domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 24

La voz del DJ llamó a la siguiente chica que entraría en la sala de los siete minutos en el paraíso. Sienna esperaba que ese nombre fuera el de alguna de sus amigas para así dejar de ser el centro de atención del grupo, pero no fue así.
Todas le preguntaban quién era el chico con el que había estado y, aunque ella les decía que no lo sabía, no la creían. ¡Qué más quisiera saber de quién eran esos labios que la habían hecho enloquecer!
-¿No te dijo nada? ¿Oíste su voz? –preguntó Cindy, intentando enmascarar su interés.
-Le hablé un par de veces pero ninguna de ellas me contestó. Se encargó muy bien de que no pudiera reconocerlo.
-¿Y tampoco lo viste, ni siquiera un poquito, en la oscuridad? –insistió.
Sienna negó con la cabeza.
-¿Cómo ha sido? ¿Te ha gustado? ¿Besaba bien? ¿Hasta dónde habéis llegado?
Las chicas lanzaban las preguntas como balas en un tiroteo, sin dejarle tiempo para responder. Y en el fondo, Sienna lo agradeció, ya que no sabía qué les hubiera contestado.
Cindy rompió una lanza a su favor, al verla tan apurada, y cambió el tema de conversación.
-¿Por qué no seguimos bailando? Estoy segura de dentro de poco nos llamarán a las demás y entonces poco a poco nos iremos perdiendo en la fiesta. ¡Vamos a pasarlo bien juntas ahora que podemos!
Volvieron a la pista de baile, pero esta vez no se plantaron en el centro. Cindy las llevó al pie de una tarima, donde un chico bailaba con unos pantalones cortos y estrechos y la camisa abierta con el logo del colegio Saint Patrick bordado en un lado.
Dirigió la mirada a lo alto y sonrió. Las chicas comenzaron a subir la delicada escalerilla con mucho cuidado. Cindy le pidió que subiera ella también y, sin pensarlo, siguió a las demás. Mientras subía, se le cruzó por la cabeza el inquietante pensamiento de que seguramente desde abajo todos estarían viéndole la ropa interior, pero no le importó. Con esa falda tan corta, estaba segura de que ya había visto más de la cuenta y, además, Cindy iba tras ella. Confiaba en que nadie la miraría cuando tras de ella iba una belleza rubia mucho más sexy.
*  *  *  *  *
En cuanto llegaron arriba, Cindy se acercó al bailarín, con aire guerrero, y se puso a bailar pegada a él. El chico, de unos veintipocos años, entendió enseguida lo que buscaba esa chica y le siguió el juego. Mientras sus amigas bailaban, provocativas, en lo alto de la tarima, la despampanante rubia mostraba sus movimientos más inverosímiles y felinos. Sin embargo, sus ojos no se centraban en el guapo bailarín, sino en los rostros que se mezclaban unos con otros en la discoteca.
Allá al fondo, en la barra donde un rato antes habían estado bebiendo, vio a su novio, vestido con pulcritud. La camisa lisa, impoluta, perfecta. La corbata un poco suelta, con aire desgarbado. Un Martini a medio beber. Respiró, tranquila. No lo había visto desde el principio de la fiesta y aún no habían podido hablar ni estar el uno con el otro. El chico miró hacia arriba y sus miradas se cruzaron. Le sonrió. Su mundo volvió a la calma, a la normalidad. Por un momento había pensado… había creído que…
 *  *  *  *  *
Pese a que sabía que sucedería, oír el nombre de Cindy por los altavoces de la discoteca y ver a Dean escabullirse en el interior de la habitación oscura no le hizo ni la más ligera gracia. Forzó una sonrisa de ánimo para su amiga y la observó con disimulo bajar las escaleras y caminar con paso ligero y feliz hasta la puerta blanca.
Un par de bailarines más habían subido un rato antes a la tarima a hacerles compañía y bailar con las chicas, pero Sienna había perdido las ganas de hacerlo sabiendo que Dean ya no podía verla. Por un instante se sintió ridícula, infantil. Y no únicamente por la indumentaria de escolar.
Bajó las escaleras de la tarima y fue a la barra a pedir algo para beber. Era consciente de que tomar algo más con alcohol sería una terrible elección. No estaba acostumbrada a beber y esa noche ya había tomado demasiado alcohol, pero cuando el camarero le puso una copa de color rojo sangre sin preguntarle qué quería, no se resistió y tomó la bebida entre sus manos.
            Unas chicas de clase con las que no había hablado nunca se le acercaron a saludarla. Sienna las reconoció como las amigas de Abby, las que estaban con ella el día de la anterior fiesta.
            -¿Dónde está Abby? No la he visto en todo el rato.
            -Está allí, sentada en una de esas mesas del lateral. No le gustan mucho las fiestas pero su madre la obliga a venir, así que siempre que puede busca un sitio cómodo donde dejar que pase el tiempo.
            Con seguridad, Sienna sonrió a las chicas y con un ligero gesto se despidió de ellas. Llevaban ya un rato hablando y todavía no sabía cómo se llamaban, lo que la incomodaba en gran manera. Decidió ir al cuarto de baño y después acercarse a la mesa donde estaba Abby. Más tarde volvería con las chicas, pondría buena cara a Cindy y seguiría bailando con ellas hasta que la fiesta decayera y la gente comenzara a marcharse a casa.
            Al llegar a la puerta del servicio, vio una larga cola de chicas hablando unas con otras. Algunas le sonaban de clase, a otras no las había visto jamás. Una morena con el pelo corto se colocó detrás de ella y comenzó a darle conversación. Mientras la escuchaba hablar, recordó aquello que solía decirle Merche cada noche al volver de fiesta: “se hacen más amigos en la cola del baño que en cualquier otro sitio”.
            Una vez dentro del lavabo, mientras esperaba su turno para entrar en uno de los cuartos de baño, observó a las demás chicas retocarse el maquillaje y emparejarse el pelo. Se miró en el espejo y una chica pálida y con cara de cansancio le devolvió la mirada. Su primera reacción fue dar un pequeño salto hacia atrás. No se reconocía en aquella imagen. ¿Qué había hecho esa noche para parecer un zombi? ¡Si hasta los zombis tenían mejor pinta que ella! ¿Cómo esperaba que Dean o algún otro chico se fijara en ella con esa apariencia? Tenía todo el pintalabios despintado, manchándole un poco las mejillas. La sesión de besos había causado estragos.
            Se salió un momento de la cola para limpiarse la cara y refrescarse un poco.  
De pronto, una chica entró corriendo en el cuarto de baño y la golpeó en el hombro. Sienna se giró a decirle que tuviera más cuidado y se encontró con Cindy. Ésta no parecía haberla visto.
Cindy había abierto una puerta de los servicios, que en ese momento estaba ocupado por una chica que se cubrió con las manos rápidamente, y gritó a la muchacha para que saliera de dentro y la dejara pasar. Estaba nerviosa y al borde del llanto.
El resto de jóvenes de la cola se miraron entre sí y contuvieron la risa.
Sienna se apresuró tras de ella, pero Cindy había cerrado la puerta enseguida y le impedía el paso. Golpeó la puerta una vez, dos veces, otra vez más, con fuerza e insistencia.
-¡Cindy! ¡Cindy! ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? –tras la puerta oyó unas arcadas. Su amiga estaba vomitando.
Volvió a aporrear la puerta.
-¡Cindy! ¡Déjame entrar, por favor! Soy Sienna.
Las chicas de la cola reían disimuladamente, pero a Sienna no le pasó desapercibido, así que se giró con furia hacia ellas y les espetó que se marcharan. Alguna se quejó, diciendo que necesitaba usar el servicio, a lo que respondió que fueran al cuarto de baño de los chicos. Cuando las muchachas abandonaron el lavabo, Sienna cerró la puerta de la sala tras de ellas y volvió junto al cuarto de baño donde se encontraba Cindy.
-¡No voy a irme de aquí hasta que abras, Cindy!
Ante su insistencia, la joven rubia acabó por abrir. Estaba sentada en el suelo, con los ojos negros por las lágrimas, que habían provocado que el rímel se corriera por las mejillas. Temblaba y no dejaba de llorar.
-¿Qué te pasa? –la chica seguía sin contestar-. ¡Me estás preocupando, Cindy, dime que te ha pasado?
Un pensamiento le cruzó veloz por la cabeza.
-¿No estabas en tus siete minutos con Dean?
Cuando Cindy oyó el nombre del chico, rompió en llanto una vez más. Sienna se arrodilló a su lado en el suelo y, sin mediar palabra, la abrazó. Cindy se apretó fuerte contra su cuerpo y dejó caer la cabeza en el hombro de Sienna. Estaba desconsolada y Sienna no sabía qué hacer para tranquilizarla.
-Me lo ha vuelto a hacer, me lo ha vuelto a hacer –susurró entre sollozos.
Sienna se apartó de Cindy y la miró a la cara, con la mano tomando la de la chica.
-¿Qué te ha vuelto a hacer? ¿Y quién ha sido?
-Dean –respondió-. Me ha vuelto a engañar.
No esperaba en absoluto esa respuesta, por lo que no supo cómo reaccionar.
-¿Con quién? ¿Cómo lo sabes? –su voz tembló al decir esas palabras y, al pronunciarlas, se dio cuenta de que se había equivocado. Una buena amiga jamás preguntaría por los detalles en ese momento. Insultaría al chico para hacer que la otra se sintiera arropada y más tarde hablarían sobre el tema. Se había delatado. Intentó disimular:
-¡Qué asco de hombres! ¡Todos son iguales!
-Sienna, me ha engañado. ¡Otra vez! Nos estábamos besando y entonces hundí la cabeza en su cuello y lo olí. Olía a perfume de mujer. No podía ser yo porque con todo lo que había bailado, el olor ya no se me notaba. Además, no era mi fragancia.
Un escalofrío recorrió la espalda de Sienna.
-Lo siento mucho, Cindy. ¿Reconociste el olor?
-No. Era muy tenue, muy débil, pero estaba ahí. Le pregunté si había estado con otra y… no me respondió. No se atrevió a negármelo. ¡Me dio la razón sin tan siquiera hablar! ¿Cómo puede habérmelo hecho otra vez?
Y entonces comenzó a hablar. Le contó cuántas veces la había engañado, la cantidad de ocasiones en que lo había visto besando a otras y como no le había importado que ella lo supiera. Lloró y entre lágrimas dijo que no lo entendía, que no sabía por qué no era suficiente para él. Lloró y habló, le narró situaciones increíbles y duras, muy duras para una novia enamorada.
-¡Besó a mi mejor amiga, Sienna! A la persona en la que más confiaba en el mundo, aquella amiga con la que imaginé que viviría mil aventuras cuando creciéramos. Y tan sólo llevábamos unos meses juntos. Le quité importancia porque estaba enamorada, porque creía que había sido un desliz. Le eché la culpa a ella y nunca más volvimos a ser amigas. Pero ahora me doy cuenta de que me equivoqué, de que el día en que le perdoné por primera vez abrí la caja de Pandora.
Sienna la escuchaba con el corazón destrozado. ¿Era Dean tal como Cindy lo estaba describiendo? ¿Un hombre sin corazón ni compasión? Apartó esos pensamientos de su cabeza y fue sincera con Cindy. Le dijo las mismas palabras que hubiera usado con cualquiera otra amiga en la misma situación, sin tener en cuanto de que hablaban de Dean, el chico que no desaparecía de su cabeza desde el primer momento en que lo vio:
-¿Por qué no lo dejas? Serías más feliz sin él. Sé que al principio te costaría. Lleváis mucho tiempo juntos y sé que lo quieres, pero tú eres un chica genial, guapa, simpática, espectacular en todos los sentidos, y no tardarías en encontrar a otro chico, otro chico que te correspondiera totalmente y con quien fueras feliz de verdad.
-No puedo. No puedo. Tiene que ser él. Jamás seré feliz con otro chico que no sea él. Me hace mucho daño, pero cuando es bueno… me hace subir al cielo, me hace ser la mujer más afortunada del mundo. No, no puedo. Tengo que hacer lo que sea para mantenerlo a mi lado. Tengo que hacerlo y lo haré. Haré lo que haga falta para que esté conmigo.
Se abrazaron una vez más y, tras un rato en silencio, se levantaron del suelo.
Cindy se dirigió al espejo y se arregló el maquillaje.
-No puedo permitir que nadie me vea así. La fiesta aún no ha terminado y no puedo estar mal delante de la gente del colegio, así que vamos a intentar que la noche acabe bien, ¿vale? –preguntó con la voz apagada.
Sienna meneó la cabeza en forma afirmativa.
-Gracias, Sienna.

Capítulo 23

Más relajada, se dejó llevar por el beso. El chico, al notar que el cuerpo de Sienna no estaba tan tenso, suavizó la fuerza con que la abrazaba y dejó que sus labios se tocaran con más suavidad.
Durante un tiempo que pareció interminable, no se separaron. Aún así, Sienna quería parar. Quería saber quién era el chico, por lo que poco a poco se fue despegando de él.
-¿Quién eres? –la pregunta fue directa, sin disimulo.
Tan sólo se oyó la música de la discoteca, que llegaba como un murmullo lejano a través de la gruesa puerta.
El joven, sin formular palabra, deslizó sus manos del cuello de Sienna hasta sus manos, acariciándola por los brazos desnudos con la punta de los dedos. Sienna notó como se le ponía el vello de punta. Sus manos se tocaron y sus dedos se entrelazaron. El chico echó a andar y dejó a Sienna atrás, que le seguía tomándolo de la mano. Aunque sus ojos se habían acostumbrado un poco a la oscuridad, seguía sin lograr ver a su acompañante, y el misterio hacía que su corazón latiera desbocado.
Habían caminado a penas un par de pasos cuando el chico dejó de andar. Con la mano libre, tocó el hombro de Sienna y lo empujó hacia abajo. La chica se dejó caer y notó como sus piernas se depositaban en un cómodo colchón. Se sentó bien, intentando emparejarse la falda, pero no supo cómo hacerlo. La cabeza le daba muchas vueltas y parecía que sus extremidades habían decidido dejar de atender a las órdenes del cerebro.
La mano del chico volvió a tocarla, esta vez en el pecho, y la echó hacia atrás. Sienna se dejó caer en la cama. El chico se tumbó sobre ella, con cuidado de no hacerle daño.
-¿No vas a decirme quién eres? –susurró la muchacha, cada vez más interesada.
El silencio fue su respuesta.
La cabeza del chico estaba de nuevo junto a la suya. Las narices se rozaban con ternura. Sienna levantó la cabeza y besó los labios del chico, unos labios carnosos, provocativos. Se besaron despacio unos segundos y entonces volvió a hablar:
-Si no me respondes, haré que seas quien yo quiera.
Agarró con fuerza el cuello del chico y lo llevó más cerca de su cara, uniendo de nuevo sus bocas. El beso esta vez fue más intenso y apasionado. Sienna había perdido el control totalmente y el chico no dio señales de estar en contra de los deseos de ésta.
¿Quién sería aquel muchacho? Besaba bien, de eso no cabía duda, aunque el primer beso había sido brusco y descuidado. Un beso hambriento. Aunque no era una joven presumida ni creída, no pudo evitar pensar que se trataba de un chico que deseaba con fervor besarla. Pues bien, esa noche podría irse contento a casa. Ella, por su parte, había puesto nombre a esos labios. Dean.
Sabía que era imposible que fuera él, ya que Cindy ya habría cuidado que su novio estuviera controlado en la fiesta y no entrara en aquel cuarto con ninguna otra chica. Aún así, esos labios carnosos y dulces sólo le hacían pensar en él. Sólo conseguían volverla más y más loca.
El chico misterioso seguía besándola de forma voraz. Había comenzado a deslizar sus manos por el cuerpo de Sienna. Le había acariciado los botones, travieso, sin llegar a desabrocharlos. Con cuidado había acariciado el ombligo de la chica y los pliegues de la falda. Las manos seguían moviéndose, con tranquilidad, por la ropa de Sienna.
La imagen de Dean acariciándola, seduciéndola, la había hecho perder contacto con la realidad. Se sentía parte de un sueño, de una ilusión. No era consciente de que ese chico no era Dean, de que podía ser cualquiera, y de que ella se estaba dejando llevar por la ilusión y el alcohol.
Los dedos del muchacho se deslizaron por debajo de la corta falda. Y entonces Sienna volvió a la realidad. Agarró las manos del chico y las apartó con fuerza de sus piernas, enfadada.
El reloj indicaba que quedaba menos de un minuto.
Se debatía entre las ganas de golpear al chico en la oscuridad y seguir viviendo su ilusión. De nuevo, volvió a hacer lo menos conveniente para el momento. Se levantó e hizo girar al chico sobre la cama. La espalda de éste yació en la cama, tensa, durante unos segundos, a la espera del siguiente paso de la joven. En un movimiento rápido, la chica se sentó de rodillas sobre él y volvió a besarle apasionadamente.
Esta vez fueron sus manos las que se perdieron en la camisa de él, tan suave, tan delicada. No llevaba corbata, así que no le costó abrir con rabia los primeros botones y besarle el cuello y el pecho, tan fuerte y desnudo. El chico intentó ponerse en pie y besarle también el torso, pero ella se lo impidió.
Sienna llevó la mano al cabello del chico por primera vez y le acarició el pelo, corto y bien peinado.
De pronto, el reloj de la esquina se iluminó con más fuerza. El tiempo había llegado a 0. El chico se separó de ella y tras besarla una última vez en los labios se dirigió a una parte de la habitación por la que no había pasado. Sienna forzó la vista intentando ver al chico en la oscuridad pero no lo logró. Sólo pudo percibir su amplia espalda atrapada en una camisa de color claro.
La puerta se abrió y las luces de la discoteca se colaron en la habitación. El portero la llamó por su nombre y le señaló que el tiempo había terminado y que los dos debían abandonar la habitación. Sienna se dirigió a la puerta emparejándose la ropa y, cuando la cruzó, se encontró con sus amigas expectantes y sonrientes. El portero volvió a entrar en la habitación:
-Venga, chico, sal ya que le toca el turno a otras personas.
-Creo que se ha marchado ya –dijo Sienna-. Utilizó una puerta al fondo de la habitación.
El portero cerró la puerta, mosqueado.
            Las chicas se lanzaron sobre ella, ansiosas por conseguir detalles. Sabían que pronto les tocaría el turno a ellas y tenían que saber el nivel de la noche. Todas parecían muy emocionadas e interesadas. Todas menos Cindy que, con el rostro serio miraba la enorme puerta blanca, y dejaba que las palabras de Sienna rebotaran en su cabeza.  

Capítulo 22

El sabor del tequila le quemaba en la garganta. Cindy no hacía más que pedir una ronda de chupitos tras otra y arrastraba a todas las chicas en su locura por beber.
-¡Tenemos que emborracharnos esta noche! ¡Somos colegialas rebeldes y eso es lo que las chicas malas hacen en las noches de fiesta! –Cindy estaba eufórica, embargada por una enorme emoción que Sienna no lograba comprender.
Sin embargo, no le parecía correcto frenar el ímpetu de la chica. Algo dentro de sí le pedía que dejara de beber. Sabía que no estaba bien, pero no se le ocurría ninguna forma de despegar su mirada de los ojos de Dean que no incluyera seguir la juerga de sus amigas.
Al otro lado de la barra, Dean la observaba y eso la ponía muy nerviosa. El chico iba guapísimo, mucho más de lo que podría haber imaginado. La camisa blanca, estrecha, dejaba entrever su fuerte pecho y sus no menos recios brazos. Los vaqueros, arrugados, le daban un aire desenfadado, al igual que la corbata azul marino que colgaba de su cuello medio desatada.
Sienna se imaginó agarrando la corbata con fuerza y dirigiendo sus labios a los del chico mientras sus dedos le desabrochaban los botones de la impoluta camisa. Sería ese un beso intenso, sensual, descontrolado, donde sus bocas dejarían de ser dos para convertirse en una. Sus lenguas se fundirían en ese festín de besos y nada podría pararlos.
-¡Vamos a bailar, Sienna! –de nuevo, Cindy la había agarrado del brazo y la dirigía al centro de la pista, al tiempo que la despertada de su ensoñación.
Al ver la dulce sonrisa de la chica, Sienna se sintió por dejar cabida a esos pensamientos. La única persona que podía besar de esa forma, y de cualquier otra manera, a Dean era Cindy. Tenía que olvidarse de él.
Como si pudiera leerle la mente, Cindy le gritó al oído, para hacerse oír:
-¡De aquí no sales soltera, Sienna! Baila como nunca y enséñales a estos americanos el arte español.
Te amo, de Rihanna, había comenzado a sonar. Aunque Sienna no la había oído más de un par de veces antes, la música era muy pegadiza y la letra se le había grabado a fuego, por lo que mientras bailaba junto a Cindy no dejaba de cantarla. Dean no se había movido de la barra y la miraba a los ojos desde la distancia. Conforme cantaba, Sienna miraba sus ojos, sus labios, y susurraba “te amo, then she put her hand around my waist, I told her no”. Pero, ¿qué había de malo en todo eso? Sólo estaba cantando.
El ritmo de la música la hacía moverse despacio, sintiendo cada vibración del suelo. Movía los hombros hacia atrás, hacia delante de nuevo. Doblaba las rodillas y se descendía hacia el suelo. Ya no le importaba que su falda fuera muy corta y que los ojos de todos los chicos que observaban al grupo pudieran ver algo que no les correspondía. Bailaba para él, seductora, con la cabeza llena de momentos ficticios, irreales, que desearía poder compartir con él y probablemente nunca pudieran ocurrir.
Tan centrada estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que el chico había desaparecido de la barra. En su mente seguía viéndolo ahí, mirándola, invitándola a perderse con él en el fin del mundo.
Cindy la acercó a su cuerpo y bailaron juntas, muy cerca la una de la otra. Los ojos de los chicos que estaban a su alrededor no se despegaban de las dos chicas.
De repente, la canción dejó de sonar. Las jóvenes miraron al DJ, molestas por ver interrumpido su momento musical. El joven pinchadiscos se llevó el micrófono a la boca y dijo “Sienna, han llegado tus siete minutos en el paraíso”.
Lauren la abrazó y le susurró al oído: “ve a por él, niña”. Sienna se encontraba completamente perdida. Pese a que sus amigas le habían explicado con todo detalle el juego, no esperaba ser ella la primera del grupo en estrenar “el paraíso”.
-¡Pero si ni siquiera sé quién estará dentro! –gritó a las demás, mientras el resto de la gente de clase aplaudía por toda la discoteca-. ¡Esto es una locura! No estoy segura de querer participar.
-Venga, Sienna, no seas mojigata. Ahí dentro no va a pasar nada que tú no quieras. Y además, eso de no saber quién estará dentro es todo un aliciente, ¿no? –añadió Claire.
Las chicas la empujaron con cariño entre la multitud de personas de la pista de baile y la llevaron ante una enorme puerta blanca con un pomo redondo dorado. Un enorme portero calvo, con un pinganillo en el oído, custodiaba la entrada.
-Ésta es Sienna Davis –las palabras de Cindy fueron directas.
El portero abrió la puerta y se echó a un lado. No se veía nada en el interior de ese cuarto, totalmente a oscuras. Las chicas volvieron a empujarla y el portero la invitó a entrar. Debía cerrar la puerta tan pronto como fuera posible para que el resto de chicos de la fiesta no vieran más de lo que debían. Cindy había sido muy clara a la hora de organizar la celebración. Podrían entrar a la sala del paraíso sólo aquellas personas que estuvieran en la lista, para así asegurarse de no besar a ningún sapo. Sólo príncipes, les había prometido a sus amigas.
Una vez Sienna hubo cruzado el umbral de la puerta, el portero la cerró. En una esquina de la oscura habitación un reloj digital con unos enormes dígitos blancos se puso en marcha. 7:00, 6:59, 6:58, 6:57…
Sienna echó una mirada a su alrededor intentando ver algo, pero no lo consiguió. No sabía si el chico ya estaba dentro o si debía esperarlo, pero los segundos que iban pasando lentos en el reloj le hacían imaginar que el chico estaba escondido en la oscuridad.
-¿Hola? –preguntó, temerosa. Notó como su voz había temblado. Dio unos pasos al frente, con los brazos estirando en busca del chico misterioso o de objetos con los que pudiera chocar.
Sin darse cuenta, unas manos grandes y fuertes la agarraron por la espalda. Sienna no había esperado delicadeza en ese cuarto, pero tampoco esperaba esa brusquedad. Los brazos la hicieron girar con rapidez y la boca del chico se unió a la suya. Por un momento, sintió que se ahogaba. Quiso despegar la boca de la del muchacho pero éste no le permitía moverse.
Relájate, Sienna, es todo un juego. No va a pasar nada. Si las cosas se van de madre, pego un grito y el gorila de la puerta está aquí en un segundo.
 El pensamiento del portero irrumpiendo en la habitación la tranquilizó y, sin saber por qué, le provocó una pequeña sonrisa.
Disfruta del momento.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Capítulo 21

Al entrar en el vehículo, Cindy se lanzó sobre ella a abrirle el abrigo.
-¡Pero Sienna, qué has hecho! ¿Por qué te has quitado el liguero? –le regañó.
-Me lo estaba poniendo y se me ha roto un enganche –mintió Sienna-. Me ha tocado dejarlo en casa. ¡Qué rabia!
-Pues sí, menuda lástima –añadió Cindy.
El resto de chicas menearon la cabeza afirmativamente. La limusina había pasado a recoger a todas las chicas antes de pasar por el edificio de Sienna, por lo que ya habían analizado la ropa de unas y otras y había llegado el momento de centrarse únicamente en la vestimenta de la joven española.
Sienna observó la ropa de las demás, ya que tan sólo sabía cómo iría vestida Cindy: con una falda-cinturón de cuadritos rosas y lila y lazos azules que no le tapaban por detrás los cachetes, un sujetador con el mismo estampado arriba, corbata azul de seda corta y dos trenzas. Todas las jóvenes lucían un aspecto seductor, aunque ninguna había sido tan atrevida como la anfitriona de la fiesta: todas las faldas eran más altas.
“No sé de qué me asombro”, pensó Sienna, “en algo tenía que notarse que Cindy es hija de Bianca. Me pregunto si cantará igual de bien que su madre o si sólo ha heredado el don de llamar la atención allá donde vaya”.
La fiesta comenzaba a las 10 de la noche. Iba a celebrarse en una discoteca de la ciudad que Cindy había reservado de forma íntegra para la ocasión. Llevaba toda la semana, desde que se le ocurriera la idea, enganchada al teléfono encargándose de cada pequeño detalle. Sienna estaba convencida de que todo saldría genial ya que había visto el esfuerzo y dedicación de su amiga a la hora de preparar el evento.
Conforme la mente de Sienna divagaba pasando de un tema a otro, su mirada recorría el interior del coche. Nunca antes había estado en una limusina y, desde luego, nunca había visto una tan larga. Las seis chicas que formaban el grupo, contándola a ella, iban sentadas muy cerca las unas de las otras, por lo que quedaba mucho espacio libre.
Cindy pulsó un botón y frente a ellas aparecieron unos platitos con canapés.
-Un tentempié antes de la fiesta.
-Sí, que ya sabéis que no es buen celebrar fiestas como esta con el estómago vacío –añadió Lauren.
Todas metieron a la vez la mano en el plato buscando el canapé más delicioso. La única que no se unió a sus amigas fue Cindy. Sienna le preguntó que si no tenía hambre, a lo que la rubia contestó que había cenado algo antes de salir de casa.
Mientras las chicas comían, la limusina las paseaba por las calles de Nueva York, atrayendo las miradas de los transeúntes, autóctonos o turistas.
-¡Hoy somos las estrellas de la noche! –gritó Cindy, echando mano a unas copas de champán que habían aparecido de repente en la parte trasera del vehículo.
Cada una de las jóvenes tomó una copa y brindó por una noche inolvidable llena de éxitos y conquistas. Detrás de una copa vino otra, y otra más, todas acompañadas de brindis cada vez más atrevidos. Las risas llenaron el interior del vehículo.
Aunque ya eran las 10 pasadas, el coche seguía circulando por la ciudad.
-¿No llegamos tarde? –preguntó Sienna, preocupada, a Cindy.
-¿Tarde? –respondió la chica con otra pregunta. El resto de sus compañeras se echaron a reír-. No puedes llegar tarde a tu propia fiesta. Además, dicen que lo bueno se hace de esperar y está claro qué es lo bueno de esta fiesta.
Pusieron música a todo volumen en el coche y cantaron todas juntas. Sienna no conocía la canción pero intentó tararearla. Poco después, Cindy abrió la ventana del techo de la limusina y sacó la cabeza por fuera. Exhaló un grito que hizo que la gente de los coches de al lado la miraran asustados. Las risas en el interior de la limusina eran incontrolables.
-Asómate tú también, Sienna, que estoy segura de que nunca has hecho esto.
Cindy agarró a Sienna del brazo y las dos asomaron sus cabezas repeinadas por encima del coche. El viento les pegó en la cara y acalló sus palabras durante un momento. Sienna estaba tan emocionada que instantes después se encontró gritando como una loca. Pararon en un semáforo. A su lado, un coche con varios veinteañeros bastante atractivos hizo sonar la bocina y las vitorearon. Cindy meneó las trenzas mientras les mandaba besos desde la limusina. Sienna la miraba entre risas y se encontró a sí misma siguiéndole el juego a su amiga.
-¡Mira! ¿Ves esas luces ahí enfrente? Esa es la discoteca donde vamos. Vuelve a entrar en la limusina que nadie nos vea hasta que salgamos del coche.
Sienna introdujo la cabeza dentro del vehículo conforme Cindy se lo indicó, pero antes de hacerlo pudo ver como la gente se apelotonaba en la puerta del local intentando entrar. Había una cola larguísima.
-¿Quiénes son todos esos? En clase no somos tantos –la inocencia de Sienna volvió a provocar la risa de las chicas.
-Gente del colegio de un curso menos, amigos de los alumnos de nuestra promoción, amigos de amigos, gente que ha encontrado el evento en Internet… o simplemente los clientes habituales de Extreme que se han encontrado con que no pueden entrar un viernes a su discoteca de siempre –fue Lauren la que le explicó la situación.
La limusina paró en la misma puerta de la discoteca, en un hueco que habían destinado para el aparcamiento de Cindy. El conductor, un hombre de unos cincuenta años con cara avinagrada y seria, fue a abrirles la puerta.
-Como hemos dicho antes, ¿vale? Seguid el orden que hemos acordado –cuchicheó Cindy.
Lauren, Samantha y Claire fueron las primeras en salir. Cruzaron la puerta con lentitud, vigilando que no se les viera nada por debajo de sus cortas faldas. Parecían estar acostumbradas a bajar del coche ante las miradas inquisidoras de una multitud de gente, ya que ni se inmutaron.
La siguiente era Sienna, que no estaba tan tranquila. En primer lugar, no sabía cómo agarrarse la falda para que no se le viera nada. Una vez que hubo decidido cómo taparse, bajó los pies al suelo. Notó como las piernas le temblaban. Instintivamente culpó al champán que había bebido en el vehículo, pero era consciente de que los únicos culpables de sus temblores eran los nervios. Se arrepintió de haberse puesto esos tacones tan altos, pues no estaba segura de poder llegar hasta la puerta con aire sereno y digno, sin tropezones. A cada paso que daba, mayor era la impresión que tenía de estar tambaleándose.
 Llevaba el abrigo desabrochado y notaba como las miradas de los chicos que esperaban en la cola de la discoteca la escudriñaban sin disimulo. Dio gracias a Dios por haber salido antes que Cindy, ya que esperaba que todos dejaran de observarla una vez que la explosiva rubia se dejara ver. Intentó echar a andar rápido hacia la puerta, al tiempo que rezaba: “por favor, que no me caiga. Por favor, que no me caiga”. Algo, aparte de su miedo, la frenó. Cindy la había vuelto a tomar del brazo y se puso a caminar a su altura. La rubia andaba despacio, disfrutando las miradas, e impedía que Sienna cumpliera su objetivo de llegar cuanto antes a la puerta.
Cuando por fin entraron en el edificio y la oscuridad las envolvió, Sienna respiró aliviada.
Aunque todas las chicas estaban ilusionadas y felices por su espectacular entrada, no demostraron ninguna emoción. Caminaron altivas y seductoras hacia el guardarropa, donde dejaron bolsos y chaquetas.
Antes de dar el bolso a la chica de gafas que guardaba los objetos personales de los asistentes a la fiesta, Sienna metió la mano y sacó el móvil. La pantalla mostraba el dibujo de un sobre. Abrió el mensaje y descubrió que era de Matthew. Sin saber por qué, el corazón le dio un vuelco. Se había olvidado por completo de que habían intercambiado los teléfonos el día anterior en el parque, antes de decirse adiós.
Hola angelito. No voy a poder ir a la fiesta. Lo siento. Pásalo bien. Un beso.
La sonrisa que había aparecido en su rostro al ver que tenía un mensaje se había borrado.
-¡Matthew no va a venir! –gritó a Cindy en el oído para hacerse oír. La música, atronadora, impedía cualquier tipo de comunicación que no fuera a gritos.
So we back in the club, get that bodies rockin from side to side. Thank God the week is done. I feel like a zombie gone back to life.
-¿Qué dices? –fueron las palabras de Cindy, también a gritos.
-¡Que Matthew no va a venir! –le mostró el teléfono.
Cindy leyó el mensaje y le pasó los brazos por encima de los hombros, en señal de consuelo.
-Estos hombres. No puedes fiarte de ellos. En especial de ése… qué pronto se les sube la fama a algunos a la cabeza.
Sienna meneó la cabeza en gesto afirmativo. Sí, sólo por ser un chico guapo y levantar muchas miradas a su alrededor ya se pensaba que Sienna iba a estar pendiente de él durante la fiesta. ¡Qué ingenuo! Sin embargo, en el fondo, le entristecía saber que no vería a su amigo por allí. Respondió rápido al mensaje en español, para no tener que pensar mucho: “ójala estuvieras aquí”. Pulsó el botón de enviar, lo guardó en el bolso y lo entregó a la chica del guardarropa.
Las chicas ya se alejaban de allí y Cindy seguía sin soltarla.
-¡Vamos a por unos chupitos de tequila a la barra! Ya verás como en un rato te has olvidado de él y tienes a mil hombres a tus pies.
Pese a que Sienna no bebía, no pudo decir que no. Las dos siguieron a las demás chicas a la barra donde un camarero con chaqueta de colegial y sin camisa les sirvió varias rondas de chupitos.
Usher seguía sonando en el local. Y entonces, al otro lado de la barra, los ojos de Sienna se encontraron con unos ojos preciosos observándola como si nunca la hubieran visto antes.
Ain’t I seen you befote? I think I remember those eyes, eyes, eyes, eyes. Cause baby, tonight, the DJ got us fallin in love again.
El chico le sonrió desde su butaca y levantó su copa en alto, como si quisiera brindar con ella en la distancia. Cuando lo vio, olvidó por completo a Matthew. Era Dean.

Capítulo 20

El viernes estuvo plagado de momentos de cuchicheos y nervios. Las chicas de clase no dejaban de hablar de qué iban a ponerse y a quién pensaban acercarse en la fiesta. Los chicos las observaban con sonrisas seguras que tan sólo servían para ocultar su preocupación. ¿Conseguirían llamar la atención de la chica que les gustaba o acabarían solos en un rincón, como un mueble más?
El señor Richmond, el profesor de literatura, hizo algunos comentarios alusivos al ambiente de expectación que se respiraba en el aula. Sin embargo, los alumnos estaban demasiado concentrados en su propio mundo y no reaccionaron a sus palabras. Sienna dedicó esa hora a observar a Dean y preguntarse si el chico se fijaría en ella esa noche. Sus miradas se cruzaron varias veces y el joven le sonrió. Ella tuvo que agachar la cabeza con una sonrisa tímida en los labios.
Una vez hubo terminado la jornada escolar, Cindy se despidió de sus chicas con un abrazo en la puerta de la clase y se encaminó al cuarto de baño. Lauren, Samantha y el resto de muchachas del grupo se alejaron por el pasillo sin dejar de hablar. Sienna se había quedado atrás, como habitualmente, recogiendo sus cosas. Las vio marcharse sin decir nada.
-Parecen gallinas cacareando, ¿verdad? –la profunda voz de Dean la sobresaltó.
-Bueno, sólo están ilusionadas con la fiesta, es normal que no dejen de hablar –no sabía qué decir pero sentía la obligación de defender a sus nuevas amigas.
-Tú no pareces tan nerviosa. ¿Es que no vas a ir a la fiesta o es muy normal celebrar eventos a lo grande en España? –preguntó el chico, apoyado ligeramente en la mesa de Cindy.
-Qué va, al contrario. Estoy muy contenta y nerviosa por ir a la fiesta, ya que en España estas cosas no se estilan tanto, pero me cuesta exteriorizarlo. En el fondo todavía no conozco bien a las chicas y me cuesta más compartir la ilusión del modo en que ellas lo hacen al hablar con sus amigas de toda la vida.
El estuche y las notas de Sienna esperaban en el fondo de su bolso. Los apuntes de clase ya estaban dentro de la carpeta de Jordi Labanda. La mesas, vacías, se despedían hasta el lunes siguiente. Sus compañeros se habían marchado. Nada la retenía en el aula, pero no conseguía moverse, ya que deseaba alargar el encuentro tanto como le fuera posible.
Por fortuna, el chico tomó la iniciativa y caminó hacia la puerta del aula mientras hablaba con ella.
-No te preocupes, ya verás como al final te adaptarás al grupo. Además, tú no necesitas ir con ese grupo de chicas. Ni con ninguno. Cualquier chica querría ser tu amiga y cualquier chico querría estar contigo. De eso no hay duda.
-Gracias por el cumplido –no fue capaz de formular otras palabras. Estaba impresionada, agradecida y ruborizada. Sabía que en cualquier momento diría algo que destrozaría el momento y su felicidad, así que buscó una excusa para despedirse de Dean-. Ahora tengo que marcharme corriendo que tengo que preparar unas cuantas cosas antes de la fiesta. Nos vemos allí, ¿no?
-Allí nos vemos.
Sienna echó a andar a paso raudo por el pasillo. No dirigió la vista atrás, por lo que no pudo ver como Dean se acariciaba la solapa de la camisa con una sonrisa burlona en los labios.
*  *  *  *  *
No se encontró con Abby en la puerta. Había pasado todo el día deseando que su amiga la esperara, como los primeros días, pero en ese momento no le importó. Estaba en una nube y no veía ni oía más allá de los latidos de su corazón y las palabras de Dean en su cabeza.
Sienna nunca había creído en el amor a primera vista. Sí, se consideraba a sí misma una romántica empedernida, una soñadora. Sin embargo, siempre había sido capaz de discernir entre la ilusión de los primeros días y el verdadero amor. En esos instantes, todos sus principios parecieron tambalearse. Desde que vio a Dean en la fiesta, no había logrado apartar el perfecto rostro del chico de sus pensamientos. En sus sueños se mecía en los fuertes brazos que ocultaban sus camisas, serias y elegantes. En clase se perdía en sus miradas, en su porte atlético y seductor. El resto del tiempo, pese a estar muy ocupada todo el tiempo, lo dedicaba a recordar cada centímetro de su cuerpo. ¿Estaba enamorada?
Su cerebro respondía a estos pensamientos con un rotundo no. No, Sienna, no lo conoces apenas. No sabes nada de su vida. Sólo has visto el exterior, lo bonito, pero… ¿es por dentro tan hermoso y atractivo como por fuera? Y, para colmo, el chico tenía novia. No entraba dentro de su código moral enamorarse de un chico con pareja. Tener novia para ella equivalía a relación imposible. Abby le había dicho que había tonteado con muchas otras chicas y que tenía fama de conquistador, que estar con Cindy nunca había supuesto ningún impedimento para que el joven tuviera sus aventuras. Aún así, Sienna consideraba que, si en el fondo de sí no la quisiera, Dean no saldría con Cindy. No podía ser que estuviera con ella por costumbre, porque era lo que todos creían que debía suceder. Para ella, Dean era un chico extremadamente seductor que podría estar con quien quisiera. Si estaba con Cindy, no cabía duda de que se debía a que la quería.
Una vez en casa, dejó el bolso en el recibidor y se tumbó en su cama con los ojos abiertos. Intentaba liberar a su mente de cualquier pensamiento. Tan sólo quería soñar, recordar, mantener su felicidad.
Hubiera deseado estar en casa para salir a la calle y contarle todo a sus amigas, a sus amigas de verdad, las de siempre. Con pelos y señales. Se sentaría frente a la playa, como tantas otras veces habían hecho, a hablar hasta que cayera la noche. Les hablaría de su amistad con Matthew, de la atracción que sentía por Dean. No dejaría de explicar lo que sentía cuando estaba con él, cuando el chico la miraba. “La mirada”. Sus amigas no la cortarían, la dejarían hablar sin parar y sólo la interrumpirían sus risas. Como tantas otras veces. Las echaba de menos.
Recordaba un día, años atrás, en que necesitaba desahogarse. En ese caso no estaba contenta, sino al borde del colapso. Había olvidado el motivo, pero no el dolor que sentía en el pecho y que la hacía desfallecer. Sin decir nada a las demás, fue a las rocas, a ver el mar chocando entre ellas con fuerza. Merche había aparecido, sin necesidad de llamarla, y cuando le vio los ojos, la abrazó con cariño, apretándola con su pecho y, sin decir nada, consiguió consolarla. Después Sienna volvió a casa, ya más tranquila, y se derrumbó en el sofá del salón. Su madre se sentó a su lado y la tomó de las manos. Sienna le contó todo, mientras su madre la observaba en silencio. Cuando ya había liberado el pesar, la tristeza, su madre habló de su juventud, de los malos momentos que también ella había pasado, y acabaron las dos riendo como locas en el sofá. Sí, echaba mucho de menos a sus amigas, pero no tanto como añoraba la íntima amistad que mantenía con su madre.
Esos pensamientos nublaron la felicidad que sentía. Las cosas en Nueva York marchaban mejor de lo imaginado, eso era algo que no podía negar. No había tardado en encontrar amistades y en formar parte de un grupo, el grupo más selecto y envidiado de la escuela. Los chicos la trataban como a una princesa y siempre tenía a alguien a su lado. Aunque estuviera en casa, sola, creía que podía coger el teléfono y encontrar con seguridad a alguien al otro lado de la línea. Pero todo eso no la consolaba. Seguía enfadada con su padre, por dejarse manipular por esa bruja que le pedía que la llamara “mamá”. Seguía sintiéndose sola en ese enorme piso, en esa gigantesca ciudad. La distancia empezaba a hacer mella con sus amigas de siempre… ¡y apenas llevaban una semana separadas!
Ya nada volverá a ser como antes.
Decidió animarse. No podía dejar que los recuerdos y esos pensamientos acabaran con ese momento tan feliz. El chico más guapo de la escuela la había piropeado. La chica más popular era su amiga y la trataba genial. Esa noche iba a asistir a una fiesta de película que además se celebraba en su honor. ¿Qué más podía pedir?
Se levantó de la cama y volvió a poner música en el hilo musical. Sus locos dejaron oír sus voces a todo volumen. Entró en el cuarto de baño, dispuesta a darse una ducha. Mientras dejaba caer la ropa a sus pies, dirigió la vista a la bañera. Como cada día, pensó que aún no había encontrado la alfombrilla para el fondo. Una vez que la gran bañera estuvo llena, vertió un poco de jabón dentro y se introdujo en el agua espumosa con sumo cuidado. Se recostó, con la cabeza apoyada en uno de los bordes, y cerró los ojos.
*  *  *  *  *
Largo rato después, volvió a abrir los ojos. La música seguía sonando y se encontraba en paz. Se lavó tranquilamente el pelo y, tras ponerse en pie, se enjuagó todo el cuerpo. Muy a su pesar, tuvo que salir de la bañera para envolverse en el albornoz. Podría haberse quedado allí toda la tarde, pero los dedos empezaban a arrugársele y nunca le había gustado ver sus pies y manos como pasas. Manías de niña.
Se aproximó al espejo y se desenredó el cabello con delicadeza. Con el pelo aún mojado, fue al vestidor. Echó mano a las compras que hizo con Cindy para la fiesta y las llevó al cuarto de baño de nuevo.
            Comenzó a vestirse. Se enfundó unos calcetines negros altos, hasta la rodilla y el liguero de encaje negro que se llevó de la última tienda ante la insistencia de Cindy. Sobre él se colocó una falda escocesa de cuadros rojos. La tela apenas cubría sus pantorrillas y dejaba al aire libre más de la mitad de sus muslos. Arriba se colocó una camisa negra de botones y manga corta que mostraba su ombligo. La corbata, a juego con la falda, añadía un toque desenfadado al conjunto. Se ató dos coletas bajas adornadas con cintas anudadas en un lazo y peinó su flequillo hacia un lado. Uñas rojas. Labios rojo pasión. Unos altos tacones negros abiertos por delante.
            Faltaba ya poco para la fiesta. Volvió a mirarse en el espejo y se avergonzó de la imagen que en él se reflejaba. No se sentía cómoda con esa apariencia de colegiala. Más bien le parecía llevar un disfraz.
Mientras esperaba a que Cindy pasara a recogerla, se preparó un pequeño bolso de mano con las cosas imprescindibles y volvió al espejo. No podía dejar de mirarse. Al tiempo que avergonzada, estaba maravillada con ella misma. Su padre la habría mirado contrariado, pero no habría dicho nada. Al menos así habría sido si su madre siguiera con ellos. Mamá le habría sonreído y le habría dicho que había crecido mucho, que ya no era la niña pequeña a la que arropaba en la cama.
El móvil comenzó a sonar dentro del bolso. El mensaje era de Cindy: ya estaban abajo. Sienna se asomó a la ventana a buscar a su amiga, pero estaba demasiado alto para ver la limusina blanca que la esperaba en la puerta. Cogió una chaqueta larga con la que esperaba ocultar su atuendo al resto de inquilinos de su edificio.
Una vez ante la puerta, tomó una decisión de última hora. Se quitó el liguero. Seguía luciendo su cuerpo de forma provocativa, pero así al menos se sentía más natural.
La noche más movida de su vida hasta ese momento acababa de comenzar.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Capítulo 19

Sienna se alegró de haberse vestido más informal aquel día y de llevar en los pies sus Converse rosas, ya que no habría aguantado correr tanto con sus sandalias crema.
Corrieron por los pasillos, bajaron de un salto la escalinata frente a la puerta principal de la escuela y siguieron corriendo por las calles de Nueva York. El largo pelo castaño de Sienna se movía en el aire, mecido por el viento, mientras que su mano se agarraba con fuerza a la de Matthew.
No sabía a dónde la llevaba el chico, ni por qué corrían. Aunque deseaba saberlo, en ningún momento se le ocurrió preguntarlo. Tan sólo corría, lo seguía, se dejaba llevar por la locura del momento. Giraron una esquina, otra. Cruzaron las calles sin apenas mirar los taxis que circulaban a máxima velocidad por ellas. Ellos eran más rápidos, nada ni nadie podía pararlos. Se adentraron en Central Park y dejaron atrás el zoológico. Los gritos de los pájaros y los monos eran apenas perceptibles.
Llevaban ya un rato corriendo sin parar y Sienna comenzaba a cansarse, pero seguía sin decir nada. Temía destrozar la magia del momento. Adelantaban a madres con carritos, pisaban el césped, trotaban sobre caminos de piedras. Parecía que el mundo se acababa, que llegaba el fin del tiempo y necesitaban encontrar un refugio, una escapatoria. La mano de Matthew, en ese momento, era su única salvación.
Por fin, cuando su corazón latía desbocado intentando salírsele del pecho, el chico dejó de correr. Habían llegado a una zona cubierta por frondosos árboles de interminables ramas. Se trataba de una pequeña explanada, una placita redonda rodeada de bancos. En uno de ellos, un chico con la melena larga y enmarañada tocaba la guitarra a la vez que unas hermosas palabras se escapaban de su voca: You may say that I’m a dreamer, but I’m not the only one. I hope someday you’ll join us and the world will be as one. Imagine all the people living life in peace. Sienna pensó que le sonaba la canción, pero no recordaba de qué. El resto de los bancos estaban vacíos. Unos jóvenes pasaron por allí con sus bicicletas y esquivaron el centro de la explanada. Los ojos de la chica se dirigieron entonces al centro, donde un mosaico de piedras blancas y negras se perdía oculto con numerosas flores de diferentes tipos y colores. Imagine.
En ese instante lo supo. Estaba en Strawberry Fields, el lugar conmemorativo a los Beatles en Central Park. Su madre le había hablado muchas veces de él pero se había olvidado de él por completo y por eso no había ido a visitarlo antes. El chico despeinado seguía cantando ese himno de paz y amor cuando Sienna y Matthew se sentaron en uno de los bancos. Matthew escogió uno a la sombra, donde el follaje de los árboles les protegía del calor y donde estaban más solos. Por fin, Sienna fue capaz de formular unas palabras:
-Pensaba que volveríamos a mi casa como el otro día.
-Bueno, no estaría bien que pasáramos todo el tiempo en tu casa con el maravilloso tiempo que hace fuera y sobre todo cuando todavía te quedan tantos rincones por conocer de nuestra preciosa ciudad –respondió el chico, con una sonrisa natural.
Aunque ya se habían sentado en el banco, Matthew no había soltado la mano de Sienna. La joven tampoco había hecho amago de separar la suya, por lo que permanecieron un rato en el banco, en silencio mientras escuchaban al otro joven cantar, con las manos cogidas y los dedos enlazados. Al terminar la canción, de forma involuntaria, los dos jóvenes separaron sus manos y desviaron la mirada.
Matthew rompió el hielo y comenzó a hablar:
-Te he traído aquí porque es uno de mis lugares preferidos de la ciudad. Si te soy sincero, nunca antes había venido aquí con nadie –tras esas palabras, se quedó en silencio.
Sienna se sonrojó al saberse especial para el chico.
-Muchas gracias por traerme. Mi madre me hablaba mucho de este lugar y ya había olvidado por completo que existía.
-¿Y qué te decía tu madre? –preguntó Matthew.
-Que todo artista que se preciara debía visitar alguna vez Strawberry Fields. Aunque ella no fuera cantante, ni pintora, ni actriz, era una artista del maquillaje y siempre me hablaba de este lugar como de un punto de inspiración. Aún así, nunca imaginé que en un espacio tan pequeño pudiera haber tanta magia. La noto en el aire cada vez que respiro.
-Eso será porque estás agotada de tanto correr y cualquier brisa de aire que te de ya parece especial –bromeó Matthew-. No, pero ahora, en serio, creo que tienes razón. Hay algo mágico en este lugar. Me encanta venir aquí, solo, a escuchar a los músicos que rinden tributo a los Beatles. Artistas callejeros, desconocidos, que poseen unas voces privilegiadas y maravillosas. Todo es paz y bienestar. Siempre quise traer aquí a una chica en una cita porque me resulta todo muy romántico. Al final me ha tocado conformarme con una compañera de clase para hablar de un trabajo.
De nuevo se echó a reír. Sienna se hizo la ofendida y soltó un estufido de desprecio, pero en el fondo no podía dejar de pensar en lo gracioso que era Matthew. Era consciente de que si el chico hubiera hecho el mismo comentario unos días antes en el avión, lo hubiera odiado eternamente. Sin embargo, en ese instante, después de haberlo conocido un poco más, sus pensamientos distaban mucho del odio.
-Cambiando un poco de tema, ¿qué me puedes decir de Dorian Gray? ¿Te has empezado el libro? –preguntó, desenfadado, el joven.
-Sí, he leído algo, aunque no lo he terminado. Eso sí, he avanzado mucho –reconoció Sienna-. Voy por la página…
Echó mano a su libro y buscó la página exacta. Señaló con el dedo el número.
-¡Qué casualidad! ¡Si yo también voy por ahí! –exclamó Matthew.
-¿De verdad? –preguntó Sienna, extrañada. El chico meneó la cabeza en señal de afirmación-. Pues sí que es una casualidad.
-¿Qué te parece si seguimos leyendo un poco juntos? –le consultó el joven-. Podríamos leer un párrafo cada uno.
Sienna no se opuso a semejante idea y pronto se vieron envueltos en la historia de Wilde. Olvidaron el parque, la música y los transeúntes. Sólo estaban ellos, ellos, el libro y sus palabras.
-“Todos tenemos dentro el cielo y el infiermo” –susurró Sienna.
Tras esas palabras, permaneció en silencio. Matthew no retomó la lectura. Se había quedado callado, observándola.
-¿Qué pasa? –dijo la chica.
-Nada… sólo te miraba –respondió él.
-¿A mí? ¿Qué mirabas? –volvió a sonrojarse.
-Te miraba a ti y pensaba que Oscar Wilde no tenía razón.
-Ah, ¿no? ¿Y por qué? –continuó cuestionando ella.
-Porque me resulta increíble que dentro de ti haya algún infierno.
Las palabras fueron elegantes y dulces, pero directas. Atravesaron el pecho de Sienna como si fueran espadas afiladas. La chica cerró el libro y fijó sus ojos en la mirada de Matthew. Durante unos segundos no se dijeron nada. Entonces, como si regresara de un sueño, el rostro calmado de Matthew volvió a mostrar una sonrisa y sus ojos despertaron de su ensueño.
-Con lo que hemos leído tenemos material muy bueno para nuestro trabajo, ¿no crees?
Sienna le dio la razón sin formular palabra. ¿Cómo podía el chico hablarle con tanta naturalidad después de lo que acababa de decirle?
-Todo ese tema de la popularidad, la maldad humana, la juventud y la pasión… podríamos plasmarlo en un documental.
-Sí, estaría muy bien. Pero… ¿qué sacamos en ese documental? Porque la idea era que fuéramos nosotros quienes aportáramos el material y por ahora no he encontrado a ninguna persona que represente todas esas cualidades –añadió Sienna-. Si estuviéramos en Javea tendría muchos candidatos, pero aquí en Nueva York no conozco tanto a la gente como para poder criticarla.
-No te preocupes, ya verás como en poco tiempo tendrás candidatos de sobra –apuntó Matthew-. De todas formas, podemos grabar a personas anónimas, de la calle, para no meternos en líos con la gente de la escuela.
-¡Sí! –la idea le agradaba y miles de ideas comenzaban a llenar su mente-. Podríamos mostrar a gente realizando malas acciones en la calle e incluso podríamos colarnos en discotecas o cafeterías para plasmar la superficialidad del ser humano.
-Y todo eso intercalarlo con nuestras reflexiones narradas frente a la cámara.
Siguieron hablando largo rato sobre el proyecto mientras caminaban de vuelta a casa de Sienna. Cuando se despidieron, con otro beso en la mejilla como el del lunes anterior al marcharse Matthew de casa, el chico echó a andar en dirección contrario. Sienna recordó algo y corrió en esa misma dirección.
-¡Matthew! Mañana hay una fiesta de vuelta a clase. Cindy la celebra para mí. No sé si te habías enterado o si te habían dicho algo, porque no recuerdo haberte visto en el grupo de Facebook, pero bueno… que me gustaría que vinieras.
Una enorme sonrisa apareció en la cara de Matthew. Los ojos le brillaban con ilusión.
-No sé, no sé. Me gustaría ir, pero si la anfitriona no me ha invitado será por algo. Además, este fin de semana tengas muchas cosas que hacer y no sé si podré. De todas formas, aunque no te prometa nada, lo intentaré.
Los dos se miraron fijamente y sonrieron. El chico se giró y continuó caminando. Sienna, con el corazón latiendo a mil por hora, se encaminó en dirección contraria con la sonrisa forjada a fuego en su cara.

Capítulo 18

De vuelta a casa, Sienna no dejaba de pensar en las palabras de Abby. Primas. ¿Cómo es que hasta entonces ninguna de las dos había mencionado nada? Físicamente no se parecían en absoluto: Cindy era rubia mientras que Abby era morena, una tenía el pelo liso y la otra rizado, los ojos azules de una apagaban el brillo de los ojos pardos de su prima.
            Debía haber pasado algo muy fuerte entre ellas para que renegaran de la otra de tal modo. Su mente no descartaba ninguna posibilidad: traición, problemas familiares, desengaño amoroso, discusión de amigas… Siguió cavilando acerca del asunto un largo rato. Al salir a la calle, Gary la esperaba ya en el coche. Los semáforos de la ciudad cambiaban de color veloces y no tardaron en llegar a casa. Sienna se despidió del conductor con una sonrisa y subió los peldaños de la puerta de entrada.
            Otro día más, al entrar en casa se dirigió al despacho. Mientras el ordenador arrancaba, salió al balcón a regar las plantas y a encender las velas decorativas. El ambiente íntimo la llenó de paz y calma. Se sentó en su cómodo butacón y centró la mirada en la pantalla del portátil, que se iluminó con el fondo de pantalla predefinido. Sin vacilar, tecleó Facebook y accedió a su cuenta de Messenger. Merche no estaba conectada. Comenzó a hablar con algunas de sus amigas, que no mencionaron el tema de Merche y Álex; sabía que todas estaban al corriente y que tan sólo le estaban guardando la espalda a su amiga, pero no pudo evitar sentir cierta rabia al saber que le estaban mintiendo con tantos kilómetros de por medio.
            Lo primero que vio en Facebook fue que Merche había cambiado su estatus: en una relación. Sienna se sorprendió. Su amiga era de las que siempre dicen que jamás tendrán novio, que hay que disfrutar la vida de soltera y la juventud, por lo que era muy extraño que se hubiera colgado el cartelito de “en pareja” sabiendo que se cerraba las puertas a muchas oportunidades. La conocía bien y era consciente de que, si no estuviera enamorada de Álex, no habría actuado de esa forma. Pese a estar dolida se alegró de que su amiga hubiera encontrado alguien que la hiciera feliz. Ojalá ella misma pudiera cambiar su estatus y enlazarse su nombre con el de algún chico americano; a ser posible, un chico moreno de labios carnosos que se pasaba el día dando vueltas por su cabeza.
            Observó que tenía una invitación a un evento: la rentrée del St. Patrick’s. Cindy había reunido en ese grupo a mucha gente de clase y había creado una lista de normas esenciales. Las leyó por encima y se echó a reír ante la desbordante imaginación y precisión de Cindy: todos los asistentes debían asistir con ropa de escuela. Ya que en el St. Patrick’s no había uniformes, dejaba a la discreción de los asistentes elegir el uniforme con el que se presentarían a la fiesta. Podía ser el uniforme de una escuela real o uno fictio.
En un mensaje privado al grupo más reducido de amigas íntimas, Cindy señalaba que no servía cualquier uniforme. Debían lucir tan provocativas como fuera posible. Las minifaldas, las calzas hasta la rodilla, ligueros y golosinas dulces. Tenían que buscar esos complementos en donde fuera para ser las chicas más espectaculares de la fiesta.
Sienna comprendió rápidamente cuales eran las intenciones de su amiga y respondió enseguida el mensaje: Cindy, que no tenga novio no quiere decir que en la primera fiesta tengas que organizarme un intercambio de lengua americana. Un icono de un muñequito sacando la lengua acompañaba sus palabras.
Emocionada, se puso en pie para seleccionar la ropa adecuada para la fiesta. Entró en su vestidor y observó sus últimas adquisiciones. Tenía prendas preciosas de todos los estilos, pero nada encajaba dentro de las directrices de Cindy. Al día siguiente debería hacer una escapada para comprarse algo de ropa.
Recordó que tenía muchas tareas pendientes por hacer y apagó el ordenador inmediatamente. Buscó dentro de su bolso El retrato de Dorian Grey y lo colocó en su mesita de noche, junto a la cama. Después sacó el libro de francés y lo abrió por una de las primeras páginas, con la libreta abierta al lado. Acto seguido se embarcó en la aventura de repasar la conjugación en presente de los verbos regulares.
* * * * *
El miércoles llegó y pasó mucho más rápido que los días anteriores. Cindy, Sienna y el resto de chicas del grupo dedicaron el descanso y todo el tiempo que podían entre clase y clase para compartir sus ideas sobre la fiesta y la indumentaria que llevarían. Cindy tenía muchos planes de actividades y juegos para la fiesta y, aunque la mayoría de ellos eran sorpresa, compartió algunos con las chicas.
-¿Qué os parece un “siete minutos en el cielo”?
-¡Sería genial! ¡No he jugado a eso desde hace mil años y, seamos realistas, para entonces no podía sacar nada provechoso de esos minutos! –respondió Lauren, la más lanzada del grupo.
-¿Cómo que no? –preguntó Samantha-. ¿Te parecía poco premio llevarte las babas de Dylan por toda la cara?
No podían dejar de reír y de imaginar situaciones. En cuanto las clases acabaron, las chicas se despidieron como el resto de días en la puerta de la clase. Sin embargo, esta vez Cindy no se entretuvo en el edificio antes de marcharse a casa, como hacía habitualmente. Había prometido a Sienna acompañarla a comprar la ropa para la fiesta. Puesto que se celebraba en su honor y aún no conocía mucho la ciudad ni las costumbres sociales americanas, Cindy aseguraba que Sienna necesitaba un poco de ayuda.
Pasaron la tarde paseando por el distrito de la moda en busca de prendas inimaginables. Cindy llevó a Sienna cogida del brazo todo el tiempo, como si fueran hermanas, y le presentó a varios diseñadores que encontraron en algunas de las tiendas. Visitaron algunos establecimientos en los que Sienna había comprado ropa cinco días antes.
-¡Cinco días! Llevo aquí menos de una semana y parece que haya estado con vosotras toda la vida –comentó, feliz, recogiéndose el cabello en una coleta alta de las que tanto le gustaban.
Cindy la puso al día de las vidas sentimentales de cada una de las chicas del grupo, además de explicarle qué habían hecho eso verano y a qué se dedicaban sus padres. Mientras escucha, Sienna se dio cuenta de que Cindy controlaba todos los movimientos de sus amigas y del resto de la gente de clase.
Al final de la tarde, agotadas, se despidieron en la puerta del Museo Metropolitano con un abrazo suave. Sienna había adquirido la ropa más sexy de todas las que había poseído alguna vez. No sabía si se atrevería a ponérsela ese viernes. Cindy, por su parte, también se había comprado un modelito que no dejaba demasiado a la imaginación. Aunque Sienna fuera el centro de la fiesta, su anfitriona no podía pasar desapercibida.
* * * * *
Cuando las clases tocaron a su fin el jueves por la tarde, Sienna se dio cuenta de que tan sólo había visto a Matthew en clase dos días, el lunes y el jueves. No habían tenido tiempo de hablar sobre el trabajo ni tan siquiera de saludarse, ya que los profesores se habían dejado llevar por la emoción de ver a sus alumnos desocupados y habían comenzado a mandar muchos deberes que apenas les daba tiempo a terminar.
El colegio estaba ya más calmado. Sienna había visto alguna otra vez al grupo de chicas acechando al cantante que tan mal le caía a Matthew, pero lo cierto es que los pasillos estaban mucho más calmados que los primeros dos días. Por lo general, la gente no perdía el tiempo deambulando por los corredores y prefería quedarse en los jardines exteriores o en la calle antes que en el interior del edificio.
No había tenido mucho tiempo para hablar con Abby desde su tarde de lectura, cuando ésta le desveló su gran secreto. Sabía que estaba invitada a la fiesta porque la había visto apuntada en el grupo de Facebook, pero Cindy no la había mencionado en ningún momento ni Abby se había puesto en contacto con ella para comentarle nada al respecto. Sienna supuso que su amiga no tendría intención de dejarse caer por la fiesta. No la veía vestida con una minifalda y coletas intentando seducir a sus compañeros de clase.
Ese jueves por la tarde, con el libro bajo el brazo, se despidió de su grupo de amigas y buscó a Abby con la mirada. No la vio en clase, por lo que supuso que ya se había marchado. Al otro lado del aula vio a Matthew metiendo los libros en su mochila y colocándose la gorra de los New Yorker.
-¡Hola forastero! ¿Intentando pasar desapercibido? –pese a que su intención fue en todo momento resultar simpática, el resultado obtenido fue totalmente diferente: el chico dio un brinco, asustado.
-¡Sienna! No te he oído llegar. ¿Habías quedado esta tarde para hablar sobre el libro verdad? –preguntó el joven.
-Sí. Dijimos que hoy quedaríamos, pero como no te he visto en clase durante toda la semana y tampoco te tengo localizado en Internet, nos faltaba concertar lugar y hora.
En la misma clase, Matthew sacó sus gafas de sol enormes y se las colocó ocultando su mirada.
-¿Confías en mí? –fueron sus únicas palabras como respuesta a la regañina de Sienna.
-Claro –respondió la chica extrañada-. No me queda otra; somos compañeros en este trabajo y debo confíar en ti tanto como en mí.
-Pues dame la mano y vayámonos corriendo a un lugar perfecto. Solos tú y yo. Allí podremos hablar del trabajo.
Sin esperar una respuesta por parte de la joven, Matthew la agarró de la mano y echó a correr, literalmente, por los pasillos del colegio.