miércoles, 27 de junio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 24


Las palabras de Matthew la emocionaron sobremanera.
Sí, vale, aquella no era la primera vez que el chico la llamaba princesa y le decía que ella era su inspiración. Sin ir más lejos, en el primer concierto suyo al que asistió, el muchacho cantó de forma inédita una canción que había compuesto para ella, aunque por aquel entonces Sienna lo ignoraba. 
En realidad, de todas las cosas, lo que más la emocionaba era que lo hubiere gritado a los cuatro vientos, que lo hubiera proclamado al mundo entero por medio de Internet, y es que ella sabía perfectamente lo reservado que era Matthew para hablar de su vida privada y cuánto le molestaba que los periodistas se metieran en su vida y la desgranaran como una naranja, destrozando con sus noticias todo lo que nombraban.
Y ahora, en ese momento, él, el mismo rubio que la hizo correr desde el colegio hasta un rincón de Central Park para que nadie los siguiera, le había hecho una declaración de amor pública porque la conocía y sabía que lo estaría echando mucho de menos, porque a pesar de haber sido ella la que insistió en continuar sus vidas de forma independiente durante el resto del curso, ella con sus clases y él con su música, era consciente de que la española no dejaba de pensar en él ni un segundo.
-Disculpa –susurró a Abby, que continuaba con el cuello alzado en busca de Nathan.
Su amiga le sonrió y continuó escudriñando el área mientras ella se echaba a un lado. Notaba cómo sus ojos se habían humedecido y cómo amenazaban con derramar lágrimas de alegría y tristeza al mismo tiempo. Alegría por la fortuna que tenía al contar con Matthew en su vida, tristeza por deber vivir su amor separados al menos hasta que llegara diciembre.
Por ello, para que no la viera llorar, echó a caminar por el césped hacia uno de los aseos portátiles que habían instalado. Esperaba que no estuvieran muy sucios, porque tenía la intención de meterse en uno, encerrarse dentro, y no salir hasta que no estuviera totalmente tranquila. En ese momento, no se preguntó qué iba a hacer con la falda del pomposo vestido rojo y blanco; solo sabía que el corset de cintas rojas que llevaba por encima la oprimía y que necesitaba alejarse de los invitados a aquella fiesta.
Mientras tanto, Abby continuaba acechando. Yuri, que no parecía dispuesta a perderse ni un segundo de aquel evento, ya estaba en el centro de la pista de baile, danzando con alegría y una enorme sonrisa junto a una de sus compañeras de hermandad. Sophia y Brooke aún no había llegado, pero la hermana de Yuri sí, al igual que algunas otras de las jóvenes de Alfa Delta Pi, por lo que no veía motivo alguno para permanecer apoyada en la barra esperando.
Puesto que no veía a Nathan por ningún lugar, Abby resopló y agachó la cabeza. ¿Cómo había sido tan tonta al poner todas sus ilusiones en aquel encuentro? Cuando apareciera, si lo hacía, el chico no le prestaría ninguna atención. Probablemente ni tan solo se acordaría de ella. Y, además, cabía la posibilidad de que ni siquiera se presentara en la fiesta.
Se disponía a dirigirse a la pista de baile para unirse a Yuri y las demás chicas cuando una mano de dedos largos y fuertes le acarició el hombro y la retuvo donde se encontraba. Antes de volverse o de escuchar la voz de aquella persona, ya sospechaba de quién se trataba, o más bien sabía quién deseaba que la hubiera tocado. Pero… ¿lo era? ¿Era Nathan quien la agarraba por detrás?
-Hola, señorita Middleton –dijo una voz masculina que le resultaba muy familiar.
La muchacha se dio la vuelta y se encontró con el miembro de Alfa Omega enfundado en unos pantalones de raso negro, una amplia camisa blanca abierta en el pecho y botas marrones de cuero.
-Hola, Nathan –logró pronunciar ella, con un nudo en la garganta.
-Así que estás en una hermandad –comentó el muchacho, aunque el volumen de la música no permitió que la joven escuchara las últimas palabras.
-¿Qué? –preguntó Abby.
-¡Que te has unido a una hermandad! –subió el tono de voz.
Sin embargo, la muchacha seguía sin escucharlo. Al darse cuenta de eso, Nathan le ofreció la mano en una invitación de seguirle. Abby miró la palma de aquella mano colgando en el aire sin saber bien qué decir, y a continuación desvió sus ojos a los de Nathan, que parecían tan tranquilos como siempre. Al fin, tras vacilar un par de veces, se tiró a la piscina y le cogió de la mano.
El roce de sus dedos sobre la piel del joven la electrizaron y por un instante creyó que el corazón se le pararía bajo el vestido blanco.
Cogidos de la mano, se apartaron de la multitud que bebía y bailaba al ritmo de Rain over me. Sin dirigirse la palabra, con la mirada fija en el horizonte y distintos pensamientos rondándoles en la cabeza, salieron del recinto VIP y se acercaron paseando a los puestos de la feria medieval.
-¿Qué decías antes? –preguntó Abby cuando consiguió armarse del valor para mirar a su acompañante.
-Nada, me ha sorprendido verte ahí dentro y enterarme de que estabas en una hermandad. Cuando hablamos la otra vez no mencionaste nada de que estuvieras interesada en unirte a una.
-Bueno, tampoco hablamos demasiado –reconoció la chica-. Además, aunque no lo parezca, soy una caja de sorpresa.  
Nathan sonrió con una hermosa y sincera sonrisa que encandiló aún más a la neoyorquina.
-¿Y qué tal? ¿Te está gustando la experiencia? –se interesó por saber.
Abby asintió.
-Por ahora estoy encantada. Aunque hace poco que terminó la selección, ya tengo hermana mayor y es majísima. Además, estoy en la misma hermandad que mi mejor amiga Sienna, ¿te acuerdas de ella?
El muchacho frunció el ceño mientras pensaba.
-Sí, claro, la chica que iba contigo el otro día. No me acuerdo de cómo era físicamente pero recuerdo que era muy simpática.
Al escuchar ese comentario, Abby sintió un escalofrío por la espalda. Por más increíble que pareciera, el muchacho se acordaba de ella, la había reconocido en medio de todas las personas que estaban en la fiesta y había decidido salir a pasear con ella cuando ni siquiera recordaba a Sienna. ¿Cómo era posible? ¿Acaso sus temores y su falta de confianza fueran infundados y podía tener alguna oportunidad con él?
-¡Mira, un puesto de espadas de época! –cambió de tema él-. Vamos a acercarnos a verlas.
Para abrirse hueco entre las personas que se apiñaban alrededor del tenderete lleno de sables, el muchacho soltó la mano de Abby y apartó con ella a un par de chiquillos que indudablemente aún iban al instituto. La sonrisa de la chica, al perder el vínculo que la unía a Nathan, perdió un poco de fuerza.
-¡Vaya! ¡Si tienen todas las armas de El señor de los anillos! Anduriel, los cuchillos de Legolas…
Al mismo tiempo que el rubio contemplaba totalmente ilusionado los objetos expuestos, Abby lo miraba atenta, disfrutando del brillo en sus ojos y de la delicadeza con la que levantaba las distintas piezas como si se trataran de las armas reales.
-Nunca me hubiera imaginado que te guste El señor de los Anillos –comentó.
-Me encanta –respondió él-. Ya antes de que saliera la película aluciné con el libro y… no sé, ver el realismo con que representaron todo en el largometraje fue muy emocionante. He llorado pocas veces viendo una película y el final de esta historia fue una de ellas.
La confesión del chico la sorprendió.
-Así que te gusta leer –dijo, aunque más bien lo estaba preguntando porque no había ocurrido nunca antes que un chico tan atractivo, simpático e interesante amase la lectura del mismo modo que ella.
-Desde siempre. ¿Y a ti?
-También desde siempre. Mis amigas se ríen de mí porque me paso los días entre las páginas de un libro y -se sonrojó-… bueno, ya sabes, a veces vivo las historias demasiado.
Nathan se rió.
-Sé a lo que te refieres. Cuando empecé a leerme el primer tomo de Los juegos del hambre me metí tanto en la historia que con cada decisión de su protagonista en la arena, temblaba de emoción. ¡Me leí el libro en dos sentadas porque no podía dejar ni un minuto de leer para saber qué pasaba!
Abby sonrió. ¿Ese chico era real? No podía ser. Debía tener algún defecto, ya que no existe nadie tan perfecto. Vivir rodeada de la elite de Manhattan se lo había demostrado.
Tras el descubrimiento de su afición común, la conversación fluyó por sí sola. Pasaron un rato deambulando entre los distintos puestos del mercadillo y analizando los últimos libros que habían leído, discutiendo sobre cuál era la mejor novela de la década y seleccionando el momento más emocionante de las distintas sagas a las que ambos estaban enganchados.
Sin parar de hablar, regresaron a la zona acotada y al pasar por la entrada el fotógrafo, que curiosamente se encontraba en compañía de Sienna, este les hizo una foto en la que Abby sonrió con gran timidez.
Cuando entraron en el laberinto que decoraba el valle, la joven acababa de desvelar a su acompañante su gran secreto: no había sido capaz de terminar de leer la célebre obra de Tolkien.
-¡No me lo puedo creer! ¡Si es la mejor trilogía de la historia! –se quejó el chico-. Estás de broma, ¿verdad?
-Te juro que es verdad. He intentado terminarlo varias veces pero nunca he logrado pasar de la mitad del tercer libro.
-Eres increíble –murmuró Nathan justo antes de levantar la cabeza y clavar la mirada en el cielo.
Abby imitó el movimiento y cuando sus ojos se posaron sobre la enorme luna llena, brillante y dorada como la cara de una moneda nueva, pensó que había llegado el momento de aunar todo su valor y lanzarse.
-Nathan… -susurró, bajando la vista hasta el rostro del chico, que también dejó de contemplar el cielo para mirarla.
Bajo la luz de la luna y en total silencio, sus miradas se fundieron en una sola y durante unos segundos para Abby no existió nada más. Solo él, la luna y aquella extraña sensación en su pecho a la que ella no se atrevía todavía a llamar amor.
En la fiesta, Coldplay había comenzado a cantar una bonita canción de amor.
-Yo… -volvió a balbucear, al tiempo que daba un paso muy lento al frente y se acercaba a él.
-¡Nathan! –escuchó gritar a una voz por detrás de los dos-. ¡Estás aquí! ¡Llevo toda la noche buscándote!
Abby se quedó recta como un palo, fría y con el rostro desencajada.
No… no podía ser… esa voz… esa persona que les había interrumpido no podía ser ella…
Pero lo era.
Sophia. Vestida con un precioso vestido largo azul marino con capa celeste.
Sophia, su hermana mayor en la hermandad. La misma que la había acompañado a comprar la ropa para la fiesta con la que pretendía sorprender a Nathan.
Sophia, la misma que en ese momento llegó corriendo a su lado, con una sonrisa en los labios, y se lanzó a los brazos del muchacho para besarle en la boca.

martes, 26 de junio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 23


Ahí estaba, en la puerta del edificio donde vivía el francés, calada hasta los huesos y con el cabello chorreando como si acabara de sumergirse en el mar. Parada. Quieta como una estatua. Inmóvil como una idiota, preguntándose si llamar al telefonillo o esperar. Aguardar una llamada al móvil con la que el chico le explicara que había llegado tarde pero que la esperaba en la cafetería. Deseosa por verlo aparecer en la ventana, cubierto de pintura de pies a cabeza porque le había atrapado la inspiración y no había podido parar. Y es que, por más ganas que tuviera de encontrarse con él, había algo que la frenaba y le impedía moverse. Algo a lo que no quería dar nombre pero que sentía con todo su cuerpo: miedo.
De un saltito infantil subió el escalón para poder leer los letreros de los timbres, aunque había memorizado en los últimos días el rápido recorrido que debía realizar su dedo hasta que sonara el pitido que anticipaba la voz de Lucas. Sin embargo, esta vez no presionó el botón, dubitativa. Por algún extraño motivo, temía hacerlo.
En su mente, mientras la calle comenzaba a inundarse por la lluvia, pasaron aceleradas imágenes inconexas.
La sonrisa del pintor contemplándola con la brocha entre los dedos en una de tantas veladas de dibujo. Las carreras sobre el Pont Neuf para verlo. Sus ojos claros reflejados cada mañana en el espejo de su pequeño apartamento mientras se maquillaba para verlo. Los pompones que quedaron arrumbados en un rincón de su habitación en Nueva York cuando decidió dejarlo todo atrás y poner tierra de por medio. Sus confidencias con Abby y Sienna aquella noche en que se reencontraron en el barco. La mirada de Dean, imposible de descifrar, impertinente como siempre aunque con un toque de dulzura cuando se encontró con ella que no quiso reconocer. Las discusiones tras cada engaño, tras cada una de tantas rupturas que encadenaron a lo largo de los años. La esperanza, la chispa de ilusión que se apagaba cada vez. El primer beso que se dieron, escondidos tras una de las columnas del colegio, tanto tiempo atrás, ocultos del resto del mundo, jugando al amor.
Amar a los catorce, a los quince, a los dieciséis. Amar por primera vez, con todo el corazón, entregándolo todo sin esperar nada a cambio. Amar como si el mundo fuera a acabarse al día siguiente, como si no existiera nadie más. Como si hubiesen escrito para ellos todas las novelas románticas y todas las canciones de amor.
Todavía paralizada en el portal, viendo la lluvia caer, recordó un dicho que muy a menudo había oído repetir: tardas en olvidar a una persona la mitad del tiempo que estuviste enamorada de ella. ¿Cuánto era eso? ¿Un año? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuánto había estado enamorada de Dean? Desde que tenía conciencia y hasta donde su memoria alcanzaba, siempre había soñado con él, con que se fijara en ella, con que compartieran su primer beso y pasaran el resto de sus vidas juntos. No obstante, habían pasado tan malos tragos, tantas peleas y desilusiones, que no lograba apuntar con seguridad en qué momento dejó de amarlo. ¿Sería el día en que lo vio besar a Abby, o tal vez cuando lo descubrió en su encuentro sorpresa con Sienna en la heladería? ¿Cuándo se dio cuenta de que no podía querer a una persona así? ¿Cuando se presentó en el desfile de Victoria’s Secret del brazo de otra rubia más guapa que ella? ¿Cuándo se limitó a sonreírle sin decirle nada en la fiesta de fin de curso? ¿Cuándo fue?
No lo sabía, y eso era lo que más le molestaba: ignorar en qué momento había desalojado su corazón para dejar hueco a Lucas, tan desgarbado y artista, despreocupado y bohemio. Porque… ¿y si aún no lo había olvidado? ¿Y si los dos chicos se disputaban los restos de su corazón maltratado?
Tenía miedo, sí, debía hacer frente a la realidad. Temía embarcarse en una nueva relación, la monotonía, las posibilidades de otra decepción. Una infidelidad, celos, separación, gritos a media voz. ¿Estaba preparada para todo ello? ¿Podría soportar pasarlo mal una vez más?
“¡Dios, Cindy! Deja de pensar en esas cosas”, se dijo, molesta consigo misma. ¿Por qué tenía que ponerse en lo peor? ¿Acaso el pintor no había conseguido derribar todos sus muros, no la había despojado de escudos y corazas para hacerla recuperar la ilusión de sentir el amor? ¿Por qué no se centraba en eso, en sus apasionados encuentros en el apartamento, sus besos con sabor a café y su forma de mirarla?
Para borrar los nefastos pensamientos de su mente, agitó la cabeza a ambos lados y, sin pararse a pensarlo ni un segundo más, pulsó el timbre junto al nombre del chico.
Silencio. Un segundo, dos, tres. Cincuenta segundos de total silencio.
Nada.
Volvió a apretar con todas sus fuerzas el botón, confiando en que Lucas se hallara tan sumido en su proceso creativo que no se hubiese percatado si quiera de que alguien llamaba a la puerta. Podía ser, ¿no? Ella misma lo había visto pintar, centrado en el lienzo, desconectado del mundo, perdido en la mezcla de colores y las imágenes que manaban de su mente.
Ante aquella ausencia de respuesta, se derrumbó. A pesar de que el suelo estaba sucio y pisoteado, mojado, se dejó caer sobre el escalón. Sintió la humedad acariciarle las piernas, pero no le importó. En ese momento, solo podía pensar en Lucas. ¿Dónde diablos estaba?
Sacó el móvil del interior del bolso y volvió a marcar el número del francés, sin esperanzas de que este le respondiera, ya que no había cogido ninguna de las llamadas que le había hecho mientras lo esperaba en la Rendez-vous des Amis.
Para su sorpresa, al cuarto intento, oyó como los zumbidos al otro lado de la línea cesaban y daban paso al sonido que más deseaba escuchar en ese momento, la melodía perfecta para una tarde de lluvia. No pudo evitar sonreír.
-¿Cindy? –preguntó Lucas-. ¿Va todo bien? Acabo de darme cuenta de que tengo muchísimas llamadas tuyas.
La rubia suspiró. A Lucas le importaba, se preocupaba por ella.
-Te he estado esperando en la cafetería y al ver que no venías he salido a buscarte
-¿A buscarme? ¿Dónde estás? –notó un tono de preocupación en sus palabras.
Cindy sonrió, aliviada. ¡Qué tonta había sido al pensar esas cosas tan horribles! Era más que evidente que Lucas no era Dean. Nunca la haría daño, estaba convencida.
-En la puerta de tu piso, esperándote.
El muchacho no respondió de inmediato.
-¡Pero tú estás loca, preciosa, con la que está cayendo! Estaba comenzado un nuevo cuadro, siguiendo una idea que me surgió anoche mientras dormía, y no me he dado cuenta de la hora que era. Deben de haber pasado unos diez minutos desde que salí de casa. Ahora mismo estoy casi enfrente de la Rendez-vous de Amis.
Por detrás de su voz, escuchó pasos y unas palabras en francés pronunciadas a gran velocidad, imposibles de comprender.
-¿Quién hay ahí? –preguntó la americana, al reconocer aquella segunda voz como la de una mujer.
-¿Dónde? Estoy en medio de la calle, así que hay mucha gente.
Una risita contenida.
-¿Seguro? –insistió, no muy convencida.
-Claro, preciosa. ¿Quieres que te ponga la videollamada para convencerte?
Cindy se avergonzó de su desconfianza de inmediato. Detestaba ser tan celosa, imaginar siempre lo peor de los demás, pero es que a base de palos había aprendido que pocas personas merecían su confianza. Tan pocas que ninguna de las personas a las que más quería podía decir que nunca le hubiera fallado. Ni Abby, ni Sienna… como tampoco ninguna de sus otras amigas, que se habían distanciado de ella al descubrirse el secreto de su enfermedad. De un modo u otro, todas la habían engañado, y por más que se esforzara, no había podido superarlo.
-¿Quieres que vaya para allá? –sugirió.
La lluvia parecía haber amainado e incluso podía verse, ahí en una esquinita de la calle, el sol brillar de esa forma en que solo lo hace cuando las nubes acaban de llorar.
-¿Dónde? –dijo el chico, con la respiración acelerada; debía de estar corriendo.
-Pues dónde va a ser –se esforzó Cindy por bromear-, a la cafetería.
-No, déjalo. Dices que estás en la puerta de mi casa, ¿verdad?
La joven asintió con un seco “ajá”.
-Quédate ahí, llegaré en un momento. Te lo prometo –añadió Lucas.
-Vale –aceptó la americana, sintiendo como su corazón empezaba a latir emocionado al saber que iba a volverlo a ver-. No tardes, por favor.
Se despidieron con un par de palabras de bonitas, de esas que tanto le gustaba a ella escuchar y que tan poco le costaba encontrar a él.
Aún sentada en el bordillo del portal, esperó al pintor, que tardó al menos cuarenta minutos más en llegar. Cuando al fin lo vio asomar por la esquina de la calle, la muchacha se levantó del suelo de un brinco y salió corriendo hacia él, con la preocupación pintada en los ojos.
-¡Creía que nunca llegarías! –exclamó al mismo tiempo que se lanzaba a sus brazos y le besaba en los labios ansiosa, como si quisiera comérselo.
El francés la recibió con una sonrisa y una disculpa.
-Perdona. A mitad de camino recibí una llamada de una persona interesada en adquirir uno de mis cuadros y tuve que sentarme en un banco a cerrar con él todos los puntos del contrato.
Cindy abrió la boca de par en par.
-¿Has vendido un cuadro? ¡Eso es increíble, no sabes cuánto me alegro! ¿Cuál ha sido?
-Uno que pinté hace tiempo, Marea.
Si aquello que el chico le acababa de contar era verdad, había merecido la pena aquella angustiosa espera. Esa pintura sería la primera gran venta del joven y la americana no dudaba que sería la que le abriera las puertas al mundo del arte, a las galerías, las exhibiciones y las subastas. Se acabarían las mañanas de venta ambulante junto al Sena, por mucho que la entristeciera y que él se opusiera. Había llegado el momento de que Lucas tuviera su gran oportunidad, estaba convencida. El chico se lo merecía, y además de todo eso, como artista valía mucho. El brillo en los ojos de su retrato terminado se lo había confirmado.
-Habrá que celebrarlo, ¿no? –comentó, con una sonrisa en los labios y una insinuación que oculta en sus palabras.
Lucas la entendió de inmediato y también sonrió.
-Claro que sí. ¿Cuándo empezamos?
Se acercó un poco más a ella y la besó una vez más, sintiendo los labios de la joven temblar bajo los suyos.
Así, sus pasos, vacilantes, los dirigieron envueltos en un interminable abrazo hasta el portal del edificio. El pintor abrió la puerta con los labios de la chica pegados a su cuello y cuando la puerta se cerró tras ellos, los dos subieron los escalones compitiendo en una veloz carrera, riendo a pleno pulmón, felices.
A lo lejos, atronando en un coche que avanzaba apresurado por la ciudad, la voz de Adele los meció.
Sometimes it lasts in love, but sometimes it hurts instead…

lunes, 25 de junio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 22


Los preparativos les llevaron más tiempo del esperado, puesto que trenzar, rizar y despeinar un poco sus melenas para darles un aspecto medieval resultó ser un trabajo laborioso.
A pesar de todo, media hora después del inicio de la fiesta, como Sophia les había recomendado, las tres novatas hicieron su aparición en la amplia pradera de césped de Valley Field.
Para sorpresa de las chicas, el campo se había transformado por completo hasta el punto que las hizo olvidar por un momento dónde se encontraban, y es que parecía extraído de un cuento de hadas. En el lugar donde el día antes habían visto unas porterías de fútbol vieron unos pequeñitos y graciosos puestos de bisutería, juguetes de madera, objetos de decoración inspirados en la época que había dado nombre a la fiesta y una gran variedad de artículos a precios reducidos. Además, también había algunos puestos de comida arrinconados en una esquina del valle, con parrilladas de carne, crepes de chocolate, kebabs y dulces árabes.
-Dios mío, esto es genial –exclamó Yuri desde lo alto de la colina que les separaba de las casetas.
A sus pies, un poco más alejada del mercadillo medieval, podían ver una verja de madera pintada de un blanco inmaculado que separaba esa zona de la pista de baile y una carpa no demasiado grande bajo la cual unos cuantos jóvenes servían bebidas a los invitados a la fiesta, junto con un gracioso laberinto formado por arbustos de metro y medio de alto. A esa área, a diferencia del mercado, solo se permitía el acceso con invitación o demostrando la pertenencia a una hermandad.
La música que sonaba en la pista de baile sonaba aún lejana pero audible para cualquiera. De una canción desconocida que evocaba a la Edad Media tocada con el piano pasaron a 41 Guns de Green Day, lo que provocó que la coreana diera un brinco de alegría.
-¡Guau! ¡Si hasta la música es perfecta! ¡Vamos a bajar ya!
A toda prisa y sin prestar atención a la parte inferior del vestido, que rozaba el suelo, la muchacha echó a correr cuesta abajo con los ojos brillantes de emoción y la trenza de raíz rebotando sobre la espalda del vestido color lavanda.
-Parece Mulán, ¿a que sí? –comentó su compañera de cuarto mientras echaba a caminar tras ella.
Sienna se rió.
-La verdad es que sí. Aunque juraría que su vestido es más bonito que el de la película. Sobre todo me gusta el detalle del lacito rosa sobre el fajín morado.
-Va preciosa –suspiró Abby, y aquel suspiro dijo mucho más de lo que la joven podría haber querido desvelar.
-Tú también lo estás. Esta noche estás maravillosa –intentó convencerla la española-. Cuando Nathan te vea, se le va a caer la baba.
Su amiga se sonrojó ante semejante idea y agachó la cabeza. Sin embargo, en vez de ver unos vaqueros oscuros y sus pies en unas bailarinas, se encontró con un hermoso vestido blanco roto que llegaba hasta el suelo y recordó dónde se hallaban.
Tras la interminable sesión de compras con su recién asignada hermana mayor, habían escogido ese vestido porque según Sophia, era el que más mostraba la verdadera esencia de Abby, y la chica no podía sino darle la razón. Se trataba de un vestido sencillo, de corte liso con unas capas de tul un poco más cortas por delante y una cenefa dorada que lo cortaba en el torso, un poco más abajo del pecho, del mismo color que el fruncido de alrededor del cuello. Las mangas, acampanadas a partir del codo,  eran transparentes y contaban con pequeños bordados de florecillas, a diferencia del resto de la tela, opaca.
Sienna contempló a su mejor amiga, con su melena rizada al viento cuidadosamente peinada y decorada con una cinta también dorada en la frente y se dio cuenta del gran esfuerzo que la chica estaba haciendo para cambiar y dejar atrás a la Abby reflexiva y a menudo triste que había conocido un año antes. Una ligera sonrisa se le escapó entre los labios mientras deseaba que las cosas le fueran bien a su amiga y que por fin esta pudiera ser feliz, tan feliz como había sido ella al encontrar a Matthew, tan feliz como era por poder tenerlo en su vida.
-¿Crees que Sophia estará ya dentro? –la pregunta de su compañera interrumpió los pensamientos que acababan de borrarle la sonrisa.
Y es que lo echaba tanto de menos…
-Ni idea. Supongo que sí, porque ella y Brooke formaban parte del comité organizador del evento, pero esas dos están tan locas que me espero cualquier cosa -las dos se rieron.
La voz de la coreana llamándolas a gritos las devolvió a la realidad.
-¡Venga, lentas! ¡Poneos a la cola!
La chica ya había dejado atrás todos los puestecillos del mercadillo renacentista y las esperaba en la fila de gente ansiosa por acceder a la zona VIP, donde amigos y desconocidos de otras hermandades bailaban y reían sin parar.
Al ver que la cola se movía bastante rápido, se apresuraron en recorrer los metros que las separaban de aquel lugar para reunirse con Yuri y pronto cruzaron la puerta de entrada. Tras ella les esperaba una agradable sorpresa.
-¡Un photocall! –señaló Abby, con una sonrisa de oreja a oreja.
Pese a llevar gran parte de su vida asistiendo a fiestas de postín en casa de su tía y a inauguraciones de galerías de arte repletas de famosos junto a sus padres, aquella sería la primera vez que pasara por uno siendo tan solo ella, Abby Middleton, alumna de primer curso de la Universidad de San Diego.
Sienna, en cambio, se sintió un poco cohibida ante el enorme cartel de vistosos colorines que anunciaba a los patrocinadores del Medieval Weekend y a las hermandades y fraternidades participantes.  No era su primera vez, puesto que después de hacerse pública su relación con Matthew se había visto obligada en más de una ocasión a acudir a galas, entregas de premio y distintas reuniones sociales donde había debido posar para los fotógrafos, pero estaba acostumbrada a hacerlo del brazo de su chico, sonriendo a las cámaras tímidamente con la certeza absoluta de que para la prensa ella no era más que un complemento del cantante, una forma de mejorar la foto. En realidad, estaba convencida de que nadie se fijaba en ella. Esa vez, sin embargo, él no estaría allí para hacerla girar y girar entre risas frente a los fotógrafos, como en la última fiesta de la discográfica, ni tampoco para darle un tierno beso y hacerla olvidar todas las cámaras. Estaba sola y, como tantas otras veces en los últimos días, se sintió especialmente triste y cansada.
-¡Vamos, Sienna, ponte aquí! –la llamaron sus dos amigas, que ya estaban frente al panel de publicidad decidiendo la pose más adecuada.
La española se acercó a ellas y se unió a su toma de decisiones. Sin embargo, después de un buen rato discutiendo sobre la mejor postura, seguían sin haber llegado a ningún acuerdo. Por ello, Yuri pegó un chillido que asustó al fotógrafo.
-¡Oye, chico! ¿Cuántas fotos podemos hacernos?
De debajo de la tela negra que cubría la parte trasera de la antigua cámara de fuelle apareció un muchacho de su misma edad, con gafas de pasta negra y melenita despeinada.
-Las que quieras, chica –respondió él, burlón-, pero tienen que ser ya.
-¡Que es para hoy! –gritó una voz varonil, probablemente la del chico de la pareja que esperaba tras ellas.
-¡Ya va, ya va! –jaleó la coreana, haciéndole un disimulado corte de mangas antes de volverse al fotógrafo-. Pues prepara bien el dedo, que el botón de tu cámara va a temblar.
Y así fue. Aunque al principio les costó arrancar, después de la segunda foto se les habían ocurrido tantas opciones de posado diferentes que la cámara no dejó de iluminarlas con sus flashes durante casi cinco minutos. Sacaron fotos de las tres juntas, de dos en dos, solas, serias, riendo, haciendo tonterías… incluso le robaron un rato las gafas al muchacho que con tanta paciencia las estaba fotografiando y se sacaron una foto con ellas.
Al acabar su sesión de fotos, las personas que esperaban en la cola del photocall rompieron en aplausos, a lo que ellas respondieron con sonrisas. Yuri, por su parte, les sacó la lengua. 
Cuando ya se marchaban, el fotógrafo las llamó y las hizo regresar, lo que provocó más de una queja en la pareja que iba a continuación de ellos.
-Esperad, chicas, os dejáis la tarjeta con la clave para poder ver las imágenes en Internet.
Abby, que era la que más cerca estaba, regresó junto al muchacho y cogió la tarjetita que le ofrecía. Le sonrió un poco sonrojada antes de darle las gracias, mientras sus dedos se tocaban, y después fue dando pequeños saltitos al lugar donde la esperaban sus amigas.
-Qué mono era el fotógrafo –comentó Yuri, leyendo con atención las indicaciones de la tarjeta que acababa de darle su compañera de habitación.
-Sí –reconoció Abby, aunque ya tenía la mente y los ojos en otra parte: buscando a Nathan por toda la habitación.
-Haríais muy buena pareja, ya que parece ser que a los dos os gusta la fotografía, ¿no? –intervino Sienna, a lo que la coreana soltó una carcajada.
-Qué va, para nada. Yo soy de las que cree que los polos opuestos se atraen y de que con una persona tan similar a mí me aburriría. A mí me van más los chicos guerreros, esos que te meten en problemas, te hacen darle mil vueltas a la cabeza pero te acaban demostrando que por más duros que sean de cara a los demás, cuando están contigo son ositos de peluche y unos pedacitos de cielo.
Las tres se rieron.
-Bueno, vamos a mezclarnos con la gente a ver si encontramos a las chicas de Alfa Delta Pi –propuso la española.
Sus compañeras asintieron, cada una pensando en una cosa distinta. Yuri en disfrutar de la noche y demostrar a sus nuevas hermanas que, además de ser legado, tenía alma y personalidad de Alfa. Abby en encontrar a Nathan y dar el primer paso hacia él, por más imposible que le pareciese que un chico como ese pudiese fijarse alguna vez en alguien como ella. Y Sienna en lo mismo de siempre, en lo que le robaba el sueño desde que cogió el avión que la alejó de Nueva York, en la persona que más amaba del mundo, la que había estado con ella en lo malo y lo había vuelto todo bueno.
Matthew, el amor de su vida.
El mismo que, según un pitido de su móvil, acababa de actualizar su cuenta de Twitter con una foto de ella sonriendo a la cámara frente al Mediterráneo, con el siguiente mensaje:
@MatthewLevine Mi musa, mi vida, mi inspiración. Ella: mi princesa.

domingo, 24 de junio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 21


Al día siguiente, el entrenamiento fue tan duro, o incluso más, como el de la jornada anterior. Además, como si sospechara quién había ocupado las sábanas de la cama doble del apartamento de su hija, el entrenador lo trató aún con más seriedad y dureza; lo mató a correr y a hacer flexiones para castigarlo por no conseguir el mejor tiempo, lo reventó a abdominales por quejarse y le gritó una vez más delante de todos por despistarse unos segundos mirando el reloj.
Ni tan siquiera la larga ducha que tomó al superar las tres horas que duró la práctica le ayudó a relajar los músculos y recuperar fuerzas, por lo que no se unió a la conversación que mantenían sus compañeros de equipo y rechazó con excusas la invitación que le hicieron de ir a tomar unas cervezas y poderse conocer mejor antes del primer partido de la temporada. Necesitaba descansar.
Por desgracia, sus planes se vieron truncados en el mismo instante en que accedió al interior de su casa, cerró de un portazo y dejó caer la bolsa de deporte en el recibidor. Lo supo incluso antes de sacar el teléfono del bolsillo, y es que ese pitido que acababa de escuchar solo podía significar dos cosas: su padre, reclamándolo para que se acercara a la empresa, o alguien proponiéndole quedar. Alguien que resultó ser Taylor.
Hola guapo, ¿cine y cena esta tarde? Un beso.
Sonrió un poco antes de resoplar. ¿Cómo podía apetecerle tanto quedar con la chica y compartir con ella otra noche perfecta más y que al mismo tiempo le agobiara tenerla siempre detrás?
Lo siento, pero no puedo. He quedado con los chicos del equipo para unas cervezas y terminaremos tarde. Otro beso para ti.
La chica debía esperar su respuesta, puesto que no tardó demasiado en contestarle.
De eso nada, señorito Thomson. Yo sí estoy con los chicos del equipo y me han dicho que no ibas a venir. Para que veas, yo que solo me he acercado a la cervecería para verte a ti… ¿Es que no quieres estar conmigo? ¿No te gustó lo de anoche? :(
Conforme se soltó los lazos que anudaban sus zapatillas de deporte, Dean se apoyó en el borde de su cama y leyó el mensaje. Poco después contestó.
¿Pero estás loca? Claro que me gustó, y no solo eso, me encantó, como todo lo que hago contigo. Es solo que estoy muy cansado y necesito relajarme, nada más. Lo entiendes, ¿verdad?
Tres segundos después abrió otro nuevo sobre que apareció en la pantalla.
Por eso proponía cine y cena, porque ya me habían contado que has acabado hecho polvo.
El joven frunció el ceño al leer esas palabras. Imaginó al tal Alec y al resto de compañeros de equipo riéndose en la cervecería a su costa y dejándolo como un blando ante la chica. La idea no le agradó en absoluto.
De eso nada, bombón. Estoy fuerte como una roca. ¿Quieres comprobarlo? Mi casa en dos horas. Así te lo demuestro. No tardes en llegar.
No recibió ningún mensaje más, ni tampoco una llamada por parte de la chica, por lo que imaginó que su oferta había sido aceptada. Genial. Sin comerlo ni beberlo, Taylor había conseguido convencerlo una vez más para quedar con ella. Se daba cuenta de que sus palabras, sonrisas y miradas no eran más que parte de una treta para entretenerlo y conseguir tenerlo rendido a sus pies, pero aun así no lograba dejar de caer en las trampas de la rubia una y otra vez.
Dejó el teléfono sobre la mesita de cristal del salón principal y, tras comprobar que estaba solo en casa, como siempre, se dirigió al enorme cuarto de baño.
Contempló su imagen en el espejo durante unos segundos, aún con la ropa de deporte puesta, y forzó una sonrisa arrogante. Para su sorpresa, sus labios tan solo dibujaron una extraña mueca carente de significado, un garabato cansado. Impresionado, abrió el grifo y se echó un poco de agua por la cara con intención de refrescarse y encontrarse mejor, siendo el mismo Dean de siempre, aunque cuando volvió a reflejarse en el cristal la imagen que halló fue la misma, a diferencia de unas cuantas gotas que recorrían su frente, sus prominentes pómulos y se escurrían barbilla abajo.
Mientras se sacaba la camiseta y la lanzaba a un rincón del cuarto, probó a convencerse de que no le ocurría nada, se esforzó por hacerse creer a sí mismo que no sonreía como antes ni sus ojos brillaban como solían hacerlo a causa del cansancio de aquel entrenamiento y de las últimas noches locas que había pasado con Taylor.
Una vez despojado de toda ropa, con la ducha abierta soltando vapor y empañando el espejo, se metió bajo el chorro de agua y notó como el ardiente líquido le quemaba la piel. Conforme sus brazos se iban enrojeciendo, contuvo un grito de dolor, aunque no encendió el agua fría. Quería sentir, y al menos así lo conseguía.
Pasó un buen rato en la ducha, desconectando del mundo y sintiendo como sus músculos, doloridos por el entrenamiento, se destensaban y relajaban. Se enjabonó cuerpo y cabello, se afeitó unos pelillos rebeldes que le habían comenzado a salir en las piernas con la maquinilla de afeitar que tenía en la ducha y nada más darse un último enjuague, cerró el grifo. En ese momento escuchó el timbre.
-¿Quién…? –comenzó a murmurar.
Cortó sus palabras a media frase puesto que sospechaba cuál era la respuesta. Sin molestarte en secarse y vestirte, se enrolló de cintura para abajo en la toalla blanca que le había esperado todo el tiempo mientras se duchaba y se apresuró a mirar en la imagen de la cámara de la entrada quién había llamado a su puerta. Al hacerlo, comprobó su hipótesis.
-¡Ya voy! –gritó al mismo tiempo que caminaba hacia la puerta de la calle.
Pese a continuar medio desnudo, no parecía preocupado. No tenía nada que esconder, ¿verdad? Él era Dean, el increíble y guapísimo Dean Thomson. Sin embargo, por algún extraño motivo, ese alegato que tantas veces había conseguido calmarlo no lo hizo sentirse mucho mejor y conforme empuñaba el pomo de la puerta y lo giraba, se arrepintió de no haberse puesta encima cualquier cosa antes de recibirla.
-Taylor –esperándolo sentada en uno de los escalones de la entrada, la chica se mordisqueaba una uña a la vez que jugueteaba con su pelo, nerviosa-. No te esperaba tan pronto.
La rubia sonrió mostrando sus blancos dientes y se alzó del suelo a toda velocidad para lanzarse a abrazarle.
-Perdona que haya venido tan pronto, pero es que te echaba de menos –explicó ella mientras pegaba su abdomen, tapado por una bonita camisa azul marino de encaje, al pecho aún húmedo del deportista.
Dean frunció el ceño al escuchar esas palabras, aunque no dijo nada. Simplemente se limitó a empujarla con delicadeza al interior de la casa y cerrar la puerta con un pie para que los vecinos no lo vieran enrollado en una toalla.
-¿Tú no tenías ganas de verme? –preguntó ella, separándose un poco de él y acariciándole el pecho muy despacito con el dedo índice; el chico se estremeció.
-Claro que sí, aunque no me hubieran venido mal diez minutos más para recibirte en condiciones –indicó, señalando a la toalla.
Taylor se rió.
-¿En condiciones? Tal cual vas estás en buenísimas condiciones. ¿Para qué necesitas nada más?
El muchacho la atrajo hacia él y se fundió en un nuevo abrazo con ella mientras su visitante comenzaba a prodigarle unos cuantos besitos en el cuello. Al notar como se le erizaba el vello de la nuca, Dean volvió a separarse de ella.
Sí, era cierto que la explosiva Taylor le volvía loco y le hacía disfrutar de una forma extraordinaria, pero no le gustaba nada que parecía haberse empeñado en llevar ella las riendas de su vida. Le hacía quedar con ella a diario, se presentaba en su casa sin previo aviso, lo controlaba por medio de sus compañeros de equipo… Nunca ninguna chica le había estado tan encima, ni tan siquiera Cindy, y no pensaba permitirlo. Él era un joven indomable y libre, conquistador nato, pirata de una mujer en cada puerto y no cambiaría nunca. Fuera como fuese, necesitaba hacérselo comprender a su nueva amiga y amante antes de que resultara demasiado tarde.
-Bueno, ¿qué tal si preparo unas palomitas mientras tú eliges la película que quieres ver? Puedes seleccionar cualquiera en el pay per view.
Le dio la espalda y echó a caminar hacia la cocina, pero la joven se apresuró a colocársele delante e impedirle el paso.
-¿Palomitas? ¿Qué palomitas? ¿No podrías prepararnos unos cócteles? Un margarita, un mojito, un sex on the beach… -enfatizó la última bebida al tiempo que le guiñaba un ojo.
-No creo que sea una buena idea –dijo él-. Mañana tenemos el último entrenamiento antes del primer partido de la temporada y tengo que estar a tope para demostrarle al mister que merezco ser el capitán.
-¿Y? –se limitó a preguntar ella.
-¿Cómo que y? –Dean no la entendió.
-Pues que no veo que tiene que ver que quieras impresionar a mi padre con que no puedas tomarte un par de cubatas conmigo –contestó Taylor, sentada con las piernas estiradas cómodamente en el sofá del salón.
El muchacho se desconcentró mirando esas interminables piernas morenas que se asomaban bajo la minifalda vaquera.
-No es impresionarle, sino hacerle ver de una vez por todas que soy el mejor del equipo. Para eso, además de estar descansado, tengo que estar en un perfecto estado físico y el alcohol no me va a ayudar a conseguirlo.
Taylor puso morritos mientras movía las piernas sobre el sofá.
-Venga, Dean… solo una copa, por favor. Hoy he tenido un día horrible y me vendría muy bien ahogar las penas. Por favor –repitió.
El deportista consideró que también a él le vendría bien, por lo que al final acabó cediendo.
-De acuerdo. Prepararé algo para el principio de la película, pero en cuanto vayamos por la mitad te toca levantarte a ti a preparar las palomitas para rebajar la bebida, ¿vale?
-Trato hecho –juró Taylor, ofreciéndole el dedo meñique y entrelazándolo con el del chico en señal de promesa inquebrantable-. Eso sí, con una condición.
-¿Qué condición? –quiso saber él.
-Que no te cambies de ropa hasta que termine la película –sonrió picaronamente-. Vas muy sexy así, con la toalla solo.
Dean sonrió por primera vez en todo el tiempo que llevaban juntos esa tarde.
-Claro que sí, acepto la condición. Ahora dame un momento para preparar las bebidas.
El chico desapareció del salón, donde permaneció su nueva compañera de universidad. Preparó unos cócteles en la cocina, echó en un pequeño plato unas gominolas de las que tanto le gustaba tomar a Cindy y regresó al sofá para encontrarse con Taylor, que ya tenía la película preparada.
-¿Cuál has elegido al final? ¿Una de amor? –a su ex novia le encantaban ese tipo de filmes con sus prototípicas historias: chica conoce a chico, chico se enamora, mil tonterías les separan pero por fortuna al final el destino les acaba uniendo.
-Qué va. No me gusta mucho ese género. Me va más la acción, la intriga, el suspense… Así que de entre todas las opciones que había, he seleccionado Freddy contra Jason.
-¿Freddy contra Jason? Pues ahí no creo que haya ni suspense ni demasiada acción porque miedo, lo que se dice miedo, esas películas no dan. Es como Paranormal Activity, que fue nombrada la película más terrorífica del año cuando se estrenó la primera parte y más bien debería haber sido catalogada como comedia romántica.
Taylor soltó una carcajada.
-Bah, ya sé que no debe ser muy buena, pero eso es lo de menos. Lo que importa es la compañía, y con este pedazo de cuerpo al lado, lo que me intriga es saber cuánto rato aguantaré sin tirarme encima de ti –respondió.
-Bueno, pues habrá que probarlo, ¿no? –bromeó él-. Enciende el cronómetro y la película, a ver hasta donde aguantamos.
-¿Esto es una competición? –preguntó curiosa la joven.
-No pensaba llamarla así, pero sí; es una competición.
-Entonces no hay más que hablar –la rubia se sentó bien en el sofá, separándose un poco de donde se encontraba Dean y agarró su copa-. Que gane el mejor.

domingo, 17 de junio de 2012

Más allá del mar - Capítulo 20


-Dios mío… -rezó Abby al presenciar la trágica escena, al mismo tiempo que se llevaba la mano derecha al corazón como si creyera que de ese modo iba a evitar que volviera a darle un vuelco-. ¿Qué ha pasado? ¡Yuri! ¿Estás bien?
Se abrió paso a empujones entre las chicas que observaban a las dos jóvenes tiradas en el suelo sin reaccionar. No obstante, antes siquiera de alcanzar a su mejor amiga, una estridente carcajada retumbó en la habitación. Con el semblante serio, echó la vista atrás y contempló cómo Sophia se retorcía de risa en el umbral de la puerta.
-¡Mira que eres bruta, Steph! ¡No se te puede dejar sola!
Asombrada por las risas de su recién nombrada hermana mayor, Abby tomó la palabra.
-¡Pero no te quedes ahí mirando! ¡Ven a ayudarnos! ¿O es que no ves que están cubiertas de sangre?
Ante sus palabras, la presidenta de la hermana se carcajeó una vez más.
-¿Sangre? ¿Qué sangre? –intervino la rubia, dando un par de pasos al frente-... ¡Si es ketchup!
Para corroborar que no se equivocaba, limpió una de las manchas rojas de la mejilla de su compañera y acto seguido se lamió el dedo hasta dejarlo totalmente limpio.
-¿Ves? Salsa de tomate, solo es eso.
Todavía aturdida en el suelo, Yuri dejó entrever una sonrisa tímida.
-Stephanie me dijo que las guerras de ketchup formaban parte de la tradición… -intentó excusarse la coreana.
Las chicas que aún las rodeaban rieron también y Abby se relajó un poco.
-La verdad es que sí, es una tradición suya –apuntó Brooke-. Cada vez que encuentra una hermana pequeña la lleva a cabo… ¡y esta ya es la tercera vez!
La aludida le guiñó un ojo, cómplice, pese a no formular palabra.
-¡Déjate de guiños! –le riñó cariñosamente Sophia-. Ahora mismo te pones a limpiar este desastre y que no se te ocurra acostarte antes de haber dejado todo limpio como una patena.
La presidenta se volvió hacia las novatas, suavizó la voz y se despidió de ellas.
-Bueno, chicas, con esta lluvia de tomate damos por zanjada la jornada de iniciación. Espero que la hayáis disfrutado y que estéis orgullosas de haber sido aceptadas por Alfa Delta Pi, puesto que nosotras lo estamos de contar con vosotras en nuestras filas. Ahora es el momento de regresar a los dormitorios, daros una ducha antes de dormir –sonrió a Yuri, que ya se había levantado del suelo pero que aún tenía ketchup por todas partes- y descansar para hacer frente a los últimos días antes del inicio del curso. Os veo a todas este sábado en el Medieval Weekend. ¡Buenas noches!
* * * * *
Los días pasaron volando tras aquella primera toma de contacto con la vida de las hermandades. Prácticamente a diario, las inseparables Yuri, Abby y Sienna se dejaban caer por la casa de Alfa Delta Pi para visitar a sus compañeras, conocer mejor a sus hermanas mayores y rellenar esas horas libres que tan largas les parecían en ese momento pero que tanto añorarían en cuanto empezaran las clases.
El sábado a media tarde, agotadas por haber pasado gran parte del día caminando de un lado a otro por el centro comercial abierto Fashion Valley, Abby y Sienna entraron en la habitación de la americana cargadas de bolsas y se dejaron caer al mismo tiempo sobra la cómoda cama individual. Sentada frente a ellas, con la mirada clavada en el ordenador, las esperaba Yuri.
-Creía que ya no veníais –bromeó mientras tecleaba un largo mensaje a alguien a través de Facebook.
-Créeme: no eras la única –señaló Sienna, entre risas.
Y es que esa misma mañana, a las ocho y media, Sophia y Brooke se habían presentado en la puerta de sus respectivas hermanas mayores con un vaso de café caliente y un baggel de queso cremoso para darles los buenos días y arrastrarlas con ellas en una interminable jornada de compras.
-¡Vaya, parece que habéis arrasado! –exclamó la compañera de cuarto de Abby al ver el gran número de bolsas de todo tipo, color y material que se apilaban sobre la cama-. ¿Qué os habéis comprado, todas las tiendas?
-No, pero casi. Sophia estaba emocionadísima con la idea de que esta noche iba a reencontrarme con el “misterioso” chico de Alpha Omega –después del momento de confesiones en el columpio, la presidenta no había vuelto a preguntarle el nombre del chico y ella tampoco había querido decírselo voluntariamente- y ha insistido en que me probara ropa en todos y cada uno de los locales. Me ha ayudado a escoger el traje para esta noche…. ¡y es precioso!... pero también me ha terminado por convencer para que tirara de tarjeta y cambiara prácticamente todo mi armario, además de para comprar muchas cosas que no eran necesarias.
-Como un collar de búho con plumas rosas o dos pintauñas color azul celeste –afirmó la española.
Todavía tumbada, Abby le dio un toque en el hombro a su amiga fingiendo estar indignada.
-¡Eh, qué pasa contigo! ¡Fue a hablar la señorita que nunca compra, como si ella se hubiera quedado corta!
-¡Por supuesto! A ver qué te vas a crees, que yo también tengo una hermana mayor para que me aconseje que ponerme para nuestro primer acto en sociedad, aunque esta no sea la presidenta de nuestra hermandad –se rió.
-¿Te has comprado un vestido para esta noche? –preguntó Yuri-. ¡Si yo pensaba que ya tenías uno!
El día antes, las tres chicas habían estado probándose todas las prendas de fiesta que habían llevado con ellas a la universidad y valorando qué tal iban con cada uno. Después de muchas vueltas, Abby descartó toda su ropa y tuvo que terminar por aceptar que lo mejor sería comprar algo nuevo. Yuri, por su parte, anunció que para la fiesta medieval pensaba ponerse un elegante vestido de su madre de trazos orientales.
Sienna, sin embargo, no sabía qué hacer. Sus dos amigas repitieron mil veces que iba preciosa con el último vestido que se había probado, uno gris con una franja blanca y otra rosa pastel, pero no lograron convencerla. Ese vestido le traía demasiados recuerdos, memorias de una noche de desfile en un famoso hotel frente a Central Park, rodeada de modelos y famosos. Una noche donde rió, lloró de tristeza, de alegría, descubrió un terrible secreto y donde por primera vez besó al amor de su vida, a quien echaba muchísimo de menos.
-Sí, me he comprado otra cosa más pomposa y de época –respondió borrando de su mente las distintas imágenes de aquella noche.
-¡A ver, enséñamelo! –pidió Yuri.
-¡Nada de eso! –contestó Sienna-. Igual que el resto del mundo tendrás que esperar un par de horas para poder verlo.
-¡Venga, chicas! –imploró la coreana con las dos manos unidas como si orara.
-No seas pesada, anda –dijo Abby, sonriendo-. Es una sorpresa, y las sorpresas pierden la magia si se descubren antes de tiempo. Aún tendrás que esperar un rato, aunque no mucho si empezamos ya a arreglarnos.
-Pues pongámonos a ello, ¿no? –sugirió su compañera de dormitorio-. Vete corriendo a la ducha y lávate ya el pelo, que sabes que tardas siempre una hora.
-Doy fe –intervino Sienna, en tono jocoso-. Venga, princesa medieval, ¡a la ducha!
Abby les sacó la lengua antes de darles la espalda y dirigirse al cajón del armario donde guardaba las toallas para el cuarto de baño. Con una grande y otra un poco más pequeña en la mano, se despidió de las dos y salió de su habitación para encaminarse al aseo conjunto que había para toda la planta.
-Yo también voy a arreglarme –comentó la española-. Aunque por lo general yo no tarde una hora, no quiero que se me haga tarde. ¿Tú no vienes?
-Ahora dentro de un rato. En este momento tenga al otro lado de la webcam a mi madre y no puedo empezar a arreglarme hasta que ella se marche.
-Que te sea leve –murmuró Sienna muy bajito para que la mujer no la escuchase.
Yuri sonrió un poco triste, consciente de que realmente la chica la envidiaba por la buena relación que mantenía con su madre, con quien habla un par de veces a diario.
-Nos vemos más tarde –la despidió, clavando la mirada en la pantalla del ordenador otra vez.
En ella, una señora de largo y sedoso cabello oscuro de una extrema elegancia y majestuosidad la observaba con el rostro serio.
-Ya estoy contigo, mamá –la saludó nada más colocarse los cascos-. La charla de hoy tiene que ser breve, que tengo que ponerme guapa para esta noche.
La mujer de la imagen abrió la boca y dijo unas cuantas palabras.
-Sí, mamá, es el Medieval Weekend, nuestro primer evento oficial como miembros de una hermandad universitaria –más palabras al otro lado de la pantalla-. Ojalá tengas razón y todo salga bien. Tengo muchas expectativas puestas en esta fiesta.