jueves, 30 de diciembre de 2010

Capítulo 38

-Pero no puede echarte la culpa a ti… ¡si fue él quien te besó!
Estaba confundida. Para ella, Cindy era una chica fuerte, segura de sí misma. Esta versión de la rubia que le acababa de describir Abby no cuadraba para nada con lo que había visto de ella hasta ese momento.
Tan poco comprendía por qué, si las primas habían estado tan unidas desde siempre, Cindy había escogido seguir con Dean en vez de creer las palabras de Abby.
La historia la asustó. Recordó lo enfadada que estaba su amiga esa mañana, lo destrozada que parecía en el cuarto de baño. Si años después no había perdonado a Abby un beso del que la chica no tenía ninguna culpa… ¿qué haría si se enteraba de su cita del domingo o de su beso frustrado el primer día de clase?
Abby se encogió de hombros. Ella también se había preguntado en muchas ocasiones a lo largo de los últimos tres años por qué su prima no le daba una oportunidad de explicarse. Terminó por aceptar que esa amistad tan especial que habían compartido había desaparecido para no volver más.
Se despidieron en el mismo cruce de siempre y cada una echó a andar en una dirección.
Al llegar a casa, Sienna tiró encima de la mesa del despacho los libros de clase. Dio un respingo. ¿Por dónde empezar? Observó los apuntes sin llegar a decidirse.
Y me siento como un niño imaginándome contigo, como si hubiéramos ganado por habernos conocido…
¿Había ganado al conocer a Dean? De repente se le plantearon mil preguntas. ¿La estaba utilizando, como utilizó a Abby? No podía creerlo. Pensó en sus risas en el museo de cera. Encendió el ordenador y buscó la carpeta de fotos “Madame Tussauds con él”. Sus sonrisas parecían sinceras. Al contrario de todos los demás días, ese día lo vio humano, más real. Ya no era un dios griego, frío y formal, sino un chico más. Un chico muy guapo.
Accedió a Facebook. Buscaría las fotos de Dean con Cindy, para ver si junto a ella se le veía tan natural. Igual había cambiado.
Al introducir la clave y cargarse su perfil, arriba a la izquierda apareció una luz y un número. ¿Un mensaje? Pulsó encima del número. Era una invitación de amistad. Matthew Andrews. Sonrió.
Un momento… ¿Andrews? Sin siquiera aceptar la invitación, abrió el navegador. Buscó el historial. No, no se había equivocado. Los vídeos de Matthew que la habían atrapado durante horas días antes no lo conocían como Andrews. El cantante era Matthew Levine.
Volvió a contemplar la invitación de amistad. “Hola Sibyl, ¿sigue en pie lo de esta noche?”. No cabía duda de que era él. Sin embargo, el chico que miraba al mar al tiempo que cantaba con una voz preciosa también era él.
Tal vez se tratara de su nombre artístico. Bien pensado, era una idea genial. Registrarte en una red social con tu nombre real cuando todo el mundo conoce tu nombre artístico te protege y sirve para que puedas mantener el anonimato.
Aceptó la invitación y le respondió que lo veía por la noche.
Accedió al álbum de fotos del chico. No tenía demasiadas fotos, pero en todas ellas salía guapísimo. Fotos en la nieve, fotos cocinando, fotos tumbando en un sofá viendo la televisión, con un perrito en su regazo. Un par de fotos en Madrid con una mujer mayor, probablemente su tía. Siempre esa eterna sonrisa, en todas y cada una de las imágenes. Buscó en las fotos de sus amigos fotos con alguna chica. Había fotos con amigas y con amigos; ninguna con una sola chica. ¿Acaso no había tenido novia o lo llevaba muy en secreto? Tal vez hubiera borrado todas las imágenes después de una mala ruptura, no sería nada raro. Merche lo hacía siempre.
Desvió la vista hacia el cuaderno de español. El profesor les había pedido una redacción de tema libre, a elegir por ellos. Decidió empezar por ahí, ya que era lo que menos esfuerzo le requería.
Echó un vistazo de nuevo al portátil, pero en esta ocasión entró a su Tuenti. Lo tenía bastante abandonado desde que llegó a Estados Unidos, ya que sus nuevos amigos no utilizaban esa red social. Tuenti se había convertido en una fuente de añoranza y de sentimientos encontrados, puesto que podía seguir al día las vidas de sus amigas y al mismo tiempo envidiarlas pensando que ella también podría estar allí. Miró el tablón de su perfil: veintiséis cosas que un hombre perfecto haría.
Le habían pasado el texto por Internet ese verano y decidió dejarlo a la vista de todos al creer que tal vez Álex podría ser su hombre perfecto.
Sabe como hacerte sonreír cuando estás triste, trata de oler tu pelo en secreto aunque tú te des cuenta, te defiende cuando lo necesitas y aún así respeta tu independencia, sus manos siempre encuentran las tuyas…
Hablaría del amor, aunque el profesor de español pudiera mirarla de forma extraña luego y pensara que era una friki. Sí, hablaría del dolor, de la pasión, de los sentimientos que despiertan un día, sin avisar, en un corazón adolescente que no sabía amar.

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