domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 22

El sabor del tequila le quemaba en la garganta. Cindy no hacía más que pedir una ronda de chupitos tras otra y arrastraba a todas las chicas en su locura por beber.
-¡Tenemos que emborracharnos esta noche! ¡Somos colegialas rebeldes y eso es lo que las chicas malas hacen en las noches de fiesta! –Cindy estaba eufórica, embargada por una enorme emoción que Sienna no lograba comprender.
Sin embargo, no le parecía correcto frenar el ímpetu de la chica. Algo dentro de sí le pedía que dejara de beber. Sabía que no estaba bien, pero no se le ocurría ninguna forma de despegar su mirada de los ojos de Dean que no incluyera seguir la juerga de sus amigas.
Al otro lado de la barra, Dean la observaba y eso la ponía muy nerviosa. El chico iba guapísimo, mucho más de lo que podría haber imaginado. La camisa blanca, estrecha, dejaba entrever su fuerte pecho y sus no menos recios brazos. Los vaqueros, arrugados, le daban un aire desenfadado, al igual que la corbata azul marino que colgaba de su cuello medio desatada.
Sienna se imaginó agarrando la corbata con fuerza y dirigiendo sus labios a los del chico mientras sus dedos le desabrochaban los botones de la impoluta camisa. Sería ese un beso intenso, sensual, descontrolado, donde sus bocas dejarían de ser dos para convertirse en una. Sus lenguas se fundirían en ese festín de besos y nada podría pararlos.
-¡Vamos a bailar, Sienna! –de nuevo, Cindy la había agarrado del brazo y la dirigía al centro de la pista, al tiempo que la despertada de su ensoñación.
Al ver la dulce sonrisa de la chica, Sienna se sintió por dejar cabida a esos pensamientos. La única persona que podía besar de esa forma, y de cualquier otra manera, a Dean era Cindy. Tenía que olvidarse de él.
Como si pudiera leerle la mente, Cindy le gritó al oído, para hacerse oír:
-¡De aquí no sales soltera, Sienna! Baila como nunca y enséñales a estos americanos el arte español.
Te amo, de Rihanna, había comenzado a sonar. Aunque Sienna no la había oído más de un par de veces antes, la música era muy pegadiza y la letra se le había grabado a fuego, por lo que mientras bailaba junto a Cindy no dejaba de cantarla. Dean no se había movido de la barra y la miraba a los ojos desde la distancia. Conforme cantaba, Sienna miraba sus ojos, sus labios, y susurraba “te amo, then she put her hand around my waist, I told her no”. Pero, ¿qué había de malo en todo eso? Sólo estaba cantando.
El ritmo de la música la hacía moverse despacio, sintiendo cada vibración del suelo. Movía los hombros hacia atrás, hacia delante de nuevo. Doblaba las rodillas y se descendía hacia el suelo. Ya no le importaba que su falda fuera muy corta y que los ojos de todos los chicos que observaban al grupo pudieran ver algo que no les correspondía. Bailaba para él, seductora, con la cabeza llena de momentos ficticios, irreales, que desearía poder compartir con él y probablemente nunca pudieran ocurrir.
Tan centrada estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que el chico había desaparecido de la barra. En su mente seguía viéndolo ahí, mirándola, invitándola a perderse con él en el fin del mundo.
Cindy la acercó a su cuerpo y bailaron juntas, muy cerca la una de la otra. Los ojos de los chicos que estaban a su alrededor no se despegaban de las dos chicas.
De repente, la canción dejó de sonar. Las jóvenes miraron al DJ, molestas por ver interrumpido su momento musical. El joven pinchadiscos se llevó el micrófono a la boca y dijo “Sienna, han llegado tus siete minutos en el paraíso”.
Lauren la abrazó y le susurró al oído: “ve a por él, niña”. Sienna se encontraba completamente perdida. Pese a que sus amigas le habían explicado con todo detalle el juego, no esperaba ser ella la primera del grupo en estrenar “el paraíso”.
-¡Pero si ni siquiera sé quién estará dentro! –gritó a las demás, mientras el resto de la gente de clase aplaudía por toda la discoteca-. ¡Esto es una locura! No estoy segura de querer participar.
-Venga, Sienna, no seas mojigata. Ahí dentro no va a pasar nada que tú no quieras. Y además, eso de no saber quién estará dentro es todo un aliciente, ¿no? –añadió Claire.
Las chicas la empujaron con cariño entre la multitud de personas de la pista de baile y la llevaron ante una enorme puerta blanca con un pomo redondo dorado. Un enorme portero calvo, con un pinganillo en el oído, custodiaba la entrada.
-Ésta es Sienna Davis –las palabras de Cindy fueron directas.
El portero abrió la puerta y se echó a un lado. No se veía nada en el interior de ese cuarto, totalmente a oscuras. Las chicas volvieron a empujarla y el portero la invitó a entrar. Debía cerrar la puerta tan pronto como fuera posible para que el resto de chicos de la fiesta no vieran más de lo que debían. Cindy había sido muy clara a la hora de organizar la celebración. Podrían entrar a la sala del paraíso sólo aquellas personas que estuvieran en la lista, para así asegurarse de no besar a ningún sapo. Sólo príncipes, les había prometido a sus amigas.
Una vez Sienna hubo cruzado el umbral de la puerta, el portero la cerró. En una esquina de la oscura habitación un reloj digital con unos enormes dígitos blancos se puso en marcha. 7:00, 6:59, 6:58, 6:57…
Sienna echó una mirada a su alrededor intentando ver algo, pero no lo consiguió. No sabía si el chico ya estaba dentro o si debía esperarlo, pero los segundos que iban pasando lentos en el reloj le hacían imaginar que el chico estaba escondido en la oscuridad.
-¿Hola? –preguntó, temerosa. Notó como su voz había temblado. Dio unos pasos al frente, con los brazos estirando en busca del chico misterioso o de objetos con los que pudiera chocar.
Sin darse cuenta, unas manos grandes y fuertes la agarraron por la espalda. Sienna no había esperado delicadeza en ese cuarto, pero tampoco esperaba esa brusquedad. Los brazos la hicieron girar con rapidez y la boca del chico se unió a la suya. Por un momento, sintió que se ahogaba. Quiso despegar la boca de la del muchacho pero éste no le permitía moverse.
Relájate, Sienna, es todo un juego. No va a pasar nada. Si las cosas se van de madre, pego un grito y el gorila de la puerta está aquí en un segundo.
 El pensamiento del portero irrumpiendo en la habitación la tranquilizó y, sin saber por qué, le provocó una pequeña sonrisa.
Disfruta del momento.

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