miércoles, 27 de junio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 24


Las palabras de Matthew la emocionaron sobremanera.
Sí, vale, aquella no era la primera vez que el chico la llamaba princesa y le decía que ella era su inspiración. Sin ir más lejos, en el primer concierto suyo al que asistió, el muchacho cantó de forma inédita una canción que había compuesto para ella, aunque por aquel entonces Sienna lo ignoraba. 
En realidad, de todas las cosas, lo que más la emocionaba era que lo hubiere gritado a los cuatro vientos, que lo hubiera proclamado al mundo entero por medio de Internet, y es que ella sabía perfectamente lo reservado que era Matthew para hablar de su vida privada y cuánto le molestaba que los periodistas se metieran en su vida y la desgranaran como una naranja, destrozando con sus noticias todo lo que nombraban.
Y ahora, en ese momento, él, el mismo rubio que la hizo correr desde el colegio hasta un rincón de Central Park para que nadie los siguiera, le había hecho una declaración de amor pública porque la conocía y sabía que lo estaría echando mucho de menos, porque a pesar de haber sido ella la que insistió en continuar sus vidas de forma independiente durante el resto del curso, ella con sus clases y él con su música, era consciente de que la española no dejaba de pensar en él ni un segundo.
-Disculpa –susurró a Abby, que continuaba con el cuello alzado en busca de Nathan.
Su amiga le sonrió y continuó escudriñando el área mientras ella se echaba a un lado. Notaba cómo sus ojos se habían humedecido y cómo amenazaban con derramar lágrimas de alegría y tristeza al mismo tiempo. Alegría por la fortuna que tenía al contar con Matthew en su vida, tristeza por deber vivir su amor separados al menos hasta que llegara diciembre.
Por ello, para que no la viera llorar, echó a caminar por el césped hacia uno de los aseos portátiles que habían instalado. Esperaba que no estuvieran muy sucios, porque tenía la intención de meterse en uno, encerrarse dentro, y no salir hasta que no estuviera totalmente tranquila. En ese momento, no se preguntó qué iba a hacer con la falda del pomposo vestido rojo y blanco; solo sabía que el corset de cintas rojas que llevaba por encima la oprimía y que necesitaba alejarse de los invitados a aquella fiesta.
Mientras tanto, Abby continuaba acechando. Yuri, que no parecía dispuesta a perderse ni un segundo de aquel evento, ya estaba en el centro de la pista de baile, danzando con alegría y una enorme sonrisa junto a una de sus compañeras de hermandad. Sophia y Brooke aún no había llegado, pero la hermana de Yuri sí, al igual que algunas otras de las jóvenes de Alfa Delta Pi, por lo que no veía motivo alguno para permanecer apoyada en la barra esperando.
Puesto que no veía a Nathan por ningún lugar, Abby resopló y agachó la cabeza. ¿Cómo había sido tan tonta al poner todas sus ilusiones en aquel encuentro? Cuando apareciera, si lo hacía, el chico no le prestaría ninguna atención. Probablemente ni tan solo se acordaría de ella. Y, además, cabía la posibilidad de que ni siquiera se presentara en la fiesta.
Se disponía a dirigirse a la pista de baile para unirse a Yuri y las demás chicas cuando una mano de dedos largos y fuertes le acarició el hombro y la retuvo donde se encontraba. Antes de volverse o de escuchar la voz de aquella persona, ya sospechaba de quién se trataba, o más bien sabía quién deseaba que la hubiera tocado. Pero… ¿lo era? ¿Era Nathan quien la agarraba por detrás?
-Hola, señorita Middleton –dijo una voz masculina que le resultaba muy familiar.
La muchacha se dio la vuelta y se encontró con el miembro de Alfa Omega enfundado en unos pantalones de raso negro, una amplia camisa blanca abierta en el pecho y botas marrones de cuero.
-Hola, Nathan –logró pronunciar ella, con un nudo en la garganta.
-Así que estás en una hermandad –comentó el muchacho, aunque el volumen de la música no permitió que la joven escuchara las últimas palabras.
-¿Qué? –preguntó Abby.
-¡Que te has unido a una hermandad! –subió el tono de voz.
Sin embargo, la muchacha seguía sin escucharlo. Al darse cuenta de eso, Nathan le ofreció la mano en una invitación de seguirle. Abby miró la palma de aquella mano colgando en el aire sin saber bien qué decir, y a continuación desvió sus ojos a los de Nathan, que parecían tan tranquilos como siempre. Al fin, tras vacilar un par de veces, se tiró a la piscina y le cogió de la mano.
El roce de sus dedos sobre la piel del joven la electrizaron y por un instante creyó que el corazón se le pararía bajo el vestido blanco.
Cogidos de la mano, se apartaron de la multitud que bebía y bailaba al ritmo de Rain over me. Sin dirigirse la palabra, con la mirada fija en el horizonte y distintos pensamientos rondándoles en la cabeza, salieron del recinto VIP y se acercaron paseando a los puestos de la feria medieval.
-¿Qué decías antes? –preguntó Abby cuando consiguió armarse del valor para mirar a su acompañante.
-Nada, me ha sorprendido verte ahí dentro y enterarme de que estabas en una hermandad. Cuando hablamos la otra vez no mencionaste nada de que estuvieras interesada en unirte a una.
-Bueno, tampoco hablamos demasiado –reconoció la chica-. Además, aunque no lo parezca, soy una caja de sorpresa.  
Nathan sonrió con una hermosa y sincera sonrisa que encandiló aún más a la neoyorquina.
-¿Y qué tal? ¿Te está gustando la experiencia? –se interesó por saber.
Abby asintió.
-Por ahora estoy encantada. Aunque hace poco que terminó la selección, ya tengo hermana mayor y es majísima. Además, estoy en la misma hermandad que mi mejor amiga Sienna, ¿te acuerdas de ella?
El muchacho frunció el ceño mientras pensaba.
-Sí, claro, la chica que iba contigo el otro día. No me acuerdo de cómo era físicamente pero recuerdo que era muy simpática.
Al escuchar ese comentario, Abby sintió un escalofrío por la espalda. Por más increíble que pareciera, el muchacho se acordaba de ella, la había reconocido en medio de todas las personas que estaban en la fiesta y había decidido salir a pasear con ella cuando ni siquiera recordaba a Sienna. ¿Cómo era posible? ¿Acaso sus temores y su falta de confianza fueran infundados y podía tener alguna oportunidad con él?
-¡Mira, un puesto de espadas de época! –cambió de tema él-. Vamos a acercarnos a verlas.
Para abrirse hueco entre las personas que se apiñaban alrededor del tenderete lleno de sables, el muchacho soltó la mano de Abby y apartó con ella a un par de chiquillos que indudablemente aún iban al instituto. La sonrisa de la chica, al perder el vínculo que la unía a Nathan, perdió un poco de fuerza.
-¡Vaya! ¡Si tienen todas las armas de El señor de los anillos! Anduriel, los cuchillos de Legolas…
Al mismo tiempo que el rubio contemplaba totalmente ilusionado los objetos expuestos, Abby lo miraba atenta, disfrutando del brillo en sus ojos y de la delicadeza con la que levantaba las distintas piezas como si se trataran de las armas reales.
-Nunca me hubiera imaginado que te guste El señor de los Anillos –comentó.
-Me encanta –respondió él-. Ya antes de que saliera la película aluciné con el libro y… no sé, ver el realismo con que representaron todo en el largometraje fue muy emocionante. He llorado pocas veces viendo una película y el final de esta historia fue una de ellas.
La confesión del chico la sorprendió.
-Así que te gusta leer –dijo, aunque más bien lo estaba preguntando porque no había ocurrido nunca antes que un chico tan atractivo, simpático e interesante amase la lectura del mismo modo que ella.
-Desde siempre. ¿Y a ti?
-También desde siempre. Mis amigas se ríen de mí porque me paso los días entre las páginas de un libro y -se sonrojó-… bueno, ya sabes, a veces vivo las historias demasiado.
Nathan se rió.
-Sé a lo que te refieres. Cuando empecé a leerme el primer tomo de Los juegos del hambre me metí tanto en la historia que con cada decisión de su protagonista en la arena, temblaba de emoción. ¡Me leí el libro en dos sentadas porque no podía dejar ni un minuto de leer para saber qué pasaba!
Abby sonrió. ¿Ese chico era real? No podía ser. Debía tener algún defecto, ya que no existe nadie tan perfecto. Vivir rodeada de la elite de Manhattan se lo había demostrado.
Tras el descubrimiento de su afición común, la conversación fluyó por sí sola. Pasaron un rato deambulando entre los distintos puestos del mercadillo y analizando los últimos libros que habían leído, discutiendo sobre cuál era la mejor novela de la década y seleccionando el momento más emocionante de las distintas sagas a las que ambos estaban enganchados.
Sin parar de hablar, regresaron a la zona acotada y al pasar por la entrada el fotógrafo, que curiosamente se encontraba en compañía de Sienna, este les hizo una foto en la que Abby sonrió con gran timidez.
Cuando entraron en el laberinto que decoraba el valle, la joven acababa de desvelar a su acompañante su gran secreto: no había sido capaz de terminar de leer la célebre obra de Tolkien.
-¡No me lo puedo creer! ¡Si es la mejor trilogía de la historia! –se quejó el chico-. Estás de broma, ¿verdad?
-Te juro que es verdad. He intentado terminarlo varias veces pero nunca he logrado pasar de la mitad del tercer libro.
-Eres increíble –murmuró Nathan justo antes de levantar la cabeza y clavar la mirada en el cielo.
Abby imitó el movimiento y cuando sus ojos se posaron sobre la enorme luna llena, brillante y dorada como la cara de una moneda nueva, pensó que había llegado el momento de aunar todo su valor y lanzarse.
-Nathan… -susurró, bajando la vista hasta el rostro del chico, que también dejó de contemplar el cielo para mirarla.
Bajo la luz de la luna y en total silencio, sus miradas se fundieron en una sola y durante unos segundos para Abby no existió nada más. Solo él, la luna y aquella extraña sensación en su pecho a la que ella no se atrevía todavía a llamar amor.
En la fiesta, Coldplay había comenzado a cantar una bonita canción de amor.
-Yo… -volvió a balbucear, al tiempo que daba un paso muy lento al frente y se acercaba a él.
-¡Nathan! –escuchó gritar a una voz por detrás de los dos-. ¡Estás aquí! ¡Llevo toda la noche buscándote!
Abby se quedó recta como un palo, fría y con el rostro desencajada.
No… no podía ser… esa voz… esa persona que les había interrumpido no podía ser ella…
Pero lo era.
Sophia. Vestida con un precioso vestido largo azul marino con capa celeste.
Sophia, su hermana mayor en la hermandad. La misma que la había acompañado a comprar la ropa para la fiesta con la que pretendía sorprender a Nathan.
Sophia, la misma que en ese momento llegó corriendo a su lado, con una sonrisa en los labios, y se lanzó a los brazos del muchacho para besarle en la boca.

3 comentarios:

  1. Me encanta me encanta y me encanta!He leído todos y cada uno de los capítulos que has subido solo que, con tanto examen me ha sido imposible comentar pero ahora que ya he terminado con ellos, decirte que me encanta todas y cada una de las palabras quue escribes, que salen de tu mente y las juntas de tal manera para crear esta historia tan increíble. Me encanta, ¡quiero más!

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  2. Me ha encantado el capitulo. Nathan adora como yo Los Juegoa del Hambre. Podre Abby, pero yo ya pense hace tiempo que el era el novio de su hermana mayor, porque los chicos como el solo existen en la imaginacion o si existen estan pillados. Sienna llorando por amor, que coja un vuelo y se plante donde su chico para darle una sorpresa.

    Quiero mas, tu historia es genial, te felicito por hacer una historia que engancha a tanta gente. Sigue asi y llegaras lejos

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  3. Genial *_______________________* Nathan tenía que decir:Que la suerte esté siempre siempre de vuestra parte *.* O algo así xDDD Matthew es perfecto,me repito,pero siempre ha sido mi favorito :`3

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