domingo, 31 de octubre de 2010

Capítulo 17

            Segundo día de clases. Sienna estaba nerviosa, más que el día anterior, pero la jornada transcurrió sin problemas ni situaciones extrañas.
Cuando salió al descanso, no volvió a clase para evitar quedarse encerrada como el día anterior, pese a que muy dentro de sí deseaba que el momento íntimo con Dean volviera a repetirse. Dean la miraba todo el tiempo en clase, sin intentar disimular, algo que la molestaba un poco ya que tenía miedo de que Cindy se diera cuenta. Sin embargo, su nueva amiga apenas mantenía contacto visual con Dean y, cuando lo hacía, parecía creer que el chico sólo tenía ojos para ella. En ningún otro momento volvieron a estar solos ni a dirigirse la palabra.
Cindy seguía llevando a Sienna de un lado a otro, presentándole a gente importante de cuyo nombre Sienna se olvidaba al instante. Demasiadas personas desconocidas para memorizar sus nombres en tan poco tiempo. Su opinión respecto a las amigas de la rubia no había cambiado y, aunque en muchas ocasiones deseaba que Abby se uniera al grupo para poder dejar de fingir que las otras chicas le caían bien, no le resultó posible puesto que Abby se alejaba de Cindy y su séquito como de la peste.
Cindy comentó con las chicas que había decidido celebrar otra fiesta ese viernes para darle la bienvenida a Sienna a la escuela, ya que ésta “se había perdido la fiesta de principio de curso”. Sienna se alegró mucho y se guardó para sí misma que sí había asistido a la fiesta del sábado anterior, puesto que no quería que la joven creyera que se había colado en una fiesta privada. Todas empezaron a dar ideas y a pensar en qué podrían ponerse, pero Cindy les cortó las alas al decirles que había pensado en algo muy divertido que ya les comentaría a lo largo de la semana. Durante el resto de clases, Sienna intentó sonsacarle información acerca de la fiesta, pero Cindy no dio ningún detalle y mantuvo la intriga en todas las chicas.
Al acabar las clases, Abby la estaba esperando en la puerta del edificio. Como el día anterior echaron a andar juntas un pequeño trayecto. La conversación giró en torno a las clases y al proyecto de la lectura de Oscar Wilde.
-¿Has empezado a leerte el libro? –preguntó Abby.
-Todavía no –confesó Sienna-. He quedado con Matthew el jueves para empezar a planificar el trabajo y me comprometí a tener algo leído para entonces, pero ayer fue un día muy movido y me resultó imposible empezarlo. ¿Y tú?
-Yo tampoco. Ni siquiera he hablado con mi pareja, pero creo que tendré que empezarlo. Lo malo es que ahora mismo estoy enganchada a otro libro y no consigo despegarme de él.
-¿Qué te parece si quedamos esta tarde para leer? Como estaríamos juntas nos obligaríamos a coger el libro y además sería más ameno porque podríamos comentarlo juntas –propuso Sienna.
-¡Genial! –respondió Abby-. Pero esta vez no podemos quedarnos en tu casa. Mis padres quieren que esté esta tarde en casa con mi hermana pequeña porque tienen que hacer unos recados, así que si te parece bien, podemos ir a mi casa. Así de paso conocerás otro barrio de Nueva York.
Estaban tan ilusionadas con la idea, que decidieron pasar por casa de Sienna directamente a recoger el libro y de allí marcharse al SOHO, al pequeño piso de la familia de Abby.
Aunque sabía que Gary estaría muy contento de llevarlas a ese barrio, como todavía era pronto, Sienna propuso tomar el metro. Cuando se adentraron en la estación subterránea, sintió la libertad recorriendo sus venas. ¡Quién le hubiera dicho que tener un chófer privado pudiera resultar aburrido y que echaría en falta cosas tan nimias como el transporte público!
El trayecto no fue muy largo pero duró lo suficiente para proporcionarles un motivo de risas.
Frente a ellas, un chico de unos veinte años hablaba por teléfono con su representante. Las dos habían dejado de hablar al escucharle puesto que el joven mencionó a Brad Pitt y Sienna adoraba a ese hombre. Según estaba diciendo, si no le pagaban más no participaría en esa película con él. En caso de hacerlo, exigía que su nombre apareciera en los anuncios de la película antes que el del rubio de oro del cine.
De repente, Bad Romance comenzó a sonar muy alto en el vagón. El chico se despegó corriendo el teléfono de la oreja y lo descolgó. El silencio de las jóvenes se convirtió en una risa escandalosa. El muchacho, rojo como un tomate, se puso en pie mientras las dos le oían decir, entre susurros:
-Mamá, ya estoy llegando.
Estuvieron comentando lo ocurrido hasta que llegaron a la parada adecuada. Al salir a la calle, numerosos edificios de ladrillo y escaleras de hierro las rodearon. Sienna había visto esas calles en muchas películas, por lo que no pudo evitar sonreír. ¿Llegaría algún día a no sentirse como en una película?
La casa de Abby no era demasiado grande aunque tampoco era pequeña. Al cruzar la puerta, se encontraron con la madre de la chica que, con el bolso colgado al hombro, le dijo que la estaban esperando.
Abby presentó a Sienna a sus padres y, tras los saludos de rigor, éstos se marcharon. Según comentó la joven, sus padres eran artistas. Su padre tenía una exposición de arte en una galería unas cuantas calles más al norte de su casa y llegaban tarde. Su madre era escritora de novelas juveniles. Ahora mismo acababa de finalizar la segunda parte de una saga que estaba escribiendo y tenía bastante éxito, pero para inspirarse había ido a acompañar a su marido a la exposición. “El arte nace del arte”, dijo como despedida antes de marcharse.
Como la hermanita de Abby estaba en su cuarto, muy ocupada emparejando a sus Barbies, las dos muchachas ocuparon el salón. Leyeron durante horas, sin parar durante páginas salvo para comentar alguna palabra o algún momento que les había llamado la atención. Abby siempre iba unos pasos por delante de Sienna, que tenía más problemas en comprender el lenguaje y que además nunca había sido una rata de biblioteca.
Llevarían cerca de tres horas enfrascadas en la lectura cuando el teléfono de Sienna sonó: un mensaje. Señoritas, saquen sus falditas escocesas y átense las trenzas, que este viernes comienza la vuelta al cole. Era de Cindy y, aunque podía imaginarse por dónde venían los tiros, se quedó un poco en ascuas. ¿Qué se le había pasado por la cabeza a la rubia?
El parón por el mensaje las devolvió a la realidad. Sienna le comentó a Abby el contenido del mensaje.
-Quizás deberías marcharte. Si Cindy te ha enviado ese mensaje, probablemente esté esperando que todas os conectéis a Facebook a recibir más detalles acerca de la fiesta. Ya me contarás de qué trata todo esto.
Sienna se sintió mal y le pidió disculpas. No quería que su amiga se pensara que se marchara porque Cindy la llamara, pero la verdad es que estaba deseando saber más acerca de la fiesta y después de ese mensaje, le costaría mucho concentrarse en la lectura. Además, llevaban un buen rato leyendo y tenía que hacer más tareas para el colegio esa tarde.
Llamó a Gary para que fuera a recogerla y, mientras esperaban a que el conductor llegara, siguieron hablando de Cindy y la fiesta. Sienna no pudo controlarse y al final hizo la pregunta que llevaba deseando formular desde hacía unos días:
-¿Por qué te llevas tan mal con Cindy? Entiendo que seáis muy diferentes y que seáis de grupos distintos, pero no creo que sea tan mala como me dijiste el sábado. Me ha acogido muy bien en su grupo y me parece una chica muy simpática.
Abby frunció el ceño. Su mirada era sombría y durante unos segundos, Sienna creyó que no respondería a su pregunta.
La chica se puso en pie y desvió la mirada hacia unos portafotos en una de las repisas del salón. Sienna la siguió con la vista. Abby tomó una de las fotos entre sus manos y se la acercó a Sienna. En la imagen, dos niños de unos cinco o seis años jugaban en un parque. Hacía frío y las dos llevaban unos gorritos iguales y se sonreían con la cara congelada.
-La conozco muy bien y ha cambiado mucho. Antes era una buena chica, pero desde que creció, se ha convertido en una desconocida, en una extraña. No sólo hemos ido juntas a clase desde que éramos pequeñas, Sienna. Cindy y yo somos primas.

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