domingo, 7 de noviembre de 2010

Capítulo 20

El viernes estuvo plagado de momentos de cuchicheos y nervios. Las chicas de clase no dejaban de hablar de qué iban a ponerse y a quién pensaban acercarse en la fiesta. Los chicos las observaban con sonrisas seguras que tan sólo servían para ocultar su preocupación. ¿Conseguirían llamar la atención de la chica que les gustaba o acabarían solos en un rincón, como un mueble más?
El señor Richmond, el profesor de literatura, hizo algunos comentarios alusivos al ambiente de expectación que se respiraba en el aula. Sin embargo, los alumnos estaban demasiado concentrados en su propio mundo y no reaccionaron a sus palabras. Sienna dedicó esa hora a observar a Dean y preguntarse si el chico se fijaría en ella esa noche. Sus miradas se cruzaron varias veces y el joven le sonrió. Ella tuvo que agachar la cabeza con una sonrisa tímida en los labios.
Una vez hubo terminado la jornada escolar, Cindy se despidió de sus chicas con un abrazo en la puerta de la clase y se encaminó al cuarto de baño. Lauren, Samantha y el resto de muchachas del grupo se alejaron por el pasillo sin dejar de hablar. Sienna se había quedado atrás, como habitualmente, recogiendo sus cosas. Las vio marcharse sin decir nada.
-Parecen gallinas cacareando, ¿verdad? –la profunda voz de Dean la sobresaltó.
-Bueno, sólo están ilusionadas con la fiesta, es normal que no dejen de hablar –no sabía qué decir pero sentía la obligación de defender a sus nuevas amigas.
-Tú no pareces tan nerviosa. ¿Es que no vas a ir a la fiesta o es muy normal celebrar eventos a lo grande en España? –preguntó el chico, apoyado ligeramente en la mesa de Cindy.
-Qué va, al contrario. Estoy muy contenta y nerviosa por ir a la fiesta, ya que en España estas cosas no se estilan tanto, pero me cuesta exteriorizarlo. En el fondo todavía no conozco bien a las chicas y me cuesta más compartir la ilusión del modo en que ellas lo hacen al hablar con sus amigas de toda la vida.
El estuche y las notas de Sienna esperaban en el fondo de su bolso. Los apuntes de clase ya estaban dentro de la carpeta de Jordi Labanda. La mesas, vacías, se despedían hasta el lunes siguiente. Sus compañeros se habían marchado. Nada la retenía en el aula, pero no conseguía moverse, ya que deseaba alargar el encuentro tanto como le fuera posible.
Por fortuna, el chico tomó la iniciativa y caminó hacia la puerta del aula mientras hablaba con ella.
-No te preocupes, ya verás como al final te adaptarás al grupo. Además, tú no necesitas ir con ese grupo de chicas. Ni con ninguno. Cualquier chica querría ser tu amiga y cualquier chico querría estar contigo. De eso no hay duda.
-Gracias por el cumplido –no fue capaz de formular otras palabras. Estaba impresionada, agradecida y ruborizada. Sabía que en cualquier momento diría algo que destrozaría el momento y su felicidad, así que buscó una excusa para despedirse de Dean-. Ahora tengo que marcharme corriendo que tengo que preparar unas cuantas cosas antes de la fiesta. Nos vemos allí, ¿no?
-Allí nos vemos.
Sienna echó a andar a paso raudo por el pasillo. No dirigió la vista atrás, por lo que no pudo ver como Dean se acariciaba la solapa de la camisa con una sonrisa burlona en los labios.
*  *  *  *  *
No se encontró con Abby en la puerta. Había pasado todo el día deseando que su amiga la esperara, como los primeros días, pero en ese momento no le importó. Estaba en una nube y no veía ni oía más allá de los latidos de su corazón y las palabras de Dean en su cabeza.
Sienna nunca había creído en el amor a primera vista. Sí, se consideraba a sí misma una romántica empedernida, una soñadora. Sin embargo, siempre había sido capaz de discernir entre la ilusión de los primeros días y el verdadero amor. En esos instantes, todos sus principios parecieron tambalearse. Desde que vio a Dean en la fiesta, no había logrado apartar el perfecto rostro del chico de sus pensamientos. En sus sueños se mecía en los fuertes brazos que ocultaban sus camisas, serias y elegantes. En clase se perdía en sus miradas, en su porte atlético y seductor. El resto del tiempo, pese a estar muy ocupada todo el tiempo, lo dedicaba a recordar cada centímetro de su cuerpo. ¿Estaba enamorada?
Su cerebro respondía a estos pensamientos con un rotundo no. No, Sienna, no lo conoces apenas. No sabes nada de su vida. Sólo has visto el exterior, lo bonito, pero… ¿es por dentro tan hermoso y atractivo como por fuera? Y, para colmo, el chico tenía novia. No entraba dentro de su código moral enamorarse de un chico con pareja. Tener novia para ella equivalía a relación imposible. Abby le había dicho que había tonteado con muchas otras chicas y que tenía fama de conquistador, que estar con Cindy nunca había supuesto ningún impedimento para que el joven tuviera sus aventuras. Aún así, Sienna consideraba que, si en el fondo de sí no la quisiera, Dean no saldría con Cindy. No podía ser que estuviera con ella por costumbre, porque era lo que todos creían que debía suceder. Para ella, Dean era un chico extremadamente seductor que podría estar con quien quisiera. Si estaba con Cindy, no cabía duda de que se debía a que la quería.
Una vez en casa, dejó el bolso en el recibidor y se tumbó en su cama con los ojos abiertos. Intentaba liberar a su mente de cualquier pensamiento. Tan sólo quería soñar, recordar, mantener su felicidad.
Hubiera deseado estar en casa para salir a la calle y contarle todo a sus amigas, a sus amigas de verdad, las de siempre. Con pelos y señales. Se sentaría frente a la playa, como tantas otras veces habían hecho, a hablar hasta que cayera la noche. Les hablaría de su amistad con Matthew, de la atracción que sentía por Dean. No dejaría de explicar lo que sentía cuando estaba con él, cuando el chico la miraba. “La mirada”. Sus amigas no la cortarían, la dejarían hablar sin parar y sólo la interrumpirían sus risas. Como tantas otras veces. Las echaba de menos.
Recordaba un día, años atrás, en que necesitaba desahogarse. En ese caso no estaba contenta, sino al borde del colapso. Había olvidado el motivo, pero no el dolor que sentía en el pecho y que la hacía desfallecer. Sin decir nada a las demás, fue a las rocas, a ver el mar chocando entre ellas con fuerza. Merche había aparecido, sin necesidad de llamarla, y cuando le vio los ojos, la abrazó con cariño, apretándola con su pecho y, sin decir nada, consiguió consolarla. Después Sienna volvió a casa, ya más tranquila, y se derrumbó en el sofá del salón. Su madre se sentó a su lado y la tomó de las manos. Sienna le contó todo, mientras su madre la observaba en silencio. Cuando ya había liberado el pesar, la tristeza, su madre habló de su juventud, de los malos momentos que también ella había pasado, y acabaron las dos riendo como locas en el sofá. Sí, echaba mucho de menos a sus amigas, pero no tanto como añoraba la íntima amistad que mantenía con su madre.
Esos pensamientos nublaron la felicidad que sentía. Las cosas en Nueva York marchaban mejor de lo imaginado, eso era algo que no podía negar. No había tardado en encontrar amistades y en formar parte de un grupo, el grupo más selecto y envidiado de la escuela. Los chicos la trataban como a una princesa y siempre tenía a alguien a su lado. Aunque estuviera en casa, sola, creía que podía coger el teléfono y encontrar con seguridad a alguien al otro lado de la línea. Pero todo eso no la consolaba. Seguía enfadada con su padre, por dejarse manipular por esa bruja que le pedía que la llamara “mamá”. Seguía sintiéndose sola en ese enorme piso, en esa gigantesca ciudad. La distancia empezaba a hacer mella con sus amigas de siempre… ¡y apenas llevaban una semana separadas!
Ya nada volverá a ser como antes.
Decidió animarse. No podía dejar que los recuerdos y esos pensamientos acabaran con ese momento tan feliz. El chico más guapo de la escuela la había piropeado. La chica más popular era su amiga y la trataba genial. Esa noche iba a asistir a una fiesta de película que además se celebraba en su honor. ¿Qué más podía pedir?
Se levantó de la cama y volvió a poner música en el hilo musical. Sus locos dejaron oír sus voces a todo volumen. Entró en el cuarto de baño, dispuesta a darse una ducha. Mientras dejaba caer la ropa a sus pies, dirigió la vista a la bañera. Como cada día, pensó que aún no había encontrado la alfombrilla para el fondo. Una vez que la gran bañera estuvo llena, vertió un poco de jabón dentro y se introdujo en el agua espumosa con sumo cuidado. Se recostó, con la cabeza apoyada en uno de los bordes, y cerró los ojos.
*  *  *  *  *
Largo rato después, volvió a abrir los ojos. La música seguía sonando y se encontraba en paz. Se lavó tranquilamente el pelo y, tras ponerse en pie, se enjuagó todo el cuerpo. Muy a su pesar, tuvo que salir de la bañera para envolverse en el albornoz. Podría haberse quedado allí toda la tarde, pero los dedos empezaban a arrugársele y nunca le había gustado ver sus pies y manos como pasas. Manías de niña.
Se aproximó al espejo y se desenredó el cabello con delicadeza. Con el pelo aún mojado, fue al vestidor. Echó mano a las compras que hizo con Cindy para la fiesta y las llevó al cuarto de baño de nuevo.
            Comenzó a vestirse. Se enfundó unos calcetines negros altos, hasta la rodilla y el liguero de encaje negro que se llevó de la última tienda ante la insistencia de Cindy. Sobre él se colocó una falda escocesa de cuadros rojos. La tela apenas cubría sus pantorrillas y dejaba al aire libre más de la mitad de sus muslos. Arriba se colocó una camisa negra de botones y manga corta que mostraba su ombligo. La corbata, a juego con la falda, añadía un toque desenfadado al conjunto. Se ató dos coletas bajas adornadas con cintas anudadas en un lazo y peinó su flequillo hacia un lado. Uñas rojas. Labios rojo pasión. Unos altos tacones negros abiertos por delante.
            Faltaba ya poco para la fiesta. Volvió a mirarse en el espejo y se avergonzó de la imagen que en él se reflejaba. No se sentía cómoda con esa apariencia de colegiala. Más bien le parecía llevar un disfraz.
Mientras esperaba a que Cindy pasara a recogerla, se preparó un pequeño bolso de mano con las cosas imprescindibles y volvió al espejo. No podía dejar de mirarse. Al tiempo que avergonzada, estaba maravillada con ella misma. Su padre la habría mirado contrariado, pero no habría dicho nada. Al menos así habría sido si su madre siguiera con ellos. Mamá le habría sonreído y le habría dicho que había crecido mucho, que ya no era la niña pequeña a la que arropaba en la cama.
El móvil comenzó a sonar dentro del bolso. El mensaje era de Cindy: ya estaban abajo. Sienna se asomó a la ventana a buscar a su amiga, pero estaba demasiado alto para ver la limusina blanca que la esperaba en la puerta. Cogió una chaqueta larga con la que esperaba ocultar su atuendo al resto de inquilinos de su edificio.
Una vez ante la puerta, tomó una decisión de última hora. Se quitó el liguero. Seguía luciendo su cuerpo de forma provocativa, pero así al menos se sentía más natural.
La noche más movida de su vida hasta ese momento acababa de comenzar.

2 comentarios:

  1. Me encanta!
    Y sobretodo"Tus locos", me encanta, lastima que se separasen, ya nada volverá a ser como antes.
    En cuanto a la historia genial!
    Un beso, Marisa.

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