miércoles, 19 de enero de 2011

Capítulo 48

Al llegar a la parada del metro, el chico ya la estaba esperando. Esta vez no vestía traje y corbata como la semana anterior, sino que lucía unos vaqueros oscuros y una camiseta verde grisácea de manga corta. No se había afeitado y la barbita corta y descuidada que comenzaba a aparecer en su cara le confería un aspecto desenfadado, informal.
Mientras caminaba, aproximándose al muchacho, Sienna pensó en el aspecto que debía tener. Con sus mallas de deporte, una camiseta gris de tirantes cruzada a la espalda y el pelo recogido en una coleta no debía estar demasiado atractiva. Y si a todo eso le sumaba que había estado haciendo deporte y no se había duchado todavía… ¿Cómo se le había ocurrido quedar con él de esa forma? Tenía que estar loca, si ya se lo decían sus amigas siempre.
Llegó a su altura y el chico se acercó a recibirla. Tomó su mano y la besó, como los príncipes de película. Sienna se ruborizó. Tras un breve saludo, se alejaron de la boca de metro a paso rápido, sin mirar atrás. La chica temía que a su amiga se le ocurriera salir a la calle y los encontrara juntos. Él notaba el cuerpo tenso de Sienna y no quería que los nervios destrozaran su encuentro. Ese día tenía que ser especial, estaba convencido de que lo conseguiría.
La heladería no estaba muy lejos de allí, aunque sí lo suficiente como para no encontrarse en el mismo barrio de la casa de Cindy. El suelo estaba decorado con baldosas rojas, blancas y grises que aportaban un aire juvenil y fresco al lugar. La luz entraba de lleno a todos los rincones de la heladería a través de las paredes, enormes ventanales de cristal que permitían contemplar la calle mientras se saboreaba una copa de helado.
Dean pidió un blanco y negro de café con vainilla, Sienna una tarrina de leche merengada. Se asombró de que en esa heladería tuvieran ese sabor, ya que creía que en Estados Unidos sólo encontraría helado de vainilla con cookies o de chocolate. Tomaron asiento en una de las pequeñas mesas redondas junto a la ventana y comenzaron a degustar sus helados sin hablar demasiado.
Desde la ventana, vieron a una chica de unos treinta años salir del gimnasio al otro lado de la calle y entrar en el establecimiento. Cuando abandonó la heladería, llevaba entre las manos un cucurucho enorme con cuatro bolas de helado de diferentes sabores y que pesaba más que su bolsa de deporte.
Sienna dio un codazo discreto al chico por encima de la mesa para que la viera. Una vez la joven estuvo fuera de su vista, los dos se echaron a reír.
-Así va a recuperar todo lo que haya perdido haciendo deporte –se burló él.
-Oye, pero así se sentirá menos culpable de estar comiéndoselo. Ya ha rebajado calorías antes para poder permitírselo.
Continuaron bromeando acerca del asunto un rato hasta que el chico se puso serio y confesó a Sienna el motivo por el que se había citado con ella.
-Verás… ¿recuerdas que el otro día me preguntaste que por qué todos los trabajadores del museo parecían conocerme? Yo te conté que solía ir con mi madre cuando era pequeño y que me encantaba.
-Sí, me acuerdo –afirmó la chica.
-Bueno, hay algo más que no te conté –permaneció en silencio unos segundos antes de pronunciar unas palabras que marcarían un antes y un después en Sienna-. Dejé de ir al museo porque mi madre murió.
* * * * *
Dean le habló de la muerte de su madre, años atrás. Le describió como el cáncer, tras largos años de ardua lucha, se la había arrebatado, dejándolo solo con su padre. Con los ojos húmedos, serio, le explicó cómo había cambiado su vida desde ese día.
-Hasta entonces había sido un niño feliz que tenía todo lo que quería, pero cuando ella se fue, ya nada lograba sacarme una sonrisa. Me vi atrapado en los negocios de mi padre, que me utilizaba como señuelo para conseguir más ventas mostrando nuestro duelo. Al caer la noche, él se encerraba en su habitación y se negaba a cenar o a ver una película conmigo. Me culpaba por haber compartido con ella tantos momentos especiales en los últimos años cuando él no había podido hacerlo. ¡Como si fuera mi culpa que él siempre estuviera ocupado!
Sienna lo escuchaba ensimismada. La historia, pese a ser distinta a la suya, le era familiar. La pérdida de su madre, el padre alejándose y tornándose un ser gruñón y solitario, el dolor del chico.
El joven continuó contándole cosas, cómo había avanzado su vida y cómo había visto que la única forma de lograr el perdón de su padre por algo de lo que no tenía culpa alguna era trabajar para él. Por ello había dejado de disfrutar de su juventud para convertirse en un hombre de doce años, un niño vestido de mayor, con traje y corbata, un niño inmerso en un mundo de adultos que se le quedaba grande. Ahora, con diecisiete años, se lamentaba por haber desperdiciado su vida, por comprender que ese tiempo de travesuras, de salir con los amigos o de quedarse en casa jugando a la Play jamás volvería. Se sentía atrapado por un mundo del que no era capaz de escapar, atrapado por un trabajo que no le gustaba ni le llenaba.
Con cada palabra de Dean, Sienna se iba sintiendo más unida al chico, como si estuvieran ligados por un vínculo invisible más fuerte que la amistad, más fuerte que cualquier otro sentimiento. El dolor.
-Cuando apareció Cindy, confié en que todo cambiaría. Siempre habíamos ido juntos a clase, pero hasta ese momento, a pesar de tenerla delante, nunca la había visto de verdad. Empecé a fijarme en chicas y ella fue la primera que me llamó la atención. Era guapa, simpática, amiga de sus amigas. Siempre feliz, con una sonrisa en los labios. Y además, tan divertida… siempre lograba sacarme una sonrisa, hasta en los días en que más ganas tenía de venirme abajo. Ella era mi motivo para levantarme cada día, la razón de que quisiera ir a clase y no me quedara pegado a las sábanas de mi cama. Cindy era una brisa de aire fresco, la libertad fuera del trabajo y de los problemas con mi padre. Ella era mi vía de escape.
Lo escuchaba, dolida, herida por el caudal de sentimientos que el chico enumeraba respecto a su novia. Consideró cuánto le gustaría poder abrazarle y decirle que lo quería. Por desgracia, no podía y tenía que consumirse escuchando cómo alababa a su amiga. Le mataba escucharlo, igual que le mató verlos besarse en la puerta del colegio esa misma semana, igual que le mataba pasar por su lado en la escuela delante del resto de compañeros de clase y que él no la saludara, ni siquiera la mirara. Y ahí estaba, en una heladería coqueta y pequeñita, aislados del ajetreo de la ciudad por un cristal que los separaba del mundo, escuchando al chico que le gusta hablar de otra, sin poder decirle que se moría de ganas de estar con él, sin poder confesarle que se pasaba las clases observándole de reojo para que Cindy no la viera. Le encantaría que él dejara de nombrar a su novia y que hablara de ellos dos, que le dijera las mismas cosas que ella quería confesarle. Pero todo se trataba de un sueño, de una fantasía. La realidad era bien distinta.
Dean continuaba hablando, escupiendo cada palabra como si se excusara ante Dios, sin importarle que ella pudiera no estar escuchándolo o pudiera estar sufriendo.
-Y entonces todo se fue al garete. Su madre quiso presentarnos como pareja y mi padre no dejaba de darle vueltas a todo, a nuestra vida, a nuestro futuro. Acabábamos de empezar y ya era todo muy serio, muy formal y yo notaba que me ahogaba, que tanto plan me agobiaba. Necesitaba mantener esa libertad que sentía cuando estaba con Cindy, pero cada vez que la veía me sentía presionado, controlado, como si cada paso que diera estuviera decidido por nuestras familias de antemano, como si, hiciéramos lo que hiciéramos, nunca pudiéramos ser simplemente ella y yo. Por eso lo hice. Ni siquiera lo pensé. Me acerqué a Abby en una fiesta y la besé. Deseaba sentirme libre, rebelde, una última vez más. No sé por qué lo hice ni por qué la escogí a ella. Igual porque siempre me había puesto ojitos y estaba convencido de que no me rechazaría. No lo sé. Sólo sé que lo hice y fallé. Le fallé a Cindy y me fallé a mí mismo. Desde entonces he intentado dejarla, porque cada vez que la miro recuerdo aquel día, recuerdo la tristeza, a mi padre, la muerte de mi madre, el trabajo, los agobios. Cada vez que la miro me lleno de energía negativa. No quiero estar más con ella, por mucho que la aprecie y que en el fondo la quiera.
Agachó la cabeza, agotado de tanto hablar y de tanto sentir. Sienna creyó entrever una lágrima recorriéndole la mejilla y deslizándose por su cuello. Llevó su mano derecha hasta ella y la atrapó entre sus dedos, acariciándole el cuello con cuidado al tiempo que secaba la lágrima. Él atrapó la mano de Sienna entre las suyas y la colocó en su rostro, sobre su mejilla. Levantó la cabeza y clavó sus preciosos ojos claros en los de la chica.
Sienna se sintió caer, caer, caer. Cayó en los ojos de Dean, en su mirada sincera, más real que nunca antes. Descubrió en ella un chico de carne y hueso, un chico con más que una fachada, más que ese aire creído y bromista que lo caracterizaba. Cayó en sus ojos y en su dolor y comprendió que el lazo que acababa de unirlos no los dejaría separarse jamás.
* * * * *
Al otro lado de la calle, una sombra los observaba, oculta por el vaivén de los coches y de los transeúntes que salían del trabajo. Los contempló en silencio intentando dar un diálogo a esa escena muda que estaba presenciando. Cuando se miraron, pese a la distancia, pudo apreciar el brillo en sus ojos. Se marchó por donde había venido, con la cabeza agachada y el rostro empapado. Cindy estaba llorando.

1 comentario:

  1. oiis... Dean se a sincerado y parece ser bueno pero aun así no me gustaría que terminara con Sienna, porque me parece bastante cabrón y aprovechado, y se que Matthew es mejor que el...
    mas mas mas jejeje sube el siguiente

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