domingo, 4 de marzo de 2012

Más allá del mar - Capítulo 2

Tras cinco interminables horas de vuelo, el avión comenzó su descenso sobre la ciudad de San Diego. Abby, que había ganado el asiento de ventanilla después de sortearlo a “piedra, papel, tijera”,  pegó su cara al diminuto cristal que las separaba del cielo.
-¡Vaya! –exclamó, ilusionada-. Esto es enorme.
En el butacón de al lado, Sienna abrió los ojos y estiró los brazos para desperezarse. Giró el cuello un par de veces hacia los lados para destensarlo antes de imitar a su compañera y ojear el territorio bajo sus pies.
-Creía que después de pasar toda la vida en Nueva York no me sorprendería al ver una ciudad de estas dimensiones, pero estaba convencida de que San Diego no era más que un pueblo –confesó Abby.
Sienna sonrió al escucharla. Una vez más, compartían un mismo pensamiento. Le sorprendió ver la cantidad de edificios y parques que contenía esa ciudad. Sobrevolaron por encima de muchas calles y, cada vez más bajo, casi pudieron ver a la gente que dormía en sus dormitorios en las pequeñas casitas unifamiliares que dejaron atrás. Y, lo mejor de todo, allá al fondo, el mar.
El aeropuerto, sito junto a un puerto deportivo, las esperaba con los brazos abiertos mientras acogía en su pecho a miles de barcos de distintos tamaños y colores. Después de tantos meses planeando el viaje y preguntándose cómo sería el momento de su llegada a California, por fin podrían descubrirlo.
-Todavía no entiendo por qué San Diego –comentó la española mientras miraba de reojo a las azafatas que daban las últimas órdenes a los pasajeros-. Podrías haber estudiado donde quisieras, en cualquier universidad de la Ivy League, y has decidido una universidad cualquiera al otro lado del país. A veces pienso que estás loca.
Su amiga soltó una carcajada que fue acallada por el golpe de las ruedas del avión al tocar suelo.
-Y tú a veces pareces mi madre –se quejó entre bromas-. La Ivy League, la Ivy League… A fin de cuentas, ¿qué es la Ivy League? Solo son ocho universidades en las que los deportistas se matan por entrar, nada más.
-¿Nada más? Son las mejores ocho universidades de los Estados Unidos, las que mayores convenios de prácticas tienen con las grandes multinacionales y las únicas que te garantizan un puesto de trabajo cómodo y estable una vez que te gradúas. Yale, Princenton, Harvard… ¡incluso Columbia! Estaba convencida de que te quedarías en esa para vivir cerca de casa.
-Quién sabe más adelante –reflexionó Abby-… Ahora mismo solo sé que quiero vivir la vida, experimentar nuevas sensaciones y aprovechar el tiempo al máximo. Cuando acabe la carrera y estudie un máster sí quiero hacerlo allí, pero por ahora prefiero mantenerme al margen de sus exigencias y trabajo duro. Espero que por haber rechazado a las seis que me aceptaron no me pongan en la lista negra.
Conforme hablaban, el resto de pasajeros se había puesto en pie para sacar las bolsas de mano del compartimiento superior de la cabina. Las dos jóvenes hicieron lo mismo y, en cuanto tuvieron su bolso y la maleta de mano con ellas, se dirigieron, en marabunta tras sus compañeros de viaje, a la salida del avión.
Se despidieron de los miembros de la tripulación que encontraron en la puerta y echaron a correr ilusionadas por la pasarela que conectaba la aeronave con la terminal. Sin dejar de hablar y de observar a todas las personas que encontraban a su alrededor, se dirigieron a la cinta de recogida de equipaje y esperaron a que sus maletas salieran. Por fortuna, la de Abby fueron las primeras en aparecer y la maleta rosa chicle no tardó mucho más en verse a lo lejos recorriendo la cinta.
Sin más dilación, abandonaron el aeropuerto y pisaron las calles de California por primera vez.
-¡Madre mía! –silbó Abby, presa de la emoción-. Esto se pone cada vez mejor.
La brisa marina les pegó en la cara al mismo tiempo que escucharon una gaviota chillar en el cielo, volando a escasos metros de sus cabezas.
-¿Sabes lo más raro de todo? –dijo Sienna, mientras levantaba la vista al cielo y abría los brazos para permitir que el sol comenzara a acariciarle la piel-. Pensar que no está Gary ahí fuera, esperando para recogernos, ni tampoco ninguna limusina que nos lleve a donde queramos sin tener que pagar nada. Se me hace extraño aceptar que a partir de ahora somos dos chicas más, normales y corrientes como las demás.
-Nada de privilegios ni tratos especiales por ser quien somos –una sonrisilla se coló en los labios de la chica de gafas.
-Solo nosotras, Abby y Sienna, del corazón de la gran manzana a las costas del Pacífico, lejos de todo y de todos.
Las dos sabían a qué se refería. Ninguna de ellas pudo dejar de pensar en lo que dejaban atrás, por lo que Abby tuvo que cargarse de optimismo antes de tomar la palabra y pasar un brazo por encima del hombro de Sienna:
-Bienvenida al resto de tu vida –bromeó en un intento de hacer sonreír a su amiga.
Sin embargo, sus palabras no habían ido muy desencaminadas. Por más que lo hubiera dicho en broma, aquella llegada a San Diego significaba ni más ni menos que eso, el principio de una nueva vida que ninguna de las dos podía ni tan siquiera imaginar.

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