domingo, 19 de diciembre de 2010

Capítulo 31

Una hora después, cuando el estómago le empezó a rugir, consiguió despegarse del ordenador para ir a la cocina. Abrió la nevera. Miró en el interior y sacó un cartón de zumo. Tomó un vaso, lo llenó y se sentó en uno de los taburetes altos de la isleta de la cocina.
La cabeza le daba vueltas, pero Sienna ya no sabía si esto se debía a la resaca, la sorpresa o al hambre. El tiempo había pasado volando y, teniendo en cuenta que se había despertado tarde, su hora de comer ya había pasado. Debía animarse a cocinar algo o salir por ahí a comer.
Desde que llegara a la gran manzana, aún no había utilizado el horno ni la cocina para cocinar nada que fuera más allá de unos bocadillos. Había llegado el momento de estrenarse como cocinera. Una semana sin tomar nada caliente fuera de bares y restaurantes era más que suficiente.
Rebuscó en los armarios sin saber qué preparar. Tras descartar varios platos, se decidió por la pasta. Sí, unos espaguetis con un poco de atún la sacarían del aprieto. Fáciles de preparar, sin ensuciar mucho y delicioso. Eran su comida preferida desde niña y hacía bastante tiempo que no los cataba. En el momento en que esa bruja entró en casa, la niña Sienna debió dejar paso a la Sienna adulta, la que no podía quejarse por la comida, ni pretender atenciones especiales o platos diferentes. Ahí se acabaron las sesiones de cocina plagadas de risas y harina manchándole la cara.
Borró esos pensamientos de su cabeza. Por ese día ya tenía bastantes cosas en las que pensar como para también revivir la tristeza y soledad de su casa en los últimos tiempos.
Una vez tuvo frente a sí los ingredientes necesarios, buscó una olla o una cacerola donde poder cocinar pasta para una. No tardo en encontrar un cazo no demasiado grande. Lo llenó de agua y lo puso en la vitrocerámica. Mientras lo hacía, recordó su pelo sucio. Después del baño nocturno en la fuente, todavía no se había pegado una ducha. Pese a que el hambre comenzaba a hacer estragos en ella, decidió refrescarse un poco antes de comer. Se sentiría mucho más tranquila a la mesa con la ropa limpia y el olor afrutado de su acondicionador envolviéndola. Tapó la cacerola con un plato y se dirigió al cuarto de baño.
“Esta vez nada de baños, Sienna”, se dijo a sí misma. Necesitaba acción, algo directo y sin rodeos. Sumergirse en un baño espumoso, además de ser un despilfarro de agua, suponía perderse en los recovecos de su mente y ¡no, no, no! Tenía la sensación de que si seguía dándole vueltas a todo, acabaría por volverse loca.
Entró en la bañera, donde un chorro de agua impactó contra su piel. Sienna profirió un grito ahogado al mismo tiempo que apartaba el agua de su cuerpo. Toda su piel se erizó. Abrió el grifo de agua caliente y esperó apuntando a los pies hasta que encontrar la temperatura adecuada. Comenzó a canturrear una canción cualquiera siguiendo el compás de las gotas que la empapaban. Enjabonó el pelo, lo enjuagó, ahora un poco de acondicionador.
Salió de la bañera y se peinó frente al espejo, desnuda. Mientras acariciaba con el peine su cabello, observó una marca roja un poco más arriba del pecho derecho. Fijó la vista con más atención, sin lograr identificar esa rojez. ¿Era un golpe? ¿Un arañazo? Puesto que no alcanzaba a verlo bien, se acercó más al espejo. Visto más de cerca, no cabía duda alguna del origen de esa marca. Se trataba de un chupetón. Recordó los besos del chico de la fiesta, el desenfreno de los gruesos labios recorriendo su cuello, como si deseara devorarla entera.
Corrió hacia su cuarto tal como se encontraba, sin ninguna ropa que cubriera su cuerpo, y abrió con rapidez las puertas del armario. Buscaba algo que ponerse que ocultara el chupetón, algo que la ayudara a olvidar. Optó por una camiseta desmangada con poco escote en un color tierra, que conjuntaría con sus pitillos blancos. Se enfundó la ropa sin terminar de secarse, angustiada. Si seguía viendo su reflejo marcado en el espejo, acabaría por vomitar. Esa horrible marca, la señal del descontrol y la vergüenza.
Una vez vestida, se sintió un poco mejor, más tranquila. Volvió al cuarto de baño para terminar de peinarse. Aún avergonzada y con la moral por los suelos, se recogió el pelo en una coleta alta. Sin maquillar, sólo con dos ligeros toques de colonia, volvió a la cocina.
Encendió la televisión para que le hiciera compañía mientras cocinaba. En uno de los canales daban un capítulo de los Simpson que nunca había visto. Sonrió al pensar en esas mediodías en casa, tragándose capítulos repetidos durante años de esa misma serie, y por un instante olvidó donde estaba, olvidó la distancia del hogar, las preocupaciones de la noche, olvidó sus mareos y su corazón desbocado. En ese momento se sintió en casa.
Terminó de cocinar y se sentó en el sofá, con el plato caliente sobre la mesita de cristal, a ver la televisión. Era la primera vez que cocinaba pasta para ella sola y no había calculado bien. Le había salido comida para dos, o tal vez para tres si no comían mucho. Bueno, así ya tenía la cena preparada.
Apenas había pinchado dos veces en el plato cuando su móvil comenzó a sonar. Corrió por la casa hasta encontrarlo. Al tomarlo entre las manos, vio iluminando la pantalla un número desconocido. Dubitativa, aceptó la llamada.
-¿Dígame?
-Hola, Sienna. Soy Dean. ¿Te pillo en un mal momento? –la joven abrió la boca de par en par y la volvió a cerrar de golpe, sintiéndose tonta. Después cayó en la cuenta de que el chico no la podía ver y se relajó.
-Hola, Dean. Para nada, dime.
-Te vi desaparecer bastante perjudicada de la fiesta y me preguntaba si estarías bien.
-Sí, creo que sí –respondió ella.
-¿Crees que sí? –la risa fresca y jovial de Dean se escuchó a través del teléfono-. Me quedaría más tranquilo si pudiera comprobarlo por mí mismo. ¿Qué te parece si quedamos para tomar café?
-Genial –Sienna no podía creer lo que estaba ocurriendo. ¿Le estaba proponiendo Dean una cita?-. Pero… ¿ya, ya? Es que me has pillado que iba a comenzar a comer.
-La verdad es que yo tampoco he comido todavía. Me he despertado hace un rato y he ido con mi padre a cerrar unos tratos en el distrito financiero y acabamos de terminar.
-Vaya.
-Ni los sábados se descansa en esta ciudad. Oye, ¿y dónde vas a comer? ¿Estás en algún restaurante del centro?
-En realidad estoy en casa –se avergonzó de su respuesta, ya que por la pregunta del chico, éste suponía que ella pasaba el día fuera de casa y era una señorita que no se acercaba a la cocina, como probablemente sería Cindy-. He preparado unos espaguetis y los tengo ya en la mesa.
-¿Espaguetis? ¡Qué ricos! –Sienna suspiró aliviada al ver que el chico no la menospreciaba por no tener una sirvienta o un chef en casa-. Hace muchísimo tiempo que no los pruebo. Últimamente todo ha sido sushi y platos orientales. ¡Cómo añoro la bella Italia!
De nuevo aquella risa encantadora y seductora.
-Eso sí, nunca los he probado con atún. Yo soy más tradicional y siempre los tomo con carne picada o a la carbonara.
-Pues me ha sobrado un poco de comida, así que si quieres probarlos y decidir por ti mismo con cuáles te quedas, estás invitado –las palabras se le escaparon, sin premeditación ninguna.
Al darse cuenta de lo que acababa de hacer, se puso colorada. El chico permaneció en silencio unos segundos hasta que por fin contestó:
-Sí, ¿por qué no? Ahora mismo estoy pasando por delante del Museo Metropolitano. ¿Tú dónde vives, que me presento allí en un segundo?
-Pues… vivo justo enfrente, así que sí que vas a llegar en un segundo –bromeó Sienna, que sentía como el nerviosismo la invadía.
¡Dean iba a ir allí, a su casa, e iban a comer juntos!
-¿Ah, sí? ¡Qué casualidad! Asómate a la ventana y salúdame –añadió él.
-¡Pero si vivo en un rascacielos! –fingió ofenderse, pese a saber que se trataba de una broma.
-¿Acaso dudas de mi vista de águila? Venga, ahora fuera de bromas, dime número del edificio y planta.
Sienna le dio las señas.
Antes de finalizar la llamada, Dean añadió unas últimas palabras que provocaron que Sienna alcanzara un estado máximo de crispación:
-¡Corre a abrirme la puerta, que ya estoy ahí!

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