domingo, 16 de enero de 2011

Capítulo 46

-¡Venga, ánimo, que estás casi apunto de conseguirlo! –la animó Cindy, mientras Sienna intentaba subir sobre ella y Claire.
Para poder practicar mejor, la rubia había invitado a su grupo de amigas más cercanas. A fin de cuentas, no podían ensayar la pirámide ellas dos solas. Sienna no había caído en ellos en ningún momento, por lo que cuando las vio ya en casa de Cindy, se avergonzó. Ya bastante le molestaba ser un estorbo para todas y sentirse ridícula intentando mantenerse en el aire, como para que encima las demás tuvieran que compadecerse de ella.
No lo podía evitar, por mucho que lo intentara: no se llevaba bien con Lauren y compañía. Le seguían pareciendo falsas y estiradas. Además, tenía la extraña sensación de que no eran tan buenas como pretendían aparentar.
Llevaban toda la mañana practicando y aún no había conseguido mantenerse sobre sus dos bases más de cinco segundos.
-Es imposible, Cindy, no me va a salir jamás –se quejó, desmotivada.
-¡Claro que sí! Fuera esos pensamientos negativos. Si no crees en ti misma y lo intentas, entonces seguro que no lo consigues.
-Lo siento, pero no estoy centrada. No puedo –a la vez que hablaba, Sienna se dejó caer en el colchón.
Cerró los ojos un segundo, intentando relajarse. Llevaba todo el tiempo pensando en mil cosas diferentes, cualquier cosa que se le pasara por la mente menos entrenar y mantener los brazos rígidos para soportar el peso de las otras chicas. Pensó en el camino hasta la casa de Cindy, en como se había perdido por las calles de la ciudad buscando la casa de dos pisos de su amiga. No se había puesto nerviosa ni se había enfadado ya que disfrutaba paseando y conociendo nuevos rincones de la gran manzana. Todo era tan distinto a España… El vendedor de perritos calientes que le sonreía en la esquina de su casa, las luces de Times Square encendidas a cualquier hora del día, el taxi que circulaba pausado por el centro de la ciudad con dos cámaras de vídeo al lado y una estrella de la gran pantalla oculta en su interior. Siempre encontraba un motivo para sorprenderse y para sonreír. Recordó al chico de su edad con el pelo muy rizado que la adelantó frente a la tienda de Billabong, con paso rápido. Enredado en el cabello asilvestrado, llevaba un peine de púas de un brillante color azul que acaparaba las miradas de todo aquel con quien se cruzaba. Sienna rió por lo bajini de nuevo.
-¿De qué te ríes? –escuchó a Claire.
-No, de nada, sólo pensaba –abrió de nuevo los ojos y miró a las chicas, que la observaban perplejas.
Claire parecía estar especialmente molesta. Había estado bufando durante la última media hora de entrenamiento, cansada de intentar sacar un potencial de Sienna que consideraba inexistente.
-Chicas, perdonadme, pero tengo que irme ya. No me había dado cuenta de que es tan tarde ya y tengo que ir a comer con mis padres –se despidió de las demás con una abrazo y dos besos que quedaron volando en el aire.
-Sí, nosotras también nos vamos –comentaron las demás.
En cuestión de minutos, Sienna y Cindy estaban solas en la casa.
-¿Tú también te vas? –preguntó la jefa de animadoras.
-Sí, bueno… no sé. Tampoco tengo a donde ir ni nada especial que hacer –confesó Sienna.
-Yo voy a estar todo el día sola, así que si quieres puedes quedarte a comer y nos hacemos compañía mutuamente –la invitó Cindy, con una sonrisa sincera.
Sienna no se planteó en ningún momento rechazar la invitación. Le gustaba estar con Cindy, pasar el tiempo acompañada. Cuando estaba sola en casa, el tiempo pasaba lento. Cada minuto se extendía como un día, cada hora como un siglo. Y, por mucho que le agradara hablar con sus amigas de España por Internet, conforme el tiempo pasaba se iba dando cuenta de iba quedándose fuera de todo. No conocía a los chicos de los que hablaban, ni a los que salían en sus fotos del Tuenti, igual que ellas no comprendían cómo era su vida en Nueva York. Sí, la escuchaban, intentaban aconsejarla, pero en realidad sólo hablaban por hablar, porque no conocían la dulzura de Matthew, la inteligencia emocional de Abby ni el miedo de Cindy a perder a Dean. No llegaban a entender como todo, por pequeño que fuera, adquiría unas dimensiones extraordinarias en el St. Patrick’s.
Cindy había desaparecido en el piso de abajo, pero no tardó en volver.
-He avisado a la cocinera para que nos prepare algo de comer. 
Las dos se sentaron en la cama, en silencio.
-No sé qué voy a hacer –se confesó la rubia-. Creo que lo estoy perdiendo.
Sabía de qué hablaba la chica, aunque no se le ocurría nada acertado que decir. Ya le había asegurado que él la quería, que era una chica estupenda y que Dean jamás la dejaría. Nada había servido.
-A veces me pregunto si merece la pena sufrir tanto por él –añadió Cindy.
-A veces es difícil saber hasta qué punto aguantar –fue lo único que Sienna logró pronunciar.
-¿Sabes? He pensado muchas veces en dejarlo y buscar a otra persona. Sé que hay otros chicos en el mundo y que alguno de todos ellos podría hacerme feliz. Sin embargo, no consigo imaginarme la vida sin él. Hemos estado juntos tanto tiempo…
-¿Cuándo estáis juntos, eres feliz? –la interrogó Sienna.
Su amiga permaneció unos instantes en silencio, sin saber qué decir.
-Dicen que la felicidad está en los pequeños detalles –contestó Cindy, pensativa-, y, aunque no muy a menudo, tiene pequeños detalles que  me hacen muy feliz, sí. Cuando me toca, cuando me habla, se me acelera el corazón. Cuando me mira, sigo sintiendo un cosquilleo en el interior, como el primer día. Cuando me besa siento que el mundo se para de repente, y si me dice que me quiere me sube hasta el cielo.
-Eso es amor –susurró, un poco incómoda por los derroteros que estaba tomando la conversación-, si hay amor, creo que merece la pena seguir luchando.
Es difícil ser el paño de lágrimas de tu amiga cuando ésta sale con el chico que te gusta.
-Pero, ¿y si él no siente lo mismo? Yo no puedo besar a nadie más, ¡ni puedo ni quiero!, porque estoy enamorada de él. Si él me quiere, ¿cómo puede estar con otras chicas? Tengo la sensación de que poco a poco se está yendo de mi vida.
Una lágrima le corrió por la mejilla.
-¡Ey! ¡Nada de llorar! –Sienna se esforzó por sonreír, buscando una respuesta en su amiga-. Venga, vamos a bajar a ver si ya está la comida preparada, ¿vale?
Le dio la mano y bajaron las escaleras. Aún no habían alcanzado el último peldaño cuando escucharon un ruido en la entrada. La puerta principal acababa de cerrarse.
Frente a ellas, Bianca, con un chándal gris y deportivos blancos, dejaba una bolsa de deporte en el suelo.
Sienna se quedó alucinada. Abrió la boca de par en par. Quiso decir algo, pero no encontró palabra alguna.
-¡Hola, mamá! –Cindy salió corriendo hacia Bianca y se lanzó a sus brazos-. ¡No sabía que venías a comer!

3 comentarios:

  1. que ganas de seguir leyendo ¡ ¡
    me encanta =)=) no puedo esperar a ver como sigue...

    ResponderEliminar
  2. mas, mas !!estoy too enganchada y no voy a poder dejar de leer...ojala saques un libro, porque me lo compraría y no me cansaría de leerlo... me parece tan interesante y emocionante!! ME ENCANTA ESTA NOVELA !!! gracias por hacerla :D

    ResponderEliminar
  3. Te sigooo! Ya veo que me queda bastante por leer pero seguro que merece la pena!
    un beso desde las estrellas :)

    ResponderEliminar