miércoles, 12 de enero de 2011

Capítulo 44

            El pequeño restaurante estaba prácticamente vacío. Una camarera gordita de brillante pelo rubio preparaba café en la barra, un señor mayor leía el periódico. En la mesa junto a la ventana, una chica de unos quince años escribía en su portátil plateado. La televisión estaba apagada, por lo que tan sólo se escuchaba una canción de fondo, muy flojito.
            -Hola, Mandy –saludó Matthew.
            La camarera levantó la vista de la cafetera y le sonrió. Unas arrugas, delatoras de que su juventud ya quedaba atrás, aparecieron bajo a sus ojos. Dejó la taza de café a un lado y recibió al chico con un gesto cariñoso, colando sus dedos entre el pelo de Matthew y despeinándolo.
            Por primera vez en todo el día, el muchacho se liberó de las gafas de sol. Sienna había bromeado acerca de ellas varias veces pero, igual que ignoró sus inquisidoras preguntas relativas al cámara, el joven se limitó a decirle que sus ojos eran muy sensibles a la luz del sol y que debía llevar las gafas puestas en el exterior por prescripción médica.
            -Vaya, vaya. Si el pequeño Matthew se ha dignado a pasar por aquí. Creía que ya no frecuentabas estos barrios –la mirada del chico se endureció, suplicando que no dijera nada que le descubriera.
            Pese a que la camarera desconocía que Matthew le ocultaba a Sienna su trabajo, quién era realmente, comprendió la señal y no dijo nada más.
            -Sí, hace tiempo que no salgo, así que no he tenido mucho tiempo para visitarte –Mandy escuchó a Matthew a la vez que escudriñaba a la joven-. Por cierto, no os he presentado. Ésta es mi amiga Sienna. Sienna, ésta es Mandy, una amiga de mi madre.
            Sienna frenó el impulso de echar el cuerpo por encima de la barra para darle dos besos. Nada de besos en Estados Unidos, recordó. Tomó la mano que le ofrecía Mandy y la estrechó gentilmente.
            -¿Dónde podemos sentarnos? ¡Estamos muertos de hambre! –consultó Matthew.
            -¿Cómo te atreves a preguntar? –exclamó la camarera, indignada-. Ésta es tu casa, así que sentaos donde queráis.
            -¿Te gusta esa mesa? –esta vez, Matthew se dirigió a Sienna, señalando una mesita en una oscura esquina del restaurante.
            -Claro –aceptó ella.
            -¿Sabéis ya qué vais a tomar? –quiso saber Mandy antes de que se encaminaran al rincón.
            El chico miró a Sienna.
            -¿Qué quieres?
            -No sé lo que hay… -respondió ella.
            -Carne, hamburguesas, pescado, pizza –al decir la última palabra, Matthew sonrió.
            -Pues no sé… ¿Unas chuletas de cordero con patatas fritas? Es que no sé… tengo tanta hambre que me comería cualquier cosa.
            -Dos de chuletas entonces –pidió él-. ¡Y rápido, que si no me comerá a mí!
            La camarera se echó a reír.
            -Matthew, Matthew. Tan bromista como siempre. Nunca cambiarás –se alejó de los chicos y desapareció tras la barra.
            Una vez que estuvieron los dos en la mesa, Sienna comenzó a picar al chico.
            -¿Con que una amiga? Creía que sólo éramos compañeros de clase –el comentario cogió a Matthew desprevenido, que acababa de saludar con un gesto de cabeza a la chica del portátil.
            -Bueno, somos amigos, ¿no? Hemos hecho juntos un vuelo transoceánico, hemos compartido mi rincón favorito de la gran ciudad, te has arriesgado a recorrer las calles de Nueva York en un coche conducido por mí e incluso hemos cocinado juntos. ¿Qué es eso sino amistad? –su respuesta fue muy seria.
            -¡Que era una broma, tonto! ¡Pues claro que somos amigos! Aunque a veces seas un poco pesado y aunque me de la sensación de que te cachondeas de mí, te considero uno de mis mejores amigos –le informó Sienna.
            -Si tenemos en cuenta que Sienna Davis es una de las chicas más populares de clase, me tomaré ese comentario como un cumplido –comenzó a reaccionar él, a la vez que recuperaba su habitual sentido del humor.
            Hablaron largo rato y no dejaron de hacerlo ni siquiera cuando Mandy hizo su aparición estelar portando dos platos que desprendían un olor delicioso. Comieron entre risas, tal como cenaran varios días atrás, por lo que el tiempo pasó volando. Pidieron un brownie para compartir y juguetearon con las cucharillas cortando justo el trozo que el otro quería coger. Sin duda, lo pasaron bien.
            -Toma, cómete el último trozo, que tienes que hacerte grande –Matthew empujó con su cuchara la porción restante del postre y la aproximó a Sienna.
            -No, gracias –lo rechazó ella-. Estoy llenísima. Te lo regalo.
            Conforme hablaba, le guiñó un ojo. Estando con Matthew se sentía muy cómoda, muy tranquila. Sentía que podía ser ella misma, sin tapujos ni preocupaciones. Cuando estaban juntos, cada minuto era diferente al anterior, y esa sensación de que todo era posible y aceptable la hacía ser una chica distinta, más alocada y despreocupada.
            El chico la miró fijamente, insistiendo en que lo cogiera ella.
            -Mira, hacemos una cosa. Yo no lo quiero, así que mientras que voy al baño, tú te lo comes, ¿vale? Dile a Mandy que se lleve el plato en cuanto termines. Nunca sabré si te lo has comido y así no podré enfadarme porque hayas disfrutado del brownie más que yo –se levantó de la mesa sin darle opción a rechistar.
            Caminó hacia el lado opuesto del restaurante y entró en el cuarto de baño. Sienna miró el plato, sin saber que hacer. ¿Se lo comía? No tenía más hambre, pero Matthew le había insistido tanto que le daba lástima que ninguno se lo comiera y lo tiraran a la basura.
            Mientras decidía qué hacer, la chica del portátil, que había recogido todo y se disponía a abandonar el local, se acercó a su mesa y se sentó en la silla que segundos antes ocupara Matthew.
            -¿Cómo es? –le preguntó, directa.
            -¿Cómo es el qué? –Sienna estaba perdida; comenzaba a dudar si la había entendido bien.
            -Pues eso, que como es que te sonría, que te mire así.           
            -¿Quién, Matthew? –no sabía qué responder, sobresaltada aún por la inesperada pregunta.
            -¿Es que no te has dado cuenta de cómo te mira? –insistió la joven, perpleja.
            -No sé… normal, ¿no?
            La joven la miró con desprecio y después se puso de pie.
            -No sabes cuántas chicas darían la vida porque él les sonriera con la mitad de aprecio con que te sonríe a ti.
            Sin decir nada más, cruzó la puerta y se mezcló entre la gente que paseaba por la calle.

4 comentarios:

  1. Aiiiishhhhhhhh.. MATTHEW! <333'
    Yo también envidiaría a Sienna.. *_____*
    Esperando impaciente el siguientee! :D

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  2. mas, mas!! quiero mas y yaa!! jejeje
    me encanta!! y matthew es un cieloo y un bombon seguroo!!

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  3. que bonito!! se comera el cacho de brownie ¿? ahhaha sigue escribiendo por favor!!! :D

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