Sienna, me ha engañado. ¡Otra vez! Nos estábamos besando y entonces hundí la cabeza en su cuello y lo olí. Olía a perfume de mujer. No podía ser yo porque con todo lo que había bailado, el olor ya no se me notaba. Además, no era mi fragancia.
Un escalofrío recorrió la espalda de Sienna.
-Lo siento mucho, Cindy. ¿Reconociste el olor?
-No. Era muy tenue, muy débil, pero estaba ahí. Le pregunté si había estado con otra y… no me respondió. No se atrevió a negármelo. ¡Me dio la razón sin tan siquiera hablar! ¿Cómo puede habérmelo hecho otra vez?
Y entonces comenzó a hablar. Le contó cuántas veces la había engañado, la cantidad de ocasiones en que lo había visto besando a otras y como no le había importado que ella lo supiera. Lloró y entre lágrimas dijo que no lo entendía, que no sabía por qué no era suficiente para él. Lloró y habló, le narró situaciones increíbles y duras, muy duras para una novia enamorada.
-¡Besó a mi mejor amiga, Sienna! A la persona en la que más confiaba en el mundo, aquella amiga con la que imaginé que viviría mil aventuras cuando creciéramos. Y tan sólo llevábamos unos meses juntos. Le quité importancia porque estaba enamorada, porque creía que había sido un desliz. Le eché la culpa a ella y nunca más volvimos a ser amigas. Pero ahora me doy cuenta de que me equivoqué, de que el día en que le perdoné por primera vez abrí la caja de Pandora.
Sienna la escuchaba con el corazón destrozado. ¿Era Dean tal como Cindy lo estaba describiendo? ¿Un hombre sin corazón ni compasión? Apartó esos pensamientos de su cabeza y fue sincera con Cindy. Le dijo las mismas palabras que hubiera usado con cualquiera otra amiga en la misma situación, sin tener en cuanto de que hablaban de Dean, el chico que no desaparecía de su cabeza desde el primer momento en que lo vio:
-¿Por qué no lo dejas? Serías más feliz sin él. Sé que al principio te costaría. Lleváis mucho tiempo juntos y sé que lo quieres, pero tú eres un chica genial, guapa, simpática, espectacular en todos los sentidos, y no tardarías en encontrar a otro chico, otro chico que te correspondiera totalmente y con quien fueras feliz de verdad.
-No puedo. No puedo. Tiene que ser él. Jamás seré feliz con otro chico que no sea él. Me hace mucho daño, pero cuando es bueno… me hace subir al cielo, me hace ser la mujer más afortunada del mundo. No, no puedo. Tengo que hacer lo que sea para mantenerlo a mi lado. Tengo que hacerlo y lo haré. Haré lo que haga falta para que esté conmigo.
Se abrazaron una vez más y, tras un rato en silencio, se levantaron del suelo.
Cindy se dirigió al espejo y se arregló el maquillaje.
-No puedo permitir que nadie me vea así. La fiesta aún no ha terminado y no puedo estar mal delante de la gente del colegio, así que vamos a intentar que la noche acabe bien, ¿vale? –preguntó con la voz apagada.
Sienna meneó la cabeza en forma afirmativa.
-Gracias, Sienna.