Las clases comenzaron unos días después. Las
nuevas estudiantes se vieron atrapadas en una vorágine de actividades
diferentes entre las que destacaban encontrar las aulas donde se impartían sus
clases en aquella enorme universidad que les seguía pareciendo un laberinto,
conocer a compañeros y profesores, retomar los hábitos de estudio que habían
abandonado durante el verano y, ante todo, colaborar con la hermandad.
Aquella fiesta medieval dio paso a los primeros
eventos, que mantuvieron a Sienna, Abby y Yuri muy ocupadas pintando ventanas
para anunciar el desfile de bienvenida y ensayando la Macarena para el primer
concurso entre hermandades de ese año. Entre una cosa y otra, las chicas casi
no tuvieron tiempo de pensar en sus problemas.
Sienna empleaba sus ratos de soledad en
hundirse en una pila de pesados libros de texto que en muchas ocasiones le
sonaban a chino y suspiraba recordando cómo se había quejado en España de las
clases cuando lo había tenido todo tan sencillo. Cassie, su compañera de
cuarto, tan solo le dirigía la palabra cuando era estrictamente necesario y,
aunque le había preguntado un par de veces qué le pasaba, había acabado por
desistir en sus intentos.
Su mejor amiga, por el contrario, apenas se
acercaba a sus libros. Se levantaba temprano todas las mañanas para salir a
correr por las colinas de la universidad, regresaba a tiempo para ir a clase y
después pasaba el resto del tiempo con Sophia y las demás, socializándose todo
lo que no había podido en su anterior escuela. La española le había confesado
las dudas que tenía respecto a su relación con Matthew y la aparición de la
“innombrable” y, pese a que al principio le molestó que Sienna le hubiese
contado el problema a las presidentas de Alfa Delta Pi antes que a ella, se
esforzó por quitar hierro al asunto. No quería pensar en los motivos por los
que Sienna no le había dicho que estaba mal, ya que eso la devolvía una y otra
vez a esa borrachera por despecho y a esos minutos de apagón mental en los
aseos de aquella fiesta.
Cuando llegó el viernes por la tarde, las dos
estaban agotadas y no querían hacer nada más que dormir. Sin embargo, sus
planes se vieron trastocados por completo cuando Yuri entró en su cuarto con un
brillo de emoción en los ojos imposible de detectar.
-¡Chicas, arriba! ¡Tenemos que arreglarnos!
Abby se irguió sobre el colchón y le sonrió con
desgana.
-¿Qué pasa ahora, loca? ¿Es que no piensas
dejarnos descansar ni un día?
Yuri soltó una gran risotada.
-¡Por supuesto que no! ¿O es que acaso habéis
venido a la universidad para pasaros el día acostadas?
La tercera muchacha quiso intervenir para
quejarse, aunque su amiga habló antes.
-Nuestras hermanas mayores están abajo,
esperándonos en la fuente.
-¿Para qué? –preguntó Abby.
-No será para insistir otra vez con lo de
Matthew, ¿verdad? –señaló Sienna-. Ya les dije que no va a poder venir.
La coreana negó con la cabeza. Los últimos
días, el tema de conversación en la casa de Alfa Delta Pi había sido el
concierto benéfico que iban a organizar durante la primera semana de octubre.
Sophia, como representante de la hermandad, había pedido a la española que
intercediera por ellas para conseguir que Matthew actuara en la universidad.
Estaba convencida de que Sienna lo conseguiría. Por desgracia, no fue así, y
cuando esta le informó de que Matthew ya tenía el calendario de octubre
planificado y cerrado a cambios, la rubia se había molestado un poco.
-Qué va. Todo lo contrario. No me ha dado
muchos detalles, pero creo que quieren disculparse contigo por eso.
Sienna se encogió de hombros.
-No hace falta que nadie me pida perdón. Si Sophia
ha comprendido que he hecho todo lo posible para convencerlo, es suficiente.
No mentía en eso. Durante toda la semana, había
llamado y mandado numerosos mensajes al chico insistiéndole para que hiciera un
hueco en su agenda, aunque no fueran más que unas horas. Le echaba de menos y
necesitaba verlo, por lo que aquella era la excusa perfecta. Sin embargo,
Matthew se había negado todas y cada una de las veces.
-Me han dicho que nos cambiemos de ropa rápido
y nos pongamos algo cómodo pero elegante –siguió diciendo Yuri-. ¡Ah, sí! Y que
nos llevemos el bañador. Creo que nos van a llevar a la playa.
Las tres sonrieron. ¡Sí! La playa… aunque
estaban en California, el estado playero por excelencia, aún no la habían
pisado. Yuri había estado muchas veces con sus amigas y familia antes de
mudarse a la universidad, pero para Abby y Sienna esa sería su primera vez.
-¿Bañador? ¿Qué bañador? –preguntó Abby
nerviosa mientras comenzaba a rebuscar en uno de los cajones de su armario-.
¿Esté azul sin tirantes o mejor este negro y naranja con piedrecitas?
-¡El que sea, pesada, pero elige ya que me han
recalcado que no perdamos tiempo! –contestó su compañera de habitación a la vez
que se ponía a su lado y la imitaba en busca del bikini perfecto.
-Voy a mi habitación a cambiarme –comentó
Sienna, que ya tenía el pomo de la puerta en la mano; la palabra mágica “playa”
le había devuelto las fuerzas y las ganas de hacer cosas-. Tocadme a la puerta
si acabáis antes que yo, ¿vale?
Las dos muchachas dijeron que sí al unísono.
Cuando la española cerró la puerta, lo último que oyó fue a Abby preguntar,
nerviosa, “¿y qué me pongo ahora que sea cómodo pero elegante?”. Desde el
pasillo, su amiga sonrió. Abby, Abby, Abby… No iba a cambiar nunca, por más que
se hubiera empecinado en que aquel año tenía que ser su año y en que todo tenía
que ser diferente.
Al entrar en su dormitorio, lo encontró vacío.
Se dirigió sin rodeos al armario, sacó su bikini arco iris de Victoria Secret’s
y se lo puso, con una sencilla camiseta negra de tirantes finos cruzados a la
espalda y su short vaquero favorito. Así, con un collar largo de cuentas
azules, el pelo recogido en una trenza despeinada hacia el lado y sus chanclas
Quick Silver, iba perfecta. Además, por si luego iban a algún otro sitio, en el
amplio bolso, junto a la toalla, llevaba unas sandalias romanas plateadas, un
peine y una elegante diadema con adornos plata para retirarse de la cara los
mechones que se le soltaran.
Se miró en el espejo de la habitación y sonrió
a su reflejo. Sí, genial. Preparada para estrenar las playas californianas.
Alguien tocó a la puerta en ese mismo momento.
-¡Venga, Sienna, que nos están esperando!
–escuchó chillar a Yuri.
-¡Ya voy, pesadas!
* * * * *
Sin saber cómo, las seis chicas habían
conseguido meterse en aquel descapotable alquilado para la ocasión y habían
pasado las dos horas de viaje hasta la playa lanzando gritos de júbilo al aire
y riendo como locas.
El trayecto no se les había hecho especialmente
largo puesto que se encontraban en buena compañía, pero el tiempo en la playa
sí se les pasó volando, entre zambullidas en el mar y siestas tumbadas en la
limpia arena blanca de Malibú, donde habían cotilleado y bromeado rodeadas de
universitarios cuadrados que bebían cerveza sin parar.
-Manhattan Beach es increíble.
Abby hizo aquella puntualización con la mirada
clavada en el atardecer de colores rojizos mientras se dirigían, de nuevo en el
coche, hacia la archiconocida ciudad de Hollywood.
-¡Claro, también yo diría eso si me hubieran
pedido el teléfono tantos chicos guapos! –respondió Sienna, aunque realmente no
lo decía en serio; en cuanto estos se habían acercado a ellas, había convencido
a Yuri para acompañarla a las pequeñas tiendas frente al muelle a echar un
vistazo a la ropa surfera que allí vendían.
-La
lástima es que no los volveremos a ver –continuó diciendo Abby, antes de
suspirar.
-Bueno, pero eso tampoco debería importarte
mucho –la interrumpió su hermana mayor-, porque a quien sí verás pronto es a
Connor.
Sophia hizo aquel comentario con una sonrisa en
los labios, aunque Abby no sonrió. Cada vez que escuchaba aquel nombre, un
escalofrío le recorría la espalda.
Connor… Sus grandes manos recorriendo su cuerpo
y colándose bajo su ropa. Esos labios húmedos pegados a los suyos.
-Bueno, ¿entonces dónde vamos ahora? –intervino
Sienna, con la intención de desviar la conversación a temas más agradables para
todos.
-Supongo que de vuelta a casa, ¿verdad? –le
siguió la corriente Abby, aliviada.
-¿A casa? –las cortó Brooke-. ¿Llamáis casa a
esas cuatro paredes cutres donde dormís cada noche?
Las chicas se encogieron de hombros. Para
ellas, el edificio de Founders y Camino, con su arco en medio comunicando ambas
alas, era lo más parecido a un hogar que habían encontrado desde que se
marcharon de Nueva York y para nada les parecía cutre.
-¡Nada de eso! –exclamó la alocada morena-. Hoy
es nuestro día, chicas, y tenemos que disfrutarlo a tope. Vamos a quemar un
poco más de rueda, que para eso hemos alquilado este coche. ¿Y con qué mejor
fin que con el de ver las estrellas?
* * * * *
Pese a que Brooke no era muy dada a los juegos
de palabras, en esa ocasión había hecho uso de uno, puesto que la mención de
las estrellas fue algo literal. Poco más de treinta minutos después, tras dar
las llaves del descapotable a un joven bastante atractivo que se encargaría de
aparcarlo en un impresionante parking donde los coches se apilaban uno sobre
otro, las muchachas corrían emocionadas por el Paseo de la Fama de Hollywood.
-¡Qué fuerte, la estrella de Johnny Depp!
–chilló Abby, emocionada, al mismo tiempo que se tiraba al suelo entre medias
de un grupo de turistas y acariciaba el trazo de las letras doradas-. ¡No me
puedo creer que esté tocando algo que también ha tocado él!
El suspiro que escapó de sus labios provocó una
carcajada en sus compañeras.
-Cuando tocas las mesas del McDonald’s que hay
cerca de Times Square o los azucareros del Starbucks del aeropuerto no te
vuelves tan loca –señaló su mejor amiga-, y me juego el cuello a que los ha
tocado muchas más veces que esa estrella de piedra.
La neoyorquina le lanzó una mirada asesina,
pero nadie la tomó en serio. Sabían que la dulce Abby no podía enfadarse por
una broma como esa y que en menos de dos minutos estaría sonriendo otra vez.
-Lo más increíble de todo es que no estéis aún
de rodillas a mi lado, posando para una foto en la estrella del mejor actor del
mundo. ¡Increíble no! ¡Intolerable!
Yuri, que en el poco tiempo que se conocían
había llegado a querer a Abby tanto como a una hermana, no dudó en tomarse en
serio sus palabras. Antes de que su compañera de cuarto se diera cuenta, se
había lanzado en plancha a su lado, cogida a la mano de Sienna y arrastrándola
también a ella.
-¡Venga! ¡Foto!
Sus hermanas mayores las imitaron de inmediato,
tras encasquetarle la cámara de fotos a un enorme hombre con un tatuaje en la
cara que daba bastante miedo. Tras posar de varias maneras, pero siempre unas
sobre otra, como una piña, dieron las gracias al desconocido, y prosiguieron
con su paseo por la famosa avenida.
Su siguiente parada obligatoria, a petición de
Yuri, fue la estrella de Michael Jackson. No debieron buscarla demasiado,
puesto que nada más acercarse a ella, la reconocieron. Flores, peluches, fotos
y dedicatorias la rodeaban, igual que decenas de velas de todos los tamaños y
colores, que acababan de ser encendidas por alguien a quien no alcanzaron a ver
entre los numerosos rostros que se apelotonaban alrededor de ella.
Para entonces, la oscuridad de la noche había
engullido la ciudad, por lo que la escena resultó aún más hermosa de lo que
podría haberlo sido en cualquier momento. Los titileos de las velas iluminando
la estrella de forma intermitente, los cánticos de algunos fans, aquella pareja
sentada en el suelo, ella con la cabeza apoyada en el hombro de él con los ojos
cerrados, como si no hubiera nadie más a su lado… Sin poder evitarlo, una vez
más Sienna voló en la distancia y en el tiempo, a un día meses atrás, en el
pulmón de Nueva York, donde Matthew compartió con ella uno de sus mayores
secretos, el primero.
-¿Sienna?
La voz de Sophia a su lado la devolvió a la
realidad.
La española giró el rostro hacia ella y se
encontró con los ojos preocupados de su nueva amiga clavados en los de ella.
-¿Estás bien? –le susurró, como si no quisiera
que las demás chicas las escucharan.
Probablemente eso hubiera sido imposible,
puesto que se encontraban completamente atrapadas por la magia de aquel lugar.
Yuri tarareaba por lo bajini “Hold my hand”, mientras su hermana mayor la cogía
de la mano. Brooke, por primera vez en todo el día, estaba callada, con los
ojos llorosos, y Abby, con la mirada perdida, parecía encontrarse también en
otra dimensión, pensando en a saber qué.
-Sí, claro… -mintió Sienna.
-Sabes que me tienes para lo que necesites,
¿verdad? –insistió la cabecilla de Alpha Delta Phi.
-Por supuesto, no te preocupes –respondió,
forzando una sonrisa.
Por desgracia, de nada le servían las buenas
intenciones de Sophia. Lo único que podía hacerla sonreír de verdad y ser feliz
una vez más era volverle a ver, reencontrarse con él.
En ese instante, la canción llegó a su final, y
el frío y doloroso silencio que quedó flotando en el aire hizo volver a Abby a
la tierra.
-Deberíamos empezar a volver, ¿no creéis? Se
está haciendo tarde.
Brooke se limpió las lágrimas de las mejillas
con un gesto rápido para que nadie la viera antes de tomar la palabra.
-A ver, hermanita, ¿cuántas veces te tengo que
decir que la noche es nuestra y que aún no vamos a volver? Aún tenemos unas
horas por delante antes de regresar a San Diego, ¡así que vamos a desfasar!
De repente, volvía a ser la misma chica
impulsiva y loca de siempre.
-¿Desfasar? –preguntó la neoyorquina-. ¿Pero
cómo?
-¿Qué me decís de cenar en un mexicano muy guay
que hay aquí cerca y plantarnos después en la discoteca Fluxx?
-¡Sí! –exclamó Sophia, ilusionada-.
¡Desfasemos! ¡Vámonos de fiesta!
Las demás chicas asintieron, emocionadas.
Ninguna de las tres más jóvenes conocía la discoteca, pero eso no importaba. Si
las mayores parecían tan contentas debía ser muy buena.
Lo que ninguna sabía en ese momento era que
después de su cena en el mexicano, inolvidable gracias al toro mecánico
emplazado en el centro del patio exterior en el que montaron unas y otra vez
tras beberse los primeros margaritas, no conseguirían entrar a Fluxx, ni a
ninguna otra discoteca de la zona. No obstante, la noche les depararía muchas
sorpresas todavía. Para algunas de ellas agradables. Para otras… no tanto.
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