lunes, 1 de noviembre de 2010

Capítulo 19

Sienna se alegró de haberse vestido más informal aquel día y de llevar en los pies sus Converse rosas, ya que no habría aguantado correr tanto con sus sandalias crema.
Corrieron por los pasillos, bajaron de un salto la escalinata frente a la puerta principal de la escuela y siguieron corriendo por las calles de Nueva York. El largo pelo castaño de Sienna se movía en el aire, mecido por el viento, mientras que su mano se agarraba con fuerza a la de Matthew.
No sabía a dónde la llevaba el chico, ni por qué corrían. Aunque deseaba saberlo, en ningún momento se le ocurrió preguntarlo. Tan sólo corría, lo seguía, se dejaba llevar por la locura del momento. Giraron una esquina, otra. Cruzaron las calles sin apenas mirar los taxis que circulaban a máxima velocidad por ellas. Ellos eran más rápidos, nada ni nadie podía pararlos. Se adentraron en Central Park y dejaron atrás el zoológico. Los gritos de los pájaros y los monos eran apenas perceptibles.
Llevaban ya un rato corriendo sin parar y Sienna comenzaba a cansarse, pero seguía sin decir nada. Temía destrozar la magia del momento. Adelantaban a madres con carritos, pisaban el césped, trotaban sobre caminos de piedras. Parecía que el mundo se acababa, que llegaba el fin del tiempo y necesitaban encontrar un refugio, una escapatoria. La mano de Matthew, en ese momento, era su única salvación.
Por fin, cuando su corazón latía desbocado intentando salírsele del pecho, el chico dejó de correr. Habían llegado a una zona cubierta por frondosos árboles de interminables ramas. Se trataba de una pequeña explanada, una placita redonda rodeada de bancos. En uno de ellos, un chico con la melena larga y enmarañada tocaba la guitarra a la vez que unas hermosas palabras se escapaban de su voca: You may say that I’m a dreamer, but I’m not the only one. I hope someday you’ll join us and the world will be as one. Imagine all the people living life in peace. Sienna pensó que le sonaba la canción, pero no recordaba de qué. El resto de los bancos estaban vacíos. Unos jóvenes pasaron por allí con sus bicicletas y esquivaron el centro de la explanada. Los ojos de la chica se dirigieron entonces al centro, donde un mosaico de piedras blancas y negras se perdía oculto con numerosas flores de diferentes tipos y colores. Imagine.
En ese instante lo supo. Estaba en Strawberry Fields, el lugar conmemorativo a los Beatles en Central Park. Su madre le había hablado muchas veces de él pero se había olvidado de él por completo y por eso no había ido a visitarlo antes. El chico despeinado seguía cantando ese himno de paz y amor cuando Sienna y Matthew se sentaron en uno de los bancos. Matthew escogió uno a la sombra, donde el follaje de los árboles les protegía del calor y donde estaban más solos. Por fin, Sienna fue capaz de formular unas palabras:
-Pensaba que volveríamos a mi casa como el otro día.
-Bueno, no estaría bien que pasáramos todo el tiempo en tu casa con el maravilloso tiempo que hace fuera y sobre todo cuando todavía te quedan tantos rincones por conocer de nuestra preciosa ciudad –respondió el chico, con una sonrisa natural.
Aunque ya se habían sentado en el banco, Matthew no había soltado la mano de Sienna. La joven tampoco había hecho amago de separar la suya, por lo que permanecieron un rato en el banco, en silencio mientras escuchaban al otro joven cantar, con las manos cogidas y los dedos enlazados. Al terminar la canción, de forma involuntaria, los dos jóvenes separaron sus manos y desviaron la mirada.
Matthew rompió el hielo y comenzó a hablar:
-Te he traído aquí porque es uno de mis lugares preferidos de la ciudad. Si te soy sincero, nunca antes había venido aquí con nadie –tras esas palabras, se quedó en silencio.
Sienna se sonrojó al saberse especial para el chico.
-Muchas gracias por traerme. Mi madre me hablaba mucho de este lugar y ya había olvidado por completo que existía.
-¿Y qué te decía tu madre? –preguntó Matthew.
-Que todo artista que se preciara debía visitar alguna vez Strawberry Fields. Aunque ella no fuera cantante, ni pintora, ni actriz, era una artista del maquillaje y siempre me hablaba de este lugar como de un punto de inspiración. Aún así, nunca imaginé que en un espacio tan pequeño pudiera haber tanta magia. La noto en el aire cada vez que respiro.
-Eso será porque estás agotada de tanto correr y cualquier brisa de aire que te de ya parece especial –bromeó Matthew-. No, pero ahora, en serio, creo que tienes razón. Hay algo mágico en este lugar. Me encanta venir aquí, solo, a escuchar a los músicos que rinden tributo a los Beatles. Artistas callejeros, desconocidos, que poseen unas voces privilegiadas y maravillosas. Todo es paz y bienestar. Siempre quise traer aquí a una chica en una cita porque me resulta todo muy romántico. Al final me ha tocado conformarme con una compañera de clase para hablar de un trabajo.
De nuevo se echó a reír. Sienna se hizo la ofendida y soltó un estufido de desprecio, pero en el fondo no podía dejar de pensar en lo gracioso que era Matthew. Era consciente de que si el chico hubiera hecho el mismo comentario unos días antes en el avión, lo hubiera odiado eternamente. Sin embargo, en ese instante, después de haberlo conocido un poco más, sus pensamientos distaban mucho del odio.
-Cambiando un poco de tema, ¿qué me puedes decir de Dorian Gray? ¿Te has empezado el libro? –preguntó, desenfadado, el joven.
-Sí, he leído algo, aunque no lo he terminado. Eso sí, he avanzado mucho –reconoció Sienna-. Voy por la página…
Echó mano a su libro y buscó la página exacta. Señaló con el dedo el número.
-¡Qué casualidad! ¡Si yo también voy por ahí! –exclamó Matthew.
-¿De verdad? –preguntó Sienna, extrañada. El chico meneó la cabeza en señal de afirmación-. Pues sí que es una casualidad.
-¿Qué te parece si seguimos leyendo un poco juntos? –le consultó el joven-. Podríamos leer un párrafo cada uno.
Sienna no se opuso a semejante idea y pronto se vieron envueltos en la historia de Wilde. Olvidaron el parque, la música y los transeúntes. Sólo estaban ellos, ellos, el libro y sus palabras.
-“Todos tenemos dentro el cielo y el infiermo” –susurró Sienna.
Tras esas palabras, permaneció en silencio. Matthew no retomó la lectura. Se había quedado callado, observándola.
-¿Qué pasa? –dijo la chica.
-Nada… sólo te miraba –respondió él.
-¿A mí? ¿Qué mirabas? –volvió a sonrojarse.
-Te miraba a ti y pensaba que Oscar Wilde no tenía razón.
-Ah, ¿no? ¿Y por qué? –continuó cuestionando ella.
-Porque me resulta increíble que dentro de ti haya algún infierno.
Las palabras fueron elegantes y dulces, pero directas. Atravesaron el pecho de Sienna como si fueran espadas afiladas. La chica cerró el libro y fijó sus ojos en la mirada de Matthew. Durante unos segundos no se dijeron nada. Entonces, como si regresara de un sueño, el rostro calmado de Matthew volvió a mostrar una sonrisa y sus ojos despertaron de su ensueño.
-Con lo que hemos leído tenemos material muy bueno para nuestro trabajo, ¿no crees?
Sienna le dio la razón sin formular palabra. ¿Cómo podía el chico hablarle con tanta naturalidad después de lo que acababa de decirle?
-Todo ese tema de la popularidad, la maldad humana, la juventud y la pasión… podríamos plasmarlo en un documental.
-Sí, estaría muy bien. Pero… ¿qué sacamos en ese documental? Porque la idea era que fuéramos nosotros quienes aportáramos el material y por ahora no he encontrado a ninguna persona que represente todas esas cualidades –añadió Sienna-. Si estuviéramos en Javea tendría muchos candidatos, pero aquí en Nueva York no conozco tanto a la gente como para poder criticarla.
-No te preocupes, ya verás como en poco tiempo tendrás candidatos de sobra –apuntó Matthew-. De todas formas, podemos grabar a personas anónimas, de la calle, para no meternos en líos con la gente de la escuela.
-¡Sí! –la idea le agradaba y miles de ideas comenzaban a llenar su mente-. Podríamos mostrar a gente realizando malas acciones en la calle e incluso podríamos colarnos en discotecas o cafeterías para plasmar la superficialidad del ser humano.
-Y todo eso intercalarlo con nuestras reflexiones narradas frente a la cámara.
Siguieron hablando largo rato sobre el proyecto mientras caminaban de vuelta a casa de Sienna. Cuando se despidieron, con otro beso en la mejilla como el del lunes anterior al marcharse Matthew de casa, el chico echó a andar en dirección contrario. Sienna recordó algo y corrió en esa misma dirección.
-¡Matthew! Mañana hay una fiesta de vuelta a clase. Cindy la celebra para mí. No sé si te habías enterado o si te habían dicho algo, porque no recuerdo haberte visto en el grupo de Facebook, pero bueno… que me gustaría que vinieras.
Una enorme sonrisa apareció en la cara de Matthew. Los ojos le brillaban con ilusión.
-No sé, no sé. Me gustaría ir, pero si la anfitriona no me ha invitado será por algo. Además, este fin de semana tengas muchas cosas que hacer y no sé si podré. De todas formas, aunque no te prometa nada, lo intentaré.
Los dos se miraron fijamente y sonrieron. El chico se giró y continuó caminando. Sienna, con el corazón latiendo a mil por hora, se encaminó en dirección contraria con la sonrisa forjada a fuego en su cara.

4 comentarios:

  1. Este ha sido uno de mis capítulos preferidos, gracias por escribirlo. Ánimo!

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  2. Muchas gracias, yo también disfruté mucho escribiéndolo y me alegra saber que a alguien le ha gustado tanto como a mí ;)

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  3. me encanta este capitulo, es romantico, sincero, original...adoro tu escritura!!

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  4. Llevo un tiempo leyendo tu blog, y es genial.
    Se que empezé un poco tarde, cuando una amiga me lo recomendó .
    De verdad te digo que esto se te da muy bien y que sigas así eres Muy buena.
    Un beso, Marisa.

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