martes, 26 de junio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 23


Ahí estaba, en la puerta del edificio donde vivía el francés, calada hasta los huesos y con el cabello chorreando como si acabara de sumergirse en el mar. Parada. Quieta como una estatua. Inmóvil como una idiota, preguntándose si llamar al telefonillo o esperar. Aguardar una llamada al móvil con la que el chico le explicara que había llegado tarde pero que la esperaba en la cafetería. Deseosa por verlo aparecer en la ventana, cubierto de pintura de pies a cabeza porque le había atrapado la inspiración y no había podido parar. Y es que, por más ganas que tuviera de encontrarse con él, había algo que la frenaba y le impedía moverse. Algo a lo que no quería dar nombre pero que sentía con todo su cuerpo: miedo.
De un saltito infantil subió el escalón para poder leer los letreros de los timbres, aunque había memorizado en los últimos días el rápido recorrido que debía realizar su dedo hasta que sonara el pitido que anticipaba la voz de Lucas. Sin embargo, esta vez no presionó el botón, dubitativa. Por algún extraño motivo, temía hacerlo.
En su mente, mientras la calle comenzaba a inundarse por la lluvia, pasaron aceleradas imágenes inconexas.
La sonrisa del pintor contemplándola con la brocha entre los dedos en una de tantas veladas de dibujo. Las carreras sobre el Pont Neuf para verlo. Sus ojos claros reflejados cada mañana en el espejo de su pequeño apartamento mientras se maquillaba para verlo. Los pompones que quedaron arrumbados en un rincón de su habitación en Nueva York cuando decidió dejarlo todo atrás y poner tierra de por medio. Sus confidencias con Abby y Sienna aquella noche en que se reencontraron en el barco. La mirada de Dean, imposible de descifrar, impertinente como siempre aunque con un toque de dulzura cuando se encontró con ella que no quiso reconocer. Las discusiones tras cada engaño, tras cada una de tantas rupturas que encadenaron a lo largo de los años. La esperanza, la chispa de ilusión que se apagaba cada vez. El primer beso que se dieron, escondidos tras una de las columnas del colegio, tanto tiempo atrás, ocultos del resto del mundo, jugando al amor.
Amar a los catorce, a los quince, a los dieciséis. Amar por primera vez, con todo el corazón, entregándolo todo sin esperar nada a cambio. Amar como si el mundo fuera a acabarse al día siguiente, como si no existiera nadie más. Como si hubiesen escrito para ellos todas las novelas románticas y todas las canciones de amor.
Todavía paralizada en el portal, viendo la lluvia caer, recordó un dicho que muy a menudo había oído repetir: tardas en olvidar a una persona la mitad del tiempo que estuviste enamorada de ella. ¿Cuánto era eso? ¿Un año? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuánto había estado enamorada de Dean? Desde que tenía conciencia y hasta donde su memoria alcanzaba, siempre había soñado con él, con que se fijara en ella, con que compartieran su primer beso y pasaran el resto de sus vidas juntos. No obstante, habían pasado tan malos tragos, tantas peleas y desilusiones, que no lograba apuntar con seguridad en qué momento dejó de amarlo. ¿Sería el día en que lo vio besar a Abby, o tal vez cuando lo descubrió en su encuentro sorpresa con Sienna en la heladería? ¿Cuándo se dio cuenta de que no podía querer a una persona así? ¿Cuando se presentó en el desfile de Victoria’s Secret del brazo de otra rubia más guapa que ella? ¿Cuándo se limitó a sonreírle sin decirle nada en la fiesta de fin de curso? ¿Cuándo fue?
No lo sabía, y eso era lo que más le molestaba: ignorar en qué momento había desalojado su corazón para dejar hueco a Lucas, tan desgarbado y artista, despreocupado y bohemio. Porque… ¿y si aún no lo había olvidado? ¿Y si los dos chicos se disputaban los restos de su corazón maltratado?
Tenía miedo, sí, debía hacer frente a la realidad. Temía embarcarse en una nueva relación, la monotonía, las posibilidades de otra decepción. Una infidelidad, celos, separación, gritos a media voz. ¿Estaba preparada para todo ello? ¿Podría soportar pasarlo mal una vez más?
“¡Dios, Cindy! Deja de pensar en esas cosas”, se dijo, molesta consigo misma. ¿Por qué tenía que ponerse en lo peor? ¿Acaso el pintor no había conseguido derribar todos sus muros, no la había despojado de escudos y corazas para hacerla recuperar la ilusión de sentir el amor? ¿Por qué no se centraba en eso, en sus apasionados encuentros en el apartamento, sus besos con sabor a café y su forma de mirarla?
Para borrar los nefastos pensamientos de su mente, agitó la cabeza a ambos lados y, sin pararse a pensarlo ni un segundo más, pulsó el timbre junto al nombre del chico.
Silencio. Un segundo, dos, tres. Cincuenta segundos de total silencio.
Nada.
Volvió a apretar con todas sus fuerzas el botón, confiando en que Lucas se hallara tan sumido en su proceso creativo que no se hubiese percatado si quiera de que alguien llamaba a la puerta. Podía ser, ¿no? Ella misma lo había visto pintar, centrado en el lienzo, desconectado del mundo, perdido en la mezcla de colores y las imágenes que manaban de su mente.
Ante aquella ausencia de respuesta, se derrumbó. A pesar de que el suelo estaba sucio y pisoteado, mojado, se dejó caer sobre el escalón. Sintió la humedad acariciarle las piernas, pero no le importó. En ese momento, solo podía pensar en Lucas. ¿Dónde diablos estaba?
Sacó el móvil del interior del bolso y volvió a marcar el número del francés, sin esperanzas de que este le respondiera, ya que no había cogido ninguna de las llamadas que le había hecho mientras lo esperaba en la Rendez-vous des Amis.
Para su sorpresa, al cuarto intento, oyó como los zumbidos al otro lado de la línea cesaban y daban paso al sonido que más deseaba escuchar en ese momento, la melodía perfecta para una tarde de lluvia. No pudo evitar sonreír.
-¿Cindy? –preguntó Lucas-. ¿Va todo bien? Acabo de darme cuenta de que tengo muchísimas llamadas tuyas.
La rubia suspiró. A Lucas le importaba, se preocupaba por ella.
-Te he estado esperando en la cafetería y al ver que no venías he salido a buscarte
-¿A buscarme? ¿Dónde estás? –notó un tono de preocupación en sus palabras.
Cindy sonrió, aliviada. ¡Qué tonta había sido al pensar esas cosas tan horribles! Era más que evidente que Lucas no era Dean. Nunca la haría daño, estaba convencida.
-En la puerta de tu piso, esperándote.
El muchacho no respondió de inmediato.
-¡Pero tú estás loca, preciosa, con la que está cayendo! Estaba comenzado un nuevo cuadro, siguiendo una idea que me surgió anoche mientras dormía, y no me he dado cuenta de la hora que era. Deben de haber pasado unos diez minutos desde que salí de casa. Ahora mismo estoy casi enfrente de la Rendez-vous de Amis.
Por detrás de su voz, escuchó pasos y unas palabras en francés pronunciadas a gran velocidad, imposibles de comprender.
-¿Quién hay ahí? –preguntó la americana, al reconocer aquella segunda voz como la de una mujer.
-¿Dónde? Estoy en medio de la calle, así que hay mucha gente.
Una risita contenida.
-¿Seguro? –insistió, no muy convencida.
-Claro, preciosa. ¿Quieres que te ponga la videollamada para convencerte?
Cindy se avergonzó de su desconfianza de inmediato. Detestaba ser tan celosa, imaginar siempre lo peor de los demás, pero es que a base de palos había aprendido que pocas personas merecían su confianza. Tan pocas que ninguna de las personas a las que más quería podía decir que nunca le hubiera fallado. Ni Abby, ni Sienna… como tampoco ninguna de sus otras amigas, que se habían distanciado de ella al descubrirse el secreto de su enfermedad. De un modo u otro, todas la habían engañado, y por más que se esforzara, no había podido superarlo.
-¿Quieres que vaya para allá? –sugirió.
La lluvia parecía haber amainado e incluso podía verse, ahí en una esquinita de la calle, el sol brillar de esa forma en que solo lo hace cuando las nubes acaban de llorar.
-¿Dónde? –dijo el chico, con la respiración acelerada; debía de estar corriendo.
-Pues dónde va a ser –se esforzó Cindy por bromear-, a la cafetería.
-No, déjalo. Dices que estás en la puerta de mi casa, ¿verdad?
La joven asintió con un seco “ajá”.
-Quédate ahí, llegaré en un momento. Te lo prometo –añadió Lucas.
-Vale –aceptó la americana, sintiendo como su corazón empezaba a latir emocionado al saber que iba a volverlo a ver-. No tardes, por favor.
Se despidieron con un par de palabras de bonitas, de esas que tanto le gustaba a ella escuchar y que tan poco le costaba encontrar a él.
Aún sentada en el bordillo del portal, esperó al pintor, que tardó al menos cuarenta minutos más en llegar. Cuando al fin lo vio asomar por la esquina de la calle, la muchacha se levantó del suelo de un brinco y salió corriendo hacia él, con la preocupación pintada en los ojos.
-¡Creía que nunca llegarías! –exclamó al mismo tiempo que se lanzaba a sus brazos y le besaba en los labios ansiosa, como si quisiera comérselo.
El francés la recibió con una sonrisa y una disculpa.
-Perdona. A mitad de camino recibí una llamada de una persona interesada en adquirir uno de mis cuadros y tuve que sentarme en un banco a cerrar con él todos los puntos del contrato.
Cindy abrió la boca de par en par.
-¿Has vendido un cuadro? ¡Eso es increíble, no sabes cuánto me alegro! ¿Cuál ha sido?
-Uno que pinté hace tiempo, Marea.
Si aquello que el chico le acababa de contar era verdad, había merecido la pena aquella angustiosa espera. Esa pintura sería la primera gran venta del joven y la americana no dudaba que sería la que le abriera las puertas al mundo del arte, a las galerías, las exhibiciones y las subastas. Se acabarían las mañanas de venta ambulante junto al Sena, por mucho que la entristeciera y que él se opusiera. Había llegado el momento de que Lucas tuviera su gran oportunidad, estaba convencida. El chico se lo merecía, y además de todo eso, como artista valía mucho. El brillo en los ojos de su retrato terminado se lo había confirmado.
-Habrá que celebrarlo, ¿no? –comentó, con una sonrisa en los labios y una insinuación que oculta en sus palabras.
Lucas la entendió de inmediato y también sonrió.
-Claro que sí. ¿Cuándo empezamos?
Se acercó un poco más a ella y la besó una vez más, sintiendo los labios de la joven temblar bajo los suyos.
Así, sus pasos, vacilantes, los dirigieron envueltos en un interminable abrazo hasta el portal del edificio. El pintor abrió la puerta con los labios de la chica pegados a su cuello y cuando la puerta se cerró tras ellos, los dos subieron los escalones compitiendo en una veloz carrera, riendo a pleno pulmón, felices.
A lo lejos, atronando en un coche que avanzaba apresurado por la ciudad, la voz de Adele los meció.
Sometimes it lasts in love, but sometimes it hurts instead…

2 comentarios:

  1. Como Lucas sea un Dean,muero e.e Él con lo bien que me cae *_* Es más majo jajaja Bueno,por si acaso que Cindy esté atenta xD

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  2. Me ha encantado, adoro los capituloa de Paris mon amour, pero Cindy cariño deja de pensa en el cabronazo de Dean, que no es para ti ya. Y Lucas es romantico y como no siga asi Lucia preparate que te mato. Como lo conviertas en el Dean frances te mato. Que final mas bonito. Sigue asi

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