lunes, 1 de noviembre de 2010

Capítulo 18

De vuelta a casa, Sienna no dejaba de pensar en las palabras de Abby. Primas. ¿Cómo es que hasta entonces ninguna de las dos había mencionado nada? Físicamente no se parecían en absoluto: Cindy era rubia mientras que Abby era morena, una tenía el pelo liso y la otra rizado, los ojos azules de una apagaban el brillo de los ojos pardos de su prima.
            Debía haber pasado algo muy fuerte entre ellas para que renegaran de la otra de tal modo. Su mente no descartaba ninguna posibilidad: traición, problemas familiares, desengaño amoroso, discusión de amigas… Siguió cavilando acerca del asunto un largo rato. Al salir a la calle, Gary la esperaba ya en el coche. Los semáforos de la ciudad cambiaban de color veloces y no tardaron en llegar a casa. Sienna se despidió del conductor con una sonrisa y subió los peldaños de la puerta de entrada.
            Otro día más, al entrar en casa se dirigió al despacho. Mientras el ordenador arrancaba, salió al balcón a regar las plantas y a encender las velas decorativas. El ambiente íntimo la llenó de paz y calma. Se sentó en su cómodo butacón y centró la mirada en la pantalla del portátil, que se iluminó con el fondo de pantalla predefinido. Sin vacilar, tecleó Facebook y accedió a su cuenta de Messenger. Merche no estaba conectada. Comenzó a hablar con algunas de sus amigas, que no mencionaron el tema de Merche y Álex; sabía que todas estaban al corriente y que tan sólo le estaban guardando la espalda a su amiga, pero no pudo evitar sentir cierta rabia al saber que le estaban mintiendo con tantos kilómetros de por medio.
            Lo primero que vio en Facebook fue que Merche había cambiado su estatus: en una relación. Sienna se sorprendió. Su amiga era de las que siempre dicen que jamás tendrán novio, que hay que disfrutar la vida de soltera y la juventud, por lo que era muy extraño que se hubiera colgado el cartelito de “en pareja” sabiendo que se cerraba las puertas a muchas oportunidades. La conocía bien y era consciente de que, si no estuviera enamorada de Álex, no habría actuado de esa forma. Pese a estar dolida se alegró de que su amiga hubiera encontrado alguien que la hiciera feliz. Ojalá ella misma pudiera cambiar su estatus y enlazarse su nombre con el de algún chico americano; a ser posible, un chico moreno de labios carnosos que se pasaba el día dando vueltas por su cabeza.
            Observó que tenía una invitación a un evento: la rentrée del St. Patrick’s. Cindy había reunido en ese grupo a mucha gente de clase y había creado una lista de normas esenciales. Las leyó por encima y se echó a reír ante la desbordante imaginación y precisión de Cindy: todos los asistentes debían asistir con ropa de escuela. Ya que en el St. Patrick’s no había uniformes, dejaba a la discreción de los asistentes elegir el uniforme con el que se presentarían a la fiesta. Podía ser el uniforme de una escuela real o uno fictio.
En un mensaje privado al grupo más reducido de amigas íntimas, Cindy señalaba que no servía cualquier uniforme. Debían lucir tan provocativas como fuera posible. Las minifaldas, las calzas hasta la rodilla, ligueros y golosinas dulces. Tenían que buscar esos complementos en donde fuera para ser las chicas más espectaculares de la fiesta.
Sienna comprendió rápidamente cuales eran las intenciones de su amiga y respondió enseguida el mensaje: Cindy, que no tenga novio no quiere decir que en la primera fiesta tengas que organizarme un intercambio de lengua americana. Un icono de un muñequito sacando la lengua acompañaba sus palabras.
Emocionada, se puso en pie para seleccionar la ropa adecuada para la fiesta. Entró en su vestidor y observó sus últimas adquisiciones. Tenía prendas preciosas de todos los estilos, pero nada encajaba dentro de las directrices de Cindy. Al día siguiente debería hacer una escapada para comprarse algo de ropa.
Recordó que tenía muchas tareas pendientes por hacer y apagó el ordenador inmediatamente. Buscó dentro de su bolso El retrato de Dorian Grey y lo colocó en su mesita de noche, junto a la cama. Después sacó el libro de francés y lo abrió por una de las primeras páginas, con la libreta abierta al lado. Acto seguido se embarcó en la aventura de repasar la conjugación en presente de los verbos regulares.
* * * * *
El miércoles llegó y pasó mucho más rápido que los días anteriores. Cindy, Sienna y el resto de chicas del grupo dedicaron el descanso y todo el tiempo que podían entre clase y clase para compartir sus ideas sobre la fiesta y la indumentaria que llevarían. Cindy tenía muchos planes de actividades y juegos para la fiesta y, aunque la mayoría de ellos eran sorpresa, compartió algunos con las chicas.
-¿Qué os parece un “siete minutos en el cielo”?
-¡Sería genial! ¡No he jugado a eso desde hace mil años y, seamos realistas, para entonces no podía sacar nada provechoso de esos minutos! –respondió Lauren, la más lanzada del grupo.
-¿Cómo que no? –preguntó Samantha-. ¿Te parecía poco premio llevarte las babas de Dylan por toda la cara?
No podían dejar de reír y de imaginar situaciones. En cuanto las clases acabaron, las chicas se despidieron como el resto de días en la puerta de la clase. Sin embargo, esta vez Cindy no se entretuvo en el edificio antes de marcharse a casa, como hacía habitualmente. Había prometido a Sienna acompañarla a comprar la ropa para la fiesta. Puesto que se celebraba en su honor y aún no conocía mucho la ciudad ni las costumbres sociales americanas, Cindy aseguraba que Sienna necesitaba un poco de ayuda.
Pasaron la tarde paseando por el distrito de la moda en busca de prendas inimaginables. Cindy llevó a Sienna cogida del brazo todo el tiempo, como si fueran hermanas, y le presentó a varios diseñadores que encontraron en algunas de las tiendas. Visitaron algunos establecimientos en los que Sienna había comprado ropa cinco días antes.
-¡Cinco días! Llevo aquí menos de una semana y parece que haya estado con vosotras toda la vida –comentó, feliz, recogiéndose el cabello en una coleta alta de las que tanto le gustaban.
Cindy la puso al día de las vidas sentimentales de cada una de las chicas del grupo, además de explicarle qué habían hecho eso verano y a qué se dedicaban sus padres. Mientras escucha, Sienna se dio cuenta de que Cindy controlaba todos los movimientos de sus amigas y del resto de la gente de clase.
Al final de la tarde, agotadas, se despidieron en la puerta del Museo Metropolitano con un abrazo suave. Sienna había adquirido la ropa más sexy de todas las que había poseído alguna vez. No sabía si se atrevería a ponérsela ese viernes. Cindy, por su parte, también se había comprado un modelito que no dejaba demasiado a la imaginación. Aunque Sienna fuera el centro de la fiesta, su anfitriona no podía pasar desapercibida.
* * * * *
Cuando las clases tocaron a su fin el jueves por la tarde, Sienna se dio cuenta de que tan sólo había visto a Matthew en clase dos días, el lunes y el jueves. No habían tenido tiempo de hablar sobre el trabajo ni tan siquiera de saludarse, ya que los profesores se habían dejado llevar por la emoción de ver a sus alumnos desocupados y habían comenzado a mandar muchos deberes que apenas les daba tiempo a terminar.
El colegio estaba ya más calmado. Sienna había visto alguna otra vez al grupo de chicas acechando al cantante que tan mal le caía a Matthew, pero lo cierto es que los pasillos estaban mucho más calmados que los primeros dos días. Por lo general, la gente no perdía el tiempo deambulando por los corredores y prefería quedarse en los jardines exteriores o en la calle antes que en el interior del edificio.
No había tenido mucho tiempo para hablar con Abby desde su tarde de lectura, cuando ésta le desveló su gran secreto. Sabía que estaba invitada a la fiesta porque la había visto apuntada en el grupo de Facebook, pero Cindy no la había mencionado en ningún momento ni Abby se había puesto en contacto con ella para comentarle nada al respecto. Sienna supuso que su amiga no tendría intención de dejarse caer por la fiesta. No la veía vestida con una minifalda y coletas intentando seducir a sus compañeros de clase.
Ese jueves por la tarde, con el libro bajo el brazo, se despidió de su grupo de amigas y buscó a Abby con la mirada. No la vio en clase, por lo que supuso que ya se había marchado. Al otro lado del aula vio a Matthew metiendo los libros en su mochila y colocándose la gorra de los New Yorker.
-¡Hola forastero! ¿Intentando pasar desapercibido? –pese a que su intención fue en todo momento resultar simpática, el resultado obtenido fue totalmente diferente: el chico dio un brinco, asustado.
-¡Sienna! No te he oído llegar. ¿Habías quedado esta tarde para hablar sobre el libro verdad? –preguntó el joven.
-Sí. Dijimos que hoy quedaríamos, pero como no te he visto en clase durante toda la semana y tampoco te tengo localizado en Internet, nos faltaba concertar lugar y hora.
En la misma clase, Matthew sacó sus gafas de sol enormes y se las colocó ocultando su mirada.
-¿Confías en mí? –fueron sus únicas palabras como respuesta a la regañina de Sienna.
-Claro –respondió la chica extrañada-. No me queda otra; somos compañeros en este trabajo y debo confíar en ti tanto como en mí.
-Pues dame la mano y vayámonos corriendo a un lugar perfecto. Solos tú y yo. Allí podremos hablar del trabajo.
Sin esperar una respuesta por parte de la joven, Matthew la agarró de la mano y echó a correr, literalmente, por los pasillos del colegio.

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