miércoles, 29 de diciembre de 2010

Capítulo 36

La mañana fue avanzando despacio. Cindy entró a clase a segunda hora con una sonrisa de oreja a oreja, simulando que no pasaba nada. Samantha, Claire y las demás chicas corrieron hacia ella para preguntarle cómo estaba y qué le había ocurrido, ansiosas de carnaza y cotilleo, pero ella no explicó nada. “Un mareo”, fue su única respuesta. Sin embargo, Sienna no se dejó engañar por su amiga. La había visto llorar en el suelo, con el corazón hecho añicos y sin poder controlarse. La había visto como nunca antes había visto a una chica. Además, la tirantez de sus labios formando una sonrisa la delataba. Se preguntó como ninguna de esas jóvenes, que habían sido amigas de Cindy desde pequeñas, era capaz de percibir esos pequeños detalles que mostraban la realidad.
Un profesor tras otro entró y salió de la clase tras explicar su materia, sin despertar mayor entusiasmo en los alumnos, quienes estaban deseosos por saber si habían sido aceptados en los grupos que habían pedido para las actividades extraescolares. Un curso es un periodo muy largo y, si no habían logrado ser aceptados en su primera opción, más de uno pasaría ese año sufriendo en compañía de gente con la que no tenían nada en común o mortalmente aburrido.
Sienna intentó hablar con Cindy de lo ocurrido en el cuarto de baño. Quería saber qué había sucedido cuando las dejó solas, como también sentía curiosidad por enterarse de cuál era el motivo por el que Cindy culpaba a Abby. ¿Creía que era su prima la que había quedado con Dean? ¿O tan sólo apareció en el lugar equivocado en el momento menos oportuno? Cada vez que miraba a su amiga e intentaba referirse al numerito en los lavabos, ésta cambiaba de tema y le hablaba maravillas del escuadrón de animadoras y de todas las cosas que iban a hacer juntas ese curso. Por ello, cuando a la hora del descanso encontraron pegada a la puerta una lista con los alumnos escogidos para cada actividad, no le sorprendió ver su nombre junto al de un par de chicas de cursos inferiores bajo la columna “animadoras”.
Las chicas la agarraron de los brazos y corrieron con ella hasta el gimnasio, donde guardaban los uniformes. Menos Lauren, que lo llevaba puesto desde que tuvo que presentar al equipo, todas se cambiaron la ropa y se pusieron las cortas faldas y sus camisetas de tirantes a juego, con las siguientes letras estampadas en el centro: “Greyhound”. Galgos.
Con la ropa puesta, Sienna volvió a tener la sensación de estar viviendo un sueño o de formar parte de los extras de una película americana. ¿Quién le hubiera dicho que algún día también ella agitaría los pompones y coquetearía con el quarterback? Cada día que pasaba, su vida le parecía más surrealista.
Pasaron todo el recreo emocionadas, presentándole al resto de animadoras que aún no conocía. Estaba hambrienta y, con las prisas, se había dejado el almuerzo en clase, pero ninguna de las demás parecía querer comer, por lo que no dijo nada y se quedó con ellas en el gimnasio.
Al salir al pasillo, todas las miradas se dirigieron a ellas. Las niñas más pequeñas les aplaudieron:
-Cuando seamos mayores, nosotras también seremos animadoras –como prueba, un par de ellas realizaron unas piruetas que demostraban que tenían tablas.
Los chicos las contemplaban anonados, incluso alguno con la boca abierta. Sí, había que reconocer que los uniformes eran favorecedores.
Al fondo del pasillo, el grupito de chicas que solían cuchichear en grupo se había girado para mirarlas. Sienna sonrió al pensar que habían conseguido desviar la atención de Matthew a ellas, que no eran famosas más que en la escuela.
Sus amigas salieron al jardín un rato a broncear sus piernas antes de clase. En realidad, buscaban una excusa para pasearse por el colegio y que todo el mundo las viera y las envidiara. Sienna, por su parte, se disculpó de Cindy y corrió al grupito de chicas.
Atravesó la marabunta de adolescentes abriéndose paso pese a los codazos que recibió. De espaldas a las chicas estaba él, guardando en su taquilla algunas cosas.
-¡Hola, Matthew! –el chico se giró al reconocer su voz y la miró en silencio durante unos segundos, con una sonrisa en la cara.
-¿Animadora? –la tomó de ambas manos y después la hizo dar una vuelta sobre ella misma para observarla mejor-. No conocía yo esa faceta tuya.
-Hay muchas facetas mías que aún no conoces –bromeó Sienna, sin importarle los estufidos que las niñas soltaban a su alrededor.
-Bueno, igualmente estás muy guapa, que eso ya es decir –se burló.
Ella le dio una bofetada floja en el hombro.
-¡Oye! No te pases, ¿eh? –estaba feliz de que el chico le hubiera hecho aquel cumplido-. Qué agobio que hay por aquí, ¿no?
Matthew se sonrojó. Por fortuna, las chicas habían intentado disimular y ya no lo miraban fijamente, sino que hablaban entre ellas de forma casual.
-Sí, no sé qué pasa –mintió-. ¿Vamos para clase a ver si allí no hay tanta gente?
La cogió de la mano con delicadeza, como aquel día en que corrieron por la ciudad, huyendo de quién sabe qué. Evocar ese momento trajo a la mente de Sienna la última vez que se habían visto: la canción, dormir apoyada en su regazo, sus caricias y el cariño con el que la trató en todo momento. Esta vez fue ella quién se sonrojó y quien agradeció que el chico caminara un par de pasos por delante de ella y no pudiera verle el rostro colorado.
Pronto alcanzaron la clase, que aún estaba cerrada. Matthew buscó en un bolsillo su carnet de conducir. Tras meterlo por la ranura de la puerta y hacer palanca, ésta cedió y se abrió para ellos.
Se sentó sobre la mesa de Sienna y la miró. Ella no sabía qué decir. Pensó en sacar el almuerzo del bolso y así hacer tiempo para que se le ocurriera algo, pero no lo hizo. Ya no tenía hambre. Además, en pocos minutos comenzaría la siguiente clase y no le daría tiempo ni a terminarse el zumo.
-¿Vamos a quedar hoy? –le preguntó.
-¿Hoy? –repitió el chico.
-Sí, bueno… como el lunes pasado quedamos para ver el trabajo y tal, creía que hoy seguiríamos –intentó excusarse, aunque en realidad tan sólo quería estar a solas con él y darle las gracias por lo ocurrido el pasado viernes.
-Estaría genial, sí, pero es que este fin de semana no he avanzado nada con el libro. ¿Y tú?
-Yo sí, lo cogí un poco ayer, pero vamos, que tampoco he leído mucho.
El chico meditó antes de responder.
-Si quieres podemos quedar a cenar. Así yo tengo tiempo de ponerme a tu altura y podemos seguir leyendo juntos, como el otro día. ¿Qué te parece?
-¡Genial! ¿Nos vemos en mi casa? –sugirió Sienna.
-Vale, como quieras –no parecía demasiado emocionado.
Sienna se molestó un poco al principio. Después consideró que se trataba de quedar para hacer un trabajo, y que el chico no tenía porqué estar feliz de tener que pasar su tiempo libre leyendo. Aún así, le hubiera gustado ver una sonrisa sincera en sus labios, la ilusión patente en su mirada, porque aunque se resistiera a reconocerlo, Matthew no le era indiferente y, cada vez que quedaba con él, algo en su interior le decía que no se trataba de un simple amigo.

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