domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 24

La voz del DJ llamó a la siguiente chica que entraría en la sala de los siete minutos en el paraíso. Sienna esperaba que ese nombre fuera el de alguna de sus amigas para así dejar de ser el centro de atención del grupo, pero no fue así.
Todas le preguntaban quién era el chico con el que había estado y, aunque ella les decía que no lo sabía, no la creían. ¡Qué más quisiera saber de quién eran esos labios que la habían hecho enloquecer!
-¿No te dijo nada? ¿Oíste su voz? –preguntó Cindy, intentando enmascarar su interés.
-Le hablé un par de veces pero ninguna de ellas me contestó. Se encargó muy bien de que no pudiera reconocerlo.
-¿Y tampoco lo viste, ni siquiera un poquito, en la oscuridad? –insistió.
Sienna negó con la cabeza.
-¿Cómo ha sido? ¿Te ha gustado? ¿Besaba bien? ¿Hasta dónde habéis llegado?
Las chicas lanzaban las preguntas como balas en un tiroteo, sin dejarle tiempo para responder. Y en el fondo, Sienna lo agradeció, ya que no sabía qué les hubiera contestado.
Cindy rompió una lanza a su favor, al verla tan apurada, y cambió el tema de conversación.
-¿Por qué no seguimos bailando? Estoy segura de dentro de poco nos llamarán a las demás y entonces poco a poco nos iremos perdiendo en la fiesta. ¡Vamos a pasarlo bien juntas ahora que podemos!
Volvieron a la pista de baile, pero esta vez no se plantaron en el centro. Cindy las llevó al pie de una tarima, donde un chico bailaba con unos pantalones cortos y estrechos y la camisa abierta con el logo del colegio Saint Patrick bordado en un lado.
Dirigió la mirada a lo alto y sonrió. Las chicas comenzaron a subir la delicada escalerilla con mucho cuidado. Cindy le pidió que subiera ella también y, sin pensarlo, siguió a las demás. Mientras subía, se le cruzó por la cabeza el inquietante pensamiento de que seguramente desde abajo todos estarían viéndole la ropa interior, pero no le importó. Con esa falda tan corta, estaba segura de que ya había visto más de la cuenta y, además, Cindy iba tras ella. Confiaba en que nadie la miraría cuando tras de ella iba una belleza rubia mucho más sexy.
*  *  *  *  *
En cuanto llegaron arriba, Cindy se acercó al bailarín, con aire guerrero, y se puso a bailar pegada a él. El chico, de unos veintipocos años, entendió enseguida lo que buscaba esa chica y le siguió el juego. Mientras sus amigas bailaban, provocativas, en lo alto de la tarima, la despampanante rubia mostraba sus movimientos más inverosímiles y felinos. Sin embargo, sus ojos no se centraban en el guapo bailarín, sino en los rostros que se mezclaban unos con otros en la discoteca.
Allá al fondo, en la barra donde un rato antes habían estado bebiendo, vio a su novio, vestido con pulcritud. La camisa lisa, impoluta, perfecta. La corbata un poco suelta, con aire desgarbado. Un Martini a medio beber. Respiró, tranquila. No lo había visto desde el principio de la fiesta y aún no habían podido hablar ni estar el uno con el otro. El chico miró hacia arriba y sus miradas se cruzaron. Le sonrió. Su mundo volvió a la calma, a la normalidad. Por un momento había pensado… había creído que…
 *  *  *  *  *
Pese a que sabía que sucedería, oír el nombre de Cindy por los altavoces de la discoteca y ver a Dean escabullirse en el interior de la habitación oscura no le hizo ni la más ligera gracia. Forzó una sonrisa de ánimo para su amiga y la observó con disimulo bajar las escaleras y caminar con paso ligero y feliz hasta la puerta blanca.
Un par de bailarines más habían subido un rato antes a la tarima a hacerles compañía y bailar con las chicas, pero Sienna había perdido las ganas de hacerlo sabiendo que Dean ya no podía verla. Por un instante se sintió ridícula, infantil. Y no únicamente por la indumentaria de escolar.
Bajó las escaleras de la tarima y fue a la barra a pedir algo para beber. Era consciente de que tomar algo más con alcohol sería una terrible elección. No estaba acostumbrada a beber y esa noche ya había tomado demasiado alcohol, pero cuando el camarero le puso una copa de color rojo sangre sin preguntarle qué quería, no se resistió y tomó la bebida entre sus manos.
            Unas chicas de clase con las que no había hablado nunca se le acercaron a saludarla. Sienna las reconoció como las amigas de Abby, las que estaban con ella el día de la anterior fiesta.
            -¿Dónde está Abby? No la he visto en todo el rato.
            -Está allí, sentada en una de esas mesas del lateral. No le gustan mucho las fiestas pero su madre la obliga a venir, así que siempre que puede busca un sitio cómodo donde dejar que pase el tiempo.
            Con seguridad, Sienna sonrió a las chicas y con un ligero gesto se despidió de ellas. Llevaban ya un rato hablando y todavía no sabía cómo se llamaban, lo que la incomodaba en gran manera. Decidió ir al cuarto de baño y después acercarse a la mesa donde estaba Abby. Más tarde volvería con las chicas, pondría buena cara a Cindy y seguiría bailando con ellas hasta que la fiesta decayera y la gente comenzara a marcharse a casa.
            Al llegar a la puerta del servicio, vio una larga cola de chicas hablando unas con otras. Algunas le sonaban de clase, a otras no las había visto jamás. Una morena con el pelo corto se colocó detrás de ella y comenzó a darle conversación. Mientras la escuchaba hablar, recordó aquello que solía decirle Merche cada noche al volver de fiesta: “se hacen más amigos en la cola del baño que en cualquier otro sitio”.
            Una vez dentro del lavabo, mientras esperaba su turno para entrar en uno de los cuartos de baño, observó a las demás chicas retocarse el maquillaje y emparejarse el pelo. Se miró en el espejo y una chica pálida y con cara de cansancio le devolvió la mirada. Su primera reacción fue dar un pequeño salto hacia atrás. No se reconocía en aquella imagen. ¿Qué había hecho esa noche para parecer un zombi? ¡Si hasta los zombis tenían mejor pinta que ella! ¿Cómo esperaba que Dean o algún otro chico se fijara en ella con esa apariencia? Tenía todo el pintalabios despintado, manchándole un poco las mejillas. La sesión de besos había causado estragos.
            Se salió un momento de la cola para limpiarse la cara y refrescarse un poco.  
De pronto, una chica entró corriendo en el cuarto de baño y la golpeó en el hombro. Sienna se giró a decirle que tuviera más cuidado y se encontró con Cindy. Ésta no parecía haberla visto.
Cindy había abierto una puerta de los servicios, que en ese momento estaba ocupado por una chica que se cubrió con las manos rápidamente, y gritó a la muchacha para que saliera de dentro y la dejara pasar. Estaba nerviosa y al borde del llanto.
El resto de jóvenes de la cola se miraron entre sí y contuvieron la risa.
Sienna se apresuró tras de ella, pero Cindy había cerrado la puerta enseguida y le impedía el paso. Golpeó la puerta una vez, dos veces, otra vez más, con fuerza e insistencia.
-¡Cindy! ¡Cindy! ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? –tras la puerta oyó unas arcadas. Su amiga estaba vomitando.
Volvió a aporrear la puerta.
-¡Cindy! ¡Déjame entrar, por favor! Soy Sienna.
Las chicas de la cola reían disimuladamente, pero a Sienna no le pasó desapercibido, así que se giró con furia hacia ellas y les espetó que se marcharan. Alguna se quejó, diciendo que necesitaba usar el servicio, a lo que respondió que fueran al cuarto de baño de los chicos. Cuando las muchachas abandonaron el lavabo, Sienna cerró la puerta de la sala tras de ellas y volvió junto al cuarto de baño donde se encontraba Cindy.
-¡No voy a irme de aquí hasta que abras, Cindy!
Ante su insistencia, la joven rubia acabó por abrir. Estaba sentada en el suelo, con los ojos negros por las lágrimas, que habían provocado que el rímel se corriera por las mejillas. Temblaba y no dejaba de llorar.
-¿Qué te pasa? –la chica seguía sin contestar-. ¡Me estás preocupando, Cindy, dime que te ha pasado?
Un pensamiento le cruzó veloz por la cabeza.
-¿No estabas en tus siete minutos con Dean?
Cuando Cindy oyó el nombre del chico, rompió en llanto una vez más. Sienna se arrodilló a su lado en el suelo y, sin mediar palabra, la abrazó. Cindy se apretó fuerte contra su cuerpo y dejó caer la cabeza en el hombro de Sienna. Estaba desconsolada y Sienna no sabía qué hacer para tranquilizarla.
-Me lo ha vuelto a hacer, me lo ha vuelto a hacer –susurró entre sollozos.
Sienna se apartó de Cindy y la miró a la cara, con la mano tomando la de la chica.
-¿Qué te ha vuelto a hacer? ¿Y quién ha sido?
-Dean –respondió-. Me ha vuelto a engañar.
No esperaba en absoluto esa respuesta, por lo que no supo cómo reaccionar.
-¿Con quién? ¿Cómo lo sabes? –su voz tembló al decir esas palabras y, al pronunciarlas, se dio cuenta de que se había equivocado. Una buena amiga jamás preguntaría por los detalles en ese momento. Insultaría al chico para hacer que la otra se sintiera arropada y más tarde hablarían sobre el tema. Se había delatado. Intentó disimular:
-¡Qué asco de hombres! ¡Todos son iguales!
-Sienna, me ha engañado. ¡Otra vez! Nos estábamos besando y entonces hundí la cabeza en su cuello y lo olí. Olía a perfume de mujer. No podía ser yo porque con todo lo que había bailado, el olor ya no se me notaba. Además, no era mi fragancia.
Un escalofrío recorrió la espalda de Sienna.
-Lo siento mucho, Cindy. ¿Reconociste el olor?
-No. Era muy tenue, muy débil, pero estaba ahí. Le pregunté si había estado con otra y… no me respondió. No se atrevió a negármelo. ¡Me dio la razón sin tan siquiera hablar! ¿Cómo puede habérmelo hecho otra vez?
Y entonces comenzó a hablar. Le contó cuántas veces la había engañado, la cantidad de ocasiones en que lo había visto besando a otras y como no le había importado que ella lo supiera. Lloró y entre lágrimas dijo que no lo entendía, que no sabía por qué no era suficiente para él. Lloró y habló, le narró situaciones increíbles y duras, muy duras para una novia enamorada.
-¡Besó a mi mejor amiga, Sienna! A la persona en la que más confiaba en el mundo, aquella amiga con la que imaginé que viviría mil aventuras cuando creciéramos. Y tan sólo llevábamos unos meses juntos. Le quité importancia porque estaba enamorada, porque creía que había sido un desliz. Le eché la culpa a ella y nunca más volvimos a ser amigas. Pero ahora me doy cuenta de que me equivoqué, de que el día en que le perdoné por primera vez abrí la caja de Pandora.
Sienna la escuchaba con el corazón destrozado. ¿Era Dean tal como Cindy lo estaba describiendo? ¿Un hombre sin corazón ni compasión? Apartó esos pensamientos de su cabeza y fue sincera con Cindy. Le dijo las mismas palabras que hubiera usado con cualquiera otra amiga en la misma situación, sin tener en cuanto de que hablaban de Dean, el chico que no desaparecía de su cabeza desde el primer momento en que lo vio:
-¿Por qué no lo dejas? Serías más feliz sin él. Sé que al principio te costaría. Lleváis mucho tiempo juntos y sé que lo quieres, pero tú eres un chica genial, guapa, simpática, espectacular en todos los sentidos, y no tardarías en encontrar a otro chico, otro chico que te correspondiera totalmente y con quien fueras feliz de verdad.
-No puedo. No puedo. Tiene que ser él. Jamás seré feliz con otro chico que no sea él. Me hace mucho daño, pero cuando es bueno… me hace subir al cielo, me hace ser la mujer más afortunada del mundo. No, no puedo. Tengo que hacer lo que sea para mantenerlo a mi lado. Tengo que hacerlo y lo haré. Haré lo que haga falta para que esté conmigo.
Se abrazaron una vez más y, tras un rato en silencio, se levantaron del suelo.
Cindy se dirigió al espejo y se arregló el maquillaje.
-No puedo permitir que nadie me vea así. La fiesta aún no ha terminado y no puedo estar mal delante de la gente del colegio, así que vamos a intentar que la noche acabe bien, ¿vale? –preguntó con la voz apagada.
Sienna meneó la cabeza en forma afirmativa.
-Gracias, Sienna.

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