miércoles, 6 de octubre de 2010

Capítulo 9

Los alrededores del hotel estaban vacíos, en total calma. En la puerta principal del Wavelynn, un botones les pidió sus carnets de estudiantes del St. Patrick y, tras observarlos con detenimiento, les señaló el ascensor de cristal al tiempo que susurraba “última planta”.
El ascensor fue ascendiendo una planta tras otra sin parar. Desde dentro, las jóvenes podían ver el lujo y esplendor de cada planta. Todo parecía tranquilo. De no saber que había una fiesta allí, habrían creído que el lugar estaba abandonado. Finalmente llegaron a la última planta, que resultó ser una terraza decorada para la ocasión. Las puertas del ascensor se abrieron y la canción del momento las ensordeció por un momento.
You could travel the world but nothing comes close to the Golden Coast. Once you party with use, you’ll be falling in love oooh. California gurls…
Abby se puso de puntillas buscando a alguien al mismo tiempo que cogía a Sienna del brazo. Había muchísima gente allí, no sólo estudiantes de la escuela, algo que era de esperar teniendo en cuenta que la fiesta la organizaba la chica más popular del colegio. A la derecha le pareció verla, rodeada de su séquito de clones, así que echó a andar hacia la izquierda. Prefería evitar el encuentro tanto rato como resultara posible.
Sienna, por su parte, estaba maravillada. La terraza era preciosa. Por todas partes habían colocado unos sillones bajitos de plástico con formas extrañas y mesitas de cristal, en torno a las cuales se reunían grupos de chicos de todo tipo. Junto a la pared, una barra donde unos camareros muy atractivos servían copas y refrescos iluminados por la luz de unas altas antorchas. Las barandillas de la terraza, de cristal, dejaban ver la ciudad a sus pies. Alzando la cabeza, a la derecha, el Empire State. A la izquierda el Rockefeller Center. Algunas parejas estaban sentadas en unos sofás blancos con tapicería de cuero justo al lado, disfrutando de las vistas, mientras que otras se besaban en unas cabañas del mismo color cerradas por telas en tres de sus cuatro lados para facilitar a sus ocupantes algo de intimidad.
Además, no sólo se trataba del lugar, sino de la gente. Las chicas lucían preciosos vestidos de fiesta con brillos, collares de piedras preciosas, zapatos de tacón de los diseñadores más conocidos y adornos del pelo a cual más impactante. En cuanto a los chicos, predominaban los trajes y las corbatas. Sienna no recordaba haber visto nunca a chicos tan arreglados en una fiesta, excepto en bodas o Nocheviejas.
En ese momento se miró el vestido. Igual no se había arreglado tanto como creía, o como era necesario. Se arrepintió de sus compras, de no haber escogido ropa más elegante, y la voz de su padre le vino a la cabeza: “debes ir siempre arreglada. Nueva York no es ciudad para la informalidad”.
Mientras Sienna divagaba, Abby la había llevado a una de las barras.
- ¿Quieres algo? Yo voy a pedirme una Coca Cola.
Sienna la miró extrañada.
- ¿Una Coca Cola? ¿Es que no te gustan las bebidas alcohólicas?
- No bebo. Aquí no está permitido beber hasta los veintiún años, aunque en este tipo de fiestas siempre hacen la vista gorda. Aún así, prefiero no tomar nada con alcohol por si viene la policía.
Sienna le lanzó una mirada comprensiva. Una chica que cumplía las reglas. Todo lo contrario a sus amigas, cuya mayor diversión era salir de botellón a conocer chicos. ¿Sería cuestión de culturas o de personas?
- Pídeme una Coca Cola light, por favor –pidió, siguiendo el consejo de la joven.
Una vez que el apuesto camarero les hubo llenado la copa y la hubo decorado con unas rodajas de limón, la tomaron entre sus manos y buscaron un sitio donde sentarse. Todas las mesas estaban ocupadas y Abby no parecía tener intención de acercarse a saludar a ningún grupo de los que allí estaban.
- ¿Dónde están tus amigos? –preguntó Sienna.
- Mis amigos no suelen venir a este tipo de fiestas. Por si no te has dado cuenta, soy más del tipo empollona que del de chica fiestera. Aún así, mis padres siempre me están animando a participar en todas las fiestas para que me relacione con la gente y resulta imposible dialogar con ellos respecto a este tema.
Sienna no dijo nada al respecto.
- ¿Y qué te parece si vamos a la pista de baile? ¡Me encanta bailar!
Abby sonrió.
- Claro, vamos allá –pegó un trago a su copa y fueron al centro de la terraza.
Bailaron durante un rato ellas solas. Poco después, a su alrededor había un grupo de chicos que, mientras intentaban disimular bailando, las observaba de arriba abajo. Ninguna de las dos jóvenes se dio cuenta. Siguieron bailando sin parar una canción y la siguiente y otra más.
A la vez que bailaban y conforme iban pasando a su lado sus compañeros de clase, Abby se lo iba indicando a Sienna:
            - Mira, esa chica es la hija del senador de condado. Aquel otro juega en los junior de los New Yorker. Esta de nuestro lado es sobrina de George Clooney. Y esa que ves allí en el otro lado…
Abby no pudo terminar de hablar, puesto que un chico desconocido cogió a Sienna de la mano y la invitó a bailar con él. La joven miró a su amiga con incertidumbre, como si le estuviera pidiendo permiso para dejarla sola. Abby le guiñó un joven como gesto de aprobación y salió de la pista de baile. No le gustaba bailar sola y no esperaba que nadie quisiera bailar con ella, así que volvió a la barra y pidió otra Coca Cola.
El chico hizo girar a Sienna y bailó con ella como ningún otro chico lo había hecho antes. Parecía conocer los pasos de todos los estilos musicales. Sienna no era muy buena bailarina, así que en cuanto pudo, y viendo que el chico no tenía mucha intención de hablar con ella, se despidió de él y se encaminó a la barra en busca de su amiga.
Para sorpresa suya, Abby no estaba allí. Pensó que debía haber ido al baño, así que se decidió quedarse allí esperándola.
- ¿Otra Coca Cola light, preciosa? –le preguntó el camarero.
Sienna respondió con un simple meneo de cabeza. El camarero sonrió y comenzó a hablar con ella.
- No eres de la ciudad, ¿verdad?
- No -¿cómo podía haberlo sabido? ¿Tanto se notaba que no iba vestida de forma tan elegante como el resto de chicas o la había delatado su acento? ¡Pero si apenas había abierto la boca!-. ¿Por qué lo preguntas?
- Bueno, por la forma en que estos chicos te están devorando con la mirada, se ve a la legua que ninguno de ellos te había visto antes. Además, recordaría a una chica tan bonita si la hubiera visto antes.
Sienna se sonrojó. Estaba acostumbrada a los piropos, pero normalmente estos provenían de sus amigas, sus padres o los albañiles. Los camareros de Javea solían fijarse más en las inglesas o en las chicas de veintitantos.
- ¿Sabes? Igual sí que estaría bien que me pusieras esa Coca Cola –susurró, sin saber qué más decir. No tenía sed pero estaba tan avergonzada que necesitaba librarse un poco del camarero para poder pensar qué decirle.
Cuando el camarero volvió, seguía sin saber cómo responderle al piropo, así que cogió la copa y se alejó de la barra. Miró a ambos lados en busca de Abby, que seguía desaparecida. Preguntó a una chica cómo llegar a los servicios y se encaminó hacia allí, esperando encontrarla en la cola.
Iba andando hacia el lugar que le habían indicado cuando comenzó a ver mucha gente charlando al lado de una puerta. Debía ser ahí. No se veía a Abby por ningún lado.
Tal era su distracción mirando a lo lejos que durante unos segundos dejó de mirar donde pisaba. De repente, notó el suelo más blando bajo sus pies y tropezó. Chocó contra un chico que estaba delante de ella. En el breve instante en que esto ocurrió, Sienna tuvo los suficientes reflejos para echar la copa hacia el otro lado y no manchar el traje del joven con el que acababa de tropezar. Desafortunadamente, el muchacho no tuvo esos reflejos y volcó el contenido de su copa sobre el vestido blanco de Sienna.
- ¡Me has pisado! –exclamó el chico sin mirarla-. Deberías mirar por donde…
Sienna no le dio tiempo a terminar la frase:
- ¡Lo siento, lo siento de verdad! No te he visto y… ¡me he manchado el vestido! –gritó ella al ver la mancha negra sobre su escote.
Sienna comenzaba a pensar que nunca antes había sido tan patosa. Su caída en la bañera, el tropiezo en la puerta del colegio, ahora ese choque. Y encima esa mancha en su vestido nuevo. De haberlo sabido se habría presentado a un concurso de Miss camiseta mojada, ya que bajo la mancha empezaba a trasparentársele todo.
- Sólo es ron con Coca Cola. Estoy seguro de que salta. Puedo pasarte la dirección de mi lavandería –añadió el chico. Su rostro había cambiado por completo. Ya no parecía enfadado, sino más bien divertido.
- Lo siento de verdad. No quería pisarte –volvió a decir Sienna. 
- No sigas disculpándote. Ha sido un accidente –dijo, con una sonrisa.
Sienna lo miró a la cara por primera vez desde que habían comenzado a hablar y se quedó sin habla.
Era el chico más guapo que había visto nunca. Tenía el pelo castaño oscuro muy bien peinado, corto y liso. Sus ojos verdes eran enormes y transmitían paz, tranquilidad. Más abajo, Sienna se encontró con sus labios: carnosos, grandes pero no tanto como parecer artificiales. Unos labios perfectos que en ese momento tuvo la tentación de besar. Su cara era alargada pero ancha, de una dimensión ideal. Junto a su boca pudo entrever unos hoyuelos que le daban un toque travieso al conjunto. Su mandíbula era grande, marcada, varonil. Igual que todo su cuerpo. Seguramente fuera deportista, porque sus brazos parecían fuertes bajo la chaqueta y su espalda era ancha. Su cuerpo estaba perfectamente proporcionado.
 Sienna estaba atrapada en el embrujo de sus labios, tan sensuales. Por fortuna, el chico volvió a hablar y la sacó de su ensoñación:
- Creo que no nos conocemos. Soy Dean, Dean Thomson.
- Yo soy Sienna Davis –aunque tuvo el impulso de darle dos besos, como hacía en España al conocer a otra persona, se retuvo y extendió su mano.
Dean la tomó entre las suyas y la besó. El rostro de Sienna volvió a sonrojarse.
- Encantado. ¿Llevas algo para cambiarte? No creo que el resto de chicas hable muy bien de ti si te ve con esa mancha tan fea.
- No, no sabía que a estos eventos debía venir con ropa de repuesto.
El chico soltó una carcajada.
- ¿Es la primera vez que asistes a una fiesta como esta?
- Sí –contestó ella-. Acabo de llegar a la ciudad. Voy a ir al St. Patrick’s y pensé que sería una buena idea comenzar a conocer gente antes del inicio de las clases.
- Yo también estudio en el St. Patrick’s. Puedo servirte de anfitrión con mis amigos, si quieres.
- Bueno…
            Sienna no tuvo tiempo de contestar. Alguien la agarró del brazo. Al girar la cabeza, se encontró con Abby acompañada por un par de chicas.
            - ¡Abby! Te he estado buscando. ¿Dónde te habías metido?
            Abby miró a Dean, seria:
            - Hola, Dean.
            - Hola, Abby. ¿Qué tal el verano? –Abby forzó una sonrisa como respuesta a la pregunta del chico.
            - Sienna, no me encuentro bien. Tengo que marcharme a casa. ¿Podrías acompañarme?
            “¡Qué oportuna!”, pensó Sienna. Ahora que había conocido a ese chico tan guapo y tan simpático que le iba a presentar a más gente. Aún así, no habría ido a esa fiesta si no fuera por Abby, así que no podía quedarse allí sola sin ella.
            - Claro. Llamo ya Gary y te acercamos a casa, ¿vale? –Abby meneó la cabeza de forma afirmativa. Sienna volvió a mirar al chico-. Gracias por el ofrecimiento Dean, pero tendremos que dejarlo para otro día. ¿Nos vemos en el colegio?
            - Por supuesto –contestó con una enorme sonrisa fingida-. Adiós, Sienna.
            - Adiós, Dean.

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