sábado, 16 de febrero de 2013

Más allá del mar - Capítulo 31



Introdujo la llave en la cerradura mientras se mordía el labio inferior, nerviosa. Aunque un rato antes había llamado al chico para asegurarse de que este había salido y no había nadie en casa, le preocupaba que hubiera adelantado su regreso.
Cuando la puerta se abrió, suspiró aliviada y se coló dentro del apartamento. Tras ello, llevó a cabo su plan a gran velocidad: dispuso velitas con olor a vainilla por distintos puntos del piso, colocó la comida china y el vaso de vino sobre la mesita redonda del salón y puso en marcha la lista de música lenta que había estado preparando toda la tarde.
Al tiempo que se contemplaba en el coqueto espejo de la entrada y se retocaba el maquillaje, pensó que Lucas no tardaría en llegar. Una sonrisilla tonta apareció en sus labios. Esa noche sería inolvidable; estaba convencida.
De acuerdo, faltaba el jacuzzi, pero pensaba acabar la sesión de mimos con un bañito caliente en la bañera del chico, donde acababa de dejar una bolsita de pétalos de rosas y un par de copas junto a una botella de champán. También era cierto que el ambiente a su alrededor era mucho más austero del habitual, ya que con Dean todo había sido lujos y derroches, pero eso no le importaba, porque Lucas no era Dean, porque se había comenzado a acostumbrar a esa vida y porque estaba viviendo una historia maravillosa allí, en París, la ciudad del amor. ¿Qué más daba todo lo demás?
Giró sobre sí misma con la gabardina marrón cerrada tan solo por un par de botones y, pese a faltarle aún un par de kilos, comprobó que estaba perfecta. Esa noche iba a ser ella misma, la Cindy verdadera, con los mejores rasgos de la chica que había dejado en Nueva York y los mejores de aquella mujer nueva que conoció en París. Dulce, reflexiva, sensual y atrevida. Un huracán.
Los nervios aumentaban a cada segundo que trascurría, por lo que decidió asomarse a la ventana de la habitación del muchacho para ver si este llegaba. Sin embargo, no llegó a entrar en ella, puesto que en el pasillo, a medio camino del dormitorio, vio algo que le llamó la atención. Apilado tras otros cuadros, se veía una esquina de un lienzo que conocía muy bien.
No se paró a pensar si estaba bien lo que hacía, puesto que ya se había colado en la casa del chico sin pedirle permiso. Apartó a un lado los retratos y paisajes que había delante de aquella obra más grande para poder verla bien. Ese azul marino en forma de olas fue ampliándose cada vez más hasta mostrarle una hermosa escena marina donde un barco de vela luchaba por mantenerse a flote.
-Marea…
De rodillas en el suelo, echó el cuadro hacia ella y miró en la parte trasera del mismo. Allí, en lápiz, Lucas había escrito el título de la pintura y la fecha en que la terminó.
No, no se equivocaba. Aquel era el mismo cuadro. Ni una copia ni otro similar. Era Marea, el lienzo que el pintor le había dicho que acababa de vender tras su plantón en la Rendez-vous des Amis.
El golpe del engaño la golpeó con fuerza. ¿Por qué le había mentido?
Sintiendo que su historia con Dean se repetía de nuevo, se vino abajo. Tenía ganas de romper a llorar, pero no pensaba darle al francés el gusto. Se acercó a la cocina, metió las cajitas de comida china y la botella de champán en una bolsa. Iba a recoger todo tan rápidamente como le fuera posible y se iba a marchar de allí para siempre.
En el preciso instante en que sopló la primera de las velas que había colocado en el salón, escuchó una llave acariciando la cerradura y la puerta de la entrada abriéndose. Descubierta, dejó la vela apagada sobre el mueble sin prestar atención al resto y se dio la vuelta a toda prisa.
-¡Cindy! –exclamó el chico, con el caballete en una mano y su caja de pinturas en la otra-. ¿Qué haces aquí?
A pesar de desconocer cómo la joven había conseguido abrirse paso en su apartamento, la sorpresa de Lucas fue muy grata. Aquel había sido un día terrible. Los turistas parecían haber decidido dejar París por otras ciudades y los pocos que habían permanecido en la capital francesa no habían prestado demasiada atención a sus dibujos, por lo que apenas había recogido unos doce euros.
-Ya me iba –contestó Cindy, esquiva.
Lucas dejó sus cosas junto a la puerta y se encaminó hacia ella, devorándola con la mirada. Como la americana había esperado, el curioso atuendo y la ambientación de la sala no habían pasado desapercibidas.
-¿Te ibas? ¿Y eso? Si me moría de ganas de verte.
Al mismo tiempo que lo decía, la rodeó con los brazos y la pegó contra su cuerpo. Bajó la cabeza en busca de sus labios, pero los encontró cerrados.
-¡Ey, preciosa! ¿Qué te pasa?
No recibió respuesta, por lo que decidió cambiar de flanco y atacar por otro lado. Esta vez escogió el cuello. Hundió un poco más su cara hasta alcanzarlo y entonces comenzó a besarlo despacito, bajando desde el final de la mandíbula hasta casi llegar al omóplato. Mientras tanto, su mano recorrió la espalda de la chica sobre la gabardina y recayó sobre su trasero. Sus manos lo notaron libre bajo la tela y eso lo excitó, aunque no pudo hacer nada más porque la muchacha se apartó de él de inmediato y le quitó la mano de allí con un manotazo.
-Déjame en paz –gruñó, alejándose de él sobre sus altísimos tacones.
-¿Qué te deje en paz? –Lucas no comprendía nada-. ¡Pero si eres tú la que se ha presentado en mi casa sin pedir permiso!
El rechazo por parte de la rubia le había cambiado la cara e incluso el tono de voz, que sonó seco y cortante.
-Era una sorpresa –respondió ella antes de apagar de un soplido varias velas.
-Y lo ha sido –señaló el chico, suavizando la voz-. Una sorpresa maravillosa. Así que vamos a disfrutarla en vez de enfadarnos, ¿quieres?
Cindy se quedó quieta en el lugar donde se encontraba, mirándolo fijamente a los ojos.
-Ni siquiera te importa por qué estoy enfadada, ¿verdad?
-Claro que sí, preciosa –contestó él al mismo tiempo que la cogía de las manos y se las besaba con ternura-. Quiero saber qué te pasa, pero sobre todo quiero que dejes de estar enfadada, porque disgustar a un ángel debe ser pecado y no quiero que me cierren las puertas del cielo.
El cumplido del pintor la ablandó un poco.
-Mientras te esperaba para darte una sorpresa, he visto el lienzo de Marea a un lado del pasillo.
Lucas la observaba con el rostro sereno.
-Sí. ¿Y?
-¿Cómo que “y”? –se quejó ella-. ¡Me dijiste que lo habías vendido! Celebramos tu primera venta aquí mismo, en el salón. ¿Cómo demonios ha vuelto a aparecer en tu apartamento otra vez?
El artista sonrió.
-¿Así que todo es por eso? –suspiró con aparente tranquilidad-. Ya temía haber hecho algo malo.
-Mentir es malo.
-Pero no te he mentido.
-Sí lo has hecho, Lucas. Ese cuadro es el mismo que en teoría vendiste. ¿Por qué me engañaste?
-Todo esto ha sido un error, preciosa. Es cierto que vendí un cuadro, y que lo celebramos aquí –apuntó, segundos antes de darle un beso en la frente-, pero no era Marea, sino Libertad.
-¿Libertad? –aquel nombre no le sonaba de nada.
-Claro, Libertad –el muchacho bajó la vista al suelo-. Lo comencé el mismo día que nos conocimos y pasé muchas noches trabajando en él sin decirte nada porque me daba vergüenza decirte que me habías inspirado.
-No me suena nada de esto…
-Es que no recuerdo haberte hablado nunca de él, como tampoco te di el nombre del cuadro el día en que lo vendí. Tengo unos bocetos en mi libreta de dibujo, por si quieres verlo, y si aún tienes dudas podemos llamar al cliente y contrastarlo con él.
-No, no, déjalo –lo interrumpió ella, algo más relajada-. Ya es tarde y no deberíamos molestar a tu mecenas. Además, si dices que no era Marea, confío en ti. Como bien has dicho, debe haber sido un error. A veces la mente me juega malas pasadas.
Nada más formular esa última frase, recordó que esa misma tarde había creído ver a Dean al otro lado del cristal de la cafetería, por lo que probablemente se lo hubiera imaginado. Estaba convencida de que el muchacho había dicho Marea, pero estaba tan tranquilo después de echarle en cara que lo había descubierto que era imposible que le ocultara algo.
-Bueno, ¿entonces voy a poder disfrutar de mi sorpresa? –pidió él, con ojitos de cachorro triste.
Cindy sonrió.
-No es ninguna sorpresa. Ya sabes que estoy aquí.
-Sí, tienes razón, ya sé que estás aquí, y es una lástima que se haya chafado la gran sorpresa por un enfado tonto. Pero aún queda algo que no sé.
-¿Sí? ¿Y qué es? –quiso saber la americana, con esa sonrisa tonta de nuevo en los labios.
-Que escondes bajo esa gabardina.
Los dos sonrieron.
-¿Quieres verlo? –preguntó Cindy; él asintió con la cabeza-. Pues tendrás que ganártelo.
-Haré lo que haga falta –repuso él a la par que se arremangaba la camisa y se soltaba un par de botones-. ¿Qué tengo que hacer para conseguirlo?
La rubia le miró con picardía.
-Algo muy sencillo. Ven y bésame.
* * * * *
Lucas la invitó a pasar la noche en su apartamento, pero ella se negó. A pesar de que las cosas habían acabado mucho mejor de lo que podía haber imaginado tras el descubrimiento del cuadro, seguía teniendo la sensación de que algo no iba bien. Por eso, necesitaba pasar esa noche en casa, a solas con sus pensamientos. Quería aclarar todas sus ideas, liberarse de las sospechas y encontrar una manera de volver a confiar en el artista.
Durante el trayecto en taxi, mientras sus ojos se paseaban por el precioso París de noche, pensó que debía dar otro paso, aunque este muy diferente al que acababa de dar. Parecía que Lucas había vuelto a caer en sus redes, puesto que al decirle que no dormiría con él insistió en desayunar juntos y quedar al día siguiente por la tarde, pero tenía que despejar todas sus dudas. Cuando cayera la noche al día siguiente, después de despedirse de su encuentro vespertino, lo seguiría a donde quisiera que él fuera y lo espiaría hasta estar totalmente segura de que no le ocultaba nada.
Se odiaba por esa decisión que acababa de tomar, pero era irrevocable. Nueva York le había enseñado a no confiar en nadie que no se ganara a pulso su confianza y a perdonar. Si el asunto del cuadro, como ella sospechaba, no había sido una confusión sino un rollete de una noche que Lucas quería ocultarle porque se arrepentía, lo perdonaría. A fin de cuentas, en ningún momento se habían pedido en matrimonio ni habían puesto un nombre a lo suyo. Perdonaría un error ocasional, aunque le doliera. La experiencia se lo demostraba. Lo que no podría hacer era perdonar ninguno otro más.

2 comentarios:

  1. Me encantan tus historias, no nos dejes en intriga y continuala pronto. Me ha gustado leer un capitulo de Cindy y Lucas, si, debe desconfiar al principio para poder confiar al final.

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