lunes, 17 de enero de 2011

Capítulo 47

-¡Hola, cariño! –Bianca abrazó a su hija, muy emocionada.
Sienna las observaba desde el último peldaño de la escalera, petrificada por mil emociones que se entremezclaban en su interior.
En primer lugar, la sorpresa. Bianca nunca había sido su cantante preferida ni llevaba sus canciones en el reproductor de música, pero todo eso no quitaba que fuera un ídolo de masas, uno de los personajes más reconocidos y queridos del mundo de la canción. Cuando la vio allí, frente a ella, fue consciente por primera vez del tipo de gente con que se estaba codeando, de cuánto había cambiado su vida… y cuánto estaba aún por cambiar. La inesperada aparición de la diva le planteaba muchas preguntas acerca de cómo actuar: ¿qué hacía? ¿La trataba como si nada, le hablaba como si no supiera quién era? ¿O se tiraba encima de ella a alabarla y le pedía una foto?
Al mismo tiempo, presenciar el reencuentro de Cindy y su madre había despertado sus recuerdos, memorias de momentos felices junto a su madre. Lo había pasado tan mal cuando la perdió, había sufrido tanto, que sus amigas evitaban las relaciones demasiado cariñosas con sus propias madres cuando Sienna estaba delante. Le molestaba esa actitud protectora y solía enfadarse con ellas por ese motivo, pero ahora comprendía que sólo pretendían ayudar. Lo habían conseguido. Ver ese abrazo tan intenso, la sonrisa que se pintaba en los labios de madre e hija al tocarse… le dolía y no podía evitarlo.
Por fortuna, no debió meditar ni deambular en sus pensamientos mucho más tiempo, puesto que Bianca soltó a su hija y desvió sus ojos a la escalera, a ella. Sienna bajó el último escalón y se acercó a las dos, forzando una sonrisa.
-Tú debes ser Sienna –dio unos pasos al frente y la abrazó con cariño, sin esperar ninguna respuesta.
-Sí. Encantada de conocerla –respondió, avergonzada.
-Cindy me ha hablado muchísimo de ti, así que yo sí que me alegro de conocerte –al escuchar esas palabras, Sienna se sonrojó-. Hacía tiempo que no estaba tan contenta con una amiga como lo está desde que os habéis conocido.
-¿Te quedas a comer con nosotras, mamá? –interrumpió Cindy, en un intento de recuperar la atención de su madre.
-Pues no lo sé. Sabes que esta noche tengo una actuación en el Madison Square Garden y no debería retrasarme mucho en llegar.
-¡Pero si aún son las 3! –refunfuñó la rubia-. No pongas ninguna excusa, si no te quedas a comer es porque no quieres. ¿O es que has quedado con otra persona? Igual mañana me entero por las revistas de que estás saliendo con otro chico de veinte años. No sería la primera vez.
Las palabras quedaron flotando en el aire, cargadas de rencor. El momento dulce y tierno a la entrada de la casa se había visto reemplazado por un enfrentamiento verbal comenzado por la hija.
-Venga, no te enfades, cariño. Esta vez no es por eso, sólo tengo un poco de prisa por la sesión de fotos previa al concierto, el maquillaje, la prueba de vestuario, el último ensayo… ¡Ya sabes cómo van estas cosas!
La miró fijamente, con la esperanza de que Cindy fuera comprensiva. No lo consiguió, por lo que decidió dar su brazo a torcer.
-De todas formas, tienes razón. Me da tiempo a comer algo rápido con vosotras si no hay que esperar mucho –añadió.
-Ya estará preparado todo. He bajado hace un rato para pedir que se pusieran manos a la obra –señaló Cindy.
-Entonces no hay más que hablar. Como con vosotras. Estaría muy feo que no lo hiciera teniendo en casa a esta invitada tan especial. ¿Vamos para el salón?
Dejó la bolsa de deporte tirada en el recibidor y se encaminó al enorme salón principal. A un lado, rodeada de discos de oro, plata y platino enmarcados en las paredes, la mesa las esperaba, repleta de platos que desprendían deliciosos aromas.
Cindy se acercó a una silla junto a la que presidía la mesa e indicó a Sienna que fuera a la de enfrente de la suya. Tomaron asiento rápidamente mientras Bianca, con su look deportivo y unas ojeras de vértigo, ocupaba la silla en la esquina de la larga mesa.
Sienna contempló los diversos platos que tenía frente a ella. A diferencia de la casa, lujosa hasta en los más pequeños detalles, la comida no parecía ser de autor. Bandejas de chuletas de cerdo, panecillos de sésamo (bagels, tal y como le explicaría Cindy más tarde) rellenos de salmón y queso untado, sopa de tomate y almejas y ensalada Waldorf (continuaría informándole su amiga) compuesta de manzana, apio y frutos secos bañados en mayonesa. No tenía demasiada hambre ni sabía si le gustarían la mayoría de cosas que le ofrecían para comer, pero eso no era impedimento para que se emocionara. Iba a ser su primera comida familiar desde su llegada a Nueva York.
Ya había alargado la mano para tomar uno de los panecillos cuando Bianca la frenó.
-¡Espere, señorita! Todavía no hemos bendecido la mesa.
El rostro de asombro de Sienna resultó evidente para madre e hija, que se echaron a reír.
-Nunca has dado las gracias antes de comer, ¿verdad? –se interesó Cindy.
-No… bueno, sí. En Acción de Gracias. Lo celebrábamos todos los años mientras mis padres estuvieron juntos, como recuerdo de nuestros orígenes, pero el resto de días del año no lo hemos hecho nunca –comentó.
-¿Quieres hacerlo tú? –le preguntó la cantante.
-No sé… Preferiría que lo hicierais vosotras –contestó, escueta, Sienna.
-Está bien; ya me encargo yo – Bianca no insistió mucho; unió sus dos manos en gesto de rezo-. Gracias señor, por permitir que mi hija y yo nos reunamos hoy para comer y que podamos pasar tiempo juntas. Te agradezco también que trajeras a Sienna a su vida y que hayas hecho que las dos chicas sean tan buenas amigas. Creía que mi niña se volvería una vieja amargada sin amigas verdaderas hasta que apareció ella y…
-¡Mamá! –interrumpió Cindy.
-Y nada, muchas gracias por estos sabrosos alimentos que vamos a tomar –separó las manos y cogió el tenedor-. ¡Que aproveche!
Comenzaron a comer tranquilamente, al mismo tiempo que charlaban. Bianca se interesó por la vida de Sienna en España y por su familia. Dejó el tema en cuanto vio que la chica no quería dar detalles sobre la desaparición de su madre. Hablaron de música, de cómo había alcanzado el estrellato y de todo lo que le reportaba la fama, tanto bueno como malo. Cindy intervenía en la conversación, aunque su madre monopolizaba los turnos de palabra gran parte del tiempo, por lo que se limitaba a juguetear con la comida que tenía en el plato.
Bianca se encontraba en el momento cumbre de la descripción de su último viaje a la India cuando su hija se levantó de la mesa.
-Perdonadme, tengo que ir al cuarto de baño –caminó hacia la izquierda de Sienna y salió al pasillo.
Sienna y Bianca se quedaron solas en la mesa. La cantante seguía detallando las maravillas de la India y recalcando toda la pobreza y miseria que inundaba sus calles. La joven la escuchaba interesada y cansada al mismo tiempo. Habían entrenado muy duro toda la mañana y necesitaba descansar cuerpo y mente, a lo que no ayudaba la cháchara de la madre de Cindy.
De pronto, notó como algo vibraba en su pantalón. Dio un brinco en la silla, sobresaltada. Era el teléfono, al que había quitado el sonido para no desconcentrarse mientras practicaban. Bianca se quedó callada un momento; había oído los zumbidos del vibrador y esperaba que descolgara la llamada. Metió la mano en el bolsillo y sacó el móvil. Dean la estaba llamando.
La situación era un tanto violenta. Desconocía el motivo por el que el chico la llamaba, pero se encontraba en la casa de su novia y delante de su suegra. Dudó acerca de qué hacer. ¿Descolgaba la llamada y actuaba con normalidad? ¿Dejaba que el teléfono siguiera sonando?
-Disculpa –dijo Sienna.
Se levantó de la silla y se dirigió al pasillo por el que segundos antes había visto marcharse a Cindy. Le parecía de muy mala educación hablar por teléfono a la mesa, por lo que mejor sería que hablara fuera del salón. Así, al mismo tiempo evitaría que se descubriera con quién hablaba.
Una vez en el exterior del salón, pulsó el botón que aceptaba la llamada.
-¿Sí?
-Hola, Sienna. Soy Dean –escuchó la voz varonil al otro lado de la línea.
-Sí, ya lo sé. Me anoté el otro día tu teléfono.
-Te llamaba para saber si querías quedar esta tarde. El domingo pasado lo pasamos muy bien juntos y he pensado que estaría genial repetirlo. Además, te prometí que te llevaría a probar el mejor helado de Manhattan y al final acabamos tomando café.
-Lo siento, pero creo que no va a poder ser –se excusó Sienna-. Ahora mismo estoy ocupada y…
-Es importante. Necesito verte y contarte una cosa –suplicó el muchacho.
Sienna no pudo resistirse.
-Bueno, pero sólo un rato, ¿vale?
-¿Qué te parece que te recoja en tu casa a las cinco? –el tono de voz del chico ya no era tan serio como instantes antes.
-No, no puede ser. Ahora mismo estoy en casa de Cindy.
Silencio al otro lado de la línea.
-¿Recuerdas haber visto una estación de metro a dos manzanas de su casa? –preguntó él; ella afirmó-. Nos vemos allí. No tardes.
Se estaban despidiendo cuando una puerta se abrió tras de Sienna. Cindy salió del interior de esa sala, que resultó ser el cuarto de baño. Sienna colgó la llamada, apresurada, y volvió a guardarse el móvil en el bolsillo, rezando para que su amiga no hubiera escuchado nada. No había nombrado al chico en ningún momento, pero quién sabe si no se habría delatado de otra manera.
-¿Quién era? –Cindy la observaba, seria, mientras se secaba la cara con la mano.
-No, nadie, Matthew.
-¿Matthew? ¡Vaya, vaya, si parece que te ha salido un pretendiente! –bromeó la rubia.
Sienna suspiró aliviada. No se había enterado de nada.
Bianca apareció en el pasillo, con la servilleta en la mano.
-Chicas, vais a tener que tomaros el postre solas. Me acaban de llamar y tengo que estar ahora mismo en el estadio para hacer unas pruebas antes del concierto. Lo siento pero tengo que marcharme ya.
-Claro, mamá, no pasa nada –Cindy volvió a besar a su madre como despedida.
Bianca corrió escaleras arriba, con la bolsa de deporte bajo un brazo y la servilleta agarrada con la otra mano. Tenía que ducharse deprisa para irse cuanto antes, pues ya llegaba con retraso. Las dos jóvenes regresaron al salón y se sentaron a la mesa. El postre estaba dispuesto en un platito: tarta de queso y frambuesa.
El teléfono de Cindy sonó dos veces, dos toques cortos. Un mensaje. La chica echó mano a su bolsillo y lo miró. Su rostro se ensombreció.
-¿Qué ocurre? –preguntó Sienna.
-Es Dean. Dice que no puede quedar… Íbamos a vernos esta tarde para seguir con las compras para la casa de los Hamptons y me acaba de dar plantón por mensaje.
La culpabilidad se apoderó de Sienna. Ya se sentía bastante mal ocultándole a su amiga que quedaba en secreto con el novio de ésta como para que encima él cancelara una cita con la rubia para quedar con ella.
-¿Te ha dicho por qué no puede quedar? –se interesó, intentando saber hasta qué punto el chico la había involucrado.
-No dice nada, sólo que tiene un compromiso ineludible. Siempre igual –de nuevo estaba triste, derrotada.
Cindy volvía a tener la sensación de que Dean pasaría la tarde con otra chica que no era ella, de que no existía ese supuesto compromiso del que le hablaba en el mensaje. No quería seguir pensando en eso ni entristecerse más, por lo que optó por cambiar de tema.
-Bah, da igual. ¡Pero vamos a hablar de ti! ¿Qué quería Matthew! –se esforzó por aparentar alegría, por mostrar que el rechazo de su novio no la había afectado.
-Quiere que quedemos esta tarde. Dice que va a invitarme a un helado para terminar de distribuirnos el trabajo de literatura –improvisó la mentira conforme hablaba-. Hemos quedado a las cinco.
-¿A las cinco? ¡Si son casi ya! –exclamó Cindy, dirigiéndola una mirada extrañada.
Sienna miró su Casio dorado y vio que eran las cinco menos diez. El tiempo había transcurrido más rápido de lo normal mientras escuchaba a Bianca hablar durante la comida.
-¡Es verdad! ¡Madre mía, no me va a dar tiempo a llegar! –gritó.
-¿Quieres que mi chófer te lleve a algún lado? –ofreció Cindy, gentil.
-No hace falta, gracias. Le llamaré y le diré que llegaré un poquito más tarde. Gracias de todos modos. Perdona que me tenga que marchar así y que me deje la mitad del postre –se levantaron de la mesa y fueron hacia el recibidor.
-No te preocupes. Mañana nos vemos en clase y hablamos. ¡Pásatelo bien con Matthew! –la abrazó en la puerta principal.
La puerta se cerró y Cindy volvió al comedor. A través de la ventana, vio a Sienna caminar con paso veloz hacia la derecha.
Contempló el pastel a medio comer de Sienna y el suyo, aún sin empezar. Tenía poca hambre, pero el estómago se le había cerrado de golpe antes de probar la rica tarta de queso.
Un coche negro paró frente a su portal y vio a su madre bajar las escaleras ataviada con unas medias transparentes, un body de cuero negro y unas botas kilométricas que terminaban por encima de las rodillas, elevándola tres metros por encima del resto de los mortales. Ahí iba ella con su look original y llamativo, ése que sus seguidores imitaban y adoraban.
Bianca se despidió de su hija con un beso lanzado al aire desde la puerta. Llegaba tarde y eso que sólo colaboraba en el concierto. El verdadero artista que llenaría esa noche el Madison Square Garden no era otro que Matthew Levine.
Sienna le había mentido.

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