Introdujo la
llave en la cerradura mientras se mordía el labio inferior, nerviosa. Aunque un
rato antes había llamado al chico para asegurarse de que este había salido y no
había nadie en casa, le preocupaba que hubiera adelantado su regreso.
Cuando la
puerta se abrió, suspiró aliviada y se coló dentro del apartamento. Tras ello,
llevó a cabo su plan a gran velocidad: dispuso velitas con olor a vainilla por
distintos puntos del piso, colocó la comida china y el vaso de vino sobre la
mesita redonda del salón y puso en marcha la lista de música lenta que había
estado preparando toda la tarde.
Al tiempo que
se contemplaba en el coqueto espejo de la entrada y se retocaba el maquillaje,
pensó que Lucas no tardaría en llegar. Una sonrisilla tonta apareció en sus
labios. Esa noche sería inolvidable; estaba convencida.
De acuerdo,
faltaba el jacuzzi, pero pensaba acabar la sesión de mimos con un bañito
caliente en la bañera del chico, donde acababa de dejar una bolsita de pétalos
de rosas y un par de copas junto a una botella de champán. También era cierto
que el ambiente a su alrededor era mucho más austero del habitual, ya que con
Dean todo había sido lujos y derroches, pero eso no le importaba, porque Lucas
no era Dean, porque se había comenzado a acostumbrar a esa vida y porque estaba
viviendo una historia maravillosa allí, en París, la ciudad del amor. ¿Qué más
daba todo lo demás?
Giró sobre sí
misma con la gabardina marrón cerrada tan solo por un par de botones y, pese a
faltarle aún un par de kilos, comprobó que estaba perfecta. Esa noche iba a ser
ella misma, la Cindy verdadera, con los mejores rasgos de la chica que había
dejado en Nueva York y los mejores de aquella mujer nueva que conoció en París.
Dulce, reflexiva, sensual y atrevida. Un huracán.
Los nervios aumentaban
a cada segundo que trascurría, por lo que decidió asomarse a la ventana de la
habitación del muchacho para ver si este llegaba. Sin embargo, no llegó a
entrar en ella, puesto que en el pasillo, a medio camino del dormitorio, vio
algo que le llamó la atención. Apilado tras otros cuadros, se veía una esquina
de un lienzo que conocía muy bien.
No se paró a
pensar si estaba bien lo que hacía, puesto que ya se había colado en la casa
del chico sin pedirle permiso. Apartó a un lado los retratos y paisajes que
había delante de aquella obra más grande para poder verla bien. Ese azul marino
en forma de olas fue ampliándose cada vez más hasta mostrarle una hermosa
escena marina donde un barco de vela luchaba por mantenerse a flote.
-Marea…
De rodillas en
el suelo, echó el cuadro hacia ella y miró en la parte trasera del mismo. Allí,
en lápiz, Lucas había escrito el título de la pintura y la fecha en que la
terminó.
No, no se
equivocaba. Aquel era el mismo cuadro. Ni una copia ni otro similar. Era Marea,
el lienzo que el pintor le había dicho que acababa de vender tras su plantón en
la Rendez-vous des Amis.
El golpe del
engaño la golpeó con fuerza. ¿Por qué le había mentido?
Sintiendo que
su historia con Dean se repetía de nuevo, se vino abajo. Tenía ganas de romper
a llorar, pero no pensaba darle al francés el gusto. Se acercó a la cocina,
metió las cajitas de comida china y la botella de champán en una bolsa. Iba a
recoger todo tan rápidamente como le fuera posible y se iba a marchar de allí
para siempre.
En el preciso
instante en que sopló la primera de las velas que había colocado en el salón,
escuchó una llave acariciando la cerradura y la puerta de la entrada
abriéndose. Descubierta, dejó la vela apagada sobre el mueble sin prestar
atención al resto y se dio la vuelta a toda prisa.
-¡Cindy!
–exclamó el chico, con el caballete en una mano y su caja de pinturas en la
otra-. ¿Qué haces aquí?
A pesar de
desconocer cómo la joven había conseguido abrirse paso en su apartamento, la
sorpresa de Lucas fue muy grata. Aquel había sido un día terrible. Los turistas
parecían haber decidido dejar París por otras ciudades y los pocos que habían
permanecido en la capital francesa no habían prestado demasiada atención a sus
dibujos, por lo que apenas había recogido unos doce euros.
-Ya me iba
–contestó Cindy, esquiva.
Lucas dejó sus
cosas junto a la puerta y se encaminó hacia ella, devorándola con la mirada.
Como la americana había esperado, el curioso atuendo y la ambientación de la
sala no habían pasado desapercibidas.
-¿Te ibas? ¿Y
eso? Si me moría de ganas de verte.
Al mismo tiempo
que lo decía, la rodeó con los brazos y la pegó contra su cuerpo. Bajó la
cabeza en busca de sus labios, pero los encontró cerrados.
-¡Ey, preciosa!
¿Qué te pasa?
No recibió
respuesta, por lo que decidió cambiar de flanco y atacar por otro lado. Esta
vez escogió el cuello. Hundió un poco más su cara hasta alcanzarlo y entonces
comenzó a besarlo despacito, bajando desde el final de la mandíbula hasta casi
llegar al omóplato. Mientras tanto, su mano recorrió la espalda de la chica
sobre la gabardina y recayó sobre su trasero. Sus manos lo notaron libre bajo
la tela y eso lo excitó, aunque no pudo hacer nada más porque la muchacha se
apartó de él de inmediato y le quitó la mano de allí con un manotazo.
-Déjame en paz
–gruñó, alejándose de él sobre sus altísimos tacones.
-¿Qué te deje
en paz? –Lucas no comprendía nada-. ¡Pero si eres tú la que se ha presentado en
mi casa sin pedir permiso!
El rechazo por
parte de la rubia le había cambiado la cara e incluso el tono de voz, que sonó
seco y cortante.
-Era una
sorpresa –respondió ella antes de apagar de un soplido varias velas.
-Y lo ha sido
–señaló el chico, suavizando la voz-. Una sorpresa maravillosa. Así que vamos a
disfrutarla en vez de enfadarnos, ¿quieres?
Cindy se quedó
quieta en el lugar donde se encontraba, mirándolo fijamente a los ojos.
-Ni siquiera te
importa por qué estoy enfadada, ¿verdad?
-Claro que sí,
preciosa –contestó él al mismo tiempo que la cogía de las manos y se las besaba
con ternura-. Quiero saber qué te pasa, pero sobre todo quiero que dejes de
estar enfadada, porque disgustar a un ángel debe ser pecado y no quiero que me
cierren las puertas del cielo.
El cumplido del
pintor la ablandó un poco.
-Mientras te
esperaba para darte una sorpresa, he visto el lienzo de Marea a un lado del
pasillo.
Lucas la
observaba con el rostro sereno.
-Sí. ¿Y?
-¿Cómo que “y”?
–se quejó ella-. ¡Me dijiste que lo habías vendido! Celebramos tu primera venta
aquí mismo, en el salón. ¿Cómo demonios ha vuelto a aparecer en tu apartamento
otra vez?
El artista
sonrió.
-¿Así que todo
es por eso? –suspiró con aparente tranquilidad-. Ya temía haber hecho algo
malo.
-Mentir es
malo.
-Pero no te he
mentido.
-Sí lo has
hecho, Lucas. Ese cuadro es el mismo que en teoría vendiste. ¿Por qué me
engañaste?
-Todo esto ha
sido un error, preciosa. Es cierto que vendí un cuadro, y que lo celebramos
aquí –apuntó, segundos antes de darle un beso en la frente-, pero no era Marea,
sino Libertad.
-¿Libertad?
–aquel nombre no le sonaba de nada.
-Claro,
Libertad –el muchacho bajó la vista al suelo-. Lo comencé el mismo día que nos
conocimos y pasé muchas noches trabajando en él sin decirte nada porque me daba
vergüenza decirte que me habías inspirado.
-No me suena
nada de esto…
-Es que no
recuerdo haberte hablado nunca de él, como tampoco te di el nombre del cuadro
el día en que lo vendí. Tengo unos bocetos en mi libreta de dibujo, por si
quieres verlo, y si aún tienes dudas podemos llamar al cliente y contrastarlo
con él.
-No, no, déjalo
–lo interrumpió ella, algo más relajada-. Ya es tarde y no deberíamos molestar
a tu mecenas. Además, si dices que no era Marea, confío en ti. Como bien has
dicho, debe haber sido un error. A veces la mente me juega malas pasadas.
Nada más formular
esa última frase, recordó que esa misma tarde había creído ver a Dean al otro
lado del cristal de la cafetería, por lo que probablemente se lo hubiera
imaginado. Estaba convencida de que el muchacho había dicho Marea, pero estaba
tan tranquilo después de echarle en cara que lo había descubierto que era
imposible que le ocultara algo.
-Bueno,
¿entonces voy a poder disfrutar de mi sorpresa? –pidió él, con ojitos de
cachorro triste.
Cindy sonrió.
-No es ninguna
sorpresa. Ya sabes que estoy aquí.
-Sí, tienes
razón, ya sé que estás aquí, y es una lástima que se haya chafado la gran
sorpresa por un enfado tonto. Pero aún queda algo que no sé.
-¿Sí? ¿Y qué
es? –quiso saber la americana, con esa sonrisa tonta de nuevo en los labios.
-Que escondes
bajo esa gabardina.
Los dos
sonrieron.
-¿Quieres
verlo? –preguntó Cindy; él asintió con la cabeza-. Pues tendrás que ganártelo.
-Haré lo que
haga falta –repuso él a la par que se arremangaba la camisa y se soltaba un par
de botones-. ¿Qué tengo que hacer para conseguirlo?
La rubia le
miró con picardía.
-Algo muy
sencillo. Ven y bésame.
* * * * *
Lucas la invitó
a pasar la noche en su apartamento, pero ella se negó. A pesar de que las cosas
habían acabado mucho mejor de lo que podía haber imaginado tras el
descubrimiento del cuadro, seguía teniendo la sensación de que algo no iba
bien. Por eso, necesitaba pasar esa noche en casa, a solas con sus
pensamientos. Quería aclarar todas sus ideas, liberarse de las sospechas y
encontrar una manera de volver a confiar en el artista.
Durante el
trayecto en taxi, mientras sus ojos se paseaban por el precioso París de noche,
pensó que debía dar otro paso, aunque este muy diferente al que acababa de dar.
Parecía que Lucas había vuelto a caer en sus redes, puesto que al decirle que
no dormiría con él insistió en desayunar juntos y quedar al día siguiente por
la tarde, pero tenía que despejar todas sus dudas. Cuando cayera la noche al
día siguiente, después de despedirse de su encuentro vespertino, lo seguiría a
donde quisiera que él fuera y lo espiaría hasta estar totalmente segura de que
no le ocultaba nada.
Se odiaba por
esa decisión que acababa de tomar, pero era irrevocable. Nueva York le había
enseñado a no confiar en nadie que no se ganara a pulso su confianza y a
perdonar. Si el asunto del cuadro, como ella sospechaba, no había sido una
confusión sino un rollete de una noche que Lucas quería ocultarle porque se
arrepentía, lo perdonaría. A fin de cuentas, en ningún momento se habían pedido
en matrimonio ni habían puesto un nombre a lo suyo. Perdonaría un error
ocasional, aunque le doliera. La experiencia se lo demostraba. Lo que no podría
hacer era perdonar ninguno otro más.
Me encantan tus historias, no nos dejes en intriga y continuala pronto. Me ha gustado leer un capitulo de Cindy y Lucas, si, debe desconfiar al principio para poder confiar al final.
ResponderEliminarQUIERO MÁS! CUANDO?
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