jueves, 30 de diciembre de 2010

Capítulo 38

-Pero no puede echarte la culpa a ti… ¡si fue él quien te besó!
Estaba confundida. Para ella, Cindy era una chica fuerte, segura de sí misma. Esta versión de la rubia que le acababa de describir Abby no cuadraba para nada con lo que había visto de ella hasta ese momento.
Tan poco comprendía por qué, si las primas habían estado tan unidas desde siempre, Cindy había escogido seguir con Dean en vez de creer las palabras de Abby.
La historia la asustó. Recordó lo enfadada que estaba su amiga esa mañana, lo destrozada que parecía en el cuarto de baño. Si años después no había perdonado a Abby un beso del que la chica no tenía ninguna culpa… ¿qué haría si se enteraba de su cita del domingo o de su beso frustrado el primer día de clase?
Abby se encogió de hombros. Ella también se había preguntado en muchas ocasiones a lo largo de los últimos tres años por qué su prima no le daba una oportunidad de explicarse. Terminó por aceptar que esa amistad tan especial que habían compartido había desaparecido para no volver más.
Se despidieron en el mismo cruce de siempre y cada una echó a andar en una dirección.
Al llegar a casa, Sienna tiró encima de la mesa del despacho los libros de clase. Dio un respingo. ¿Por dónde empezar? Observó los apuntes sin llegar a decidirse.
Y me siento como un niño imaginándome contigo, como si hubiéramos ganado por habernos conocido…
¿Había ganado al conocer a Dean? De repente se le plantearon mil preguntas. ¿La estaba utilizando, como utilizó a Abby? No podía creerlo. Pensó en sus risas en el museo de cera. Encendió el ordenador y buscó la carpeta de fotos “Madame Tussauds con él”. Sus sonrisas parecían sinceras. Al contrario de todos los demás días, ese día lo vio humano, más real. Ya no era un dios griego, frío y formal, sino un chico más. Un chico muy guapo.
Accedió a Facebook. Buscaría las fotos de Dean con Cindy, para ver si junto a ella se le veía tan natural. Igual había cambiado.
Al introducir la clave y cargarse su perfil, arriba a la izquierda apareció una luz y un número. ¿Un mensaje? Pulsó encima del número. Era una invitación de amistad. Matthew Andrews. Sonrió.
Un momento… ¿Andrews? Sin siquiera aceptar la invitación, abrió el navegador. Buscó el historial. No, no se había equivocado. Los vídeos de Matthew que la habían atrapado durante horas días antes no lo conocían como Andrews. El cantante era Matthew Levine.
Volvió a contemplar la invitación de amistad. “Hola Sibyl, ¿sigue en pie lo de esta noche?”. No cabía duda de que era él. Sin embargo, el chico que miraba al mar al tiempo que cantaba con una voz preciosa también era él.
Tal vez se tratara de su nombre artístico. Bien pensado, era una idea genial. Registrarte en una red social con tu nombre real cuando todo el mundo conoce tu nombre artístico te protege y sirve para que puedas mantener el anonimato.
Aceptó la invitación y le respondió que lo veía por la noche.
Accedió al álbum de fotos del chico. No tenía demasiadas fotos, pero en todas ellas salía guapísimo. Fotos en la nieve, fotos cocinando, fotos tumbando en un sofá viendo la televisión, con un perrito en su regazo. Un par de fotos en Madrid con una mujer mayor, probablemente su tía. Siempre esa eterna sonrisa, en todas y cada una de las imágenes. Buscó en las fotos de sus amigos fotos con alguna chica. Había fotos con amigas y con amigos; ninguna con una sola chica. ¿Acaso no había tenido novia o lo llevaba muy en secreto? Tal vez hubiera borrado todas las imágenes después de una mala ruptura, no sería nada raro. Merche lo hacía siempre.
Desvió la vista hacia el cuaderno de español. El profesor les había pedido una redacción de tema libre, a elegir por ellos. Decidió empezar por ahí, ya que era lo que menos esfuerzo le requería.
Echó un vistazo de nuevo al portátil, pero en esta ocasión entró a su Tuenti. Lo tenía bastante abandonado desde que llegó a Estados Unidos, ya que sus nuevos amigos no utilizaban esa red social. Tuenti se había convertido en una fuente de añoranza y de sentimientos encontrados, puesto que podía seguir al día las vidas de sus amigas y al mismo tiempo envidiarlas pensando que ella también podría estar allí. Miró el tablón de su perfil: veintiséis cosas que un hombre perfecto haría.
Le habían pasado el texto por Internet ese verano y decidió dejarlo a la vista de todos al creer que tal vez Álex podría ser su hombre perfecto.
Sabe como hacerte sonreír cuando estás triste, trata de oler tu pelo en secreto aunque tú te des cuenta, te defiende cuando lo necesitas y aún así respeta tu independencia, sus manos siempre encuentran las tuyas…
Hablaría del amor, aunque el profesor de español pudiera mirarla de forma extraña luego y pensara que era una friki. Sí, hablaría del dolor, de la pasión, de los sentimientos que despiertan un día, sin avisar, en un corazón adolescente que no sabía amar.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Capítulo 37

La melodía de Michael Jackson en Billy Jean les dio la libertad al marcar el fin de una aburrida clase más en esa mañana de lunes. Como en las anteriores horas, Sienna no había logrado hablar con Cindy de lo ocurrido y comenzaba a agobiarse. Para colmo, la jefa de animadoras fue la primera en abandonar el aula al oír la música que sustituía al timbre. Si al menos ya fuera martes… podría hablar con ella antes del entrenamiento. Las sesiones de preparación de las actuaciones de ese curso comenzaban al día siguiente, tal como se había decidido en el vestuario a la hora del descanso, por lo que no vería a la chica en todo el día. Genial.
La que sí seguía en el edificio era Abby. A diferencia de otros días, la joven no tenía pinta de querer esperar a Sienna, puesto que ésta se la encontró bajando a saltitos las escaleras del pórtico que decoraba la entrada principal.
-¡Abby, espera! –al escuchar el grito, Abby frenó para esperarla.
-Quería hablar contigo –Sienna había tenido que apretar un poco el paso para alcanzarla y respiraba con dificultad; iba siendo hora de que se apuntara a un gimnasio o se animara a hacer deporte.
-Pues aquí me tienes –forzó la sonrisa su amiga.
-¿Qué le ha pasado esta mañana a Cindy? –la pregunta fue directa, sin rodeos.
La joven de pelo rizado pareció dudar acerca de la conveniencia de responder. Echó a andar mientras cavilaba. Sienna no insistió, sino que permaneció en silencio a la espera de una explicación.
-Bueno… es que es todo muy difícil de entender. La historia es muy larga y muy personal y no sé si… -pese a que necesitaba compartir con alguien aquel sentimiento que durante años la había controlado, no se animaba a hacerlo.
Había deseado contarle todo el día en que se conocieron, más aún después de la fiesta en la que conoció a Dean, sólo que tenía mucho miedo. No le había contado nunca a nadie lo que ocurrió aquella tarde en casa de tía Bianca y le preocupaba que no creyeran su versión. Cindy parecía tan buena, era tan querida por todos… y ella no era nadie.
Sienna le caía bien. Era buena chica y parecía de fiar, pero aún así, no la conocía lo suficiente. Jamás hubiera esperado el numerito de la fuente ni la borrachera de aquella noche, y mira…
La miró a la cara a la vez que caminaba y vio una verdadera preocupación en sus ojos. Ese fue el empujón que necesitaba.
-Si te lo cuento, necesito que me jures que no se lo dirás a nadie.
Sienna se llevó la mano al pecho, un poco teatrera pero muy seria.
-Te lo juro por mi madre, allá donde esté –no pensaba traicionar a su amiga, no después de lo bien que ésta se había portado siempre con ella.
Esperaba que con ese juramento, Abby comprendiera lo importante que era para Sienna y que siempre iba a poder contar con ella.
-Puff… verás… -empezó a contar.
* * * * *
Verano del 2007. Comida familiar en casa de Bianca. La artista, después de varios meses de gira por todo el mundo, había decidido invitar a toda la familia y a los amigos más cercanos para anunciar algo importante: su hija Cindy tenía pareja.
Hacía apenas dos meses que Cindy y Dean estaban saliendo, pero desde el primer día se habían compenetrado bien. Habían ido a la escuela juntos durante muchos años y siempre había existido entre ellos cierta atracción que superaba el cariño. Todos esperaban que esa pareja se formalizara algún día, aunque ellos aún eran jóvenes y la vida podía dar muchas vueltas.
La familia de Dean contaba con un buen fondo económico, por lo que formaba parte de los grupos sociales más selectos de la gran ciudad. Era habitual ver a su padre en numerosas celebraciones y eventos junto a estrellas de cine o magnates de distintos sectores. Bianca, sin embargo, no siempre era bien recibida en esas fiestas. Pese a ser una artista de renombre y poseer un capital cuantioso, sus orígenes eran modestos. Además, solía moverse por entornos de toda índole, muchos de los cuales no eran bien vistos por los componentes de la jet set estadounidense. Que Cindy comenzara una relación más allá de la amistad con Dean suponía no solo el inicio de una bonita historia de amor, sino la posibilidad de acercarse a las personas más influyentes del país.
La casa se había adornado con todo detalle y se habían preparado ricos manjares a gusto del paladar más exquisito. Nadie podía encontrar ni un solo detalle que criticar del evento. Si todo salía bien, esa fiesta se repetiría para un público mayor.
Cindy se encontraba sola, encerrada en su cuarto. Estaba muy nerviosa ese día. En esos dos meses, apenas había pasado un minuto a solas con Dean. Aunque ansiaba besar sus labios, los besos que se habían dado podían contarse con la palma de la mano. Ese día deberían besarse en público y ella entendía lo que eso significaba: expectativas, críticas, malicia. Todos esperarían un beso de película. No le extrañaba que incluso fotografiaran el momento.
Llevaba todo el día mordisqueándose las uñas y a último momento tuvieron que arreglarle la manicura porque se había quitado el esmalte. Sólo esperaba que Dean estuviera más tranquilo ya que sino la bomba de nervios acabaría por explotar en cualquier momento.
 Se había emparejado el pelo en un coqueto moño y lucía un vestido de princesa. Se miró en el espejo para intentar transmitirse confianza, pero no lo consiguió. Tenía que enviar un mensaje a Dean para saber cuánto le faltaba por llegar.
Tras teclear el contenido, envío el texto. Al otro lado de la pared oyó un teléfono sonar. ¿Era él?
Abrió la puerta y salió de la habitación. Junto a su dormitorio se hallaba la sala de música de su madre. La puerta estaba cerrada. Probablemente sólo le había parecido oír el teléfono, serían imaginaciones suyas. Aún así, agarró el pomo y abrió la puerta.
Justo al lado, pegados a la pared, Dean besaba, desenfrenado a una chica. La besaba como nunca la había besado a ella. El corazón le dejó de latir por un segundo. Un grito se le escapó entre los labios sin ella pretenderlo. Entonces, los amantes se giraron y la vieron por fin.
La mayor traición de su vida se desarrollaba ante sus ojos. Dean estaba besando a su mejor amiga, a la chica con la que había compartido toda su infancia, toda su vida. Besaba a Abby, su prima.
* * * * *
-Yo no quería hacerlo –prosiguió Abby-, pero no pude resistirme. Él me obligó. Cindy llevaba muy poco tiempo con Dean. Jamás la había visto tan enamorada, tan feliz. Un día su madre nos invitó a su casa a tomar algo con la familia de Dean. Cuando llegué a la casa, Bianca me dijo que Cindy estaba desquiciada y no quería salir de la habitación. Me rogó que subiera a hablar con ella y así lo hice.
“ Mientras subía las escaleras me topé con Dean. Iba guapísimo. Lo miré y él me devolvió la mirada. Usó conmigo “la mirada” y me atrapó. Dean siempre me había gustado. Era el chico guapo del colegio y todas íbamos detrás de él. Me preguntó si había visto a Cindy y le dije que no, que subía a buscarla. Él me dijo que ella no estaba en su habitación, que ya había mirado. “Igual está en la sala de música”, comenté, “a veces le gusta esconderse ahí y desconectar del mundo”. Nos dirigimos allí juntos.
“ Entramos a buscarla, pero no estaba. Me disponía a salir cuando él dio un salto hacia la puerta y la cerró con delicadeza. Se acercó a mí despacio, mirándome fijamente a los ojos, y me dijo que le gustaba. Me susurró que aunque estaba con Cindy, la que le gustaba de verdad era yo. Me quedé paralizada sin saber qué decir. Mi ilusión, el sueño que había tenido durante tantos años se hacía realidad. Él se acercó más a mí. Yo no podía hablar. Sabía que no podía, aunque por dentro quería besarle y gritarle que yo también lo quería. Conseguí pronunciar un “no”, pero él se siguió acercando. De nuevo me negué. No me escuchó. Intenté despegarlo de mí empujándolo hacia atrás, pero él era más fuerte que yo y no lo logré. Todo lo contrario, él usó su fuerza y me pegó contra la pared. Entonces me besó. Y ahí, en ese mismo instante, la puerta se abrió y apareció Cindy.
“ Intenté explicarle que no era lo que parecía, que todo era un malentendido. No me escuchó. Chilló y salió corriendo escaleras abajo. Desde ese día, no hemos vuelto a mantener contacto ni a dirigirnos la palabra. Le escribí un e-mail contándole mi versión. Jamás obtuve respuesta. A mí, que le fui leal, me sacó de su vida. A Dean, en cambio, lo mantuvo a su lado y siguen juntos.
“Ahora me culpa porque, desde ese día, ha sabido de mil infidelidades por culpa de Dean. Ella cree que yo fui la primera, y puede que lo sea, aunque no lo creo. A lo largo de los años él ha demostrado que no la valora lo más mínimo ni le importa lo que ella sienta. Para Cindy fui la primera, el desencadenante de sus problemas. No creo que nunca pueda perdonármelo.

Capítulo 36

La mañana fue avanzando despacio. Cindy entró a clase a segunda hora con una sonrisa de oreja a oreja, simulando que no pasaba nada. Samantha, Claire y las demás chicas corrieron hacia ella para preguntarle cómo estaba y qué le había ocurrido, ansiosas de carnaza y cotilleo, pero ella no explicó nada. “Un mareo”, fue su única respuesta. Sin embargo, Sienna no se dejó engañar por su amiga. La había visto llorar en el suelo, con el corazón hecho añicos y sin poder controlarse. La había visto como nunca antes había visto a una chica. Además, la tirantez de sus labios formando una sonrisa la delataba. Se preguntó como ninguna de esas jóvenes, que habían sido amigas de Cindy desde pequeñas, era capaz de percibir esos pequeños detalles que mostraban la realidad.
Un profesor tras otro entró y salió de la clase tras explicar su materia, sin despertar mayor entusiasmo en los alumnos, quienes estaban deseosos por saber si habían sido aceptados en los grupos que habían pedido para las actividades extraescolares. Un curso es un periodo muy largo y, si no habían logrado ser aceptados en su primera opción, más de uno pasaría ese año sufriendo en compañía de gente con la que no tenían nada en común o mortalmente aburrido.
Sienna intentó hablar con Cindy de lo ocurrido en el cuarto de baño. Quería saber qué había sucedido cuando las dejó solas, como también sentía curiosidad por enterarse de cuál era el motivo por el que Cindy culpaba a Abby. ¿Creía que era su prima la que había quedado con Dean? ¿O tan sólo apareció en el lugar equivocado en el momento menos oportuno? Cada vez que miraba a su amiga e intentaba referirse al numerito en los lavabos, ésta cambiaba de tema y le hablaba maravillas del escuadrón de animadoras y de todas las cosas que iban a hacer juntas ese curso. Por ello, cuando a la hora del descanso encontraron pegada a la puerta una lista con los alumnos escogidos para cada actividad, no le sorprendió ver su nombre junto al de un par de chicas de cursos inferiores bajo la columna “animadoras”.
Las chicas la agarraron de los brazos y corrieron con ella hasta el gimnasio, donde guardaban los uniformes. Menos Lauren, que lo llevaba puesto desde que tuvo que presentar al equipo, todas se cambiaron la ropa y se pusieron las cortas faldas y sus camisetas de tirantes a juego, con las siguientes letras estampadas en el centro: “Greyhound”. Galgos.
Con la ropa puesta, Sienna volvió a tener la sensación de estar viviendo un sueño o de formar parte de los extras de una película americana. ¿Quién le hubiera dicho que algún día también ella agitaría los pompones y coquetearía con el quarterback? Cada día que pasaba, su vida le parecía más surrealista.
Pasaron todo el recreo emocionadas, presentándole al resto de animadoras que aún no conocía. Estaba hambrienta y, con las prisas, se había dejado el almuerzo en clase, pero ninguna de las demás parecía querer comer, por lo que no dijo nada y se quedó con ellas en el gimnasio.
Al salir al pasillo, todas las miradas se dirigieron a ellas. Las niñas más pequeñas les aplaudieron:
-Cuando seamos mayores, nosotras también seremos animadoras –como prueba, un par de ellas realizaron unas piruetas que demostraban que tenían tablas.
Los chicos las contemplaban anonados, incluso alguno con la boca abierta. Sí, había que reconocer que los uniformes eran favorecedores.
Al fondo del pasillo, el grupito de chicas que solían cuchichear en grupo se había girado para mirarlas. Sienna sonrió al pensar que habían conseguido desviar la atención de Matthew a ellas, que no eran famosas más que en la escuela.
Sus amigas salieron al jardín un rato a broncear sus piernas antes de clase. En realidad, buscaban una excusa para pasearse por el colegio y que todo el mundo las viera y las envidiara. Sienna, por su parte, se disculpó de Cindy y corrió al grupito de chicas.
Atravesó la marabunta de adolescentes abriéndose paso pese a los codazos que recibió. De espaldas a las chicas estaba él, guardando en su taquilla algunas cosas.
-¡Hola, Matthew! –el chico se giró al reconocer su voz y la miró en silencio durante unos segundos, con una sonrisa en la cara.
-¿Animadora? –la tomó de ambas manos y después la hizo dar una vuelta sobre ella misma para observarla mejor-. No conocía yo esa faceta tuya.
-Hay muchas facetas mías que aún no conoces –bromeó Sienna, sin importarle los estufidos que las niñas soltaban a su alrededor.
-Bueno, igualmente estás muy guapa, que eso ya es decir –se burló.
Ella le dio una bofetada floja en el hombro.
-¡Oye! No te pases, ¿eh? –estaba feliz de que el chico le hubiera hecho aquel cumplido-. Qué agobio que hay por aquí, ¿no?
Matthew se sonrojó. Por fortuna, las chicas habían intentado disimular y ya no lo miraban fijamente, sino que hablaban entre ellas de forma casual.
-Sí, no sé qué pasa –mintió-. ¿Vamos para clase a ver si allí no hay tanta gente?
La cogió de la mano con delicadeza, como aquel día en que corrieron por la ciudad, huyendo de quién sabe qué. Evocar ese momento trajo a la mente de Sienna la última vez que se habían visto: la canción, dormir apoyada en su regazo, sus caricias y el cariño con el que la trató en todo momento. Esta vez fue ella quién se sonrojó y quien agradeció que el chico caminara un par de pasos por delante de ella y no pudiera verle el rostro colorado.
Pronto alcanzaron la clase, que aún estaba cerrada. Matthew buscó en un bolsillo su carnet de conducir. Tras meterlo por la ranura de la puerta y hacer palanca, ésta cedió y se abrió para ellos.
Se sentó sobre la mesa de Sienna y la miró. Ella no sabía qué decir. Pensó en sacar el almuerzo del bolso y así hacer tiempo para que se le ocurriera algo, pero no lo hizo. Ya no tenía hambre. Además, en pocos minutos comenzaría la siguiente clase y no le daría tiempo ni a terminarse el zumo.
-¿Vamos a quedar hoy? –le preguntó.
-¿Hoy? –repitió el chico.
-Sí, bueno… como el lunes pasado quedamos para ver el trabajo y tal, creía que hoy seguiríamos –intentó excusarse, aunque en realidad tan sólo quería estar a solas con él y darle las gracias por lo ocurrido el pasado viernes.
-Estaría genial, sí, pero es que este fin de semana no he avanzado nada con el libro. ¿Y tú?
-Yo sí, lo cogí un poco ayer, pero vamos, que tampoco he leído mucho.
El chico meditó antes de responder.
-Si quieres podemos quedar a cenar. Así yo tengo tiempo de ponerme a tu altura y podemos seguir leyendo juntos, como el otro día. ¿Qué te parece?
-¡Genial! ¿Nos vemos en mi casa? –sugirió Sienna.
-Vale, como quieras –no parecía demasiado emocionado.
Sienna se molestó un poco al principio. Después consideró que se trataba de quedar para hacer un trabajo, y que el chico no tenía porqué estar feliz de tener que pasar su tiempo libre leyendo. Aún así, le hubiera gustado ver una sonrisa sincera en sus labios, la ilusión patente en su mirada, porque aunque se resistiera a reconocerlo, Matthew no le era indiferente y, cada vez que quedaba con él, algo en su interior le decía que no se trataba de un simple amigo.

martes, 28 de diciembre de 2010

Capítulo 35

Con mirada suplicante, Abby le rogó que las dejara hablar en privado. Abandonó el interior del cuarto de baño y cerró con delicadeza la puerta. Se quedó tras ella unos instantes, esperando a que sus amigas salieran.
Los minutos pasaron y ninguna de ellas salió al pasillo. A la hora de inicio de las clases se encaminó hacia el aula. Tomó asiento en su mesa.
Lauren y Samantha le hicieron un gesto inquisitivo desde unas filas más atrás. Sienna levantó los hombros como señal de ignorancia,. Toda la gente de clase se preguntaba qué había pasado con Cindy y Abby y dónde se encontraban en ese momento.
Pocos segundos después, la profesora Smithson entró, pletórica, en la clase.
-¡Buenos días, chicos! ¿Sabéis qué día es hoy? –algunos compañeros gruñeron en voz baja que era otro maldito lunes, pero la maestro ignoró los comentarios-. Hoy es el día en que cada uno de vosotros debe decidir la actividad extraescolar que realizará este año.
Ese comentario provocó un revuelo inusitado en la clase. Tanto chicos como chicas comenzaron a hablar con sus compañeros de mesa y a mirar a la otra punta de la clase para constatar que sus amigos estaban allí.
-Ya sé que algunos tenéis más que claro qué vais a hacer, porque en esta clase tenemos la suerte de contar con deportistas de élite que nos llevarán de nuevo a ganar el campeonato interestatal este año –su mirada se fijó en Dean-, actores con cierto renombre y oradores que desbancarían a los mismísimos Bush y Obama del panorama político si se lo plantearan. Sin embargo, sé que muchos de vosotros andáis un poco perdidos y dudosos o sois nuevos en el colegio y no tenéis ni idea de qué os estoy hablando, así que vamos a dedicar esta hora a conocer las diferentes asociaciones de alumnos que podéis encontrar en el centro y al final de la clase deberéis decirme a cuál os unís.
En la pizarra digital se reflejó una diapositiva de Power Point con una gráfica en la que se mostraban los diversos grupos y su número de componentes. Teatro, diseño gráfico, club de lectura, diversos deportes, animadoras, ballet, servicios a la comunidad, grupos de protección del medio ambiente… Sienna estaba indecisa y no sabía a qué grupo unirse. Le gustaba leer pero tampoco era una locura. Además, todos los libros serían en inglés y con fechas límite muy reducidas, por lo que no sabía si lograría sobrellevar ese ritmo. En cuanto al deporte, nunca se le había demasiado bien pese a haber jugado a baloncesto muchos años en el equipo del colegio. Y si se trataba de un nivel profesional, como había mencionado la profesora, ahí sí que no llegaba ni por asomo.
Hellen Smithson invitó a varios compañeros, los representantes de cada uno de los distintos grupos, a salir del aula y buscar los panfletos informativos y demás artilugios que pudieran necesitar para promocionar sus actividades.
-Señorita Smithson, Cindy es la jefa de animadoras y no está aquí –Lauren había levantado la mano para remarcar algo evidente para toda la clase.
-¿Quién es la siguiente animadora más veterana?
-Yo –volvió a hablar Lauren.
-Pues entonces encárgate tú de suplirla mientras que ella no esté.
Lauren salió del aula con el resto de alumnos, disimulando una sonrisa. Alguna de las demás chicas debió enviar un mensaje a Cindy, ya que antes de que los estudiantes hubieran regresados, el móvil de Sienna zumbó en el interior de su bolso. “Únete a las animadoras”, le instaba la rubia.
Abby regresó a la clase poco antes que los compañeros que habían salido a buscar la información. Se disculpó alegando que Cindy había enfermado repentinamente y que había tenido que ayudarla.
-¿Está bien? –mostró su preocupación la profesora.
-Ya está un poco mejor, pero le he recomendado que no entre hasta la próxima clase y que tome un poco el aire –Hellen Smithson meneó la cabeza en gesto de aprobación.
Todos los alumnos estaban expectantes por oír las diferentes razones que sus compañeros darían para intentar convencerlos a unirse a sus grupos extraescolares. Muchos de ellos participaban cada año en una actividad diferente, pero siendo este su último año, todos querían formar parte de aquellos grupos en los que no habían tenido tiempo de estar o que simplemente no les habían aceptado con anterioridad.
Dean se había cambiado la ropa y lucía una preciosa chaqueta de deporte azul oscura con franjas blancas, similar a las que Sienna había visto en tantas ocasiones en las comedias románticas que veía con sus amigas. Los pantalones cortos, del mismo color, le llegaban hasta la rodilla y le conferían un aspecto varonil, alejado del aire formal y serio que solía envolverle habitualmente.
El chico no mostró ninguna preocupación por el estado de su novia, ya que en cuanto pudo comenzó a hablar, largo y tendido, de lo emocionante que resultaba jugar en el equipo de fútbol americano, lleno de ilusión.
Tras él, Lauren, con un bonito uniforme de animadora de los mismos colores, explicó el funcionamiento del equipo de animadoras y sus diferentes funciones a lo largo del curso escolar.
-No nos limitamos a salir a enseñar cacho durante los partidos, sino que desarrollamos la agilidad y flexibilidad al máximo para conseguir un espectáculo inolvidable. También participamos en obras benéficas y recaudamos dinero para caridad.
Después de escuchar las descripciones de cada una de las posibles actividades, la profesora Smithson pasó los listados para que los alumnos se inscribieran. Y Sienna, siguiendo el consejo de Cindy, hizo algo que nunca hubiera imaginado: se unió a las animadoras.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Capítulo 34

El resto del fin de semana fue aburrido y monótono. Sienna aprovechó para seguir leyendo El retrato de Dorian Gray y para descansar. Necesitaba prepararse para la vuelta a clase el lunes, preparar respuestas creíbles para las numerosas preguntas por venir acerca de su estelar marcha de la fiesta. Intentó, a su vez, olvidar todos sus problemas, por lo que borró de su mente los nombres de sus nuevos amigos. No quería pensar en el cantante, ni en la princesa, como la llamó Abby el día en que se conocieron. Tampoco quería recrearse en las horas que había compartido con Dean en su propia casa, rodeados de velas.
Por fortuna, al cruzar el imponente pórtico del St. Patrick’s el lunes por la mañana, los alumnos del último curso parecían arrastrar todavía la resaca del viernes por la noche y no se oían muchos comentarios respecto a la fiesta. Sienna no sabía que todo lo que tenían que decirse, ya lo habían comentado el día anterior por Facebook.
Junto a la puerta encontró a Abby pegada a su libro, con su eterno café caliente en las manos. Al traerle a la mente su primer encuentro, la estampa la conmovió. Pese a que acercarse a ella después de la discusión de las primas en la fiesta era un movimiento arriesgado, echó a andar hacia ella. Silbó flojito pero lo suficiente alto para que la chica la oyera.
Abby levantó los ojos del libro y le sonrió. Impulsiva, Sienna la abrazó con cariño.
-Gracias –le susurró al oído.
Su amiga respondió al abrazo con los labios curvados en una sonrisa. Podría regañarle, ignorarla o culparla por lo ocurrido el viernes, pero no lo hizo. Ese “gracias” hacia referencia a todo eso, además de a la gran decisión que tomó al alejarla de la fiesta… aunque acabara dentro de una fuente.
Aún faltaban algunos minutos para que comenzara la primera clase. De todas formas, entraron al aula agarradas del brazo y cada una tomó asiento en su sitio. Cindy ya estaba en su pupitre, con los bolígrafos y libretas cubriendo la mesa. Las miró en silencio, seria. No le dirigió la palabra a Abby. A Sienna, en cambio, la recibió con un frío saludo.
-Tenemos que hablar –cuchicheó Cindy.
Sin darle tiempo a responder, se levantó de la silla y, tirando de la mano de Sienna, abandonaron el aula. Abby las observó en silencio, preguntándose si seguirlas. Cuando Cindy actuaba así, nunca se trataba de una buena señal.
Entraron al cuarto de baño más cercano al aula. Con un grito autoritario, la rubia mandó fuera a las niñas más pequeñas que se lavaban las manos y hablaban del fin de semana. Una vez que todas salieron, miró dentro de cada una de las letrinas. No quedaba nadie.
Acto seguido, rompió a llorar. Abrazó a Sienna sin decir nada, quien se quedó paralizada, dudando acerca de cómo actuar. Se limitó a acariciarle la espalda y mantenerla entre sus brazos.
Cuando la chica le dijo que tenían que hablar, creyó que le recriminaría su amistad con Abby o que se hubiera marchado de la fiesta de ese modo, pero jamás pensó que una situación así fuera a desencadenarse.
-¿Qué te pasa, Cindy? –preguntó, seria.
Su amiga seguía sollozando. Pese a intentar formular algunas palabras, el llanto se lo impedía.
-Estaba con ella. Le llamé y estaba con ella –Sienna seguía sin comprender qué ocurría-. ¿Recuerdas a la chica misteriosa de la fiesta? La del perfume que olí en la ropa de Dean.
-Sí –comenzaba a entender por dónde iban los tiros.
-Se están viendo. Le llamé el sábado porque habíamos quedado por la tarde para hacer unas compras para nuestra casa en los Hamptons y la oí por detrás. Estaban riéndose. Él me dijo que estaba con un amigo pero sé que no es verdad.
El rostro de Sienna palideció. Estaba hablando de ella. Ese hubiera sido el momento ideal para confesar que era ella con quien Dean pasó la tarde del sábado, pero la profunda tristeza de Cindy, además de la furia con la que escupía cada palabra, la aterrorizó. No fue capaz de decir nada.
-No es sólo un rollo, como todas las demás. Desde el sábado, notó a Dean más lejano y distante, como si no le interesara nada de lo que yo le pudiera contar. Está más frío y seco que nunca. Sé que está pensando en ella y yo estoy desesperada. ¡No sé qué hacer!
-Tranquilízate, por favor –logró decir-. Seguro que las cosas no son tal como las ves. ¿Cómo va a dejar Dean a una chica como tú? ¡Él te quiere!
Pronunciar esas palabras era como clavarse ella misma un puñal en el pecho, pero debía consolar a su amiga, sobre todo si se tenía en cuenta que ella era la culpable de su sufrimiento.
Cindy iba a responderle, con lágrimas en los ojos. No tuvo tiempo.
La puerta del baño se abrió de golpe, de par en par, y tras ella apareció Abby.
La mirada triste de Cindy se convirtió en una tormenta descontrolada, la mirada del infierno. Sienna casi podía ver en sus ojos los truenos furiosos.
-¡Vete de aquí! –gritó.
Abby se coló en el servicio y volvió a cerrar la puerta.
Sienna la miró suplicante, a la vez que decía, con un tono de voz casi inaudible:
-Sí, Abby, es mejor que te vayas –no hubo respuesta.
La rubia saltó contra su prima y la empujó contra la puerta.
-¡Vete! ¡Vete de aquí! ¡Todo es tu culpa! ¡Vete! –intentó agredirla, pero Abby fue más rápida y le agarró con fuerza los puños, frenando cualquier posible golpe.
Cindy continuó gritando durante unos segundos que parecían no acabar jamás. Instantes después, se dejó caer en el suelo y siguió llorando arrodillada, con las manos cubriéndole la cara.
Aunque su prima había ido hasta allí para controlar que Cindy no le hiciera nada a Sienna, ya que había tenido el presentimiento de que algo no iba bien, en ese momento se olvidó por completo de la chica nueva. Se agachó junto a Cindy y le tomó las manos. La rubia la miró, con la rabia aún visible pero más apagada, cansada y derrotada. Impotente.
-Lo siento. Sabes que lo siento –Sienna escuchó las palabras de Abby y supo que estaba siendo testigo de algo que no le pertenecía, de algo íntimo y privado entre las dos.
Cindy la contempló en silencio antes de recriminarla.
-Claro, lo sientes. Pero tú eres la culpable, la única culpable. Si no le hubieras besado aquel día, él seguiría siendo mío.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Capítulo 33

Sienna salió del despacho con el deseo de que Dean siguiera sus pasos. El chico no se hizo de rogar y la siguió. Sin apenas dirigirse la palabra, abandonaron el apartamento.
Ya era tarde y el sol del mediodía había quedado atrás. Sin embargo, el calor de la calle les golpeó en la cara cuando cruzaron las puertas de entrada del gran edificio. El calor, la tensión y el silencio inquebrantable entre los dos le provocó una asfixiante sensación de agobio.
-Bueno, ¿dónde vamos a tomar café? –preguntó él.
-No sé, donde tú me lleves. Si me sacas del Starbucks… ya no sé a dónde ir en esta ciudad –los dos se echaron a reír.
-Si tengo que elegir yo, va a ser sorpresa. No vas a probar el café más delicioso de la gran manzana, pero créeme, lo disfrutarás en el lugar más original del mundo.
Esa observación y la buena compañía eran motivos más que suficientes para seguir a Dean allá donde la llevara.
Aunque esperaba que un coche parara frente a ellos en cualquier momento o que Dean llamara por teléfono a su coger, éste continuó caminando hacia la izquierda, al interior del gran tumulto que se paseaba a lo largo de la Quinta Avenida. 
Como si la escena del despacho nunca hubiera ocurrido, comentaron en detenimiento la fiesta de la noche anterior. Hablaron de la ropa de sus compañeros de clase, de las posibles parejas que podían haber surgido a lo largo de la noche, de la música y de la habitación oscura. Ninguno de los dos hizo referencia al enfado de Cindy, Sienna porque no quería tocar el tema y Dean porque probablemente no fuera consciente de todo lo que la chica sabía. Ella le preguntó si había visto entrar a algún chico a la habitación antes que ella y se perdió en sus ojos a la espera de una señal que le dijera que había sido él. ¿Qué mejor momento para una declaración de amor que un paseo por el corazón de Nueva York en una cálida tarde de verano? La respuesta no fue satisfactoria. Dean no parecía haberse dado cuenta de quién había entrado al cuarto antes que ella, pese a haber estado observándola toda la noche. Nada en su cara le decía lo contrario.
La caminata fue más larga de lo que Sienna esperaba, pero no rechistó ni hizo ningún comentario al respecto. Estaba disfrutando de esa inesperada cita con Dean, saboreando cada segundo que pasaban juntos.
Esa fachada de tipo duro, de galán rompecorazones, había dejado paso durante la comida a un chico normal, guapo y seductor, pero también simpático, soñador e inseguro en algunos aspectos. Un típico adolescente. Conocer esa parte de Dean le servía para conocerlo más. Había pensado tanto en él los últimos días que le resultaba complicado aceptar que tan sólo una semana antes aún no le conocía. ¿Eran suficientes siete días para conocer a una persona de verdad?
Las luces de Times Square estaban encendidas a pesar de no haber anochecido todavía. El barullo de voces gritando en todos los idiomas les envolvió, haciéndoles permanecer en silencio.
De pronto, Dean paró de andar. Junto a él, una figura tamaño real de Whoopi Goldberg les saludaba con una sonrisa. Sienna levantó la vista al cartel morada que descansaba sobre sus cabezas: Museo de cera Madame Tussauds.
-Vamos para adentro –el chico la agarró de la mano y cruzó el umbral del edificio.
-¿Estás de broma? –se rió Sienna-. ¿Me traes a tomar café al museo de cera?
El contacto de sus manos volvió a acelerarle el corazón. Sus manos, grandes y fuertes, la agarraban con firmeza, con seguridad pero sin apretar demasiado. Suaves, varoniles.
Dean le dirigió una sonrisa y siguió caminando.
La cola para comprar las entradas era larga, interminable si a ella se le suman los interminables minutos de espera para acceder al interior del museo. Sin embargo, conforme ellos entraron a la sala principal, un robusto hombre vestido con un inmaculado traje se les acercó, formal pero servicial.
-Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle hoy? –en ningún momento se dirigió a Sienna; hablaba con Dean como si lo conociera desde siempre.
-Queremos tomar un café en el Celebrity Café y también me gustaría enseñarle las piezas a mi amiga –el tono de voz de Dean, pese a ser cordial, señalaba que no conocía a aquel hombre y que mucho menos eran amigos.
-Síganme, por favor.
Tras sus pasos, pasaron por delante de la cola mientras que los más descarados se quejaban a voz en grito y los demás, más educados y simplemente más cansados, hacían un gesto de desaprobación. Intimidada, Sienna caminaba con la cabeza agachada, apretando con fuerza la mano de Dean.
Pronto aparecieron en una sala mayor donde diferentes estatuas de cera les rodeaban. La gente parecía inmersa en un universo alternativo. Las fotos, los flashes, las risas apagadas y las carreras de un lado a otro eran inevitables. Nadie prestaba atención a nadie, al menos a ninguna otra persona de sangre caliente y con movilidad reconocida. Allí, alejada de las miradas de desprecio, Sienna se sentía protegida.
El hombre trajeado se despidió de ellos y volvió por donde había venido.
-Ahora que estamos dentro ya puedes soltarme la mano –señaló Dean.
Liberó la mano del chico con rapidez y vio que éste tenía los dedos morados. No se había dado cuenta de que había apretado tan fuerte.
-Perdona –fue lo único que pudo decir, aunque Dean no estaba enfadado ni molesto, ya que le regaló otra de sus sonrisas.
En el colegio apenas lo había visto sonreír y creyó que era un chico serio, con un porte misterioso que le confería cierto atractivo. Sin embargo, su sonrisa era aún más encantadora. Cada vez que lo veía sonreír se sentía un pequeño mosquito volando hacia una bombilla ardiente. Por mucho que lo evitara, acabaría por estamparse contra la luz.
-¿Tienes aquí la cámara de fotos? –preguntó Dean.
Sienna echó mano al bolso y localizó en su interior su pequeña cámara rosa eléctrico.
-Entonces, vamos a hacer un poco de turismo –añadió él.
Le arrebató la cámara de las manos y la hizo posar en todas y cada una de las figuras. Al principio, cortada, Sienna tan sólo sonreía junto a los diferentes actores y cantantes que iba encontrando. También ella le sacó alguna foto a Dean, aunque estaba segura de que él habría estado allí millones de veces. Aún así, esas fotos se quedarían en su cámara, en su tarjeta, para pasarlas más tarde a su ordenador y poder contemplarlas una y mil veces.
Se fotografiaron junto a Rihanna, junto a Brad Pitt y Michael Jackson. Posaron juntos de forma atrevida a ambos lados de Britney Spears, quien intentaba desafiar a la gravedad bailando de forma sensual agarrada a una barra cual bailarina de striptease.
Cruzaron la sala del terror y fingieron asustarse cuando unos actores aparecieron tras una esquina de repente. Corrieron como niños y se rieron aún mucho más.
Cuando acabaron de visitar el museo, casi dos horas después, y por fin se sentaron en la cafetería a tomarse ese café pendiente, los dos estaban agotados. Con sus tazas de descafeinado y capuchino delante, humeantes y desprendiendo un aroma dulce y rico, se mostraron las fotos y comentaron sobre cada una de las personas que aparecían por detrás de ellos.
Podrían haber seguido así durante horas, hasta que los guardas del museo los echaran a la calle. Sienna se preguntó si, con Dean al lado, alguien se atrevería a mandarlos fuera. Sabía que su padre era un hombre de negocios muy influyente, pero debía serlo mucho más allá de su imaginación para que, allá donde fueran, todo el mundo conociera a su hijo y lo trataran con tanto respeto y hospitalidad.
-Oye, ¿conocías al hombre de la entrada? –se atrevió por fin a preguntar; no quería quedarse con la duda que le daba vueltas en la cabeza.
-¿Qué hombre?
-El de la puerta, ese con el traje oscuro que nos ha colado.
-¡Ah, ése! –exclamó él, como si acabara de mencionarle a un gran amigo al que hacía mucho tiempo que no veía-. No.
Los dos volvieron a reír a carcajadas.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué? –el chico no comprendía el súbito interés de Sienna por el portero del museo.
-Pues eso, que cómo es que nos ha dejado pasar sin más.
El rostro de Dean se ensombreció de repente. Sienna tuvo la sensación de haber tocado algún tema que no debía ser tratado.
-Todo el mundo en el museo conoce a mi familia, como mucha gente en la ciudad. Mi padre sale mucho en los medios de comunicación y suele insistirme para que yo aparezca a su lado. Así damos un aspecto más familiar y muchas más personas solicitan sus servicios. Digamos que soy su cebo –forzó una sonrisa y tomó aire antes de continuar-. Además, antes solía venir aquí muy a menudo, casi todos los fines de semana. A mi madre le encantan las figuras de cera y, en cuanto tenía un rato libre, nos cogíamos un taxi y veníamos a perdernos en el museo.
-¿Ya no venís? –esa confesión había despertado su curiosidad.
-No, ya no… Cosas que quedan atrás cuando uno crece, ¿no? –de nuevo esa sonrisa forzada en sus labios.
Ella pensó que había algo más, algo que él no le contaba, pero no insistió. A su debido momento lo sabría, si era realmente importante.
El teléfono les salvó de un incómodo silencio. Dean buscó en el bolsillo de su pantalón y sacó un móvil táctil, delicado y deslumbrante.
-Hola, mi amor. No, no estoy en casa. He quedado con un amigo -¿un amigo?-. No me he dado cuenta de la hora que es ya. Me voy corriendo a darme una ducha y enseguida estamos juntos. Sí, sí. Vale, un beso. Te quiero.
-¿Cindy? –la sola mención del nombre de la chica destrozó el mágico momento de confesiones.
-Sí. Hemos quedado a las nueve para cenar, pero quiere que hagamos antes unas cosillas y como no la he llamado en todo el día estaba preocupada.
Sienna movió la cabeza en gesto afirmativo. Se guardó la rabia por haber quedado rebajada a una mentira, a convertirse en “un amigo”, como si estar juntos fuera algo malo. Se guardó su rabia y también su ilusión. Ya compartían dos secretos. Ésa era una buena manera de empezar, ¿no?
Se levantaron de la mesa tras dejar una generosa propina. Salieron a la calle callados pero con las mejillas sonrojadas de tanto reír.
Sienna llamó a Gary para que la recogiera en la puerta del museo. Dean hizo lo mismo. Pocos minutos después se despedían y cada uno entraba en su vehículo.
La joven le preguntó al conductor por su hijo, si todo estaba bien. Sin embargo, no escuchó ni una sola de las palabras de éste, ya que se había perdido, otra vez más, en sus ensoñaciones, en ese mundo donde Dean y ella estaban juntos y sus citas no acababan nunca. Y mucho menos por Cindy.

martes, 21 de diciembre de 2010

Capítulo 32

Corrió por toda la casa con la intención de adecentarla; las toallas sucias a la lavadora, la ropa usada en el canasto de la colada, los utensilios de cocina guardados cuidadosamente en el lavavajillas. Pese a que era de día, encendió las velas con aroma que decoraban el balcón. Después de hacerlo, sirvió en otro plato una ración de pasta para Dean.
            Preocupada y poco convencida con el aspecto que presentaba su hogar, miró a su alrededor. Apenas tuvo tiempo de hacerlo, ya que el timbre la interrumpió.
Con pasos sigilosos se aproximó a la puerta y observó por la mirilla. Al otro lado la esperaba Dean, con la cabeza gacha y aspecto nervioso. En la mano llevaba una botella de lambrusco.
Sienna se preguntó cómo podía conseguir estar cada día más guapo que el anterior. Cada vez que lo miraba, le parecía más atractivo, más seductor, más irreal.
Dio unos pasos en el suelo, fingiendo llegar a la puerta y preguntó:
-¿Quién?
-Soy yo, Dean –el chico levantó la cabeza y, sin saber que ella le vigilaba por la mirilla, sonrió.
Sienna se colocó un poco la camisa y tomó el pomo para permitirle la entrada. Cuando el chico la vio, sus ojos parecieron iluminarse, aunque tal vez sólo se tratara del cambio de luz, se dijo Sienna a sí misma para tranquilizarse.
La joven hizo una seña de indicación para que el chico entrase en el piso. No hubo de repetirlo dos veces. En su mente, Dean se lanzaba sobre ella a besarla. Los dos se unían en un beso interminable y acababan derrumbándose en el sofá para culminar su amor. Nada más lejano de la realidad.
Él permaneció de pie a su lado junto a la puerta sin dejar de sonreír. No hubo beso, ni abrazo, ni tan siquiera un cortísimo beso en la mejilla.
-He sido rápido, ¿verdad? Estaba ya casi en la puerta cuando te he llamado.
-Sí. Menuda sorpresa. No esperaba que aceptaras venir a comer –al instante de formularlas, se arrepintió de sus palabras, que mendigaban un poco de atención y cariño-. Pasa, pasa, que se enfría la comida.
-He traído este vino para que bañemos la pasta –¿de dónde habría sacado la botella si no sabía que ella iba a invitarlo a comer? Probablemente la cogiera de su limusina, consideró Sienna.
Cogió la botella y agradeció el detalle.
-¿Te importa que deje la chaqueta por aquí? Llevo deseando quitármela toda la mañana y no he podido hasta ahora –solicitó él, al mismo tiempo que se quitaba la americana azul marina que llevaba puesta.
-No, claro, déjala… -Sienna echó un vistazo a su alrededor buscando un perchero- aquí, que no se arrugue.
Le tomó la americana de las manos y la colgó ella misma en el perchero que se levantaba sobre el suelo junto a la puerta. Conforme la levantaba en el aire, pude oler la colonia de Dean, tan dulce y fuerte que podría hacerla perder la conciencia en un simple abrazo.
Tras liberarse de la chaqueta, el chico tenía un aspecto más tranquilo, más familiar. Dejaba atrás los negocios y las presiones para alcanzar la calma y las risas. Con su camisa gris y los pantalones de pinza, a Sienna le resultaba difícil creer que tenía frente a ella a un chico de diecisiete años. Si a ello se le sumaba la picardía de su sonrisa o la profundidad de sus ojos claros, sentirse cautivada por ese muchacho era lógico y normal.
Dean no esperó a que ella le señalara dónde podían comer. Vio los platos en la encimera de la cocina y salió corriendo hacia allá.
-Madre mía, esto huele genial, ¿seguro que los has hecho tú? –bromeó.
-¡Claro! –respondió airada Sienna-. ¿Quién sino? ¡A ver si te crees que tengo una cocinera que me lo hace todo!
-Oye, ¿por qué no? Una chica tan guapa debe mantener sus manos cuidadas y la cocina no es precisamente el lugar más adecuado para tener unas manos perfectas como las tuyas.
Sienna se sonrojó. Puesto que no encontraba ninguna respuesta a sus palabras, continuó con la broma:
-La verdad es que sí tengo cocinera, sólo que la tengo escondida en la despensa con una mordaza en la boca para que no pueda pedir ayuda. No se lo digas a nadie, ¿vale?
El chico se echó a reír. Sienna suspiró aliviada, confiando en haberse escabullido del comprometedor momento.
-¿Qué te parece si comemos en el balcón? Tengo ganas de estrenarlo pero todavía no se había presentado la ocasión –añadió.
-Claro, donde tú quieras –el muchacho cogió los platos y se dirigió a la mesita rodeada de velas supervisando la ciudad.
Ella buscó queso rallado en la nevera, unas copas y un par de servilletas. Después siguió los pasos del joven. Dejó todo en la mesa y se sentó en una silla frente a la que Dean había ocupado.
Llenó su copa de vino y le ofreció también a él, que aceptó con un leve movimiento de cabeza.
El tráfico de la ciudad rugía a sus pies, pero nada le importaba. Se encontraban a doscientos metros sobre el suelo, envueltos de paz, con la luz del sol calentándoles los brazos. Con todo el fin de semana aún por delante, la copa de vino llena y un delicioso de pasta frente a ellos, nada ni nadie podía destrozar ese momento.
  Hablaron durante toda la comida, sobre ellos, sobre la pasta, sobre la ciudad. Dean le sugirió algunos lugares donde tomar espaguetis, “aunque no tan buenos como estos, claro”, además de proponerle una visita guiada por la ciudad esa misma tarde. Sienna aceptó. Pese a lo nerviosa que estaba, reaccionó todo el tiempo con naturalidad y desenfado.
Brindaron por el inicio del curso escolar y por todo lo que estaba por llegar. Sin llegar a decirlo, Sienna brindó por ellos, porque ese instante fuera eterno, porque el plato de pasta no se acabara nunca y pudieran seguir charlando y riendo.
Recordó su promesa la noche anterior de no volver a beber y se sintió un poco culpable de haber incumplido su palabra tan rápido. Aunque tenía mucha vida vivida a sus todavía dieciséis años, nunca le había gustado adelantarse en el tiempo. Siempre había sido consciente de que hay un momento para todo en esta vida y ella quería disfrutar de cada uno de ellos.
Cuando Merche y las demás comenzaron a fumar con catorce años, ella fue la única en decir que no. Había probado el alcohol forzada por el qué dirán, pero no solía catarlo más de un par de veces cada varios meses. Sus amigas lo sabían y no dejaban de insistirle asegurando que no sabía lo que se perdía, pero ella estaba segura de que eran ellas las que se perdían muchas cosas con sus noches oscuras, sin recordar qué habían hecho. Tal vez se perdiera esos momentos de abrazos y amor desenfrenados en los que la amistad se ensalzaba a causa de la bebida, pero prefería abrazos sinceros a besos provocados por el alcohol. Sí, se perdería eso, pero también se perdía los vómitos en el cuarto de baño y sus amigas agarrándole el pelo. También se perdía la preocupación al día siguiente, los dolores de cabeza, los no saber cómo acabaría llegando a casa… se perdía todas esas cosas que había encontrado la noche anterior.
Se prometió que, en cuanto acabara esa copa, dejaría el vino de lado y se echaría un vaso de agua. Y esta vez no había excusa posible, iba a cumplirlo.
Dean se llevó el tenedor a la boca en silencio. La miró y sonrió, dejando entrever unos dientes blancos y de perfectas proporciones. El chico intentaba leer en su mente, descubrir por qué de repente había dejado de hablar.
Por mucho que Sienna hubiera deseado que la comida no terminara, todas las cosas tienen su fin y de pronto ambos se encontraron con el estómago lleno y el plato vacío.
-¿Qué te parece si vamos a tomarnos un helado por ahí? Conozco una heladería en la que están de muerte –propuso Dean.
-Vale. ¿No tienes nada que hacer esta tarde? –acababa de mirar el reloj y se dio cuenta de que eran ya más de las cuatro y media de la tarde.
-No, ¿por qué? He quedado con Cindy a las nueve para cenar con mi padre, pero hasta entonces tengo tiempo libre –al oír el nombre de su amiga, Sienna volvió a la terrible realidad.
Esa comida no era más que un encuentro de amigos. Ni las velas ni el vino podían cambiar ese hecho. Saldrían, se divertirían, reirían, pero al final de la tarde, Dean volvería con Cindy, la chica a la que llevaba besando un sinfín de años, y ella no sería más que una anécdota de su día. Lo veía comentándole cómo la había visitado y cuánto se habían reído, imaginaba como le contaba todo mientras abrazaba a Cindy y le besaba la frente.
-Oye, ¿dónde está el cuarto de baño?
Sienna le indicó cómo llegar. Cuando el chico se levantó para encaminarse al lavabo, ella también se puso en pie y comenzó a recoger la mesa. En el otro lado del apartamento se oyó el golpe de una puerta al cerrarse.
Guardó los platos y las copas en el lavavajillas para después encenderlo. Instantes más tarde limpió la mesita con un trapo húmedo. Como Dean aún no había vuelto del baño, se dirigió a su habitación a coger el bolso y prepararse las cosas.
Al pasar por delante del despacho, no se percató de que la puerta estaba entornada. Una vez en su cuarto, echó el móvil, la cartera y un par de cosas más en el bolso crema y salió de la habitación.
Se acercó al cuarto de baño en busca de Dean. La puerta estaba abierta de par en par, pero el chico no se encontraba en el interior.
Descolocada, echó a andar por el piso en su busca. Esta vez si se fijó en la puerta del despacho. La empujó con cuidado y miró dentro.
Dean estaba detrás de su sillón, agachado sobre el ordenador. Conforme ella entró en la habitación, él la observó sin decir nada. Su semblante era serio, como no lo había sido en todo el tiempo que había pasado juntos ese día.
Sienna se acercó junto a él, sin atreverse a recriminarle que estuviera allí sin permiso. Pese a no conocerle demasiado, sabía que el chico no era un ladrón y además, ella no tenía nada que ocultarle. Sin embargo, no le hizo mucha gracia que él estuviera ahí, irrumpiendo en su intimidad, mirando el ordenador donde no mucho antes había hablado sobre él con sus amigas.
¡Sus amigas! ¿Había cerrado el Messenger cuando acabó de hablar con ellas o seguía en la pantalla la conversación donde vertía sus miedos e inseguridades, junto con sus sentimientos por Dean?
Dio un paso ligero hacia el ordenador y clavó los ojos en lo que el chico estaba mirando.
Frente a ella vio el rostro de Matthew sonriente ante el mar que moría en la orilla. Se avergonzó de que Dean la hubiera cazado, de que él, el chico que más le gustaba del mundo, creyera que ella era una fan más, una chica cualquiera enamorada del cantante de moda. ¿Cómo podía tener tan mala pata de que justo el día en que descubría la identidad de Matthew, cuando nunca antes había mostrado interés alguno por su vida, Dean la pillara con un vídeo del chico?
-¿Tú también eres de ésas? –notó cierto desprecio en sus palabras, por mucho que el joven intentó camuflarlo todo con una sonrisa-. No me imaginaba que también eras fan de Matthew. Lo escondes muy bien en clase.
-¡No! No soy fan suya. Sólo he llegado a este vídeo de casualidad, te lo juro.
-Claro, claro, eso dicen todas –le guiñó un ojo-. No te preocupes, me parece normal que te guste, tiene la típica voz que encandila a las niñas y sus letras no están mal.
  -No me preocupo, ¡es que no es así! –no comprendía por qué tenía la sensación de deberle alguna explicación.
-Vale, tranquila. Si no voy a decir nada. Será nuestro pequeño secreto –otro guiño.
Sienna comprendió que jamás conseguiría convencer a Dean de que no era una seguidora histérica de Matthew y que sólo había llegado a ese vídeo de un modo casual. Para que la creyera debería explicarle cómo entró a Facebook para invitarle a quedar, y aún así quedaría en evidencia porque el chico pensaría que estaba enamorada de Matthew. Tendría que hablarle del desfase de la noche anterior, de la caída en la fuente y de cómo él la ayudó. Necesitaría contarle muchas cosas de las que se avergonzaba y que no quería compartir con él porque, pese a que él tenía novia y esa chica era su amiga, en el fondo seguía manteniendo la esperanza de poder tener algo con él algún día.
Al mismo tiempo, no quería que Dean hiciera ninguna broma en clase acerca de cómo ella veía vídeos de Matthew. No lo veía muy propio de él pero, siendo realistas, tampoco se hubiera imaginado que el chico iba a entrar al despacho y a cotillear su ordenador sin preguntar primero.
Si Matthew no le había confesado a qué se dedicaba y por qué había repetido curso, quería darle la oportunidad de hacerlo él mismo cuando le pareciera conveniente. Matthew le caía muy bien. Quería seguir siendo su amiga y para ello no podía recriminarle que le hubiera ocultado ese secreto que todos conocían. Consideró que lo mejor era dejar pasar el tiempo hasta que él quisiera desvelarle la verdad, pero para eso debía evitar a toda costa cualquier posible comentario de Dean. Tenía que ser su secreto de verdad.
-Prométeme que no le vas a decir nada a Matthew; ni a Mattew ni a Cindy ni a nadie del colegio, por favor –suplicó, a sabiendas de que se arriesgaba a perder las pocas oportunidades que pudiera tener con Dean.
-Te lo prometo.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Capítulo 31

Una hora después, cuando el estómago le empezó a rugir, consiguió despegarse del ordenador para ir a la cocina. Abrió la nevera. Miró en el interior y sacó un cartón de zumo. Tomó un vaso, lo llenó y se sentó en uno de los taburetes altos de la isleta de la cocina.
La cabeza le daba vueltas, pero Sienna ya no sabía si esto se debía a la resaca, la sorpresa o al hambre. El tiempo había pasado volando y, teniendo en cuenta que se había despertado tarde, su hora de comer ya había pasado. Debía animarse a cocinar algo o salir por ahí a comer.
Desde que llegara a la gran manzana, aún no había utilizado el horno ni la cocina para cocinar nada que fuera más allá de unos bocadillos. Había llegado el momento de estrenarse como cocinera. Una semana sin tomar nada caliente fuera de bares y restaurantes era más que suficiente.
Rebuscó en los armarios sin saber qué preparar. Tras descartar varios platos, se decidió por la pasta. Sí, unos espaguetis con un poco de atún la sacarían del aprieto. Fáciles de preparar, sin ensuciar mucho y delicioso. Eran su comida preferida desde niña y hacía bastante tiempo que no los cataba. En el momento en que esa bruja entró en casa, la niña Sienna debió dejar paso a la Sienna adulta, la que no podía quejarse por la comida, ni pretender atenciones especiales o platos diferentes. Ahí se acabaron las sesiones de cocina plagadas de risas y harina manchándole la cara.
Borró esos pensamientos de su cabeza. Por ese día ya tenía bastantes cosas en las que pensar como para también revivir la tristeza y soledad de su casa en los últimos tiempos.
Una vez tuvo frente a sí los ingredientes necesarios, buscó una olla o una cacerola donde poder cocinar pasta para una. No tardo en encontrar un cazo no demasiado grande. Lo llenó de agua y lo puso en la vitrocerámica. Mientras lo hacía, recordó su pelo sucio. Después del baño nocturno en la fuente, todavía no se había pegado una ducha. Pese a que el hambre comenzaba a hacer estragos en ella, decidió refrescarse un poco antes de comer. Se sentiría mucho más tranquila a la mesa con la ropa limpia y el olor afrutado de su acondicionador envolviéndola. Tapó la cacerola con un plato y se dirigió al cuarto de baño.
“Esta vez nada de baños, Sienna”, se dijo a sí misma. Necesitaba acción, algo directo y sin rodeos. Sumergirse en un baño espumoso, además de ser un despilfarro de agua, suponía perderse en los recovecos de su mente y ¡no, no, no! Tenía la sensación de que si seguía dándole vueltas a todo, acabaría por volverse loca.
Entró en la bañera, donde un chorro de agua impactó contra su piel. Sienna profirió un grito ahogado al mismo tiempo que apartaba el agua de su cuerpo. Toda su piel se erizó. Abrió el grifo de agua caliente y esperó apuntando a los pies hasta que encontrar la temperatura adecuada. Comenzó a canturrear una canción cualquiera siguiendo el compás de las gotas que la empapaban. Enjabonó el pelo, lo enjuagó, ahora un poco de acondicionador.
Salió de la bañera y se peinó frente al espejo, desnuda. Mientras acariciaba con el peine su cabello, observó una marca roja un poco más arriba del pecho derecho. Fijó la vista con más atención, sin lograr identificar esa rojez. ¿Era un golpe? ¿Un arañazo? Puesto que no alcanzaba a verlo bien, se acercó más al espejo. Visto más de cerca, no cabía duda alguna del origen de esa marca. Se trataba de un chupetón. Recordó los besos del chico de la fiesta, el desenfreno de los gruesos labios recorriendo su cuello, como si deseara devorarla entera.
Corrió hacia su cuarto tal como se encontraba, sin ninguna ropa que cubriera su cuerpo, y abrió con rapidez las puertas del armario. Buscaba algo que ponerse que ocultara el chupetón, algo que la ayudara a olvidar. Optó por una camiseta desmangada con poco escote en un color tierra, que conjuntaría con sus pitillos blancos. Se enfundó la ropa sin terminar de secarse, angustiada. Si seguía viendo su reflejo marcado en el espejo, acabaría por vomitar. Esa horrible marca, la señal del descontrol y la vergüenza.
Una vez vestida, se sintió un poco mejor, más tranquila. Volvió al cuarto de baño para terminar de peinarse. Aún avergonzada y con la moral por los suelos, se recogió el pelo en una coleta alta. Sin maquillar, sólo con dos ligeros toques de colonia, volvió a la cocina.
Encendió la televisión para que le hiciera compañía mientras cocinaba. En uno de los canales daban un capítulo de los Simpson que nunca había visto. Sonrió al pensar en esas mediodías en casa, tragándose capítulos repetidos durante años de esa misma serie, y por un instante olvidó donde estaba, olvidó la distancia del hogar, las preocupaciones de la noche, olvidó sus mareos y su corazón desbocado. En ese momento se sintió en casa.
Terminó de cocinar y se sentó en el sofá, con el plato caliente sobre la mesita de cristal, a ver la televisión. Era la primera vez que cocinaba pasta para ella sola y no había calculado bien. Le había salido comida para dos, o tal vez para tres si no comían mucho. Bueno, así ya tenía la cena preparada.
Apenas había pinchado dos veces en el plato cuando su móvil comenzó a sonar. Corrió por la casa hasta encontrarlo. Al tomarlo entre las manos, vio iluminando la pantalla un número desconocido. Dubitativa, aceptó la llamada.
-¿Dígame?
-Hola, Sienna. Soy Dean. ¿Te pillo en un mal momento? –la joven abrió la boca de par en par y la volvió a cerrar de golpe, sintiéndose tonta. Después cayó en la cuenta de que el chico no la podía ver y se relajó.
-Hola, Dean. Para nada, dime.
-Te vi desaparecer bastante perjudicada de la fiesta y me preguntaba si estarías bien.
-Sí, creo que sí –respondió ella.
-¿Crees que sí? –la risa fresca y jovial de Dean se escuchó a través del teléfono-. Me quedaría más tranquilo si pudiera comprobarlo por mí mismo. ¿Qué te parece si quedamos para tomar café?
-Genial –Sienna no podía creer lo que estaba ocurriendo. ¿Le estaba proponiendo Dean una cita?-. Pero… ¿ya, ya? Es que me has pillado que iba a comenzar a comer.
-La verdad es que yo tampoco he comido todavía. Me he despertado hace un rato y he ido con mi padre a cerrar unos tratos en el distrito financiero y acabamos de terminar.
-Vaya.
-Ni los sábados se descansa en esta ciudad. Oye, ¿y dónde vas a comer? ¿Estás en algún restaurante del centro?
-En realidad estoy en casa –se avergonzó de su respuesta, ya que por la pregunta del chico, éste suponía que ella pasaba el día fuera de casa y era una señorita que no se acercaba a la cocina, como probablemente sería Cindy-. He preparado unos espaguetis y los tengo ya en la mesa.
-¿Espaguetis? ¡Qué ricos! –Sienna suspiró aliviada al ver que el chico no la menospreciaba por no tener una sirvienta o un chef en casa-. Hace muchísimo tiempo que no los pruebo. Últimamente todo ha sido sushi y platos orientales. ¡Cómo añoro la bella Italia!
De nuevo aquella risa encantadora y seductora.
-Eso sí, nunca los he probado con atún. Yo soy más tradicional y siempre los tomo con carne picada o a la carbonara.
-Pues me ha sobrado un poco de comida, así que si quieres probarlos y decidir por ti mismo con cuáles te quedas, estás invitado –las palabras se le escaparon, sin premeditación ninguna.
Al darse cuenta de lo que acababa de hacer, se puso colorada. El chico permaneció en silencio unos segundos hasta que por fin contestó:
-Sí, ¿por qué no? Ahora mismo estoy pasando por delante del Museo Metropolitano. ¿Tú dónde vives, que me presento allí en un segundo?
-Pues… vivo justo enfrente, así que sí que vas a llegar en un segundo –bromeó Sienna, que sentía como el nerviosismo la invadía.
¡Dean iba a ir allí, a su casa, e iban a comer juntos!
-¿Ah, sí? ¡Qué casualidad! Asómate a la ventana y salúdame –añadió él.
-¡Pero si vivo en un rascacielos! –fingió ofenderse, pese a saber que se trataba de una broma.
-¿Acaso dudas de mi vista de águila? Venga, ahora fuera de bromas, dime número del edificio y planta.
Sienna le dio las señas.
Antes de finalizar la llamada, Dean añadió unas últimas palabras que provocaron que Sienna alcanzara un estado máximo de crispación:
-¡Corre a abrirme la puerta, que ya estoy ahí!