domingo, 18 de marzo de 2012

Más allá del mar - Capítulo 6


A paso calmado pero constante, las dos chicas y el servicial muchacho que habían conocido a la hora de registrar su llegada y recoger las llaves de su nuevo hogar atravesaron los amplios y anticuados pasillos del edificio Camino.
Sin dejar de mirar a todas partes, embobada para la grandilocuencia de aquel lugar y ese estilo rococó tan poco propio de Estados Unidos, Sienna caminaba a la izquierda del rubio, que no dejaba de parar ni un solo momento. Sin embargo, ella no lograba escuchar ni una sola palabra de las que salían de su boca, y es que, cada vez que veía de reojo aquellos hermosos cabellos dorados, la imagen de Matthew regalándole una preciosa sonrisa se le aparecía ante los ojos.
Por su parte, Abby no despegaba la mirada del chico, que parecía muy animado de poder charlar un rato con ellas.
 -Camino y Founders son las dos partes que componen este gran edificio –explicó Nathan-. Aquí no solo está la sala principal y los despachos de algunos cargos importantes de la universidad, sino que en las plantas superiores están los dormitorios de los alumnos. Camino es la residencia de estudiantes masculina y Founders la femenina. Tan solo las separa este pasadizo en forma de puente. Si no fuera por eso… ¡no sé qué harían los encargados de planta para que no se les fuera todo más de las manos de lo que ya se les va!
Cuando hizo aquel comentario, soltó una carcajada que las dos amigas supieron interpretar bien. Tantos jóvenes recién independizados a tan pocos metros de distancia podía resultar una bomba explosiva.
-Entonces… ¿tú vives en Camino? –preguntó Abby mientras señalaba hacia un cartel con el mismo nombre grabado en él.
-No, qué va –respondió el muchacho-. Camino y Founders son solo residencias para estudiantes de primer año. A partir de segundo curso, cada uno decide donde vivir: en otra residencia, en apartamentos o casas del campus, en San Diego… Yo, por ejemplo, sigo viviendo en el campus, pero por fortuna ya he logrado escapar de la supervisión de los encargados de las residencias. Vivo con mis hermanos de Alfa Omega.
El vuelco de la conversación captó la atención de Sienna, que intervino por primera vez en la charla entre su amiga y el rubio.
-¿Alfa Omega? Eso es una hermandad, ¿verdad?
-Claro, ¿qué va a ser sino? –bromeó Nathan, con su irresistible sonrisa en los labios.
-No sé, creía que esas cosas solo eran material de película. Nunca antes había conocido a nadie que perteneciera a una de verdad –se excusó la española, al mismo tiempo que notaba como sus mejillas se sonrojaban; por más tiempo que pasaba en Estados Unidos, siempre había algo que la sorprendía, algo que la hacía darse cuenta de que le quedaba mucho por descubrir y por experimentar-. ¿Y las fiestas locas en las casas de las hermandades que acaban con la aparición de la policía también son reales?
Aunque quiso hacer que su pregunta sonara como una broma, deseaba saber la respuesta. Las últimas semanas había pasado tanto tiempo dándole vueltas a los kilómetros que la separarían de Matthew y los problemas de volver a comenzar una nueva vida lejos de Nueva York que no se había planteado ninguna de esas situaciones tan características de la etapa universitaria del americano medio.
-No debería deciros esto porque me puede traer muchos problemas si se corre la voz –Nathan bajó la voz hasta pronunciar las palabras a un volumen casi inaudible-, pero la verdad es que sí. Sin duda alguna, los mejores eventos son los que están relacionados con las fraternidades. Eso sí, ¡a ver si os vais a pensar que todo es festejar y hacer locuras, porque no! Formar parte de una hermandad también incluye participar en actos benéficos o prestar apoyo a las diferentes actividades de la universidad, como la orientación de los nuevos alumnos.
-Así que por eso nos estabas ayudando, porque somos parte de tu obra de caridad del mes –se atrevió a decir Abby a la vez que se apartaba un mechón despeinado de la cara.
Nathan la miró fijamente unos instantes antes de decir nada. Al notar el contacto de esos ojos claros clavados en los suyos, la chica se derritió.
-Se podría llamar así –intentó explicarse él-, aunque si no me hubierais parecido tan guapas tened por seguro que no os habría ayudado a saltaros toda la cola.
En este caso, fue Abby la que se sonrojó. Sienna, sin embargo, se echó a reír.
-Muchas gracias por partida doble, entonces. De no ser por ti probablemente habríamos avanzado dos metros en aquella cola interminable de gente.
-No hay de qué, para eso estamos –les guiñó un ojo con picardía.
Subieron unas escaleras, recorrieron un par de pasillos y por fin llegaron a su lugar de destino. Lo reconocieron de inmediato pese a no haber estado nunca en el interior de ese edificio, aunque tampoco resultaba muy complicado: por todas partes, nerviosas y sin dejar de correr de un lado a otro, un montón de chicas de su misma edad buscaban su número de habitación entre el barullo de recién llegadas.
En la misma punta del pasillo, Nathan dejó de caminar y soltó las dos bolsas de mano en el suelo.
-Bueno, hasta aquí puedo acompañaros. El resto de camino es territorio prohibido para ningún chico hasta que las cosas se tranquilicen un poco.
-¿Están permitidos los chicos en las habitaciones? –preguntó Abby, curiosa.
Algunas de las jóvenes que charloteaban en el pasillo se habían vuelto hacia ellos y los observaban sin disimulo. La morena supo sin dudar que no hablaban de ellas precisamente, sino de su acompañante.
-Oficialmente no –dijo este-, sobre todo por la noche, pero las vigilantes de planta suelen ser bastante comprensivas y durante el día no acostumbran a molestar mucho a los visitantes siempre y cuando no se arme ningún escándalo. De todas formas, os recomiendo que os leáis con tranquilidad las normas de la residencia para que no os pillen en un renuncio. Los primeros días son complicados, pero ya veréis como pronto os adaptáis a todo sin problemas.
Las dos muchachas agitaron la cabeza de arriba abajo unos instantes para darle la razón. Después, al mismo tiempo que echaban mano a sus equipajes de mano, se despidieron de él.
-Gracias de nuevo por ayudarnos –señaló Sienna.
-Sí, muchísimas gracias de verdad, Nathan –la imitó Abby, que saboreó cada una de las letras de ese nombre como si se tratara de un delicioso bombón de chocolate.
-De nada, chicas. Si necesitáis cualquier cosa, no dudéis en buscarme. Si preguntáis en la casa de Alfa Omega, me encontraréis enseguida.
Sin más dilación, tras darles un cordial apretón de manos, el chico se dirigió de nuevo a las escaleras y se marchó de allí.
 Conforme lo vieron desaparecer escalones abajo, Abby se abalanzó sobre su amiga y la abrazó, muy emocionada.
-¡Madre mía, Sienna, menudo chico! Creo que me acabo de enamorar.
* * * * *
No se entretuvieron demasiado en hablar del muchacho puesto que continuaban en el medio del corredor, rodeadas por extrañas a las que molestaban con sus maletas y mochilas y que no dejaban de mirarlas de arriba abajo.
A los pocos instantes de ver a Nathan alejarse de allí, las dos se fundieron en un nuevo abrazo, se desearon suerte y se citaron un par de horas después en el mismo punto del pasillo. Había llegado el momento de explorar.
Como su acompañante les había informado, sus habitaciones se encontraban en la misma planta, no a mucha distancia la una de la otra, pero sí separadas por unos cuantos metros.
La habitación número 11, a mano derecha, fue una de las primeras que vieron. Sienna metió la llave en la cerradura y la giró despacio, preocupada por cómo sería su nueva compañera, por la habitación, por volver a encontrarse sola entre desconocidos… asustada por todo.
El portón, de madera en un tono gris metálico, se hallaba desnudo de ningún nombre o identificación personal. El único adorno con el que contaba era el número plateado que había en el marco.
La llave por fin dejó de girar. Con mucho cuidado, Sienna empujó la puerta hacia el interior de la habitación y asomó la cabeza dentro. Nada más hacerlo, respiró aliviada. Su compañera de cuarto aún no había llegado.
* * * * *
A Abby, en cambio, las cosas le pasaron justo al revés. Pese a estar tan nerviosa como su amiga y no dejar de temblar mientras abría la puerta, cuando vio que ya había una ocupante en la habitación, una enorme sensación de felicidad la embargó por dentro.
La sonrisa que apareció en su rostro fue correspondida por la de su nueva compañera, una joven de rasgos asiáticos y una hermosa melena morena y perfectamente lisa que le alcanzaba hasta la cintura. Su piel carecía de granos, pecas o cualquier otra mancha y la hizo pensar en una muñeca de porcelana que le regalaron sus padres mucho tiempo atrás tras un viaje a Italia. Los ojos, alargados y de un negro profundo, estaban delineados con maña para resultar aún más atractivos.
-¡Hola, me llamo Yuri! –gritó la desconocida, dando un salto al frente y abrazando a Abby, que se dejó acoger entre los delgados y delicados brazos de la chica.
-Yo soy Abby; encantada de conocerte –respondió en cuanto se separaron y pudo hablar por fin.
Aunque no se había esperado aquel recibimiento tan efusivo y con nadie más que con Sienna tenía un trato tan cercano, no se sintió molesta ni incomoda. Algo en Yuri le transmitía paz.
-Deja que te eche una mano con las cosas –añadió su compañera, sin dejar de sonreír-. Si tu viaje ha sido como el tuyo, debes de estar cansada.
Agarró una de las maletas de ruedas y la arrastró junto a la cama que quedaba vacía. Abby hizo lo mismo con el resto del equipaje. En cuanto se liberó de tanta carga, se derrumbó sobre el colchón de su nueva cama.
-¿Te gusta ese lado o prefieres este? –preguntó Yuri, señalando hacia el pupitre y la cama que había dejado libre.
-Claro, está genial. No creo en el feng sui ni soy quisquillosa para estas cosas, así que mientras me de bien la luz para estudiar, no tengo más exigencias.
-Sí, ¿verdad? Yo soy igual que tú. Estoy encantadísima con todo: con el edificio, la habitación, las chicas del pasillo… ¡Espera a conocer a algunas! ¡Son una maravilla! –añadió emocionada-. Lo único que no me convence mucho es el armario, pero bueno… no me esperaba nada mucho mejor.
-¿Qué le pasa al armario? –quiso saber Abby, que aún no había tenido tiempo apenas de localizar los distintos muebles del dormitorio.
-En primer lugar eso, que solo hay un armario para las dos, y encima es diminuto. No sé cuántas cosas habrás traído tú, pero yo he venido cargada de ropa hasta los topes, ¡así que no sé que voy a hacer para meterlo todo ahí dentro!
Las dos se echaron a reír a la vez.
-¿Qué te parece si empezamos a sacarlo todo y así vemos el espacio del que disponemos y el que nos falta? –sugirió Abby, a lo que la otra chica no puso ninguna pega.
-Ya estaba en ello cuando has llegado, pero tenía tantas ganas de conocer a mi compañera de habitación que no he podido controlarme y salir disparada a hablar contigo –explicó, con un tono de voz muy dulce.
-Yo también tenía mucha ilusión por conocerte, y sigo queriendo saber todos los detalles tuyos que quieras contarme, así que podríamos aprovechar el tiempo mientras desempaquetamos las maletas para ponernos al día, ¿no?
Las dos sonrieron.
-Sí, tienes razón –Yuri levantó con esfuerzo y gran dificultad una enorme maleta color morada que tiró sobre su lecho y se dispuso a abrir las cremalleras para vaciarla- Cuéntame tú primero, ¿vale? ¿De dónde eres? ¿Cómo has acabado aquí?
-Soy de Nueva York, del mismo corazón de la ciudad. Pero vamos a hablar de ti, que mi vida es muy aburrida y seguro que tú tienes muchas más cosas que contar –se excusó, en un intento de evitar tener que hablar del St. Patrick’s, de los disgustos de los últimos años allí, de sus idas y venidas con Cindy, de Dean…
-¿Aburrida? ¿Pero tú estás loca? ¡La vida es Nueva York nunca puede ser aburrida! ¡Cuéntamelo todo, por favor!
Y, para sorpresa de la misma Abby, sin esperárselo, comenzó a hablar.

2 comentarios:

  1. Está genial *_* A ver como es la compañera de cuarto de Sienna y si no le trae problemas... :S

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  2. Hola :) Bueno acabo de encontrar tu novela y me he enganchado y me encantaría saber como sigue Al otro lado del Mar *_* porque me he quedado en ascuas u.u Me encanta como escribes enserio.
    Un beso.

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