domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 23

Más relajada, se dejó llevar por el beso. El chico, al notar que el cuerpo de Sienna no estaba tan tenso, suavizó la fuerza con que la abrazaba y dejó que sus labios se tocaran con más suavidad.
Durante un tiempo que pareció interminable, no se separaron. Aún así, Sienna quería parar. Quería saber quién era el chico, por lo que poco a poco se fue despegando de él.
-¿Quién eres? –la pregunta fue directa, sin disimulo.
Tan sólo se oyó la música de la discoteca, que llegaba como un murmullo lejano a través de la gruesa puerta.
El joven, sin formular palabra, deslizó sus manos del cuello de Sienna hasta sus manos, acariciándola por los brazos desnudos con la punta de los dedos. Sienna notó como se le ponía el vello de punta. Sus manos se tocaron y sus dedos se entrelazaron. El chico echó a andar y dejó a Sienna atrás, que le seguía tomándolo de la mano. Aunque sus ojos se habían acostumbrado un poco a la oscuridad, seguía sin lograr ver a su acompañante, y el misterio hacía que su corazón latiera desbocado.
Habían caminado a penas un par de pasos cuando el chico dejó de andar. Con la mano libre, tocó el hombro de Sienna y lo empujó hacia abajo. La chica se dejó caer y notó como sus piernas se depositaban en un cómodo colchón. Se sentó bien, intentando emparejarse la falda, pero no supo cómo hacerlo. La cabeza le daba muchas vueltas y parecía que sus extremidades habían decidido dejar de atender a las órdenes del cerebro.
La mano del chico volvió a tocarla, esta vez en el pecho, y la echó hacia atrás. Sienna se dejó caer en la cama. El chico se tumbó sobre ella, con cuidado de no hacerle daño.
-¿No vas a decirme quién eres? –susurró la muchacha, cada vez más interesada.
El silencio fue su respuesta.
La cabeza del chico estaba de nuevo junto a la suya. Las narices se rozaban con ternura. Sienna levantó la cabeza y besó los labios del chico, unos labios carnosos, provocativos. Se besaron despacio unos segundos y entonces volvió a hablar:
-Si no me respondes, haré que seas quien yo quiera.
Agarró con fuerza el cuello del chico y lo llevó más cerca de su cara, uniendo de nuevo sus bocas. El beso esta vez fue más intenso y apasionado. Sienna había perdido el control totalmente y el chico no dio señales de estar en contra de los deseos de ésta.
¿Quién sería aquel muchacho? Besaba bien, de eso no cabía duda, aunque el primer beso había sido brusco y descuidado. Un beso hambriento. Aunque no era una joven presumida ni creída, no pudo evitar pensar que se trataba de un chico que deseaba con fervor besarla. Pues bien, esa noche podría irse contento a casa. Ella, por su parte, había puesto nombre a esos labios. Dean.
Sabía que era imposible que fuera él, ya que Cindy ya habría cuidado que su novio estuviera controlado en la fiesta y no entrara en aquel cuarto con ninguna otra chica. Aún así, esos labios carnosos y dulces sólo le hacían pensar en él. Sólo conseguían volverla más y más loca.
El chico misterioso seguía besándola de forma voraz. Había comenzado a deslizar sus manos por el cuerpo de Sienna. Le había acariciado los botones, travieso, sin llegar a desabrocharlos. Con cuidado había acariciado el ombligo de la chica y los pliegues de la falda. Las manos seguían moviéndose, con tranquilidad, por la ropa de Sienna.
La imagen de Dean acariciándola, seduciéndola, la había hecho perder contacto con la realidad. Se sentía parte de un sueño, de una ilusión. No era consciente de que ese chico no era Dean, de que podía ser cualquiera, y de que ella se estaba dejando llevar por la ilusión y el alcohol.
Los dedos del muchacho se deslizaron por debajo de la corta falda. Y entonces Sienna volvió a la realidad. Agarró las manos del chico y las apartó con fuerza de sus piernas, enfadada.
El reloj indicaba que quedaba menos de un minuto.
Se debatía entre las ganas de golpear al chico en la oscuridad y seguir viviendo su ilusión. De nuevo, volvió a hacer lo menos conveniente para el momento. Se levantó e hizo girar al chico sobre la cama. La espalda de éste yació en la cama, tensa, durante unos segundos, a la espera del siguiente paso de la joven. En un movimiento rápido, la chica se sentó de rodillas sobre él y volvió a besarle apasionadamente.
Esta vez fueron sus manos las que se perdieron en la camisa de él, tan suave, tan delicada. No llevaba corbata, así que no le costó abrir con rabia los primeros botones y besarle el cuello y el pecho, tan fuerte y desnudo. El chico intentó ponerse en pie y besarle también el torso, pero ella se lo impidió.
Sienna llevó la mano al cabello del chico por primera vez y le acarició el pelo, corto y bien peinado.
De pronto, el reloj de la esquina se iluminó con más fuerza. El tiempo había llegado a 0. El chico se separó de ella y tras besarla una última vez en los labios se dirigió a una parte de la habitación por la que no había pasado. Sienna forzó la vista intentando ver al chico en la oscuridad pero no lo logró. Sólo pudo percibir su amplia espalda atrapada en una camisa de color claro.
La puerta se abrió y las luces de la discoteca se colaron en la habitación. El portero la llamó por su nombre y le señaló que el tiempo había terminado y que los dos debían abandonar la habitación. Sienna se dirigió a la puerta emparejándose la ropa y, cuando la cruzó, se encontró con sus amigas expectantes y sonrientes. El portero volvió a entrar en la habitación:
-Venga, chico, sal ya que le toca el turno a otras personas.
-Creo que se ha marchado ya –dijo Sienna-. Utilizó una puerta al fondo de la habitación.
El portero cerró la puerta, mosqueado.
            Las chicas se lanzaron sobre ella, ansiosas por conseguir detalles. Sabían que pronto les tocaría el turno a ellas y tenían que saber el nivel de la noche. Todas parecían muy emocionadas e interesadas. Todas menos Cindy que, con el rostro serio miraba la enorme puerta blanca, y dejaba que las palabras de Sienna rebotaran en su cabeza.  

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