domingo, 17 de octubre de 2010

Capítulo 15

El resto de las clases pasaron rápido, sin ningún detalle especial. Los compañeros de clase habían perdido los ánimos y las ganas de reír conforme las horas avanzaban, dejando paso al aburrimiento y la desazón de la vuelta a la escuela.
            Cuando a las cuatro de la tarde el último profesor abandonó el aula de forma solemne, tal como había entrado, los alumnos salieron corriendo de la clase. Bolsos, mochilas, libretas y estuches desaparecieron de las mesas en un visto y no visto. La actitud más normal pese a tratarse de niños ricos.
Cindy se despidió de Sienna y de sus amigas con un amago de abrazo y un beso que quedó flotando en el aire. Sienna vio como a su alrededor todos echaban a andar sin mirarla, por lo que, tranquilamente, recogió sus materiales y salió al pasillo. En la puerta de entrada al edificio la esperaba Abby.
-Hola Sienna. ¿Qué tal estás? No hemos hablado en todo el día.
Un sentimiento de culpabilidad se apoderó de Sienna. La chica había sido muy amable con ella el día que se conocieron. En cambio, en cuanto Sienna había tenido la oportunidad de relacionarse con más personas, no había dudado en alejarse de ella.
-¡Hola Abby! Sí, he tenido un día un poco raro y movido. ¿Tú cómo estás?
Su amiga le habló sin rencor, aunque más seria de cómo Sienna la recordaba. Puesto que la sensación de traición no la abandonaba, soltó las palabras que la ahogaban:
-Siento mucho no haber estado hoy contigo, Abby. Tú te has portado muy bien conmigo y yo no he sido capaz de enfrentarme a tanta novedad hoy.
-No me pidas disculpas, es normal –de nuevo, Abby le demostraba la bondad que ocultaban sus gafas rojas.
            Caminaron juntas un trecho, comentando a los profesores y compañeros. Temas neutros, que no pudieran provocar tiranteces ni problemas de ningún tipo. Ambas tuvieron la cautela de no mencionar dos nombres: Cindy y Dean. Sin darse cuenta, dejaron a un lado también a Matthew. Cuando se despidieron en una esquina de la misma calle del colegio, Sienna se arrepintió de no haberle preguntado por su compañero en el trabajo de literatura. Además, en el fondo podía entrever un recelo por parte de la americana. Había sido agradable con ella, pero todo le resultó muy forzado. Supo que había perdido la confianza de la chica y que tendría que volverse a ganar esa amistad que Abby le había regalado sin condiciones unos días antes.
            Una vez en casa, la joven ordenó las cosas que había ido dejando tiradas por el apartamento desde que llegó allí. Al cruzar las puertas del piso, se sintió como en casa. Los nervios de la mañana, conocer a sus compañeros y profesores, los esfuerzos por comprender el lenguaje coloquial de los jóvenes en un idioma que no era el suyo… todo ello le había provocado una sensación de irrealidad. Le parecía estar viviendo una serie de televisión, encontrarse encerrada en la vida de una persona que no era ella.
Para volver a ubicarse, encendió el ordenador y encendió el Messenger. Sus amigas le hablaron enseguida, aunque Sienna se dio cuenta de que tardaron más que las veces anteriores en comenzar la conversación y estaban menos atentas a sus palabras. La novedad ya había pasado. Merche no estaba conectada, así que enseguida se cansó de estar en el ordenador. Había deseado comentar el beso fallido con Dean y la aparición estelar de Matthew, pero tuvo que mantener las ganas. Redactó un breve mensaje para su amiga anunciándole muchos cotilleos jugosos y otro correo más largo para su padre. Tenía que hacerle saber que todo el dinero que había empeñado en llevarla a ese colegio tan elegante estaba resultando en algo útil, como conocer a la hija de una famosísima intérprete.
            Cuando dirigió sus ojos al reloj vio que sólo faltaban cinco minutos para que Matthew llegara a su apartamento. Apagó el ordenador, se recogió el pelo en una coleta y se dirigió a la cocina. Comprobó que tenía algo para picar en los armarios y refrescos a mano. Sacó una bolsa de patatas fritas y la colocó en la mesa del salón.
            El timbre sonó en su misma planta. Se acercó a la puerta y, al abrirla, se encontró a Matthew acompañado por el portero.
            -Señorita Davis, este joven dice que tiene una cita con usted.
            -Sí, es cierto. Muchas gracias por acompañarlo –Matthew se coló dentro de la casa y cerró la puerta tras de sí.
            Se cubría los ojos con unas enormes gafas de sol pese a encontrarse dentro de un edificio, como si pretendiera pasar desapercibido. Sus rizos dorados, asomando salvajes por debajo de una gorra de los New Yorker, le daban un aspecto angelical y dulce.
            Aunque tan sólo hacía unas horas que no se veían, el chico tomó a Sienna por los hombros y le plantó dos besos en las mejillas. El segundo de ellos cayó en un punto medio entre la mejilla derecha y los labios. Sienna se sintió enrojecer. Parecía que la estancia en España de Matthew le había enseñado algo más que el idioma.
            -Bueno, ¿por dónde empezamos? –la pregunta la dejó un poco descolocada.
            -¿Cómo? –preguntó ella como respuesta.
            -No vamos a preparar el trabajo en el recibidor, ¿no? –rió él.
Como siempre, la sonrisa no abandonada su rostro. En ese momento, Sienna se sintió muy tonta por no haber sido más simpática con él en el avión. Le pareció un chico creído, prepotente, demasiado seguro de sí mismo. Ahora, allí en su casa recién estrenada, lo sentía cercano y divertido.
Pasaron al salón y se sentaron en torno a la mesa, en sofás diferentes. Matthew dejó el libro que había traído sobre la mesa y la miró en silencio. Sienna estaba nerviosa y no sabía cómo actuar. Nunca antes había sido la anfitriona de un chico en su casa, ya que siempre había estado cerca su padre indicándoles dónde ponerse a estudiar, sacando cosas para picar y controlando que las horas de estudio no se descontrolaran.
-¿Te apetece algo para beber? –ofreció, intentando parecer calmada.
-Si me pones un vaso de agua no te voy a decir que no. He tenido que correr un poco de camino a aquí.
Sienna se levantó del sofá y sacó la botella de agua de la nevera.
-¿Correr? ¿Y eso? Si has llegado muy puntual –preguntó para romper el hielo.
-Digamos que he tenido que esquivar a algunas personas –respondió él, sin dar detalles.
            Vertió el agua en dos vasos y se llevó el suyo a la boca. Después de beber, decidió dejar atrás el parloteo inicial y comenzar a enfocar el trabajo. El profesor no les había dado muchas pautas, así que decidió empezar por el principio:
            -No me he leído el libro. ¿Y tú?
            -Yo tampoco, pero tengo la película. Si quieres podemos verla para ver si nos inspira un poco.
            A Sienna le pareció una buena idea. Buscó en el armario un paquete de palomitas y lo hizo en el microondas. Matthew se había cambiado de sofá para estar frente a la televisión, por lo que estaba más cerca de Sienna. Encendieron la película y la vieron en silencio.
            Los minutos pasaron volando, ya que estaban muy interesados en comprender el argumento y en disfrutar cada segundo de la película. Sienna estuvo muy tirante durante la primera media hora de película al saber a Matthew tan cerca, pero pronto se relajó y se acomodó en el sofá. Matthew hizo lo mismo. Al terminar la película, los chicos estaba acurrucados uno junto al otro, tan cerca que podían rozarse las manos.
            Sienna tomó el mando de la televisión y la apagó desde el sofá. Con una sonrisa, se volvió hacia su compañero.
            -Me ha gustado mucho, ¿y a ti?
            -Sí, estaba muy chula. Me pregunto si el libro será así o cambiarán muchas cosas –comentó él.
            -Los libros suelen darle mil vueltas a las películas. Estoy segura de que el libro será genial –añadió ella-. ¿Y ahora que hacemos? ¿Nos leemos el libro?
            -Claro, eso habrá que hacer, pero no ahora, ¿no?
            Sienna pensó que, con ese comentario, el chico quería marcharse, por lo que su sorpresa fue mayor cuando Matthew se puso a hablar con ella de forma distendida.
            -¿Qué tal te ha parecido el primer día de clase en Estados Unidos? ¿Era lo que esperabas?
            Estuvieron hablando durante un rato sobre Sienna y sus opiniones sobre los compañeros, profesores y la escuela en general. Tras un rato de diálogo, el chico dijo:
            -Ya te darás cuenta que estudiar en el St. Patrick es como vivir una película americana de adolescentes. Animadoras, deportistas, chicas malas, cotilleos que traspasan los límites de la imaginación.
            -Algo me dice que no voy a tardar mucho en ver esas cosas –se rió Sienna-. Esta mañana, sin ir más lejos, ya he visto a un grupo de chicas cotilleando en un pasillo, observando a alguien. No he podido ver de quién se trataba, pero estar en un colegio lleno de famosos es toda una novedad. 
            La sonrisa desapareció del rostro del chico con las palabras de Sienna.
            -Tengo una ligera idea de a quién podían estar siguiendo esas chicas.
            -Ah, ¿sí? ¿Hay alguna gran estrella en el colegio? ¡Cuenta, cuenta! –Sienna había olvidado que unos días antes ese chico la había sacado de sus casillas; no sabía cómo pero la relación con él había cambiado esa tarde hasta ser la de unos buenos amigos.
            -No, nada, un cantante que está muy de moda ahora mismo, carne de olvido. En unos meses las chicas se habrán cansado de seguirlo y el mundo dejara de nombrarlo.
            -Vaya, parece que ese cantante no te cae muy bien. ¿Algún problema con él? –quería tener tanta información como fuera posible sobre el colegio y sus estudiantes.
            -Estoy un poco cansado de él y de su séquito de fans persiguiéndolo por todas partes, sólo eso.
            Como percibió que el muchacho quería dejar de hablar de ese tema, Sienna atacó por otro flanco.
            -¿También estás cansado de ti? Porque me gustaría saber algunas cosas sobre ti.
            La sonrisa volvió a aparecer en los labios del chico.
            -Venga, pregúntame.
            -¿Por qué has llegado tarde a clase? No te he visto pedir disculpas al profesor.
            -El último año ha sido muy movido para mí, por lo que no pude estudiar para todas las asignaturas, así que este curso tengo que aprobar un par de ellas –explicó Matthew.
            -Entonces, ¿eres un año mayor que yo? –siguió preguntando Sienna.
            -Que tú y que el resto de la clase –añadió él antes de bromear-. Para mí sois todos unos niñatos. Bueno, ahora vamos a hablar de ti. ¿Qué hacías encerrada en la clase con Dean?
            Sienna se mantuvo en silencio. Aunque Dean le encantaba y llevaba varios días sin dejar de pensar de él, desde que Matthew había entrado en su casa, el adinerado novio de Cindy había pasado a un segundo plano.
            -Nos quedamos encerrados y no podíamos salir. Estuvimos intentando abrir la puerta pero no lo conseguimos –dijo, como única explicación.
            No pensaba decirle a Matthew que, cuando abrió la puerta, estaban a punto de besarse, aunque algo le decía que él ya lo sabía.
            -¿Y no sacó Dean su tarjeta de crédito? Todos los alumnos del St. Patrick sabemos que si la metes en la ranura de la puerta y aprietas un poco, ésta cede y puedes abrirla. Debe ser el único estudiante que desconoce ese truco.
            Ese comentario despertó el recelo en Sienna. ¿Sabía Dean cómo abrir la puerta? En caso de ser así, ¿por qué no lo había hecho? ¿Había sido todo una encerrona para lanzarse sobre ella? Tal vez tuviera razón Abby y Dean sólo pretendía convertirla en una más en su lista…
            Hablaron un rato más acerca de ellos y de sus vidas. Matthew le explicó la relación con sus tíos de España y cuánto le gustaba ese país. Sienna le contó los motivos que la habían llevado a Estados Unidos y los problemas en la relación con su padre desde que su madre murió. Al igual que le ocurrió con Abby, se sentía cómoda tratando ese tema con Matthew. Aunque apenas lo conocía, sabía que el muchacho no la traicionaría contándolo todo a los demás ni volviendo a mencionar el tema en otro momento. Estaba realmente a gusto a su lado.
También hablaron de su trabajo sobre el libro; decidieron grabar un vídeo que acompañara al trabajo en papel. Aún no sabían qué harían exactamente, por lo que decidieron quedar esa misma semana, el jueves, para que ya con el libro avanzado pudieran tomar una decisión clara.
            La noche acechaba ya en la calle. Tuvieron que despedirse, aunque los dos estaban muy a gusto disfrutando de su mutua compañía. Matthew la besó de nuevo en la mejilla cuando llegaron a la puerta, pero esta vez el beso fue distinto, más casto e inocente, sin dobles intenciones.
            Los labios de Matthew le quemaban en el rostro. Sienna cerró la puerta y sonrió. Había sido un día maravilloso.

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