domingo, 22 de abril de 2012

Más allá del mar - Capítulo 11


Lo aguardaba bajo una farola que acababa de dar la bienvenida a las primeras penumbras con un brillo anaranjado. Se había recogido el pelo en un discreto moño adornado con un bonito lazo de seda rojo. Mientras mataba el tiempo mascando un chicle de fresa que había comprado de camino a su encuentro con el francés, daba golpecitos con el pie en el suelo sin apenas darse cuenta, nerviosa.
Cuando lo vio llegar a lo lejos, sonrió. No la había hecho esperar demasiado, tan solo unos tres minutos, pero Cindy llevaba todo el día pensando en él, pendiente del lento movimiento de las agujas del reloj, indecisa acerca de qué ropa ponerse y cómo actuar.
Caminando a paso raudo hacia ella, el muchacho levantó su mano derecha en el aire y la saludó desplegando también una sonrisa. La joven lo escudriñó con detenimiento, intentando leer en cualquier detalle de él qué pretendía con aquel encuentro.
“Lleva unos vaqueros desgastados, como los que usa a diario para pintar pero sin manchas de colores, y tampoco parece que se haya pasado demasiado tiempo escogiendo esa camiseta verde militar un tanto descolorida. Igual es cierto que únicamente se ha interesado en mí como modelo para un cuadro y no tiene ninguna curiosidad por conocerme”. Sus inseguridades provocaron que la sonrisa de sus labios se debilitara hasta volverse casi imperceptible. “Menuda tonta… toda la tarde mirándome en el espejo para llamar su atención y seguro que ni se da cuenta de que me he cambiado el peinado”.
-Hola, preciosa –la saludó el muchacho nada más llegar a su lado.
Daba la sensación de que había realizado parte del trayecto corriendo, puesto que respiraba agitado. Sin embargo, fue el corazón de Cindy el que amenazó con pararse de un momento a otro cuando el pintor se acercó a ella, le pasó un brazo por la espalda y la atrajo hacia él para darle dos besos en las mejillas. Excepto Sienna, nunca antes ninguna persona a la que conociera tan poco la había saludado con tal cariño y efusividad, y si a eso le sumaba que el chico era guapísimo…
-Hola.
-Qué guapa estás con esa blusa roja; te da un toque muy sexy –comentó el joven.
Cindy se sonrojó. ¡Se había dado cuenta! ¡Aunque había creído que no lo haría, se había fijado en ella!
-Adulador –bromeó, recuperando la alegría que poco rato antes se había entremezclado en ella con sus nervios creando una desagradable sensación de miedo.
-De adulador nada –le respondió él, mirándola de arriba abajo-. El rojo de la camisa te favorece y encima esos vaqueros tan ceñidos te hacen unas piernas interminables. Imagino que no llevarás mucho tiempo esperando, porque sino tendrías alrededor un círculo de chicos intentando cortejarte.
Los dos se rieron a la vez.
Segundos después, Lucas ofreció su mano a la joven sin dejar de mirarla a los ojos.
-¿Vamos? –fue más una sugerencia que una pregunta; en los ojos de la muchacha podía ver con claridad la respuesta.
Cindy asintió moviendo un poco la cabeza. Atrapó la mano, varonil a la par que cuidada, y entrelazó sus dedos en los del chico.
Echaron a andar en silencio, escuchando tan solo la sirena de un barco que recorría el Sena con parsimonia mientras un par de parejas bailaban entre risas en la borda, abrazadas fuertemente.
En ese momento, por primera vez desde que había puesto en la capital francesa, la americana sintió que París era de verdad la ciudad del amor.
* * * * *
El estudio del pintor no era demasiado grande, aunque sus dimensiones resultaban más que suficientes para un solo habitante. Un diminuto cuarto de baño de grifos oxidados, un dormitorio con una cama de matrimonio granate y unas preciosas vistas al Puente Nuevo y un salón que se comunicaba con la cocina por medio de una barra americana.
 -Con que esta es el refugio del artista –comentó en tono jocoso Cindy mientras se quitaba lentamente el pañuelo que llevaba anudado al cuello.
-Así es –respondió Lucas al tiempo que abrió los brazos de par en par-. Mi pequeño gran hogar. Un microondas, una nevera, un lecho donde pasar la noche y, ante todo, mis materiales de pintura. ¿Quién puede pedir nada más?
El chico cogió el pañuelo de su invitada y lo dobló con cuidado antes de dejarlo en una silla. Mientras tanto, ella lo miraba preguntándose qué debía hacer. Nadie le había pedido pintarla antes, y mucho menos en la intimidad de su casa, por lo que no sabía cuáles eran las reglas del juego.
-¿Dónde me pongo? –inquirió al ver que Lucas no le decía nada y se limitaba a quitarse la camisa mostrándole su pecho desnudo.
-¿Perdona? –el pintor no entendió la pregunta.
-Para que me pintes, que dónde quieres que me ponga –se mordió el labio inferior sin percatarse, nerviosa; él se dio cuenta antes que ella.
Dio un par de pasos hacia ella y le acarició la mejilla con la punta de los dedos.
-Relájate, pequeña, que voy a pintarte, no a robarte el alma.
-Muy gracioso –se quejó Cindy.
Lucas le guiñó un ojo antes de señalar hacia la larga mesa de roble que había entre las dos ventanas del salón, justo frente a un antiguo espejo de bordes dorados.
-Ponte allí en medio y déjame que te vea –pidió al mismo tiempo que se descalzaba y pisaba el frío suelo con sus pies desnudos.
La americana hizo lo que le pedían sin rechistar. Caminó hacia las ventanas y al llegar al final de la mesa, miró al pintor.
-Quédate ahí quieta un segundo –solicitó el joven mientras colocaba su caballete en el centro de la sala y esperaba que la inspiración llamara a su puerta.
No tardó en hacerlo. Poco después, ya sabía exactamente qué imagen quería retratar.
-Siéntate sobre la mesa.
-¿Cómo? –quiso saber ella -. ¿De frente, de espaldas, sentada como un indio?
-No, así no. Espera –se apresuró a llegar al lado de la joven y, una vez allí, apartó una silla, colocó a Cindy en su lugar y la empujó con delicadeza sobre la mesa-. Ahora sí.
Regresó al caballete y dibujó en un par de rasgos la habitación. Al disponerse a hacer el primer esbozo de la figura de la chica, tuvo una nueva idea.
-Quítate los zapatos y pon los pies sobre la silla. Apoya solo la parte delantera: quiero los talones en el aire –la rubia se descalzó de sus bonitos salones rojos, los apartó a un lado e hizo lo que el joven pintor le pedía-. Mírame de lado, por encima del hombro. Muy bien, ahora no te muevas… perfecta.
-Como siempre –bromeó Cindy, lanzándole una mirada pícara con el rostro medio girado.
-¡Mírala ella, que creída! –dijo Lucas, tras soltar una sonora carcajada.
-De creída nada, realista –respondió; pese a haber comenzado a valorarse un poco más de lo que lo hacía antes, no se creía sus propias palabras, pero le divertía juguetear con el pintor.
-La verdad es que tienes razón. Eres la chica más guapa que ha pasado por esa mesa.
Cindy se levantó de allí de un salto, fingiendo indignación.
-¡Oye! ¿De qué vas, pintor de brocha gorda? ¡No sabes con quién estás hablando! –nada más decir las últimas palabras, se mordió la lengua; no debería haber dicho nada.
Lucas, aún con el pincel en la mano, se aproximó a ella. El semblante, serio, no mostraba ni un ápice lo divertida que le parecía aquella situación. Le encantaba tener a Cindy allí, en su casa, descalza sobre su mesa, sonriéndole de aquella manera tan graciosa y atrevida a la vez.
-Pues no –dijo-. ¿Con quién estoy hablando?
-Conmigo, Cindy –respondió ella, rezando para que el artista no quisiera indagar más.
Uno de los motivos principales que la habían hecho poner tierra de por medio con Nueva York era que quería poder ser ella misma, no la hija de la famosísima Bianca. Su mayor deseo era pasar desapercibida tanto tiempo como resultara posible.
-¿Y quién es usted, señorita Cindy? –Lucas acercó su cara lentamente a la de la chica, que notó cómo un escalofrío le recorría la piel.
-La chica más guapa que ha pasado por esa mesa y, sin duda, la primera chica que se niegue a ser una más en tu lista.
El pintor no esperaba esa respuesta, por lo que se separó de ella de golpe  y se echó a reír de nuevo.
-¡Eres increíble, de verdad! –respondió.
-No sé si tomarme eso como un cumplido o como un insulto.
-Tómatelo como un halago. Ahora no solo eres la más guapa, sino también la más divertida y original a la que nunca he pintado.
Cindy se sonrojó.
-Gracias… supongo.
Lucas volvió ante el lienzo todavía blanco y continuó trazando la imagen inicial. Sin embargo, no logró dibujar demasiado, puesto que los ojos claros de la joven le distraían con facilidad.
-Sube la cabeza y deja de mirarme de esa manera, que uno no es de piedra.
Por primera vez en todo el tiempo que llevaban en el estudio, la americana no hizo caso a las peticiones de su anfitrión. Tras insistir un par de veces, Lucas tuvo que alejarse una vez más de su pintura y ponerse al lado de la joven.
-Así –le subió la barbilla un poco con un débil roce de su mano.
En cuanto Lucas dio un par de pasos de regreso a su caballete, la rubia bajó la cabeza.
Cuando se dio cuenta, el chico rehizo sus pasos y volvió a llevar a cabo la misma acción. Ella tomó la misma actitud. Lucas le colocó bien la cabeza y ella la bajó. Una vez más. Y otra, cada vez más cerca el uno del otro.
El juego se repitió unas cinco veces sin que ninguno de los dos dejara de sonreír.
A la sexta, Lucas no se pudo reprimir. Le alzó la cara una vez más, aunque esta vez hasta más arriba, de forma que los labios encarnados de la americana se encontraron con los del francés, que había dejado de sonreír.
Ambos permanecieron así unos instantes, respirando el aire del otro, rozándose el alma.
Lucas esperaba que ella se echara atrás, pero la joven no lo hizo. Él tampoco. Todo lo contrario, antes de que el tiempo rompiera la magia de aquel momento, echó la cara un milímetro al frente, lento a la par que desenfadado, y la besó.

2 comentarios:

  1. Sabes q adoro tu historia y sobre todo los capitulos de Paris. Q lindos son luca y Cinty. Ya espero mas de ellos, son mi pareja favorita de esta 2 parte. Quiero todos los capituloa de Paris yaaaa ;)

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  2. ¡Qué bonito! Me encanta Lucas *-* Y Cindy qué maja, no tiene nada que ver esta actitud con la que tuvo la mayor parte del tiempo en Al Otro lado del mar, me cae considerablemente mejor. Quiero más *_*
    ¡Un beso!

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