domingo, 7 de noviembre de 2010

Capítulo 21

Al entrar en el vehículo, Cindy se lanzó sobre ella a abrirle el abrigo.
-¡Pero Sienna, qué has hecho! ¿Por qué te has quitado el liguero? –le regañó.
-Me lo estaba poniendo y se me ha roto un enganche –mintió Sienna-. Me ha tocado dejarlo en casa. ¡Qué rabia!
-Pues sí, menuda lástima –añadió Cindy.
El resto de chicas menearon la cabeza afirmativamente. La limusina había pasado a recoger a todas las chicas antes de pasar por el edificio de Sienna, por lo que ya habían analizado la ropa de unas y otras y había llegado el momento de centrarse únicamente en la vestimenta de la joven española.
Sienna observó la ropa de las demás, ya que tan sólo sabía cómo iría vestida Cindy: con una falda-cinturón de cuadritos rosas y lila y lazos azules que no le tapaban por detrás los cachetes, un sujetador con el mismo estampado arriba, corbata azul de seda corta y dos trenzas. Todas las jóvenes lucían un aspecto seductor, aunque ninguna había sido tan atrevida como la anfitriona de la fiesta: todas las faldas eran más altas.
“No sé de qué me asombro”, pensó Sienna, “en algo tenía que notarse que Cindy es hija de Bianca. Me pregunto si cantará igual de bien que su madre o si sólo ha heredado el don de llamar la atención allá donde vaya”.
La fiesta comenzaba a las 10 de la noche. Iba a celebrarse en una discoteca de la ciudad que Cindy había reservado de forma íntegra para la ocasión. Llevaba toda la semana, desde que se le ocurriera la idea, enganchada al teléfono encargándose de cada pequeño detalle. Sienna estaba convencida de que todo saldría genial ya que había visto el esfuerzo y dedicación de su amiga a la hora de preparar el evento.
Conforme la mente de Sienna divagaba pasando de un tema a otro, su mirada recorría el interior del coche. Nunca antes había estado en una limusina y, desde luego, nunca había visto una tan larga. Las seis chicas que formaban el grupo, contándola a ella, iban sentadas muy cerca las unas de las otras, por lo que quedaba mucho espacio libre.
Cindy pulsó un botón y frente a ellas aparecieron unos platitos con canapés.
-Un tentempié antes de la fiesta.
-Sí, que ya sabéis que no es buen celebrar fiestas como esta con el estómago vacío –añadió Lauren.
Todas metieron a la vez la mano en el plato buscando el canapé más delicioso. La única que no se unió a sus amigas fue Cindy. Sienna le preguntó que si no tenía hambre, a lo que la rubia contestó que había cenado algo antes de salir de casa.
Mientras las chicas comían, la limusina las paseaba por las calles de Nueva York, atrayendo las miradas de los transeúntes, autóctonos o turistas.
-¡Hoy somos las estrellas de la noche! –gritó Cindy, echando mano a unas copas de champán que habían aparecido de repente en la parte trasera del vehículo.
Cada una de las jóvenes tomó una copa y brindó por una noche inolvidable llena de éxitos y conquistas. Detrás de una copa vino otra, y otra más, todas acompañadas de brindis cada vez más atrevidos. Las risas llenaron el interior del vehículo.
Aunque ya eran las 10 pasadas, el coche seguía circulando por la ciudad.
-¿No llegamos tarde? –preguntó Sienna, preocupada, a Cindy.
-¿Tarde? –respondió la chica con otra pregunta. El resto de sus compañeras se echaron a reír-. No puedes llegar tarde a tu propia fiesta. Además, dicen que lo bueno se hace de esperar y está claro qué es lo bueno de esta fiesta.
Pusieron música a todo volumen en el coche y cantaron todas juntas. Sienna no conocía la canción pero intentó tararearla. Poco después, Cindy abrió la ventana del techo de la limusina y sacó la cabeza por fuera. Exhaló un grito que hizo que la gente de los coches de al lado la miraran asustados. Las risas en el interior de la limusina eran incontrolables.
-Asómate tú también, Sienna, que estoy segura de que nunca has hecho esto.
Cindy agarró a Sienna del brazo y las dos asomaron sus cabezas repeinadas por encima del coche. El viento les pegó en la cara y acalló sus palabras durante un momento. Sienna estaba tan emocionada que instantes después se encontró gritando como una loca. Pararon en un semáforo. A su lado, un coche con varios veinteañeros bastante atractivos hizo sonar la bocina y las vitorearon. Cindy meneó las trenzas mientras les mandaba besos desde la limusina. Sienna la miraba entre risas y se encontró a sí misma siguiéndole el juego a su amiga.
-¡Mira! ¿Ves esas luces ahí enfrente? Esa es la discoteca donde vamos. Vuelve a entrar en la limusina que nadie nos vea hasta que salgamos del coche.
Sienna introdujo la cabeza dentro del vehículo conforme Cindy se lo indicó, pero antes de hacerlo pudo ver como la gente se apelotonaba en la puerta del local intentando entrar. Había una cola larguísima.
-¿Quiénes son todos esos? En clase no somos tantos –la inocencia de Sienna volvió a provocar la risa de las chicas.
-Gente del colegio de un curso menos, amigos de los alumnos de nuestra promoción, amigos de amigos, gente que ha encontrado el evento en Internet… o simplemente los clientes habituales de Extreme que se han encontrado con que no pueden entrar un viernes a su discoteca de siempre –fue Lauren la que le explicó la situación.
La limusina paró en la misma puerta de la discoteca, en un hueco que habían destinado para el aparcamiento de Cindy. El conductor, un hombre de unos cincuenta años con cara avinagrada y seria, fue a abrirles la puerta.
-Como hemos dicho antes, ¿vale? Seguid el orden que hemos acordado –cuchicheó Cindy.
Lauren, Samantha y Claire fueron las primeras en salir. Cruzaron la puerta con lentitud, vigilando que no se les viera nada por debajo de sus cortas faldas. Parecían estar acostumbradas a bajar del coche ante las miradas inquisidoras de una multitud de gente, ya que ni se inmutaron.
La siguiente era Sienna, que no estaba tan tranquila. En primer lugar, no sabía cómo agarrarse la falda para que no se le viera nada. Una vez que hubo decidido cómo taparse, bajó los pies al suelo. Notó como las piernas le temblaban. Instintivamente culpó al champán que había bebido en el vehículo, pero era consciente de que los únicos culpables de sus temblores eran los nervios. Se arrepintió de haberse puesto esos tacones tan altos, pues no estaba segura de poder llegar hasta la puerta con aire sereno y digno, sin tropezones. A cada paso que daba, mayor era la impresión que tenía de estar tambaleándose.
 Llevaba el abrigo desabrochado y notaba como las miradas de los chicos que esperaban en la cola de la discoteca la escudriñaban sin disimulo. Dio gracias a Dios por haber salido antes que Cindy, ya que esperaba que todos dejaran de observarla una vez que la explosiva rubia se dejara ver. Intentó echar a andar rápido hacia la puerta, al tiempo que rezaba: “por favor, que no me caiga. Por favor, que no me caiga”. Algo, aparte de su miedo, la frenó. Cindy la había vuelto a tomar del brazo y se puso a caminar a su altura. La rubia andaba despacio, disfrutando las miradas, e impedía que Sienna cumpliera su objetivo de llegar cuanto antes a la puerta.
Cuando por fin entraron en el edificio y la oscuridad las envolvió, Sienna respiró aliviada.
Aunque todas las chicas estaban ilusionadas y felices por su espectacular entrada, no demostraron ninguna emoción. Caminaron altivas y seductoras hacia el guardarropa, donde dejaron bolsos y chaquetas.
Antes de dar el bolso a la chica de gafas que guardaba los objetos personales de los asistentes a la fiesta, Sienna metió la mano y sacó el móvil. La pantalla mostraba el dibujo de un sobre. Abrió el mensaje y descubrió que era de Matthew. Sin saber por qué, el corazón le dio un vuelco. Se había olvidado por completo de que habían intercambiado los teléfonos el día anterior en el parque, antes de decirse adiós.
Hola angelito. No voy a poder ir a la fiesta. Lo siento. Pásalo bien. Un beso.
La sonrisa que había aparecido en su rostro al ver que tenía un mensaje se había borrado.
-¡Matthew no va a venir! –gritó a Cindy en el oído para hacerse oír. La música, atronadora, impedía cualquier tipo de comunicación que no fuera a gritos.
So we back in the club, get that bodies rockin from side to side. Thank God the week is done. I feel like a zombie gone back to life.
-¿Qué dices? –fueron las palabras de Cindy, también a gritos.
-¡Que Matthew no va a venir! –le mostró el teléfono.
Cindy leyó el mensaje y le pasó los brazos por encima de los hombros, en señal de consuelo.
-Estos hombres. No puedes fiarte de ellos. En especial de ése… qué pronto se les sube la fama a algunos a la cabeza.
Sienna meneó la cabeza en gesto afirmativo. Sí, sólo por ser un chico guapo y levantar muchas miradas a su alrededor ya se pensaba que Sienna iba a estar pendiente de él durante la fiesta. ¡Qué ingenuo! Sin embargo, en el fondo, le entristecía saber que no vería a su amigo por allí. Respondió rápido al mensaje en español, para no tener que pensar mucho: “ójala estuvieras aquí”. Pulsó el botón de enviar, lo guardó en el bolso y lo entregó a la chica del guardarropa.
Las chicas ya se alejaban de allí y Cindy seguía sin soltarla.
-¡Vamos a por unos chupitos de tequila a la barra! Ya verás como en un rato te has olvidado de él y tienes a mil hombres a tus pies.
Pese a que Sienna no bebía, no pudo decir que no. Las dos siguieron a las demás chicas a la barra donde un camarero con chaqueta de colegial y sin camisa les sirvió varias rondas de chupitos.
Usher seguía sonando en el local. Y entonces, al otro lado de la barra, los ojos de Sienna se encontraron con unos ojos preciosos observándola como si nunca la hubieran visto antes.
Ain’t I seen you befote? I think I remember those eyes, eyes, eyes, eyes. Cause baby, tonight, the DJ got us fallin in love again.
El chico le sonrió desde su butaca y levantó su copa en alto, como si quisiera brindar con ella en la distancia. Cuando lo vio, olvidó por completo a Matthew. Era Dean.

No hay comentarios:

Publicar un comentario